EL LEGADO POETICO DE JOSÉ EMILIO PACHECO EN IBEROAMÉRICA
Los Zoemas Humanos de José Emilio Pacheco n POR JOSÉ ÁNGEL LEYVA
En esta página, portada de la revista Alforja 38, con foto de Laura Emilia, hija del poeta. En la siguiente página, José Emilio Pacheco por el fotógrafo Pascual Borzelli.
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En la portada de la ya extinta revista de poesía Alforja aparece José Emilio Pacheco con un gato en cuyo pelaje profuso se hunden sus manos y la mirada de ambos, del escritor y su mascota, se mimetizan ante la lente de su hija Laura Emilia, autora del retrato. Esa imagen del escritor se nos revela, y nos evidencia, la clave de muchos de sus poemas zoológicos. Sus versos devuelven al hombre a su condición animal y a la fauna le otorga un carácter humano, destacando rasgos etológicos, inherentes al hombre. La civilización es para José Emilio poeta un hecho que no trasciende al animal, ignorante de su finitud, de su insignificancia, al tiempo que representa un milagro de la Naturaleza. De muchas maneras, en la mirada del poeta aparece el animal político, el animal de palabras, el animal urbano, el animal de carroña y aquel predador de sí mismo, traidor de sus orígenes. En la mirada del poeta hay severidad y escrutinio, inteligencia; en su rostro asoma un gesto adusto, cierta ironía propia de quien sabe evitar el exabrupto y resolver la situación con gracia. El gato y su amo nos miran desde un plano interior. Son ellos, iluminados, enmarcados
de sombras, quienes parecen contemplar e inquirir al mismo tiempo a sus espectadores. Varias veces visitamos, los directivos de esa revista, a José Emilio en su casa, y salimos con él a comer al centro de la ciudad. Su memoria es de esos portentos que se combinan con el talento y la disciplina, con la curiosidad y la malicia literaria. Él es un hueco enorme en esos cuatro volúmenes de entrevistas de Versoconverso y Versos comunicantes (poetas entrevistan a poetas). En repetidas ocasiones intenté en vano entrevistarlo. Siempre me exponía sus razones. Incluso cuando le concedió una entrevista a una periodista chilena, cuando el gobierno de Chile le otorgó el premio Pablo Neruda. En realidad, me decía, «fue una situación ineludible, ella me hacía preguntas y yo me vi obligado a contestar por cortesía y educación. Pero no me gusta verme retratado en esos ejercicios orales en los que no estoy convencido de ser el yo que pretendo cultivar en mi escritura». En verdad se sentía mal de no aceptar mi solicitud, incluso cuando le señalaba la paradoja de ser el compañero de una de las más grandes entrevistadoras de México, Cristina Pacheco. Él reía y buscaba otra excusa. Me llamó un par de veces para hablarme de lo que él pensaba sobre las