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EL REGRESO DE LA NAVIDAD Mis mejores Navidades sucedieron hace muchos, muchos años. No pasaron más allá de mi infancia y mis primeros años de adolescencia. Después, solo fueron días comunes y la señal de crecer un año más. La inundación empezaba los primeros días de diciembre. Mi casa se vestía de Navidad. Una amalgama inconfundible de sabores, olores, colores, sonidos y texturas alimentaba mis sentidos y mi espíritu de niña. Manzanas multicolores, mandarinas dulces y maduras, ramilletes de uvas, el mejor centro de mesa. Cumbia, merengue y salsa mezclados con villancicos y todas las canciones navideñas. No bailábamos, solo saltábamos y corríamos por toda la casa. La fiesta se iluminaba con sonrisas y con las series de luces parpadeantes que colgaban en la pared y en nuestro arbolito navideño. Tengo la suerte de tener muchos hermanos y primos. Lo nuestro siempre fue felicidad, los deseos eran pocos y se reducían a juguetes para compartir. Santa Claus siempre leyó atentamente mis cartas, fueron pocos los regalos que se quedaron a la espera. Crecí. Crecimos. Aunque eso no excusa. Las tradiciones cambiaron, la gran vida de adulta le fue dando otro sentido al más hermoso de los días. El tiempo disponible ya era poco, aunque nunca he dejado de emocionarme con el cielo iluminado con las luces y con la visita a Santa y su taller de juguetes. En lo personal, este año me ha quitado mucho, pero también me ha enseñado a seguir, a descubrir todo lo que he ido perdiendo, y a recuperar la felicidad porque sí. Esta Navidad me emociona. Es la primera que tendré con mi familia después de muchos años. Es un regalo especial con el que puedo volver a tener lo importante de la vida. Mi familia, compartir con ellos, recuperar todo el tiempo que hemos perdido.
09 03