ESPONJAS Y VINAGRE
Por
Nelson Díaz
Memorias del Indio En su DNI dice Carlos Alberto Solari (Paraná, 1947), pero para las huestes ricoteras es el Indio Solari o el Indio a secas. Comparte con Charly García el podio número uno del rock argentino. Los recitales de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, las ya míticas “misas ricoteras”, se transformaron en un hecho digno de un ensayo sociológico sobre su música y el poder que ejerce sobre las masas. Basta ver en YouTube la canción ‘Jijiji’ acompañada del pogo más grande del mundo. Los Redondos se mantuvieron activos entre 1976 y 2001 hasta que diferencias insalvables –artísticas y especialmente económicas– con Eduardo Skay Beilinson dieron por terminada la historia. Beilinson formó Skay y Los Fakires, y el Indio dio vida a Los Fundamentalistas del Aire Acondicionado. Los fanáticos ricoteros se inclinaron sin dudarlo hacia el Indio. Solo en su último recital, realizado en Tandil en 2016, metió 200.000 personas. En ese concierto, parado sobre el escenario, habló por primera vez públicamente de lo que era un secreto a voces. “Mr. Parkinson me anda pisando los talones”, les dijo a sus fanáticos. Editorial Sudamericana acaba de editar Indio Solari. Memorias en conversaciones con Marcelo Figueras. Recuerdos que mienten un poco, un extenso volumen que recoge la vida de Solari desde su niñez en Paraná, sus años lisérgicos en La Plata, su acercamiento a La Cofradía de la Flor Solar, aquella comunidad de artesanos hippies que formaron un grupo de rock psicodélico que fue el embrión: allí conoció a Skay, de Los Redonditos de Ricota. “Pocas materias son más plásticas, más maleables que la memoria. La memoria es lo que uno recuerda, sí, pero al mismo tiempo es lo que uno cree que recuerda, y además lo que dice que recuerda”, dispara el Indio en consonancia con el subtítulo del libro: Recuerdos que mienten un poco. El libro tiene varios puntos altos y reflexiones del Indio que terminan subrayadas. Comencemos por el principio. Marcelo Figueras (Buenos Aires, 1962) es un novelista, guionista y periodista de fuste. Entre sus novelas, vale recordar El espía del tiempo, La batalla D
30
del calentamiento, El año que viví en peligro, Kamtchatka –llevada al cine con guion del propio Figueras y Marcelo Piñeyro, quien también la dirigió–, El rey de los espinos y El negro corazón del crimen, entre otras. Con Piñeyro hicieron dupla como coguionistas en Plata quemada; y en solitario guionó Peligrosa obsesión, dirigida por Raúl Rodríguez Peila y Rosario Tijeras, la notable novela del colombiano Jorge Franco, llevada al cine con título homónimo y dirección de Emilio Maillé. Con todas estas credenciales era de esperar que Figueras no fracasara. Y no lo hizo. Se trata de una extensa entrevista, distribuida en veintisiete capítulos, en una estructura que recuerda Martropía. Conversaciones con Spinetta, de Juan Carlos Diez. Figueras aprieta el acelerador a fondo desde el vamos, y el Indio (es justo reconocerlo) no esquiva el bulto. Habla de su padre, José Solari, nacido en La Pampa, en 1900, empleado durante toda su vida en el correo. Su madre, Celina Estelita, hija de un vasco francés “medio vagoneta, bailarín”, que, dice el Indio, la abandonó y la dejó en Río Colorado, en el sur de Argentina, con unos conocidos que se transformaron en los abuelos postizos del músico. Su mamá murió a los cien años. Figueras continúa preguntando. El Indio contesta todo. Desde su trabajo como encargado de un hogar de niños (hay una foto aún con pelo, bigote, traje y corbata, muy alejada del rocker que conocemos), pasando por su vida privada, su hijo Bruno, sus peleas con Sky y su concepción del mundo. El libro incluye muchísimas fotos de diferentes etapas de su vida –en blanco y negro, en colores– y dibujos de su autoría; también contiene reflexiones sobre el arte, la devoción de los fans, la existencia y la vida. En estas reflexiones Carlos Solari demuestra ser un tipo inteligente, lúcido y muy culto. Por ejemplo, cuando en plan de confesión le dice al entrevistador: “Durante esos tres años, del 67 al 69, la psicodelia fue lo más importante que me pasó. Yo me considero un hombre de la psicodelia. Imagino que hoy habrá otras experiencias a disposición, que le serán parangonables de algún modo. Pero aquello era otro contexto y otras drogas. Lo que hizo en mí fue abrir mi cabeza, básicamente”. Figueras aborda la “misa ricotera”, y Solari la asocia con la felicidad y la mancomunión de sus seguidores. “Creo que lo que inspiró esa cosa religiosa fue, sencillamente, la felicidad de la gente que nos iba a ver. A pesar de que de algún modo pareciese una contradicción, porque la temática que tocábamos, la tensión que producíamos, distaba de ser ligera. Pero la gente salía feliz de los shows. Eso era lo que te quitaba de encima el demonio, no era cuestión de rezar: lo que funcionaba era ir a un lugar donde lo expulsabas de veras, participabas de una experiencia dionisíaca”. Sobre su condición de millonario que vive aislado en un búnker, contando fajos de dólares, el músico no esquiva la pregunta de Figueras. “Los que no están a favor de que uno siga infectando la sociedad hablan del millonario, con la intención de separarme de la gente. Como diciendo: Este dice esto, pero es un ricachón. Cuando yo no dije nunca que el dinero era malo. Lo único que distingo es entre
los que se lo ganan de forma genuina o no. Si te lo ganaste bien, disfrutalo. Pero doná algo al Garrahan de vez en cuando, turro”. ¿Y el futuro Indio? ¿Cómo lidiar con el Parkinson? “Me va a costar convencer a la gente de que no voy a tocar más. Casi nadie quiere creerlo, ¿no?”, dice en tono reflexivo. Indio Solari. Memorias... es un muy buen libro (aunque demasiado extenso, porque incluso se reiteran conceptos), donde se exhiben luces y sombras de un ícono del rock pero, en definitiva, de un hombre común. Indio Solari. Memorias en conversaciones con Marcelo Figueras. Recuerdos que mienten un poco. Editorial Sudamericana, 2019. 863 págs. Distribuye Penguin Random House.
Amor en tiempos de Tinder El rosarino Patricio Pron (1975) estuvo en Montevideo para presentar Mañana tendremos otros nombres, novela con la que obtuvo el reciente Premio Alfaguara, dotado de 175.000 dólares y una escultura del artista canario Martín Chirino, fallecido el 11 de marzo. Pron, autor de varios libros de relatos y de novelas –No derrames tus lágrimas por nadie que viva en estas calles y Nosotros caminamos en sueños, entre otros–, plantea en Mañana tendremos otros nombres la historia de una pareja –los conoceremos como Ella y Él– próxima a los cuarenta años, en pleno derrumbe de una relación de cinco años. Ella es arquitecta, tiene miedo de hacer planes para el futuro y busca algo que no puede definir. Él escribe ensayos, y desde la relación con Ella nunca pensó en verse soltero de nuevo, en un “mercado” sentimental del que desconoce todo. Hay también un círculo de amigos de ambos descritos con una letra (M. o D., por ejemplo), lo que da la idea de que la identidad, la individualidad, se ha perdido. La novela empieza con la partición de una biblioteca, la que fue de Él y de Ella, con restos de otros naufragios amorosos incluidos. Él arranca una página sí y otra no de los libros que fueron de los dos. El ingreso por error de un pájaro a la casa, que se golpea contra vidrios y paredes buscando una salida y finalmente cae muerto, supone una metáfora de la relación. Porque con la excusa de hacer una autopsia de la ruptura de una pareja, Pron logra una radiografía de las relaciones humanas en tiempo de redes sociales y apps. Se trata de