Nudo Gordiano #17

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Santiago “Murky” Rúa Correa.

Un muchacho negro de bermudas y camiseta de fútbol vendía bebidas frías en la playa durante los primeros días de abril, llevadas en una nevera portátil cuyo peso le enterraba las sandalias en la arena. Una pareja de novios que descansaba con inaplazable sed bajo una sombrilla, lo llamó con un silbido y él se apersonó ante ellos, sonriendo con una amplia dentadura tan cándida y fina como las conchas de mar que la mujer tenía ordenadas cual medallas sobre su toalla. Ella tomaba el sol acostada de espaldas sobre su toalla azul como el jabón para ropa, justo al borde donde terminaba el amparo de la sombrilla, mientras que su novio reposaba en una silla plástica, con sus lentes de aviador puestos y una camiseta cubierta de arena y agua de mar ya seca. Vigilaba constantemente la mochila que tenía al pie y se despreocupaba de la otra silla tras ellos, llena de toallas que se movían solas de tanto en tanto. Revisaron el interior de la nevera, escogieron una bebida cada uno, regatearon el precio y al final dejaron al vendedor quedarse con el vuelto. Cuando se marchó, ambos notaron que las piernas flacas del individuo se parecían a los troncos que a veces flotaban entre la espuma del mar. El novio fue el primero en beber de su cerveza rubia y mantuvo el buche en la boca, sopesando qué tan bien le vendría una rodaja de limón. La novia no se movió de su toalla, pero giró su lata de leche chocolatada para ver el sol reflejado contra los bloquecitos de hielo que se desprendían de ella. A la derecha, la playa se curveaba en forma de cuenca, tras una cortina de concreto compuesta por diez o más hoteles, solo diferenciados uno del otro por las formas de los techos. Parecían pequeños en el horizonte, y ella los comparó con la lata cerrando un ojo mientras decía: — Esto parece Miami o un lugar de esos. Ahorita me tomas una foto en la que se vea todo eso, podemos decir que viajamos lejos, ¿quién se va a dar cuenta? El novio se colgó los lentes en la frente para ver mejor los hoteles y preguntó: — ¿Y quedará buen rollo? Creo que ya toca comprar otro… Se quedó esperando un comentario de ella que nunca llegó, luego miró la mochila, y verificó que el bulto de la cámara sobresalía todavía de la tela. Cada cinco minutos repetía dicha comprobación y más aún si veía a alguien con cara de ser amigo de lo ajeno. 6


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