FICCIÓN
PERO UNA CARTA QUE NUNCA ENVIÉ Paulina Flores
Querido V: Gracias por responder, eso es lo primero. Intenté leer tu correo en word. Lo copié y lo pegué. Pero es diferente. aauuuuuuuuuuuuuffff. Son plataformas diferentes, extrañas entre sí. No es que antes no hayamos hablado de esto, pero ahora se siente distinto. No sé si mejor, pero algo así. Me he dado cuenta, por ejemplo, que me cuesta mucho escribir cuando una página de word está terminándose: cuando escribo y quedo al medio de dos páginas, con ese espacio entre medio, no blanco como la “hoja”, sino gris. Es incómodo y me desconcentra. Como escribir y estar cayéndose, o escribir durante un terremoto. Así que ahora, lo que hago, es escribir o más abajo o más arriba, para no tener ese espacio molesto. Y luego lo subo. O lo bajo. Pero quizás tampoco queda igual Quizás nada quede igual. Porque los libros no se leen en “hojas” de word. He pensado en cambiar la configuración para escribir sin esos espacios –a lo Kerouac–, o escribir en formato de libro. Pero eso me recuerda a un ex–amigo que escribía así y a todos los ex––––amigos de esa época, que sin quererlo me hicieron daño.
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Siempre pienso que no le cuento esas cosas a nadie, pero lo más probable es que las haya repetido demasiado. El otro día leí algo terrible en un libro terrible que estoy leyendo. “La guerra no tiene rostro de mujer”. Es un libro horrible en el sentido bueno: puros testimonios –o testimonios puros– de mujeres –chicas de entre 14 y 21– que pelearon en la segunda guerra mundial. Imagina algo así como ser una mujer: ir descalza y sin fuerzas, hambrienta mientras te bombardean y además te llega la regla. Enamorarse durante la guerra. Peinarse antes de ir a la lucha. Dormir sobre el uniforme para que al otro día este planchado, cajas de bombones. Mucho sentimentalismo, de lo mejor que hay. La autora también escribe algunas reflexiones. A veces. Esta es la que leí: “Me he quedado algo perpleja. Antes pensaba que el sufrimiento libera, que tras superar las penas, el individuo ya solo se pertenece a sí mismo. Que su propia memoria le protege. Pero estoy descubriendo que no, que no es una regla general”.