JÓN IC A
ARRIESGARNOS ANTE OTRAS POSIBILIDADES DE DESTINO por Mari cel a Guerrero imágenes de J ohnson Tsang
En el contexto en el que vivimos, reflexionar el destino de la huanidad implica pensar en la naturaleza y acarrea, por lo menos, un sentimiento de zozobra. Ante esta situación, la capacidad narrativa de la literatura nos ofrece un espacio para refugiarnos y buscar respuestas múltiples al paisaje que se nos presenta.
C
era todo el tránsito que llevaba a un héroe o heroína a desenlaces trágicos ante los que no tenía voluntad, aunque sí una serie de características de personalidad que los hacían tomar decisiones y actuar en consecuencia con ese final funesto que les había sido asignado y del que eran totalmente ignorantes.
uando el destino nos alcance fue el título que en Latinoamérica se dio a la película Soylent Green (1974). En los anuncios de su estreno se exponía un apocalipsis signado por la falta de recursos para la humanidad que como una plaga se había reproducido exponencialmente. Para cuando la película entró al ciclo de reproducciones en televisión en los tempranos años ochenta, mi imaginación y mi ser ya se encontraban lo suficientemente dispuestos a padecer algo que hoy en día es sintomatología compartida por muchas personas: ecoansiedad y solastalgia; lo que implica entrar en pánico al futurear un destino de muerte y destrucción a la manera de la tragedia griega, en la que el mundo se acaba de maneras aterradoras y en el que se advierte un futuro cegado para las generaciones por venir.
En la narrativa actual sobre el destino de la humanidad están puestas en juego, no las voluntades de los dioses impuestas sobre héroes y heroínas ciegos a su destino, sino condiciones económicas, modos de consumir y visiones del deber ser sobre una humanidad absolutamente desigual, a la que se le hace creer que el inexorable destino se encuentra en manos y decisiones ajenas de las cuales es imposible desprenderse. Esa es una de las posibles razones de por qué ante la ecoansiedad y la solastalgia, algunas personas optan por la apatía y el sufrimiento que, al mismo tiempo, aíslan y ciegan ante la propia voluntad y capacidad de acción; así, crean un círculo vicioso en el que, como en tragedia griega, las personas terminan siendo parte de un destino manifiesto.
Por aquellas épocas en las que la película se anunciaba con bombo y platillo apocalíptico, me gustaba desde la azotea de mi casa imaginar que los árboles, que se alcanzaban a ver desde ahí, eran amigos con quienes interpretar música y que al movimiento de una batuta imaginaria pertenecían a una orquesta de árboles que yo podía dirigir al vaivén de los vientos de la Ciudad de México. Las cosas han cambiado mucho desde entonces, las casas que en su mayoría no tenían más de dos pisos, hoy han crecido a lo alto y ancho, abarcando terrenos baldíos que han sido invadidos con edificios más altos y centros comerciales.
No obstante, es aquí donde el destino, ese destino, puede transformarse, reconociendo en medio de esa narrativa la posibilidad de acción y de colaboración que las personas hemos tenido siempre; reconstruir desde el lenguaje nuestra relación con una naturaleza en la que ni los árboles ni las aves ni las montañas ni las piedras ni los minerales ni los cuerpos de agua ni sus animales ni los animales de la tierra son recursos sino seres con quienes compartimos este mundo y que no están a la disposición del consumo de empresas y gobiernos, como recursos.
Pensar en el destino de la humanidad es echar a andar las ruedas de una ansiedad apocalíptica de la que cada vez es más difícil desprenderse. Me parece relevante considerar que para los griegos el destino
Johnson Tsang, Cross My Mind (Cruza mi mente), 2020. Cortesía del artista.
CA P I TE L | DE STI NO
70