El Sol 63(1), 2022. Ricardo Alegría: Magisterio de la cultura y del amor patrio.

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Revista El Sol

ISSN 2372-9635-Print

ISSN 2372-9643-Online

Año 63, Número 1 2022

Revista Escolar de Puerto Rico -1917-1933

Revista de la Asociación de Maestros-1942-1965

Periódico/Revista El Sol-1956

Política Editorial Revista El Sol

La Revista El Sol es un medio de comunicación, diálogo y divulgación de los hallazgos de investigaciones recientes y prácticas educativas publicadas por la Asociación de Maestros de Puerto Ricio (AMPR) que promueven políticas públicas e iniciativas que adelanten la causa de la educación pública.

La revista El Sol edita dos números al año, uno monográfico y otro de tema libre. Cuenta por lo general, con cuatro secciones. La sección Teoría e Investigación presenta trabajos cuyos hallazgos fortalecen el tema central. La sección Prácticas Educativas presenta artículos sobre prácticas educativas ejemplares. La sección Espacio Creativo publica trabajos de interés fuera del tema central y la sección de Reseñas discute libros recientes, otras revistas, blogs, redes, aplicaciones y enlaces de interés para la profesión. Los trabajos recibidos son evaluados por la Junta Editorial, seleccionando los trabajos que cumplen con los requisitos de publicación. El autor recibirá una notificación por escrito de la Junta Editorial.

La revista El Sol es una publicación profesional y cultural fundada por la Asociación de Maestros de Puerto Rico (AMPR) en 1956, con una tradición centenaria, editada dos veces al año, dirigida a los profesionales de la educación y subvencionada con las cuotas de los socios. Está rigurosamente prohibida la reproducción total o parcial de esta publicación, la recopilación en sistema informático, la transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, por registro o por otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de la AMPR. La Junta Editora y la AMPR no se responzabilizan por las expresiones emitidas por los autores.

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Los trabajos de investigación deben ser inéditos, estar redactados en un leguaje claro y reflejar el tipo de artículo que presenta, sea un informe de investigación, una reflexión investigativa, de revisión o un avance de investigación. No excederán las ocho páginas a doble espacio, siguiendo las normas internacionales de la American Psychological Association (APA), 7ma edición (www.apastyle.org) o MLA. Pueden incluirse fotografías, diagramas, dibujos o cualquier otro material de ilustración. La copia del trabajo se enviará a la Junta Editora sin el nombre del autor.

La forma y presentación del artículo debe contener lo siguiente: título del trabajo, el cual será breve y contundente, resumiendo en forma clara la idea principal de la investigación; el nombre del autor(es); palabra clave; y un resumen, en inglés y español, que no exceda las 150 palabras describiendo el problema, la metodología, las conclusiones y recomendaciones. El trabajo debe estar estructurado con una introducción, el desarrollo coherente del cuerpo del trabajo y las referencias bibliográficas.

Guía para la presentación de artículos de divulgación

Los trabajos de divulgación (prácticas educativas y reseñas) deben ser inéditos, estar redactados en un lenguaje claro y reflejar el tipo de artículo que presenta. No excederán las seis páginas a espacio y medio, siguiendo las normas internacionales de la American Psychological Association (APA), 7ma edición (www.apastyle.org) o MLA. Pueden incluirse fotografías, diagramas, dibujos o cualquier otro material de ilustración. La copia del trabajo se enviará a la Junta Editora sin el nombre del autor. La forma y presentación del artículo debe contener lo siguiente: título del trabajo, el cual será breve, resumiendo en forma clara la ideal principal; el nombre del autor(es); palabra clave; y un resumen, en inglés y español, que no exceda las 120 palabras. El trabajo debe estar estructurado con una introducción, el desarrollo coherente del cuerpo del trabajo y las referencias bibliográficas.

El Sol no publicará trabajos que incluyan secciones que hayan sido previamente publicadas y que hayan sido tomadas de otros autores sin su autorización y sin haberlos citados. Los autores son responsables de solicitar autorización para el uso de tablas y citas originales de fuentes primarias según consigna la Ley de Derechos de Autor. El autor interesado en someter una colaboración a El Sol debe enviar su trabajo en original, con su nombre, dirección y teléfono a la Dra. Ana Helvia Quintero, presidenta de la Junta Editora, al correo elctrónico revista@amprnet.org o al PO Box 191088, San Juan, PR 00919-1088. Asimismo, lo puede entregar personalmente en la Oficina de Investigación y Desarrollo Profesional, en el edificio de la Asociación de Maestros, 452 Avenida Ponce de León, Hato Rey.

Revista de la Asociación de Maestros de Puerto Rico El
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Sol

El por qué de esta edición.........................................................................................................................4

Ana Helvia Quintero

In Memoriam

Ruth Evelyn Cruz Santos............................................................................................................................6

Ely Ginette Cruz

Magda E. Sagardía Ruiz.............................................................................................................................9

Eloy A. Ruiz Rivera

Artículos

Ricardo Alegría: Arqueólogo mayor de la cultura puertorriqueña....................................................12

Miguel Rodríguez López

Ricardo Alegría y las políticas culturales del siglo XX..........................................................................18

Jaime L. Rodríguez Cancel

Testimoniales

El abarcador magisterio de Ricardo Alegría.........................................................................................26

Carmen Dolores Hernández

Ricardo Alegría y la escuela puertorriqueña en mi memoria..............................................................28

Víctor Hernández Rivera

Dr. Ricardo E. Alegría Gallardo: El Educador y su gesta en San Juan.................................................31

Carlos A. Rubio-Cancela

Ricardo Alegría y la cultura como esperanza.........................................................................................33

Elsa Tió

Un legado: El taller de gráfica del Instituto de Cultura Puertorriqueña.............................................39

Antonio Martorell Cardona

Mis viajes con Don Ricardo......................................................................................................................43

Anibal Rodríguez Vera

Mi visión sobre Don Ricardo E. Alegría Gallardo..................................................................................45

Prof. Carlos R. Ruiz Cortés

Reseñas

Pedro Albizu Campos y el ejército libertador del Partido Nacionalista de Puerto Rico y Compatriotas: Exilio y retorno de Luis Muñoz Marín...........................................................................46

Víctor Hernández Rivera

¿Islam en Puerto Rico o Islam de Puerto Rico?: Prácticas identarias entre conversos/as al Islam en Puerto Rico”...........................................................................................................................50

Madeliz Gutiérrez Ortiz

Junta Editora

Ana Helvia Quintero, Ph.D. - Presidenta

Prof. Víctor Hernández Rivera

Hna. Iris Rivera Cintrón Ed.D.

José Luis Vargas Vargas, Ed.D.

Madeliz Gutiérrez Ortiz, Ph.D. - Editora y Transcriptora

Asociación de Maestros de Puerto Rico

Presidente: Prof. Víctor M. Bonilla Sánchez

Vicepresidente: Prof. Raúl González Colón

Director Ejecutivo: Gabriel A Llovet Bisbal

Diseño y producción gráfica: Marangely Nieves Quiñones

Foto de portada de Ramón (Toñito) Zayas. Cortesía de El Nuevo Día.

Revista de la Asociación de
de Puerto Rico El Sol 3 Índice
Maestros

El por qué de esta edición

El Dr. Ricardo Alegría Gallardo (1921-2011), es el gran responsable de la concienciación y conservación del patrimonio cultural puertorriqueño. Al conmemorarse el centenario de su nacimiento en 1921, la Asociación de Maestros de Puerto Rico decidió dedicar uno de sus números de la Revista El Sol, con el propósito de rescatar para las presentes y futuras generaciones de maestros y estudiantes, su legado al país. Don Ricardo fue un amigo de la Asociación de Maestros en el esfuerzo común de estudio, preservación y promoción de nuestra cultura. Presentamos una serie de artículos y escritos que enfatizan diversas fases de su obra.

Durante la organización y el montaje de esta revista nos sorprendieron dos lamentables decesos de compañeras muy ligadas a la historia de la Asociación de Maestros de Puerto Rico. Primeramente, Ruth Evelyn Cruz Santos, gran amiga, colaboradora y mujer de letras, quien fue por muchos años la Editora de esta revista. Iniciamos este número con un artículo a su memoria escrito por su sobrina Ely Ginette Cruz. Luego, Magda E. Sagardía Ruiz, abogada, profesora universitaria y líder en nuestra institución. El compañero Eloy A. Ruiz Rivera, nos regala un artículo sobre ésta, enmarcado en la amistad y confianza que desarrolló con Magda.

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Ana Helvia Quintero

Sobre la persona de Don Ricardo, comenzamos con el artículo Ricardo Alegría: Arqueólogo mayor de la cultura puertorriqueña, por Miguel A. Rodríguez López. En el mismo se presentan las contribuciones de don Ricardo Alegría a la arqueología puertorriqueña y caribeña. En el próximo artículo, Ricardo Alegría y las políticas culturales del siglo XX, el profesor Jaime L. Rodríguez Cancel, analiza las aportaciones de Don Ricardo en el desarrollo de las políticas culturales en Puerto Rico. Carmen Dolores Hernández, nos presenta en el artículo, El abarcador magisterio de Ricardo Alegría, la labor didáctica de Don Ricardo “enseñándoles a sus compatriotas lo que significa ser puertorriqueño”. La aportación de Don Ricardo a la educación se amplía en el escrito de Víctor Hernández Rivera, Ricardo Alegría y la escuela puertorriqueña en mi memoria Además, Carlos Rubio-Cancela en su escrito Dr. Ricardo Alegría Gallardo: El educador y su gesta en San Juan, nos describe su experiencia con Don Ricardo, donde descubre: “con el pasar de los años comprendí que ser Educador fue su rol más importante”.

Elsa Tío en su escrito, Ricardo Alegría y la cultura como esperanza, nos narra las diversas iniciativas de Don Ricardo por mantener y propulsar nuestra cultura. Le sigue una reflexión de Antonio Mantorell, Un legado: El taller de gráfica del Instituto de Cultura Puertorrriqueña, donde nos cuenta su experiencia en el taller que fundó Don Ricardo, el cuál se convirtió en un espacio de aprendizaje, intercambio y creación de artistas de gráfica, escultura, cerámica, vitral y restauración.

Le sigue, el artículo de Aníbal Rodríguez Vera, Mis viajes con Don Ricardo, donde el autor rememora las experiencias inolvidables de sus viajes con Don Ricardo. Finalmente, Carlos R. Ruiz Cortés, actual director ejecutivo del Instituto de Cultura Puertorriqueña, nos comparte una breve reflexión sobre la figura de Don Ricardo en, Mi visión sobre Don Ricardo E. Alegría Gallardo. Termina la revista con tres reseñas. En las

primeras dos, Víctor Hernández Rivera analiza dos estudios de historia política de Puerto Rico del siglo XX, centrados en dos líderes claves de ese período que contribuyeron en forma decisiva al debate y a la discusión pública de ideologías determinadas: Pedro Albizu Campos y el ejército libertador del Partido Nacionalista de Puerto Rico (1930-1939) de José Manuel Dávila Marichal y Compatriotas: Exilio y retorno de Luis Muñoz Marín de Pablo José Hernández Rivera. Los autores de los estudios son dos jóvenes investigadores que contribuyen a la construcción de la historia política de Puerto Rico desde la mirada valorativa y crítica a dos de sus más fervientes líderes.

En la tercera reseña, Madeliz Gutiérrez Ortiz, analiza el artículo de Juan F. Caraballo Resto, “¿Islam en Puerto Rico o Islam de Puerto Rico?: Prácticas identarias entre conversos/as al Islam en Puerto Rico”. Ámbitos de Encuentros 12(2): 7-29, del cual surgen múltiples representaciones esencialistas del Islam en Puerto Rico que rompen con el estereotipo de los modelos e historias fijas.

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Revista de la Asociación de Maestros de Puerto Rico El Sol 6 In Memoriam RUTH EVELYN CRUZ SANTOS: la maestra y escritora (1931-2022)

La conocieron comúnmente como Evelyn Cruz, unos se referían a ella como Doña Evelyn y otros simplemente la llamaban Evelyn. Ruth Evelyn Cruz Santos fue maestra y escritora cidreña, nacida el 18 de diciembre de 1931 en un hogar en el que las narraciones de su madre y su abuelita, así como la influencia y modelaje de un padre maestro y juez, sembraron en ella desde muy niña el encanto por la palabra, por el decir, por el crear y por educar.

Escribió su primer trabajo literario a la edad de seis años cuando cursaba el segundo grado. Fue un párrafo breve acerca de las nubes que decía, “Las nubes parecen ovejitas paseando por el cielo. Yo quisiera traerlas hasta mi pueblo para que pastaran en los finos prados y bebieran en los claros riachuelos”. La maestra la declaró escritora oficial de segundo grado, de ahí en adelante lo demás es historia.

Esa sensibilidad que la caracterizó desde niña, la convirtió en una dulce y delicada maestra de muchos niños cidreños. Adultos que luego la admiraron y se convirtieron en sus amigos de tertulia, porque Evelyn poseía el don de comunicarse efectivamente con adultos, jóvenes y niños. De todos estos niños podemos reconocer a un grupo que tuvo para ella un significado especial, su grupo de primer grado en la Escuela Juan Domingo Stubbe de Cidra, a los cuales dedicó su libro de reflexiones, Meditaciones de una maestra. De barrio en barrio y del campo al pueblo dejó huellas en muchas escuelas de su distrito escolar. Huellas de importancia, porque más que desarrollar conceptos, desarrolló valores, curó, secó lágrimas, calmó el hambre, provocó sonrisas y sensibilizó almas.

Evelyn fue escritora desde su nacimiento, vocación que muy bien combinó con su carrera profesional. Luego de laborar por muchos años como maestra ocupó diferentes posiciones en el Departamento de Instrucción Pública, hoy,

Departamento de Educación. Allí escribió por muchos años para la Revista Escuela, especialmente la recordada sección, Búho dice. Además, colaboró en la Serie Básica de Lectura en los libros Conozcamos a Puerto Rico, Misterios de la Tierra y el Espacio, y Páginas de Ayer y de Hoy. También, participó en la creación del libro Floresta de Cuentos. En 1985, se retiró del Departamento de Educación y comenzó a trabajar para la revista El Sol de la Asociación de Maestros. Simultáneamente, escribió varios libros, entre los que podemos mencionar: El Credo del Maestro, Cartas que nunca llegaron, De poeta a poeta, y su primer libro estrictamente para adultos Bibe tu bida y no la mía. Escrito así con “b” porque así lo copió de un graffiti que llamó su atención. De éste, señala en el prólogo la escritora María Arrillaga, “Los cuentos de Evelyn son apólogos, porque contienen un amplio registro de responsabilidad social. El pincel de Evelyn evoca el desasosiego límite de la condición humana”.

Su aportación a la litera infantil es prolífera, cerca de un centenar de cuentos aparecen en periódicos, revistas y otras publicaciones del Departamento de Educación. Además, escribió para la Editorial Yiquiyú con la cual publicó cuatro libros: La cotorrita puertorriqueña, Ensueño musical, Símbolos de mi tierra y Un milagro de amor. Lamentablemente no pudo publicar un libro de nanas, cuya finalidad era motivar a las futuras madres a cantar a sus recién nacidos los dulces turuletes que ya han sido olvidados.

Sus obras para títeres: Juan Bobo en tres tiempos y Érase una gallinita, subieron a escena en el Centro de Bellas Artes y sus dramas: Los cuatro cerditos y Un sueño para mí, fueron premiados por el Instituto de Cultura Puertorriqueña y exhibidos en el teatrito de dicha institución.

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Veamos la opinión de Evelyn respecto a su trabajo como escritora: “Por muchos años, tantos que ya ni me acuerdo, comencé a escribir para niños. Escribía para la Revista Escuela y la Serie Básica del Departamento de Educación antes de Instrucción. En fin era una máquina de escribir con sueños e ideas que jamás pensé desarrollar. La palabra fluía como un manantial de todo tipo de historias, leyendas, cuentos y poesías”. Así describe nuestra maestra-poeta su ardua y valiosa labor, cuyo único propósito fue sensibilizar el alma de los niños puertorriqueños. En 2006 el Departamento de Educación le dedicó la Semana de la Lengua. La Escuela Superior Vocacional de Cidra lleva su nombre.

Durante sus últimos años, después de sufrir un quebranto de salud que le impidió continuar trabajando para la revista El Sol de la Asociación de Maestros de Puerto Rico, se dedicó a publicar un artículo semanal en el periódico La Cordillera en su amado Cidra. Además, su gran sueño se hizo realidad al poder publicar la novela La monja impura. También fue una fiel colaboradora para la organización conocida como Patronato Cidreño. Una organización que se encarga de promover la historia y cultura de Cidra

Un derrame cerebral le imposibilitó utilizar su mano derecha. Pero su espíritu emprendedor no la detuvo y continuó escribiendo frente a su computadora por largas horas, dedo a dedo. Comenzó, pero la que sería su segunda novela quedó inconclusa. En esta quería plasmar vivencias de su estadía en varios hogares de cuidado de ancianos en los cuales compartió con pacientes de Alzheimer. Su título sería, La casa del olvido.

Mujer comprometida con la educación y la cultura, de carácter jovial, sentido del humor y facilidad para el fluir de la palabra escrita. Su envidiable memoria e ingenio estuvieron presentes hasta sus últimos días. Lastimosamente su cuerpo se deterioró a raíz de una larga hospitalización y falleció en noviembre de 2022, días antes de cumplir 91 años.

Su amado Cidra la despidió como ella merecía y aún continúan las actividades para recordar su vida y reconocer su obra. Evelyn continúa viva en el corazón de los cidreños y puertorriqueños que la admiraron y amaron.

Sus versos se han hecho realidad:

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En Cidra nací En Cidra yo vivo
si yo me voy Cidra va conmigo.
Y

MAGDA E. SAGARDÍA RUIZ: una

vida de magisterio (1953-2022)

Abogada de maestros, profesora universitaria y precursora del derecho escolar puertorriqueño

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La licenciada Magda Sagardía era un nombre conocido de muchos años en la Asociación de Maestros de Puerto Rico (AMPR). Magda, a secas, remitía al gran personaje que todos conocíamos y con quien teníamos una relación personal estrecha. La licenciada representaba el trato de respeto y admiración para muchos que no la conocían de cerca, pero igual, podían distinguir a leguas su personalidad pintoresca y de una alegría apabullante. No eran dos, sino siempre la misma: la amiga, y, ante todo, la amiga. Esa era Magda, la licenciada Sagardía.

En la historia reciente de la Asociación de Maestros, la profesora tiene un lugar especial. Su madre, la profesora Ana Elena Ruiz Anglada, fue una maestra normalista que emigró de su escuela rural en San Sebastián a la escuela Julio Sellés Solá en la década del sesenta. Ruiz Anglada había sido compañera de clases en Lares de José Eligio Vélez, pasado presidente de la AMPR (1971-2001). En 1982, José Eligio nombró a Magda, abogada interna para que atendiera casos de maestros, trasladándose a escuelas, distritos y regiones educativas.

Esa experiencia la enamoró profundamente del trabajo magisterial, clave para su reclutamiento como instructora en los cursos de Fundamentos Legales y Sociales de la Educación en la Facultad de Educación de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras. Así surgió el Seminario de Leyes Escolares que dictó por años y que lleva grabado su nombre. En ese seminario se formaron centenas de maestros, administradores escolares, líderes sindicales, presidentes de organizaciones y muchos otros discípulos que le siguieron como maestra y mentora de generaciones.

Fue una asociada destacada, una profesora universitaria legendaria, una abogada estudiosa, amante y pionera del contexto histórico en que se produce el derecho como artefacto cultural y su más grande legado: el derecho escolar puertorriqueño, su gran obra inconclusa. La licenciada será recordada siempre como abogada de maestros, profesora universitaria y precursora del derecho escolar puertorriqueño.

Magda era de armas tomar y a nadie tomaba desprevenido con sus múltiples ocurrencias. La oficina podía estar llena, pero era presta en expresar cualquier comentario que cambiara el tono del ambiente: “Loco, ¿qué está pasando?”. Irreverente, es su mejor descripción. Con un intelecto exquisito, y con todas nuestras personalidades y dinámicas

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Eloy A. Ruiz Rivera

familiares de tantas décadas, siempre respetamos su mirada profunda y crítica de las cosas, aunque no siempre fueran políticamente correctas. Precisamente, una de sus especialidades era ser políticamente incorrecta, ya que sostenía una forma fogosa de resistencia y protesta.

Sus cuentos son múltiples, porque era la gran narradora de anécdotas, cuentos, chistes y refranes. Luego de ser abogada interna de la Asociación, en su función de presidenta de la Junta Local de la Universidad, varias veces se le enfrentó a José Eligio y cuando el mítico líder lanzaba sus flechas y se quedaba sin argumentos, hacía lo que le había enseñado su mentora, Nilda García Santiago: “Olvídate, repite y sigue peleando, pero jamás abandones el espacio”. Se le enfrentó a más de uno y eso la hizo legendaria.

Magda tuvo una vida de magisterio sin haber ido a enseñar a un salón de escuela pública, donde sí estuvo muchas veces con su madre en los históricos salones de doble matrícula. Utilizó su cátedra universitaria para estudiar, engrandecer y hacer justicia al magisterio y la educación pública, porque lo creía con ahínco, aunque eso le ganara dolorosas diferencias. Su profunda sensibilidad, que conocimos tan de cerca, la hacía más fuerte de lo que parecía. Su fortaleza y carácter fueron su marca.

No hay palabras, ni homenajes, ni nada que podamos hacer para pagar la deuda contraída con nuestra amiga. Es una deuda de amor y gratitud; de respeto y admiración; de labor intelectual en estudiar la historia de nuestra educación; es una deuda de amistad. Ante todo, Magda fue nuestra amiga y hermana. La conocimos en los años de lucha y pudimos demostrarle nuestro cariño en los días postreros.

Cumplimos con el mandato de los grandes maestros del siglo XIX, librepensadores e intelectuales sobre cuyas ideas se fundó nuestra organización, y que luego fuesen plasmadas por una maestra en 1937, cuando se compuso el himno de la AMPR. Una parte del himno afirma: “Cuando el mundo me olvide ya, cumplida mi misión, consuelo de mis penas será la Asociación”. Lo hemos hecho con tantos que han sido especiales para nosotros, como lo fue Magda, cuyo ejemplo honramos con la Medalla Nacional Maestro Rafael Cordero en 2022.

Magda, amiga querida, maestra, refranera y mentora irreverente, vuela libre como siempre fuiste y que este viaje de libertad te haga justicia, la que siempre mereciste, para que siempre estés en poder. Te recordaremos con alegría, tus llegadas inesperadas y extrañaremos tus llamadas llenas de alegría. Te echaremos de menos. Que la tierra te sea leve.

¡Descansa en poder!

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RICARDO ALEGRÍA:

Introducción

Durante el pasado año mucho se ha escrito sobre la figura y la obra de don Ricardo Alegría. Y no es para menos, pues en el centenario de su nacimiento (1921-2021) diversas instituciones culturales y educativas, tanto públicas como privadas, se han empeñado en rescatar para las presentes y futuras generaciones su enorme legado al país. Tuve el inmenso honor de conocerlo y colaborar muy de cerca con sus numerosos proyectos culturales y educativos. Por casi cuatro décadas me unieron estrechos lazos personales, profesionales y académicos con él. Luego de su fallecimiento en el año de 2011 continué laborando de manera prominente en algunos de ellos, particularmente en la dirección del Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe, hasta mi renuncia en el 2019.

Contribuciones de don Ricardo Alegría a la arqueología puertorriqueña y caribeña

Aunque Alegría realizara cuantiosas aportaciones en el campo de la historia, la restauración arquitectónica, la fundación de instituciones y la gestión cultural, fue la arqueología la pasión de su vida y la que le abrió otras puertas en el amplio y diverso mundo de las artes, la historia y la cultura en general.

Para muchos puertorriqueños la palabra arqueología evoca imágenes diversas: los Centros Ceremoniales de Caguana en Utuado y Tibes en Ponce, el famoso petroglifo del Sol de Jayuya, la Cueva de María la Cruz, los impresionantes cemíes y dujos precolombinos que enriquecen algunos de nuestros museos, la lucha heroica del cacique Agüeybaná y del pueblo taíno en defensa de su tierra. Las generaciones presentes han aprendido a mirar con respeto, admiración y a veces hasta con sagrada reverencia, todos los vestigios de las antiguas culturas aborígenes que poblaron la región antillana, y muy especialmente, Puerto Rico. Pero no sentiríamos ninguna de estas emociones si no hubiese existido un puertorriqueño llamado Ricardo Alegría, a quien durante el año 2021 se le honraría por motivo del centenario de su nacimiento. De hecho, uno de sus grandes aportes al ambito cultural ha sido la impronta identitaria. Sobre este rubro se profundizará a continuación.

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Arqueólogo mayor de la cultura puertorriqueña

El constructo de la identidad puertorriqueña

El orgullo con el que muchos puertorriqueños sienten el remoto pasado indígena es parte de la herencia del maestro Alegría a las presentes y futuras generaciones. El valor de lo que hoy constituye la primera raíz, el primer piso, la zapata, el subsuelo de nuestra identidad puertorriqueña, es incalculable. Ya no debe haber confusión. Nuestra historia nacional tiene mucho más de 500 años de antigüedad. Cuando por las playas del Borinquén taino se asomaron las primeras embarcaciones europeas en el 1493, ya nuestra isla contaba con al menos 5,000 años de historia humana precolombina confirmada arqueológicamente. Una secuencia de sociedades humanas y culturas ancestrales que habitaban costas y valles de nuestra isla y de otras islas del Caribe, fue establecida por Ricardo Alegría y confirmada por otros arqueólogos extranjeros que laboraron en nuestro país a lo largo del siglo XX.

Sin duda alguna, ya entrados en el siglo XXI podemos afirmar, tal y como nos enseñó don Ricardo Alegría, que es la herencia indígena, el ancla donde debemos afianzar la identidad nacional puertorriqueña y no, los lejanos continentes de Europa y África, aunque de allí también proviene gran parte de nuestra identidad caribeña. Debemos pensar, como don Ricardo, que para proyectarse al mundo hay que tener primero un aprecio y un entendimiento cabal de nuestras más profundas raíces.

Pero no siempre fue así. Hubo una época, hace muchas décadas, en la cual distinguidos intelectuales y académicos puertorriqueños se burlaban del entonces joven e inquieto arqueólogo y ridiculizaban sus descubrimientos. Hasta cuestionaban la validez científica de sus estudios. Todavía hay puertorriqueños enredados en esos complejos coloniales de inferioridad y también de superioridad. Para algunos, nuestro pasado indígena es una vergonzosa humillación. Se trata de seres primitivos que andaban casi desnudos, no tenían escritura ni tampoco grandes edificaciones

y monumentos. Algunos piensan con desdén e ignorancia que si por lo menos los Taínos hubiesen sido Mayas o Aztecas no sería tan mala la cosa.

Hagamos un poco de historia y examinemos algunos elementos claves de esta gran contribución arqueológica de Ricardo Alegría, a quien sin lugar a dudas podemos declarar como el arqueólogo mayor de nuestra cultura e identidad nacional. La pasión de Ricardo Alegría por la investigación arqueológica nunca fue un mero pasatiempo. Todavía no hay quien iguale su sólida preparación científica en las mejores universidades de su tiempo, Maestría en Chicago (1945) y Doctorado en Harvard (1952), ambos grados bajo la guianza de prestigiosos arqueólogos y antropólogos del momento.

Para Alegría esta búsqueda de raíces, de pistas en nuestra pasada historia comenzó en la década del 1940. Estudió los escritos de Eugenio María de Hostos, Cayetano Coll y Toste, Agustín Stahl, Adolfo de Hostos y tantos otros puertorriqueños a quienes el tema indígena apasionaba de diversos modos y con variados enfoques. Pero a su inicial interés en la arqueología le faltaban cuatro

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cosas: Primero, otorgarle el carácter científico, objetivo, sistemático, que permitiera ofrecer una base concreta al gran proyecto cultural que en su mente se estaba gestando; segundo, definir con elementos reales, no imaginarios o románticos, la verdadera raíz indígena de nuestra identidad cultural; tercero, ofrecerle a la herencia indígena una dirección estable por medio de la creación de organismos estatales, incluyendo salas y museos, donde se promoviese su investigación, promoción; y cuarto, educar activamente a los estudiantes y al pueblo en general en el aprecio de nuestra herencia indígena por medio de libros, revistas, películas y documentales, comenzando desde los grados primarios. Su vida profesional la dedicó a cumplir con estas cuatro grandes metas. No debe haber sido casualidad que la arqueología fuera su primer compromiso profesional. Y aunque luego se dirigió por otros caminos, la arqueología siempre estuvo en su mente y en su corazón. Con el conocimiento estrecho que tuve de Ricardo Alegría creo que no había otra cosa que apreciara tanto como la visita anónima a un yacimiento arqueológico. Durante mi vida como arqueólogo siempre me fue a visitar a los diversos yacimientos que excavé dándome siempre ánimo y apoyo de todo tipo. Fue además el director de mi tesis de Maestría titulada “Arqueología de Collores” (1983) del Centro de Estudios Avanzados del Puerto Rico y el Caribe (CEAPRC). Son testigos también de este gran compromiso sus interminables publicaciones sobre temas arqueológicos y etnohistóricos y la gran importancia que tuvo esta disciplina en el CEAPRC.

Alegría siempre estuvo dispuesto a apoyar incondicionalmente el desarrollo profesional de los arqueólogos jóvenes. Son muchos los que sentimos un agradecimiento profundo por la ayuda proporcionada (de todo tipo), en nuestras carreras profesionales.

Como tantas otras áreas de la cultura, para Ricardo Alegría, la práctica de la arqueología representaba una misión muy profunda. Había que conocer cómo se investiga el pasado y adquirir las más variadas destrezas técnicas, teóricas y metodológicas. Pero lo más importante para él era el compromiso, la misión cultural, la visión de la arqueología como un mecanismo de interpretación del pasado y del enriquecimiento del presente. Como profesor y mentor, don Ricardo nos enseñó que la investigación científica tiene un espacio académico, y hay que respetarlo. Pero el conocimiento no puede limitarse a discusiones teóricas que nunca se resuelven completamente. Había que transmitir ese conocimiento a los estudiantes y al pueblo en general, y este fue su gran acierto, no sólo en la arqueología, sino en tantas otras manifestaciones de la cultura.

Durante su extensa carrera como arqueólogo Ricardo Alegría colaboró con grandes figuras de la arqueología norteamericana y latinoamericana. Algunos de ellos realizaron junto a él investigaciones en Puerto Rico. Pero no se limitó a investigar y a publicar con estos reconocidos investigadores. Le permitió a sus estudiantes el poder estudiar y colaborar también con figuras como Irving Rouse, Gordon Willey y Peter Roe de los Estados Unidos, Marcio Veloz Maggiolo y Manuel García Arévalo de la República Dominicana, Mario Sanoja e Iraida Vargas de Venezuela, Lourdes Domínguez y Jorge Febles de Cuba, y Hugo Ludeña del Perú. Todos ellos ofrecieron cursos y dictaron conferencias en el CEAPRC. Algunos formaron parte de la facultad del exitoso programa de Maestría en Arqueología que se estableció formalmente en el CEAPRC bajo mi dirección a partir del 2008. Estos son tan solo algunas figuras de gran renombre en nuestros países cercanos que fueron invitados por Alegría para adiestrar y educar varias generaciones de

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arqueólogos e investigadores de las culturas precolombinas antillanas. Es un ejemplo más de su desprendimiento, compromiso con la continuidad de la arqueología y, la investigación cultural y con sus estudiantes.

Alegría también estuvo muy activo en promover las organizaciones profesionales en Puerto Rico y el Caribe. Fue miembro fundador de la Mesa Arqueológica que sesionó en La Habana, Cuba en el 1952; y de la Asociación Internacional de Arqueología del Caribe (AIAC). Fuimos los editores de las Actas del XV Congreso Internacional de Arqueología de Puerto Rico que sesionó en Puerto Rico en el 1993 bajo los auspicios del CEAPRC. Esta publicación contiene 60 ponencias sobre temas arqueológicos y es un documento muy valioso para aquellos que quieren ponerse al día en torno a la arqueología caribeña.

Precisamente, en este ámbito, Ricardo Alegría tuvo a su haber grandes logros concretos en la investigación arqueológica en Puerto Rico. Por ejemplo, realizó el primer descubrimiento de restos materiales de la cultura Arcaica en Puerto Rico en la Cueva de María la Cruz en Loíza. Se trata de la confirmación de la existencia de comunidades cazadoras y recolectoras de la llamada Edad de Piedra que habitaron la isla desde una antigüedad cercana a los cinco mil años antes del presente. Logró también la identificación de la fase más temprana de la Cultura Igneri con su característica cerámica pintada en colores blanco sobre rojo y en ocasiones policromada. Los Igneris también tallaban amuletos de piedra y enterraban a sus difuntos en posición flexada o acuclillada. El descubrimiento de esta Cultura Igneri ocurrió precisamente en la finca de Hacienda Grande, Loíza, que había pertenecido a doña Elisa Gallardo, la abuela materna de don Ricardo.

Junto a Irving Rouse, arqueólogo de la Universidad de Yale y máxima autoridad de la arqueología antillana, Alegría estableció la primera cronología absoluta basada en pruebas de Carbono 14 para la prehistoria de Puerto Rico. Algo fundamental en su obra dentro del Instituto de Cultura Puertorriqueña lo fue la adquisición y restauración del Centro Ceremonial Indígena de Caguana, Utuado. Se trata del más importante sitio arqueológico de Puerto Rico y posiblemente del Caribe, por la complejidad de sus plazas y juegos de pelota, y porque se trata del conjunto de tallas

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de arte rupestre más elaborado de todo el Caribe.

Mientras dirigió el Museo de la Universidad de Puerto Rico y luego el Instituto de Cultura Puertorriqueña, adquirió para el disfrute de los puertorriqueños y visitantes una serie de valiosas colecciones arqueológicas locales, algunas de las cuales estaban en peligro de salir del país o perderse para siempre. También los principales Museos y Salas Arqueológicas fueron fundados y diseñados por Alegría, con la estrecha colaboración de su esposa Mela Pons.

La bibliografía arqueológica de Ricardo Alegría es una de las más variadas y extensas entre los arqueólogos del Caribe. Incluye publicaciones tanto científicas como populares que abarcan temas como: las excavaciones en Hacienda Grande y la Cueva de María la Cruz en Loíza; el más completo estudio sobre el juego de pelota de los indios antillanos; y valiosas investigaciones sobre los caciques de Puerto Rico. Además, ha escrito

sobre la manera en que se representaban los indios durante la conquista y colonización de América. Su libro para estudiantes de escuela primaria “Historia de Nuestros Indios” sigue siendo lectura obligada para todos nuestros estudiantes.

Se puede decir mucho más, muchísimo más sobre don Ricardo y la arqueología de Puerto Rico. No obstante, sólo voy a mencionar su estrecha relación con la entonces llamada Universidad del Turabo, hoy conocida como Universidad Ana G. Méndez, Recinto de Gurabo desde mediados de la década del 1970. Ricardo Alegría fue el que sugirió el nombre taíno que tuvo la Universidad del Turabo. Fundó además, su Museo y Centro Humanístico, y promovió las investigaciones y excavaciones en yacimientos como Cagüitas, Loíza y Punta Candelero, Humacao, que tanto reconocimiento le han dado a la institución.

Conclusión

El que Ricardo Alegría fuese un dedicado arqueólogo profesional es como una especie de metáfora de su vida. Pues comprometido con su pueblo localiza y excava con paciencia y extremo cuidado los vestigios culturales más antiguos de la sociedad en que vive, para luego estudiarlos, clasificarlos, analizarlos y en resumidas cuentas utilizarlos para reconstruir la historia antigua de ese pueblo. El buen arqueólogo une los pedazos del pasado con paciencia y dedicación. Eso es exactamente lo mismo que hizo Ricardo Alegría durante toda su vida en todos los ámbitos en que se desempeñó: escudriñar y desenterrar del pasado y del olvido todo aquello que nos identificaba culturalmente y que nos unía como pueblo. Ricardo Alegría ha sido, para todos los efectos, el arqueólogo mayor de nuestra cultura puertorriqueña. Por su obra le estaremos eternamente agradecidos.

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Bibliografía

Alegría, Ricardo E.

Historia de nuestros indios. Versión elemental; ilustr. por Mela Pons de Alegría, 1ª ed. Departamento de Instrucción Pública, 1950.

“The Ball Game Played by the Aborigenes of the Antilles.” American Antiquity 16, no. 4 (1951): 348-353.

“The Archaic Tradition in Puerto Rico.” (Alegría, Ricardo, H.B. Nicholson, and Gordon R. Willey). American Antiquity 21, no. 2 (1955): 113-121.

“Las relaciones entre los tainos de Puerto Rico y los de La Española.” Revista del Instituto de Cultura Puertorriqueña, no. 63 (abril-junio 1974): 31-33.

“El uso de gases nocivos como arma bélica por los indios Tainos y Caribes de las Antillas.” Journal de la Société des Americanistes LXIII (1974-1976): 302-308.

Apuntes en torno a la mitología de los indios tainos de las Antillas Mayores y sus orígenes suramericanos. San Juan: Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe y Museo del Hombre Dominicano, 1978.

Las primeras representaciones gráficas del indio americano (1493-1523). San Juan: Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe e Instituto de Cultura Puertorriqueña, 1978.

El uso de la incrustación en la escultura de los indios antillanos. San Juan: Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe y Fundación García Arévalo de Santo Domingo, 1981.

Ball Courts and Ceremonial Plazas in the West Indies. New Haven: Yale University Publications in Anthropology, no. 79 (1983).

“On Puerto Rican Archaeology.” American Antiquity 31, no. 2 (1985): 246-249.

Excavations at María de la Cruz Cave and Hacienda Grande Village Site, Loíza, Puerto Rico. New Haven: Yale University Publications in Anthropology, no. 80 (1990).

Actas del XV Congreso Internacional de Arqueología del Caribe (IACA), coeditado por Ricardo E. Alegría y Miguel Rodríguez. San Juan: Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe, 1995.

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Cueva María La Cruz de Loíza

RICARDO ALEGRÍA Y LAS POLÍTICAS CULTURALES DEL SIGLO XX

“Cultura es sobre todo, concepto y manera de vida; es estado espiritual que define la fisonomía de una gente, de una nacionalidad”

Un curso compartido

En enero del 2005, tuve el privilegio de proponerle al Dr. Ricardo E. Alegría que impartiéramos un curso para estudiar las aportaciones de sus 18 años en la dirección del Instituto de Cultura Puertorriqueña. Por ello, ofrecimos conjuntamente en el Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe, el curso Políticas culturales en Puerto Rico: El Instituto de Cultura Puertorriqueña, 19551973. En esa ocasión, con su acostumbrada sonrisa y amabilidad me indicó, “encárgate de las teorías, que yo hablaré de lo que hicimos”. Así iniciamos una reflexión sobre las políticas culturales puertorriqueñas que hoy comparto con el lector.

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Principios conceptuales para el estudio de la cultura

Le propuse exponer las principales teorías culturales vigentes, con el propósito de contextualizar el significado de la obra del Instituto, así como de todas las valiosas instituciones y programas culturales fundados por él. Propuse la importancia de la responsabilidad gubernamental contemporánea con la administración de los bienes culturales. Reconocimos y reconocemos aún más en nuestro presente, cómo, el estudio, protección, gestión y difusión de los bienes culturales ocupa de manera creciente las preocupaciones profesionales y administrativas de los responsables de los bienes culturales nacionales.

Ambos reconocimos que esta responsabilidad se enlaza con el reconocimiento, difusión y respeto de los derechos culturales, el establecimiento de políticas culturales amplias que favorezcan a la población y los creadores y el establecimiento de políticas culturales internacionales, fundamentales para el crecimiento de las culturas nacionales. Por ello, compartimos con nuestros estudiantes que el derecho a la cultura ha sido reconocido como el que tiene toda persona para emprender las actividades intelectuales y estéticas que trascienden la educación. De igual forma, este derecho inalienable integra además el acceso al saber, a la literatura y las artes, al igual que su disfrute por amplios sectores de la población. Se refiere no sólo a la apreciación pasiva de los logros culturales alcanzados, sino que incluye además la posibilidad de contribuir activamente al progreso del saber y de la creación de obras de arte. Responde a las responsabilidades crecientes del Estado moderno y debe incorporar las culturas étnicas, las expresiones multiculturales y la comunicación social, al igual que las culturas educativas, recreativas y sociales. En fin, se reconocen como derechos humanos

fundamentales, así como la defensa de la identidad cultural y los derechos de la comunidad nacional, en constante transformación histórica1.

Expusimos, que las políticas culturales integran una disciplina orientada al desarrollo cultural, los derechos culturales el patrimonio cultural, la creación artística, las industrias culturales y las relaciones internacionales. En 1967, fue definida en la Conferencia de la UNESCO en Mónaco, como responsabilidad de gestión administrativa y presupuestaria que debe orientar la promoción del Estado, más allá de la esfera educativa. Reconoció que cada estado establecería su política cultural respondiendo a su contexto económico, social y político propio, en función de sus propios valores reconocidos nacionalmente. Su acción se dirige a la defensa y promoción del patrimonio cultural, la cultura artística, las industrias culturales, las casas de la cultura y las expresiones diversas de la cultura popular. Consideró como protagonistas a escritores, artistas, otros creadores, las instituciones y las industrias culturales2. En los valores identificados anteriormente, Alegría fundamentó sus propuestas y proyectos culturales para todo el país, cimentados en estos principios y en su visión antropológica-cultural, estableció nuevas iniciativas internacionales.

Finalmente, acordamos consignar que las relaciones culturales internacionales mantienen tres objetivos claramente definidos, a saber: el enriquecimiento de las expresiones culturales internacionales; la democratización de las comunicaciones; la promoción y enriquecimiento educativo y el fomento del conocimiento sobre la historia de la nación. De igual forma, promueve la interdependencia cultural internacional y la exaltación y respeto de la identidad cultural de las naciones3.

1. Edwin R Harvey, Derechos culturales en Iberoamérica y el mundo (Madrid: Editorial Tecnos y la Sociedad Estatal Quinto Centenario, 1990), 45-48.

2. Edwin R Harvey, Políticas culturales en Iberoamérica y el mundo: Aspectos Institucionales (Madrid: Editorial Tecnos y Sociedad Estatal Quinto Centenario, 1990), 15.

3. Edwin R Harvey, Relaciones culturales internacionales en Iberoamérica y el mundo: Instituciones Fundamentales (Madrid: Editorial Tecnos y Sociedad Estatal Quinto Centenario, 1991), 19-20.

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Las primeras iniciativas innovadoras

Desde su regreso a Puerto Rico del período de estudios superiores en 1949, encontramos al Dr. Alegría organizando y desarrollando nueva programación y museología, desde el Museo de Historia, Antropología y Arte, así como del Centro de Investigaciones Históricas de la Universidad de Puerto Rico. En esta oportunidad, con la intención de “demostrar la existencia de una tradición cultural puertorriqueña”, tan subordinada por el extenso proceso de Americanización iniciado en 1898. De esta forma, inició un proyecto integrado con el interés de exponer una visión multidisciplinaria de las expresiones y aportaciones culturales puertorriqueñas, desde la época precolonial, la conquista y la colonización, hasta el siglo XX, como largo proceso forjador de las identidades compartidas en la nación puertorriqueña.

Desde esta institución desarrolló el mapa arqueológico de Puerto Rico; promovió las excavaciones arqueológicas en Luquillo (1947), Loíza (1948), Utuado (1949), Ponce (1950) y Mona (1951). Promovió los estudios etnográficos, los dedicados a la música popular, las expresiones afro-criollas, al igual que estableció los laboratorios arqueológicos y promovió el cine documental con el cortometraje de las Fiestas de Santiago Apóstol en Loíza. En el Museo, fortaleció las colecciones artísticas, promoviendo la obra de José Campeche y Francisco Oller; al igual que las colecciones folklóricas, con sus tallas de santos e imaginería popular; rescató el legado del afro-puertorriqueño; desarrolló exposiciones rodantes que visitaron todos los municipios y fortaleció estas iniciativas con el uso de los medios de comunicación. Con el apoyo del reconocido arquitecto Henry Klumb, inició la construcción del Museo en seis etapas, entre 1956 y 1959.

El Instituto de Cultura Puertorriqueña 1955-1960

A finales del 1955, el Gobernador Luis Muñoz Marín se propuso adelantar su tercer proyecto estratégico de gobierno. Establecido el proyecto político con Estado Libre Asociado en 1952 y desarrollado el económico con la Operación Manos a la Obra, impulsó el tercero con la llamada Operación Serenidad. Reconoció la necesidad de que una sociedad que hubiese superado la “necesidad” debería utilizar su fuerza económica creciente para “la ampliación de la libertad, el conocimiento y la imaginación comprensiva”. En sus mensajes destacó consistentemente el propósito de que “la economía debe servir a la cultura”.

Respondiendo a este objetivo estratégico, se aprobó la Ley 89 del 21 de junio de 1955, con la cual se creó el Instituto de Cultura Puertorriqueña, reconociéndolo y facultándolo a ser la institución que estableciera la política cultural. Por ello, se definió su propósito para “contribuir a conservar, promover, enriquecer y divulgar los valores culturales del Pueblo de Puerto Rico y su más amplio y profundo conocimiento y aprecio.”4

Designado por la Junta de Directores, Alegría se dispuso a desarrollar una iniciativa multidisciplinaria profunda, dirigida a superar 57 años de abandono y subordinación cultural, consistente con su educación como antropólogo cultural y fundamentado en sus experiencias universitarias en las universidades de Chicago y Harvard. Sometió un plan de trabajo de dieciocho meses con seis áreas fundamentales, a saber, conservación, restauración, recolección, estudios, divulgación y promoción5. Esta propuesta de dieciocho meses se transformó en su plan de trabajo de dieciocho años.

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4.Cámara de Representantes de Puerto Rico, Segunda Asamblea Legislativa del 1953-1956, Expediente del P. de la C. 1381, propuesto por el Hon. Ernesto Ramos Antonini, para establecer el Instituto de Cultura Puertorriqueña y definir sus propósitos, poderes y funciones. Biblioteca de los Servicios Legislativos. 5.Ricardo E. Alegría. Los primeros dieciocho meses del Instituto de Cultura Puertorriqueña, de diciembre de 1955 a junio de 1957. Programa de actividades sometido a la consideración de la Junta de Directores por el Director Ejecutivo.

Entre los logros más sobresalientes del período del 1955 al 1960, destacaron la habilitación del Antiguo Hospital Provincial como futura sede para la operación del Archivo General de Puerto Rico. Su programa adelantó los objetivos de organizar la Colección de Manuscritos e Impresos Musicales; establecer el Archivo de Mapas, Grabados y Fotografías, al igual que el Archivo de Grabaciones Musicales. En la misma estructura estableció la Biblioteca General de Puerto Rico, así como otra en la Casa Museo Luis Muñoz Rivera y una biblioteca rodante, la cual visitó todos los municipios del país. Otros programas únicos e innovadores, fueron el establecimiento de los programas de Conservación y Restauración de Monumentos Históricos, los cuales se encontraban abandonados, impactando doce monumentos. El Programa de Parques y Museos, siguiendo las iniciativas establecidas por la anterior Administración de Parques y Recreos Públicos pero ampliada y renovada con las actuales iniciativas, fundó diez museos permanentes y uno rodante. Estableció el Programa de Adquisición y Conservación de Objetos y Documentos de Valor Artístico e Histórico y estableció el Programa de Conmemoraciones Históricas y Medallas Conmemorativas.

Alegría no olvidó las actividades públicas de formación popular, con su Programa de Conferencias Públicas; el Programa de Exposiciones Artísticas e Históricas; el Programa de la Música Puertorriqueña; el Programa de Teatro; los Talleres de Arte y Artesanías; el Programa de Publicaciones; el Programa de Películas Documentales, así como un Programa de Concursos y Certámenes. Fueron cinco años de intensa acción innovadora y acertada en el rescate, la conservación y educación del país en los valores de su cultura6.

El Instituto de Cultura Puertorriqueña, 1960-1973

En este segundo informe de logros, destacó el fortalecimiento del Archivo General de Puerto Rico, y el enriquecimiento de sus colecciones de mapas, grabados, fotografías, grabaciones musicales, investigaciones orales, investigaciones folklóricas, así como importantes colecciones y documentos de interés histórico para la investigación y la consulta. Sobresalió además, el crecimiento de las colecciones de la Biblioteca General de Puerto Rico, así como las correspondientes en la Casa Museo Luis Muñoz Rivera de Barranquitas y la Casa Museo José Celso Barbosa de Bayamón. Los programas de investigaciones se ampliaron para extender los temas históricos, los arqueológicos, los folklóricos así como la ampliación de las actividades conmemorativas de los hombres y mujeres ilustres y los acontecimientos históricos emblemáticos de nuestro devenir histórico.

El Programa de Zonas y Museos Históricos cumplió con la restauración de 30 monumentos y el establecimiento de las Zonas Históricas de San Juan y Ponce. El Programa de Museos y Parques estableció 16 museos, entre los cuales destacaron el Museo del Parque Arqueológico del Centro Ceremonial de Caguana; el Museo y Parque Histórico de Caparra; el Museo de Historia Militar en el Fuerte de San Gerónimo del Boquerón; el Museo de Arte Religioso de la Ermita de Porta Coeli en San Germán; el Museo de la Familia Puertorriqueña del siglo XIX del Callejón de la Capilla; el Museo de Arquitectura Colonial; el Mausoleo de Luis Muñoz Rivera; el Museo de Bellas Artes; el Museo de la Farmacia; el Museo del Convento de Santo Domingo; el Museo del Grabado Latinoamericano; el Museo de Imaginería Popular y el Museo Rodante.

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6.Alegría, Ricardo E., El Instituto de Cultura Puertorriqueña: Los primeros 5 años, 1955-1960 (San Juan: Instituto de Cultura Puertorriqueña, 1960).

En 1973, al cesar su dirección al frente del Instituto, dejó en preparación el Museo de Casa Blanca; el Museo Infantil en el Polvorín del Bastión de Santa Elena; el Museo de las Industrias de la Caña y del Café; el Museo de Historia de Puerto Rico; el Museo de las Culturas Aborígenes de Puerto Rico; el Museo de las Américas en el Cuartel de Ballajá; el Museo del Teatro Puertorriqueño; el Museo de la Historia de la Música Puertorriqueña; el Museo de las Artes Populares; el Museo de Historia y Cultura de Ponce; el Museo del Sello Postal y el Museo del La Historia de la Moneda en Puerto Rico. De manera especial, destacó el establecimiento de la Casa del Libro, con su valiosa colección de incunables y ediciones impresas del siglo XVI, libros raros y otras colecciones de encuadernación. Todavía, a pocos meses de su deceso, se alegraba cada vez que recibía una nueva pieza adquirida para donarla al Museo de la Herencia Africana, con lo cual testimonió su entusiasmo por las aportaciones afrodescendientes a la cultura nacional.

Legó a las colecciones nacionales, numerosas y valiosas piezas de arte y de historia, para el disfrute, aprecio y orgullo de todos los puertorriqueños. Las exposiciones, concursos, portafolios, investigaciones y publicaciones, promovieron la rica herencia y las principales aportaciones del período. La creación del Bienal San Juan del Grabado Latinoamericano y del Caribe, ofreció una oportunidad única de intercambio con los artistas de la Cuenca del Caribe y del hemisferio.

Altos logros pudo reclamar para el Programa de Fomento de la Música, con los conciertos de la Banda Oficial de Puerto Rico, la Fiesta de la Música Puertorriqueña, y las investigaciones musicales. El Programa para el Fomento del Teatro Puertorriqueño, destacó con su Festival de Teatro Puertorriqueño, el Festival de Teatro Internacional, los Festivales de Teatro Infantil, Ballets de San Juan

y el Ballet Folklórico Areyto. Para el crecimiento de la industria del teatro y la música, Alegría inició la construcción del Centro de las Bellas Artes de Puerto Rico, el cual le sería arrebatado con una política cultural que condujo a intensos conflictos entre el 1980 y 1984.

Atención especial le impartió siempre al Programa para el Fomento de las Artes Populares y las Artesanías, con sus ferias artesanales. Finalmente, todos estos programas se fueron ofreciendo en los municipios, mediante las iniciativas del Programa de Promoción Cultural en los Pueblo, mejor conocido como el de los Centros Culturales, diversificando los públicos a los cuales podía llegar la obra del Instituto7

Esta obra de dieciocho años dirigiendo el Instituto, fue descrita por Alegría de la siguiente forma: “Desde el principio definimos la cultura como el producto de la integración que en el curso de cuatro siglos y medio había tenido lugar en Puerto Rico entre las respectivas culturas de los indios tainos que poblaron la isla, de los españoles que la conquistaron y colonizaron y de los africanos que ya desde las primeras décadas del siglo XVI comenzaron a incorporarse en nuestra población. También dejamos establecido que el concepto de cultura nacional abarca desde las más populares y sencillas expresiones folklóricas, hasta las más depuradas y sofisticadas manifestaciones cultas8

La escuela de artes plásticas

Un lugar muy especial de sus atenciones, le fue concedido a la Escuela de Artes Plásticas. En sus palabras describió sus orígenes: “Desde que iniciamos nuestras funciones comprendimos que para fomentar en Puerto Rico las artes plásticas se hacía necesario ofrecer facilidades a los artistas jóvenes y relacionarlos con los que ya se habían destacado en su campo. Con ese fin establecimos

7.El Instituto de Cultura Puertorriqueña 1955-1973: 18 años contribuyendo a fortalecer nuestra conciencia nacional (San Juan: Instituto de Cultura Puertorriqueña, 1978).

8.Ibid., pág. 12.

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los Talleres de Artes Plásticas, cada uno bajo la dirección de un artista de renombre, quien además de dirigir su respectivo taller, ofrecía asesoramiento y ayuda a personas dedicadas al arte- profesionales o estudiantes- además de ofrecerle el equipo correspondiente9.

El Taller de Artes Gráficas fue dirigido en sus inicios por Lorenzo Homar; el Taller de Escultura por Francisco Vázquez Díaz (Compostela); el Taller de Vidrieras Policromadas por Arnaldo Más; el Taller de Cerámica por Amadeo Bennet y el Taller de Murales y Mosaicos por Rafael Ríos Rey. Los Talleres de Arte se establecieron en 1966 en el Hospital y Cárcel Provincial de Puerta de Tierra, bajo la dirección del Dr. José R. Oliver. En 1976 se trasladaron a la Casa de Locos del Campo del Morro, antiguo manicomio de San Juan. Este período le correspondió al pintor Félix Rodríguez Báez, quien no sólo se destacó como integrante de la Generación del 1950, sino que fue además uno de los pioneros de la programación de televisión en Puerto Rico. Entre 1983 y 1987, me correspondió el privilegio de dirigir esta comunidad de aprendizaje artístico como su tercer Director, adelantando su reorganización interna, ampliando su oferta y servicios, su proyección internacional y su acreditación institucional.

Del Centro de Estudios Puertorriqueños al Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe

En 1942, el Dr. Alegría publicó en la Revista Caribe un importante artículo fundacional el cual tituló El Centro de Estudios Puertorriqueños. En esta publicación adelantó la que sería su agenda académica desde el 1973, con la creación del Programa de Estudios Puertorriqueños del Instituto de Cultura Puertorriqueña. Reconociendo la subordinación cultural producto del colonialismo por cuarenta y cuatro años y rechazando la política

universitaria de la Casa de Estudios, anticipó su concepción de lo que he llamado la Casa de la Cultura Puertorriqueña.

En el artículo advirtió: “Es por esto que se hace imprescindible la creación inmediata de un centro de estudios que comience a revalorizar lo nuestro, que nos muestre que tenemos valores de los cuales estar orgullosos; que veamos que nuestros cuatro siglos de cultura han dado sus frutos (y) que nos ayude a crear una conciencia nacional.”10

Durante la llamada Revolución Cultural Mundial de la década del 1960-1970, se generalizó un reclamo por la oferta de estudios étnico-culturales en distintas instituciones de Estados Unidos. Estos reclamos de profundidad comunitaria y política, condujeron a la creación de los llamados Black Studies y posteriormente de los Estudios Puertorriqueños. En el proceso de creación de estos programas de afirmación puertorriqueña en los estudios superiores estadounidenses, el Dr. Alegría tuvo una participación importante con sus iniciativas en Leeman College, Hunter College y la Universidad del Estado de Nueva York (SUNY).

En 1972 se estableció el Centro de Estudios Puertorriqueños del Instituto de Cultura Puertorriqueña, bajo la dirección del Dr. Alegría y de los doctores Luis Nieves Falcón, José Ramón de la Torre y Arturo Santana. Me correspondió el privilegio de integrarme a su segunda clase en 1973. Finalmente, Alegría solicitó del Consejo de Educación Superior de Puerto Rico, el establecimiento del Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe, siguiendo los lineamientos del establecido por la Universidad de Princeton y la organización iniciada por el Gobernador Luis Muñoz Marín, Jaime Benítez, Pablo Casals y el Dr. Roberto Buxó. Estos fueron los orígenes de esta importante institución que ya ha trascendido cuatro décadas y fue dirigido por

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9.Ibid., págs. 141-142. 10. Ricardo E. Alegría, El Centro de Estudios Puertorriqueños, Revista Caribe I, no. 4 (1942).

Alegría durante veinticinco años. Me correspondió el privilegio de cubrir la posición del Decano Académico y Catedrático por dieciocho años, pudiendo testimoniar la importancia singular de la institución en nuestro archipiélago, Estados Unidos, Europa y la Cuenca del Caribe.

Pasando juicio sobre la obra del Centro, luego de su gestión, Alegría consideró su legado académico:

“El Centro ha sido muy importante en la formación de profesores que hoy día están desparramados por el país, en universidades, colegios y escuelas superiores en donde están llevando un conocimiento más rico de nuestra cultura nacional. Al igual que el Instituto de Cultura, ha contribuido a este florecimiento de la puertorriqueñidad que estamos viendo.”11

El Museo de las Américas

En 1992 se inauguraron las obras de restauración del Barrio Ballajá y del Cuartel Militar. Con anterioridad, se restauró y ocupó el Antiguo Asilo de Beneficencia como sede del Instituto de Cultura Puertorriqueña. Estas estructuras, junto a la Escuela de Artes Plásticas en la Casa de Locos y del Convento de los Dominicos con anterioridad, servirían para adelantar el desarrollo del proyecto del Área Cultural del Campo del Morro, como una oferta excepcional de naturaleza educativa, recreativa, cultural y turística, para el beneficio del Pueblo de Puerto Rico y los visitantes internacionales. El proyecto, concebido y desarrollado por Alegría anticipó el establecimiento de la Galería Nacional de las Artes en el Convento de los Dominicos, el desarrollo del Museo de las Américas en el Cuartel de Ballajá, con donativos de obra para sus colecciones permanentes procedentes de todos los pueblos del hemisferio. Incluía además en su visión, espacios para las Academias Puertorriqueñas de la Lengua y la Historia, así como espacios para el comercio y la recreación.

Alegría fundó el Museo de las Américas en 1992, como su última obra cultural, con el propósito de “promover la historia y la cultura del continente, desde Alaska hasta la Patagonia”. Lamentablemente, las limitaciones de miras en nuestra política electoral impusieron un retraso a este proyecto desde el 1993.

La candidatura como miembro asociado de la UNESCO

Alegría resultó ser además un adelantado de la descolonización cultural y política del país, no sólo por la inmensa y no superada obra, sino por el reclamo de la soberanía cultural del Pueblo de Puerto Rico presentando la del país candidatura como miembro asociado ante esta organización cultural internacional de la Organización de las Naciones Unidas. Durante la década del 1980, mantuvo constantes reclamos ante este organismo internacional, el gobierno de Puerto Rico y el Departamento de Estado de Estados Unidos, en torno al derecho inalienable del pueblo puertorriqueño a su cultura y disfrute, así como el derecho a compartirla a nivel internacional. Al presente, no existe impedimento insuperable a este reclamo, excepto las posiciones que evidencian debilidad por parte de los gobiernos puertorriqueños.

Por más de dos décadas reclamó y reiteró su compromiso de “reconocer el derecho a conservar, defender y fomentar nuestra cultura nacional y por consiguiente a formar parte de la UNESCO”. Importantes reclamos sobre este derecho le fueron presentados al Gen Colin Powell, Secretario de Estado de Estados Unidos y posteriormente a Condoleezza Rice, reclamando ante ambos, el ingreso de Puerto Rico al cuerpo cultural internacional. Las divisiones partidistas promovieron su fracaso.

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11. Pedro Reina Pérez, La semilla que sembramos (San Juan: Editorial Cultural, 2003), 162.

Resistencia y esperanza en la conciencia para el futuro

Compartí con Alegría una relación de treinta y ocho años, como estudiante, como mentor durante mis veinte años como funcionario del Instituto de Cultura Puertorriqueña y luego durante dos décadas como profesor y decano en el Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico. Durante todos esos años, fructíferos e irrepetibles, pude conocer al ser humano excepcional, humilde, generoso y gentil. Lo conocí además como un excepcional y hábil administrador de complejas instituciones gubernamentales, educativas y culturales, cuya obra transparente contrasta con la turbia corrupción de los tiempos contemporáneos. Contrasta esta descripción con su fortaleza constituida por principios profundos, la capacidad para la resistencia cultural, un liderato indiscutible y valentía ante el poder de todo tipo. Maravilla su capacidad inigualable para crear instituciones de servicio educativo y cultural al país, pero además, el reconocimiento internacional excepcional e irrepetido, con el cual se convirtió en receptos de sobre más noventa distinciones. Entre éstas, las más significativas son las que se le conceden a individuos excepcionales en Estados Unidos, Chile, España, República Dominicana, Cuba, e incluso por la UNESCO. Sobresale su espíritu de cooperación antillana, con los proyectos de colaboración con los pueblos de la Cuenca del Caribe, particularmente Cuba y República Dominicana.

Finalizo este breve escrito en celebración de su centenario, con una anécdota que contó en la intimidad de su hogar. Recordó sus vivencias entre los indígenas Winnebago, cuando una joven lo llamó “Kipiesquega” con su significado de “joven de los ojos tristes”. En esa comunidad, un anciano sabio le preguntó, “amigo, ¿ha sido también conquistada tu tribu? Imagino su respuesta y conocí como se dedicó por seis décadas a construirla desde la fortaleza de la cultura.

Cierro estos apuntes breves con las palabras sabias y generosas de una Maestra para todos los tiempos, dedicada como los maestros y maestras de esta Asociación que tantos buenos servicios le han rendido a Puerto Rico y al bienestar de nuestras juventudes desde la entrega a la educación. Inés María Mendoza, quien fuera su admirada maestra, evaluó y agradeció su obra, con su acostumbrada claridad y sencillez:

“El patrimonio nacional y cultural estaba descuidado en el país, casi en abandono. Para tratar de recuperarlo y para que toda generación aportara lo suyo se creó el Instituto de Cultura Puertorriqueña. La gente de Puerto Rico se queda maravillada de lo que con poco dinero ha logrado el Instituto. Tal vez el mayor logro ha sido fortalecer el respeto y la estima de los puertorriqueños por sí mismos, por lo que han sido y quieren seguir siendo.

Y esto lo ha hecho Ricardo Alegría con su genio para la sencillez y el buen gusto, con su modestia, laboriosidad y su manera maravillosa y ejemplar de rendir el escaso dinero del pueblo para devolvérnoslo con creces en monumentos que él resucita de la piedra muerta, en las hermosas casas y calles que nos saca de la ruina, en las plazas, iglesias y parques, que como si hubieran sido escondidos, el nos la va encontrando. En solo veinte años, Ricardo ha enriquecido, rescatándola, la viejísima hermosa herencia casi perdida y ante la mirada asombrada de los niños, le ha revelado su historia…Gracias Ricardo.”12

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12.Ricardo E. Alegría, El Instituto de Cultura Puertorriqueña: 18 años contribuyendo a fortalecer nuestra conciencia nacional, 1955-1973, 244-245.

EL ABARCADOR MAGISTERIO DE RICARDO ALEGRÍA

“Todo lo que yo he hecho -mis libros, mis investigaciones, las exhibiciones que he preparado, mi trabajo en las diferentes instituciones en las que he servido- lo he hecho con una intención didáctica. He querido enseñarles a los puertorriqueños la riqueza de su cultura”, dijo don Ricardo Alegría en una ocasión. Durante toda su vida ejerció ese magisterio, enseñándoles a sus compatriotas lo que significa ser puertorriqueño.

Aunque Alegría, cuyo centenario se celebró en el 2021, fue -efectivamente- profesor universitario en el Departamento de Historia de la Universidad de Puerto Rico (UPR) en Río Piedras, sus enseñanzas abarcaron mucho más que su cátedra y han perdurado en el tiempo después de su muerte en el 2011. Su visión de lo que es la cultura de un pueblo transformó la manera en que los boricuas nos consideramos a nosotros mismos. Como antropólogo (el primer puertorriqueño en serlo profesionalmente), incluía en el concepto de ‘cultura’ no sólo aquellas disciplinas y menesteres tradicionalmente considerados como tal -la literatura, las bellas artes, la música sinfónicasino también el quehacer entero de una sociedad, las diversas formas en que un grupo humano se enfrenta a los retos impuestos por su entorno y su historia. Fundamentándose en esa visión abarcadora organizó el Instituto de Cultura Puertorriqueña desde que fue nombrado como

su primer director ejecutivo en 1955. Favoreció no sólo los saberes y las prácticas prestigiadas por la tradición europea, sino las artes populares, las artesanías, el folklore, la música típica y los bailes del país, creando secciones específicas dedicadas a atender cada uno de tales renglones.

Nos enseñó, además, el valor del patrimonio edificado. Le dio prioridad en el Instituto a la renovación y restauración del Viejo San Juan, amenazado por el deterioro y -aún más- por una mentalidad que pretendía arrasar sus edificaciones para convertirla en una urbe moderna, un “Nueva York chiquito,” como decían algunos. Alegría creó una comisión para la preservación de la ciudad, comisión que la renovó, reconstruyó y embelleció.

A él se debe que el San Juan cuyos 500 años hemos celebrado, sea ejemplo perdurable de la grácil arquitectura colonial del trópico. Además, hizo accesible a los puertorriqueños monumentos que les habían sido vedados durante siglos: los fuertes

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Testimoniales
Carmen Dolores Hernández

de San Felipe del Morro y de San Cristóbal; la Casa Blanca (vivienda de nuestro primer gobernador), y el convento de los dominicos (sede de la primera institución de enseñanza superior que tuvo la Isla).

Algunos años antes de morir restauró también el cuartel de Ballajá, el último edificio monumental construido por España en las Américas. Es en las calles de esa ciudad nuestra, admirados ante esos edificios monumentales, que podemos contemplar nuestra historia hecha piedra.

Pero don Ricardo no se limitó a conservar y estudiar la historia de la conquista española de Puerto Rico. Antes de dirigir el Instituto fue director del Museo de Historia, Antropología y Arte de la UPR (1946-1955; fue director auxiliar durante los primeros dos años). Se interesó entonces en el folklore negro y en la historia de los que fueron los primeros pobladores de Puerto Rico.

De 1949 data el primer documental en colores que se hizo en la Isla y que Alegría dirigió: “La fiesta de Santiago Apóstol en Loíza Aldea”. En él recogió las ceremonias, las canciones, los ritos, los bailes y los disfraces que acompañan la fiesta. Quería testimoniar así la vitalidad de la cultura negra en el país y el sincretismo de las tradiciones africanas con aspectos de la cultura europea. Aún puede verse la cinta, que destaca a los vejigantes, las “brujas” y los “caballeros,” con sus bailes y cantos. Tan ajeno estaba todo ello en aquel momento, de la noción de cultura puertorriqueña, asociada entonces a la derivada del estudio y los modelos europeos, que la película fue un escándalo para muchos que pensaron que se trataba de una desacralización peligrosa de los saberes consagrados.

Desde su temprana juventud, Alegría se había interesado también por el mundo indígena. De niño coleccionaba las pequeñas tallas de los indios que encontraba en la finca de su familia materna en las afueras de Loíza Aldea. Organizó con ellas un “museíto” que enseñaba con orgullo a sus amigos. De estudiante universitario iba con sus amigos a excavar lugares indígenas en el este de la Isla, sobre todo en Luquillo, donde encontró piezas importantes, entre ellas una talla en hueso

de manatí a la que llamó, con cierto humor, “la Venus de Luquillo”. En 1948 hizo excavaciones en la cueva María la Cruz de Loíza Aldea, donde encontró evidencia de la presencia de los indios arcaicos, los primeros en llegar a Puerto Rico, cuya cultura era pre-agrícola y pre-cerámica. Allí mismo encontró luego evidencia de la existencia de unos indígenas agricultores, los igneri o saladoides en una fase que llamó, justamente, Hacienda Grande.

Lugar de gran interés para el joven arqueólogo fue también el barrio de Caguana, en Utuado, ya excavado por un arqueólogo estadounidense en 1915. Además de los hallazgos de Alden Mason, Alegría encontró varias plazas ceremoniales y grandes monolitos de granito inscritos con petroglifos que no habían visto los científicos anteriores. Años más tarde, siendo ya director del ICP, Alegría adquirió los terrenos y estableció el Parque Ceremonial Indígena de Caguana que hoy día se puede visitar.

El magisterio de Alegría -que ejerció también en sus libros, algunos dirigidos expresamente a los niños- amplió la inclusividad del término “puertorriqueño” para que en él, entraran también los primitivos pobladores de Puerto Rico y los negros descendientes de esclavos, cuya presencia en la Isla data del siglo XVI. Esa amplitud ha tenido un efecto profundo y modificador sobre la mentalidad puertorriqueña. Todos somos, en cierto sentido, discípulos de Ricardo Alegría.

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RICARDO ALEGRÍA Y LA ESCUELA PUERTORRIQUEÑA EN MI MEMORIA

Ricardo Alegría fue un defensor de la educación pública. Siempre profesó respeto y admiración por el magisterio puertorriqueño. Estudió y se formó en las escuelas públicas de San Juan. Entendió con claridad el papel histórico de la escuela puertorriqueña en la afirmación de nuestra identidad nacional, así como lo que ésta ha representado en la formación de estudiantes que cultivan y atesoran nuestra historia, cultura y valores patrios.

Para demostrarlo narraba experiencias personales vividas como alumno. En tiempos en los que se utilizó la escuela como instrumento de norteamericanización nos narró que le correspondió participar como alumno en una actividad que se celebraba en su escuela (José Julián Acosta) en la cual desfilaban los estudiantes representando hombres ilustres de la historia de Estados Unidos. Nos indicó que prefirió vestirse de Patrick Henry por recomendación de su padre, pues Patrick Henry luchó por la libertad y la independencia de su país. No podían recriminarlo las autoridades escolares ya que durante el desfile por las calles de San Juan iba proclamando “Give me liberty or give me death”, palabras textuales pronunciadas por el personaje que como niño representaba. Así también narraba que cuando estudió en la Escuela Superior Central fue alumno de Inés María Mendoza, quien posteriormente se convetiría en la esposa del primer gobernador electo por los puertorriqueños, Luis Muñoz Marín. Afirmó don Ricardo que admiró siempre a su maestra de español porque le ayudó en la afirmación de sus valores

patrios y por su compromiso en la enseñanza de la lengua materna. Cuando su maestra expresó con vehemencia su oposición a la enseñanza en inglés, terminaron sacándola, despido que provocó indignación en diversas instituciones del país como lo fue la Asociación de Maestros de Puerto Rico. De esa experiencia con su maestra de español, afirma don Ricardo, que despertó en él, el compromiso político con su país y con los valores históricos y culturales que su pueblo representaba. De este período histórico emerge lo que se denominó en nuestra historia de la educación como la “batalla del idioma”, que a finales de la década de 1940 culmina con la aprobación del español como lengua de enseñanza en Puerto Rico.

El estrecho vínculo de Ricardo Alegría con la escuela puertorriqueña queda comprobado con su amplia bibliografía de textos escolares y otros libros publicados con una finalidad didáctica. Una aportación pionera al currículo escolar, fundamentalmente para la enseñanza de Estudios Sociales, fue el libro para el nivel elemental Los indios de Puerto Rico, cuya primera edición se produjo en 1950. Esta obra, con múltiples ediciones sucesivas, por más de cincuenta años contribuyó al conocimiento en la escuela elemental de la historia y cultura de nuestros pueblos originarios,

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Víctor Hernández Rivera

tradicionalmente conocidos como indios de Puerto Rico. Es de rigor reconocer que con su aparición, el texto fue endosado por la Universidad de Harvard como modelo para que otros países de América Latina pudiesen producir textos similares con iguales propósitos al originalmente publicado por Ricardo Alegría. Siguiendo esa recomendación comenzaron a publicarse textos para la escuela primaria con la historia de los pueblos y culturas originarias de los diferentes países de América Latina. Cuando examinamos la obra publicada de don Ricardo Alegría observamos un genuino interés de que sus libros se caracterizaran por su valor didáctico y por su finalidad pedagógica. El estilo de don Ricardo a la hora de redactar textos históricos y para uso escolar se caracterizó por la claridad y precisión; así también por el dominio en el manejo sabio de la lengua. Sus textos invitan a la lectura amena y capturan el interés del lector. Los textos que publicó con una finalidad didáctica para su uso en las escuelas fueron:

• Los indios de Puerto Rico (1950)

• El Centro Ceremonial Indígena de Utuado (1967)

• Descubrimiento, conquista y colonización de Puerto Rico: 1493 - 1599 (1969)

• El Fuerte de San Jerónimo de Boquerón (1970)

• El Rey Miguel: Héroe puertorriqueño en la lucha por la libertad de los esclavos (1979)

• Temas de Historia de Puerto Rico (1988)

• Mi primer libro de Puerto Rico (1990)

• Cuentos folklóricos de Puerto Rico (2008)

A estos textos se añade un amplio catálogo de temas publicados en revistas y libros especializados que los maestros consultan para ampliar y profundizar en los diversos temas que trabajan en sus clases.

Antes de narrar una experiencia personal tenida trabajando con don Ricardo, se comparte un dato que refleja su interés para que en nuestras escuelas se promoviera el legado de hombres y mujeres que, sin exclusiones, se destacaban por sus aportaciones en diferentes momentos de la historia de Puerto Rico. De ahí que don Ricardo haya logrado que se designaran nombres a escuelas públicas vinculados

a líderes de nuestros pueblos y culturas originarias. De ahí que el Departamento de Educación haya asignado el nombre a uno de sus planteles escolares en Bayamón como Escuela Superior Cacique Agüeybaná. Así también ocurrió con la Escuela Cacique Majagua en ese mismo pueblo.

En el año 2001, el Programa de Estudios Sociales del Departamento de Educación, a través de su directora, la Dra. Myrna Fúster Marrero, coordinó una reunión con don Ricardo Alegría con el fin de lograr la implantación de un proyecto de capacitación profesional para maestros y maestras del nivel elemental en el cual se presentaran temas sobre la historia y la cultura de la afrodescendencia en Puerto Rico. Don Ricardo acogió con entusiasmo el proyecto. De inmediato identificó un grupo de recursos, esto es, académicos reconocidos especialistas en diversos temas de afrodescendencia en Puerto Rico que estarían a cargo de presentar temas y dirigir los talleres para los docentes. La estrategia diseñada por don Ricardo consistió en programar los contenidos con tres recursos en cada día de taller: dos en la mañana y uno en la tarde. En la mañana se presentaban dos temas utilizando múltiples recursos visuales y sonoros, así como estrategias activas de trabajo. En la tarde se desarrollaban talleres prácticos (música, baile, gastronomía, producción artesanal, recorrido didáctico en un museo, entre otras). El criterio de selección de los recursos era: lo mejor que tenía el país en cada tema. A los maestros se les entregaban los libros escritos por los autores, que a su vez, eran talleristas. Este modelo de trabajo creado por don Ricardo dejó huellas y contribuyó a desarrollar criterios para el desarrollo de proyectos de capacitación profesional para maestros y maestras cuyo norte fuera siempre la excelencia educativa. Don Ricardo insistía: “para los maestros y maestras de Puerto Rico lo mejor con lo que cuenta el país”. En las evaluaciones que hacían los docentes consignaban que nunca se sentían tan bien valorados como en los talleres desarrollados con la guía e inspiración de Ricardo Alegría. Los talleres adquirieron tanto arraigo que hubo que implantarlos por tres años consecutivos

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y se desarrollaron en las regiones del sur y el oeste del país. Las experiencias cada día adquirían mayor exposición al punto que en más de una ocasión eran reseñadas en la prensa del país. Estos talleres tuvieron un precedente favorable para el Departamento de Educación ya que un rotativo del país asignó la primera plana del periódico para resaltar las experiencias que participaban los docentes durante el verano al poner de relieve lo relevante y novedosa de las mismas. Al finalizar cada taller, a cada participante se le entregaba un certificado de participación y una serigrafía de un maestro de la gráfica puertorriqueña (como por ejemplo fue José Alicea), que podía ser utilizada en el aula en el desarrollo de una lección.

Don Ricardo recibió muchos reconocimientos en su vida pero nunca se le vio tan complacido por el reconocimiento brindado por los maestros y maestras de Puerto Rico. Le traían fotografías para que viera cómo implantaban en sus escuelas lo aprendido en los talleres. En la penúltima sesión de taller, se sacó una foto del grupo de noventa a cien maestros que se le entregó a cada participante en la actividad de cierre. Como no todos podían estar al lado de don Ricardo, traían sus propias cámaras para retratarse con él. Trabajar junto a don Ricardo en un proyecto de esta naturaleza era una experiencia formativa con la riqueza de ideas que generaba y el placer e inspiración con la que las compartía. Don Ricardo Alegría tuvo la fortuna de sentirse acogido y valorado por el magisterio y la escuela puertorriqueña. Como todo buen proyecto valioso tiene frutos, esta iniciativa de capacitación profesional dirigida a los maestros y maestras de Estudios Sociales culminó con la creación de un curso para el nivel superior que aún está vigente: Tras las huellas del hombre y la mujer negros en la historia de Puerto Rico. Para este curso se editaron dos textos. En el año (2022) se volvió a reeditar el texto básico del curso.

Como respuesta a la injerencia de Alegría en la escuela puertorriqueña, la revista Aula y Sociedad, publicada por el Programa de Estudios Sociales, dedicó su primer número a don Ricardo (2001). Posteriormente el Dr. Rafael Aragunde,

Secretario de Educación (2005 - 2008), le organizó un homenaje en representación de los maestros y alumnos de la escuela puertorriqueña. Este lúcido homenaje celebrado en el Museo de las Américas de San Juan fue una expresión auténtica y calurosa donde se desplegó lo mejor del talento de nuestros estudiantes con la guía e inspiración de sus respectivos maestros y maestras. Con motivo de la celebración del centenario del natalicio de don Ricardo Alegría el Programa de Estudios Sociales, bajo la dirección de la Prof. Sheykirisabel Cucuta González, dedicó la Semana de los Estudios Sociales y Fiesta de la Puertorriqueñidad a este insigne maestro.

Para mí como educador, trabajar junto a Ricardo Alegría en la implantación de talleres para maestros y de la puesta en práctica de lo mejor de su genio creador fue un privilegio. Pero más aún, fue una extraordinaria oportunidad de conocer de cerca a un gran maestro: sencillo pero grande en su nobleza, en su capacidad creadora y en su amor entrañable a su patria y a su pueblo. En mi recuerdo perdurará la experiencia de trabajar junto a un defensor del magisterio y de la escuela puertorriqueña y a un cultivador incansable de sus más auténticos valores.

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DR. RICARDO E. ALEGRÍA GALLARDO:

Desde muy joven admiré al Dr. Ricardo E. Alegría Gallardo. Lo conocí por primera vez en el año 1984. Para entonces, yo cursaba el taller de diseño del tercer año de la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Puerto Rico. Acudí junto a una compañera de estudios a su oficina, ubicada en la sede del Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe, en el antiguo edificio del Seminario Conciliar de San Idelfonso en el Viejo San juan. El propósito, solicitar copia de los planos de un histórico edificio que, sin saberlo entonces, nos uniría para siempre; el Antiguo Cuartel de Infantería de Ballajá.

No esperábamos verlo en aquella ocasión, sin embargo, para nuestra sorpresa el doctor Alegría quiso atendernos personalmente. Luego de conversar con nosotros sobre el proyecto que nos había sido asignado, nos habló sobre la importancia

del Cuartel de Ballajá y la necesidad de conservar nuestro patrimonio histórico construido. Tuvo además, la generosidad de proveernos copias de los dibujos que necesitábamos, sin cobrarnos un solo centavo. Y es que Don Ricardo siempre se identificó con los estudiantes. Con el pasar de los años comprendí que ser Educador fue su rol más importante. Su deseo de ilustrar a generaciones de puertorriqueños sobre la esencia de lo que somos, inspiró su afán de rescatar del olvido aspectos importantes de nuestra historia, costumbres, valores y tradiciones. Con ese objetivo impulsó cada uno de sus proyectos.

En el año 2009, transcurridos veinticinco años desde aquel primer encuentro, nos volvimos a reunir. Esta vez me recibiría en su casa de la calle San José, esquina Sol en el Viejo San Juan, gracias a la coordinación que hiciera mi amiga y mentora, la

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El Educador y su gesta en San Juan

Dra. Arleen Pabón Charneco, quien me acompañó, para presentarme como el nuevo director ejecutivo de la Oficina Estatal de Conservación Histórica de Puerto Rico, cuya sede ubica precisamente en el Antiguo Cuartel de Infantería de Ballajá, tema de nuestro primer encuentro. Desde entonces, el Cuartel de Ballajá, se convertiría en referente simbólico de posteriores encuentros con Don Ricardo y del nacimiento de una atesorada amistad. En el año 2010, se instituyó PATRIMONIO, Revista Oficial de la Oficina Estatal de Conservación Histórica de Puerto Rico, que hoy cuenta con diez ediciones, cuyo primer volumen, en el cual se esbozó el tema de El tejido urbano colonial le fue dedicado. Una detallada y abarcadora reseña titulada Ricardo Alegría y la preservación histórica en Puerto Rico, escrita por su biógrafa, la Dra. Carmen Dolores Hernández, describió el papel fundamental que jugó Don Ricardo (a quien yo considero el padre de la conservación histórica en Puerto Rico), para lograr el reconocimiento y protección de nuestros edificios históricos a través de toda la isla y principalmente el rescate y puesta en valor del Viejo San Juan, nuestra ciudad de cinco siglos.

El 14 de abril de 2011, Don Ricardo cumplió 90 años. Tres días más tarde, el 17 de abril, en una íntima ceremonia en el Antiguo Cuartel de

Infantería de Ballajá, a la que asistió Don Ricardo junto a su esposa, Doña Mela, acompañados de un pequeño grupo de familiares y amigos cercanos, el entonces gobernador de Puerto Rico, Hon. Luis Fortuño, la primera dama Lucé Vela y quien suscribe, bautizamos con su nombre el patio interior del Antiguo Cuartel de Infantería de Ballajá. En esa ocasión se develó una hermosa tarja en la que se resumía la fructífera vida de quien ha sido catalogado como uno de los puertorriqueños más importantes de la segunda mitad del siglo XX. Ese sencillo, pero emotivo homenaje, a poco menos de tres meses de su fallecimiento ocurrido el 7 de julio de 2011, sería el último que recibiría en vida Don Ricardo.

Guardo en mi memoria una de nuestras últimas conversaciones en las que Don Ricardo hablaba, a sus 90 años, de la necesidad de pensar en otros materiales para ser utilizados en la rehabilitación de edificios en el Viejo San Juan. Le recuerdo mencionar las cualidades del PVC cómo material maleable, liviano, duradero y económico, arguyendo que podría ser considerado para sustituir los barandales de madera deteriorados de las casas sanjuaneras. Y es que Don Ricardo nunca dejó de pensar, analizar y buscar soluciones a los problemas que enfrentaban nuestros edificios históricos. Tampoco dejó de pensar en los problemas más profundos que nos aquejaban y que aún nos aquejan como pueblo.

Una de las mayores preocupaciones de Don Ricardo en sus últimos años fue, sin embargo, pensar que el tiempo no le daría para completar todos sus proyectos. Luego de conmemorados los 100 años de su natalicio y a solo 11 años de su partida, les invito a que juntos demos continuidad a sus proyectos. Nos toca perpetuar su legado, divulgarlo y potenciar sus esfuerzos en favor de la conservación patrimonial y el fortalecimiento de nuestros valores culturales para el conocimiento y aprecio de las futuras generaciones.

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RICARDO ALEGRÍA Y LA CULTURA COMO ESPERANZA

Don Ricardo Alegría, tenía un apellido que le hizo justicia. Anticipó el gozo que iba sentir, cuando años más tarde, se dedicó como director del Instituto de Cultura Puertorriqueña (ICP) a defender, divulgar, apreciar, y reafirmar los valores de nuestra cultura puertorriqueña. Porque la cultura es gozo. Y lo hizo con la alegría de saber que se ama mejor lo que mejor se conoce. Que la cultura nos hace mejores como personas y como país, porque la cultura tiene también la capacidad de transmitir esperanza a los pueblos.

Nació Alegría en la calle Salvador Brau, hoy calle San Francisco # 409 en el Viejo San Juan. Allí creció y aprendió a ver el mundo desde su pequeño balcón, que le abrió horizontes. Tuvo un espacio privilegiado al observar todo lo que sucedía en aquel San Juan peatonal de la década del 30, donde apenas había carros, pero sus calles estaban repletas de gente. Le gustaba ir a la esquina Cruz a oír a su padre conversar con los hombres que se reunían para hablar de política.

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Elsa Tió

La influencia que lo marcó de niño fue su padre el Lic. José Alegría, quien fue presidente de la Sociedad Puertorriqueña de Periodistas y de la Junta de Libertad bajo Palabra, miembro de la Academia Puertorriqueña de la Historia y de la Lengua y fundador del Partido Nacionalista. Pero también fue su padre un mecenas, que ayudaba a artistas. Fue uno de los primeros en coleccionar cuadros de Campeche. Mecenas, coleccionista, no es casualidad que fueron actividades que luego Alegría emulara, como director del ICP para beneficio del pueblo de Puerto Rico. Pero hubo en su juventud un espacio mágico que le abrió a otros mundos y despertó en el niño su curiosidad intelectual. Éste fue la biblioteca de su padre, que tenía dos pisos. Allí leyó sobre temas muy diversos: arte, literatura, historia y periodismo. No encapsuló sus gustos en un solo tema, sus intereses fueron múltiples, variados, y amplios. Significativo para el niño fue ver que su padre también salvó el Teatro Tapia, cuando iban a tumbarlo, para construir un edificio de la lotería. En esa apuesta todos hubiéramos perdido. Y a eso también se iba a dedicar luego Alegría, a salvar edificios históricos como veremos más adelante. Su tía Elsita, también influyó con sus historias de la Hacienda Grande en Loiza, de donde viene su familia materna y a través de sus relatos aprendió a respetar y admirar la cultura africana.

Estudió en las escuelas elementales del Viejo San Juan, y en la década del 30, siendo estudiante, experimentó la americanización que se imponía en las escuelas. Pero el niño se resistía y desde pequeño empezó defender nuestra cultura. Resulta que en su escuela imponían estudiar los próceres americanos, mientras nuestros próceres puertorriqueños no aparecían ni por los centros espiritistas. Nadie hablaba de ellos. Tal parece que nunca hubieran existido ni Hostos, Baldorioty, Muñoz Rivera, Betances, de Diego, Barbosa, entre tantos otros. El propio Alegría me contó que era obligatorio en su escuela que los niños fueran disfrazados de personajes históricos americanos, y los que se negaban eran castigados y expulsados. El padre resolvió el dilema con una estrategia hábil. Alegría llegó disfrazado de Patrick Henry, pero en

su cuello colgaba un cartelito que decía: “give me liberty or give me death.” Desde su mente y su corazón fue naciendo en el niño el amor por nuestro país, nuestra cultura y su necesidad de defenderla. Fue por eso que como adulto se dedicó a mediar, rescatar y divulgar nuestra cultura.

Antes de ser director del Instituto de Cultura Puertorriqueña, era un joven fiestero, que aunque tímido, apenas estudiaba. Por este último motivo no pudo entrar inicialmente a la Universidad de Puerto Rico (UPR), así que lo mandaron a la Universidad Interamericana en San Germán para enderezar a jóvenes, pero esa rigidez no le gustó. Posteriormente, pudo entrar a la UPR. Su curiosidad lo llevó a estudiar antropología en Chicago y luego en Harvard.

El Viejo San Juan que conoció de niño, a su regreso ya se encontraba en franco deterioro. Apenas quedaban familias de recursos en San Juan. Su familia se había mudado a la calle del Parque en Santurce, donde hoy está ubicado el Colegio de Arquitectos. El viejo San Juan para la década del 50 se había convertido en un “ghetto”, y fueron los barcos de la Marina que atracaban en San Juan una de las razones que propiciaron ese deterioro. Los “marines” llegaban los fines de semana al Puerto de San Juan con ánimo de emborracharse, convirtiendo sus calles en lugar de bares, prostíbulos y peleas constantes. Las familias no se sentían seguras en la ciudad.

Conocer el estado de deterioro del Viejo San Juan es importante, porque nos ayuda a cobrar conciencia de lo que ocurría, y eso nos ayuda a comprender y apreciar aún más la gigantesca labor de rescate que llevó a cabo Alegría. Su gesta se hizo posible en el 1955, bajo el Partido Popular cuando se creó el Instituto de Cultura Puertorriqueña, que Alegría dirigió magistralmente por 16 años. La creación del Instituto de Cultura Puertorriqueña no fue fácil, hubo oposición. Una de las objeciones fue su nombre, “cultura puertorriqueña”, porque pensaban algunos anexionistas que aquí no había cultura, y que tampoco debía ser puertorriqueña, sino de Puerto Rico. Al principio también hubo reparo de parte del independentismo y hasta de

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populares. Sin embargo, Luis Muñoz Marín y su esposa Inés Mendoza sabían que la cultura puertorriqueña había sido menospreciada y ninguneada. También sabían que los pueblos necesitan su cultura tanto, como necesitamos el aire que respiramos.

Se creó el ICP mediante una ley, porque el gobernador Muñoz Marín entendió que el Puerto Rico de Manos a la Obra (que era el nombre que se le dio al proyecto de Fomento Industrial de traer fábricas y que propició el gran desarrollo económico que transformó el país en una generación, sacándolo de la miseria), no bastaba. Marín aprovechó un discurso que dio en Harvard sobre el tema cultural, como preludio a dicha legislación cultural que Muñoz llamó “la Operación Serenidad”, en la que era importante impulsar y cito “la libertad creadora e imaginativa.” Dicha ley del ICP se aprobó y la redactó el historiador Arturo Morales Carrión. Nadie realmente sabía cómo se iba a implementar ese proyecto y que hacer. Cito de la ley que creó el ICP: “CONTRIBUIR A CONSEVAR, PROMOVER, ENRIQUECER Y DIVULGAR LOS VALORES CULTURALES DEL PUEBLO DE PUERTO RICO”. Era otra forma de inculcar autoestima colectiva y ganas de hacer.

Puerto Rico tuvo la suerte que la Junta de Directores del ICP, escogiera a este joven que entonces hacía investigaciones sobre los indios y estaba a cargo del museo de la UPR que se llamaba Ricardo Alegría. Todo cayó en su sitio y se dio el milagro, gracias a la amplia visión cultural de Alegría. Visión que vivió desde niño, cuando se entusiasmó por las artes, los libros, la arqueología, la historia, la música, en fin, todas las manifestaciones de nuestra cultura. Porque fue Alegría el que le dio forma a la ley, sabía que la cultura necesita libertad de acción y se la dio. Empezó por darle personalidad a la institución y diseñó el escudo del ICP que interpretó el pintor Lorenzo Homar. Une las tres razas: la india, la blanca y la negra, entendiendo con razón, que ese crisol de razas nos formó. Al principio esa visión causó sorpresa y molestia a algunos, pero la presentó con arte y

belleza y fue acogida en el pueblo.

Partiendo de su visión antropológica, creó en el ICP muchas de sus divisiones: Artes Plásticas, Música, la Editorial, Zonas y Monumentos, Artes Populares, Teatros, Arqueología, etc. Con ellas fue multiplicándose en los sectores del mundo cultural un nuevo desarrollo de lo económico. Alegría sabía que era inaplazable devolver a la vida la piedra demacrada de los edificios del Viejo San Juan. Era una mirada angustiosa la de aquellas casas dilapidadas. Por tanto, bajo el Programa de Zonas y Monumentos Históricos estableció zonas, distritos y se dedicó con imaginación a devolverles la vida a los edificios históricos. Lo hizo sin privatizar.

La propuesta para restaurar los edificios, que hoy llamarían industrias creativas como algo nuevo, se llevó a cabo gracias a que Alegría se anticipó a los tiempos. Me contó que primero viajó a México para traerse un mexicano que lo ayudara. Pero cuando fue a México se dio cuenta que lo podía hacer él. Y lo que hizo fue usar sus ideas y aplicarlas a nuestra realidad. Lo logró invitando al público a que compraran edificios abandonados. A los propietarios de las casas, que pudieran restaurar los edificios en el Viejo San Juan, se les otorgaba exención contributiva por diez años que eran renovables, si las restauraban. Para ser elegibles tenían que usar parámetros arquitectónicos de preservación. Además, el Banco Gubernamental de Fomento se unió ofreciendo préstamos a bajos intereses a los que fueran a restaurar sus casas. Porque la arquitectura y los espacios que ella genera, también son parte de nuestra cultura.

Sin la gestión de Alegría y sin el respaldo del gobierno, el Viejo San Juan como ciudad, hubiera desaparecido. Ello debido a que había un afán de construir cosas modernas en aquel momento, y varios edificios valiosos se destruyeron en la Plaza de Armas. Así desapareció el Barrio La Puntilla y el Barrio Ballajá, destruidos por los militares para hacer un estacionamiento para militares de alto rango que vivían entonces en Casa Blanca. Mucho antes a principios de siglo XX, ya se había destruido la Puerta Santiago, donde está la plaza Colón y otros lugares emblemáticos.

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Alegría fue imprescindible para salvar la existencia del viejo San Juan y lo logró en un momento que peligraba la ciudad. En la década del 50, aprovechando el afán de progreso unido al deterioro físico y abandono del viejo San Juan, se dio pasó a un discurso público en que empresarios y hasta un sector del gobierno, afirmaban que Puerto Rico tenía que modernizarse. Para su desarrollo económico, había que sustituir los viejos edificios por rascacielos. Argumentaban que ese era el futuro y el progreso. Insistían en proyectar al Viejo San Juan como el retroceso, lo viejo, lo antiguo, lo caduco y sugerían eliminarlo. Pero nada más lejos de la verdad.

Para combatirlo, Alegría se volvió a vestir simbólicamente de Patrick Henry y creó esa fórmula de exenciones. No pagabas contribuciones a la propiedad si la restaurabas bajo los parámetros de restauración. Alegría salvó al Viejo San Juan y con ese rescate, creó más progreso. Quién iba a decir que fue el ICP el que más ayudó a la industria del Turismo en Puerto Rico. No creo que los turistas cuando llegan a la isla pidan ir a Garden Hills, pero sí al Viejo San Juan. El ICP conservó para el mundo una ciudad única en belleza e historia, que hoy, hay que continuar protegiendo.

En igual abandono se encontraba nuestra memoria histórica. Alegría, amante de la historia creó el Archivo de Puerto Rico para rescatar los documentos que se encontraban en mal estado a través de toda la isla y se legisló para ello. Sabía que sin memoria no hay país. Sabía también que un proyecto cultural debe partir de nuestras raíces, de su identidad, de su lengua e historia, sino, se convertiría en un cascarón vacío. La desnaturalización no crea, destruye.

Alegría, también creó otros proyectos de gran significado cultural. Uno de ellos lo es el archivo de la música. Recuperó las partituras de las danzas de Morel Campos, las músicas manuscritas, autógrafos, composiciones inéditas, etc. También el Archivo de la Palabra, para conservar para la posteridad la palabra de nuestros intelectuales destacados; discursos, grabaciones de poesía por

Luis Palés Matos, la reproducción del poema de El Contemplado de Pedro Salinas y además, se produjeron discos. Pidió crear la Biblioteca General en el 1967. Esta fue legislada bajo el gobernador Sánchez Vilella y en ella repitió la hermosa biblioteca de dos pisos de su padre. Se organizó el programa de investigaciones históricas, la catalogación de documentos en archivos en España y grabados en la Biblioteca Nacional de París. Las investigaciones arqueológicas, ayudaron a salvar el Centro Ceremonial de Caguana.

Creó el Programa de Museos y Parques, muchos de esos museos se ubicaron en el viejo San Juan. Lamentablemente muchos años más tarde algunos cerraron arbitrariamente (el de la cultura africana, el de una familia del siglo XIX, el de la Farmacia, el de Santos, el Museo Cassals). Tampoco han vuelto abrir el de la Masacre de Ponce. El Museo Casa Blanca, Alegría lo adquirió, lo transformó y lo devolvió al pueblo rescatando ese espacio espectacular donde llegaron a vivir militares americanos de alto rango.

También implementó el Programa de Adquisición y Conservación de objetos de valor histórico y artísticos, donde se aprecia la injerencia de su padre como coleccionista. Fueron incontables las obras valiosas que rescató para el pueblo de Puerto Rico: cuadros de Campeche, muebles y hasta el famoso cuadro Goyita de Tufiño que adquirió de un muchacho que lo iba a vender en el muelle. Esos cuadros, piezas y muebles los usaba para los museos y para el propio Instituto. El Programa de Artes Plásticas, los talleres de los carteles de serigrafías y la Escuela de Artes Plásticas, ayudaron a fomentar generaciones de artistas.

Por otro lado, interesado en nuestra diáspora, empezó a presentar exhibiciones de arte en ciudades de Estados Unidos. Su proyecto de alcance internacional más prestigioso fue la Bienal del Grabado Latinoamericano de San Juan y el Caribe. Años más tarde se pensó en la necesidad de renovación y puesta al día de la anterior Bienal, se convirtió en la Trienal Poligráfica de San Juan. Se actualizaron los lenguajes para presentar un articulado conjunto dentro del discurso y los medios

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del siglo XXI, que promoviera y estimulara la presencia de los medios gráficos tradicionales junto a los avances evidentes de los logros tecnológicos actuales.

Cuando hablamos del ICP y de cultura, no se trata sólo del pasado, estamos hablando también del futuro. Lo comprobamos con la creación de la División de Teatro bajo la dirección de Francisco (Paco) Arriví. Su labor fue tan espectacular, que no daban las salas para las presentaciones. Entonces solo estaban disponibles el Ateneo y el Teatro Tapia, así que, por iniciativa de Alegría, con el apoyo de la legislatura y la energía y visión de Paco Arriví, se llevó a cabo la construcción del Centro de Bellas Artes (CBA), con sus salas de concierto y teatro. Esa actividad del ICP, multiplicó la actividad teatral y se abrieron salas de teatro a nivel isla. Además, se crearon grupos teatrales independientes. Eso fue sinónimo de crear empleos para artistas, tramoyistas, luminotécnicos y vestuaristas. Finalmente, se dio paso a los festivales de teatro. Resulta también interesante, la historia de rescate del instrumento musical del cuatro. Pocos tocaban el cuatro. Pero el ICP le facilitó a Paquito López Cruz el espacio para dar clases los sábados en el patio del ICP. Paquito López Cruz, creó un método para enseñar a tocarlo y hoy, gracias a esa gestión, existe una industria de dicho instrumento que cobija maestros, estudiantes, artistas y luthieres.

Conclusión

Los países educados le dan continuidad a su quehacer cultural, lo renuevan, pero no lo destruyen. El ICP le facilitó a artistas y creadores los medios para poder llevar a cabo sus proyectos independientes, en adición a los propios que llevaba a cabo la institución. Porque el ICP ha sido provocador, facilitador y emprendedor. Alegría ayudó a impulsar proyectos independientes que cobraron vida propia, como por ejemplo: Ballet Floklórico Nacional de Puerto Rico (Areyto), Ballets de San Juan y Festivales de Bomba y Plena. Porque como pensaba Alegría con razón, la cultura es una industria, no un negocio. No caduca,

porque el proyecto de amor, de defender la patria y acrecentarla no termina nunca. Al contrario, hay que revitalizarlo en cada generación, y esa es la mejor respuesta para combatir el deterioro social y la violencia que sufrimos. A pesar de todo ese éxito alcanzado, Alegría se retiró voluntariamente del ICP para dirigir el Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y del Caribe. En una ocasión la poeta Dinorah Marzán publicó estas palabras que son vitales para el ICP como fuerza económica y que van a la par con la visión de Alegría: “Situar la cultura en el núcleo del desarrollo constituye una inversión esencial en el porvenir del mundo y la condición del éxito de una globalización bien entendida que tome en consideración los principios de la diversidad cultural: la UNESCO tiene por misión recordar este reto capital a las naciones.”

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El desarrollo económico sin el desarrollo cultural no nos hace un mejor país, porque ese componente cultural abona a la fertilidad espiritual de los pueblos. No siempre el desarrollo económico es sinónimo de crecimiento y mucho menos de equidad. Cada generación tiene que volver a mirarse en la cultura, conocerla y renovarla, ese es un esfuerzo sin fin que el ICP, las organizaciones independientes y las universidades deben encauzar. Esa es la mejor forma de honrarlo. En el ámbito de las industrias creativas que son principalmente la artesanía y el diseño, la edición, el arte, el cine y la música, en Puerto Rico es una mina apenas explotada.

Trabajé por diez años cerca de Alegría. Mantenía su escritorio exquisitamente desordenado. Allí entre montañas de documentos, en una especie de arqueología de papel, con certeza admirable, echaba un vistazo sobre su ancha y larga mesa y orientado casi por instinto, metía la mano y sacaba de entre una inmensa estiva de papeles, y de una sola vez, como por arte de magia el documento requerido. Y con una sonrisa triunfal lo entregaba y en la mirada se percibía otro nuevo proyecto a favor de la cultura.

Su sencillez, su amor por la cultura lo irradiaba todo, era un estratega formidable y un hacedor inagotable. Atendía a todos con serena amabilidad. No importaba la categoría del visitante. Desde presidentes de países, reyes y hasta las personas más humildes, Alegría los atendía, porque para él, la cultura era para todos y de todos. Recuerdo a personas humildes, llegar a su oficina, de todas partes de la isla y sin cita. Algunos venían con un saco para enseñarle algún santo de Palo, esperando saber si lo que tenían era valioso. Aunque algunos llegaban temerosos, todos salían complacidos con un sentido de orgullo de lo que tenían en sus manos.

No podemos dejar de mencionar los Centros Culturales en todos los pueblos de la isla. La cultura se propagó a través de esos centros. Era la forma de Alegría de empoderar a los pueblos con su historia y cultura. Antes de la creación del ICP, algunos pensaban falsamente que no teníamos cultura. Alegría hizo que la cultura se acercara a ellos. Podían ver exposiciones de arte, teatro rodante, recitales de poesía, librerías rodantes y participar de concursos de décima para fortalecer nuestra lengua y nuestro amor por la música típica, La mejor forma de honrar a Ricardo Alegría es hacernos partícipes de su amor por nuestra cultura, defenderla, divulgarla y acrecentarla. Porque la cultura no es una flor en la solapa. Es la infraestructura del espíritu que sostiene a los pueblos en momentos de crisis, estimulando esperanza y prosperidad. Sufrimos una quiebra económica, evitemos una quiebra espiritual. Alegría, entendía que había que ser universal a la manera de nuestras raíces. Sabía mirar a través de los ojos de nuestros pintores, músicos, poetas, artistas y creadores, para fortalecer nuestra autoestima y nuestro sentido de identidad. La cultura enaltece la vida, nos afirma en la dignidad y refleja lo mejor de nosotros mismos. ¿Qué nos haríamos sin la esperanza que nos inspira la cultura puertorriqueña?

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UN LEGADO:

Cuando en 1957 el Dr. Ricardo Alegría, flamante nuevo director, del recién creado Instituto de Cultura Puertorriqueña (ICP), contrató al maestro Lorenzo Homar para el establecimiento de un taller de gráfica, no creo que sospechara que con ese nombramiento no sólo apalabraba la imagen de nuestra amenazada cultura nacional emblematizada con tinta sobre papel, sino también fundaba con ello, una nueva tradición que al pasar del tiempo generaría imágenes que colgarían en hogares y museos, cubrirían muros, calles y pantallas electrónicas viajando el mundo. Ambos, Alegría y Homar en sus cuarentas, Homar ocho años mayor, en la entonces llamada “flor de la edad”, se lanzaban a una quijotesca hazaña: la defensa de un nacionalismo cultural aún viviendo bajo la Ley de La Mordaza (Ley 53, 1948), que el mismo gobierno al cual servían instrumentaba con carpeteo y persecución policiaca, a menos de una década de la descriminalización del uso de la bandera puertorriqueña. Fruto de las contradicciones del recién engendrado Estado Libre Asociado de Puerto Rico (ELA), criatura jurídica ahora declarada difunta por el Congreso, la Rama Judicial y el Ejecutivo de los Estados Unidos, la ley que constituyó el ICP no se firmó sin aguerrida oposición tanto de la izquierda como de la derecha. La ley, considerada por unos como una encubridora afirmación cultural enmascaraba la represión política. Fue considerada por otros como un atentado contra la gran nación americana a la cual pretendían asimilarse. Así comenzó, y no termina todavía, este tirijala de una dúctil y agridulce melcocha que se estira hacia un extremo y otro con peligro de partirse, y se ha partido varias veces, mas con la esperanza del remiendo, aunque no tenga remedio.

A este clima de, al parecer, eterno vaivén, accedo yo a mis veintitrés años al regreso de un aprendizaje en España bajo la tutela de un pintor vasco, Julio Martín-Caro. El tutelaje se dio en un séptimo piso sin ascensor ni calefacción, pero con una gloriosa claraboya al velasquiano cielo madrileño, todavía enamorado de la imagen, aunque ya lector empedernido.

Aterricé poco después en el taller del Instituto ubicado en un ruinoso ranchón a un costado del antiguo Casino de Puerto Rico, con el que estaba familiarizado por haber intentado aprender a bolear de niño cuando era una bolera del Centro de Entretenimiento de los Oficiales del ejército de los Estados Unidos (USOC por sus siglas en inglés). Curioso destino el de estas aristocráticas estructuras: de exclusivo club social criollo a salones de juego del ejército invasor a taller de aprendizaje en las artes de una juventud anti colonialista y ahora, tras su demolición, jardín del Centro de Protocolo de Gobierno del ELA.

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El taller de gráfica del Instituto de Cultura Puertorriqueña

Tan solo puedo adivinar cuan conscientes estarían Alegría y Homar del alcance de esta gesta comenzada entonces por ellos y que continúa de tan variados modos. Pero sí recuerdo como ahora, mi llegada al taller, un tanto atemorizado. La fama de revolucionarios de Homar y Tufiñoquien recién se había integrado al taller después de haber colaborado con Homar en los talleres de la División de Educación de la Comunidad bajo el Departamento de Instrucción Pública - los pintaba en vibrantes rojo y negro cual aguerridos combatientes cuyas armas eran el pincel, la pluma, la gubia y también el escurridor o “squeegee”, herramientas cuyo uso habría de aprender bajo su tutela.

No estaba preparado para la cariñosa acogida, el esperanzado magisterio de quienes se intuían iniciadores de un movimiento, fundadores de una tradición. El aprendiz que se incorporaba al taller recibía una modesta beca ampliamente compensada por el conocimiento tanto práctico como conceptual, estético e ideológico que recibía. Tareas básicas, pero de cuidado, como recoger el cartel recién impreso debajo del tamiz serigráfico, balancearlo de tal modo que no se arrugara y marcara la capa de color aún fresca precedían al corte de la película transparente, la impresión, con cuchara en mano, de grabados en linóleo y madera sobre papel de estampas tan ejemplares por los maestros Tufiño y Homar como el portafolio Plenas (1954) y Unicornio en la Isla (1965) respectivamente, este último con citas tipográficas de Franz Kafka y Joan Amades es un título homónimo del texto de Tomás Blanco del 1964.

El taller no era tan solo uno de aprendizaje en la producción. Las puertas permanecían abiertas a un largo pasillo donde a lado y lado se alineaban los otros talleres. El taller de escultura de Compostela, el de cerámica de Amadeo Benet, vitrales de Arnaldo Maas, (antes Padre Marcolino), maqueta de José María Iranzo, restauración y carpintería completaban el núcleo de artes y artesanías al servicio institucional.

Las puertas abiertas facilitaban la integración con los demás talleres, pero marcaban también el libre acceso del público que acudía en busca de servicio o simplemente de compañía estimulante. Porque el taller era lugar preferido de tertulia, intercambio y una que otra conspiración. Los visitantes eran tan variados como los servicios ofrecidos. Como los carteles - que eran nuestro principal producto, aunque no el único - servían para conmemorar eventos históricos, anunciar obras de teatro, conciertos, ferias, danzas y exposiciones. Por lo tanto, artistas de todas las disciplinas: escritores, actores, músicos, bailarines además de profesores, líderes políticos y obreros, nacionales y del extranjero, en sus frecuentes visitas brindaban una educación, no por casual, menos importante, en nuestra formación.

Tuve la dicha de ser aprendiz y después asistente del maestro Homar. En el ambito más inmediato, compartimos experiencias que nos marcaron para siempre con los compañeros artistas José Rosa, Rafael Rivera Rosa, Rafael López del Campo y Avilio Cajigas. También sostuvimos otros contertulios asiduos como José Antonio Torres Martinó, José R. Alicea, Myrna Báez, el Dr. José R. Oliver, Chuito Díaz, René Marqués, Carlos Raquel Rivera, Tony Maldonado, Ana García, Gilda Navarra, Alma Concepción, Myrna Casas, Victoria Espinosa, Lilliam Pérez Marchand, Gerard Paul Marín, Pablo Cabrera, Manuel Jiménez “Canario”, Tomás Blanco, los hermanos Figueroa, Arcadio Díaz Quiñonez, David Ortiz, Nilita Vientós Gastón, Juan A. Corretjer, Rafael Ríos Rey, Luis Rafael Sánchez, Amílcar Tirado, Manuel Joglar Cacho, Francisco Arriví, el padre Toño González y la entonces adolescente Teresa Tió Fernández, entre otros.

Como se aprecia, el contexto reunía una cantidad considerable de voces portadoras de opiniones, peticiones, encomiendas, talentos tan diversos cuya sola presencia era una educación. Éramos, sin duda, privilegiados con semejante tutoría.

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Ampliaban nuestro currículo extrauniversitario, jornadas de estudio en el Museo Biblioteca La Casa del Libro, afiliado al Instituto, uno de los más importantes museos del libro del mundo donde su director David Jackson Mc Williams nos mostraba con guantes blancos joyas incalculables, clásicos, ejemplares modernos y contemporáneos a emular. Ya en el taller nos habían familiarizado con fuentes tipográficas desde la Columna Trajana, los Iluminados pergaminos medievales, exquisitos ejemplares del art nouveau, art deco, y los recientes desarrollos del poster hippie y el arte pop.

La relación laboral entre Homar y Alegría no siempre era armoniosa. Limaban las ocasionales asperezas y conflictos, casi siempre de orden político o administrativo, el mutuo respeto y la conciencia de ambos de lo delicado del balance ideológico entre el centrismo, a veces inclinado a la derecha del Partido Popular y la manifiesta vocación libertaria del taller bajo los maestros Homar y Tufiño.

Tuve la doble dicha de disfrutar de dos extraordinarios maestros durante mi estadía en el taller desde 1962 al 1966. Homar y Tufiño eran muy diferentes, pero los unía una gran admiración y afecto. Homar nació en Puerto Rico y se formó profesionalmente en Nueva York, al contrario de Tufiño, quien nació allá y se crió acá. Homar, más conceptual y de extraordinario virtuosismo técnico; Tufiño, más visceral e inspirado. Ambos maestros exigentes y rigurosos matizados por una paternal preocupación de encauzar a los aprendices en el gozo del trabajo artístico orientado al bien común.

Si bien la experiencia de ambos en la División de Educación de la Comunidad (DIVEDCO) había sido una de comunicación social y educativa sirviendo a apartados barrios de la Isla. La nueva misión les permitía mayores juegos formales, una exploración tan del oficio como de conceptos en el uso de la palabra como imagen, de la imagen como palabra y de sofisticados juegos malabares entre ambas. También se podían dar el lujo de experimentos serigráficos notables, descubriendo y desarrollando transparencias inéditas con deslumbrantes resultados. Los hallazgos en esa

dirección eran reconocidos en otros países a donde nos invitaban a compartir esos adelantos. Homar, en particular, desarrolló lo que podríamos considerar pintura serigráfica, con matizaciones cromáticas, hasta entonces inexploradas, en el uso de solventes y barnices.

En el manejo de la letra, ésta cobró rol protagónico, ocupando con frecuencia la totalidad de la superficie del cartel en brillantes apuestas imaginativas donde la palabra configuraba el concepto de por sí, sin figuración alguna complementaria.

Alegría estaba consciente y orgulloso de estos hallazgos y los estimulaba (creo que anticipando que los talleres de gráfica, escultura, cerámica, vitral y restauración generarían una escuela), y así sucedió con la creación de la Escuela de Artes Plásticas y Diseño. Sin embargo, no todo era color de rosa en el Instituto. Los sueldos eran bajísimos a sabiendas de que muchos de los que allí laborábamos, si pudiéramos, pagaríamos por ser parte de tan noble encomienda. Nunca entendí por qué, si los salarios eran tan bajos y las responsabilidades tan altas, la Institución devolvía dinero sobrante todos los años a la Legislatura, en vez de aumentar los sueldos. A lo cual, alguien me comentó que esa era práctica recurrente en algunas ramas de gobierno y se tenía a orgullo.

Ascendí en responsabilidades y salario al ser nombrado asistente del maestro Homar y así me desempeñé por par de años más hasta que, próximo a casarme y tener familia propia, solicité un alza salarial que Homar trató en vano de lograr. Iba yo a aceptar una posición similar a la que tenía, pero mejor remunerada en la DIVEDCO, cuando el maestro me increpó con su característica energía y me planteó lo siguiente: “Tú no te vas a emplear en ningún sitio. Si te vas de aquí, te vas a montar tu propio taller. No vas a esperar un retiro para hacerlo, como yo, y dedicarle tus mejores años al gobierno. Montarás tu taller, ya”. Por supuesto que lo obedecí y aquí estamos hoy.

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Lo que sí quiero aclarar, es que ni Homar, ni Tufiño, ni Alegría, ni ninguno de los que allí aprendimos trabajando, podemos arrepentirnos de lo allí enseñado y aprendido. Todo fue en beneficio propio y del país, logrado en esa noble identificación del individuo y su pueblo, de comunidad y nación. Lo que sí lamentamos es que sucesivos gobiernos de ambos colores hayan mermado el ya exiguo presupuesto institucional, reducido su plantilla laboral, recortado inmisericordes sus servicios, conduciendo al deterioro lastimero de su función ministerial y las joyas arquitectónicas a su cuidado. Ignoramos, al día de hoy, si esta situación tiene remedio.

El legado del cartel continuó creciendo en tradicionales e innovadoras direcciones en nuestro archipiélago y en la diáspora boricua. Talleres independientes como Visión Plástica, Alacrán, Bija, El Jacho, El Seco, Tintorera, Capricornio, Pachín Marín, Guasábara, Taller Boricua, Taller Puertorriqueño, talleres universitarios en Río Piedras, Cayey, Humacao y tantos otros, proliferaron muchos de ellos, en una creciente producción protestataria. La protesta se vislumbraba en el despliegue de caligrafía y tipografía en libre formulación de línea y color, luz y sombra poblando la superficie del papel de estructuras tan provocadoras como los eventos que proclamaba. La letra cobraba cuerpo y rostro, se tornaba paisaje y paisanaje. Se levantó como edificio de conocimiento, bandera de lucha y grito emancipador. Siempre al servicio de la comunicación, la letra alcanzó una autonomía y autoridad notable en afiches ejemplares. El gran logro de estas estampas fue comprometer al espectador a descifrar los vericuetos, deslizamientos y saltos mortales de mayúsculas y minúsculas y cursivas.

Conclusión

Dudo que Ricardo Alegría y Lorenzo Homar pudieran imaginar que el taller serigráfico artesanal de impresiones a mano sobre mesas de fabricación casera en un destartalado ranchón donde reinaban soberanas la polilla y el comején, sin aire acondicionado y salarios de subsistencia; iba, al correr de los años, a generar tan prolífica, subversiva, vital y viral descendencia. En estos pandémicos tiempos cuando mascarillas, escudos, distanciamiento físico y lavado de manos apenas nos protegen del contagio mortal, el cartel goza de vida saludable y cruza toda frontera, desenmascarando el abuso político, el imperio económico, y la inclemencia racista y social.

¡Gracias, Rafael Tufiño!

¡Gracias, Lorenzo Homar!

¡Gracias, Ricardo Alegría!

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MIS VIAJES CON DON RICARDO

Mis experiencias más memorables con Don Ricardo Alegría, por más de treinta años, han sido los viajes que hemos efectuados a diferentes ciudades, entre ellas: New York, Santo Domingo, La Habana, Caracas, Río de Janeiro, Buenos Aires y Santiago de Chile.

Durante esas travesías he logrado conocer su personalidad, sensibilidad, humildad y sobre todo, “su don de gente”, como llaman nuestros campesinos a los hombres que exhiben una bondad especial. Por ejemplo, en uno de esos viajes que efectuamos a Santo Domingo, una empleada de American Airlines en el aeropuerto de San Juan reconoció a Don Ricardo y le informó, que lo acomodaría en primera clase. Don Ricardo le preguntó si yo estaba incluido. Ella le contestó, ¡Cuánto lo siento!, sólo queda un asiento disponible”. Don Ricardo le contestó con su acostumbrada amabilidad. “Muchas gracias, pero prefiero viajar con mi amigo”. Ella le respondió: “Muchas gracias tengo yo que darle, por todo lo que Usted ha hecho por Puerto Rico”.

Horas más tarde, aterrizamos en Santo Domingo y al pie de la puerta del avión nos recibieron un oficial militar y una joven elegantemente vestida. Ella nos dijo: ¡Bienvenidos a la República Dominicana! Serían tan amables y me entregan sus pasaportes y sus boletos de viaje. Don Ricardo me miró con cierta incredulidad y procedimos a entregarle los documentos. El militar se nos acercó y con suma amabilidad nos dijo ”Será un honor acompañarle hasta el Salón de Embajadores, allí le espera la Viceministro de educación. Sus valijas serán trasladadas hasta el avión que los llevara a La Habana”.

Cinco horas más tarde, aterrizamos en La Habana y fuimos recibidos por una docena de personalidades del mundo intelectual. Todos formaron una línea de recibo para estrechar la mano de Don Ricardo. El grupo estaba encabezado por Don Eusebio Leal, el Historiador Oficial de la antigua ciudad de La Habana y por otros funcionarios del Ministerio de Cultura.

Al dia siguiente, Don Eusebio develó una tarja de piedra al costado de un edificio de una céntrica calle de la ciudad. Se efectuó un acto solemne. En ella habían esculpido el perfil de Don Ricardo, precedida de una: Al Dr. Ricardo E. Alegría, por su destacada y desprendida colaboración en los trabajos de restauración y rehabilitación de la zona histórica de la Ciudad de la Habana, Cuba. Me llamó la atención que un transeúnte le comentó a otro en voz baja, “ese señor salió hoy por la televisión y dijeron que había recibido una medalla del Presidente Clinton y otra del presidente de la UNESCO”.

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Aníbal Rodríguez Vera

En otra ocasión, con motivo de la celebración del Desfile Puertorriqueño de Nueva York, Don Ricardo recorrió a pie todo el trayecto de más de sesenta bloques. Había declinado desfilar en una carroza que le habían preparado. Durante todo el desfile Don Ricardo miraba a cada lado, levantaba la mano y sonreía. Recuerdo muchas frases que el público le gritaba, en especial de personas jóvenes. Algunas que no olvido: “Ricardo sigue defendiendo nuestra cultura…” “Don Ricardo usted hace falta aquí, nos están asimilando…” La más que me caló fue la de una mujer que grito a viva voz” “Ricardo, te necesitamos…no te puedes morir por favor!”

Un día viajábamos de Panamá a Puerto Rico. A mi lado se sentó un hombre vestido con un traje blanco impecable. Luego de varios minutos, el hombre con una voz entrecortada y tímida, me preguntó, “perdone que lo interrumpa, ¿el señor a su lado es Don Ricardo Alegría? Yo le contesté en la afirmativa. Él se dirigió a don Ricardo y le dijo: “Con todo el respeto que Usted se merece, yo lo admiro y le tengo gran estima. Usted ha sido una bendición para nuestra música popular y típica. Yo soy el gallito de Manatí, un cantante puertorriqueño”. Don Ricardo le contestó: “Claro, quien no lo conoce, gracias por sus palabras” y acto seguido le dio la mano.“Viene a mí, la memoria de la versión que usted hacía del Zorzal, me gustaba mucho.” Me llamó la atención los amplios conocimientos que posee don Ricardo de nuestra música popular y de sus intérpretes.

Con motivo del quinto centenario tuve la oportunidad de acompañar al Lcdo. Miguel Hernández Agosto a una visita al rey de España en el Palacio de la Zarzuela en Madrid. En la misma le entregamos una invitación que le enviara el Gobernador de protocolares, el Rey me preguntó por don Ricardo. El Rey se dirigió a Hernández Agosto y le dijo: “por favor, exprésele a don Ricardo que su petición para la donación de un retablo para la Iglesia de San José fue concedida, que espero entregarlo en nuestra visita a San Juan el próximo mes de mayo”. Así fue.

De nuestra visita a Brasil, Argentina y Chile tengo una cantidad enorme de recuerdos. Hay algo muy gracioso que don Ricardo, doña Mela y yo, siempre recordamos. Regresábamos a Buenos Aires en tren desde la región de la Plata cuando a mitad del trayecto un hombre entró impetuoso al tren, con una máquina portátil de gasolina para cortar madera. Pasó frente a nosotros y se sentó a tres asientos. Doña Mela por poco muere y le susurró a Don Ricardo, “Ricardo, ¿y si ese hombre es Freddy Krueger? Don Ricardo le contestó: “no, no creo, ese es un campesino, ¿no le viste las botas llenas de fango?”. Cuando el tren se detuvo Doña Mela agarró fuerte a Don Ricardo por el brazo. Él le dijo en voz baja “Mela deja el miedo, ese no es Krueger”. Yo tampoco sabía, con el tiempo me enteré que el tal Krueger, era un personaje del cine de terror. Oh, my God!

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MI VISIÓN SOBRE DON RICARDO E. ALEGRÍA GALLARDO

No tuve la oportunidad de conocer al Dr. Ricardo E. Alegría Gallardo. No obstante, siempre tuve admiración hacia su persona ya que como estudioso de nuestra historia, conocía sobre su gestión, su trayectoria y su legado como gestor cultural. Lo más cercano que estuve a él fue presenciar alguna de sus conferencias y charlas. Sin embargo, la vida me ha permitido ocupar la silla de la dirección ejecutiva del Instituto de Cultura Puertorriqueña y contemplar más de cerca lo grandioso y abarcador de su legado histórico.

Don Ricardo contribuyó significativamente a nuestra historia y sociedad, siendo el principal responsable de la conservación del patrimonio cultural puertorriqueño. Gracias a su visión y sus ejecutorias, se creó una política pública para investigar, conservar, promover y divulgar la cultura puertorriqueña en su diversidad y complejidad. Tuvo la visión de establecer el Instituto de Cultura Puertorriqueña como institución del estado para preservar y divulgar estos saberes, difundir internacionalmente nuestro talento y enriquecer el amor a lo propio,

Su trabajo fue uno de creación e innovación en todos los sentidos: al darle valor e integrar diferentes disciplinas y actividades asociadas al arte y la cultura puertorriqueña para luego darle acceso a todos los puertorriqueños creando espacio para la Antropología, Arqueología, Historia, Conservación del Patrimonio Histórico Edificado, Conservación de Documentos, Arte Popular, Folclor, Música

y Teatro. Gracias a su visión se establecieron instituciones como archivos, museos, parques, bibliotecas, talleres de artes plásticas, editorial, centros culturales, entre otros espacios de gestión cultural. Puedo afirmar que es la figura principal y más trascendental de mediados del siglo XX en lo relacionado a la aportación histórica y cultural.

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Cartel Campechada 2021 dedicada al Dr. Ricardo Alegría

Reseñas

Para esta sección hemos seleccionado dos contribuciones valiosas a la historiografía puertorriqueña contemporánea. Se trata de dos estudios de historia política de Puerto Rico del siglo XX centrados en dos líderes claves de ese período que contribuyeron en forma decisiva al debate y a la discusión pública de ideologías determinadas, y a la formación de un liderato que configuró senderos de lucha política en el país: Pedro Albizu Campos y Luis Muñoz Marín. Sus autores, dos jóvenes investigadores que han asumido la responsabilidad de indagar y profundizar en movimientos políticos contemporáneos a partir de instancias reveladoras que los caracterizaron. Veamos a continuación una aproximación al trabajo desarrollado por José Manuel Dávila Marichal y Pablo José Hernández Rivera que contribuye a la construcción de la historia política de Puerto Rico desde la mirada valorativa y crítica a dos de sus más fervientes líderes.

Dávila Marichal, José Manuel. Pedro Albizu Campos y el ejército libertador del Partido Nacionalista de Puerto Rico (1930 - 1939). San Juan, PR: Ediciones Laberinto, 2022.

Esta investigación parte de un análisis de la historia del nacionalismo en Puerto Rico, concretamente del Partido Nacionalista, justamente desde la invasión de Estados Unidos de Norteamérica. Contextualiza el surgimiento de esa colectividad a partir de lo que estaba sucediendo en el mundo, fundamentalmente examina cómo se militariza la política europea. Resalta de inicio, cómo el Partido Nacionalista de Puerto Rico fue impactado por lo que estaba ocurriendo en ese momento. Destaca como interés fundamental del

estudio trascender la práctica generalizada de estudios previos que privilegiaban la figura del líder dejando a un lado el papel singular de los que trabajaban en la base de la colectividad.

La investigación se presenta en cinco capítulos. El primero se centra en la fundación del Partido Nacionalista de Puerto Rico y en el desarrollo del liderazgo inicial de Pedro Albizu Campos hasta su elección como presidente de esa colectividad. Describe la formación de este líder y destaca su participación como estudiante de ciencias militares y su servicio voluntario en el ejército de Estados Unidos durante la Primera Guerra Mundial. Revela la convicción de Albizu en torno a la milicia al citar en sus palabras que: “La organización militar de un pueblo es necesaria para su defensa, y eso se consigue solamente con los sacrificios dolorosos que impone una guerra”. Una vez regresa a la Universidad de Harvard para finalizar

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Víctor Hernández Rivera ORCID: 0000-0001-8347-6626

sus estudios en Derecho estudia simultáneamente con mucho interés los movimientos nacionalistas de profundo significado en ese momento, como los de la India e Irlanda. Este último le provoca un interés particular. De ahí que se familiarice más con la experiencia irlandesa y logre establecer analogía entre Irlanda y Puerto Rico, ya que ambos estaban ocupados por imperios protestantes y compartían una arraigada tradición católica. Así, equipado con una mezcla de catolicismo y patriotismo regresa a Puerto Rico preparado y motivado para emprender trabajo político en su tierra. Se incorpora al Partido Nacionalista y emprende una peregrinación por las Antillas con el objetivo de buscar aliados por la independencia de Puerto Rico. Una vez regresa a la Isla, asume la presidencia del Partido Nacionalista, se da a la tarea de ir definiendo lo que es un nacionalismo revolucionario y pone en marcha todos los cambios necesarios en la colectividad. De esa forma, el líder sienta las bases para militarizar el movimiento y resolver el problema colonial de Puerto Rico, si no se logra este objetivo en forma pacífica. En la investigación se reitera que Albizu no abandonó otros métodos y estrategias de lucha, toda vez que la lucha armada fue uno entre otros instrumentos tácticos que tenía disponibles el líder nacionalista.

En el segundo capítulo el autor del texto describe en detalles cómo se fue militarizando el Partido Nacionalista. Narra el proceso constituyente de la Asociación Patriótica de Jóvenes Puertorriqueños (APJP), la cual tuvo sus oficinas centrales en Río Piedras, organización que sucesivamente va creando capítulos a través de la isla. Una aportación significativa de esta investigación consiste en presentar evidencia de otra cara de la historia para sostener que la mayoría de los miembros del Cuerpo de Cadetes eran estudiantes, obreros o artesanos que provenían de familias pobres, obreras y de agricultores, esto es, de las clases menos privilegiadas, y no necesariamente como se ha argumentado en la historiografía puertorriqueña que el apoyo que recibió el Partido Nacionalista fue el que impartió “la pequeña burguesía del país”.

Se describe además la indumentaria de los jóvenes cadetes y la organización e instrucción militar. Así también, se narra cómo se fue levantando el liderato de las mujeres en el Partido Nacionalista y la formación de las Hijas de la Libertad, organización fundada por jóvenes que querían seguir los pasos del Partido Nacionalista para alcanzar la República de Puerto Rico.

El tercer capítulo del libro se centra en la descripción de la organización del “Ejército Libertador” y en el establecimiento del “Servicio Militar Obligatorio” en el Partido Nacionalista, así como el cambio de la función de las Hijas de la Libertad, reorganizadas como “Cuerpo de Enfermeras”, cuyo objetivo fundamental consistiría en auxiliar a los cadetes en caso de que se pudiera dar un enfrentamiento con las fuerzas del régimen. Se pone de relieve en este apartado del texto cómo se va desarrollando una conciencia revolucionaria tanto en los Cadetes de la República como a las Hijas de la Libertad y el Cuerpo de Enfermeras que contribuyó a desarrollar un equipaje formativo que habría de servirles en sus posteriores iniciativas y responsabilidades en la colectividad.

En el cuarto capítulo se describe cómo surge la denominación de Albizu como “fascista” y el contexto en el cual esta se produce. La investigación profundiza en el análisis del tema a partir de una aproximación crítica a la historiografía en la que se debate la supuesta influencia del fascismo en el Partido Nacionalista. Se resalta como postura relevante el hecho de que la determinación de Albizu de crear un Cuerpo de Cadetes fue a partir de lo que observó y admiró de los Voluntarios Irlandeses, experiencia que lo llevó a establecer tangencias con la situación de Puerto Rico.

El tema central del capítulo cinco de esta investigación es el cómo se desarticuló el Ejército Libertador. El autor, de entrada, deja establecido que a partir de 1898 el gobierno estadounidense en Puerto Rico convierte en una constante la represión contra quienes creen y defienden la independencia y soberanía de Puerto Rico. Se describen diferentes hechos históricos en los que se evidencia cómo las

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autoridades designadas por el Gobierno de Estados Unidos emprenden un patrón de persecución y represión en Puerto Rico de los diferentes líderes y militantes de base del movimiento nacionalista y del independentismo en general. Se documenta y describen las conspiraciones en contra de la vida de Juan Antonio Corretjer, quien se desempeñaba como Secretario General del Partido Nacionalista, así como de Pedro Albizu Campos. Se incluye un análisis de la Masacre de Río Piedras (1935), así como el plan de ajusticiamiento del coronel Francis Riggs. Se resalta el apoyo impartido por las agencias represivas del gobierno de Estados Unidos (FBI y la División de Inteligencia Militar) para que el gobierno colonial pusiera en marcha una campaña represiva para acabar con el Partido Nacionalista. El proyecto de represión adquiere una nueva dimensión con la Masacre de Ponce (1937) en la cual hubo 21 muertos como consecuencia de la intervención criminal de la policía. Se describen los procesos judiciales llevados a cabo en los que los verdaderos responsables de la matanza --el gobernador Winship, el coronel Orbeta y el capitán Blanco--, no cumplieron pena; más aún la represión continuó y así también la respuesta de los nacionalistas a través del atentado contra la vida del Juez Federal Robert A. Cooper y el atentado contra el gobernador Blanton Winship. Culmina el estudio resaltando que el gobierno logra mediante diversos mecanismos de represión y persecución, desactivar el “Ejército Libertador”, así como disminuir la matrícula del movimiento nacionalista. Se indica además que el disgusto y la ira provocada por la Masacre de Ponce hace que nuevos reclutas estuvieran dispuestos a continuar la lucha a través del Partido Nacionalista para lograr la libertad de Puerto Rico. Los testimonios de los nuevos militantes así lo comprueban. La investigación desarrollada por el profesor Dávila Marichal constituye una aportación valiosa a la historiografía puertorriqueña contemporánea por varias razones. Es un trabajo de búsqueda y corroboración surtido de múltiples acercamientos a hechos históricos con nuevas miradas y lecturas.

Hace justicia al movimiento nacionalista con evidencia documental y testimonial a través de la cual se podrán abordar nuevos debates, así como enriquecer nuevas discusiones. Sobre todo, es un trabajo que abre nuevas formas y avenidas para la reconstrucción de nuestro pasado histórico. A fin de cuentas, así se conforma el perfil de un trabajo fecundo.

Estudiar la historia de Puerto Rico de la segunda mitad del siglo XX necesariamente está estrechamente vinculada a movimientos, transformaciones y a sus respectivos protagonistas. Esto es, hombres y mujeres, tanto líderes como representantes de los diversos sectores sociales del pueblo, que de alguna manera se destacaron en esos procesos y marcaron una etapa del desarrollo histórico del país. El libro que comentamos a

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Hernández Rivera, Pablo José. Compatriotas: exilio y retorno de Luis Muñoz Marín. Ponce, PR: Fundación Rafael Hernández Colón, 2020.

continuación constituye una aproximación a la historia política de Puerto Rico en una coyuntura significativa, aquella en la cual una figura central de la política puertorriqueña del siglo XX pasa el batón del liderato de su colectividad provocando consecuencias inesperadas; una transición con profundas repercusiones. Pablo José Hernández Rivera investiga a profundidad los pormenores de esa encrucijada histórica y nos presenta un estudio novedoso que incursiona en el seno de una colectividad --Partido Popular Democrático--, y en el carácter, la voluntad y el liderazgo de su fundador --Luis Muñoz Marín--, quien se desempeñó como el primer gobernador electo por el pueblo de Puerto Rico (1948 - 1964).

El estudio incluye de apertura un prólogo escrito por A. W. Maldonado, quien se desempeñó en la prensa escrita del país durante el período transicional del partido de Muñoz y que se convirtió en su amigo personal. Este escrito además de construir una alabanza al liderazgo de Muñoz, concluye que: “Ser popular, después de todo, es ser muñocista”. Se comprueba con su escrito que el muñocismo se inscribe en la tradición del procerato latinoamericano que oscila entre el caudillismo tradicional y la veneración elevada a dimensiones casi religiosa. Por eso en la época del dominio pleno del PPD en la política del país en muchos hogares de la ruralía puertorriqueña no faltaban dos cuadros en las paredes de las casas: el Sagrado Corazón de Jesús y el retrato de Muñoz.

Aunque el libro tiene como eje central el retorno de Muñoz luego de su retiro y exilio voluntario en Europa, describe un período más amplio: desde la derrota del Partido Popular en las elecciones de 1968 hasta el triunfo de Rafael Hernández Colón como gobernador en las elecciones de 1972.

El año 1968 ha quedado registrado en nuestra historia política como el inicio del período del bipartidismo en Puerto Rico. Es un momento coyuntural para el Partido Popular Democrático (PPD) ya que desde el primer momento que participa en un evento electoral en 1940 no había perdido unas elecciones. Múltiples razones llevaron

al PPD a su derrota, pero se dramatiza la discusión con el hecho de que en efecto la colectividad recibió el impacto de no haber respaldado al gobernador

Roberto Sánchez Vilella a la reelección y la consecuente creación de una nueva colectividad denominada como Partido del Pueblo bajo su dirección. Esto sin duda habría de ser determinante en el resultado electoral de los comicios de 1968: Luis A. Ferré (PNP, 43,6%); Luis Negrón López (PPD, 49.7%); Roberto Sánchez Vilella (PP, 11.7%); Antonio J. González (PIP, 3.5%) y Ramiro L. Colón (PER, 0.5%).

El autor destaca que mientras se cuajaban diferencias en el PPD con el gobernador Sánchez Vilella, Muñoz asume el liderato de la campaña del Plebiscito de 1967, logrando que el Estado Libre Asociado prevaleciera por amplia mayoría. Aún así, las diferencias continuaron hasta culminar con la derrota electoral de la colectividad. Muñoz se exilia y en varias ocasiones se reúne con amigos puertorriqueños que lo visitan en Europa; muchos de éstos fueron sus colaboradores en los años de lucha y desempeño como líder del país. El conjunto fotográfico que acompaña al texto, da cuenta de varias de esas personalidades que se reunían con Muñoz en su exilio.

En diversos apartados del libro se da parte de cómo se va levantando el liderato social y político de Rafael Hernández Colón al amparo del líder histórico del PPD: designado por Muñoz en 1960, como Comisionado Asociado de Servicio Público y recomendado por Muñoz al gobernador Sánchez Vilella para la designación como Secretario de Justicia en 1965.

El fragmento del libro más interesante consiste en ir develando todo el misterio que encierra el posible retorno de Muñoz como antesala de las elecciones de 1972 en las que Hernández Colón correría como candidato a la gobernación. Se crea un clima de anhelo en las huestes de la colectividad toda vez que la mera presencia de Muñoz en Puerto Rico para muchos en el partido garantizaría el triunfo electoral. Los denominados muñocistas apuestan a que un apoyo sólido del líder histórico a

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Hernández Colón levantaría el clamor popular a tal punto, que provocaría un necesario avivamiento en el pueblo en ese momento.

Se describe en detalles la llegada de Muñoz a Puerto Rico justamente un mes antes de la elecciones de 1972. La confirmación del regreso al país cubrió las primeras planas de la prensa. El retorno de Muñoz causó mucho furor en diferentes sectores de la población, especialmente en los medios noticiosos que, una vez confirmada la llegada al país, no daban con su paradero, al extremo que un ciudadano llegó a afirmar que “Muñoz era el desaparecido más presente que jamás haya tenido Puerto Rico”. El sábado 7 de octubre, Muñoz se reúne en Cidra con Hernández Colón y con los organizadores del acto público compareciendo ante su pueblo luego de varios años de exilio.

El 8 de octubre se celebra el acto donde Muñoz se dirige a una multitud que se dio cita en el lado norte de Plaza las Américas. Sus seguidores se ubicaron también en la ladera del expreso, autopista que para ese momento se encontraba recientemente construida y uno de los proyectos icónicos de la administración de Luis A. Ferré. El texto narra las descripciones, juicios y valoraciones del encuentro. Resalta el elemento de las emociones y las reacciones de uno y otro: el pueblo común, profesionales, trabajadores, mayores, jóvenes, en fin, todo el cuadro social que era testigo de ese momento histórico. El acto fue montado para impulsar la candidatura de Rafael Hernández Colón y logró su cometido.

En los próximos días de la concentración en Plaza

Las Américas, Muñoz emprende una cruzada por campos y pueblos buscando el apoyo popular para las elecciones próximas a celebrarse. Aunque esta iniciativa fue condicionada por el tiempo limitado con el que se contaba a pocas semanas para el evento, unido a la fragilidad que conllevaba la edad de Muñoz, surtió los efectos esperados. Hernández Colón ganó las elecciones de 1972, la mayor parte de los municipios, la Cámara de Representantes y el Senado. Muñoz advertía desde Cidra: ‘’Ésta es la victoria de la razón sobre la conciencia”.

El libro culmina con una reflexión en la que se valora la aportación de Muñoz para las elecciones de 1972, pero también resalta que, como afirmaron algunos periodistas en sus columnas, no se puede menospreciar el desempeño de Hernández Colón. El conquistó a electores con su disciplina, inteligencia, dedicación y trabajo. Esta investigación hace una aportación valiosa a la reconstrucción de la historia política de Puerto Rico. Está fundamentada en documentos de diversa índole: cartas, artículos periodísticos, testimonios de historia oral, entrevistas, entre otros. Incorpora un elemento novedoso al utilizar los códigos QR con el fin de proporcionar una experiencia interactiva a los lectores. Ello permite que el lector se ponga en contacto con contenido digital relevante como el discurso de Muñoz de 1972 en Plaza Las Américas, así como vídeos de la familia Muñoz, lo cual a su vez enriquece el texto con contenido visual y sonoro. Debemos destacar también la selección fotográfica que acompaña los diferentes temas planteados en el libro. En fin, se está ante una investigación fundamentada en una instancia, un momento histórico breve, pero que demanda y requiere que se extienda la mirada a sus alrededores, antecedentes, consecuencias, forma también de construir la narración histórica.

Madeliz Gutiérrez Ortiz

ORCID: 0000-0002-3785-9586

J. F. Caraballo Resto. 2019. “¿Islam en Puerto Rico o Islam de Puerto Rico?: Prácticas identarias entre conversos/as al Islam en Puerto Rico”. Ámbitos de Encuentros 12(2): 7-29.

El antropólogo Juan F. Caraballo Resto inició el artículo desarrollando un preámbulo histórico de la presencia musulmana en Puerto Rico, exponiendo seis coyunturas de injerencia del Islam en la Isla, a saber: 1) arribo al Caribe por medio de la empresa colonial durante el siglo XVI, 2) arribo desde África Occidental como esclavos, lo cual, hizo del Islam,

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la segunda religión monoteísta en las Américas, 3) migrantes árabes, en su mayoría libaneses durante el siglo XIX, dejando un legado genealógico que se logró rastrear por medio de apellidos como Bechara, Halabi, Bared, Fas, Tartak y Mameri, 4) migración jordana y palestina después del 1950 producida por huir del conflicto árabe/israelí, que dio paso a un sector menos pudiente económicamente constituido de vendedores ambulantes árabes, 5) hijos e hijas de migrantes árabes que mantuvieron estrecho contacto con el Oriente Medio. Dos tercios de ellos se conformaron de inmigrantes palestinos concentrados en los municipios de Caguas, Vega Alta, Vega Baja, Dorado, Manatí y San Juan (todos pueblos de la zona norte de PR), y 6) creciente población de puertorriqueños que desde el 1990 han abrazado el Islam. Sobre este último rubro es que el autor centró su interés, para la conformación del escrito.

La lectura expuso que no existían cifras oficiales que cuantificaran el número de musulmanes en la Isla, ni investigaciones sistemáticas para aclarar de dónde sacaron el número de que eran 5, 000 personas en 2019. En ese sentido, el estudio viene a explorar historias locales como parte de un trabajo de campo, donde el autor enmarcó relaciones de poder experimentadas en el contexto de vida cotidiana de nuevos conversos al Islam en Puerto Rico. En ese sentido, el autor dio voz a un sector de musulmanes, que no tienen visibilidad, ya que sus prácticas, mayormente se gestan fuera de la oficialidad de la Mezquita. El autor basó su estudio en la interlocución de 20 personas adultas, 10 hombres y 10 mujeres. El acopio de sus narrativas, dio cuenta que eran musulmanes que enfrentaban una enseñanza colonial basada en el árabo-centrismo, y donde se les intentaba enseñar una normativa, que en muchas ocasiones, les resultaba ajena en términos culturales. Esta narrativa tenía que ver con manejo de lenguaje, vestimenta, actitudes y ritualidades que chocaban con la cultura puertorriqueña.

Del escrito se deslindó que los nuevos conversos resentían el que se les tratara como musulmanes de segunda. Sentían no encajar. Argumentaron que para ir a la mezquita algunos de ellos tenían que contar con una preparación mental y espiritual de antemano, (por los choques que pudieran enfrentar), ya que se les hacía sentir como inadecuados al interior y exterior de otros círculos de musulmanes en Puerto Rico. Muchos de ellos, optaron por auto educarse por medio de las redes sociales para minimizar su infantilización del acercamiento al Islam, empoderarse y democratizar el conocimiento. Los rituales más relevantes del Islam, los celebraban en las casas o en espacios públicos como parques o centros de convenciones. Han delegado la autoridad interpretativa y pragmática en sí mismos y no en el Imán o en los hombres de la mezquita, quienes han sido considerados por otro grupo de musulmanes, como poseedores del poder administrativo de dichos espacios. En consecuencia, una nueva conversa isleña, (puntualizando la relevancia que el Islam suele darle a la educación), argumentó que ella tenía mente propia y consideraba la duda como importante, pues la duda siempre lleva a interrogar, a buscar y a conocer. Su proceso de educación autodidacta, lo describió como uno de empoderamiento individual y en donde no se encontraba doblegaba al conocimiento de otra persona.

En resumen, en esta investigación, Caraballo Resto presentó múltiples representaciones esencialistas del Islam en Puerto Rico que rompen con el estereotipo de los modelos e historias fijas. Mostró cambios, cuestionamientos, reanálisis, redefiniciones y una búsqueda de construcciones alternas fuera de la oficialidad ritualista arabocentrista, pero centrado en el capitalismo individualista norteamericano característico de la colonia puertorriqueña, que deja entrever, la pluralidad de las prácticas islámicas en Puerto Rico.

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