Trabajos de taller
Al fin llega la tarde, ubico la silla en la esquina de la sala desde dónde puedo observar la llegada de los parientes. Ver sin ser vista sus caras y atuendos, escuchar sus pasos en la escalera y sentir la voz de la vecina, las expresiones de júbilo, los abrazos. Espero atenta y no aparecen. Un vértigo interior me sobrecoge, ¿y si no vinieran hoy? Crece en mí un sentimiento de desamparo, de soledad y abandono. ¿Es posible que, por algún motivo que desconozco, tengamos, ella y yo, que empatar una semana con otra sin recibir la visita de los parientes? Transcurren las horas y nadie llega. Termina el domingo en la penumbra de la sala con las luces apagadas. Paso la noche en vela. Al fin amanece. Me ahogo en la casa y la incertidumbre por la ausencia inesperada de los parientes me agobia. Salgo y miro hacia arriba. Las ventanas están cerradas. Han puesto un anuncio, con grandes letras negras, que dice «SE VENDE».
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