Trabajos de taller
un guijarro blancuzco, tan grande como un huevo de paloma, emitía unos destellos tenues e intermitentes... »La última vez que vi a Manaíllo aparejaba una yunta de bueyes en el lugar donde veintidós años atrás yo supuse que su padre y Deogracias Clavijo iban a pelear. Ya bastante mayor, y con la barba hirsuta que exhibiera siempre Justo Ortega, apenas sí me reconoció cuando lo saludé. Muy cerca de allí hablé también con las Cántalas. Arrugadas y encanecidas —algo más Cantalicia que Nicolasa—, me dijeron que ahora en Hojas Anchas nadie se entregaba a la parranda los fines de semana, ni al cobijo de la alta montaña se destilaba aguardiente. Aunque la techumbre ya no era de roble y a la madera de las paredes lo había sustituido ladrillos a la vista, ahí, pasando apenas el camino, permanecía su casa. »La mía ya no estaba. »Muchas gracias».
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