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¿Solo o acompañado? El “renovarse o morir”, más vigente que nunca Por Carlos Escalera, abogado
Con el Covid-19 llegan inesperadas situaciones que provocan inéditas demandas a las que responder. Añádase la confusa profusión legislativa. El teletrabajo, la nueva interrelación con clientes, la obligatoria adaptación tecnológica, sin la cual no podemos ejercer. Nuevas aplicaciones y herramientas exigen una nueva organización en los despachos y un cambio de mentalidad. Hay cambios, pero los problemas siguen siendo los mismos: ingresos y gastos. Familia y clientes. Imprevistos y prioridades. Repartir tareas y tiempos. En suma, la organización: o lo más sencillo o lo más complicado. Además de las tareas conocidas, detrás hay un trabajo invisible e imprescindible. Abrir la puerta, el teléfono, e-mail, WhatsApp, llevar la agenda. Añade la pág. web, un blog, las RR.SS… Desde la limpieza a comprar folios. Tareas que no parecen necesarias, pero que hay que hacer y roban tiempo. Las hay personalísimas, indelegables. Otras pueden compartirse o contratarse. Si nos las hacen, cuestan dinero; si las hacemos, no, pero sí llevan un tiempo, que puedo cuantificar. El hacerlas nosotros o no, no conlleva resultados instantáneos; a medio y largo plazo sí. Una mayor especialización y productividad, y con ello, rentabilidad. Queramos o no, estas tareas invisibles suponen un gasto en tiempo o dinero que debemos sopesar. Dedícate unos minutos. Anota las tareas que haces en una semana. Al lado, las que no has hecho estando previstas y las que crees que deberías hacer y no haces al faltar tiempo o medios. Asigna un tiempo y un precio para cada una. Subraya cuáles podrías compartir o encargar. ¿Cuánto has gastado, ingresado o perdido? Que cada uno saque sus conclusiones, pero es imposible no preguntarse si compensa o no hacer algunas tareas, o si las necesarias y convenientes las puedes o no hacer todas solo. ¿Asociarse? Implica organizar, colaborar, y también delegar. Al hacerlo algo ganamos, pero también aportamos. Convivir con otros, someterse a un horario, a una disciplina, a un sistema de ejercicio distinto al acostumbrado. ¿Qué estamos dispuestos a aportar? Y sobre todo, ¿se garantizan resultados?
Ya no son «nuestros» clientes, ahora son «clientes del despacho» Veamos formas y grados de colaboración. Desde una mera alianza, un solo compartir gastos, a ir más allá. Menores costes y tareas repartidas tal vez sean mayores ingresos. Al asociarse, se aporta trabajo y también clientela. Ya no son “nuestros” clientes, ahora son “clientes del despacho”. En un asunto favorable, el mérito ya no es solo nuestro, es del despacho. El paso del “yo” al “nuestro” no es fácil. Retroceder podría ser un camino de difícil o imposible retorno, volver a ser casi anónimo, a partir de cero. Si decido asociarme, porque creo que compensa, dejan de preocupar los señalamientos simultáneos, viajes o salidas inesperadas. Incluso ofrezco más servicios. Un problema eliminado. Pero surgen otros. ¿Cómo y con quién asociarse?
Dejemos el con quién. Esa pregunta no puede tener respuesta en este artículo. Pensemos solo en el cómo. Partamos de que la abogacía se ejerce solo o acompañado y que existen dos tipos de gastos fijos: los personales y los “compartibles”. Entre los primeros, Seguridad Social o mutualidad, cuotas colegiales… Los compartibles van desde papelería, personal, alquiler, limpieza, suministros… Algunos, ligados a esas tareas que considerábamos delegables. El profesional liberal independiente asume todas las tareas, tradicionales y nuevas, y el 100 % de los gastos. En una semana normal, podrían ser inasumibles y en el mejor de los casos, serán limitadas. Las opciones de crecimiento van a estar acotadas en alguna medida. La competitividad, el tiempo para reciclaje y formación también. Exige o una capacidad de organización envidiable y una férrea autodisciplina, o el limitar materias especializándose y renunciando a otras.