Mamá Loba Historias de crianzas en singular

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mamรก loba Historias de crianzas en singular


Santoro, Cecilia Mamá loba: historias de crianzas en singular / Cecilia Santoro; editor literario Josefina Garzillo; fotografías de Nadia Luengo; ilustrado por Paula Macías; prólogo de Ana Laureiro. - 1a ed . - La Plata: Bosque Editoras, 2019. 99 p.: il.; 20 x 14 cm. ISBN 978-987-47253-2-5 1. Maternidad. 2. Educación de los Padres. 3. Modalidades de Violencia de Género. I. Garzillo, Josefina, ed. Lit. II. Luengo, Nadia, fot. III. Macías, Paula, ilus. IV. Laureiro, Ana, prolog. V. Título. CDD 649.108

Esta obra está bajo una Licencia Creative Commons AtribuciónNoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional. Sos libre de difundir y compartir esta obra, con previo aviso y cita a las autoras, siempre que no sea con fines comerciales. Toda obra derivada de ésta debe llevar una licencia de creatividad común similar. Esta obra existe gracias a todas las mujeres que han decidido compartir sus experiencias de vida y crianza. Para preservar sus identidades y las de sus niñes, los nombres han sido ficcionados. Ilusraciones: Paula Macías Fotografía: Nadia Luengo Bosque Editoras Septiembre de 2019 Acompañamiento editorial: Josefina Garzillo y Ana Carolina Arias Corrección: Josefina Garzillo Diseño de tapa: Carla Biurra Diagramación de interiores: Ana Carolina Arias Contacto con la editorial: editorasbosque@gmail.com


mamรก loba Historias de crianzas en singular

Cecilia Santoro (Ed.)



A mis hijes que son pura inspiraciĂłn, a mi compaĂąero que honra de manera tan hermosa su rol, a Pepi y Dani por abrirme las puertas a la existencia, a todas las mujeres de mi vida.



íNDICE

¿Qué decir? ¿Qué prologar? Mi historia Julieta Carolina Ángela Violeta Mariposa Blanca Amanda Marisol Nani Linda Ale Frassati M. C. M. Andrea Evangelina Marcela Información útil Sobre la cuota de alimentos y sus obligaciones Frente a la violencia de género Ley de Parto respetado

Emprendimientos de Mamás Lobas

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¿Qué decir? ¿Qué prologar? Ante todo la maravilla. Seres inmensos que maternan. Seres llenos de amor por les hijes. Con mucho para dar pero quedando al borde de la vaciedad, al borde del abismo: ¿Y ahora qué más tengo para dar a ese ser que me mira y me pide...? Y la sociedad observando a los costados. Bueno así se sienten o siento que se sienten estas madres que asumieron el reto y la responsabilidad de acompañar el crecimiento de uno o varios hijes y que la sociedad no empática las deja solas y las acusa cuando trastabillan en el camino. ¿Cómo sobrevivimos a tantos años de psicología patriarcal que atraviesa todos los campos de las ciencias y los actos humanes? Esa es la pregunta disparadora. Mi historia de maternidades distintas es la de mi mamá y sus dos hijas maternadas por mamá, abuela, tía. ¡Crecimos en un matriarcado por decantación!. Agradezco tanto esa crianza. No me han sabido cuidar tanto de abusos por parte de mi progenitor, pero no las culpo por ello. Mucho monstruo para enfrentar en aquellos momentos de dictadura, mundial de fútbol, pantalla del horror y luego guerra de Malvinas: una época espeluznante. Tampoco justifico que no se hayan dado cuenta o lo hayan podido frenar. Lo peor ya pasó y ellas hicieron lo mejor que les salió. Siento su amor en mi piel y en las herramientas que se preocuparon por darme. Y acá estoy escribiendo el prólogo de esta primer obra de 11


recopilación y visibilización de historias maternales que muestran el abandono y la resiliencia, o sea, el mejor modo de sobrellevar y transformar el abandono y el desamor, en crianza con apego y contención amorosa. No tengo más que palabras de orgullo y agradecimiento para hablar de este trabajo que recoge las historias de estas heroínas. “Dar la forma de libro es anecdótico”, como decía la abuela Alaye de la Plaza de Mayo, ordenar y dar formato de libro es un acto de resistencia. No es que quisimos escribir un libro sobre maternidades en soledad, pero sí necesitamos este registro, este lugar para nombrar a estas mujeres de nuestros tiempos. Porque hoy en día me pregunto: ¿Quiénes fueron las mamás de todos los héroes que nos hicieron aprender sus nombres, de San Martín, de Belgrano, de todes elles? De ahora en más, pregunto: ¿cómo se llamó la mamá de cada uno? Celebro este libro, por muchos trabajos más de resistencia y amor transformador. Nombrar y visibilizar las violencias y las personas violentadas nos hace más reales y conscientes para que no ocurran más. Gracias. Ana Laureiro Miembro de la Consejería para la Prevención de la Violencia Obstétrica https://www.facebook.com/prevencionvo/

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Mi historia

Esta debe ser la décima vez que me siento a escribir mi capítulo para este libro. Y cada vez que me acomodo, en seguida me paro, prendo un sahumerio, preparo un mate. Esquivo. Me siento otra vez, miro la pantalla, se me revuelve el mundo, descalifico ese sentir… Sistemáticamente esa secuencia. Porque ¿qué voy a contar yo? ¿Que a mis 39 años quedé embarazada en un descuido cuasi adolescente? Entonces me leo, me observo y vuelve el pánico a la exposición, a la mirada crítica y los dedos acusadores. Pero contar es lo mínimo que puedo hacer después de leer las historias de otras mujeres que se abrieron enteras y entregaron su corazón a este proyecto. Y sí, quedé embarazada a mis 39 años en un descuido cuasi adolescente. La historia arranca con una mujer derrotada y empezando a caminar con un peso vital que la estaba excediendo. ¿Vieron esas rachas que arrancan y parece que no se terminan más? Bueno, así estaba: veníamos de transitar una internación grave y larga de mi compañero, mucho tiempo sola con mi alma sosteniendo todo, pero TODO, a nuestro hijo, a él, a su familia; meses después tener que dejar nuestra casa de Capilla del Monte, soltar mi sueño, al cerro, los caballos, a mi perra, volver a vivir en Buenos Aires y terminar separándonos. 15


La vida me había noqueado y necesitaba un espacio de cobijo, de volver a ser yo misma, de reconectar con mi esencia, mi gente, mis códigos. Estaba con el corazón desgajado y, en los ratos que el papá de mi hijo cuidaba de nuestro pequeño, daba vueltas por la ciudad a la búsqueda de un abrazo tibio, vagabundeaba por la avenida Corrientes, me internaba en sus librerías y me quedaba ratos largos olfateando el tomo más antiguo que encontrara, me metía en algún cine, como hacía antes, cuando me proyectaba sola para siempre. Un poco de ese oxígeno bohemio que buscaba volver a respirar lo encontré en el hombre que en ese momento era mi mejor amigo, que me recibía en su casa, me escuchaba, aconsejaba. Con él armamos proyectos nuevos, intervenciones, cine debate, volví al activismo; porque él también fue mi compañero ideológico por 20 años. En uno de los encuentros quedé embarazada. En uno de esos encuentros solté todo atisbo de control, no podía ni quería sostener nada más. No quería pensar, ni estar atenta, ni cuidar, ni ser prolija. Venía sintiéndome tan harta de ser perfectita todo el tiempo. Necesitaba terminar de romperme hasta lo más profundo, hasta mi médula, derrapar y así lo hice. Bien capricornio que se propone y concreta. Y entonces compartí la buena nueva con el susodicho involucrado, que cayó como una especie de Hiroshima verbal. El aborto nunca fue para mí una opción que quisiera evaluar. Siento a mis hijos desde el primer día de gestación y los abrazo. Los embarazos me nutren de una fuerza que no encontré en otros momentos. Con Nicanor (el más pequeño) me encargué de que se sienta muy amado y bienvenido siempre, le confesaba los miedos que empezaban a surgir, las tristezas, y también cómo mi deseo de recibirlo y auparlo me daba fuerzas para seguir todos los días, para que su hermano pueda vivir feliz la conexión con la panza. 16


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Pero volviendo al antihéroe, esta decisión de no abortar básicamente lo desquició. Para mí la ecuación fue bien simple: irresponsables ambos, pero cuerpa gestante la mía, por ende, la decisión también. Matemática básica. La obviedad más obvia. Y en esa postura me mantuve. Fue un mes de recibir psicopateadas, amenazas y demás. Pero mi postura se impuso y este “hombre” se evaporó en sus mismos gritos. Se lo tragó la tierra, se mudó a España en teoría, no sé. Nunca más supe de él. Abandonó a su hijo. Anda por la vida sin saber si su hijo nació o no, cómo se llama, si está bien, si le falta algo. Activista en Derechos Humanos, autoproclamado feminista y también, valga la incoherencia, progenitor abandónico. La personificación misma de un oxímoron. Durante un tiempo me sentí un poco tapa de revista: “Pero se separó hace poco. ¿Y ya está embarazada? ¡¿Y ahora están juntos otra vez!!? Ave María Purísima”, se espantaba Doña Rosa, abanicándose con el Clarín del domingo. Porque la mujer tiene la culpa siempre. La mujer debe ser funcional a su entorno. La mujer no puede romperse, tiene que ser fuerte. A la mujer no se le permite flaquear ni trastabillar. No se equivoca, sostiene, contiene, se ocupa, administra, decide. No llora, no incomoda, no se rompe ni se debilita. Y si derrapa que nadie se entere, a escondidas por favor, que no moleste. A ver si encima hay que ocuparse de ella. Finalmente no estoy criando sola porque recompusimos la pareja. Con mi compañero nos definimos como sobrevivientes de las respectivas historias, arrancamos juntos hace seis años a los tumbos y ahora nos encarrilamos un poco más prolijos (un poco…). Somos un clan ensamblado con cuatro pibites y los cuatro son de los dos, esa es la fórmula de amor que nos funciona. Un amor desestructurado o con estructuras muy nuestras. Nos amamos, mucho y muy fuerte y vamos siempre para adelante, sorteando desafíos no menores, nutridos (y curtidos) por ese mismo amor. 17


No estoy criando sola pero desde ese momento empecé a acompañar mujeres en esa situación y este libro es el proyecto material de la red que se fue armando en el mundo virtual. Es la posibilidad de que la voz de cada una de ellas se escuche, de empaparnos de sus identidades, un paso más para terminar con la invisibilidad. Son gigantes, amazonas, curanderas, brujas, magas, artesanas de sus caminos. No me entra en el pecho la admiración, el amor, el agradecimiento que siento por cada una, por todas ellas, por toda la red de mujeres que nos reúne y nos convoca. Este libro es un sueño materializado, un hijo más, un puntapié inicial hacia otro tipo de proyectos, una red de sostén, un abrazo compartido en sororidad. Un espacio de encuentro de mujeres guerreras, fuertes, mamachas, lobas.

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Julieta

“La madre tierra es madre soltera”, canta Jorge Drexler en una canción. Siempre quise ser mamá, imaginé un hijo con cada hombre con el que me relacioné, con todos, aunque sea algo efímero y sin futuro. Salvador me esperó y a mis 23 años decidió llegar. Fue difícil desde el minuto cero, pero no hubo un sólo instante en el que me haya arrepentido de haberlo recibido. Mi adolescencia estuvo colmada de drogas, situaciones riesgosas, violencia, y el papá de Salvador es consecuencia de eso. Nunca fuimos novios, sólo nos frecuentábamos, a veces más, a veces menos. Desde muy chico entró y salió de comisarías, institutos y penales. Y ahí, en una comisaría de la ciudad de La Plata es que quedé embarazada. Yo trabajaba en un restaurante entre ocho y diez horas diarias, llevaba una vida de consumo activa, no estaba cerca de mi familia ni de amigos donde buscar contención. No era un panorama luminoso para la llegada de un bebé, sentía dudas y miedo. El tenerlo o no, no estaba en juicio, sabía que había llegado el momento de ser mamá, sólo que miraba para adelante y veía un abismo. Un día me hice el test, eran las 11 de la noche, yo vivía sola en un departamento por la zona del Parque Saavedra de La Plata. La ansiedad no me dejaba dormir y salí caminando en pijama, buzo y ojotas a buscar una farmacia de turno. Caminé 15 o 20 cuadras, volví, lo hice y al ver el resultado llamé por teléfono a la cocinera del bar donde trabajaba. Una 19


mujer con tres chicos, una vida de lucha y sacrificio, una oreja incondicional, abrazos calentitos, mates siempre y una cantidad de amor que le rebalsaba por los costados. Lloramos juntas, nos asustamos y decidimos pensar bien qué hacer. Pasaron un par de días y una noche atendiendo el bar, llegan dos parejas, piden cerveza, papas, maní y una de las chicas pide una gaseosa, hago un chiste con respecto a su postura de no beber alcohol y me dice “es que estoy embarazada”, a lo que respondí “yo también”. Lo recuerdo como si fuese ayer, fue la primera vez que me dije “estoy embarazada”. Recuerdo el calor que me invadió, como si hubiese crecido dos centímetros y mi alma festejase la decisión. Todo se volvió romanticismo, sueño, náuseas y amor. Mucho amor dentro de mí. Nunca dudé de su nombre, Salvador se iba a llamar mi hijo desde que tengo energía de mamá. La relación con el papá se puso turbia, mi panza era mi refugio. Crecí sabiendo que no tenía nada que perder y ahora sí, ahora tenía todo adentro mío. Uno arrastra parámetros familiares y cargas que no nos pertenecen y yo no soy la excepción. Mi mamá y mi papá están juntos desde que son adolescentes, mi hermana y su marido igual, crecí sabiendo que si tenés un hijo con alguien, ese alguien pasa a ser tu marido, te guste o no y así me comporté, luego el miedo hizo su trabajo y pasé a soportar sin saber si tenía resto. Durante todo el embarazo y hasta el año y medio de Salva, paseamos por comisarías, penales, juzgados, abogados, defensorías y demás. Estuvimos presentes en todas las visitas. Hacíamos colas desde las tres de la mañana con heladas que te hacían sentir que no tenías pies, lugares inmundos, gente con mirada vacía que parecía no tener alma. La cárcel no es un lugar para un bebé, pero en mi cabeza no cabía otra realidad, era lo que nos tocaba, lo aceptaba y seguía. Dormía

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y comía poco, trabajaba mucho, la plata no alcanzaba, pero a Salva nunca le faltó nada porque mis viejos nos ayudaron siempre. Su papá salió en libertad al año y ocho meses de Salva. Fue una pesadilla desde el principio. Había un solo objetivo, proteger a mi cachorro del tsunami de violencia en el que se había convertido nuestra vida. Duele mucho ver un sueño romperse en mil pedazos, generar niveles altísimos de energía para no volverte loca, para empezar de cero todos los días. Todos. Hay momentos en que duele hasta respirar, tus brazos se transforman en máquinas de protección que contienen tu vida y la de tu hijo, donde no hay margen para el descuido. Llantos a escondidas, corridas, ruegos, taquicardia, mentiras, más ruegos, más suplicios, y mientras tanto tu hijo crece en la peor realidad y todo tu ser se llena de culpa. Un día nos escapamos, no fue un plan ni mucho menos, fue una huida sin regreso y con lo puesto. Recuerdo esa primera noche con mucha tristeza, había perdido la batalla, pero estábamos a salvo. Tuve que reinventar en mi cabeza el rol de mamá. La foto no era ni iba a ser de tres y desde ese lugar es que nace la mujer-loba, la madre que en realidad siempre había soñado ser. Descubrí que ese era mi papel en este paseo terrenal, desde ahí nacerían mis aprendizajes más profundos. Me di cuenta que absolutamente todo por lo que había pasado, previo a esa noche caminando a la farmacia, había sucedido para que sea la mamá que estaba comenzando a ser: una que comenzaba a elegir. Cuando sos víctima de violencia, la palabra elegir se borra automáticamente de tu realidad y cuando esa carta vuelve a tus manos, la libertad te habla al oído nuevamente. Comenzaron los paseos eternos en bicicleta, cantando, conversando, teniendo nuestras mejores charlas. La bici era una especie de confesionario, donde tanto él como yo, 21


nos decíamos cosas que quizás el pudor no permitía frente a frente. Tardes enteras en la plaza, respirando árbol, comiendo caramelos, aprendiendo a contar con los escalones del tobogán, acariciando perros. Estaba donde quería estar, de la mano de mi sueño, de mi maestro, mi viejo sabio en cuerpo de niño. Ser madre soltera es difícil, es vacío en muchas ocasiones, pero tiene el encanto de la lucha, de la guerra ganada y el triunfo en tus manos. Salvador es mi primer amor, es aprender a caminar teniendo que correr, motivada por la adrenalina de tener dos ojos mirándote fijo y desnudando el amor más profundo. Hoy tiene 12 años y los lunares más preciosos. Nuestra historia lo convirtió en protector, precavido, temeroso. Cuando quiere, te da los abrazos más apretados y sentidos que te dejan en pausa. Salvador hoy tiene una mamá entera que sobrevivió a una violencia cruda y sin tregua, que dijo basta, a base de aprendizaje y es consciencia. Una mamá loba.

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Carolina

Me enteré que estaba embarazada un 26 de diciembre, unos veinte días después de la ruptura amorosa con quien había conocido en unas vacaciones meses atrás, el famoso amor de verano que esperamos dure toda la vida y apenas alcanza unos dos meses como máximo. Hoy, la distancia con el progenitor no sólo es física. Sus constantes ninguneos, amenazas y la actitud expresa de no responsabilizarse de un embarazo no deseado, indicaron desde un principio que iba a transitar el embarazo y la crianza sin él. Mi decisión fue continuar con el embarazo, manteniéndome lo más entera posible e imaginando que asomaban tiempos difíciles. Las buenas noticias que llegaban implicaban aún más complicaciones organizacionales: ¡¡SORPRESA!!! SON MELLIZOS. Al contario de los típicos comentarios que surgían sobre lo difícil que iba a ser, sobre cómo iba a organizarme sola con dos bebés, cómo iba a mantenerlos, cómo estaba anímicamente, entre otras preocupaciones normales y entendibles de quienes me acompañaban, mi sensación fue siempre de tranquilidad y sabiendo que iba a acomodarme. A esto, se sumó un embarazo de alto riesgo por tener una enfermedad crónica que podía no sólo adelantar el parto, sino traer complicaciones; ya que al ser múltiple, siempre surgen temas extras a tener en cuenta. Con ese pronóstico, un reposo absoluto, internaciones de urgencia, con los excesivos controles médicos, con las personas opinando, con 25


las responsabilidades laborales que tampoco podía descuidar, logramos (siempre hablo en plural porque nunca estuve sola, sino que tuve y tengo una tribu de adultos que siempre me acompañaron) llegar a la semana 34: momento en que mi obstetra decide hacer una cesárea de urgencia. Los mellizos nacieron con bajo peso y estuvieron más de un mes en neonatología, sólo quien vivió eso puede entender el miedo paralizante de estar ahí parada, al lado de dos incubadoras con tus bebés llenos de cables, agujas y aparatos y vos ahí, sin entender nada, pero confiando en los médicos y, sobre todo, en la fortaleza de los bebés que sin dudas es sobrenatural. Hasta que llega el día que dan el alta. Ese mes en neo fue de los más difícil que me pasó y después de haberlo superado me siento invencible. Cuando salimos de ahí, comenzó la etapa que había organizado durante los siete meses de embarazo: estar sola en casa con los dos mellizos y no perder mi salud psíquica en el intento. Pensé hasta en el último detalle y todo sirvió. La primera semana, amigas y familiares se quedaron a dormir para ayudarme. Pasados esos días, los dolores de la cesárea me permitían quedarme sola, y así lo hice. No voy a decir que fue fácil porque es mentira, fue muy duro, el cansancio me vencía, la excesiva responsabilidad de dos bebés también asustaba, el miedo a que les pase algo. Como ya mencioné, nunca estuve sola, simplemente no estaba presente el progenitor, ausencia que abrió puertas para que todo un grupo enorme de personas ocupen roles y lugares en la crianza de mis pequeños. El sostén anímico que tuve fue fundamental, nunca me permitieron caer y viví mi embarazo feliz y rodeada de amor. Mi obstetra me decía: “Con tu cuadro clínico, cómo siga este embarazo va a depender de que vos estés tranquila”. Buscar la tranquilidad, con el panorama que se me presentaba parecía imposible, pero no: viví un embarazo no tradicional, 26


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por decirlo de alguna manera, donde tenía que convencer a la ecografista que deje entrar a seis o siete personas, porque en la sala de espera toda mi gente estaba deseosa de ser la privilegiada de ver a los mellis en la eco, tener mi casa inundada de personas ayudando, haciendo mate o una mamadera, cambiando un pañal, acunando a alguno, masajeando la panza del otro por los cólicos, tomando la fiebre, limpiando, haciendo mandados, cocinando: entre algunas de las tantas cosas que hay que hacer en un hogar. Viví muy feliz esa etapa y hoy vivo con plenitud la maternidad, haciendo malabares para criar dos mellizos. Hace tiempo que no tengo mamá ni papá y luego de tanta pérdida, la llegada de mis hijos fue un regalo del cielo. La fiera femenina del amor todo lo puede, no tengo dudas que seremos nosotras, nuestras hijas y la crianza de nuestros hijos fundada en el respeto y amor hacia las mujeres lo que cambiará el mundo.

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Ángela La única forma de sobrellevar el machismo y violencia de mi padre y mi abuela en mi adolescencia, fue la rebeldía de escaparme. No había oxígeno en mi casa y necesitaba escapar del maltrato hacia mi madre y hacia mí. Entonces me iba. Me tomaba el palo todos los días después de comer. Y vagueaba con mis amigas toda la tarde. También me escapaba de noche. Carcajadas fuertes que tapen el ruido de los gritos que todavía retumbaban en mi cabeza. Y fumaba cigarrillos, como aspirando la libertad verdadera que me hacía falta. La de mi amor propio que nadie me había enseñado. Quedé embarazada una noche por imprudencia, de un chico que hacía pocos días que conocía. Los forros arriba de la mesa de luz miraban como burlándose. A los pocos días me fui de viaje de egresados a Bariloche. Nunca entendí cómo fue que estaba tan prendido mi hijo, de mí. Y yo sin saberlo. Después de ver el análisis de sangre a la vuelta del viaje me reí a carcajadas en el laboratorio. Por nervios. Quedé en shock. Mi amiga me sacó afuera y mi asombro no cabía en mí. Llamé al progenitor y él no sabía si creerme o no. Si apoyarme o no. Él sin familia, también abandonado por la vida. Fuimos juntos y juntamos coraje para hablar con mi padre. Mi mamá nos ayudó un poco. Y mi viejo tuvo las palabras más sabias que todavía me sorprenden: “A mí también me pasó, qué les voy a decir. Lo importante es, más allá de lo que hagan ustedes, que se hagan cargo de ese chico”. Esa noche no pude levantar la cara de vergüenza, pero nunca dudé de lo que tenía que hacer. Yo quería tenerlo. Tenía 18 31


años, el progenitor 21 y fluctuaba entre siser padre o no. Siempre lo hizo. Recuerdo una vez que me dijo: “A mí no me importa tu panza, pero tenés una boca que la mordería toda”. Pasaba meses sin venir. El parto fue por cesárea. Feísimo. No pude dar de mamar. Me faltaron muchas enseñanzas. Lo sentí violento. Tuve mastitis. El apellido del niño fue el mío. Tengo el recuerdo de que progenitor le cambió los pañales una sola vez y con cara de asco. Así pasaron años. Yo mintiendo a niñe y diciéndole: “Ya va a venir papá, me dijo que te diga que te quiere, que te extraña y me avisó que está trabajando para poder juntar plata y venir a verte”. Él vivía en capital. Yo a 400 km. Lo veía como un tío que visita a su sobrino sin saber mucho qué hacer. No digo que no lo haya querido, pero todo el laburo fue mío. Absolutamente. Jamás lo llevó al pediatra, ni a vacunar, ni a un cumpleaños. No sé si alguna vez lo vio llorar. Sólo estaba para los buenos momentos. Me fui de casa a los 21, con mi hijo de un año y meses, después de que mi papá me pegara con un escobillón en la cabeza. Ese momento me cambió la vida y a mi hijo también. No íbamos a tener el dedo de mi padre apuntando. Ahora no teníamos violencia, pero teníamos pobreza. Un par de veces nos ayudaron de desarrollo social, dándonos leche y un par de cajas de mercadería. Recuerdo juntar monedas para los pañales sueltos. Yo empecé a trabajar sólo un par de horas como secretaria de un abogado. Me pagaba $100 por mes. Era el año 2001. También recibía un plan Jefas de Familia de $150. Al tiempo me junté con el que después fue mi marido y con el que tuve otro niño (Mis hijos se llevan siete años de diferencia). Este compañero y su familia le dieron a mi hijo mayor mucho amor, pese a que a mí me rompía el alma con sus continuas infidelidades. Cuando finalmente me separé, después de 10 años de vivir con él, no lo quiso ver más. Sólo ve a su hijo, el de la misma sangre. 32


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A los años, el padre biológico de mi hijo mayor empezó a salir con una chica que tenía una nena y creo que intentó “hacerse cargo” de una manera muy cruda y estúpida. Fue al registro civil e hizo que le cambiaran mi apellido por el suyo, borrándole así la identidad y mi apellido. Hacía 8 años que se llamaba de una manera y por un capricho, en un segundo, cambió su documento. Inicié un litigio para que no se borre su derecho a la identidad; esa que había tenido durante todos esos años: la que conocían en su escuela, en el barrio, sus amigos. A los 11 años de edad, después de idas y venidas, de pericias psicológicas, le dejaron su nombre original y le agregaron el apellido del padre atrás. En su momento, progenitor vivió un tiempo en el pueblo. Y se quedó sin mujer y sin laburo. Ya tenía otro hijo con el que siempre compartió cosas que con mi hijo no. Durante un tiempo lo ayudé y le permití vivir en una casa que teníamos al fondo del patio. Al par de años volvió a capital donde aún reside. Pasó el tiempo y me pude hacer de un laburo re lindo como empleada en una óptica. De esto hace ya 12 años. Raspando los 39 años veo el camino transcurrido hasta acá y me maravillo de todo lo que pudimos lograr: lo buen compañero que es mi hijo, pues crecimos juntos. Su hermano lo admira. El papá a veces viene al pueblo, pero sólo se atiene a ver a su hijo menor y espera que mi hijo se acerque a él (Una actitud por lo menos extraña). Le pasa una pequeña mensualidad que le alcanza apenas para el alquiler y alguna cosita. Hijo está estudiando profesorado en artes visuales (su pasión casi desde que nació).Mientras termino este relato, se acerca el día de mañana: 13 de junio,en que va a cumplir 20 maravillosos años.

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Violeta A los 24 años empezaba a salir con W y no estaba en mí el deseo de ser madre, me parecía que era algo que no me había tocado en esta vida. En una consulta ginecológica de rutina, mi médico de toda la vida me dijo que yo tenía síndrome de ovario poliquístico, me mandó a hacer un montón de estudios, pero me dijo que yo no iba a poder tener hijos. Me agarró una angustia, me sentí tan mal hecha, porque de repente una cosa era no quererlos y otra cosa era no poder tenerlos. W me llamó después de una consulta y me dijo: “Vos quédate tranquila que cuando queramos tenerlos los vamos a poder tener”. Finalmente, cuando dejamos de buscarlos, quedé embarazada. Para mí era algo imposible, cuando vi el test positivo me llené de felicidad. De todas formas, algo en mí supo cuándo quedé embarazada. W volvió de viaje un 28 de mayo y fue entre ese día y el 3 de junio. En el momento que dio positivo el test, W entró en shock: dejó de estar cerca mío, no quería tener relaciones porque tenía miedo de lastimarme y se convirtió todo en una gran soledad. Éramos la panza y yo por un lado, y W por otro, con sus 538 mil actividades: curso de foto, de desnudo vivo, curso, curso, curso, curso. Yo sentía que me había metido en algo acompañada y después me abandonaron, me sentía sola, tenía mucho miedo. Antes de cumplir los tres meses de embarazo tuve una pérdida, estaba en el trabajo, me acuerdo que era un 9 de julio. Le avisé por teléfono. Le pedí vernos en el hospital 35


y me dijo que no me podía acompañar porque estaba en la oficina. Me quería matar, me sentía cada vez más sola y en ese momento me di cuenta que ese deseo era solamente mío y que la maternidad iba a ser solamente mía. Entonces me dediqué a empollarlo, lo cuidé, lo gesté, lo abracé, le hablé todos los días, hasta el día en que me enteré que íbamos a una cesárea. Le pedí a W que no me dejara sola porque tenía mucho miedo, realmente necesitaba que me acompañe y se quedó conmigo. El lunes 18 nació nuestro hijo en el IADT y W llenó la habitación de gente que yo no conocía ni quería. Él no fue capaz de entender que era un momento íntimo de los tres y se dedicó a colmar la habitación, como hacía siempre con todo. El miércoles, después del alta, llegamos a casa con el bichito, él agarró sus cosas y se fue a trabajar. A partir de ese momento perdí la capacidad de entender lo que estaba pasando. Con el tiempo, me di cuenta que no iba a ser diferente, que no iba a cambiar. Mi vieja me dice siempre que yo a mi hijo lo tuve en la panza dos años, lo que mi vieja no sabe es que yo lo seguía llevando en la panza, en realidad en mi pecho, porque era mi forma de cuidarlo y de que él no se sintiera tan solo como yo. A sus cuatro meses lo empecé a dejar en la guardería, me iba a trabajar, todos los mediodías rigurosamente iba al baño, me sacaba medio litro de leche, volvía a trabajar y después lo pasaba a buscar y me iba a casa. Así fueron los años hasta que finalmente me separé. Todo el mundo estaba convencido de que yo era madre soltera, porque a todos lados íbamos solos. Éramos S y yo, además de que trabajaba y mantenía la casa. Fue muy duro porque W no estaba bien y se puso violento, me engañó. Me quisieron embargar mi casa porque él tenía deudas por todos lados. Y yo resistí. A fines de 2011, una mañana me levanté de la cama porque S lloraba y caí desplomada. Me agarró un síncope 36


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por agotamiento, y porque tomaba pastillas para dormir y alcohol, porque no comía y así me evadía de la realidad que tenía. La emocionalidad de mi hijo era un quilombo, estaba colapsado, no hablaba, tenía ataques de ira, así que empezamos también el trajín de terapia, de aprender cómo habilitarle su sentir y la seguridad y, finalmente, después del síncope y de estar internada una semana, mi vieja invitó a W a irse de mi casa. Y ahí la vida empezó a florecer. Mientras, había aparecido M, que en mi vida estuvo desde siempre. A partir del florecer de mi vida empecé a reconstruirme, a amigarme con la maternidad, con mi lado amoroso, a amigarme con mi hijo. Porque la otra cara de la soledad y del abandono es sentir que te mandaste una cagada, que trajiste al mundo a alguien que no puede recibir tu amor porque vos estás triste y que de alguna manera, y hablándolo en terapia, empecé a sentir que todo este abandono por parte de W, había surgido con la llegada de S, entonces le echaba la culpa a un bebé. Cuando empecé a sanar todo eso, me di el permiso de ser quien soy ahora. Fueron años de mucho sacrificio, de mucha pelea conmigo misma, mucha bronca, mucha desilusión, de sentir que hacía todo mal. Estuve apagada por seis años. Con la llegada de M a nuestras vidas, S se dio cuenta de que hay varones en serio y que me esfuerzo por ser mejor, que le pongo todos los días el cuerpo, el alma y el corazón para remediar todos los errores emocionales que cometí y para que él se sienta seguro. Cuando nació F, mi segundo hijo, me di cuenta que soy una buena mamá y que tengo un gran compañero. Y también de que S vino a transitar su experiencia y que esto es parte de su tránsito. Es un pibe de fierro que tiene un carácter complicado porque es acuariano. Él vino a mostrarme que yo puedo ser mejor persona, que

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puedo crecer y me puedo dar cuenta de las cosas que necesito cambiar. Los hijos son lo que necesitás aprender. En general viene la oposición a uno y todo eso que nos choca, que no entendemos, que nos saca de la racionalidad. Creo que sacar la fuerza para darle estabilidad a los hijos, cuando ya no tenemos más, es lo que nos hace mujeres. Somos indestructibles en el sentido espiritual. Podemos estar desarmadas, rotas, quebradas, dolidas, pero nos paramos sobre una fortaleza única para darles sostén a ellos, porque somos su cuenco. Y esto nunca lo hubiera conocido sin S.

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Mariposa Blanca Mi hija es una invasora. Y yo que tan inocentemente dije que sí, que venga, pensando que todo iba a ser como en una propaganda de plan médico. Y mi hija, una invasora que me invadió el cuerpo y me llenó de vómitos, de ganas de verla, se me puso superlativa la barriga y se me hincharon las tetas como si fueran dirigibles. Mi hija es una invasora y parecía una extraterrestre cuando salió llorando. Quién sabe porqué lloraba, quizás por el aire, quizás porque estaba abandonando algo, quizás para empezar a reclamarme abrazos y besos. Mi hija es una invasora y yo lloré tanto esa invasión, pero que cosa rara, lloré riéndome, diciéndole que soy su mamá y la voy a amar por siempre. Mi hija es una invasora invade sueños, pero no los sueños de fantasías de futuro, esos los superó todos. No, mi hija invadió mi sueño profundo, mi descanso. Me pegó un párpado a la protección y así ando, durmiendo cortado desde que salió como una extraterrestre a pedir teta. Y me invadió la teta, la colonizó, la hizo suya hasta hace poco, cuando dije: pequeña invasora, devolveme mi teta. Y ella dijo: “bueno, dale”. Porque es una invasora con buenos modales. Cuando me invadió la casa de manchas de dulce, de paredes pintadas, de juguetes por todos lados, de hebillas en el lavarropas, 41


de cosas que nunca voy a encontrar y de pañales. De amigues tan invasores como ella, que se te suben encima y se te cagan de risa de todo. Cuando se juntan, te colonizan la heladera y el cansancio, y yo ando así, toda invadida. Con los tímpanos explotados de sus gritos y sus llantos y practicando la paciencia infinita ante tanta soberbia tan menuda. Porque mi hija es una invasora que invadió el corazón, plantó bandera y le abrió nuevas sucursales, ya no sé cuánto hay ahí adentro, perdí la cuenta de tanta abundancia. Mi hija es una invasora, me invadió el presente, me invadió la idea de mi misma, me invadió el futuro y hasta me invadió el pasado... ya no puedo recordar cómo era la vida antes de que ella llegara. Y ella, tan arrogante en su invasión, anda por la vida segura de mi amor y de mi mirada. Y es tan osada, tan independiente, tan cariñosa, que yo amansé todo el NO que tenía pegado a la voz y aprendí a sonreírme, casi sin sentido, sólo con su presencia. Mi hija se anima a cosas que a mi me hacen temblar. Mi hija me dijo que cuando ella era chiquita estaba en mi panza y había mucha agua y era como el mar. Y yo quedé boquiabierta... una extraterrestre que reconoce su origen. A veces tengo miedo que quiera volverse al fondo del mar, con esos peces extraños que brillan y van del fondo del océano a lo más profundo del universo en un segundo. Mi hija es una invasora, invadió mi forma de estar en el mundo. Y yo acá, toda blandita, agradeciendo quedar tan desarmada por esa pequeña mano que me acomoda el alma.

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Mamá Loba

Amanda Escribo esto con C al lado mío, con fiebre y no sé por dónde empezar… Desde el 9 de noviembre vivo en esta casita con mis tres hijos, J (10), E (6) y C (3). Ese día que literalmente nos escapamos con lo puesto, ellos en pantuflas, yo con terror, fue como volver a nacer. Llegué acá luego de esconderme con ellos unos días, hasta tener la perimetral, después de hacer una denuncia por violencia, donde apenas dije y apenas tenía registro, sólo sabía que si me quedaba iba a terminar internada porque no podía resistir una noche más. Todo se había vuelto insostenible para mí a partir de la pérdida de mi cuarto embarazo. Él me forzó, me obligó a quedarme quieta para su descarga, yo buscaba estrategias para atravesar el momento, como lo hice durante años. Pero esta vez estaba con pérdidas, luego de haber pasado por un quirófano por la pérdida incompleta del embarazo, después de haber ido a una guardia a escondidas y pasado todo ese proceso bajo exigencia y violencia. Esta vez estaba tan destruida física y emocionalmente que no supe cómo atravesar eso sin sentir que me moría. Después, también al ver las consecuencias en mis hijos, empecé a sentir que esta vez no podían más. Pedí ayuda aun dudando de mis propias percepciones (hoy, por momentos, todavía dudo) y de a poco fui viendo o al menos confiando en lo que veían tan claramente quienes estaban a mi alrededor y quienes me ayudaron a salir. Tardé unos meses más, pero las consecuencias en mis hijos me hicieron dar cuenta de 43


que no era contra mí sola la violencia y que ellos no podían vivir con terror a volcar un vaso, a que él me hiciera algo por eso (ellos se alternaban entre defenderme, llorar pidiendo silencio, repetir conductas y tratarme con agresividad o control). A su vez, veía en ellos angustia y tensión. Ellos a mí me salvaron. No pude ver antes que mi entrega a la lactancia, abrazos, tiempos de bebés pegaditos, apego -todo lo que intenté darles, no compensaba lo demás y que el daño estaba hecho. Me sentía culpable y responsable por todo. Ellos también estaban tan metidos en la situación, hasta creían que yo era egoísta por tener que ir a un turno médico, porque mi ex marido los convenció de eso. Él nos humilló, los hizo sentir mal por ir a una plaza conmigo, torturó a J porque se hizo pis en la cama hasta los ocho años. Los asustó arrojándome cosas, lo vieron venir con violencia a la noche por años. Estuvieron presentes, les di la teta destruida luego de ser forzada, les decía “mamá ya va” cuando él no me dejaba asistirlos inmediatamente porque no podía “quedarse así”. Lo vieron manipulando mi cuerpo y yo llorando, rogándole que me dejara abrazarlos. Lo puso a J en el rol horrible de controlarme a mí, lo amenazaba y humillaba y J buscaba complacerlo en todo por miedo. Llegó un punto en que yo lloraba de miedo si se hacían migas en el living cuando comían. Tenía ataques de pánico (aún tengo) y él me decía: “yo aún te veo respirando”, con los nenes tapándose los oídos y rogándole “basta”. Él usaba mi historia previa de haber sufrido abuso sexual en la infancia para justificarse y culparme. Hasta que un día acepté la ayuda y un 9 de noviembre me escapé con mis hijos: los que me devolvieron las ganas de luchar y vivir cuando llegaron. Cuando perdí ese bebé se me vino todo abajo. Así reaccioné. Podríamos habernos quedado años en esa vida de violencia, miedo y “morir de a poco”. 44


Mamá Loba

Desde que nos fuimos pasó muchísimo. De a poco fui viendo todo lo que tenía naturalizado en torno a mí y a ellos. Supe que por ellos tenía que sacar fuerzas de donde no las tenía y hacer también denuncia penal por abuso. Por ellos también, tenía que luchar para preservarlos, porque no se sabe hasta dónde llega el daño que recibieron. Aunque esté desbordada y por momentos necesite, igual que J, que me abracen, tapen, protejan y que me digan que nadie me/nos hará daño y que podremos sanar. Hace seis meses estamos solos. Él se negó a verlos con supervisión, no quiso darles sus juguetes ni sus muñecos, ni ropa, ni nada. No quiso verlos en sus cumples, ni a fin de año, ni nunca. Fue tiempo que ganamos para reconstruir y repararnos un poquito. Falta mucho. En estos meses ellos conocieron otra vida: jugar afuera sin retos, sin gritos, sin violencia o miedo cotidiano. De plantar y sembrar semillitas y pintar sin humillaciones. De que no haya castigos, ni llantos. De empezar a juntar los pedazos. Porque hay mucho, mucho por sanar en ellos, en mí. A la noche, J llora desesperado por miedo si está mal tapado, pero ahora ese miedo está siendo menos. Ahora empezaron, muy de a poco, a bañarse sin terror, a hablar y dejar de guardar secretos. Muy de a poquito reemplazan golpes y amenazas por otras formas, por palabras y abrazos; aunque aún haya violencia y angustia aprendida. Día a día yo me encuentro con las consecuencias en ellos. Día a día me digo a mí misma que él ya no está y que lo que manifiestan ellos es consecuencia de años de vivir en un infierno, sintiéndonos en falta y culpables y con “algo malo” en nosotros. Día a día trato, con todas mis fuerzas, de crear nuevos recuerdos, de ser libre con ellos, de disfrutar de las cosas pequeñas que antes no podíamos. 45


Hay momentos en que desbordo y lloro, que no puedo con todo, con mi propio proceso, mi falta de aire, mis ganas de llorar con todos, de hallar alivio y estos ataques de pánicos que me dejan temblando como una niña asustada. Hay días que no puedo llegar a hacer todo, revisar cuadernos, ayudarlos con la tarea, lavar la ropa, luchar contra fantasmas, preparar la cena. Pero después me digo a mí misma, o busco ayuda para convencerme, de que no tengo que hacerlo todo, que acá puedo dejar un día los platos sin lavar, que nada malo va a pasar ni habrá castigos. Doy lo mejor que tengo y confío que eso está bien: para sanar juntos, continuar juntos, fortalecernos y no desesperar por la incertidumbre y el miedo a lo que pueda llegar a pasar. Cuando me fui, sentí que si no fuera por ellos yo me internaba, porque no podía manejar ese registro, tenía terror a no poder funcionar. No sabía cómo mantenerme en pie. Pero pudimos y ahora muy de a poco seguimos avanzando juntos, construyendo nuestro nidito. Ofrezco lo mejor que puedo, reconstruyo mi rol de mamá y trato de confiar en que no estamos solos, que hay red y que no es tarde para recomenzar.

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Marisol Mi nombre es Marisol, soy mamá de una niña de siete años que voy a llamar “Primavera”. La tuve a los 35 años, luego de una relación de dos años con su padre biológico. Ambos pensamos en la posibilidad de ser padres (yo por primera vez) y deseábamos con muchas ganas que fuera una niña. Con todos los posibles pronósticos hablados y las teorías (de libro) analizadas y conversadas, comenzamos a buscar a este bebé que rápidamente llegó a nuestras vidas. Pero, como ninguna teoría es absoluta y los pronósticos pueden fallar, la persona con la cual proyecté una familia decidió alejarse por diferentes razones y prioridades, cuando yo estaba de dos meses. Si bien en alguna que otra oportunidad hablé con él en estos años, llegué a la conclusión de que no hay cercanía posible si no se piensa y actúa desde el amor y el cuidado por los hijos, siendo el motivo que me llevó a no retomar el contacto hasta la fecha. Con una panza que crecía de a poquito, en una mezcla de felicidad que me cubría el cuerpo y muchas lágrimas en mi rostro, sentía que la confusión me había invadido, me costaba mucho enfrentar el presente, no podía imaginarme como parte de esta historia y por momentos me veía como espectadora de una película de terror que quería que terminara pronto. Me aterrorizaba pensarme sola criando un ser tan pequeñito, no estaba segura de poder hacerlo bien. Me sentí desilusionada, triste, vulnerable, desesperada y temía por 49


la reacción de algunas personas que pudieran juzgarme por no cumplir con los mandatos sociales que tanto remarcaban en los pueblos, aunque por suerte era algo que no pasaba en mi familia. Sabía que estaba siendo muy cruel conmigo misma, siempre me consideré una persona que respetaba las decisiones de los demás sin estigmatizarlos, creyendo que cada uno podía y debía elegir libremente; pero no estaba aplicando ese filosofía para mi vida. Tenía que erradicar pensamientos y sensaciones negativas que no me hacían bien. Fue entonces que retomé terapia con una persona amorosa que me acompañó desde la empatía y la firmeza de sus convicciones, ayudándome a enfocarme en lo importante y bello que me estaba sucediendo; sumado a ese universo de señales y mensajes que siempre tenía una respuesta para mí. Y así, como en un “recalculando, recalculando…”, fui resignificando mi presente y canalicé mi energía en algo positivo, en un nuevo proyecto de vida, en un proyecto para mi hija y para mí. En ese camino, tenía la certeza de que nada malo podía pasar, porque el deseo y el amor genuino ya habían trazado parte del sendero que debía recorrer. Con la incondicionalidad y sabiduría de mis padres, la ayuda de mi hermano, cuñada, bisabuelos, amigos y conocidos con ganas de acompañarnos, me convertí en una futura mamá llena de esperanzas, de sueños, feliz de esperar a mi pequeño retoño que desde esa primavera, florecía en las ecografías. Y una noche llegó a mis brazos una niña, llena de fortaleza, sabiduría e irradiando un amor de esos que no caben en el pecho. Por parto natural y con algunos problemitas que pudimos superar, gracias a la ayuda de mi madre que estuvo siempre acompañando. ¡Allí estábamos las dos! Desde ese momento nada fue igual, nada pudo separarnos. Hoy aprendemos la una de la otra, yo desde las certezas y 50


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errores, los miedos y alegrías, brindando acompañamiento, atención y tiempo. Soy una de las tantas mujeres que luchan diariamente ante las adversidades para llevar adelante el hogar, de esas mamás que están felices de sentirse fuertes, pero que a la noche, también cansadas, se dan el lugar para llorar si lo necesitan. Pero sobre todo, soy una mujer que no se culpa, no se juzga, que ya no espera lo que otros no pueden o no quieren dar, ni que la gente se convierta en algo que no le nace del corazón. Todo esto me hace sentir libre, porque sólo soy responsable de mis actos. Siento y vivo el amor de estos años de crianza como un tesoro que el universo tenía preparado para mí y no digo que sea fácil, es muy difícil ser mamá sola a cargo de la educación, salud, vestimenta, economía del hogar, cumpleañitos y demás. Postergo tiempo como mujer, como amiga, renuncio a múltiples espacios que me gustan, pero el valor emocional que tiene cada segundo compartido con mi hija es lo más valioso en mi pequeño mundo. Y en este camino de múltiples enseñanzas, aprendí que nadie puede juzgarte, nadie puede ofenderte cuando actuás desde el amor y el compromiso por la crianza, aunque te equivoques. Y todo eso se lo agradezco a mis padres, por los valores que me trasmitieron, por la crianza respetuosa y amorosa que me convirtieron en esta persona que soy.

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Nani Me llevó mucho tiempo entender por qué me costaba aceptar que las decisiones familiares se pueden tomar de a dos. Vivo con el papá de mis hijes, somos una familia numerosa, tenemos tres niñas y un adolescente (hijo de una pareja mía anterior). Somos una familia ensamblada y puedo decir que soy feliz. Comparto la vida con un hombre que es padre presente, que no se avergüenza de demostrar cariño y que trabaja a la par mío dentro y fuera del hogar. Pero, como dije antes, me cuesta ceder en la crianza de les niñes aún hoy. Y entendí que es por haber crecido en una familia de madre soltera. Esto no era fácil para una niña en los años ‘80: las miradas de las vecinas, hijas del patriarcado, se direccionaban únicamente a la mujer, juzgándola y estigmatizándola. Claro que no tener padre fue duro. Los festejos de su día, en el colegio nos obligaban a fabricar regalitos para ellos. “Llevalo a tu abuelito”, solían decir las maestras, porque yo tenía un abuelo haciendo las veces de padre, pero no lo era y yo lo sabía muy bien. Un día, cerca de mis diez años, mi mamá no volvió como solía hacer después de salir con sus amigas un fin de semana. Sí, sí, la muy loca tenía vida social además de trabajar, para colaborar con el sostenimiento de la casa de sus padres, donde vivíamos. Todavía recuerdo la cara de mi abuela cuando una amiga vino a decirle que estaba internada. Un tipo, que resultó ser mi progenitor, la había golpeado tanto que tuvieron que internarla. Cuando fuimos a buscarla al 53


hospital apenas podía hablar, pero llegó a decirme que en su cartera estaba “mi premio” (el chocolate que me traía cada vez que volvía a casa). Ella se recuperó y mucho tiempo después me encontré con ese tipo, mi madre no se opuso a ese encuentro. Creo que siempre supo que yo lo necesitaba. Necesitaba ver con mis propios ojos. Entender. Y sí que entendí. Hay tipos que se hacen llamar papá, o pretenden serlo, pero están a años luz de poder conseguirlo. Supongo que habrá quienes pueden revertir el daño, que habrá quienes logren deconstruirse y vincularse desde el amor. No fue mi caso pero, a pesar de eso, saber de dónde vengo fue revelador. Pude dejar de culparme por el desamor paternal, de culpar a mi madre, porque yo también la culpaba, eso era fácil, eso se inculcaba. Hoy festejo su valentía, su amor por mí y el amor propio que no la dejó caer, que le permitió volver a creer y formar una nueva familia. Hoy festejo a la familia en todas sus formas. Hoy festejo el amor. Hoy les pibes la tienen un poquito más clara cuando se trata de “la familia”. Ya dejamos de lado el estereotipo de “mamá-papá-nenanene”, por suerte y gracias a la lucha evolucionamos. Es emocionante verlo y ser parte del cambio.

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Linda

Tengo un hijo de seis años y una niñita de cuatro. En el año 2016 vinimos a vivir a Rosario, somos de Río Negro. El papá de les niñes es rosarino, yo buscaba nuevos aprendizajes y experiencias y decidí venir acá porque pensé que al estar su papá cerca sería todo un poquito más fácil. Llegamos en marzo. Conseguimos casita, trabajo, jardín y todo andaba relativamente bien. El 10 de octubre de 2017 volvía de trabajar. Eran entre las tres y cuatro de la tarde. En la puerta de mi casa me golpean en la nuca y me desmayo. Horas después, despierto golpeada, drogada, violada y desorientada. Estaba tirada en la calle con las manos atadas a mi espalda. Ahí comenzó lo peor. Médicos, psicólogos, policía, miedo… ganas de no seguir con nada. Acudí al papá de les niñes y le conté lo ocurrido. Hasta ese entonces, él los cuidaba cuando yo trabajaba, pero nunca dió apoyo económico. Le pedí colaboración con el cuidado de les peques porque no me sentía capacitada para compartir con elles todo el día y llenarlos de mi dolor. Aceptó y propuso llevarlos a su casa y que nos mantengamos en comunicación y contacto continuo hasta que yo mejorara. Propuso una cosa pero hizo otra completamente distinta: fue a tribunales y me denunció como drogadicta, alcohólica, y maleante, entre otras cosas. El juez automáticamente, sin

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siquiera citarme o conocerme para verificar sus relatos, le dio la tenencia de C que tenía cuatro años y M que tenía dos. Pasé diez días sin poder verles o escucharles, estaba desesperada y sola. Intenté suicidarme y ahí me di cuenta que tenía las fuerzas para luchar y me convencí de no bajar los brazos. Fui a tribunales, intenté buscar ayuda viralizando lo ocurrido y parecía que nada servía. Durante un año los vi sólo seis horas semanales y no pasamos ni una noche juntitos. Elles no paraban de llorar, pedían a su papá y a sus abuelos estar conmigo. Así fue que conseguí que los escuchen en tribunales y que la abuela empatizara y convenza a su hijo de permitir el contacto. Sentía miedos de incumplir con la justicia y que no me permitieran ver a mis bebés. Hasta que un día, después de mucho trabajo personal, me planté en la puerta de mi casa con les niñes llorando y le dije al padre que si no se querían ir no se irían y que busque jueces, policías y todo lo que se le antoje. “Yo soy su mamá y nadie me los saca”, fueron mis palabras. Ese día volvimos a nacer. Lloré y temblé aterrorizada porque no sabía qué consecuencias tendría aquello. Y fueron favorables. Estos meses voy casi a diario a tribunales y estamos tramitando la tenencia definitiva. Ahora se llama Cuidado Personal. Elles están felices otra vez. Sus miraditas brillan y aunque el país está en crisis y vivamos en un departamento pequeño y cuesta llegar a fin de mes, mis hijes y yo estamos juntes. Volvimos a reír con toda honestidad. El padre les ve cada vez menos. Elles no quieren irse y menos pasar la noche fuera de casa. No hay apoyo económico y hasta que en tribunales me entreguen el cuidado por escrito no puedo cobrar la asignación.

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Yo trabajo por mi cuenta porque hace un mes que quedé desempleada: vendo pastas caseras y algo de biocosmética. Siempre que puedo, cuento nuestra historia. El sistema patriarcal nos dañó mucho, pero somos fuertes y hemos recibido mucho apoyo, que intento devolver con amor.

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Ale Frassati Respiró No aceptó naturalizar tanta vergüenza ¡Nadie me explicó! Somos millones de arrebatadores, testigues de dolores infinitos apropiarnos de lo que no es nuestro Silencio/ Tiempos para desmembrar Pieles sin armaduras construir en el tacto mis ojos en miradas nuevas mi cuerpa abraza La magia nos pertenece Les ladrones de ilusiones están en lo oscuro Ellos, los sin ver Programados... procesados Pero mis palabras nacen Planean...convencen...ilustran Que somos... somos mujeres llenas de milagros

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M. C. M. Martes fútbol, jueves ensayo de banda, viernes ausencia desde las 14 horas. No hay avisos sobre si llega o no a cenar: paternidad ausente en las noches. Son las 00:30 de la madrugada y todavía no llega. La pequeña de cinco años hoy recibió las vacunas para entrar al primario, la llevó el padre. La bebé tiene 24 días. Desde que nació, el padre sólo se despertó dos noches: la del parto y anoche, porque tenía cólicos y supliqué ayuda. Él estaba cansado después de ensayar con la banda. Como ayer madre pidió ayuda, hoy padre se mostró indignado porque madre dejó la ropa tirada en el baño. Madre lloró, padre insultó a madre por hacer show. Madre terminó cerrando con llave el patio y yendo con sus hijxs a la terraza para no escuchar los insultos. Ideal vivir un post parto así de contenida. Se va a caer… El patriarcado se va a caer…

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Andrea Escribo este relato unos días después del día del padre, lo que me hizo remover, pensar y replantear muchas cosas. Mi historia es como la de muchas otras chicas, una historia que se repite a lo largo y a lo ancho de este país, pero a la vez también es muy mía. Soy mamá adolescente, parí una semana después de haber cumplido 18 años. Mi hijo es fruto de un amor inmenso, pero a la vez enfermizo, tóxico y violento. Su papá, un año mayor que yo, a los meses de haber nacido nuestro hijo tuvo problemas de adicciones y todo empeoró: infidelidades, celos, violencia, maltrato psicológico y físico. ¿Cuándo me cayó la ficha? La primera y última vez que me pegó. Ahora, mirando hacia atrás, me doy cuenta de que había empezado años antes y ese golpe marcó solo el final. La cabeza me hizo un clic y a pesar de todo lo que significaba mi decisión (el amor que todavía sentía, el qué dirán, mantener las apariencias, darle una familia a mi hijo, como las que se demandan socialmente, el terror de enfrentar todo sola, miedo a no volver a encontrar a alguien), logré dejarlo después de una relación de cuatro años. Por mi hijo tuve el valor y la fuerza para hacerlo, desde el deseo de darle un presente y un futuro mejores. Me enseñó a tener amor propio sin siquiera darse cuenta. Después de finalizar ese capítulo vino más caos. Mil intentos e insistencias de parte de su papá por volver, continuó acosándome con escenas de celos, acoso, violencia económica y dejó de ver a nuestro hijo como represalia; 67


cosa que se mantiene hasta el día de hoy. En medio de eso, atravesé una crisis familiar con mis padres, que derivó en una separación temporal. Tuve la suerte de contar con amigas que me ayudaban comprando leche, pañales, yogures y demás cosas para el bebé y una madre que, a pesar de nuestras diferencias, muchas veces se iba a dormir sin comer, y se privaba de muchas cosas para que a nosotros no nos falte nada. Afrontamos juntos y solos el dolor por la salida de los primeros dientes, enfermedades de ambos, fiebre por las noches, los primeros pasos y comidas. Su papá y familia paterna estuvieron más ausentes que presentes. Fue agotador. Tuve momentos de depresión, de culpa, noches enteras de llanto, pero no por eso fue menos bello aprender a ser su mamá, a prueba y error, creciendo juntos. Después de casi un año y medio, la crisis familiar entre mis padres pasó y mi papá se volvió la figura paterna de mi hijo. Esto en un punto fue problemático, ya que al vivir en una situación de dependencia tenía que aguantar criterios de crianza que no compartía, o irme. Por suerte esta situación va cambiando para mejor día a día. En este contexto y con ayuda de mis padres, pude terminar el colegio secundario y tener un trabajo fijo. Esto en parte fue un alivio y por otro lado me generaba culpa el dejarlo, aunque era la única opción, ya que no contaba con la familia paterna. Así nos criamos juntos entre idas y vueltas, siempre tratando de preservar su inocencia y hacer lo mejor que podía con lo que tenía, y tratando de llevar a cabo un proyecto propio para ganar algo de plata, con mis viejos apoyándome siempre. Hace un año pude empezar en la facultad la carrera de ciencias políticas. La sensación de culpa volvió a aparecer, aunque sabía que no estaba abandonándolo y que estudiar era lo mejor para ambos. En simultáneo tuvimos muchas visitas al médico hasta que le detectaron broncoespasmo. Sentí la bronca de 68


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no contar con tanta plata y tener que pedir los medicamentos a su papá que no se molestaba en comprar. Con la ayuda de mi actual pareja pude iniciarle a mi ex la demanda por alimentos, que cumplió a medias un tiempo y ahora no cumple en nada. Actualmente vivimos en otra provincia, lejos de todo aquello que nos dañó alguna vez y él cumple el rol de papá como pocos. Después de mucho tiempo estoy redescubriéndome como mujer y como madre, tratando de reparar los errores cometidos en su crianza, con amor y paciencia.

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Evangelina Parecía un día como cualquier otro. Llevaba unos días de atraso, aunque era casi imposible estar embarazada; casi. Mire y volví a mirar. Me agarré la cabeza. Lloré, lloré mucho. Tuve miedo. Estaba recibiendo la noticia de mi tercer embarazo. Mi compañero, padre de todas mis hijas (hago esta aclaración, ya que cuando empiezo a transitar “la soltería” y comento que tengo tres hijas, la pregunta recurrente es: “¿del mismo padre?”, como si esto sumara algo), me abraza, consuela y dice: “si nos sucede es porque lo podemos pasar”. Sabía, sentía en mi interior que era el fin y el comienzo de algo. Mi pánico tenía una explicación. Ya tenía una hija de cinco años y otra que acababa de cumplir 1 año. El embarazo anterior había sido tremendo, yo quería otro bebe, pero no tan inmediatamente y además fue gemelar (ninguno de los dos tiene antecedentes en la familia, así que iniciamos la cadena) y con un síndrome que se llama transfundido-transfusor (un bebé crece y aumenta más de peso que el otro). Tienen muy pocas posibilidades de nacer. A mí me tocó ser la excepción. Lo llevamos adelante, yo con mucho mas esfuerzo, era mi cuerpo, mis sensaciones y de un médico a otro todo el tiempo. Eran niñas. La más chiquita tenía más posibilidad de vivir. A la más grandecita, al cuarto mes de embarazo le detectan una cardiopatía severa, era muy probable que al nacer no sobreviva. La idea era llevar adelante el embarazo hasta la semana 26, que ya tiene viabilidad fuera del útero. Y así fue. 71


Nacieron en la semana 28, la más chiquita con 860 gramos y la más grande, con 1 kilo 200 gramos. La medicina decía una cosa y sucedió otra. La pequeña fallece a los 10 días por una infección y la más grande con su cardiopatía a cuestas, siguió peleando. Diría mi psicóloga “¡qué aferrada a la vida que está!”. Fueron cuatro meses y medios de internación, días bravos, inestables, angustiosos, 45 días entubada. A los siete meses la operaron de corazón; intervención que generalmente dura cinco horas y la de ella duró 10. Estuvo muy mal y salió adelante. Tiene mucha fuerza. Rodeada de médicos, para cada órgano un médico especialista, así es la vida de los prematuros extremos. Cuando cumplió el año, todo empezaba a ordenarse, ya no había que ir de un médico a otro y me entero de mi nuevo embarazo. No sé por qué, pero sabía que era el fin de una larga, muy larga relación. Estuvimos 22 años juntos. Pasamos muchas cosas, pero ese final sí que no lo esperaba. Y él había dicho: “si nos sucede es porque lo podemos pasar”. Fue un embarazo normal. No lo pude disfrutar mucho, siempre estaba el miedo y eso no me dejaba relajar. Nació. Era otra nena. Al principio me reía de la situación, fueron los dos o tres primeros meses. Después estaba cansada, era mucho. Obvio que había ayuda, pero no era suficiente, la maternidad, el amamantar, las otras niñas, la casa, la pareja, el trabajo, el dolor, ¿el deseo?. De pronto, mi compañero me plantea la separación, no la vi venir, no me cabía una bala más. Era el fin y, a la vez, el comienzo. Tenía una niña de seis años, otra de dos años aún con pañales y sus dificultades y otra de tan sólo cinco meses. Recuerdo la primera noche que me quedé sola con ellas en la casa. La recuerdo y nunca la voy a olvidar porque fue la más triste y dura, de desahogo, toma de valor y aceptación. Después de esa noche no fui la misma. Cada una se dormía de distinta manera: una en el sillón, otra en la cama acariciándola y otra en la teta. Recuerdo 72


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que terminé de acostarlas en sus camas cerca de las dos de la madrugada. Bajé la escalera, fui a la cocina y, al pasar por una pared, le di una piña con descarga y lloré, lloré mucho, no iba a ser fácil. Estaba destrozada y no sabía cómo rearmarme. Solo me sentía un poco mejor cuando estaban ellas, ahí había otra fuerza, mandaba otra energía. La casa, de estar llena de ruidos y juguetes por todos lados, pasaba al silencio profundo y no estaba acostumbrada a eso. No me gustaba. Eso me obligaba a encontrarme y no quería hacerlo. Sentía lástima de mí. Fueron meses, e incluso los primeros años, difíciles, en donde tuve que armar otro tipo de relación con el padre de mis hijas y con ellas también, porque al principio estaban más tiempo conmigo y en la actualidad es más compartido. Se me rompía todo, el auto, las cosas de la casa, se me vencían los impuestos. Pero nunca aflojé. Siempre estaban mis viejos y mis amigos, que por suerte son muchos, para acompañarme, contenerme y cuando sentía que no podía más, me detenía y las miraba a ellas. “Vamos, Evita”, me decía a mí misma. “¿Qué es lo que querés que tus hijas vean en vos? ¿Cuál es el mensaje que les querés dar?” Recuerdo pasar momentos de dormir todas juntas en mi cama, como si fuera un tetris. Bañarlas en un 3 x 1 para amortizar el tiempo, hasta que fueron logrando autonomía. Nos comenzamos a disfrutar mucho más, a valorar los momentos juntas, fuimos creando nuestras costumbres y hábitos en la casa. Aún hoy planificamos salidas para compartir las cuatro. Tenemos un diálogo hermoso. A los pocos meses de separada, agarre el auto y me las llevé de vacaciones al mar. Fui enfrentando todos los miedos y circunstancias y sin darme cuenta, cada día me valoraba y quería más. Nunca dejé de trabajar (soy docente de jardín) a pesar de que estuve a punto, después de haber operado de corazón a mi hija, gracias al consejo de mi vieja (tremenda mujer, mi molde) que me aconsejó no dejar de hacerlo.

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Hace siete años somos un gran bloque femenino, nos cuidamos, nos disfrutamos, nos valoramos. Adoramos estar en nuestra casa, la reinventamos también. Modificamos e hicimos propio el tiempo que pasamos juntas. “¡Qué suerte que nos tenemos!”, siempre repito esto. De aquella ruptura, me levanté y reinventé como madre, amiga, como sostén de hogar y como mujer. Aunque así estamos bien, muy bien; en nuestra casa las cuatro solas y juntas.

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Mamá Loba

Marcela Marcela tiene piernas largas, rasgos angulosos, duros, una mirada que perfora y el ceño fruncido, siempre. Camina con andar seguro, se sabe guapa y lo manifiesta. Cigarrillo en mano, pantalones ajustados, poleras o remeras al cuerpo (dependiendo la estación), maquillaje… ojos tristes. Lleva de la mano dos nenas, gemelas idénticas ellas y, caminando a la par, otra más grande. Marcela capta la atención de todas las personas que la cruzan por la calle, su presencia, su aura, tiene carisma. Las gemelas rebotan al lado suyo, gritan y se mueven desalineadas, incomodan con el volumen de su voz, quizá te empujan si caminás demasiado cerca. La mayor va bien tranquila, prolijita, callada. *** Conocí a Marcela hace diez años y no pasa un día sin que la piense. Más ahora que transito yo también el camino de la maternidad. En ese momento, ni atisbos tenía de tener hijos, ni de que me interesara tenerlos algún día. Yo vivía con dos gatos, 500 libros y muchas ganas de exprimir mi vida en soledad o con compañeros itinerantes. Pero, a pesar de tener vidas tan opuestas, conecté con ella muy bien desde el principio y su historia dejó huella. Yo me movía en su círculo, pero entré en su mundo por la vereda opuesta, que la criticaba, que la descalificaba como 75


madre, que la juzgaba por querer vivir, por soñar, por querer ser mujer aparte de criar niñas. “¿Y el papá de las nenas?”, pregunté un día. “En Colombia, me respondieron, necesitaba alejarse un tiempo y le salió un trabajo”. “¿Y cómo hace ella sola con las tres?”, insistí inquieta al ver esa micro tribu.caotizada. “¿Y no ves?, son unas mal criadas, contestan mal, no hacen caso. Ella salió el sábado a la noche y no les dejó pijamas, ni estaban bañadas y recién al mediodía del domingo las buscó”. Mala madre era el rótulo que caía sobre Marcela por necesitar un rato para estar con ella misma y disfrutar en soledad, mala madre porque no les llevó pijamas y las entregó despeinadas, mala madre porque no ponía algún límite y las nenas eran muy contestatarias. Compartí con ellas muchos y largos mates. Convivir con las gemelas era muy difícil, realmente se desbordaban fácil, desafiaban. Una en particular tenía la misma mirada que su mamá, hermosa, insumisa, enojada con todas y cada una de las personas que habitaban su vida. Pero también se deshacían en los abrazos, se reían a carcajadas desbocadas y fuertes, libres, jugaban sin reglas, pero cuidándose entre ellas. Cada tanto también se agarraban de los pelos y había que separarlas. El padre las visitaba una o dos veces por año y traía regalos. No realizaba su aporte económico, ni tenía idea qué pasaba con esas nenas, a qué colegio iban, quién era su pediatra, si estaban comiendo bien. Ellas se desesperaban por tocarlo cuando lo veían. En esta historia él era el personaje “copado”, el que llegaba de tierras lejanas fresco, con historias mágicas en la valija y con energía disponible para tener a las pibas colgadas horas y horas, para jugar y reírse con ellas. “Ves que papá no nos reta todo el tiempo como vos”, era la factura que Marcela recibía después de cada visita. Igual se notaba que las pequeñas estaban al tanto de absolutamente todo. 76


Mamá Loba

Marcela hoy es mi musa. Mi admiración por ella es infinita hoy que soy mamá y puedo ponerme sinceramente en sus zapatos, o intentarlo. El papá de las nenas volvió a Argentina, tuvo otro hijo y, hasta que dejé de verlas, seguía sin hacer su parte. De ella, de esa gran mujer y madre leona, me quedan sus miradas bestialmente sinceras, apagadas de agotamiento y tristeza cuando no veía salida a esa rutina de cuatro y en soledad, encendidas de pasión cuando me contaba su proyecto de tener un refugio para perros abrazada a su bull terrier, prendida fuego mientras manejaba por la autopista con los Redondos o La Vela Puerca al palo, orgullosa de la insolencia de sus hijas. Marcela, amante del rock, que practicaba boxeo y peleaba con cualquiera que quisiera interponerse entre ella y sus sueños, entre ella y sus hijas, entre ella y la libertad. Marcela que pesqué llorando a escondidas más de una vez después de haber gritado a alguna de las pibas. Marcela vulnerable, sensible, autoproclamada heroína y villana de su historia.

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INFORMACIÓN ÚTIL



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Sobre la cuota de alimentos y sus obligaciones

¿Qué es la obligación de dar alimentos que tenemos los padres y madres con nuestros hijos?

Implica todo el conjunto de lo que ellos necesitan para vivir, educarse, vestirse, tener un lugar donde vivir, salud, entretenimiento y para que tengan un oficio o profesión. Código Civil y Comercial de la Nación, Art. 658 y 659. ¿Siempre tenemos la obligación de dar alimentos a nuestros hijos?

Sí. La regla es que los dos padres tienen el deber de dar alimentos a sus hijos. No importa si los hijos viven con uno solo de los dos. Código Civil y Comercial, Art. 658. ¿Quién fija la cuota alimentaria de nuestros hijos si nos divorciamos?

Los padres tienen que ponerse de acuerdo para fijar la cuota alimentaria de los hijos. Si no lo hacen, el juez fija la cuota.Código Civil y Comercial de la Nación, Art. 721. Código Procesal Civil y Comercial de la Nación, Art. 639. ¿Cómo cumplo con la obligación de dar alimentos a mis hijos?

Pagando una cuota en dinero. También podés hacerlo en especie, por ejemplo, pagando el colegio, el club, la obra social. La cuota se fija teniendo en cuenta las necesidades del hijo y las posibilidades económicas de los padres.Código Civil y Comercial de la Nación, Art. 659.

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¿Cuándo tengo que pagar la cuota alimentaria de mi hijo?

El momento lo acuerdan los padres o lo dispone el juez. Se puede pagar por mes, cada 15 días o por semana, por ejemplo.Código Civil y Comercial de la Nación, Art. 542. ¿Hasta cuándo tenemos los padres la obligación de alimentar a nuestros hijos?

Los padres tienen la obligación de darle alimentos a sus hijos hasta los 21 años o hasta los 25 si estudian o se capacitan en un arte u oficio y no pueden mantenerse por sus propios medios. Código Civil y Comercial de la Nación, Arts. 658 y 663. ¿Puedo darle a mi hijo/a mayor de edad dinero en forma directa?

Si no convivís con tu hijo/a mayor de edad, podés darle dinero en forma directa para sus gastos diarios. Ese dinero puede destinarlo a esparcimiento, estudiar, vestirse, etc. Esta suma se acuerda con el/la otro/a padre o madre o la fija el juez. Recordá que tu hijo/a es mayor de edad cuando cumple 18 años. Ley 26.994 Código Civil y Comercial de la Nación, Anexo I, art. 662. Si me divorcié y me encargo de la casa y de los chicos ¿esas tareas cuentan cómo alimentos para mis hijos?

Sí. Las tareas cotidianas que hace el padre o madre que cuida a los hijos tienen un valor económico y son un aporte a tener en cuenta al fijar los alimentos. Ley 26.994 Código Civil y Comercial de la Nación, Anexo I, art. 660. Si mi hijo convive el mismo tiempo con cada uno de sus padres ¿es necesario fijar una cuota alimentaria?

Cuando uno/a de los padres/madres tiene un nivel de vida más alto que el/la otro/a, el padre/madre con más recursos 82


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económicos tiene que pasar una cuota para que el/la hijo/a mantenga el mismo nivel de vida en los dos hogares. Código Civil y Comercial de la Nación, Art. 666. ¿Qué hago si el/la otro/a padre/madre no paga los alimentos de mi hijo/a?

Podés consultar con un/a abogado/a o en un Centro de Acceso a la Justicia http://www.jus.gob.ar/accesoalajusticia/ caj/centros para llegar a un acuerdo con el padre incumplidor o iniciar un juicio. Código Procesal Civil y Comercial de la Nación, Art. 638. ¿Quién puede hacer el reclamo cuando uno de los padres no paga los alimentos del hijo/a?

• La otra parte (madre o padre) en nombre del/la hijo/a. • El/la hijo/a, si tiene madurez suficiente, acompañado por un abogado. • Si ellos/as no reclaman, puede hacerlo otro pariente o el Ministerio Público. https://www.argentina.gob.ar/justiciacerca/cuotaalimentaria. Código Civil y Comercial de la Nación, Art. 661.

Durante el juicio por alimentos ¿mi hijo puede recibir alimentos?

Sí. El juez puede ordenar el pago de alimentos provisorios durante el juicio cuando la madre o el padre que cuida al hijo demuestre que los necesita por falta de medios. Código Civil y Comercial de la Nación, Art. 544.

¿Puedo reclamar a los/as abuelos/as los alimentos para mis hijos/as?

Sí. Podés reclamar a los/as abuelos/as alimentos para tus hijos/as en el mismo juicio de alimentos contra el padre que no paga o en otro juicio diferente. Pero para ello, vas a tener que demostrar que es difícil recibir los alimentos del padre incumplidor. 83



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Frente a la violencia de género La información que compartimos a continuación pertenece a la obra Herramientas para hacer frente a la violencia de género. Aportes y experiencias desde los feminismos, publicado por el Centro de Atención a Víctimas de Violencia de Género, bajo el sello Ediciones de La Caracola. Ley Nacional 26.485

De protección integral para prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra las mujeres en los ámbitos en que desarrollen sus relaciones interpersonales. A partir de la lucha de las mujeres se logró ponerle nombre a estas violencias y, en el año 2009 en Argentina, se sancionó una ley que tiene como objetivo erradicarlas. Esta ley obliga al Estado a promover políticas públicas de cuidado de las mujeres y sanción a los agresores. Es importante tener en cuenta que la Ley 26.485 es de alcance nacional, es decir, que se aplica en todo el territorio argentino, y que el juez o la jueza no pueden desconocer los derechos reconocidos por ella. Incluso, la ley provincial (N.° 12.569 de Violencia Familiar) hace referencia a que en los procedimientos iniciados en la provincia de Buenos Aires se deberán aplicar los derechos y garantías mínimas reconocidas en la ley nacional (art. 6 ter). En la ley nacional se detallan diferentes tipos de violencia y sus modalidades. Esto sirve para identificar los mecanismos de la violencia vincular y poder actuar para que esta situación se interrumpa y se erradique. (CAV, 2019: 38)En los Art. 5 y 6 de dicha ley, se detallan los tipos de violencia (física, psicológica, sexual, económica y patrimonial, simbólica y qué implica cada una), así como sus modalidades (violencia doméstica, institucional, laboral, contra la libertad reproductiva, obstétrica y mediática). 85


¿Dónde hacer una denuncia por violencia?

Existen dos fueros a los cuales acudir: el penal y el civil o de familia. El primero interviene cuando se comete un delito contemplado en el Código Penal. Al final del juicio se dicta una sentencia que puede condenar a la persona denunciada o bien dejarla en libertad. En este tipo de procesos rigen distintos principios, como el de inocencia, que garantiza que toda persona tiene derecho a ser considerada inocente hasta que se demuestre lo contrario. El fuero civil o de familia tiene una función de prevención. Específicamente, los procesos protectorios son aquellos que permiten que un juez o una jueza tome las medidas necesarias para evitar que el daño se produzca o se profundice. Las pruebas para que esos procesos se inicien son diferentes. En el fuero penal, las pruebas tienen que ser suficientes para llegar a la certeza de que el denunciado es culpable del hecho y que el acto constituye un delito tipificado en el Código Penal. En cambio, en el fuero civil, se pueden tomar medidas de protección de forma provisoria ante el riesgo de un daño. Según el tipo de violencia y la modalidad en que se ejerza, se puede iniciar el proceso en el fuero penal, civil, o en ambos (CAV, 2019: 58). En la obra mencionada también puede encontrarse un detalle de las medidas de protección que existen frente a casos de violencia y otros materiales de importancia para actuar en estos casos. Para más información, puede consultarse la versión digital del libro en la web: www.edicionesdelacaracola. wordpress.com o bien, contactando directamente al CAV mediante el correo: violenciadegenero@jursoc.unlp.edu. ar o acercándose a la facultad de Ciencia Jurídicas y Sociales de la Universidad Nacional de La Plata (donde funciona este proyecto), en los días y horarios de atención que ofrecen semanalmente.

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Ley 25.929 Parto respetado Establécese que las obras sociales regidas por leyes nacionales y las entidades de medicina prepaga deberán brindar obligatoriamente determinadas prestaciones relacionadas con el embarazo, el trabajo de parto, el parto y el postparto, incorporándose las mismas al Programa Médico Obligatorio. Derechos de los padres y de la persona recién nacida. Sancionada: Agosto 25 de 2004 Promulgada: Septiembre 17 de 2004 El Senado y Cámara de Diputados de la Nación Argentina reunidos en Congreso, etc. sancionan con fuerza de Ley: ARTICULO 1º — La presente ley será de aplicación tanto al ámbito público como privado de la atención de la salud en el territorio de la Nación. Las obras sociales regidas por leyes nacionales y las entidades de medicina prepaga deberán brindar obligatoriamente las prestaciones establecidas en esta ley, las que quedan incorporadas de pleno derecho al Programa Médico Obligatorio. ARTICULO 2º — Toda mujer, en relación con el embarazo, el trabajo de parto, el parto y el postparto, tiene los siguientes derechos: a) A ser informada sobre las distintas intervenciones médicas que pudieren tener lugar durante esos procesos de manera que pueda optar libremente cuando existieren diferentes alternativas. b) A ser tratada con respeto, y de modo individual y personalizado que le garantice la intimidad durante todo el proceso asistencial y tenga en consideración sus pautas culturales. 87


c) A ser considerada, en su situación respecto del proceso de nacimiento, como persona sana, de modo que se facilite su participación como protagonista de su propio parto. d) Al parto natural, respetuoso de los tiempos biológico y psicológico, evitando prácticas invasivas y suministro de medicación que no estén justificados por el estado de salud de la parturienta o de la persona por nacer. e) A ser informada sobre la evolución de su parto, el estado de su hijo o hija y, en general, a que se le haga partícipe de las diferentes actuaciones de los profesionales. f) A no ser sometida a ningún examen o intervención cuyo propósito sea de investigación, salvo consentimiento manifestado por escrito bajo protocolo aprobado por el Comité de Bioética. g) A estar acompañada, por una persona de su confianza y elección durante el trabajo de parto, parto y postparto. h) A tener a su lado a su hijo o hija durante la permanencia en el establecimiento sanitario, siempre que el recién nacido no requiera de cuidados especiales. i) A ser informada, desde el embarazo, sobre los beneficios de la lactancia materna y recibir apoyo para amamantar. j) A recibir asesoramiento e información sobre los cuidados de sí misma y del niño o niña. k) A ser informada específicamente sobre los efectos adversos del tabaco, el alcohol y las drogas sobre el niño o niña y ella misma. ARTICULO 3º — Toda persona recién nacida tiene derecho: a) A ser tratada en forma respetuosa y digna. b) A su inequívoca identificación. c) A no ser sometida a ningún examen o intervención cuyo propósito sea de investigación o docencia, salvo consentimiento, manifestado por escrito de sus representantes legales, bajo protocolo aprobado por el Comité de Bioética. d) A la internación conjunta con su madre en sala, y a que la misma sea lo más breve posible, teniendo en consideración su estado de salud y el de aquélla. e) A que sus padres reciban adecuado asesoramiento e 88


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información sobre los cuidados para su crecimiento y desarrollo, así como de su plan de vacunación. ARTICULO 4º — El padre y la madre de la persona recién nacida en situación de riesgo tienen los siguientes derechos: a) A recibir información comprensible, suficiente y continuada, en un ambiente adecuado, sobre el proceso o evolución de la salud de su hijo o hija, incluyendo diagnóstico, pronóstico y tratamiento. b) A tener acceso continuado a su hijo o hija mientras la situación clínica lo permita, así como a participar en su atención y en la toma de decisiones relacionadas con su asistencia. c) A prestar su consentimento manifestado por escrito para cuantos exámenes o intervenciones se quiera someter al niño o niña con fines de investigación, bajo protocolo aprobado por el Comité de Bioética. d) A que se facilite la lactancia materna de la persona recién nacida siempre que no incida desfavorablemente en su salud. e) A recibir asesoramiento e información sobre los cuidados especiales del niño o niña. ARTICULO 5º — Será autoridad de aplicación de la presente ley el Ministerio de Salud de la Nación en el ámbito de su competencia; y en las provincias y la Ciudad de Buenos Aires sus respectivas autoridades sanitarias. ARTICULO 6º — El incumplimiento de las obligaciones emergentes de la presente ley, por parte de las obras sociales y entidades de medicina prepaga, como así también el incumplimiento por parte de los profesionales de la salud y sus colaboradores y de las instituciones en que éstos presten servicios, será considerado falta grave a los fines sancionatorios, sin perjuicio de la responsabilidad civil o penal que pudiere corresponder.

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Mamá Loba

Emprendimientos de Mamás Lobas Este es un listado nacido de una convocatoria abierta, la cual se realizó previo a la publicación del libro. También podés consultar este listado y sumar tu emprendimiento en la página de Mamá Loba: https://www.facebook.com/ mamalobalibro/

Nombre

Descripción

Contacto

Ana Eugenia Punzo

Muralista, ilustradora, trabajadora del arte

La Plata. https:// www.facebook.com/ AnaEugenia.art/

Andrea Maciel

Ilustradora

Macandrea28@gmail. com

Andrea Parda

Comida vegana

Zona Oeste y Caba whatsapp 1122772259

Carolina Sydney

Alquila cabaña

Montevideo – Uruguay teléfono 0059891080190

Cecilia Santoro Terapias

Terapias https://www.facebook. complementarias, com/ce.santoro acompañamiento de embarazo, puerperio y lactancia 91


Cuando Niño

Emprendimiento artesanal de encuadernación libre, independiente y autogestiva

Berazategui Zona Sur www.facebook.com/ cuandonino/www. instagram.com/cn_ encuadernacionlibre

Erizo Nomá

Máscaras de látex y maquillaje artístico

Facebook: Erizo Nomá

Feria Cucaracha

Tejidos y ropa vintage

CABA www.instagram.com/ feriacucaracha

Jésica Ciancio

Tatuajes

San Martín www.instagram.com/ astrojess

Kokedamas mi hada

Kokedamas

La Plata. https://www.facebook. com/mipezhada

Kullawa Curandera

Fitomedicina

3547554414 San Luis www.facebook.com/ kullawa.fitomedicina

Lali Giménez

Carteras y mochilas

www.facebook. com/nyxbags344549456328673/ www.instagram. com/nyx.bags/

Linda

Rosario, cosmética natural y pastas caseras.

(341) 676- 3458

Macumba

Piedras, hierbas, rituales. Autogestión de la salud y el bienestar

Instagram y fcbk @somoslasnietas

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Mamá Loba

Mandala Astral

Astróloga y coach ontológica

www.mandalaastral. com.ar mandalaastrologico@ gmail.com

María Angela Curto

Bordados y tejidos. Masajes

Instagram @angecurto

Mariángeles Cuevas Otonelli

Diseñadora gráfica

Facebook: Mariangeles Cuevas Otonelli

Matete

Mates artesanales

www.facebook.com/ matete.mates/

MSM Natural Mosaic

Soy mosaiquista y arteterapeuta. Hago trabajos por encargo, doy clases de mosaiquismo, y coordino retiros de Arteterapia: Mosaico, Meditación y Música.

Tel: 3548 419779 Facebook: Micaela Saavedra Musso Instagram: @msm.naturalmosaic

Nadia Luengo

Fotógrafa

City Bell Instagram y Facebook @nadialuengofotografia

Olita

Juguetes

https://www.facebook. com/olitajuguetes

Pienso Bonito

Tejidos artesanales. Hago úteros, muñecas de parto, tetas , placentas, bebés, vulvas.

CABA. Envíos a todo el país. https://www. facebook.com/ piensoobonito/

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Psyché - Terapias para el alma.

Terapias HolísticasAcompañamiento de procesos emocionales y desarrollo personal. Péndulo Hebreo Kabbalístico, Limpieza y armonización energética, meditación activa a través del Arteterapia. .

Tel y whatsapp: 3512089305 Instagram: Psyché Terapias para el alma.

Romina

Profesora de Matemática

Capilla del Monte, 3548 – 57 -7431

Tatunes

Pañales de tela ecológicos

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Terapias energéticas y chamánicas

Iniciaciones, armonizaciones, alineación de chakras. Aromaterapia y tarot. Ceremonias de temazcal. Mujer medicina.

Facebook: Armonizaciones en círculo. 2215444946

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