Jugando desde el fondo - Artículos cortos de periodismo deportivo
Richard Carapaz rompió el molde en un país futbolizado Domingo 09 de agosto de 2020 Pichincha Comunicaciones
El tenis se constituyó durante mucho tiempo como uno de los deportes predilectos de los ecuatorianos. La década de los cuarenta y cincuenta el país estaba representado por el mejor tenista masculino del mundo, Francisco Segura Cano, quien, pese a nacer prematuramente durante un viaje entre Quevedo y Guayaquil, vivió hasta los 96 años. “Tiene más o menos 7 años cuando levanta por primera vez una raqueta de tenis. Para entonces ya ha contraído y sobrevivido una serie de enfermedades que hubiesen detenido a una persona menos decidida”, cuenta la escritora británica Caroline Seebohm, quien le dedicó un fantástico libro titulado “La vida de una leyenda del tenis”. El deporte blanco siempre fue uno de los más populares y no necesariamente se espera a los cuatro Grand Slam del año para acaparar atenciones que los astros de este juego despiertan cada semana. Por eso Ecuador cultivó una audiencia alimentada por varios especialistas que acompañaron los procesos de Andrés Gómez y Nicolás Lapentti, treinta años más tarde. Más complejo fue sumergir a los aficionados en el atletismo o, específicamente, en la prueba de marcha, pese a que el país ostentó la representación del mejor marchista del planeta. Las competencias de Jefferson Pérez despertaban expectativa cuando disputaba mundiales o exclusivamente, cada cuatro años, en los Juegos Olímpicos. En un país odiosamente futbolizado es muy difícil enfocar los reflectores en prodigios que han destacado en otras disciplinas; se tenía que ser el mejor del mundo nuevamente para sacudir a una opinión pública obnubilada por los sinsabores del “rey de los deportes”, del 114