DE LAS SABANAS A LAS PLAZAS Por: Víctor José López “El Vito”
Aunque el Arte del Toreo no puede encasillar-
se con reglas inmutables crece, evoluciona y se robustece como expresión ecléctica. Así ha sido desde que en 1830 Pedro Romero y José Cándido fueron encargados de la dirección de la Escuela de Sevilla, por Fernando VII. La decisión del monarca tuvo inmediatos resultados, inmejorables en el desarrollo de la lidia que justificaron la fundación de la Escuela Taurina. Cundo la muerte el rey Fernando VII provocó el cierre de la Escuela Taurina de Sevilla, ya la semilla estaba en el surco de la fiesta de los toros. En España brotaron cual flores silvestres las capeas, en sustitución de la escuela; y alrededor de los espadas más destacados crecieron focos de aprendizaje. Lo mismo que ocurriría en Venezuela con personajes como José Muñoz “El Loco “y José Peluza “Pelusina”, taurinos autóctonos con librillos muy particulares, hasta que en firmamento de la fiesta venezolana aparecieron con heraldos de las buenas maneras don Antonio Cañero, Juan Belmonte, Rafael El Gallo y los miembros de la dinastía Bienvenida en sus largas estadías entre nosotros. En Venezuela, el toreo creció en el campo, como expresión agropecuaria de nuestra economía. Fueron las Mangas de Coleo, las capeas criollas. Entre el toro cerrero, el caballo y la faena campera destacaron los toreros que con el tiempo formarían como lo hizo Tomás Lander el grupo de matadores de toros y de novillos venezola-
El maestro Pedro Pineda y su destacado alumno Morenito de Maracay
nos. Uno de ellos fue un joven arenero, que saltó de las mangas de coleo a los tentaderos de las ganaderías de los hermanos Gómez Núñez, Florencio y Juan Vicente, quien más tarde y gracias al compendio de sus experiencias lograría suficientes conocimientos para fundar la Escuela Taurina de Maracay. La cantera de Aragua En 1936 cuando murió Gómez en Maracay, ocurrió el éxodo de los niveles más elevados en su escala social. Se produjo una retracción de las actividades taurinas, y los toros quedaron en manos del estrato más popular de la ciudad.
El que despachaba en el abasto o trabajaba como albañil, mesonero en la fonda, el sastre, el barbero, el camionero, el encargado de las mudanzas, los toros en las manos más humildes, apropiándose con todo derecho de pueblo e impidiendo se fueran de la Ciudad Jardín. Entre los se quedaron había un muchacho que había sido arenero de la plaza de El Calicanto la tarde de su inauguración. Era Pedro Pineda, quien en su desarrollo encontró decidido respaldo de los hermanos Juan Vicente y Florencio Gómez Núñez, los hijos del general y los hombres que le dieron inusitado apoyo a la fiesta de los toros en Venezuela. Pineda desarrolló oficio en los tentaderos de las ganaderías de los Gómez, La Soledad y Guayabita, viendo torear a las figuras que contrataban Juan Vicente y Florencio para aquellas históricas temporadas de Maracay. Fue un torero valiente, se le anunciaba como El torero de Aragua. Hizo carrera por los andes venezolanos, se fue a la sierra del Ecuador e hizo campañas por ciudades colombianas como Medellín y Bogotá. Cuando El torero de Aragua sintió que sus facultades físicas le impedirían seguir toreando, decidió dedicarse a instruir a los jóvenes aspirantes, e hizo de la Maestranza la sede de Escuela Taurina, sin pizarra, tizas ni aulas. Sencillamente trazando rayas y dividiendo espacios en la arena del redondel. Los primeros alumnos que tuvo Pineda fueron los hermanos Óscar y Ricardo Martínez. Óscar, el mayor, fue un torero poderoso, Ricardo, artista y bullidor. Óscar tuvo importancia, trajo a Venezuela con el éxito de sus temporadas en España mensajes de esperanza que entusiasmaron a los jóvenes toreros venezolanos. Más tarde ingresaron a la escuela de Pineda dos muchachos, César Girón y Moreno Sánchez, que la vocación del toreo en el mundo
SOÑADORES DE GLORIA 55