ALFARO & VALLEJOS: CRÓNICAS EXTRAORDINARIAS

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VII

EL MISTERIOSO ASUNTO DE LA ESTANCIA ALIENÍGENA Por

FJSR

San Andrés de Giles Provincia de Buenos Aires Febrero de 1982 11:50 p.m.

Cuatro bombas de estruendo, gestionadas por la municipalidad, dieron origen al corso, exactamente a las nueve de la noche, por la avenida principal del pueblo. Vecinos y visitantes tenían por delante tres horas de diversión y medido desenfreno, de las cuales sólo quedaban diez minutos. Alcanzada la medianoche, los bomberos voluntarios harían sonar una estridente sirena indicando que la fiesta terminaba y empezaban otras en los clubes de barrio: los bailes de carnaval.

Decir corso era sinónimo de alegría. Los más chicos disfrutaban como locos tirándose entre ellos espuma, papel picado, serpentinas y agua perfumada. Los más grandes encontraban la ocasión para reunirse en los cafés del centro a charlar, libres de sus hijos y sus reclamos constantes. De paso, se daban el gusto de fichar libremente a las chicas de las comparsas, muy ligeras de ropa, sin que sus esposas se lo recriminaran. Esa noche estaba permitido.

A ambos lados de la avenida, la gente se aglomeraba. Casi todos con una sonrisa en la boca. Algunos se llevaban sus propios banquitos para disfrutar más cómodos de un espectáculo que sólo era posible una vez al año; y si bien los milicos en el poder habían decretado que los carnavales ya no eran más días feriados, todos se organizaron para desplegar la parafernalia de carnestolendas la noche del viernes, sábado y domingo.

El pueblo era una fiesta. Miles de banderines engalanaban todas las esquinas. Las farolas públicas, incluso, parecían iluminar más fuerte y a la música estridente de decenas de parlantes se sumaban las mascaritas, las carrozas temáticas y toda una parafernalia de personajes que, año a año, hacían las delicias de las mayorías. También era ése un tiempo para el travestismo. Los pocos, pero claramente individualizados


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