ALFARO & VALLEJOS: CRÓNICAS EXTRAORDINARIAS

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IX EL MISTERIOSO ASUNTO DEL PALACIO BAROLO Po r FJSR

Agosto de 1979 Ciudad de Buenos Aires Con cincuenta y seis años de vida, el Palacio Barolo de Avenida de Mayo al 1300, se erguía imponente como si hubiera sido inaugurado es misma mañana. Sus 100 metros de altura y 22 pisos salpicados de oficinas y unos pocos departamentos particulares de alquiler temporario, se coronaban con un faro que raras veces se prendía. Sólo en contadas ocasiones la fulgurante lámpara de 5000 watts lanzaba su luz para que pudiera ser vista por su construcción gemela erigida en Montevideo, Uruguay, al otro lado del charco. Su estilo ecléctico, saturado de molduras y pequeños balcones redondeados, todo fabricado con hormigón armado, combinaba el Art Decó y el Art Nouveau en una exquisita composición que llamaba a la atención a todos los transeúntes. Era imposible no echarle una miradita, aún pasando por su frente todos los días. Rubén Morales no se cansaba de admirarlo. Hacía seis años que tenía su oficina en el piso 10 y consideraba un orgullo y logro personal poder ejercer su profesión de martillero público desde una de las construcciones más emblemáticas de la Capital Federal. Solía, al final de la jornada, tomar un cafecito en la vereda de enfrente, disfrutando de “su nidito”, como solía llamarlo. Pero ese día las cosas se habían complicado a último momento. Una llamada desde Liniers le arruinó la jornada, a las siete de tarde. El Mercado de Hacienda le había rechazado un cheque y Morales, haciéndole honor a su apellido, estaba desvastado. ―¡Burócratas de mierda! ¡Pero si tengo dinero en la cuenta corriente! Habló con su contador y, para cuando el malentendido se hubo solucionado, colgó el tubo negro del teléfono con toda su bronca. Se relajó unos minutos. No pasaría por el bar. Ya eran casi las nueve y media de la noche. Tomaría el subte directo hasta su casa. Pero antes, un té no le vendría nada mal. El agua ya estaba caliente en el termo de la cocina. Beberlo en la oficina o en otro lugar era lo mismo. Nadie lo esperaba. Morales vivía sólo desde hacía un lustro, tras una complicada separación. Lavó la taza, se calzó el sobretodo y el sobrero de fieltro de ala ancha y salió al pasillo.


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