ALFARO & VALLEJOS: CRÓNICAS EXTRAORDINARIAS

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XI

EL MISTERIOSO ASUNTO DE LA PARTERA DESAPARECIDA Por

FJSR

Septiembre de 1984 Bosque de Peralta Ramos Mar del Plata 01:15 a.m. Elvira Keel, hija de irlandeses afincados en la costa bonaerense desde principios de siglo, desempeñaba su oficio con sapiencia y amor. A sus setenta y dos años de edad y varias décadas de experiencia en el rubro de dar a luz, conocía todos los trucos, todos los inconvenientes y ventajas que una mujer podía vivenciar al momento de traer una nueva vida al mundo. En la zona de puerto, la colectividad gallega la llamaba “comadrona”, haciendo uso de un término que por los barrios del centro ya no se usaba, prefiriendo el de partera. De todos modos, usaran la denominación que usaran, el trabajo de Elvira estaba “en baja”. Era un oficio del pasado. “Cosas de viejas”, a las que cada vez se acudía menos. Incluso, para muchos, su función quedaba equiparada, casi, al de una curandera. Elvira sabía que ella era la última de una larga tradición familiar. Una especie en vías de extinción. Aún así, todavía quedaban tradicionalistas que la llamaban de tanto en tanto. Como esa noche, en la que lentamente caminaba por el sendero de tierra que conducía a un chalet inserto entre los árboles del bosque de Peralta Ramos. Una noche despejada y estrellada, por cierto.

Una mujer que conocía la había llamado de urgencia. Un novel matrimonio se había dejado seducir por los precios de un alquiler barato, en una zona hermosa y alejada del mundanal ruido de la Peatonal San Martín, fuera de temporada. Una oportunidad imposible de rechazar, máxime teniendo en cuenta que los médicos de Buenos Aires habían programado la cesárea para dentro de un mes. Pero algo se había salido de libreto. A las once de la noche, sin un auto a mano, la mujer rompió bolsa, e inició con las contracciones. De no ser por la señora que vivía a media cuadra y tenía el teléfono de la partera, las cosas se hubieran complicado realmente.

El sendero mal iluminado y jalonado de pozos la retrazaban, pero se sentía segura. Iba a llegar a tiempo. Aún de no hacerlo, sabía qué hacer. “Nada hay nuevo bajo el sol”, pensó, cuidando de no


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