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IV
EL MISTERIOSO ASUNTO DEL GRAN DANÉS Por
CMO
Buenos Aires, Recoleta 12 de noviembre de 1981 Había quedado con Manuel en encontrarnos en La Biela para tomar un café. Alfaro se demoraba y yo empezaba a impacientarme: detesto esperar. La humedad porteña hacía estragos y sentía mi camisa y pantalón pegados al cuerpo como una lepra maldita. Una joven de falda acampanada beige paseaba su perro por el parque y no sé por qué recordé, con desagrado, las cagadas de los perros que sus amos deberían recoger debidamente. Era ridículo ponerse a pensar en mierda canina con el calor agobiante que estaba sufriendo, pero la mente nos juega esas pasadas algunas veces. Si hay algo que aborrezco, es esa enfermiza pasión que la gente suele tener por las mascotas, especialmente los perros. Una devoción que raya en el absurdo, un cariño ridículo por un cuatro patas al que “aman” con desesperación, al punto de comer, dormir, hablar y hasta confesarse con esas bestias que ladran y taladran los sanos oídos humanos. Estaba en esa marea caótica de sensaciones pasadas en la que el olor asqueroso de los pichichos se obsesionaba con mi mente, cuando una palmada del Flaco en la espalda me sacó de semejante ensoñación. —¿Qué hacés, hermanito? ¿Meditando? —Hola, Negrito. Estaba embolado y me puse a pensar en la cantidad de mierda de perro que he pisado y la que todavía pisaré. Es un asco. Manuel esbozó una sonrisa y la acompañó con una mueca de desconcierto como si estuviera pensando “¡Hay que estar al pedo, Vallejos!”. —Te entiendo, a mí me pasa lo mismo con las palomas. ¡No las soporto! Habría que exterminarlas a todas— confesó con resignación. Mi amigo ya prendía un pucho y levantaba la mano para llamar al mozo. Campaneó el ambiente y me miró con picardía. Le divertía ponerme en apuros zonzos. Se reclinó sobre la silla y con complicidad me sugirió: —¿Viste la morocha que está sola allá cerca del ligustro? Revoleé el cabeza en todas direcciones como atontado y el Flaco me censuró: —Pará, disimulá. A las nueve… No, no. A las nueve te digo, pero mirá con disimulo.