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VI
EL MISTERIOSO ASUNTO DE LA CONSOLA ELECTRÓNICA Por
CMO
Buenos Aires, Escuela de Mecánica de la Armada Mayo de 1982 Sentía una punzada aguda en la nuca y un ardor en las muñecas. Encapuchado y maniatado tenía el culo helado y dolorido de estar sentado en un piso húmedo y duro. Amordazado, intenté llamar a alguien mientras los recuerdos comenzaban a aflorar en mi memoria. El ruido de pasos estruendosos se multiplicaba por todos lados acompañados de algunos gemidos de fatiga o dolor. Alguien estaba sufriendo y se quejaba a unos cuantos metros de donde estaba, en alguna habitación contigua. —¡Adrián!!Adrián! ¿Me oís? —la voz de Manuel sonaba quejumbrosa y apagada. El Flaco estaba a mi lado y en similares condiciones. —¡La puta madre! —atiné a balbucear y la mordaza se llenó de saliva. —Estos soretes me retorcieron el brazo. No lo puedo mover —se quejaba Alfaro en un español sordo e incomprensible a causa del trapo que comprimía su mandíbula. Un cerrojo chirrió con violencia y el tintineo de llaves se propagó por el cuarto. Más de una persona entró y la puerta se cerró tras sus pasos. Alguien comenzó a deambular por el lugar y noté su caminar alrededor de mi persona. Alfaro seguía quejándose de dolor y yo sentía como si la nuca me hubiera sido cortada de un hachazo. —Cabo, retíreles las capuchas y mordazas a nuestros invitados —ordenó una voz muy delicada—. No queremos que se sientan incómodos. La luz mortecina de una bombita amarilla reflejaba un destello tenue en el centro de la habitación. Un calabozo con paredes azulejadas y una banderola con barrotes era el escenario de nuestra captura. Una nueva orden hizo que nos liberaran las muñecas. Un soldado acercó un par de sillas y nos ayudó a incorporarnos. Afuera, en los pasillos y más allá, algunos gritos desgarradores, acompañados de súplicas incomprensibles, formaban un coro de lamentaciones. —Bien, caballeros. Reconozco que hemos sido algo descorteses con ustedes dos…dos reconocidos profesores… —explicó un tipo petiso y flaco que hablaba de manera remilgada mientras seguía deambulando en círculos. Alfaro me hizo un gesto de incertidumbre. Solo restaba escuchar como buenos alumnos en clase.