Noticias de Provincia - Marzo 2021

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Pepita (Cuento)* Rodolfo Eduardo de Roux, SJ. Abril 22, 1943 (Cali) Pepita era la flor del rebaño. Nació en una noche de verano, apacible y silenciosa, los pomarrosos embalsamaban el aire y el centenario cachimbo desgranaba lentamente sus racimos de púrpura sobre la grama de la corraleja. La vieja Pepa no brincó de alegría ni siquiera baló dichosa al husmear el tierno retoño que estiraba sus patitas débilmente y balaba con temor. Oveja más tosca y malgeniada no he visto jamás, siempre solitaria enfurruñada, y devorando en silencio las matitas de escoba… en la diaria caminata a través de las llanuras formaba punto aparte y, si llegaba a juntarse se alejaba balando hasta perderse entre los pajonales. En la mañana siguiente, al llegar las ordeñadoras al corral precedidas por el abuelo, cuando todavía titilaban los luceros y la luna se bañaba en el torrente reidor, hallaron congregada la manada en torno a la recién nacida. Ni las furibundas y elocuentes miradas de la madre, ni su despectivo alejamiento habían logrado sobreponerse a la curiosidad del rebaño que se removía balando alegremente y calentaba con su aliento la ovejita trémula… Empezaba a amanecer y un sonrosado resplandor rielaba sobre las nieves del Huila. Ruidos extraños sorprendieron nuestro sueño esa mañana. El abuelo entró sonriente y puso sobre el suelo un níveo plumón de patitas negras y relucientes que ensayaba tímidos pasitos entre los muebles del dormitorio. - ¿No querías una oveja? Exclamó balanceándo38

se en el vano que unía mi pieza con la de Maruja. – pues bien. La vieja Pepa, esa maldita oveja que venderé en cuanto pueda, les depara la ocasión de criar ese lindo retoño. ¡No quiso ni mirarla! Tuvimos que amarrarla al bramadero y solo así dio de mamar a la ovejita hambrienta… ¡Le daba unas patadas! ¡Pobrecilla! – continuó teniendo entre sus brazos al tierno animalito que le miraba confiado. - ¿Cómo podré odiarte? Pepita te pondremos ¿Qué opinas? ¿Cómo les parece? Maruja y yo corrimos a su lado y asentimos dichosos. ¡Estábamos tan contentos! Ni siquiera notamos que por primera vez estábamos de acuerdo. ¡Ya habría tiempo para discusiones! Era tan bella nuestra ovejita, con sus ojitos negros temerosos e implorantes, sus patitas trémulas y lana blanca, sedosa, ¡formando motitas sobre la piel sonrosada! Pepita creció velozmente. A la pasada inseguridad sucedió una pesadez y mansedumbre encantadoras. Daba susto verla corretear tras de Lulú, la pekinesa de Maruja, si bien es verdad que demasiado pronto venía a recostar su cabecita cansada en mis rodillas. Un nuevo renglón se había abierto en la libreta de cuentas de mamá. “un chupón para Pepita”, rezaba siempre y a modo de posdata la lista de remesa. Yo, con un sentido de la economía bastante elástico, reía alegremente cada vez que, al colocar sobre la mesa de cocina el biberón de nuestra “hija adoptiva” gemía Marcela con desconsuelo. Noticias de Provincia


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