Leila Ricardo Tello
E
l señor Berón se levantó de su escritorio, salió del estudio y echó un vistazo hacia el rincón más oscuro de la sala. Ahí estaban el escáner y el monitor VR, cubiertos de polvo, exhalando calor como animales dormidos. Pensó en la distancia secular que había entre los dispositivos y la humilde carpeta de crochet que adornaba la mesita de café. Miró los muebles, la alfombra opaca, la ventana a través de la cual se colaba un tenue resplandor de luz púrpura, y se vio invadido por una profunda nostalgia. Era, una vez más, el recuerdo volátil de Leila.
Se había esforzado por conservar residuos de la presencia de su esposa, consciente de que la vejez era despiadada con la memoria. El anciano, perdido entre las paredes y la suciedad de su diminuto apartamento, dependía de los objetos más inesperados para estimular los recuerdos: un clavo en la pared, una mancha de crema dental en el espejo, una botella de perfume olvidada bajo la cama o algunos cabellos errantes. No barría, no limpiaba; temía perder alguna de esas pequeñas melancolías que revivían a su amada, a esa Leila que solo existía en fragmentos, dispersa entre sus tristes fantasías de viejo abandonado. El hambre había interrumpido la escritura del señor Berón. Hombre solitario; viudo, pensionado y sin hijos, creía haber alcanzado lo que él llamaba «la madurez del estilo» y escribía durante la mayor parte de su tiempo libre. El fruto de esa labor eran dos novelas y un libro de cuentos, cuyos manuscritos habían sido rechazados por cuanta editorial los recibió. Aun así, el anciano no se daba por vencido; temía que, de perder las dos últimas cosas que le daban sentido a su vida (el recuerdo de Leila y su pasión por la literatura), quedaría a la deriva de su vejez. Encendió el monitor, pero no encendió el escáne r, ni proyectó la imagen de su esposa almacenada en el dispositivo; no vistió el visor ni los guantes, ni interactuó (aunque podía) con una réplica de Leila en realidad virtual táctil, con imagen, textura y sonido en alta definición. No; el señor Berón sintonizó un programa de entrevistas, recordando a través de la simple costumbre del ruido; de la ilusión de sentir que había alguien más en casa. Los dispositivos le producían más desconfianza que indiferencia. Había nacido antes de los Implantes Medulares Obligatorios y, a diferencia de Leila, jamás se había escaneado. Recordaba, sí, pero no gracias a la función sino al valor sentimental de las cosas. Estaba convencido de que una simple hebra de cabello contenía más esencia de Leila que cualquier representación virtual. 28