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Juego Serio Cuasi Reloj Gerbos Abastos
T
odo lo serio comienza como un juego. Hay que ver más allá de esta palabra ‘Juego’ para poder comprender que no es un absurdo, y tomar la literalidad de su sentido con toda la determinación con la que se le dan a las cosas mundanas, deudas, familia, escuela. Entonces, cuando él le mira y les miramos pocos entendemos de eso; uno corre tras el otro de puerta en puerta, de cama en cama, por toda la casa; son jóvenes, enamorados, son bellos y lo saben y lo sienten y quieren compartirlo con el otro, quieren compartirse mutuamente hasta la saciedad; hasta que ella cae de cansancio sobre la cama y el cae de cansancio sobre su cuerpo y se besan y se ríen, y ella se cubre con las sabanas de la cama, enredándose hasta confundirse y no entender de nada más que del cuerpo, la carne es su lenguaje. Limerencia recíproca. No obstante, es más audaz, con facilidad se desprende de tanto enredo, y continúa corriendo, desnuda, mientras él -torpemente- intenta deshacerse de las sábanas; porque sí, porque nada le sale bien si no está ella para guiarlo, ni siquiera vivirse… Entonces continúan jugando, un juego serio, y ella corre y se encierra en un cuarto, el de sus padres, que están muy lejos, quién sabe dónde (no importa); y él juega el papel de negociador maquiavélico, de proxeneta ingenuo, de violador inseguro que ella sabe aprovechar a su favor para que le lama el sexo durante tantas horas; y cuando ella abre la puerta y sale, le esquiva fatídicamente, se resbala entre sus manos, y es tan niña porque es una niña. He ahí el juego. No hay que dejarse atrapar (y también, no querer realmente atraparla) porque si no se termina. Es una niña y él no se sorprende, sino que continúan corriendo, y cuando ella abre otra puerta rejuvenece otra vez -no tiene más de quince años; pero siguen jugando, siguen jugando y hay que tomárselo en serio, como ellos, no parar, no parar porque si no se acaba, habrá que regresar; porque entonces no conocen la muerte, porque entonces será tan dulce como germinar en un vientre y perpetuarse ingenuamente. Y las deudas, y la familia, y la escuela, qué es eso. Van, van y vienen, y tanto van como vienen, regresan, a cada puerta, a cada corredor de la casa. Más pequeña, ya no sabe del lenguaje, ni de la razón, ni de la moral o la ética, sólo él, y es tan triste.
la puerta y continúan el juego. Entonces es un gateo, es babear y perseguirse, y para él, por más que arrastre sus pasos, no puede dejar de sentir el cálido cansancio de la confusión inaudita de su propio juego. Y se siguen abriendo puertas, más difícil, porque ahora ella no sabe qué es una puerta y a veces se tardan días en abrirse; y cuando continúan jugando, una de ellas es extraña, viscosa, cálida, y otra es inmensa, estelar, fría, y otra más es inimaginable, eterna, omnipresente, y otra más y otra más y otra más por el fin de la saciedad vacua, candidez inefable que se consume en sí misma hasta que la pierde entre tanta extrañeza, y agacharse, recargando las manos sobre sus rodillas, respirando entrecortadamente; está tan casado, se tumba sobre uno de los tantos corredores de la casa, mirando hacia la nada. Le ha perdido el rastro, y hay melancolía, deliquio interminable; y está bien, ya volverá otra vez, el chiste es tomárselo en serio.
En algún momento ella se detiene como para agarrar aire. Mira a su espalda, le espera entre tanta puerta y tanta esquina y tanto cuarto y cama y baño. Pero también mira detrás, como mirando hacia el pasado que alguna vez fue su futuro; lo mira más grande que antes, lo ama de otra forma al de antes… No lo entiende porque es tan pequeña, solo es una estupefacta impresión por algo hermoso. Hasta que rápidamente se abre 41