Amar por rizoma desde la filosofía de Gilles Deleuze y Félix Guattari “Un rizoma no empieza ni acaba, siempre está en el medio, entre las cosas, inter-ser, intermezzo”.
Juan Rey Lucas
L
os franceses Gilles Deleuze y Félix Guattari gesticulan dentro de su filosofía el concepto del rizoma: el corazón del concepto se encuentra en todo acto, en todo acontecimiento. Desplegado de un vitalismo poco ordinario. Aquí no es solamente de alguien quien ama la vida. No. Eso es una denominación demasiado sencilla y pueril. Tal vez se podría vislumbrar que por estar dentro de la humanidad cada uno de nosotros per se amamos la existencia, pues parece que por consecuencia nos asimos a ella. Amar haciendo rizoma es volver a la existencia costumbre por el amar, y no por el vivir. El hábito de lo vivido significa que la vida es algo ya conocido, y que todo aquello que nos aparece se interpreta como ya descubierto y sin novedad alguna. En cambio, amar por rizoma es hacer de cada línea de vida un amor suigeneris, desprovisto de fijación, y no remite a lo repetido; sino lo que es reiterativo son las potencias, las intensidades con las que se ama a el trayecto que se ha creado en cada circunstancia. Se desea con fervor lo que transmuta, lo indómito, lo que se niega a establecerse. Ninguna composición de la materia en el rizoma se ha domesticado, puesto que la vida ahí es algo por implícito avasalladora e inabarcable. Siendo energía pura atravesada por todo cuerpo. Desde la conexión del rizoma la vida es aquello que se encuentra en continua oleada de dinamismos. El amor que el sistema y la historia nos adoctrinan tan sólo es mera administración burocrática. La relación con el otro se juega en lo múltiple, en lo heteróclito, en los alti-bajos. No es correspondencia de sentimientos, ni semejanza de ideas, o mimetismo de ademanes, o complementariedades. Nada de eso hace crecer a los cuerpos. Lo inaudito, lo colosalmente autentico es la simbiosis de diferencias, los cambios de transformaciones por parte de los somas polifacéticos. El rizoma al crear agenciamiento con la línea que decide amar la hace sin rencores, sin memoria, sin porvenir si quiera; sino, produciéndola con la intención de incrementar cada uno de sus aditamentos, cada una de sus zonas por las que se mueve. El atletismo afectivo del rizoma captura los signos pre-lingüísticos comunes de cada universo-corporal. Con lo que las aproximaciones se dan en la percepción de cada rasgo. La pareja emana una sonrisa, un sonido peculiar, alguna frase de estribillo, un movimiento de su organismo que hace coordenada en el infinito, que va más allá de su humanidad. Una sinfonía desconocida por la especie. De igual manera los lugares que recorremos con el ente amado: las interacciones, las relaciones sexuales, los mensajes en completo sigilo, las discusiones y riñas, etc. Toda conexión para el rizoma da para transfigurar su amor, por cada acontecimiento por más que se reincida será capaz de otorgarle diferencia. Debido a ese
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