Revista Poetómanos| Año 2 No. 1

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Rodamundos Kharloz Akosta

En el otoño surcan los cielos del altiplano grandes nubes que parecen coli ores. El viento las estrella contra la cordillera y les extrae del vientre un rugido de tempestad. Es entonces, cuando los relámpagos se entierran en las cumbres buscando las vetas minerales, y largos torbellinos de polvo recorren las planicies arrastrando rodamundos. -Parece que venimos bajando del cielo.-Le dije a mi padre. -Esta parte de la sierra es muy alta.- Me contestó, mientras maniobraba con destreza el Jeep por el estrecho camino de terracería. Goterones comenzaron a golpear el parabrisas y el techo de lona. Nos embocamos en la tormenta y mi padre detuvo el vehículo. -Vamos a esperarnos hasta que pase; no veo nada, puede haber algún derrumbe. Un rayo cayó en unos pinares cercanos. Nos estremecimos. Aquel resplandor me mostró el rostro aterrado de un hombre de carne y hueso. Arroyos de lodo escurrían por las laderas del cerro, descubriendo los cuerpos petri cados de amonites que habitaron en el fondo del mar hace cuatrocientos millones de años. Poco a poco, las nubes abrieron un claro allá abajo, por donde pude volver a ver los diminutos recuadros de tierra labrada en la llanura. La borrasca fue amainando. Luego de varios intentos, mi padre logró encender el motor del Jeep.

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Vámonos. Tenemos que bajar antes de que oscurezca.Me dijo. -¿Por qué? - Le pregunté. -Es peligroso. -¿Por qué?- Insistí. Hizo una mueca grotesca. -¡Porque en esta sierra hay muchas brujas! Abrí los ojos desmesuradamente y guardé silencio. Arrancamos. Durante el trayecto me dediqué a contemplar los bosques. Cruzamos varios riachuelos de agua cristalina y helada. -¡Mira! -Dijo mi padre señalando el camino. Un enorme puma cruzó de un salto la brecha. Era poderoso, dueño absoluto de aquellos parajes. Libre como el viento. Pasamos por un caserío al atardecer. Mi padre me indicó hacia una choza de láminas oxidadas. -¿Ves esa casa? -Sí. -Ahí se juntan las brujas. -¿Para qué, papá? -No lo sé. Detrás de nosotros, la luna comenzó a asomarse sobre la cresta de la sierra. Abrí una de las ventanillas y aspiré aquel aire puro con aroma a gobernadora. Se escuchó el canto lejano de una lechuza que navegaba entre las estrellas. El camino era una culebra fosforescente que


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