ReporteSextoPiso Publicaciรณn mensual gratuita โ ข Octubre de 2020
51
NOVEDADES SEPTIEMBRE - OCTUBRE
NARRATIVA
NIÑOS
REALIDADES ENCUÉNTRALAS EN WWW.SEXTOPISO.MX
ReporteSextoPiso Recomendación de los editores
Lecturas
La ciudad como biografía | 4
Poesía | 6
Claudina Domingo
51
Monica Ferrando
Corte del director | 31
Dossier: la pandemia | 7 Vivir en los límites de la incertidumbre | 8
Etgar Keret
Título | 32
Diego Rabasa entrevista a John Gibler
Ilaria Gaspari
Lo viral | 9 Jorge Carrión
Covid-19 | 13
Santiago H. Amigorena
Bioseguridad y política | 14 Giorgio Agamben
Un hogar en el mundo invisible | 17
Columnas La raja | 25 Luciana Cadahia
La maquetica del barroco | 26 Carlos Manuel Álvarez
Próximamente… | 27 José Hernández
George Makari
Lado B | 27
El hogar doméstico no puede ser un mundo | 22
Escoliosis | 29
Eva Illouz
Cintia Bolio
Gabriela Jauregui
Psycho Killer | 36 Portada de este número: Ilustración de Peter Kuper
Carlos Velázquez
Psicología de la disolución | 39 Judas Glitter
Reporte Sexto Piso, Año 7, Número 51, octubre de 2020, es una publicación mensual editada por Editorial Sexto Piso, S. A. de C. V., América 109, Colonia Parque San Andrés, Coyoacán, C. P. 04040, Ciudad de México, Tel. 55 5689 6381, www.reportesp.mx, informes@sextopiso.com.
Editor responsable: Eduardo Rabasa. Equipo editorial: Rebeca Martínez, Diego Rabasa, Felipe Rosete, Ernesto Kavi. Dirección de arte y diseño: donDani Reservas de Derechos al Uso Exclusivo en trámite. Licitud de Título y Contenido en trámite. Impresa en los talleres de Editorial Impresora Apolo, S.A. de C.V. ubicada en Centeno 195, Colonia Valle del Sur, C. P. 09819, Iztapalapa, Ciudad de México. Este número se terminó de imprimir en octubre de 2020 con un tiraje de 3,000 ejemplares. Las opiniones expresadas por los autores no necesariamente reflejan la postura del editor de la publicación.
Recomendación de los editores
La ciudad como
4
Claudina Domingo
biografía
L
os últimos años hemos visto traducidos al español tres libros de Vivian Gornick, feminista de la segunda ola y ensayista inmersa en la autobiografía. Sus libros de ensayo autobiográfico están profundamente unidos a la ciudad de Nueva York, la ciudad que la enseña a vivir y la ciudad con la que aprende a pensar y a dialogar. Hay una altura formidable en la queja de Vivian Gornick: la mujer en la que se convirtió a lo largo de las décadas de reflexión y experiencia hubiera hecho más feliz a la mujer anterior, la que sólo intuía esas formas de alegría. Pero si la mujer que puede decir esto lo sabe, sólo es a través de finales del siglo xx, penetrando intelectualmente en un siglo xxi y en una ciudad (Nueva York) que le exige y le permite «descubrir». Si Apegos feroces explora el drama familiar, el conflicto generacional entre mujeres que sólo por azar son parientas, y si Mirarse de frente deja cuenta del diálogo con los otros que nutren a la escritora, La mujer singular es un ensayo existencial de la mujer que está en camino de unirse o desapegarse de su sociedad. De este choque, porque es un choque entre la intimidad, la memoria y una ciudad cambiante, nacen una serie de preguntas y se apuntan posibles respuestas. El trabajo y el amor son ejes que vinculan a la persona política con la persona primigenia, la que, según la propia Gornick, pese a ser una feminista radical de la segunda ola, la hacen pensar y «creer» en el amor romántico y en la persona indicada para fundar los paralelos de su reino. Hay que trabajar, es decir, hay que pensar y escribir. En ello hay que detenernos un poco. «Trabajar» no es entregar libros a las editoriales, «trabajar» es, un poco como les correspondía a los intelectuales de generaciones marxistas, sentarse y pensar, dilucidar, generar un pensamiento o la ruptura de todos los pensamientos antes de escribir una línea. Y luego escribir. Es decir, llegar a la raíz: ser radical. «Hoy no miramos para ver, y mucho menos para corroborar, la mejor mejor versión de nosotros mismos», así describe Gornick la filosofía, o la crisis de la filosofía de la amistad. Si en Mirarse de frente describe episodios donde su vida como camarera de hoteles en los cincuenta la acercó a la vida cruda, a la experiencia directa, en La mujer singular, la activista, la escritora, la persona debe encararse con la biografía y hacer un recuento de lo aprendido, porque nos recuerda, una cosa es la información y otra entenderla. En el largo homenaje a Nueva York que constituye el ensayo, explora sus problemas, y como ella misma dice, se re-
sumen a dos: el trabajo y el amor. La ciudad la ve crecer y la encuentra huyendo de las principales preocupaciones de una escritora, hasta que descubre que problemas y respuestas están en el mismo lugar: «Durante muchos años caminé más de nueve kilómetros al día… Durante aquellos paseos soñaba despierta constantemente. A veces pensaba en el pasado —idealizaba recuerdos amorosos o elogios—, pero sobre todo soñaba con el futuro: con ese mañana en el que escribiría un libro de valor perdurable, conocería a mi compañero de vida, me convertiría en la mujer de carácter que aún no era…». Si esta mención al diario de una escritora se asemeja a nuestro presente, es sólo porque el pasado no se ha ido todavía. Las preocupaciones de Gornick resultan contemporáneas porque nada ha cambiado. Estar y no estar. Soñar. Vivir fuera del presente. Hasta que en su edad madura algo obliga a la escritora y a la persona a existir en el presente «vacío», en una tierra sin nombre y sin dueño que le muestra qué tanto ha vivido pensando en una grandeza biográfica esquiva. Gornick toma el título de La mujer singular de un autor que apenas nos suena en México, George Gissing (1857-1903), a quien ella llama «uno de los grandes neuróticos del siglo xix». En The Men in my Life, una serie de ensayos sobre los escritores y los creadores que fueron importantes para la autora (aún no traducido al español) la ensayista explora de entre las novelas del autor inglés, The Odd Woman (1893), una aguda y pesimista mirada a las relaciones entre hombres y mujeres. Ya sea que ambos se adapten a la verticalidad de la relación heteropatriarcal o que la desafíen, hombre y mujer terminan alejados, enemigos o, simplemente, extraños. A partir de ahí, Gornick genera una relación complicada a su posición feminista: ¿qué tanto yo —la mujer— deseo provocar al hombre intelectual? ¿Hasta qué punto una mujer que piensa que es
ha muerto, que su matrimonio no fue bueno pero que el difunto era un gran amante. «—Lo conocí en Detroit durante la Segunda Guerra Mundial. Por entonces nos estábamos organizando. En aquella época, todos se acostaban con todos, y yo también. Pero aunque parezca increíble, de los hombres con los que El trabajo y el amor son ejes lamemayoría acosté no eran buenos en la cama. En realidad, eran malos, muy malos». En esque vinculan a la persona te punto, el hombre joven que también política con la persona primi- escucha la conversación intenta no reír. genia, la que, según la propia «—Sé muy bien a qué se refiere —digo. —¿Sí, querida? ¿Quieres decir que Gornick, pese a ser una femi- siguen siendo malos? nista radical de la segunda —Cualquiera que nos oiga —diDos viejas hablando de amantes ola, la hacen pensar y «creer» go—. terribles…». en el amor romántico y en la Después el hombre, la anciana y la escritora ríen ante la improbabilidad del persona indicada para fundar diálogo y la escena, que cae en suelo fértil objeto de deseo (intelectual) de un los paralelos de su reino. Hay en el trabajo creativo de Gornick, pues si algo ha intentado la escritora es dar con la hombre (intelectual) es el personaje que trabajar, es decir, hay improbabilidad. Al fin y al cabo, ha vivido central de esa relación? ¿Qué tanto su singularidad como mujer intelectual soporta nuestra sociedad —es decir, que pensar y escribir. En ello uno— esta relación basada en lo hay que detenernos un poco. como una improbabilidad en una cultura (cualquier cultura occidental, hace cinimaginario? Cuando el hombre descuenta años o ahora) muy presta a aplaudir los logros de las cubre —y la mujer descubre— que la guerra florida del debate mujeres en público y a ignorarlas en lo privado. «Tironearse» está muerta, ¿sobrevive el amor? entre la vida personal y las convicciones públicas es algo que La singularidad que Gornick reinterpreta con base en todas las mujeres singulares conocen, nos dice Gornick. De Gissling es la de una mujer que se encuentra «incómoda» en este descomunal tironeo intelectual y emocional surge un lisu tiempo. Siente como debe sentir una mujer de su época, bro al mismo tiempo ácido y reflexivo que poético. pero no piensa así. Nunca, nos dice Gornick, desde la revolución francesa, se ha podido (ni siquiera intentado) conocer y reconcer a la feminista. No se trata de una mujer ajena a las ambiciones de su siglo. Estamos ante una mujer tironeaLa mujer singular y la ciudad da entre los anhelos sociales que le corresponden y las ideas Vivian Gornick políticas que la impulsan; de ello nace una mujer peculiar, Narrativa Sexto Piso «singular». Alguien que, por principio, parecerá contradicto2018 • 140 páginas ria. La mujer que de aquí nace atesora el anhelo de su madre aunque sabe que es imposible. Esa felicidad hogareña fue destruida de antemano, ¿pero cómo imaginar otras plenitudes? La «mujer singular» se ve obligada a interpelar al mundo si quiere descubrirlo. Por eso entender, atender, se vuelve prioritario, una especie de justicia poética. Y para ello la escritora, la intelectual, la mujer tiene una ciudad en la que nadie es observador, todos son actores. En el tren, en las filas de los comercios, pero sobre todo en la banqueta, Gornick tiene encuentros neoyorquinos (directos, horizontales) que la envuelven o la acompañan en ese viaje o biografía de mujer singular que «no tiene pareja». Las conversaciones con sus amigos, pero también los 5 breves pero enriquecedores encuentros con los extraños en la calle son la conversación que necesita en ese viaje por el entendimiento en que se ha convertido su vida. En una farmacia se encuentra a una trotskista octogenaria y a un hombre más joven. La mujer le cuenta que su marido
Poesía Monica Ferrando Existe sólo un punto que nos puede acoger pero no lo conocemos, quizá lo hemos visto cuando éramos niños en el mar un día de sol. Quizá la mano que tienes abierta mientras me sonríes o la lengua que modula el extraño ritmo de sonidos, llantos, gritos son el espacio posible. No en vano he borrado confines y barreras me he sumergido en la indiferencia de aquella arcadia dispersa y alegre que hunde en el ser el estar meditando en la fuente de la mente donde sólo los amantes hallan la paz.
En el pozo de Sicar «Dame de beber» le dijo aquel día porque permaneció sola en el pozo y estaba a punto de volver a casa. Pero aquella palabra «dame» escandida a mediodía tan doméstica obvia perentoria le provocó un imprevisto vacío a su alrededor que dejó al desnudo y tomó la memoria de su pasado junto con el futuro en la unidad de un tiempo inmemorial detenido en el punto de la oscilación entre un único gesto y una mirada pura: ¿por qué continúas haciéndote mal y no calmas tu sed en la pasión?
6
Traducción de Ernesto Kavi
Dossier
La pandemia
Dossier: la pandemia
Vivir en los límites de la incertidumbre Ilaria Gaspari 8
R
ecuerdo que los titulares de los periódicos del invierno pasado mencionaban la existencia de un virus bastante contagioso en China. Habían confinado una ciudad entera. «Pobre gente…», pensé, y volví a mis asuntos. Todavía recuerdo, el invierno pasado, a mi madre con una gripe que no le dio ningún respiro. «Todo el mundo está enfermo en el trabajo», me decía por teléfono. Yo le decía: «Pobrecita, descansa un poco, ya pasará». Y recuerdo más noticias, los primeros casos de infección en un pequeño pueblo cerca de Milán. Los titulares de los periódicos, las primeras alertas. Luego, un sábado por la noche a principios de marzo, íbamos a cenar a casa de un amigo, cuando mi hermana me llamó desde Milán y me dijo: «Van a cerrar Lombardía». «¿Cerrar? Es un chiste». A través de la ventana podía ver las luces de Roma, la gente, el comienzo de la primavera. Esa noche, estacionamos el auto que no íbamos a usar durante tres meses. En ese momento no lo sabíamos. Para junio, la batería se había agotado. Pero mientras tanto, pasaron muchas cosas. Habíamos visto fotos de ciudades desiertas, tiendas cerradas, bares y restaurantes con las rejas bajadas. Habíamos experimentado miedo y rabia, habíamos escuchado a los expertos en la televisión, pero no había respuestas definitivas. Estábamos pagando la debilidad de un Parlamento en constante litigio, surgido de un año muy difícil para la política italiana. Además, Italia fue el primer país de Europa que se enfrentó a lo que ya no era una epidemia sino una pandemia. Pan-, el prefijo del todo, el prefijo que nos concierne a todos. El más mínimo gesto podría llevar el contagio. Empezamos a pensarnos mucho las más mínimas acciones: besarse, estornudar, viajar, moverse. Cantamos el himno nacional, pero también el éxito musical del verano anterior, salíamos a los balcones todos los días a las 6 p.m., pero no duró mucho. Escuchamos a los expertos y, en las redes sociales, todos eran expertos. Las teorías de la conspiración comenzaron a circular. Vimos la ciudad de Bérgamo en la televisión, invadida por los ataúdes. Las escuelas estaban cerradas, como todo lo demás. Estábamos enojados, alguien comenzó a señalar posibles chi-
vos expiatorios. «Es culpa de los corredores», decían. ¡Están corriendo y propagando la enfermedad! Entonces, como de costumbre, las tendencias racistas comenzaron a salir a la superficie. «Es culpa de los inmigrantes», dijeron. El odio estaba aumentando. Todavía recuerdo las sirenas de las ambulancias; mi perro ladraba en el silencio y otros perros le respondían.
Un mañana que tal vez nunca llegue
Después de dos meses de confinamiento duro y un mes de confinamiento blando, a principios de junio, la gente comenzó a moverse gradualmente de nuevo, las tiendas volvieron a abrir, pero no las escuelas. Todos llevaban un cubrebocas. Ya no nos besábamos, pero a veces salíamos a cenar, íbamos a festivales, partíamos de vacaciones. El número de infectados nos tranquilizó, el verano sonaba un poco como un armisticio. Y, sin embargo, aquí estamos, el verano casi ha terminado y ni siquiera podemos saber qué pasará este otoño. Se barrunta una nueva contención. Los padres, los profesores, los estudiantes no saben si la escuela será presencial, o si los cursos se llevarán a cabo a distancia, en línea, de nuevo, con todos los problemas que experimentamos la primavera pasada.
Lo único seguro es la incertidumbre. Está bien decir que la incertidumbre es uno de los signos de la condición humana; está bien citar a Zygmunt Bauman y repetir que, en la era de la incertidumbre, no debemos hipotecar nuestras elecciones pensando en un mañana que tal vez nunca llegue.
La pandemia, desde el año pasado, nos ha dejado incapaces para ocultar la incertidumbre de nuestra condición. Ha revelado la impotencia de las herramientas que nos permitieron olvidar nuestra vulnerabilidad. Vivíamos proyectados en el futuro, como si pudiera asegurarnos que teníamos el control del mismo. Pero la pandemia nos obliga a vivir en el presente. A pensar en nuestras acciones de forma fragmentada, y a no hacer planes para un futuro que de repente parece realmente insondable.
Forzados a mirar al cielo
No es fácil vivir el presente, acostumbrarse a no refugiarse en el futuro. Es como si alguien hubiera volado el techo de nuestra pequeña casa. Sin protección, estamos así, a la intemperie, obligados a mirar al cielo. Sin embargo, como cualquier desafío, no debemos ignorarlo, debemos tratar de enfrentarnos a él. Ya no tenemos la defensa del futuro, que siempre fue incierto, pero que nos permitíamos imaginar como tranquilizador, ya que le confiábamos nuestras esperanzas y temores. Por lo tanto, debemos aprender a pensar dentro de los límites, dentro de las determinaciones del presente. No poder confiar en la esperanza y el miedo recuerda a las enseñanzas del estoicismo. Como escribió Borges, los griegos no conocían la incertidumbre. Es cierto, tenían una idea muy bien desarrollada sobre el destino y la necesidad. También es cierto que tuvieron que desarrollarlo, precisamente para sobrevivir a la amenaza de la incertidumbre que constituye nuestra condición humana. En el Manual de Epicteto, un pequeño y maravilloso vademécum del verdadero estoico, amado por Marco Aurelio, Blaise Pascal y Giacomo Leopardi, encontramos instrucciones que son particularmente significativas para hoy. Epicteto nos enseña a
9
distinguir dos categorías entre las cosas: «las que están a nuestro alcance y las que están fuera de nuestro alcance». Epicteto nos enseña que debemos aceptar que no debemos ser obstinados en cambiar las de la segunda categoría. Esto no es algo que podamos entender —quiero decir, entender no sólo con nuestras cabezas sino con nuestros corazones— de la noche a la mañana; aunque también es cierto que la pandemia está empezando a educarnos de esta manera. Por otra parte, tan pronto como ya no dispersemos nuestras energías en vanos intentos de cambiar lo que no podemos cambiar, podremos concentrar nuestros esfuerzos en la primera categoría de cosas, las que dependen de nosotros. Tal vez esta pandemia sea nuestra escuela de estoicismo. Traducción de Hero Suárez
Dossier: la pandemia
Lo viral 17 de abril de 2020:
L
a viralidad es un sistema de selección artificial —a menudo algorítmica— de la información relevante en un ecosistema sobresaturado de datos, textos, artefactos narrativos y artísticos y ocvis. La relevancia, por supuesto, no siempre tiene que ver con criterios de verdad, interés general o excelencia; a menudo responde a los ritmos de la actualidad, los trending topics, las posverdades, las palabras clave o las correlaciones del Big Data. Pero mientras los objetos virales que están atados al contexto del día (o del minuto) son olvidados en pocas horas, los que innovan y aportan trascienden la textura de la realidad de su origen y logran interrogar la de las sucesivas realidades futuras. «La modernidad es lo transitorio, lo fugitivo, lo contingente, la mitad del arte, cuya otra mitad es lo eterno e inmutable», escribió Charles Baudelaire. Algo parecido se podría decir de lo viral, que casi nunca pasa de ser la mitad fugaz, pero a veces supera su condición instantánea. Un tuit es el pío de un pájaro y en el origen de Twitter, en 2006, según Jack Dorsey, estuvo la idea de que los usuarios lanzaran al ciberespacio secuencias breves de información intrascendente. Instagram está, desde la propia palabra, anclado en el instante. Es casi imposible que un tuit o un post o una historia trasciendan de un modo aislado, cuando lo hacen es casi siempre en una serie o una constelación. Puede ser la exploración de un concepto, la trama de una historia o, en la mayoría de los casos, la personalidad aglutinadora de un creador digital. Ése es el sentido real de la palabra influencer: aquel que consigue que sus objetos, cohesionados por su propia figura —su poética—, sobrevivan más allá del momento de su puesta en escena o publicación.
10
Jorge Carrión
Lo clásico es lo viral en el mañana. Lo viral es lo clásico en el ahora. Lo clásico pervive en una vibración de intensidad baja o media, que se va reactivando periódicamente. Lo viral explota en una intensidad altísima, que se apaga también a gran velocidad. Lo clásico existe en la unidad de la obra maestra. Lo viral sólo tiene sentido como ráfaga, sucesión, red.
Lo clásico puede pervivir más allá de su creador, quien incluso puede haber desaparecido. Lo viral es inseparable de la marca que lo ha creado y lo representa. Lo clásico y lo viral coinciden al menos en dos rasgos fundamentales. Todo lo clásico fue en algún momento viral —el de su canonización— y todavía, en menor medida, lo sigue siendo. Y ni lo clásico ni lo viral son categorías estéticas, sino aglutinadoras: acogen en su marco lo trágico y lo cómico, lo tradicional y lo moderno, lo bello y lo feo, lo irrelevante y lo sobresaliente. Pero lo viral va más allá, porque es capaz también de integrar aquello que difícilmente llegará a ser clásico y que es tan, pero tan nuestro: lo amorfo, lo kitsch, lo cursi, lo cacofónico, el boceto, el chiste, la estupidez. Lo clásico tiende al ideal y se aleja, por tanto, de los cuerpos. A lo viral, en cambio, nada humano le es ajeno.
18 de abril de 2020:
La explicación de cómo se produce el contagio que hizo el miércoles pasado en una rueda de prensa Angela Merkel, que es doctora en Fisicoquímica, se ha vuelto viral: «Ahora nos encontramos en torno a un factor de reproducción 1, es decir, una persona infecta a otra persona», dijo. «Si llegamos al punto en que cada persona infecta a 1.1, en octubre habremos llegado al tope de nuestro sistema sanitario»; y «si llegamos a 1.2, cada una está infectando a un 20% más; o sea, si de cada cinco personas, una infecta a otras dos, y cuatro infectan cada una a otra persona, entonces alcanzaremos el límite de nuestro sistema de salud en julio», de modo
que «se ve qué pequeño es el margen de maniobra con el que trabajamos». La matemática del contagio, de nuevo. La viralidad es matemática, de hecho: periódica —pese a las apariencias, tan infrecuente.
19 de abril de 2020:
Cada semana que pasa crece el número de nuevos trabajadores de Amazon contratados durante la crisis. Al parecer son ya 175,000 en todo el mundo. Ayer anunció que busca 1,000 en Colombia y 2,000 en Costa Rica. Mientras tanto, Jeff Bezos —dueño del 12% de Amazon y el hombre más rico del mundo— ha ganado en las últimas semanas 6,400 millones de dólares (y su exmujer, Mackenzie, que se quedó con el 4% de Amazon tras el divorcio, 2,200). Amazon ha donado 100 millones a una organización de reparto de alimentos y ha comenzado a instalar cámaras térmicas en los almacenes, para detectar empleados con fiebre. En estos momentos está construyendo su propio laboratorio para realizar pruebas masivamente a todos sus trabajadores, que son casi un millón. A partir de ahora Alexa posee una nueva habilidad, consagrada al coronavirus. Además de decirte el número de casos que hay en tu país o en el mundo, o de recordarte los síntomas o las precauciones, te ayuda a que manufactures una mascarilla casera. Paso a paso. Bricolaje sanitario tutorizado por tu asistente de voz, cada vez más cerca de ser la banda sonora de tu conciencia.
20 de abril de 2020:
Entre muchos —uno de ellos, mi librero de cabecera y amigo Xavier Vidal— hemos conseguido hacer viral la idea de que la mejor opción de compra de libros durante el confinamiento no es Amazon, sino las librerías. La literatura no tiene prisa. Los compramos ahora, a través de las páginas web de nuestras librerías de confianza, y ya los recogeremos cuando abran. Hoy he publicado en La Vanguardia un artículo extenso y un tanto polémico sobre el tema —porque Penguin Random House ha disfrazado de apoyo a las librerías su campaña de venta directa de libros desde su página web— que se añadirá a las ediciones internacionales de Contra Amazon y que termina así: «En estos momentos en que somos millones los ciudadanos bajo arresto domiciliario que las echamos de menos, en que somos millones los lectores aislados y enmascarados que —aunque nos comuniquemos por WhatsApp, trabajemos por Skype y consumamos ficción en Netflix y hbo— hemos encontrado ideas, evasión y sobre todo consuelo en nuestros demasiados libros, las librerías deben reaccionar con urgencia. Reapropiarse de la cultura del libro. Tomar conciencia de su prestigio, de su poder. Hacer valer su marca y su relato. Se juegan su futuro, que es en gran medida también el nuestro».
21 de abril de 2020:
Este 2020 ninguna serie, ningún fenómeno mediático, ningún meme será tan viral como el propio coronavirus. Ha conseguido monopolizar nuestra atención tanto en el mundo físico como en el virtual, tanto en los supermercados y los medios de transporte como en las redes sociales y los televisores. Es una realidad híbrida, mitad biología, mitad píxel, que no cesa de multiplicarse por ambas dimensiones de lo real. Donald Trump dice que se podría tratar a los pacientes con
una inyección de lejía y millones de personas buscan respuestas en médicos como Doctor Mike (Mikhail Varshavski), que cuenta con más de 5 millones de seguidores en YouTube, o como Jeffrey VanWingen, que el 24 de marzo colgó su primer video en la red, con consejos para desinfectar la compra, que suma 26 millones de visitas. Joe Biden ha fijado en su cuenta su tuit más viral de las últimas semanas: «Nunca pensé que diría esto, pero por favor no bebáis lejía» (tres cientos cincuenta mil retuits y un millón y medio de likes a mediados de mayo). También proliferan las cuentas de humor, periodismo o educación sobre el virus. Se ha impuesto la metaviralidad que encarna Jude Law (Krumwiede) en Contagio, ese ejercicio de anticipación que cada día que pasa es más y más realismo.
22 de abril de 2020:
Aunque parezca que Amazon se dedica sobre todo a la logística de objetos físicos, gran parte de su negocio lo hace en la nube, que es un gigantesco almacén, fragmentado y físico, eléctrico, a través de Amazon Web Services. Su división de ciencias de la vida, genómica y dispositivos médicos, y su división de sector público —que trabaja con gobiernos y organizaciones de 180 países—, han ofrecido 20 millones de dólares en créditos para la investigación y el desarrollo de sistemas de inteligencia artificial que sean capaces de interpretar radiografías de pulmones o electrocardiogramas para detectar casos de covid-19. Después de siglos de énfasis en la curación, en las vacunas, los algoritmos están haciendo hincapié en el diagnóstico. Al mismo tiempo, los algoritmos de Amazon están leyendo todo lo que publica la comunidad científica internacional sobre el virus, la enfermedad y la pandemia. En colaboración con el Instituto de Investigación Biomédica de Barcelona, la división de Search Science y la de computación en la nube de la multinacional están creando una base de datos de fármacos a través de una herramienta llamada Chemical Checker, que extrae de los más de diez mil artículos académicos que se han publicado hasta la fecha toda la información relativa con moléculas y tratamientos. Minería de textos, aprendizaje automático y procesamiento de lenguaje natural para procesar en días cantidades enormes de datos, cuya lectura hubiera llevado años. Todas las imágenes, todos los datos son almacenados en instalaciones de Amazon. De modo que la coordinación y el diálogo entre las instituciones científicas y políticas no pasa por la oms, que forma parte de la onu, sino por la compañía de Jeff Bezos, su exmujer y el resto de accionistas. Fragmento del libro Lo viral, Galaxia Gutenberg, 2020.
11
Dossier: la pandemia
Covid-19
Santiago H. Amigorena
M
e gustaría hacer una pregunta simple, que no me parece que se haya hecho ya: ¿Por qué las vidas, que intentamos salvar hoy haciendo una «guerra» contra el Covid-19, nos parecen más importantes que aquellas que normalmente no salvamos? O bien: ¿Qué hace que un sistema que desde siempre ha sido absolutamente incapaz de movilizar lo poco que se necesita para salvar otras vidas, hoy está dispuesto a todo para salvar éstas? Existen respuestas evidentes: el Covid-19 no mata sólo a los pobres; o quizá: el Covid-19 es nuevo y podría matar a millones de personas. Esas respuestas me parecen insuficientes. Por una parte, ciertas enfermedades, contra las cuales batallamos todavía para obtener el financiamiento que permitiría combatirlas, matan por millones y no solamente a los pobres. El sida, por ejemplo, ha matado a cuarenta millones de personas y mata todavía a un millón de personas por año. Hoy algunos dirían que nunca imaginamos invertir demasiado en la búsqueda de una vacuna contra el vih porque se trata de un virus que mataba sobre todo a los homosexuales y que, hoy en día, mata sobre todo a los africanos. Pero, ¿por qué no nos movilizamos cuando ignorábamos que las víctimas serían sobre todo homosexuales y africanos?
La obesidad mata a casi tres millones de personas al año, y podría ser combatida con menos modificaciones de nuestra forma de vida que las que nos imponen ahora. Por otra parte, el hambre y la pobreza matan a veinticinco mil personas cada día en el mundo. Y se necesitarían menos de mil millones de euros al día para que eso ya no ocurra. Mil millones al día —que se deben buscar en el mundo entero—, mientras que para luchar contra el coronavirus tan sólo Francia no duda en perder el doble.
Desde un punto de vista moral, la respuesta no es más simple: dejar morir a las personas mayores o tener que elegir entre enfermos porque no se puede curar a todos, ¿es verdaderamente más insoportable, moralmente, que imaginar que en todos los países del mundo se mata gracias a armas que estamos tan orgullosos, en Francia, en Estados Unidos, de fabricar y de vender? Las guerras y sus consecuencias directas matan a más de cien mil bebés al año. Desde un punto de vista filosófico o antropológico, las respuestas que han sido dadas no me parecen más satisfactorias: que la «guerra» contra el Covid-19 confirma o facilita la extensión del estado de excepción, que se utiliza como medio para extender y profundizar la influencia del biopoder, sin duda es verdad. Pero, ¿el sistema tenía necesidad de pagar tan caro esta batalla que habría podido llevar a cabo —que ya estaba ganando— movilizando muchos menos medios? La respuesta, me parece, debemos buscarla en otro lado, y presupone no la inteligencia del sistema, o de los gobernantes, sino su estupidez: el Covid-19 es una guerra inmediata, puede hacer perder —o ganar— en poco tiempo. Una de las pruebas que podríamos aportar, ad absurdum, a esta hipótesis, es que el Covid-19, a largo plazo, será sólo una enfermedad más, parecida a otras, con la que tendremos que vivir. Matará a más o a menos personas que nuestras gripas habituales, y sin duda mucho menos que el hambre y la malnutrición o el cambio climático o las guerras, o la combinación irremediable de todo eso. ¿Por qué entonces hemos combatido el Covid-19 movilizándonos de una forma tan ilógica con respecto a la lógica misma del sistema? ¿Por qué y cómo hemos podido pensar
13
Dossier: la pandemia que un error cometido en el pasado —no habernos dotado de medios suficientes para combatir tal epidemia— debía modificar de una forma tan radical nuestro presente y, para algunos, el futuro?
Estúpidamente, si puedo decir. Si decidimos poner todo en peligro —y soy parte de aquellos privilegiados que pueden tanto alegrarse como inquietarse de haber puesto todo en peligro— es sólo porque no hemos podido aceptar que hayamos vivido desde hace siglos (al menos dos siglos, digamos, desde la revolución industrial y la explosión demográfica) sin prepararnos para esta situación. Es sólo un pequeño acontecimiento material —la falta de medios, la falta de camas de reanimación, de cubrebocas, de test, que esta no-preparación trajo consigo— lo que ha hecho que todo el resto haya cesado de repente, a los ojos de aquellos para quienes ese resto siempre ha justificado dejar morir a millones de personas, que tengan importancia. El Covid-19 quizá no será esa pequeña cosa, un poco parlanchina, que detendrá la locomotora de la que ya no encontrábamos el freno de emergencia. ¿Qué será, en algún tiempo, este acontecimiento histórico «incomparablemente más importante que todo lo que hemos vivido antes»? Una situación finalmente fortuita que, en sí misma, culturalmente, no marcará a nuestra civilización. Una modificación radical, y efímera, de nuestra manera de vivir, que sólo habrá sido por causas materiales y que no afectará, por mucho tiempo, desafortunadamente, más que a aquellos que siempre se ven afectados por los sobresaltos del capitalismo. Traducción de Ernesto Kavi
14
Giorgio Agamben
L
o que sorprende en las reacciones a los dispositivos de excepción que han sido puestos en acto en nuestro país (y no sólo aquí) es la incapacidad de observarlos más allá del contexto inmediato en el que parecen operar. En cambio, son pocos aquellos que intentan, como un serio análisis político exigiría hacer, interpretarlos como síntomas o signos de un experimento más amplio, en el que está en juego un nuevo paradigma de gobierno de los hombres y de las cosas. En un libro publicado hace siete años, que ahora vale la pena releer atentamente (Tempêtes microbiennes, Gallimard 2013), Patrick Zylberman había descrito el proceso a través del cual la seguridad sanitaria, que hasta entonces se había quedado en los márgenes de los cálculos políticos, estaba convirtiéndose en una parte esencial de las estrategias políticas estatales e internacionales. En cuestión está nada menos que la creación de una especie de «terror sanitario» como instrumento para gobernar aquello que era definido como el worst case scenario, el escenario del peor de los casos. Es siguiendo esta lógica de lo peor que ya en el 2005 la Organización Mundial de la Salud anunció de «2 a 150 millones de muertos por la influenza aviar que está llegando», sugiriendo así una estrategia política que los Estados entonces no estaban preparados a aceptar. Zylberman muestra que el dispositivo que se sugería se articulaba en tres puntos: 1) construcción, sobre la base de un riesgo posible, de un escenario ficticio en el que los datos son presentados de tal forma que favorezcan comportamientos que permitan gobernar una situación extrema; 2) adopción de la lógica de lo peor como régimen de racionalidad política; 3) la organización integral del cuerpo de los ciudadanos de forma que refuerce al máximo la adhesión a las instituciones de gobierno, produciendo una especie de civismo superlativo en el que las obligaciones impuestas sean presentadas como prueba de altruismo, y el ciudadano ya no tenga derecho a la salud (health safety), sino que esté jurídicamente obligado a la salud (biosecurity).
Bioseguridad y política Lo que Zylberman describía en el 2013 hoy se ha verificado puntualmente. Es evidente que, más allá de la situación de emergencia ligada a un cierto virus que podrá en el futuro ser suplantado por otro, la cuestión es el diseño de un paradigma de gobierno cuya eficacia supera por mucho la de todas las formas de gobierno que la historia política de occidente haya conocido hasta ahora.
Si ya, en el progresivo decaer de las ideologías y de la fe política, las razones de seguridad habían permitido que los ciudadanos aceptaran limitaciones de la libertad que antes no estaban dispuestos a aceptar, la bioseguridad demostró ser capaz de presentar el absoluto cese de toda actividad política y de toda relación social como la máxima forma de participación cívica. Así se ha podido asistir a la paradoja de que, asociaciones de izquierda, tradicionalmente acostumbradas a reivindicar derechos y denunciar violaciones de la constitución, acepten sin reservas limitaciones a la libertad decididas a través de decretos ministeriales carentes de toda legalidad y que ni siquiera el fascismo había soñado jamás lograr imponer.
15
Es evidente —y las mismas autoridades de gobierno no cesan de recordarlo— que el llamado «distanciamiento social» se volverá el modelo de la política que nos espera y que (como han anunciado los representantes de una llamada task force, cuyos miembros se encuentran en un conflicto de interés con la función que deben ejercer) se aprovechará ese distanciamiento para sustituir en todas partes con dispositivos tecnológicos digitales las relaciones humanas en su fisicidad, convertidas como tal en sospechosas de contagio (contagio político, se entiende). Las clases universitarias, como el Ministerio de Educación ya ha recomendado, se impartirán desde el próximo año permanentemente en línea, con lo que ya no nos reconoceremos mirándonos el rostro, que podrá ser cubierto con una mascarilla sanitaria, sino a través de dispositivos digitales que identificarán datos biológicos obtenidos obligatoriamente, y toda «reunión», que se realice por motivos políticos o simplemente por amistad, seguirá siendo prohibida. En cuestión está la completa concesión de los destinos de la sociedad humana a una perspectiva que, en muchos aspectos, parece haber tomado de las religiones, ahora en el ocaso, la idea apocalíptica del fin del mundo. Después de que la política fue sustituida por la economía, ahora ésta, para poder gobernar, deberá estar integrada con el nuevo paradigma de bioseguridad, al que todas las otras exigencias deberán serán sacrificadas. Es legítimo preguntarse si este tipo de sociedad podrá todavía definirse humana o si la pérdida de relaciones sensibles, del rostro, de la amistad, del amor, pueda ser verdaderamente compensada por una seguridad sanitaria abstracta y presumiblemente del todo ficticia. Traducción de Ernesto Kavi
Dossier: la pandemia
Un hogar en el mundo invisible
George Makari
N
o podía permitirle que me vacunara de nuevo. Mi padre estaba envejeciendo, era menos lúcido, y me preocupaba. También sabía que sería una declaración de principios: he perdido la fe en ti. Después de comer, me levanté de la mesa de la cocina, guardé algunas aceitunas y hummus en el refrigerador y vi sus jeringas acomodadas en el frasco de la mantequilla. Cuando más tarde me preparaba para volver a Manhattan, me esperaba con un algodón con alcohol y aguja. Murmuré, «No, gracias» y, sí, ese día de 1988 fue terrible, como si me hubiera salido de la iglesia una vez más. Inmunólogo, mi padre era tan ingenioso que una compañía farmacéutica le construyó su propio laboratorio. Durante tres décadas se dedicó a una prueba para el cáncer basada en antígenos, así como a posibles inmunoterapias, convencido de que la movilización de nuestros guerreros diminutos era hermosa, se apegaba a la naturaleza y era la forma correcta de proceder. En todo este asunto era un disidente y un romántico, cuestiones que el establishment del cáncer le cobraría caro. Ese mismo espíritu renegado lo llevó a considerar que la vacuna nacional contra la gripa era un desastre. Así que preparaba nuestras dosis cada verano. Era nuestro remedio casero familiar.
Mi padre murió hace algunos años en un día suave y soleado de mayo, y cada primavera desde entonces emergen recuerdos suyos no solicitados. Sin embargo, este año han aparecido por torrentes. En aislamiento por el coronavirus, adicto a la consulta de estadísticas epidemiológicas y complicadas preguntas relacionadas con anticuerpos, cargas virales, lípidos y mutaciones de arn, busco respuestas en vano, perplejo sobre cómo la ciudad que adoro podría recuperar su intimidad de hombro con hombro. Recuerdo las excentricidades de mi padre y la forma en que ahora quizá debamos adoptarlas todos.
17
Él nació en la Tierra Sagrada, cerca del Monte Líbano. La antigüedad lo circundaba. Los iconos sangraban, las plegarias eran atendidas, y los grafitis en las cuevas de la costa fueron tallados por los primeros cristianos. Desde su temprana infancia se le pidió que entrara en ese reino, que vislumbrara aquello que no puede ser visto, que tuviera fe en los acontecimientos que desafiaban a las leyes de la causalidad. No, la Edad de los milagros no había concluido. El aire aún rebosaba de espíritus. Sus padres les contaban esto cuando su hijo, nacido en 1917, llegaba a un mundo en guerra y bajo una epidemia de influenza. Filomena había dejado que el cabello de su hijo creciera al largo de los hombros, le recortó los rizos, y un domingo los presentó como ofrenda. Oh, Dios, cuida de nuestro hijo. Durante mucho tiempo, los trastornos de la vida se mantuvieron lejanos. La pandemia desapareció. Las langostas —sí, esa plaga bíblica— desaparecieron. Después, en 1938, el padre del chico se marchó hacia Beirut en una noche lluviosa y jamás volvió. Para quienes dejó detrás, las llantas de su coche volcado giraron por siempre. Cuando fue enviado a la universidad a una edad muy temprana, en un parpadeo mi padre se encontraba solo. Perdió la fe en el orden de los ángeles. Ventilaba su rabia y su dolor con Mikhail Naimy, miembro del círculo de Khall Gibran. Sorprendentemente, el poeta le escribió de vuelta. Le pedía al joven que considerara nuestro desconocimiento de Dios y de sus planes. Seis décadas más tarde, mi padre era capaz de recitar frases de esas cartas líricas, como si las tuviera frente a sí. El desconocimiento, entonces, no formaba parte del plan de vida. En la Universidad Americana de Beirut, un profesor recomendó un libro que se convirtió en su obra de referencia. Escrito en 1926 por el científico americano que devendría escritor célebre, Paul de Kruif, Los cazadores de microbios se convirtió en un súperventas internacional. Estremecedoramente elogioso, hacía perfiles de gente como Anton Leeuwenhoek, Louis Pasteur y Robert Koch, profetas seculares
Dossier: la pandemia
18
que habían atisbado lo invisible, y al igual que Dante regresando del inframundo, habían quedado por siempre modificados. Caminaban por el aire con aguda conciencia de los seres que pululaban, giraban y se desplazaban por doquier. Leeuwenhoek, farmacéutico convertido en fabricante de microscopios, puso mugre de sus dientes bajo la lente, y la encontró repleta de «miserables bestiecillas». Se trataba de otra realidad, al mismo tiempo angelical, en tanto era la asombrosa fuente de la vida, y demoniaca, pues rebosaba de los vectores de la muerte. Las historias de Kruif inspiraron a muchos lectores a participar en la cacería. Mi padre entre ellos. El microscopio se convirtió en su varita mágica. No se trataba exactamente del reino etéreo de los padres de la Iglesia, pero aquí estaba aquello. Su conversión vino completa con nuevos tipos de santos patronos. Kruif ensalzaba a un conjunto de inmortales, no sólo por su brillantez sino por sus caprichos y su comportamiento escandaloso. Ridiculizados por excéntricos, varios de ellos eran despreciados por sus vecinos. Los cazadores de microbios concluía con el distraído Paul Ehrlich, aquel de «una imaginación extraña y equívocada y poco científica». Al vivir con un pie puesto en aquel otro mundo, Ehrlich descubrió una «bala mágica» para la sífilis. Para los lectores, el imperativo moral era muy claro. El enemigo debía ser imaginado. La gente se mofará. Había que ser raros. Pues había una batalla en curso. Antes de que se formulara la teoría de los gérmenes, contagios innombrados cruzaban fronteras y burlaban nuestra vigilancia. Ciudades enteras se vaciaron. Emergieron fantasías hedonistas salvajes y cultos del fin de los tiempos. Víctimas sacrificiales eran buscadas para ser atormentadas. Se ofrecía sangre. Se cantaban las alabanzas. Cuando la plaga regresó en la España de los moros todo el mundo —musulmanes, imanes, rabinos judíos y sacerdotes cristianos— se unió para alzar la voz en oración. La pestilencia se negó a escucharlos. Tras graduarse de la escuela de medicina, mi padre atestiguó la gran destrucción causada por estos microbios. Las ululaciones, esa peculiar forma árabe de hacer duelos, repiqueteaban en sus oídos conforme se desplazaba en mula a remotos pueblos montañosos. Lo que él llamaba «su misión» se hizo claro; se especializó en bacteriología y parasitología. En 1945, obtuvo una beca del British Council para estudiar medicina tropical en Londres, donde conoció a Sir Alexander Fleming, el hombre que por serendipia descubrió la penicilina y trajo consigo el ingreso a una nueva época. Una beca de la Organización Mundial de la Salud le permitió acudir a Harvard a estudiar salud pública, y ahí sus investigaciones inmunológicas se enfocaron en la tifoidea, la malaria, la kala azar y la hepatitis.
Después se vio aquejado por un pensamiento extraño, de aquellos que tanto atesoran los lectores de Los cazadores de microbios: ¿Podían los mismos métodos de la tuberculosis utilizarse en enfermedades no infecciosas como el cáncer? ¿Poseían antígenos específicos esas células rebeldes? Nunca más se detuvo. Había que ser raros. Así que durante mi niñez, podía estar con nosotros viendo televisión o, adormecido, de vuelta en su laboratorio, su «isla encantada», escribió alguna vez, «donde lo conocido encuentra a lo desconocido y lo visto se une a lo invisible». Por momentos intentaba transportarnos hacia ese mundo microscópico. La mano de Dios, decía, podía atisbarse si se utilizaba un microscopio lo suficientemente poderoso. En el almuerzo dominical, conversaba con lirismo sobre sus asombrosos «amigos», los leucocitos, aquellos diminutos glóbulos presurosos que de alguna manera reconocían la identidad de la otredad. Elogiaba a los pobres e incomprendidos macrófagos. Cuando comenzaba a hablar de estas cosas, mi madre sonreía y murmuraba, votre père est original. En francés, eso no se dice como un cumplido. Sin embargo, sí era original, muy distinto de nuestros vecinos. Si alguien tosía o fumaba un cigarro junto a nosotros en el cine, para nuestra gran consternación, nos hacía cambiarnos de lugar. Nadie más hacía eso. Las frutas y los vegetales eran bañados en agua y jabón para limpiarlos del ddt, los hongos y las bacterias. Éramos los únicos que teníamos un sistema de agua filtrada con carbono. Y los únicos que tomábamos leche deslactosada y comíamos pan integral. El polen era su némesis, así que cuando trabajaba en el jardín, combatía las alergias portando una máscara, que era terrorífica. También aparecían las máscaras si alguien en casa tenía algún bicho. Si alguno veía que le iba a dar gripa, debíamos lavarnos la nariz con agua enjabonada y hacer gárgaras con Listerine, cuestión que obviamente no hacíamos. En algún momento se topó con un virus endémico a los pollos estadounidenses; les producía cáncer y a mi padre le preocupaba que pudiera ser transmitido a los humanos. Publicó en un artículo su hipotesis y un aparato de doble cocción rostizaba a nuestros pollos. Mi padre siguió siendo espiritual, aunque en ocasiones sus dos mundos invisibles entraban en colisión. Cuando éramos niños pidió un encuentro privado con nuestro sacerdote para advertirle contra dar la comunión
del mismo caliz a sus feligreses, en especial durante la temporada de la gripe. ¿Sabía el padre que el H2N2 había matado a un millón de personas en 1957, y que en 1968, el H3N2 se había llevado a otro millón? ¿Quizá era posible utilizar vasos de plástico? Sus empeños fracasaron, así que nunca más bebimos la sangre de Cristo. Si alguno de nosotros enfermaba y expresaba «no pasa nada, sólo tengo gripa», mi padre hacía un inventario de los síntomas y concluía con evidente alivio que no, no era gripa. Nacido durante una pandemia, aún no la había olvidado. Ahora, siete años después de su muerte, me sorprendo dando vueltas envuelto en un inquietante silencio, a menudo interrumpido por sirenas. En algún momento, el sistema hospitalario para el que trabajo tenía ingresados a 2,500 pacientes por Covid, unos 600 con ventiladores. Los testimonios de nuestro personal de cuidados intensivos son casi insoportables. Cuando debo salir de mi departamento, huyo si alguien estornuda o tose. Baño nuestras compras a domicilio en un potente jabón. Me enfado con absolutos desconocidos por no llevar cubrebocas, y mezclo mi propio sanitizante de manos con un alcohol de grano polaco llamado Spiritys. Me he convertido en mi padre. Y lo triste es que ya no es algo que resulte extraño.
Me alegra que mi padre no atestiguara el colosal colapso de nuestro sistema de salud público, las increíbles negaciones y pronunciamientos equívocos, nuestra delirante omnipotencia. No le tocó jalarse los cabellos al contemplar cómo, durante semanas, casi nadie usó cubrebocas. No tuvo que escuchar cómo los expertos aconsejaban a la población en su detrimento. Le habría resultado devastador. Los cazadores de microbios le había señalado una pascua secular, donde el conocimiento de un mundo extrasensorial podía evitar la muerte. Y ahora ante este virus se encontraba la ceguera, mentiras e ignorancia, una vez más.
Casi al final, cuando su memoria era ya muy tenue, una tarde soleada dimos una vuelta. Sus últimos años habían sido duros; tras millones de dólares en costos y varios estudios de confirmación, su prueba de antígenos para el cáncer había sido aprobada verbalmente y después bloqueada en el último momento por una nueva panda de burócratas sanitarios. Habían insistido en que había demasiados falsos positivos, que en el caso de una prueba diseñada para encontrar células carcinogénicas, de otro modo indetectables, era justo de lo que se trataba. Era la tierra de lo absurdo, y le resultó imposible escapar de ahí. Aunque la convicción de su misión nunca reculó, sus pasos se volvieron vacilantes. Ese día, mientras caminábamos despacio bajo robles y arces, le pregunté medio en broma: «¿Papá, cuál es el secreto de la vida?». Era una pregunta boba y adolescente, pero quería extraerlo del silencio en que se encontraba sumido, a ver si con ello lo conseguía. Con una llama muy tenue, sus ojos adquirieron la mirada que yo tan bien conocía. «Más vida», respondió rápidamente, «más vida». 4 de mayo de 2020 Traducción de Eduardo Rabasa
19
LIBROS DE CALIDAD PARA TODO TIPO DE LECTORXS
ยกVisita nuestra pรกgina web spdistribuciones.com!
Dossier: la pandemia
El hogar doméstico no puede ser un mundo
M
ás de cuatro mil millones de personas en todo el mundo han dejado de moverse, de trabajar, de salir a la calle y de socializar, voluntariamente, sin protestar. Han sido confinados en sus casas, suponiendo que tuvieran una, y han tenido que abandonar todo lo que componía sus vidas, desde los cafés a las tiendas y el transporte público, de la noche a la mañana.
Que la gente renuncie voluntariamente a su libertad para defender su salud no es, en sí mismo, terriblemente sorprendente. Después de todo, como dijo Thomas Hobbes (y otros), siempre estaremos dispuestos a sacrificar gran parte de nuestra libertad por nuestra seguridad. El temor a la muerte es tan poderoso que la gente acepta de buena gana la autoridad de un Estado que puede salvarla, incluso cuando se trata de medidas de vigilancia que suspenden sus derechos civiles básicos y de formas de confinamiento que rozan el arresto domiciliario.
22
Eva Illouz
Lo que no tiene precedentes aquí es la forma que adopta esta falta de libertad, un cuasi arresto domiciliario a escala planetaria. El miedo que lo acompaña tampoco tiene un precedente real. En tiempos de guerra, el miedo a la muerte existe, pero normalmente lo enfrentamos con otros, sabemos quién es el enemigo y podemos recurrir al vasto repertorio simbólico del heroísmo para luchar o escondernos. En el presente caso, con el temor al coronavirus, tenemos muy pocas representaciones simbólicas que procurarnos. La bomba mortal puede no ser lo que el enemigo nos envía, sino lo que sin saberlo llevamos dentro y causamos a alguien más. Por eso ahora estamos todos aglutinados dentro y cerca de nuestras casas, temerosos de algo invisible que ha suspendido nuestras relaciones con los demás. Con el confinamiento hemos perdido el espacio público de las apariencias, de la cortesía, del coqueteo, de los rituales vacíos pero necesarios, del sentido de lo posible, a fin de cuentas, todo lo que nos hace seres propiamente sociales. Hemos perdido no sólo un mundo público, sino el mundo mismo. Si hay algo que demuestra el confinamiento es lo equivocado que estaba Rousseau, la intensa intimidad y un estado de total transparencia con los demás son insoportables a largo plazo. Si necesitamos el mundo, es precisamente para poder escondernos de nosotros mismos y de los demás, para cambiar nuestra personalidad y apariencia. El hogar doméstico no puede ser un mundo. Traducción de Hero Suárez
Ilustraciones del dossier: Magdiel Herrera
La raja
Luciana Cadahia @lucianacadahia
Republicanas plebeyas
H
ace pocos días Rudy Amanda Hurtado, intelectual negra colombiana, escribió un artículo de opinión orientado a reactivar el vocabulario republicano desde una perspectiva feminista y anticolonial.* Me pareció muy oportuno que escogiera este enfoque porque creo que desafía una de las modas intelectuales de nuestro tiempo: la teoría decolonial. No olvidemos que la versión oficial de esta teoría, gestada en la academia norteamericana y desparramada por todo el continente, ha hecho coincidir el legado republicano con el poder colonial. Para los decoloniales, defender el significante república no es otra cosa que quedar del lado de los opresores de la historia. acumulación capitalista de sus familias y crear las condiciones de En un gesto provocador, el texto de Hurtado in«su relato de la subalternidad». En otras palabras: una nueva vervierte esta afirmación decolonial y nos revela su sión de la mala conciencia de clase. Las luchas trampa: una aproximación simplificada, abstracta y unilateral del pasado. Simplificada y Las luchas feminis- feministas y antirracistas no pueden quedar abstracta porque esta lectura pierde de vista tas y antirracistas no reducidas a las modas «postmodernas» de una burguesía con mala conciencia, sino que es urlos acumulados históricos donde esa supuesta pueden quedar regente experimentarlas como lo que son: acu«otredad» (reivindicada como pureza no-moducidas a las modas mulados históricos de muchos siglos. derna desde la perspectiva decolonial) luchó «postmodernas» de A pesar de las «buenas intenciones», el inpor materializar una república de iguales. Y, consciente de la alta burguesía es muy podeuna burguesía con unilateral, porque omite la tensión (aún preroso y puede actuar secretamente para redimir sente en nuestros días) entre proyectos remala conciencia. a «sus familias» y volver a tener el control de publicanos oligárquicos y plebeyos, es decir, la escena mediante un despojo simbólico. Esta clase, administradoolvida las experiencias políticas republicanas consra y gestora del «salón de té de la representación», tiene el poder de truidas por indígenas, negros, mujeres y campesinos controlar «detrás de la escena» el relato de quién es el «sujeto subdecididos a destruir la unidad doméstica colonial alterno» de moda legitimado para hablar. Textos como el de Hurque, por un lado, los reducía a una «otredad» y, por tado, por el contrario, dinamitan el «salón de té» y devuelven a los otro, los excluía de su derecho a la ciudadanía. sectores plebeyos el uso de sus legados emancipadores. Por eso me parece importante, como insiste Hurtado, recordar esta pulsión republicana plebeya desde el campo feminista, negro e indígena actual. Más que nada porque existe el peligro de «volver a borrar» * https://diaspora.com.co/refundarlas memorias de estas luchas y convertirlas en la «aduna-nueva-ciudadania-critica-radicalquisición de lujo» de una alta burguesía latinoameriplural-y-anticolonial cana desesperada por separarse simbólicamente de la
dD
25
La maquetica del barroco
Carlos Manuel Álvarez @EspirituCarlos
Angelus Novus
E
n el bíceps derecho, casi como una mancha impropia, me he tatuado el Angelus Novus, el dibujo de Paul Klee. Como tantos, fue a través de Walter Benjamin y su tesis del ángel de la historia que llegué yo a esta figura inquietante. La razón por la que uno puede tatuarse algo así es porque la imagen no parece lo que es. Pasa como cualquier cosa. «Ángel», «historia», esa grandilocuencia. Palabras y atmósfera que mi tatuaje no sugiere. La primera vez que vi el Angelus Novus, es decir, una reproducción suya (no sé ni en qué museo está el dibujo, o si está en alguno), pensé que había un error. Imaginaba, sea lo que sea que esto signifique, cierta criatura alada, celestial, incluso wagneriana. Semejante figura, que apenas si revolotea, no podía haber inspirado la trágica y desconcertante secuencia de ideas de Benjamin. A saber: un ángel de espaldas al futuro, con un viento huracanado proveniente del paraíso enredado en sus alas, obligado a contemplar los escombros de la historia del progreso del hombre creciendo incesantemente ante él. De hecho, no encontraba en la imagen de Klee la descripción de Benjamin. Mi mirada obstruía una comprensión íntima esencial: sólo ese ángel puede incluirme en la historia, un ángel bastardo, desaliñado y estupefacto, cuya mirada va en sentido contrario al trayecto del «enemigo que no ha cesado de vencer». Filio Gálvez, el artista cubano de Miami que me tatuó, me dijo que tatuar no era como pintar o dibujar. La perspectiva y las proporciones cambian, la tinta desborda el hueco que abre la aguja y tapa la línea que estás trazando o el espacio que rellenas. El ojo no ve, es decir, ve dentro de ese desplazamiento, aprende a mirar la piel. El ojo anterior es ahora un ojo ciego o estrábico, y esa ceguera o ese estrabismo generan luego su propia visión, su orden particular de la imagen. Aquí, con pasmosa exactitud, puedo citar a Lezama, líneas que también parecen desprendidas del Angelus Novus:
26
«Ángel de la jiribilla, ruega por nosotros. Y sonríe. Obliga a que suceda (…) sé anterior a la muerte. Vigila las cenizas que retornan (…) Repite: Lo imposible al actuar sobre lo posible, engendra un posible en la infinidad (…) Ahora ya sabemos que la única certeza se engendra en lo que nos rebasa». El nexo no es casual. Sobre el concepto de historia es un texto cargado de materia trascendente. Benjamin, que huele la proximidad de su muerte, genera una causalidad histórica que ataca la lectura aditiva de los acontecimientos, quiebra la temporalidad del progreso, hace que los hechos salten de su cárcel de referencias para poder atraparlos como imagen ulterior, como posibilidad de redención, y acomete la hazaña de fijar un concepto que es científico y poético al unísono: «tiempo-ahora». Se trata de la precisión inexacta de una parábola lineal, el corazón de todas las palabras, idas y por venir, que puedan urdirse alrededor del Angelus Novus. El mesianismo revolucionario es mesianismo cristiano. Benjamin es un marxista cargado de frases epifánicas, Lezama es un católico que vive y padece la Revolución, y ambos se encuentran de modo natural, bajando a tientas por sus propias pendientes, en la que quizá sea la idea más sencilla y sorprendente de cuantas haya: todo nacimiento ocurre en el pasado. Los cuerpos individuales de hoy, trabajados y agotados por el cinismo, pueden todavía acceder a la historia a través del dibujo de Klee, porque «lo que más nos apesadumbra de todos los esfuerzos actuales, es eso, una falsa guerra». Creo que la forma profana de esa bestezuela lo libra del ridículo y la pretensión, tiene la medida del hombre. Lo que quiero decir es que, despedazados todos los ángeles sagrados de falsas alas protectoras y vuelo colosal, hay todavía una representación figurativa de la historia que aletea fuera de los predios del museo y que resiste felizmente que alguien se la quiera tatuar.
Próximamente…
José Hernández · @monerohernandez
Lado B
Cintia Bolio · @cintiabolio
sofía táboas salón silicón
pablo soler frost
biquini wax miguel calderón
carlos amorales galería agustina ferreyra
siembra a partir de septiembre 7, 2020
kurimanzutto gob. rafael rebollar 94 col. san miguel chapultepec 1 1850, ciudad de méxico +52 55 5256 2408 méxico
Escoliosis
Gabriela Jauregui @surplusera
29
Interpelada
M
e siento a teclear un rato después de haber ido a cantar freny que a la vez se desarticula y esa desarticulación te a la sede del gobierno de Oaxaca en la Ciudad de México (¿rearticulación?) duele. Sobra (o no, nunca sobra) para exigir justica por María Elena Ríos, saxofononista oaxaqueña a decir que antes que todo duelen profundamenquien su ex pareja le mandó tirar ácido sulfúrico hace un año. Uno te los feminicidios, las desapariciones, las violade sus agresores sigue libre, y ella sigue encerrada en su casa, con dociones de niñas y mujeres aquí en este país fosa. lorosísimos tratamientos médicos además del trauma. Pienso en sus Pienso en el verso de la «Canción sin miedo», de dedos ágiles y hermosos moviéndose por las llaves de su saxofón a Vivir Quintana, que justamente cantamos por Mapesar de todo. Las formas que puede cobrar la resistencia, los lugares le ese día, que cantamos antes el 8M, que seguidonde el dolor se aloja en el cuerpo, Male viva, viva, viva. Me siento mos cantando hasta que se nos anuda y desgarra antes de la antigrita en la cndh tomada desde hace ya diez días por la garganta, «si tocan a una, respondemos todas». madres de víctimas de feminicidio, grupos fe¿Cómo respondemos? ¿Cuáles respuesministas y madres y familias buscadoras de tas posibles? ¿A gritos? ¿Con llanto? ¿Con Ante las violaciones desaparecidos. Me siento después de que ha brillantina? ¿Con un susurro inaudible pey abusos, ¿qué hacer? ro enunciado? ¿Con la voz entrecortada? habido grietas entre los grupos que están en la cndh Okupa. Me siento a pensar en la pala- ¿Cómo responder? ¿Con el cuerpo? ¿En el cuerpo? ¿Con la lata Esa duda compartida de aerosol? ¿Con un coctel molotov? ¿Con bra Okupa que las ocupa, preocupa. En todas las diferencias ideológicas, políticas, de clase por las mujeres de la veladoras? ¿Con llaves y teclas? ¿Con pany geografía que unen y separan. Voy, vengo. comunidad es la semi- cartas, con fotos? ¿Con cantos y nombres? Tengo hijas. Soy mujer. Vivo en México. Soy ¿Con toda nuestra rabia, con nuestra intelilla de su resistencia. una mujer de piel clara, soy privilegiada. Me gencia, con todo lo que tenemos y somos? conduelo. Acompaño. Me siento a escribir y Cuántas formas posibles de respuestas hay. no puedo pensar en nada más. No puedo pensar en nada más porAl mismo tiempo, por coincidencia, llevo que estos reclamos, estas injusticias, estas violencias ejercidas en los días releyendo la maravillosa novela de Miriam cuerpos de otras mujeres me interpelan, en el sentido althusseriano Toews Ellas hablan (Women Talking). Es difícil conde la palabra. Me siento con la sensación de que sucede algo histórico densar la impresionante fuerza e inteligencia del libro en pocas palabras. ¿Qué es la justicia? ¿Qué es el perdón? ¿La libertad? ¿Existe reparación posible del daño? Éstas y otras preguntas tan íntimas como lo son, casi metafísicas, están en el centro de las conversaciones de la asamblea de mujeres de la comunidad menonita de Molotschna. Pareciera que están sentadas acá al lado nuestro. Ante las violaciones y abusos, ¿qué hacer? ¿Cómo responder? Esa duda compartida por las mujeres de la comunidad es la semilla de su resistencia. Se traduce en las minutas, en el acto colectivo de contar historias, que es lo que hace viable cualquier posibilidad del futuro, convirtiendo este libro en un ejercicio necesario y profundamente conmovedor de la imaginación ética, política y estética. La novela está basada en hechos dolorosamente reales que sucedieron en una colonia autárquica menonita en Bolivia, y es una invitación urgente a la reflexión, un llamado. Mientras que el espacio y tiempo de la novela parece distar de nuestra realidad, esa pregunta: «¿Qué hacemos?», que germina en resistencia allí y aquí, hace de la novela una ventana abierta hacia lo que nos sucede y nos afecta a la vuelta de la esquina. dD
Corte
Etgar Keret
del director M
Para Jess
aček Smolansky era un cineasta, empresario y filósofo. Pero, sobre todo, era un perfeccio-
nista. Por ello nadie se sorprendió particularmente cuando anunció que su nueva película, Vida, sería rodada con
tres cámaras y se correspondería, minuto a minuto, con la duración de una vida humana. La filmación comenzó con el nacimiento de Mateusz Krotoczowski, el introvertido protagonista de la película, y duró setenta y tres años. En el plató, durante la escena final en que Mateusz se cuelga en el sótano tras ser diagnosticado con un cáncer de próstata avanzado, todo el equipo lloró. Ni si-
quiera el desesperado intento del sonidista por silenciarlos pudo contener las lágrimas.
La post-producción se llevó cientocatorce años. Maček murió de vejez pocos meses después de que comenzara. La edición de sonido continuó durante otros noventa y seis años y aun así, cuando la película fue lanzada, hubo muchas quejas en redes sociales de que se escuchaba apresurada y presentaba fallos. Todos los principales críticos fueron invitados a la première, y los pocos boletos disponibles para el público en general se vendieron en el mercado negro a precios exorbitantes. El filme, como se había prometido, duraba setenta y tres años. Cuando aparecieron los créditos finales y se encendieron las luces, los ujieres se dieron cuenta de que, salvo por un asistente, el resto del público había muerto. La mayoría exudaba un hedor considerable. Entre los cuerpos en descomposición se sentaba el único espectador sobreviviente, desnudo, calvo y llorando como un bebé. Cuando finalmente recobró la compostura, se enjugó las lágrimas, se levantó, y caminó con calma por el pasillo. Este hombre avejentado era el hijo de una famosa crítica cinematográfica, que ni siquiera sabía que estaba embarazada cuando se sentó a ver la película. Su hijo nació a los ocho meses de la proyección y creció en el cine oscuro, cautivado por la pantalla. Cuando abrió las puertas y salió a la calle, quedó cegado por el sol. Decenas de reporteros que esperaban fuera del cine lo asediaron con micrófonos y le preguntaron lo que pensaba de la película. «¿Película?», tartamudeó, parpadeando ante la luz del sol. Todo ese tiempo había pensado que eso era la vida. Traducción de Eduardo Rabasa
31
Una historia oral de
lucha y resistencia Diego Rabasa entrevista a
John Gibler
A seis años de la desaparición de los estudiantes de la normal de Ayotzinapa, el libro Una historia oral de la infamia de John Gibler permanece como uno de los documentos más reveladores de lo que realmente aconteció durante aquella negra jornada. En esta entrevista Gibler nos adelanta algunos aspectos de la segunda edición de este libro capital (de próxima aparición) y nos recuerda que la lucha incansable de los familiares de los estudiantes es también la de todas aquellas personas que se niegan a vivir bajo el yugo del oprobio y el terror. En el prólogo de Una historia oral de la infamia explicas los motivos que te orillaron a reconstruir lo acontecido en la noche y madrugada del 26 y 27 de septiembre de 2014 a partir de puros testimonios. Cuatro años después participaste en un documental dirigido por el artista chino Ai Weiwei sobre el mismo tema y ampliaste los testimonios recabados con nuevas entrevistas a familiares y compañeros de los chicos desaparecidos. ¿Qué nos puedes decir sobre las distintas experiencias que viviste en la primera y la segunda inmersión?
32
Las experiencias fueron muy distintas. En los primeros días de octubre de 2014, no sabía lo que había ocurrido en las calles de Iguala esa noche. No había visto en la prensa una reconstrucción de los hechos, ni una entrevista detallada con un sobreviviente narrando los hechos. Realizaba mis entrevistas con los sobrevivientes sólo con una libreta y una pequeña grabadora de audio. Mi enfoque fue escucharlos para poder realizar una reconstrucción de los hechos que nos ayudara a entender qué había pasado durante los ataques y qué podría haber pasado con los estudiantes desaparecidos. Cuatro años después, para la película Vivos, trabajé como parte de un equipo de investigación con Daniela Rea y Paula Mónaco, y con un equipo de filmación que variaba entre cinco y ocho personas en cada rodaje. Nuestro enfoque fue, sobre todo, escuchar a las familias de los cuarenta y tres estudiantes desaparecidos y realizar, tal vez, una especie de reconstrucción del vacío: un retrato del horror de la desaparición forzada y de la lucha de las familias por encontrar a sus hijos y encontrar la verdad sobre lo que pasó. Durante ambas experiencias, sin embargo, sentí que estaba escuchando algo emitido desde un dolor inconmensurable, infinito; sentí que al escuchar ese dolor y analizar los hechos que las personas me contaban, me estaba asomando a una maquinaria de horror devastadora, escalofriante.
Y sentí y siento tantísimo respeto y cariño por las personas que compartían sus palabras, sus memorias, sus ideas, y su dolor conmigo y con quienes lean el libro. A pesar de que la funesta fabricación de la «verdad histórica» enarbolada por Murillo Karam y la administración de Peña Nieto ha sido totalmente desmentida, sigue existiendo mucho camino por recorrer para poder conocer tanto lo que sucedió en aquellas horas como quiénes fueron los responsables. ¿Cuáles dirías que a la fecha permanecen como las omisiones más flagrantes en la investigación oficial?
Una disculpa de antemano, pero siempre repito algo que me parece fundamental: «la investigación» oficial nunca fue una investigación, sino un operativo jurídico-administrativo para desaparecer a los cuarenta y tres estudiantes. El objetivo de ese operativo era desaparecer la verdad y así seguir desapareciendo a los estudiantes. En la realización de ese operativo torturaron a la mayoría de los detenidos —tanto los involucrados con los ataques contra los estudiantes como los que no tuvieron nada que ver—, obligándolos a repetir una narrativa inventada. También torturaron a las familias de los cuarenta y tres, obligándolas a imaginar esa asquerosa y cruel narrativa inventada. Más que de omisiones —no investigar el papel del ejército y de la Policía Federal, por ejemplo— se trata de hechos concretos que en sí constituyen la desaparición forzada: inventar un escenario de crimen falso, el basurero de Cocula, y una narrativa falsa: la policía «entregó» a los estudiantes al «narco», cuando lo que los hechos ocurridos esa noche revelan, una vez más, es la manera en que el Estado y el narco se han fusionado. La desaparición forzada de los estudiantes de la escuela normal Isidro Burgos se inscribe dentro de un linaje criminal de actos de represión, tortura, asesinato y desaparición por parte del Estado mexicano en contra de lo que consideran «focos subversivos», a la vez que forma parte de un proceso gradual de desmantelamiento de estos recintos de enseñanza que para muchísimos jóvenes en este país representan la única opción de desarrollo. Parte esencial de esta estrategia tiene que ver con la criminalización de los estudiantes. ¿Qué nos puedes decir sobre el papel de los medios masivos en esto?
«Panic», Ivan Trueta (Ig: @itrueta), grafito sobre madera recortada, 2011.
combate? ¿Por qué todo tipo de negocio ilegal vinculado con la violencia crece cuando el gobierno alimenta su «guerra»? No le encuentro sentido a la respuesta del gobierno: cuando encarcelamos o matamos a un líder, sus subordinados se pelean entre ellos. Esa respuesta podría explicar ciertas dinámicas de violencia, pero, para mí, no explica el constante crecimiento de todos los mercados ilícitos: Las drogas ilegales son un drogas, secuestros, robos, extorsiones, tramercado. La guerra contra ta, etcétera. Entonces, pensé: si el combate no es en En muchos casos los llamados medios contra del mercado, sino parte del mismo, masivos hacen el trabajo de comuni- las drogas es también un cación del Estado: preparan el terreno mercado. Los dos mercados eso explicaría el crecimiento: cada vez que el Estado aumenta su combate, crecen los de la represión con notas difamatorias, mienten, publican boletines como si se han fusionado: uno de- mercados que dice combatir. Las drogas fueran trabajos periodísticos propios, pende del otro y viceversa. ilegales son un mercado. La guerra contra las drogas es también un mercado. Los dos conducen «entrevistas» con funcionamercados se han fusionado: uno depende del otro y viceversa. rios dejándolos dar todo tipo de información falsa sin cuestioLa guerra contra las drogas asegura el constante crecimiento narlos, publican rumores de «fuentes oficiales» como si fueran del mercado de las drogas. Y como parte de ese mercado es investigaciones propias, publican información de expedientes una constante producción de arrestos y asesinatos. La impufiltradas como si fueran verdades ya confirmadas. Hacen el nidad y el terror se han establecido como elementos esenciatrabajo del Estado. A veces con plena consciencia de ser chales de los dos mercados y han permitido que ese constante yoteros. Y a veces creyendo que están haciendo periodismo crecimiento económico se expanda en tantos, si no es que en con las «exclusivas» que les da el Estado. casi todos, los sectores de la sociedad, y de la vida. El terror se ha vuelto una parte esencial de los dos mercaLa desaparición de los estudiantes también forma parte de otro fenódos: el de las drogas y el de la supuesta guerra en su contra. meno espeluznante: la desaparición de decenas de miles de personas en México desde que Calderón declarara la «guerra contra el narcotráfico». Sin embargo, en el ensayo que acompaña esta nueva edición del libro apuntas que el terror pareciera ser, más que una consecuencia de dicha estrategia, una especie de materia prima necesaria para la explotación del territorio y el comercio tanto legal como ilegal. ¿En qué consiste en términos generales esta idea y cuál fue la línea de pensamiento que te acompañó para llegar a este postulado tan espeluznante?
Mi reflexión es un esfuerzo por abordar estas preguntas: ¿por qué el negocio de las drogas ilegales crece cuando el Estado lo
Otro de los aspectos que evidencia tu libro es la manera en que la negligencia estatal forma parte de un mecanismo bien aceitado que impide de manera sistemática el acceso a la verdad, más que el reflejo de un aparato incompetente o torpe. ¿Podrías compartirnos un ejemplo de esto?
Hace años intenté explicar a un reportero de Nueva York por qué tantas diligencias básicas en la investigación del asesinato de Brad Will en Oaxaca estaban tan mal hechas. La aparente incompetencia oficial dejaba en duda datos básicos, y claves,
33
como el calibre de las balas extraídas del cuerpo de Brad, si su ropa mostraba señas de quemadura de un disparo a corta distancia o no, si ya había recibido los dos disparos antes de ser subido a un coche para llevarlo al hospital o no. IntentanCreo que esas movilizaciones también tuvieron un fuerte do explicar eso al reportero, saqué de la manga de mi propia impacto en toda una generación de jóvenes que tomaron las desesperación esta expresión: es una incompetencia exquisicalles por primera vez con ellas. Lo que la masacre de Tlatelolta. Es decir, parte de la producción de la impunidad es hacer co en 1968 fue para una generación, el levantamiento del ezln imposible (o simplemente mucho más difícil) la investigación en 1994 fue para otra, la masiva campaña de brutalidad y torde verdad. Con una combinación de tácticas —las mentiras tura sexual en Atenco y el levantamiento del appo en Oaxaca oficiales, la tortura para producir mentiras testimoniales, la en 2006 fue para otra, la desaparición forzada de los cuarenta destrucción de evidencias físicas, la siembra de evidencias y tres estudiantes de Ayotzinapa, el asesifalsas, la no investigación de pistas clanato de las seis personas esa noche y todo ves, las filtraciones falsas a la prensa Concibo la crisis en térmiel horror que esa noche revelaba, fue para que generan una serie de rumores— el otra. Una generación aprendió que el EstaEstado intenta destruir la posibilidad de nos de vida y muerte, de realizar una investigación de verdad. Si despojo y destrucción y de do mata y desaparece mientras los pueblos se organizan durante ese otoño de 2014. una de esas cosas se encontrara dentro de un expediente se podría hablar, tal resistencia y supervivencia. La perseverancia y determinación de los padres vez, de incompetencia o de negligencia. Concibo la crisis mundial y las madres de los chicos ha sido una lección de Pero cuando un expediente consiste en dignidad y humanidad durante estos años lúguun conjunto de todas esas atrocidades como la amenaza de descontra la verdad, estamos hablando en- truir hasta la capacidad de bres y de terror. En este sentido, ¿cuál piensas que debería de ser el compromiso y la actitud de la tonces de un mecanismo de impunidad, sostener la vida humana opinión pública y en general de la sociedad civil como dices, bien aceitado.
en este planeta tierra.
Además de la criminalización que se ha hecho de los estudiantes, uno de los clamores que más han reiterado los padres y las madres de los chicos es que el único «crimen» que ellos y sus hijos cometieron es ser pobres. Desde tu punto de vista, ¿cuál es la correlación que existe entre violencia y desigualdad, entre el concepto de «subdesarrollo» y la discriminación en este país?
En muy pocas palabras: lo que se llama desigualdad es una forma de violencia brutal y devastadora: crear la pobreza de muchos para generar la riqueza de pocos. Y llamar a un pueblo subdesarrollado es en sí un acto discriminatorio, arrogante y violento, que es un primer paso en el camino hacia el despojo y las muchas formas de colonialismo. En el ensayo que acompaña la nueva edición de Una historia oral de la infamia, reflexionas sobre el hecho de que los asesinatos y las desapariciones de los estudiantes de la normal sacudieron la conciencia de buena parte del país a pesar de que las noticias sobre matanzas estudiantiles o masacres de poblaciones civiles son trágicamente cotidianas en México. A seis años de aquella noche atroz, ¿cuál piensas que es el efecto que tuvieron las protestas sociales encabezadas por los padres?
Creo que el principal efecto de las protestas sociales encabezadas por las familias de los cuarenta y tres estudiantes desaparecidos ha sido combatir y derrocar el operativo administrativo oficial del Estado de desaparecerlos. Todos los trabajos periodísticos, todo el trabajo que han realizado organizaciones como el Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes, el Equipo Argentino de Antropología Forense, y Arquitectura Forense han sido posibles gracias a las luchas de las familias y las movilizaciones que las han acompañado.
en México en relación con la gravísima crisis de Derechos Humanos que hay en México?
Opino que la crisis es gravísima, es de todo y es mundial. No concibo la crisis en términos de derechos humanos, porque no veo la institución capaz de asegurar tales derechos. Concibo la crisis en términos de vida y muerte, de despojo y destrucción y de resistencia y supervivencia. Concibo la crisis mundial como la amenaza de destruir hasta la capacidad de sostener la vida humana en este planeta tierra. El capitalismo vive de producir tipos como Carlos Slim y Jeff Bezos y los millones de desamparados dependientes de y/o adictos a los «servicios» que ellos administran. Y vive de crear y sostener mercados de terror, desde la industria transatlántica de la esclavitud hasta las guerras contra el terrorismo y las drogas de nuestros tiempos. Para seguirlo produciendo, tiene que seguir invadiendo, despojando, cortando, quemando, minando, excavando, transportando, encarcelando, sometiendo y matando.
Una historia oral de la infamia Los ataques contra los normalistas de Ayotzinapa John Gibler Sexto Piso Realidades 2020 • 272 páginas
35
Psycho Killer
Carlos Velázquez @Charfornication Cuando hablo de los ochenta no me refiero a ac/ dc, Mötley o Maiden, sino a todas esas bandas culeras Cobra Kai: un shot de nostalgia one hit wonder que son la adoración de los heavymetaleros que año con año se gastan lo que han ahorrado tres os ochenta son invento de Terminator. No importa décadas en su afore para abarrotar el Hell & Heaven. cuántas veces declaremos su muerte, siempre regresan Decía: no soy un consumidor de las power ballads, pero a jalarnos los vellos púbicos. Su última encarnación tiene cuando vi en la pantalla a Daniel Larusso agitar una meforma de serie: Cobra Kai. lena imaginaria con metal rascuache de fondo, gran parLo mejor de la historia es el soundtrack. Un viaje sentite de mi educación sentimental desfiló ante mis ojos. mentaloide a esa década a la que más de uno califica de Recordé la tarde en que vi por primera vez la jeta de horrible, pero cuya música pone a todos a bailar. Con la Bon Jovi. Mi vecina tenía un póster en una pared de su coperacha de alguna que otra rola de los noventass y de los cuarto. Se me ocurrió preguntar quién era y me recetó dos miles. completo el Slippery When Wet. También reviví el día en Cuando estaba en la preparatoria los ochenta me paque otra morra del barrio se levantó la blusa en el patio recían una época bastante lejana. Y los viejos rockers de de mi casa para enseñarme las tetas. Era una flaquita. la cuadra unos dinosaurios. Excepto los heavymetaleros, Ahora que lo pienso quizá ella sea la culpable de que me nadie escuchaba a ninguna de las bandas ochenteras que gusten las morras de tetas mini. Yo debía tener diez u ahora componen el soundtrack de Cobra Kai. Estábamos once años. Nunca volví a ser el mismo. Y todo eso vino a sumergidos en el rock alternativo, que mi mente mientras sonaba «Here I Come luego se llamó grunge y que después Lo mejor de la historia es el Again», de Whitesnake, y en pantalla se partió en varias subdivisiones: slusoundtrack. Un viaje senti- Johnny Lawrence le tomaba a una cervedge metal, whatever. Pero nadie sospeza. Pinche Cobra Kai. mentaloide a esa década a chó jamás que el revival se impondría No es lo mismo escuchar en la radio y que los ochenta volverían para arra- la que más de uno califica una de Poison que verla empatada con tus sar en medio de millones de fallecidos de horrible, pero cuya mú- recuerdos combinados con el Karate Kid. sica pone a todos a bailar. por Covid. Es como un mosaico que te despierta la Sí, los ochenta son el soundtrack de nostalgia. Es una trampa perfecta. La serie la muerte. utiliza la música para apelar a lo nostálgico de nuestra era. La música de Cobra Kai me elevó los triglicéridos bien Y lo consigue con una eficacia tal que le otorga un nuevo cabrón. Con algunas excepciones, ac/dc, Mötley y anerevestimiento a las canciones. Esa rola que considerabas xas, escucho poquísima música ochentera, sólo en fiesmenor, esa que medio te gustaba, que a veces cuando apatas o en la radio, cuando el pinche bluetooth no quiere recía en el aleatorio la adelantabas, ahora la dejas. No sólo enlazar el teléfono. Pero nunca pongo un disco complela escuchas, la tarareas y hasta la bailoteas. Para entonces to para escucharlo con una copa de vino tinto. Prefiero cachetearte a ti mismo y decirte, Qué estás haciendo peninvertir mi tiempo en lo de siempre: mi amado Iannis dejo. Si esa madre es una mierda. Xenakis. O algo de Luigi Nono. O ya de perdida un Este efecto lo observé con mis compañeros de prepa, jazzecito, algo tranqui: Albert Ayler. excepto con los rockers, por supuesto. En una fiesta de fin de curso nadie se sabía de memoria las canciones de Nirvana o Alice in Chains. Lo más fuerte que escuchaban era El silencio, de Caifanes. Me he reencontrado con varios veinte años después y resulta que tienen toda la discografía de Pearl Jam y los Stone Temple Pilots. Y yo me digo por dentro: pero si tú eras un ñoñazo. La música es un ablandador de carne. Se tarda años pero al fin logra penetrar nuestros caparazones. Preferible esto a que escuchen reguetón. Con el éxito de Cobra Kai no duden que se vienen más secuelas, precuelas o remakes de los ochenta. Se antoja una nueva saga de Jóvenes pistoleros. Lo que significa sólo una
L
36
cosa: más música ochentera. No le vendría mal a Bon Jovi resucitar. Una serie sobre Young Guns lo rescataría de su condición de muerto viviente. Qué mal pedo que la pandemia haya venido a aguar la fiesta. Cobra Kai se estrenó primero en YouTube Premium, pero sólo hasta su arribo a Netflix se ha convertido en un fenómeno. Decía que sin pandemia ya existiría el tour Cobra Kai. Varias bandas del soundtrack de gira. Sería un jitazo. Si todos pensamos que el momento de Johnny Lawrence era en los ochenta, cuando era un niño bien e hijo de papi, nos equivocamos. Su momento es ahora: alcohólico, loser en redención, con su chaqueta de cuero y su auto deportivo, por fin puede arañar las royalties. No importa lo panzón, lo arrugado, lo impotente, la música no envejece por ti. Es tu Dorian Gray. Y si lo hace: Bah, la nostalgia la mantendrá forever young. La máxima enseñanza que nos ha legado Cobra Kai es que este mundo no le pertenece a los osados, como promulgaba Bukowski, le pertenece a los chavorrucos.
Ilustración: Blumpi
37
PsicologĂa de la disoluciĂłn
Judas Glitter