Recomendación de los editores
Melancolía hechizante Juliana Granados entrevista a
Simon Hanselmann N
ada tan refrescante en estos momentos como las viñetas de Simon Hanselmann. Si por un lado reflejan la precaria realidad, el tedio, el «No future» y el hedonismo depresivo de toda una generación —agravados por la pandemia—, por el otro, los dibujos, los colores, las texturas, y sobre todo las situaciones por las que atraviesan sus personajes, garantizan a quien se acerque a ellas una memorable carcajada. Esa es la magia del nacido en 1981 en Launcenston, Tasmania, la ciudad con mayor índice de criminalidad de Australia. Hijo de padres drogadictos, Hanselmann encontró en el dibujo, con apenas ocho años, una inmejorable manera de escapar de su realidad, no solo en el plano imaginario sino también en el material. Sus historias, sus personajes y su estilo lo han convertido en una figura destacada en el ámbito internacional del cómic. Adentrarse en su universo, lleno de sexo, drogas, alcohol, televisión, pero también de amistad, de amor, de deseo y de hilarantes momentos por los que todas y todos hemos pasado alguna vez, es una experiencia necesaria en estos momentos de angustia pandémica que parece inacabable. La autenticidad de Hanselmann no radica en que de un momento a otro aparezca un gato chupándole el culo a una bruja, o en que un patético y pedísimo búho quiera ligarse a una chica; ni en que un hombre lobo se suicide por no superar una ruptura amorosa. El australiano logra que las complejas relaciones humanas sean digeribles a través del humor. Además, nos muestra que es válido sentirse fracasado, deprimido o ansioso, y que estas sensaciones no son eternas, siempre y cuando se mantengan los amigos y la música. Megg, Mogg y Búho revelan que el no hacer ni esperar nada, un deseo que patina entre el nihilismo y el valeverguismo, es también un actitud crítica-pasiva frente a la vida y hacia esa sociedad tan perversa que nos acoge desde el nacimiento. Sus dibujos son tan genuinos que no existe manera de no engancharse con él. La depresión, la ansiedad, las adicciones, la frustración y el tedio son temas frecuentes en tus historias, tratados además con mucho humor. ¿Sientes que estas afecciones y padecimientos, que de hecho tú mismo viviste en algunas etapas de tu vida, pueden conectar de una manera positiva con las experiencias y sentimientos de tus lectores?
Supongo que es catártico para ellos. Es evidente en el fenómeno del internet, donde la gente dice «literalmente soy yo» o «me siento visto/atacado» cuando ve un meme que habla de ellos. A la gente le gusta verse reflejada en el arte que consume o que llama su atención. ¡Estúpidos egoístas! Pero sí, el humor es muy importante. Uno necesita ser capaz de reírse de las cosas y, sobre todo, de uno mismo. La vida es jodidamente horrible, pero no hay necesidad de ser un amargado empedernido. Iluminar lo jodido nos permite ver el lado cómico del horror. Yo no podría sobrellevar las cosas sin la comedia. El humor negro es el mejor, es el que se mantiene al filo de la navaja y derriba tabúes, es la comedia pe-
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