Revista Signum 73

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La isla de la fantasía Gabriela Seoane*

¡

El avión, el avión! Así gritaba Tatoo para anunciar la llegada de nuevos huéspedes a la Isla de la Fantasía, donde el señor Roarke, previo pago, se encargaba de que los visitantes vieran realizado alguno de sus sueños. Esta fue una popular serie a finales de los 70 y principios de los 80. ¡El avión, el avión! Hemos oído gritar a los miembros de la 4T, siguiendo las instrucciones precisas del presidente de la República, ya que, según ellos, la venta del “avión presidencial”, constituiría un enorme beneficio para el sector salud. El avión no se vendió, no se podía, se rifó y los ganadores no recibirán el avión, sino un premio en efectivo. Pero eso no importa, porque hay que “contribuir a la causa” y ayudar al sector salud. Esa fue la consigna. No importa que hasta ahora el gobierno administre mal el sector salud, lo que se ha traducido en desabasto de medicamentos de todo tipo, principalmente para los enfermos de cáncer, entre ellos niños a cuyos padres el primer mandatario de la nación ha acusado de servir de instrumento político y se ha negado a atender sus demandas. La mala administración no forma parte de la narrativa oficial. En la “Isla de la fantasía mexicana”, lo relevante es crear distractores para que la gente no reflexione sobre los temas importantes: más de 80 mil muertos por coronavirus; desabasto de medicinas; persistencia e incluso aumento de la violencia; recesión económica y desempleo, entre otros. Ahora que concluyó la rifa del avión presidencial, convertido también en una ilusión, no esperemos que se explique claramente cuál fue la ganancia neta y a dónde fueron destinados esos recursos, eso es demasiado terrenal. La mala administración no forma parte de la narrativa oficial.

Desde luego, lo relevante para Andrés Manuel López Obrador será seguir creando otras ilusiones que distraigan al “pueblo bueno”, para que no tenga “malos pensamientos”. Por eso el presidente se centra ahora en la “mala prensa”, aquella que lo critica y osa cuestionar sus acciones. El hostigamiento hacia los críticos sí forma parte de la narrativa oficial. Además, los comentarios del presidente mexicano se centran en seguir prometiendo que lucha ferozmente contra la corrupción, aunque este enfrentamiento no incluya las acusaciones que, con documentos e imágenes, se han hecho acerca de gente que integra su gabinete o forma parte de su proyecto, como: Manuel Barttlet, enriquecimiento ilícito y contratos ventajosos; Irma Eréndira Sandoval, propiedades no declaradas y donaciones dudosas; Zoé Robledo, adjudicación de contratos a familiares y amigos; y hasta su propio hermano Pío López Obrador, recaudación de donativos para su campaña sin importar que no fueron notificados ni al IMSS ni al SAT; y su cuñada Concepción Falcón, encabezando una red de desfalcos en contra del municipio de Macuspana (tierra natal de López Obrador). Este tipo de corrupción tampoco forma parte de la narrativa oficial. En la “Isla de la fantasía mexicana”, todas las mañanas nos siguen alimentando de ilusiones, como el enjuiciamiento y condena de los expresidentes, que únicamente sirve para gastar recursos o insistir que el tema esté presente en las boletas electorales del 2021. El presidente, que hasta el momento no se ha dedicado a gobernar, sino a seguir haciendo campaña, como lo advertimos en el resumen del informe de dos años de gestión, en el cual ofreció datos que no se relacionan con el informe escrito, sigue repitiendo que vivimos en “el mejor México posible”. Esta frase es parte fundamental de la narrativa oficial.


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