Tropo a la Uña 23 Nueva Época

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C a n c ú n 50 a ñ o s

“Nosotros somos de Cancún” Por David Anuar No encontrarás otro país ni otras playas, llevarás por doquier y a cuestas tu ciudad… Constantino Cavafis

M

érida, Yucatán. Viernes 5 de octubre. 3:45 de la tarde. Desciendo del taxi, la calle es bañada por el aguacero. Entro al pequeño local de ADO-Altabrisa. Los pasajeros se apiñan en la sala de espera, huyendo de la inundación que se apodera del lugar. Permanezco de pie, en un recuadro intocado por las aguas del diluvio. Frente a mí, una joven de rostro amable me contempla, nos contemplamos, como dos árboles en medio de la selva. “¿Por qué no te sientas?”, me pregunta. “Prefiero no hacerlo, odio mojarme los pies”, le respondo señalando mis converse agujereados. Una pequeña sonrisa aparece en sus labios. La espera se convierte en charla, en coincidencias. Intercambiamos nombres, orígenes, estudios, amigos compartidos; en fin, ahora es el placer de la conversación el que inunda nuestras bocas. Tiene 20, estudia nutrición, y lo más importante, nació en la misma tierra que yo. Al pie del camión, a punto de abordar, después de haber discutido sobre mi adquirido acento yucateco, me dice de forma tajante: “Nunca olvides que tú siempre serás de Cancún. Nosotros somos de Cancún”. Y entonces, como en un espejo, me golpea esa sensación efervescente de estar entrelazados de alguna forma soterrada y misteriosa.

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Monumento Gota de esperanza. Obra de Renato Dorffman. Avenida Labná con Prolongación Yaxchilán.

Dicen que todos somos migrantes, y en parte es así. Algunos vienen de fuera para asentarse en la ciudad; otros, los que hemos nacido aquí, la abandonamos para continuar, por ejemplo, nuestros estudios en otros lugares del país o el extranjero. Sea como fuere, en Cancún la población es móvil, descentrada, carente de un núcleo sólido, o más bien, con una identidad líquida que fluye de atrás para adelante, de abajo arriba, en pleamar y bajamar, en ventiscas de arena, inestable pero siempre en construcción. El crítico literario Antonio Cornejo Polar planteaba hace algunas décadas que los migrantes son seres heterogéneos sujetos a lógicas vivenciales diversas y diferenciadas, que conviven sin llegar — lo siento, Hegel:— a fusionarse de forma sintética. El migrante es, dicho de forma paciana, esto y aquello a un mismo tiempo; se vuelve parte del lugar al que llega, sin dejar de ser de donde vino. Existe fragmentado, discontinuo, metafórico, al decir de Cornejo: “nunca confunde ayer/allá con el hoy/aquí; al revés, marca con énfasis una y otra situación y normalmente las distingue y opone, inclusive cuando el peregrinaje ha sido exitoso”. En Cancún, este fenómeno adquiere rostro en una situación tan cotidiana como la hora de la comida. Ésta es una hora especial. Los migrantes cancunenses, al sentarse a la mesa —con el relleno acapulqueño, las corundas, la barbacoa, el cabrito, y demás platillos de geografías varias— disparan un proceso de remembranza: por un momento


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