Correntes D’Escritas 25
Mi hijo vuelve a Chile Luis Sepúlveda
Com o seu filho mais velho Carlos Lenin | Verão de 1994
viajar a cualquier país, pero no para regresar a Chile”. Fue así como, a los ocho años, Carlitos se unió a la hermandad universal de los exiliados. ¿Carlitos era un tipo peligroso para la dictadura de Pinochet? Tal vez. El sacerdote director del colegio salesiano al que iba aseguró que nunca lo había oído pronunciar discursos subversivos, pero que sus reiteradas ausencias a las clases de religión lo hacían sospechoso. Y, además, Carlitos había dado pruebas de valentía frente a los militares: cuando en 1973 arrestaron a su padre, tranquilizó a su madre jurándole que saldría vivo porque estaba bajo la protección de Sandokan. Tres años más tarde, cuando arrestaron e hicieron desaparecer a la madre, no lloró frente a los soldados, sino que los enfrentó, diciéndoles que sobre ellos se abatiría la Confederación Galáctica. El lugar de cada uno Carlitos se llama Carlos Sepúlveda. Carlitos es mi hijo mayor. En Chile lo vi por última vez cuando tenía cinco años. Volví a verlo en Estocolmo en un frío día de enero, cuando cumplió ocho años.
Dossier
A los chilenos nos gustan los diminutivos, quizá porque vivimos en un país demasiado grande, somos pocos y la calidez de los diminutivos nos hace sentir menos solos. Todo Carlos es un Carlitos, y quiero hablar de un Carlitos que vuelve a Chile después de veinte años de ausencia. Dejó el país cuando tenía apenas ocho años y a decir verdad no quería irse, no quería subirse a aquel avión, ni siquiera quería ser amable con aquel señor del ACNUR, el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados que lo acompañaban a él y a su madre protegiéndolos de las miradas de odio que les dirigían los soldados, sobre todo a la madre, que había sobrevivido a un centro clandestino de torturas llamado Villa Grimaldi. Carlitos llevaba consigo una valijita. Sus pertenencias no eran muchas: algunas mudas de ropa, un suéter tejido por su abuela, un libro sobre dinosaurios y un muñeco de plástico del capitán Solo, el más simpático y valiente de los protagonistas de la Guerra de las Galaxias. Antes de subir al avión, un oficial de inteligencia le dio su primer pasaporte. En la tapa tenía sellada una misteriosa “L”, con una inscripción: “Documento válido para