Correntes D’Escritas 32
Disculpe…, ¿se puede?
Dossier
Alejandro Céspedes Todo el mundo parecía saber que el gran narrador Luis Sepúlveda había cultivado la poesía y que tenía obra escrita, pero casi nadie la había leído ni conocía el alcance ni el volumen de la misma. Acceder a los folios mecanografiados fue un acontecimiento que no olvidaré nunca: amarillentos, de la más diversa índole (desde un papel grueso y muy áspero hasta papel de seda), titulados a mano, y muchos de ellos con su firma estampada en la página que hacía de portada en cada colección de poemas. Se conservan algunos primeros poemas de juventud (a pesar de que la DINA quemó todo lo que encontró cuando violentó su domicilio), pero es su radical militancia política, la estancia en la cárcel y más tarde el exilio, lo que constituye el grueso del corpus poético de Sepúlveda. Fue siempre “un poeta de su tiempo” que tocó aquellos temas que importaban “al hombre”. Si algo caracteriza su poesía es una poderosa implicación social que ya se observa en los poemas iniciales y que más tarde adquirirá un firme compromiso político y una fortísima carga ideológica. Hasta en los poemas finales, en los que ya es visible un arraigado componente elegíaco y, a veces, también celebrativo en materia amorosa, se encuentra la preocupación por el papel que el ser humano juega socialmente. La obra poética que se conserva abarca un periodo muy amplio, desde 1967 a 1999, el último poema datado pertenece a ese año; si escribió alguno más a partir de ese momento – podría ser, a juzgar por el estado de los folios – no tiene fecha. Todo parece indicar que dejó de escribir poesía definitivamente o que decidió no preservarla. La poesía fue algo que conservó y cultivó en lo más hondo de su propia intimidad. Además de un buen número de piezas sueltas, la obra aparece perfectamente agrupada en colecciones temáticas – algunas muy breves, con solo tres o cuatro poemas – a las que pone título, fecha y firma.1 De los más breves podemos señalar: El cazador descuidado (1975); Arte poética (1976-1980) o Los versos del río (1980). De las colecciones un poco más extensas habría que destacar La semilla encendida. Poemas del exilio (1973-1978); Poemas del camino obligado (1977-1980, inconcluso); Balada del desorejado (1979-1982); Balada del ermitaño – el más extenso y del que hay varias versiones escritas con poemas recuperados de otros libros –, y Ejercicios para ser el poeta que yo era, sin datar, pero que con toda seguridad fue escrito en la década de los años ochenta del pasado siglo.
Igual que nos pasa a todos con las obras inéditas, a Lucho la suya también le parecía que estaba permanentemente inacabada. Fue curioso observar como poemas que aparecen dentro de una colección en un momento dado, vuelven a encontrarse más adelante en otra con diferente título. Trabajar con esta gran diversidad de folios mecanografiados y con múltiples versiones – además de con algunos manuscritos –, y discernir cuál habría sido el propósito del autor en todas sus diversas tentativas, ha sido un trabajo verdaderamente duro y de una enorme responsabilidad. Entre sus folios hay frecuentemente entre tres y cinco versiones diferentes de muchos poemas. Revisaba, cambiaba y volvía a cambiar… Sin duda esto ha sido lo más complicado del proceso de edición y selección en el que Carmen Yáñez, su mujer, me ha embarcado: resolver aquello que el propio Luis Sepúlveda dejó enmarañado, entrelazado en múltiples versiones con las que había que armar el mejor poema tomando lo más sobresaliente y adecuado de cada uno siendo fiel a la idea de su autor. Además de que solía firmar sus colecciones de poemas, tenía la costumbre de fecharlos, pero no lo hacía con las versiones sucesivas que iba corrigiendo o reagrupando, así que es imposible saber cuál fue la última ni la que él habría dado por definitiva, si es que lo hizo. Como ejemplo incluyo dos versiones de un mismo poema que titula de modo diferente: El hombre pregunta por el hombre y Teoría del conocimiento, una está datada y la otra, más moderna, no. Creo que merece la pena comprobar su proceso creativo. Lucho no perdía la ocasión de ironizar sobre los poetas con ese humor que formaba parte indisoluble de su identidad. Sin embargo, cada vez que aparecen en su obra las palabras Poeta o Poesía siempre empiezan escritas con letra mayúscula. En la última – y casi única – publicación que hizo de algunos de sus poemas2 comienza con un texto que titula Disculpe… ¿se puede? En él pide permiso a los poetas para “invadir la casa de la Poesía, género mayor donde los haya, hacia el que siento un respeto reverencial porque la Poesía y los Poetas son la médula de la literatura”. Lucho no necesitaba permiso para entrar, ha estado siempre intramuros. Ese vacío que voluntariamente dejó, y que de no haberlo hecho le hubiese procurado un lugar eminente dentro de la poesía chilena contemporánea, será muy pronto colmado, incluso desoyendo su deseo plagado de humildad que expresó por escrito en el texto de la mencionada
1 Los títulos de las colecciones de poemas se detallan aquí a título puramente informativo. El trabajo de edición aún no ha terminado y es muy posible que para la selección final de los poemas, debido a la forma de hacer del propio autor, se opte por organizarlos temática y cronológicamente sin atender a los títulos. 2 “Poesía senza patria”, antología, Guanda Editore. Parma. 2003.