Correntes D’Escritas 49
Továrich Lucho En la primavera de 2006 nació en Gijón, sin pompa ni acta de fundación, la Brigada Toñanes y ese mismo verano comenzó nuestra sana costumbre de vernos en la Torre de Cameros para comer, charlar, beber, fumar, pasear y celebrar nuestros cumpleaños. Todo el que ha compartido tertulia en ese porche de piedra se ha sentido, con todo derecho, parte de un grupo en el que las narraciones orales de Lucho eran, junto a la tarta de limón de Emilia, el plato fuerte de cada fiesta. Ambas cosas, pasteles y leyendas, mejoraban de una vez para otra y Alfonso y yo nos seguimos preguntando, admirados, cómo puede ser que cada año multiplicasen tanto el resultado si los ingredientes eran siempre los mismos, para el hojaldre y la crema como para los relatos sobre la revolución sandinista, los cuerpo a cuerpo contra los nazis refugiados en Chile o el secuestro en Moscú. *** El gobierno de la Unión Soviética inauguró en 1967 el hotel Rossía, el más grande del mundo, en el corazón de Moscú. Destinado a albergar a dirigentes e invitados ilustres, disponía de 4.000 plazas junto al Kremlin y la Plaza Roja. Cuarenta años después, el 1 de enero de 2006, comenzó el derribo de sus veinte plantas y con ellas desparecieron miles de historias y recuerdos. Tras años de proyectos fallidos, el espacio se recuperó como zona verde con el antiguo nombre del barrio, Zariadie. Cinco semanas antes de que el hotel cerrara definitivamente sus puertas, Lucho llegó a la entrada principal del Rossía con un elegante abrigo negro que parecía suficiente para un final de octubre ruso. Cuando la recepcionista leyó su nombre en el pasaporte le preguntó si de verdad era el autor de Un viejo que leía historias de amor. – Da! – le contestó riendo y enseguida se formó un corrillo de empleados tras el mostrador. Además de la documentación, le tocó firmar varios autógrafos y mientras subía a la habitación 1007 fue jaleado por algunos huéspedes. – ¿Contrataste actores para hacerme sentir famoso? Era la primera vez que Lucho viajaba a Rusia a presentar un libro y aún no sabía que su popularidad superaba a la de muchos habituales del circuito editorial ruso. *** A juego con su abrigo, su portentosa cabellera azabache también parecía suficiente para las temperaturas del otoño pero,
al caer la tarde, un viento polar hizo evidente la necesidad de ponerse gorro. La primera shapka que se probó Lucho – hoz, martillo y estrella incluidos – parecía hecha a medida y caminó hasta el mausoleo de Lenin con la seguridad y la emoción de quien parece volver a un lugar nunca olvidado. Los actos programados para presentar sus ediciones en ruso – acababa de aparecer la traducción de Desencuentros – coincidían con la inauguración de Las dos orillas, primera exposición de Daniel Mordzinski en Rusia. La asistencia a todos ellos fue abrumadora – acudieron los músicos de rock gótico Trepanga, el espía Oleg Necheporenko, Marek Halter y hasta el ministro de Cultura, Sokolov – y al final de una de las charlas, cuando Lucho ya había terminado de firmar ejemplares, se le acercó un muchacho de unos veinte años que se le quedó mirando con las manos en los bolsillos. Ambos guardaron silencio durante unos instantes. – Továrich Lucho, de parte de Svetlana – y tras darle un sobre tamaño tarjeta postal se marchó. Lucho lo dobló sin decir nada y se lo guardó en el bolsillo. Después nos fuimos a cenar al café Pushkin y la noche terminó con brindis, risas, viejas anécdotas y un paseo hasta el hotel con las imprescindibles paradas de alabanza a algunos monumentos locales: el edificio de Correos, la estatua de Marx, el Museo de Historia, los almacenes GUM, la catedral de San Basilio. *** En el espacio de cuatro días a Lucho le tocaba dar una rueda de prensa, presentar sus libros, inaugurar veinticinco años de fotinskis, ir a la televisión estatal, a tres emisoras de radio, a un encuentro con bibliotecarios y al desvelamiento de una estatua en memoria de Kim Philby (su viuda, Rufina Pújova, cuenta en sus memorias que al morir, en la mesilla del legendario espía británico había una carta inacabada a Lucho donde le proponía Nombre de torero como título para una novela). Incluso con esa agenda sacamos tiempo para una escapada que habíamos planeado mucho antes de su viaje: llevar un puñado de claveles rojos a la tumba de Mayakovski en Novodiévichy. El paseo por el cementerio más literario de Rusia fue un tiovivo de emociones encontradas. Eisenstein y Chéjov comparten reposo eterno con Kropotkin y Ludmila Pavlichenko, con Gógol y Victorio Codovilla. Al salir teníamos la cabeza llena de referencias y anécdotas pero de golpe Lucho me miró fijamente, con gesto grave: – Llévame a la Lumumba. Aunque sea diez minutos.
Dossier
Víctor Andresco