Correntes D’Escritas 60
Lucho aprendió a volar y anda por ahí
Dossier
Mempo Giardinelli
Mentira que se murió. Luis Sepúlveda, digo, mi amigo, mi hermano desde que hace 40 años nos juramos amor y fraternidad junto con quien considerábamos nuestro maestro, Osvaldo Soriano. No es verdad que ha muerto Lucho, en todo caso habrá cambiado de barrrio y andará con su sonrisa de niño y sus risotadas estruendosas quién sabe por cuáles nubes. Por las que empezó a andar desde que la maldita peste que está en el aire del mundo le puso el dedo encima. Por eso escribo y lagrimeo, desgarrado y con una de las más hermosas y conmovedoras novelas de la literatura latinoamericana en mi regazo: Un Viejo que Leía Novelas de Amor. Nadie más que Lucho pudo escribir una historia tan dura y a la vez tan colmada de ternura. Sólo un grande de la literatura como él pudo escribirla. Luis Sepúlveda fue un volcán patagónico para admirar y también, acaso, para ser temido por tontos, necios y envidiosos. Porque él, en verdad, era nada más que un muchachote generoso y ditirámbico, un dionisíaco gritón y con recia pinta de guardia de infantería pesada, pero en realidad era un niño. Toda su vida fue un chiquilín con cara de malo, pero era sólo su máscara, porque enseguida cualquiera se daba cuenta de que era un hato de ternura, bastaba un guiño, un gesto amable para que se le humedecieran los ojos y se deshiciera en sonrisas. Escribo en primera persona porque no puedo hacerlo de otro modo. No con él, mi amigo, mi hermano que ahora debe estar buscando en algún punto del universo a Antonio Sarabia, mientras aquí quedamos tan desamparados sus otros hermanitos: José Manuel Fajardo, Daniel Mordzinsky, El Negro Delgado Aparaín y yo, por lo menos. Y también sus hermanas, “las minas” como las llamaba en modo argentino: Pelusa, Ainoha, Karla, Natalia, Manuela. Y su ringlera de hijas, nietas y nueras. Lucho siempre estuvo en el centro de todos y todas como un cacique mapuche, un indiano prepotente y gritón que amaba hacer asados “a la argentina” pero no sabía hacerlos, aunque tozudamente los organizaba una y otra vez. Ay, cómo me enternece recordar su espíritu de competencia en ésa y otras
Mempo Giardinelli | Póvoa de Varzim. 2019