Correntes D’Escritas 64
La patria esquiva de Luis Sepúlveda
Dossier
Yuri Soria-Galvarro A Lucho lo conocí mucho antes de conocerlo en persona. El primer recuerdo que tengo en la vida es un viaje al Chapare en Bolivia con mi padre, vamos navegando por un río en la selva, en un recodo de arenas amarillas miles de mariposas verdes alzan vuelo a nuestro paso. Debo haber tenido unos cuatro años, quizás menos, íbamos a visitar al Tío Roberto Soria-Galvarro, un tío-abuelo que renegó de la maldad del hombre blanco y se fue a vivir a la selva con los indígenas. En otro flashback caminamos por un sendero en la selva, el Tío Roberto va por delante con su fusil al hombro, nos detenemos frente a un tronco ahuecado y nos cuenta que ahí vivía un tigre que había tenido que cazar. Ya cursaba los últimos años del colegio cuando mi padre me pasó Un Viejo que Leía Novelas de Amor. Devoré el libro de una sentada y corrí a decirle «es el Tío Roberto». El Tío Roberto no leía novelas de amor, pero escribió una novela de amor maravillosa, que cargó y corrigió durante sus últimos años de vida. De todas estas increíbles coincidencias hablamos con Luis Sepúlveda muchos años después, cuando nos hicimos amigos, gracias a otro gran hermano, Mario Delgado Aparaín, de Uruguay. Luis Sepúlveda organizaba el Salón del Libro Iberoamericano en Gijón. Allí lo conocí (aunque ya acumulábamos un nutrido intercambio de emails) y también a parte del «Círculo cercano de amigos» (que son como 500). Entre ellos a su compañera
A caminho de Puerto Montt | 2014
Carmen Yañez (la querida Pelusa) a Daniel Mordzinski, Víctor Hugo de La Fuente, Federica Matta, José Manuel Fajardo, Karla Suárez y Elsa Osorio, y a Ángel Parra, Antonio Sarabia y Octavio Lafourcade, que ya partieron. El Salón del Libro era una patria para la buena literatura, donde los escritores se nutrían de compañerismo y buena leche. La misma energía que tiene el Foro por el Fomento del Libro y La Lectura, en Resistencia, Argentina, que organizan los también grandes amigos, integrantes del “Círculo cercano”, Mempo Giardinelli y Natalia Porta. Teníamos planeado reunirnos allí con Lucho en agosto de este año cuando se cumplían los 25 años del evento. Luis Sepúlveda nació en Ovalle, y aunque algunos aseguran haber sido sus compañeros de curso en el colegio, estuvo sólo algunos meses en esa ciudad, lo que tempranamente genera el mito de la patria difusa. Creció en Santiago y estudió en el Instituto Nacional. Con la juventud llegó el sueño de la patria nueva y junto a muchos de su generación se incorporó a la lucha política en las Juventudes Comunistas. En 1971, se casó con Carmen, nació su hijo Carlos y aunque se separaron, veinte años después se encontraron en Europa y volvieron a casarse. Cuando Santiago se convertía en una ciudad acorralada, ahora desde su militancia socialista, se enlistó en el GAP para defender al presidente Allende. Con el golpe fue encarcelado en Temuco, donde estuvo casi tres años preso. En 1977 abandonó Chile y partió al exilio, del que de alguna forma nunca volvió. Estuvo en Buenos Aires y Montevideo, después en Brasil, Paraguay, Bolivia, Perú y Ecuador, allí conoció a los indios Shuar que después fueron el germen de su Novela Un Viejo que Leía Novelas de Amor. Con la Brigada Internacional Simón Bolívar estuvo en Nicaragua para la Revolución Sandinista. Durante esos años se ganó la ciudadanía de la patria grande latinoamericana. La dictadura chilena le quitó la nacionalidad convirtiéndolo en apátrida. Ya en democracia le dijeron que podía recuperarla presentando una solicitud con varios documentos y antecedentes, y por la gracia de algún burócrata quizás se la otorgarían de nuevo. Lucho dijo que se la habían quitado sin solicitarlo y se la debían devolver de la misma manera, y que bien podían meterse el pasaporte chileno por el culo (quizás no lo dijo con esas palabras, pero esa era la idea). Alemania, una de las patrias que lo acogió, le concedió un pasaporte. Fue nombrado Caballero de la Orden de las Artes y las