Correntes D’Escritas 70
Un personaje de novela Karla Suárez
Dossier
Siempre es difícil escribir un texto de homenaje. Sobre todo, cuando el homenajeado es alguien a quien uno quiere mucho y que ya no está. Pero no voy a faltar a esta cita. Como lo que sé hacer es contar historias, quiero contar unas anécdotas sobre mi relación con Luis Sepúlveda, con Lucho. Usando esa frase de Guimarães Rosa, que él hizo suya: narrar es resistir. Contar historias donde tú eres el protagonista, Lucho, es una forma de resistirnos a tu ausencia. Nombre de escritor Hace poco más de veinte años yo vivía en Roma. Una vez, una amiga me llamó para preguntarme si había visto La Repubblica de ese día. El periódico ya estaba en casa, pero aún no lo había abierto. Míralo, me dijo. Apenas colgué empecé a hojearlo para buscar eso que mi amiga estaba segura de que me iba a interesar, hasta que vi un nombre y me detuve: Luis Sepúlveda. Por aquel entonces yo era una joven que acababa de publicar su primera novela. Él era ya un célebre escritor a quien yo admiraba. Es esto, me dije y empecé a leer la entrevista que le hacía Bruno Arpaia. Sepúlveda estaba en Roma, junto a otros escritores, celebrando los tres años de la colección latinoamericana que él dirigía en la editorial Guanda. Ahora, volviendo a ese texto, veo que varios de los autores que él citaba, entonces desconocidos para mí, hoy son parte de mi mundo: amigos e incluso quien luego se convirtió en mi compañero de vida, José Manuel Fajardo, pero eso sucedió después. Aquel día, yo fui leyendo curiosa, descubriendo autores, hasta que Sepúlveda empezó a hablar de nuevas voces latinoamericanas y por poco me caigo de la silla cuando leí mi nombre. ¿Y cómo sabe que existo?, me pregunté. Al día siguiente, me telefoneó Pierpaolo, un amigo traductor, para contarme que esa tarde en una librería, la poeta chilena Carmen Yáñez presentaba un libro y Luis Sepúlveda la acompañaba. Pierpaolo lo conocía. Ayer, me dijo, lo vi y él estaba hablando de tu novela, le conté que vivías en Roma, ¿vienes a la librería? Y fui, claro. Estuve en la presentación de Carmen y al terminar, esperé en una esquina a que concluyeran los saludos, las firmas y las fotos. Cuando ya quedaban pocas personas, me acerqué tímida, mi amigo me presentó y entonces Luis Sepúlveda me miró sonriendo y ahí, delante de todos, me dio un abrazo como si me conociera de toda la vida. ¿Y cómo sabe que existo?, volví a preguntarme y, aunque por supuesto que él no me escuchó, enseguida dijo que se había leído mi novela y me presentó a Carmen y a los otros y dijo que me sumara al grupo, nos íbamos todos a cenar. Así conocí a Luis y a Carmen. Poco después estuve en el Salón del libro iberoamericano de
Gijón, que él dirigía. Es el primer encuentro internacional al que fui invitada y por eso está guardado en un sitio especial de mi memoria. Fue Sepúlveda quien presentó mi novela y la de la chilena Alejandra Costamagna. Me costaba creer que aquello me estuviera sucediendo, porque no es usual que alguien tan reconocido se tome el trabajo de presentar las primeras novelas de dos desconocidas. Y es que él era así, generoso y entusiasta. En mi memoria se quedarán aquellos días y la sensación que tuve entonces de que ese escritor, Luis Sepúlveda, no dejaba de impresionarme. Yo aún no le llamaba Lucho, por supuesto. Una mujer que leía novelas de Luis Sepúlveda Años más tarde yo ya le llamaba Lucho, éramos amigos. En 2005, nos invitaron a los dos al salón del libro de la Guyana Francesa que ese año estaba dedicado a América Latina. En aquel viaje sucedieron muchas cosas, pero lo mejor fue la expedición a la selva, al sitio donde se filmó la adaptación cinematográfica de su novela Un Viejo que Leía Novelas de Amor. Temprano, el grupo de escritores salió de Cayena en un pequeño bus. Dos horas después empezamos a internarnos en la selva, pero debido a las lluvias torrenciales de la noche anterior el bus terminó atascándose. Todos bajamos y con la ayuda de unos hombres que estaban arreglando el camino se empezó la maniobra. Cuando, por fin, consiguieron sacar al bus, nuestro chofer dijo que en esas condiciones no podía seguir, además, habíamos perdido mucho tiempo y varios del grupo tomaban el avión de regreso esa misma tarde. Parecía que íbamos a quedarnos con las ganas, cuando de repente, no sé de dónde, apareció un jeep destartalado, conducido por una mujer, que iba en short y descalza. Yo vivo en el sitio donde se filmó la película, nos dijo, puedo llevar a cuatro. Fue así como, mientras el bus se llevaba a los otros escritores, Carmen, Lucho, Daniel Mordzinski y yo nos subimos al jeep de nuestra salvadora. Por el camino ella empezó a hablar. Era una parisina que, luego de vivir un tiempo en Cayena, quiso mudarse a la selva y como le encantaban las novelas de Luis Sepúlveda, había decidido hacer su casa justo donde se filmó la película basada en aquella historia que tanto le había gustado. Lo que no sabía ella era que el tipo que iba a su lado en el jeep era Sepúlveda, pero como él no dijo nada, los otros tres nos miramos en silencio. Cuando bajamos del jeep, había un arroyo. De un lado estaba la casa de la francesa, una de esas construcciones típicas de estos sitios, de madera sin paredes, levantada sobre pilares y abierta para sentir el fresco, aunque también tenía un pequeño espacio cerrado que servía para refugiarse de las fieras. Nos