ABOGADOS DE VALLADOLID / Encuadernados / 46
Los años ligeros crónicas de los Cazalet de Jane Elisabeth Howard Por Araceli Álvarez Álvarez, abogada Son muy distintos los motivos que te llevan de repente a desear comprar un libro del que hasta ese momento no tenías referencia ni habías oído hablar: un título sugerente, una portada o unas ilustraciones que te atrapan, o un autor del que guardas buen recuerdo de lecturas anteriores. En mi caso, una sola frase, leída en un blog al que soy adicta —cuyo nombre me reservo por seguir teniendo mi fuente exclusiva para otros artículos como este— me llevó directa a la librería en busca de Los años ligeros. Crónicas de los Cazalet, de Elisabeth Jane Howard. Lo que sí que revelo es la frase culpable: “Hay lecturas que son como un gran sillón mullido en el que dejarte caer y arrebujarte entre sus cojines hasta dejar tu silueta marcada en ellos”. Poco tardé en descubrirme en la postura que la frase describía, y en ese deseo de salir del despacho cuanto antes para volver a casa y seguir leyendo. Los Cazalet son una familia de clase inglesa media-alta, dedicada al negocio de la industria de la madera, eso sí, noble —la madera, no la familia Cazalet—. Como ingleses que son, toman té, sándwiches de huevo y pepino, tarta de melaza, y beben oporto; como familia que también son, el té, los sándwiches y el oporto lo toman con los abuelos, hijos, nietos, amantes,
familiares lejanos o tías solteras. Y todo ello, en Londres o en la residencia de verano familiar, Home Place, donde se reúnen durante los veranos de los años 1937 y 1938, viviendo esos años ligeros que dan título a la novela. Eso sí, escépticos o voluntariamente ciegos ante el comienzo de una nueva guerra que amenaza con llevarse a los todavía adolescentes y devolver a los adultos a los horrores vividos en la primera gran batalla.
En los años ligeros de los Cazalet lo único que pasa es la propia vida de los de los Cazalet; pero con eso basta En cuanto empiezas a leer, te ves inmersa en su salón, en las habitaciones de los niños, en la cocina con el personal de servicio; te identificas, pese a la distancia temporal y cultural, con sus riñas entre hermanos, con sus confidencias entre primos; reconoces los problemas de los jóvenes, sus romances y rupturas; y comprendes a los adultos, sus relaciones de pareja, las complicaciones de una empresa familiar con el patriarca que
se resiste a dejar paso a sus hijos. Hasta los quebraderos de cabeza de la abuela para organizar y ordenar menú para tantos te retrotraen a las reuniones familiares en torno a la casa familiar, en las que destaca un conocido y por mí admirado peculiar sentido del humor inglés. En los años ligeros de los Cazalet lo único que pasa es la propia vida de los de los Cazalet; pero con eso basta. Afortunadamente, antes de llegar a ese momento de terminar el libro, y verme —homenaje a mi abuela— como vaca sin cencerro, me enteré de que la saga continuaba con cuatro novelas más: Tiempo de espera, Confusión, Un tiempo nuevo y Todo cambia. Con ellas, Elisabeth Jane Howard (1923-2014) pudo dar continuidad a la historia de la familia, describiendo los cambios de mentalidad, sociales, personales y económicos, de todos los integrantes del clan y sus servidores, la dificultad de afrontar y entender las nuevas formas de vida y, sobre todo, la búsqueda de la vida por parte de todos ellos, unidos por el afecto y disgregados por sus vidas personales y el signo de los tiempos. Sin duda alguna, mi gran suerte fue descubrir la saga una semana antes de que las circunstancias nos confinaran en casa; viajar a la vida de los Cazalet me hizo olvidar que no podía viajar.
Portadas de la serie Crónicas de los Cazalet