Número 41. Febrero 2019 - Julio 2020
Revista
No. 41. Feb. 2019 - Julio 2020. Es un proyecto de la Catarsis Literaria
Editada en Matamoros, Tamaulipas. Revista de Circulación Mensual. Dirigida por: Adán Echeverría. Edición: Larissa Calderón. Colaboraciones a romeodianaluz@gmail.com / Consejo Editorial: Javier Paredes Chí, Cristina Leirana, Blanca Vázquez, Roberto Cardozo, Rocío Prieto Valdivia, Mario Pineda Quintal y J.R. Spinoza.
Contenido
La duda filosófica. José Miguel Rosado Pat 3 San Lucifer. Diego Mayorga. 10 Tres cuarenta y cinco de la madrugada Astrid Reséndiz 15 Siguiendo nuestro andar Jesús Fuentes 17 ¿Hablar en voz baja?... ¡No! Paty Rubio 18 Tres textos Yessika Rengifo 19 Víctima colateral Rocío Prieto Valdivia 21 La luz Ronnie Camacho Barrón 27 Saliva, sudor y semen José Ignacio Trejo Mendoza. 29 El lechero y la doble Mario de la Cruz Arreola 32 El armero JR Spinoza 35 Analogía salvaje Lázaro Mayorga Ayala 42 Sobre Viento de agua Cristina Leirana 43 El Zaguán Jesús Jaramillo 45 Nunca me lo cuentes todo Daniel Barrera Blake 46 Una visita en la madrugada Édgar A. Rivera 49 Onirismo María Guadalupe Olvera Zavala 53 Más allá de Fylak Pedro Hernández 66 Mi crush y yo, en tiempos de coronavirus Ing. Jéssica de la Portilla Montaño68 Anécdota Aleqs Garrigóz 70
Dos textos Alicia Leonor Paola José Martín Hernández Torres La cabaña del bosque Luis G. Álvarez 73 Los deseos de Serena (fragmento de novela) JR Spinoza 75
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Los sinsabores de la cultura en México Lic. Héctor Juárez Lorencilla 87
Capítulo Piloto
María Jesús Méndez
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Demersales en A Mayor Sofía Garduño Buentello
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Interés superior Larissa Calderón
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Introspecciones del Erizo. Javier Paredes Chí
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Dando vueltas con Silvia. Silvia Polanco Euán.
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Bajo el barandal.
Rocío Prieto Valdivia.
Mi punto de risa. Roberto Cardozo
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La Niña TodoMePasa dice: Jéssica de la Portilla Montaño
Incipit.
Blanca Vázquez
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Desvaríos de la freaky neurosis. Gema E. Cerón Bracamonte
Nos vemos en el slam. Mario E. Pineda Quintal
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La duda filosófica
José Miguel Rosado Pat “Creer es muy monótono. La duda es apasionante” Oscar Wilde
Es deber del masón mirar la vida desde una perspectiva completamente distinta a la que predomina entre los profanos. Es necesario insistir en que, en masonería como en la vida, las lecciones aprendidas son el resultado de un proceso de estudio caracterizado por la constancia y la práctica de la virtud permanente. La palabra iniciado, cuya etimología recuerda la vestidura blanca con que antiguamente se investía a los candidatos, y cuyo significado era el que comienza una nueva vida. Apuleyo dice que la iniciación es resurrección o nueva vida. Las palabras aspirante, postulante, candidato o neófito se emplean indistinta y erróneamente en muchos documentos o contenidos de diversos orígenes. Partiendo de la propia definición de iniciado asentamos, de buena fe, que todo aquel que ingresa a la francmasonería, lo hace en respuesta a una inquietud muy íntima, por entender su entorno para interpretarlo y mirarlo con los ojos de la razón y, con los ojos de la verdadera divinidad. En las iniciaciones antiguas los iniciados eran sometidos a numerosas pruebas, las cuales se desarrollaban por días, por medio de un entrenamiento que llevaba, prácticamente, toda la vida… (Ragón, J.M.,1984, p. 22). La masonería otorga, en unas cuantas horas, la condición de “Iniciado” a quienes tocan sus puertas, sin embargo, la flexibilidad a la que obliga la vida moderna, hace que el esfuerzo del propio iniciado deba verse
reforzado de una voluntad inquebrantable para forjar el carácter, y por el amor al conocimiento hasta hacer de éste, la única fuente de su felicidad y la de quienes le rodean, en medida de sus posibilidades. Como escuela iniciática, la francmasonería cuenta con un método propio de transmisión de sus contenidos, programas y agendas, las que, más allá de aspectos locales, comparten los preceptos que le hacen ser la fraternidad con el mayor número de miembros con presencia en casi todos los países del globo terráqueo. En los orígenes de la masonería, la relación entre sus rituales y los de la primitiva Iglesia cristiana, adquieren mayor notoriedad. A esta simbiosis se debe la presencia de elementos crísticos en muchas ceremonias, acentuándose en los Ritos Escocés Antiguo y Aceptado, de Emulación y de York, por referirnos a los más practicados. Tal es el caso particular de la presencia de la mónita en cada grado; mónita, de acuerdo con el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, significa artificio o astucia con suavidad y halago, atañe su origen a la Compañía de Jesús, a partir de ser el título de un libro apócrifo publicado en 1614, cuyo contenido se componía, principalmente, de consejos para los miembros de dicha Orden religiosa. febrero 2019 a julio 2020
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En el Diccionario Enciclopédico de la Masonería, se establece como Mónita privata societatis Jesu (Consejos Privados de la Compañía de Jesús) el nombre con el que se distinguen las instrucciones secretas de los jesuitas, en las que se dictan las normas que deben seguir éstos para alcanzar los fines de la Orden. Esta función, según destacada el autor, cumple la misma finalidad que en la francmasonería. En ese sentido, si acudimos al instructivo del aprendiz, ante la pregunta de cuál es la mónita secreta del Aprendiz de Masón, veremos una respuesta más o menos similar a la siguiente: “Sembrar la DUDA FILOSÓFICA en el espíritu del iniciado, haciéndole tocar con el dedo la esclavitud en que ha vivido, despertando en su corazón el sentimiento de su propia dignidad, e impulsándolo al estudio de la verdad, libre de preocupaciones. Generación 1 y no creación.” Ante este concepto limitaremos nuestro estudio a la forma en que la Mónita fue asimilada o adoptada, por la francmasonería, para el Primer Grado.
La duda… ¿filosófica?
Ser o no ser… esa es la cuestión. Todos recordamos la duda del monólogo de Hamlet, del ser o no ser, pero ¿qué es lo que convierte a la duda, el cuestionamiento de uno mismo, (valores, comportamientos, pensamientos), la actitud filosófica por excelencia? (Reyes Puig, 2018). A todos nos surgen dudas en todo momento, sobre si lo que pensamos, decimos o hacemos nos hace bien o es lo mejor para
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Liturgia del Grado de Aprendiz de masón.
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nosotros y quienes nos rodean. La inmediatez a la que se ven sometidos los hábitos del ser humano posmoderno, suele impedirnos hacer una pausa, y dar, como bien señala la filósofa Magdalena Reyes, “una oportunidad a la verdad, tener el coraje de la verdad”. Con este enunciado, la autora, rescata la esencia de la duda filosófica. Y agrega: “El que duda filosóficamente está activo, buscando. ¿Y qué busca? La belleza, el bien, el bienestar, la felicidad… pero todo lo hace pensando, porque si uno no piensa, está siendo arrastrado”. La duda filosófica implica, necesariamente, el ejercicio de pensar, algo no muy bien visto en nuestro tiempo, sobre todo cuando se vende la idea de que estar ocupado es la única vía de ser “productivos”. Se entiende en cuanto a que no se nos enseña a dudar durante nuestra infancia. La duda, suele vincularse con la inseguridad y no con el conocimiento que permite acceder a explicaciones racionales del ser humano y todo lo que le atañe. En las ceremonias y temarios de cada grado, incorpora ideas de más de una escuela filosófica y de más de un filósofo, pero no todas se perciben a la primera impresión, sobre todo si el masón, sin importar el grado que ostente, no posee una agenda de formación intelectual autodidacta, en la que incluya la lectura de filosofía y otras ciencias que potencializarían su condición de Iniciado.
Breve recorrido por la filosofía vinculada a la mónita del grado de aprendiz (la duda filosófica)
En ese tenor el masón debe acercarse a Sócrates y a su método: la mayéutica. En Sócrates encontramos las bases del pensamiento que necesitamos para iniciar el
camino de los hombres de razón y ciencia. Sócrates sostiene el “conócete a ti mismo”, y se presenta como un contestatario. ¿De qué manera ayuda Sócrates a sus conciudadanos a iluminarse a sí mismos? Utiliza el diálogo que considera una herramienta de artesano, la mejor adaptada a su objetivo. Sócrates es la viva imagen de toda la tradición filosófica de Oriente que gusta de la palabra viva y no del escrito estático; esto lo acerca a la tradición masónica. En masonería cada grado consta de una instrucción específica en la que el maestro pregunta y el discípulo responde. De la misma forma, los rituales masónicos están impregnados de la misma riqueza de los textos dialogados, una expresión viva que nunca termina, una búsqueda dialéctica de la verdad, una simbolización de la necesidad de compartir el trabajo. (Rampnoux, R. & Page, F.J. 2019. P.42). Después de Sócrates, nos aproximamos a Platón y sus “Diálogos”, casi todos ellos enfocados a establecer los principios que deben guiar la conducta de la ciudad y del ciudadano. En Atenas, Platón, funda una escuela en los jardines de Academos2, en ella se practicaba la ética del diálogo. No se transmitía un saber teórico; utilizando un diálogo personalizado, el interlocutor adquiere su saber, piensa por el mismo, es decir, la formación se centra en la dialéctica. Recordemos ‘el mito de la caverna’, es la dialéctica la que permite romper las cadenas de la caverna y acceder a la luz, bien por el amor que permite alcanzar la Belleza por etapas. Para Platón, el alma es inmortal, porque ha vivido cerca de los dioses, en la contemplación de las 2
. Espacio abierto dedicado al mítico héroe Academos. . Rampnoux, R. & Page, F.J.La filosofía llama a la Puerta de la logia. 2019. P.48. 3
Ideas, de la esencia de las cosas3; y es Menon quien cuestiona: ¿Piensas que hubiera intentado indagar y aprender lo que él creía saber ya, aunque no lo supiese, antes de haber llegado a dudar si convencido de su ignorancia, no se le hubiera puesto en posición de desear saberlo? En los diversos Diálogos de Platón, encontramos múltiples referencias de lo “bello” como el camino que se toma a partir del conocimiento. De Platón, nos trasladamos al neoplatonismo de Plotino quien, al ser un estudioso de las escuelas iniciáticas del Oriente Próximo, se aleja del racionalismo de Platón, y centra su pensamiento en torno al Uno, ese Uno trascendente y vinculado muy estrechamente con la inteligencia. El Uno, para Plotino, es trascendente en relación con la inteligencia. La masonería guarda relación con el neoplatonismo en cuanto a esta concepción de la unidad y al sincretismo religioso y filosófico que promueve. Para Plotino el Uno trasciende el Ser, el Uno es autoridad suprema, algo que rebasa toda lengua, religión, cultura, civilización. Plotino señala que existe un Primer Uno que propaga la Unidad en forma de un Ser que no lo es porque, para ser principio de una cosa, es necesario que no sea. Cuando la cosa generada es el Ser, la causa no debe existir. Luego, habla de un Segundo Uno, como la forma más elevada del Ser, del intelecto y de la divinidad; y, un Tercer Uno que es el Alma del Mundo presente en cada cosa. La conclusión queda de la siguiente forma: El cosmos busca unirse al Alma del Mundo, que a su vez desea unirse al febrero 2019 a julio 2020
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intelecto que es sólo Amor por el Uno Absoluto. Para el neoplatonismo el alma universal es la energía del intelecto. Plotino compara al Uno (que se vuelve principio creador), con la luz, al intelecto con el Sol, al alma universal con la luna. De aquí se desprende la concepción de un ser supremo (femenino-masculino) al que se le reconocerá como principio generador. El intelecto humano como principio generador de vida. Para Plotino el hombre debe mirar hacia su interior, antes que a cualquier otro lugar. También compartiremos con esta filosofía, el deseo de superar las dualidades. Resulta interesante conocer que, el cristianismo, tomará del neoplatonismo la presencia de un Espíritu Santo en el agua del bautismo o de la comunión, de la transubstanciación. Posteriormente tenemos el deísmo, muy presente en las Constituciones de Anderson. El deísmo se refiere a aquellos que creen en un Dios creador, en la providencia divina y en la inmortalidad del alma, pero que rechazan la Revelación y el dogma trinitario. Tenemos a Voltaire quien señala que “si Dios no existiera, habría que inventarlo, pero toda la naturaleza nos dice que existe”. Continuamos con el racionalismo, con Descartes, a partir del cual la razón objetiva es la base del conocimiento. Para Descartes, los sentidos nos engañan, es necesario anteponer el buen juicio ante lo que percibimos de primera mano a través de los sentidos. Por eso señala los sentidos como la primera fuente de los errores. En cuando a la duda, Descartes señala que era necesaria para encontrar la verdad. “Muchos juicios nos impiden alcanzar el conocimiento de la verdad, y nos previenen de tal manera que no hay apariencia de que 6
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podamos liberarnos de ellos, si no nos comprometemos a dudar una sola vez en nuestras vidas de todas las cosas en las que encontraremos el más mínimo indicio de incertidumbre” (Principios de Filosofía). De Descartes cabe destacar que, si bien señala que la duda es necesaria, también deja en claro que es facultad del hombre capaz de plantearla, pues si el entendimiento es limitado, la voluntad del hombre lo es también. La síntesis del pensamiento de Descartes es dudar para asegurar la solidez de la construcción filosófica, como dice Sócrates: “Soy un hombre, y soy de condición de no prestar atención a ninguna otra cosa que al razonamiento que, al reflexionar, me parece el mejor”. De inmediato, tenemos a Baruch Spinoza quien afirma que “la esencia del hombre es el deseo, el esfuerzo o el conatus, una dinámica que persigue un incremento con respecto a sí misma y que da alegría”, también afirmaba que “el hombre libre sólo piensa en la muerte”. Para Spinoza el hombre debía actuar y conducirse, no bien o mal, sino con total comprensión de lo que le rodea, y de su propia naturaleza, sólo así el hombre actuará de manera prudente. Es decir, actuar libre de preocupaciones. Por último, tenemos a Kant, quien opina que la razón, no se le ha dado al hombre para alcanzar la felicidad, pues ésta la proporciona mejor los sentidos, sino para alcanzar la virtud, los que dudan de la razón se han equivocado en su uso.
Conclusión
La Mónita del Grado de Aprendiz nos indica el camino de la enseñanza masónica por excelencia, que no es sino la iluminación por
medio del conocimiento, la ciencia y la práctica de la fe en el intelecto y en todo lo que de este sea generado. La masonería ofrece al Iniciado, la posibilidad de conectarse con la divinidad a través de su intelecto y de las virtudes humanas. En ese sentido, es el genio del hombre el que ejerce imperio sobre la naturaleza. El hombre es el único ser que goza del derecho más absoluto de libertad. Por eso es el llamado a ser generador de actos generadores. Para el Aprendiz, quien ha nacido a la vida de la luz masónica, es deber estudiar a fondo el principio generador y sus manifestaciones: Visita el Interior de la Tierra y Rectificando Encontrarás la Piedra Oculta.
Bibliografía
Impresos RAGÓN, J.M. (1984). Curso Filosófico de las Iniciaciones Antiguas y Modernas. México. Editorial Herbasa. MATTHEW, C. & DUNCAN P. (2014). Filosofía para todos. México: siglo xxi editores, México.
LORENZO FRAU, Abrines. (2014). Diccionario Enciclopédico de la Masonería. México. Berbera Editores. ROSEN, Pablo. (1987). Satán y Cía. México: Ediciones “Valle de México”. RAMPNOUX R. & PAGE F. J. (2019). La filosofía llama a la puerta de la logia. Fundamentos para el francmasón. OviedoAsturias: Editorial Masónica. SANTIAGO, Gustavo. (2010). Intensidades filosóficas, Sócrates, Epicuro, Spinoza, Nietsche, Deleuze. Buenos Aires: Paidós. Electrónicos Reyes Puig. Magdalena. (2018). Elogio de la duda. Filosofía&co. Recuperado el 9 de junio de 2020, de https://www.filco.es/elogio-de-la-duda/
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San Lucifer Un bolero carraspea un blues en un tango y yo, lejos del escenario, escucho los interminables acordes viejos que se pudren ante la ronca voz del cantante. No es tan sorprendente el espectáculo; a cada rasgueo la guitarra se desafina, pero esto al público le divierte, algunos arrojan el tarro con cerveza a medio acabar al proscenio y otros, los menos borrachos, con un vocabulario español y una pronunciación francesa, regatean y masajean los muslos y el sexo de una prostituta de género pérfido. La imagen llega a ser cínica a cada parpadeo, la crucifixión romana yace en una escala rítmica de cuatro cuartos. La presencia de la muerte me alegró por momentos aunque, al poco tiempo, aquel pequeño teatro en donde ella bailaba y seducía al sucio lisonjero, me llegó a exasperar. Los movimientos oscilantes, altos y bajos, isócronos al segundero del reloj, se mofaban con jactancia de los pequeños entes en vida. Pensé por ratos en visitar a Germán, gerente de la taberna, a menudo se le encontraba en su oficina bebiendo whisky o con una mujer, la cual se recostaba en un sofá negro y leía, dependiendo del ánimo de éste, poemas de Cervantes o de Lope de Vega. Su escrito preferido, el cual era el único en el que él recitaba, “Carta de don Quijote a Dulcinea del Toboso”, solaceaba su prolija edad; exhalaba siempre el último suspiro con melancolía para terminar de releer, una vez más: “Tuyo hasta la muerte, El Caballero de la Triste Figura”. Fue un buen hombre. Lo encontraron muerto hace unas semanas, su cuerpo flotaba parsimonioso en las negras aguas de la bañera, inhibido y anacrónico de la vida. Cayendo en cuenta en el hecho no tuve más que retirarme del lugar resignado a la falta de compañía. Tomé el último trago de alcohol que quedaba en la jarra y escapé de la paga con la frase acostumbrada “Señorita, apunte a la cuenta. No se
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Diego Mayorga preocupe, Germán entiende”. Y sí, entendía. Sabría que, escaparía después de ello, para visitar a los desnudos indigentes que se alimentan del jazz cerca del puerto. Él entendía. Juntos gozábamos de la música y del hambre con aquellos inmigrantes. Sabíamos, por la lucidez de nuestros ojos como por el seco aliento de alcohol, que bailaríamos y con ello la muerte se uniría o viceversa. Cada lunes huía del médico para ocultarme entre los autos oxidados que se acumulaban, con el paso del tiempo, en la cima de la colina El Gusano. Cerca de ahí, entre los esquites espinosos y el hierro anaranjado por la humedad, los cuerpos de personajes relevantes —fundadores, héroes de patria, gobernadores— eran desechados al no haber suficiente espacio para su memoria en el pequeño cementerio que a cada día dos o tres nuevos hogareños, con una esperanza perenne como absurda en el santo cielo, se refugiaban inertes entre desechos. La áspera colina resguardaba con recelo, entre sus ataúdes improvisados de maleteras, un agusanado recuerdo de una época en donde el pueblo de San Lucifer bailaba, en un paroxismo, el taconeo de la murga en el “un, dos, tres” de la salsa. Ante la dispuesta indiferencia de mis ojos en desnudar, con el recuerdo agobiante de textos académicos y archivos históricos, el polveado nombre de los occisos. Me miré involucrado en el sin número de estratagemas de la muerte. No esperaba nada del mundo, asimismo no me miraba en deuda con ésta; mi moral como mi vida goteaba analógicamente con el segundero del reloj decayendo cada mañana en la frescura del rocío y en la paulatina desaparición que efectuaba el cigarro o el café sobre mi boca. Han pasado seis meses desde el fallecimiento de Germán, restos de la taberna se encuentran esparcidos en la Plaza Aquerronte, aquellos mozos que se denudaba ante la nobleza decadente de las podredumbres, se encontraban ahora dirigidos ante
la ley de las ratas; sus cuerpos, remojados por las negras aguas del alcantarillado, se hallaban tendidos boca bajo soportando sus rasguños y mordiscos. Rezaban en distintos idiomas teologales. Siempre me atrajo la idea de “aceptación a la muerte”, de niño alborotaba con piedras o agua los hormigueros y colmenas que se formaban cerca de casa. En esos momentos me consideraba dios, decidía quién vivía y quién moría. Nunca me importó matarles, mi función no consistía en entenderlas o en escuchar sus rezos, si es que rezaban, más concretamente juzgaba e imponía. Sólo el suicida acepta a la muerte, es una revelación natural. Sin embargo no comprendía a las amustiadas figuras que devoraban las ratas. No hacían nada para evitarlo, querían morir, empero rezaban. Anteriormente la taberna se encargaba de venerar la cómica filosófica del suicidio que uno se traía encima, se compartían planes como anécdotas de intentos entre botellas y llanto. En aquel tiempo, a escasos segundos de la muerte de Germán, según el forense, blasfemé la última copa de vino en un gesto de amabilidad. Cerca de las doce de la noche, cuando el conserje preparaba su pequeño ritual cambiando la alegre rumba de la radio por la lenta rítmica de I´ll play the blues for you, anunciando el cierre de la taberna que, por consejo del alcohol, siempre se postergaba hasta las tres de la madrugada; una joven, de aspecto extranjera, arribó cerca de mí en el taburete izquierdo junto la barra. Entablamos la conversación a partir de su pregunta inquisitiva sobre el nombre de un poema de Benedetti hacia el tabernero el cual, debido a su zafia pronunciación hispana, tras varios intentos por entender, éste desistió. Sin embargo, ella insistía aun ante la negativa del tabernero, murmu-raba para sí los versos mal pronunciados Necesito la flor de tus manos / aquella paciencia de todos tus actos forzándose a recordar el título del escrito. En un atisbo pude deducir, ante su repetido murmuro, que se trataba del poema “Lo que necesito de ti”; y llenado la copa, con lo último que tenía la botella para ofrecer, en la tercera undécima repetición de los versos completé en voz alta la estrofa. […] Con aquella justicia que me inspiras para lo que siempre fue mi espina
mi fuente de vida se ha secado con la fuerza del olvido… — That´s the poem! —exclamó. —Lo que necesito de ti, ese es el nombre del poema —respondí volteándola a ver. Los meses siguientes fueron polvoreados por el alcohol y el café compartido, una taza más cargada que otra recompensaba las botellas robadas de la casa de Germán. El nombre de la extranjera se diversificaba en cada cama en la que ella me acompañaba. Por sus adentros, rogaba que la llamara por su nombre, aunque me era imposible lapidarla en uno solo. Cada martes por la noche reconciliábamos nuestra relación con un nombre diferente y nuestro cuerpo, que a duras penas se sentía con la suficiente fuerza para salir de la cama, reanudaba el ritual de confundirnos con dioses griegos. Concordamos, en nuestro último jugueteo de lenguas, que su nombre fuese Pamela. El tinte rojizo de su cabello solapaba la llegada de la primavera, por su parte, sus ojos resguardaban el sublunar deseo de canturrear su verdadero nombre al viento en un gesto de piedad y dulzura para la humanidad, aunque de ser revelado el lúgubre marido realzaría a la tierra desde el Tártaro reclamando el fruto prohibido. —Lilith… —murmuré para mis adentros mientras la veía vestirse, una vez más, con las prendas de mamá. —¿Has dicho algo? —respondió. Con su mano derecha acomodó el tirante negro del sujetador. —Nada, Pame. Hoy te miras más viva que nunca, ¿encontraste la mancha de tus anteojos? desde la semana pasada confundes los fantasmas con las gotas lluvia. —No, aunque de hecho sí era un espectro. La pobre alma supo confundirse ante el diurno rocío de la mañana. Quiere que regrese, dice que me extraña tanto como Cerbero. —¿Y lo harás? —pregunté lacónico. Instintivamente, no pude evitar vaticinar a una respuesta pesimista. febrero 2019 a julio 2020
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Alcancé a ver cómo su vista se perdía ante el reflejo del espejo sobre sus lentes y éstos, a su vez, reflejaban el mismo cristal en un bucle infinito de miradas y tiempo. Acariciaba con su mano izquierda la tela roja del vestido, y con su mano derecha rememoraba, por el roce de los dedos, el lunar del labio inferior. —Sí —sentenció finalmente—. ¿Me extrañarás, podrías ser capaz de nadar todo el río? —Ya te extraño. —Lo sé —dijo, y con un pequeño beso al espejo me dio a entender que ya se había ido. Lo último que recuerdo fue el ruido de sus pies descalzos saliendo del departamento y bajando, en sumo tono de inocencia, las escaleras. Es navidad y creo que lloverá. La gente no sale de sus casas, hace demasiado frío acá afuera, además, hoy más que nunca se les es difícil saber que la Diosa nos ha abandonado.
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Tres cuarenta y cinco de la madrugada Astrid Reséndiz Eran las cinco de la madrugada. El viento soplaba con fuerza en el exterior, agitando los ventanales del hospital. Evelyn, quien se encontraba en su primer guardia en el servicio de urgencias, yacía tendida en el suelo a un lado de las escaleras. Cargaba el peso de su consciencia y diecinueve horas sin dormir, un poco de café circulando en su sistema y apenas una galleta en su ya lastimado estómago. Pero lo que más le pesaba no eran sus horas de sueño perdidas y mucho menos su falta de comida o bebida. Su peso estaba regido por el recuerdo de lo que en su primer guardia tuvo que enfrentarse. Cerraba sus ojos pesarosa y a cada momento venía a su mente el recuerdo de aquel cuerpo inerte que dejó en la sala. Sentía qué tal vez se había equivocado de carrera o quizá simplemente no merecía existir. Las lágrimas no dejaban de brotar y rodar por sus mejillas. Desde hacía un buen rato, su celular no dejaba de sonar, pero no tenía ánimos de responder y nada podría ser peor que lo que ya le esperaba como consecuencia de sus actos. Aunque intentaba calmarse para continuar con su jornada, no paraba de llorar. Su amiga Leslie fue a su encuentro por órdenes del doctor Ramón. — Así que aquí estás, te estuve llamando. Las enfermeras me contaron qué pasó. Se puso en cuclillas, aproximándose a Evelyn, quien apenas abrió los ojos para volverlos a cerrar. El llanto que había disminuido luego de media hora de llorar sin control se acentuó. — El doctor Ramón quiere verte. Está furioso, dice que debiste ir a despertarlo en lugar de hacer todo tu sola. Amenazó con castigarme si no lograba encontrarte. —¿Y si mejor renuncio? — No estaría nada mal. Pero, ya que prefieres dejarte llevar por tu soberbia y tomar las riendas. tendrás que terminar lo que empezaste e informar a la madre lo sucedido —Al escuchar la voz del doctor Ramón, la sangre se les heló a las jóvenes internas.— Y tú, Leslie, deja de perder el tiempo
con la inútil de tu amiga y ve a tu puesto, a menos que quieras quedarte otra noche castigada. El celular del doctor sonó, contestó la llamada y se marchó enseguida. Leslie se levantó luego de dicha amenaza y se marchó a continuar con su trabajo. Evelyn caminó rumbo a la sala de espera, mientras tanto, iba pensando en lo sucedido. “Su apariencia física me resultaba bastante familiar; se parece mucho a aquel amigo al que perdí cuando estaba en segundo semestre de la carrera y ahora que lo pienso, tuvo la misma causa de la muerte”. Su cabello era castaño y rizado, de complexión endomorfa, semejante a “un oso de peluche”, su piel era clara como la leche, de ojos grandes y labios gruesos. Llego a las dos dieciocho de la madrugada, su madre lo trajo al hospital. La razón, un fuerte dolor en el pecho que irradiaba a la mandíbula, espalda y brazo izquierdo. Se encontraba sudoroso y en su rostro una expresión de angustia. —¿Me voy a morir doctora?— Preguntó mientras le jalaba de la bata. La única respuesta era una negativa con el rostro que se movía de lado a lado. Tomó un expediente en sus manos, lo hojeo y prosiguió con algunas preguntas. Luego de la entrevista clínica, Evelyn determinó que se trataba de un problema de ansiedad con un cuadro de gastritis, debido a que, de acuerdo a los antecedentes médicos del paciente, días antes había sido ingresado por la misma razón y además tenía antecedentes personales y familiares de ansiedad. —¿Cómo esta mi hijo doctora? —Estará bien, se lo aseguro —dijo mientras escuchaba su corazón con el estetoscopio.— Es común ver estos casos — Agregó.
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La madre miraba con preocupación a su joven hijo quien se mostraba mas intranquilo a cada minuto, y llevaba su mano derecha al pecho, como si quisiera estrujar su corazón con la mano en forma de garra. La doctora Evelyn, observó el rostro de la madre de su paciente, le toco el hombro y añadió. — Estará bien, lo importante es que ya está aquí y para su tranquilidad lo mantendremos en observación y realizaremos algunos estudios. Terminada su oración, procedió con total calma a tomar las muestras de sangre, lo recostaron en una cama y comenzaron a colocar el electrocardiograma, un poco de oxigeno; hasta ese momento su joven paciente se encontraba consciente. Sin embargo, lucía agitado, además, en su rostro se dibujaban arrugas en su frente y fruncía el ceño. Su respiración era rápida y profunda. Apenas terminó de conectarlo al electrocardiograma, se aventó con fuerza hacia atrás golpeando su cabeza, segundos después comenzó a convulsionar. El guardia del hospital se acercó a la señora para escoltarla a la sala de espera, pues en su desesperación entorpecía la labor de la doctora y las enfermeras. A lo lejos se escuchaban sus gritos, los cuales penetraban en lo profundo de Evelyn. Era un lamento cuya desesperación era tal, que quien lo escuchara preferiría taparse los oídos. La convulsión duró poco y su cuerpo quedó inmóvil. Los trazos en el electrocardiograma representaban una aberración eléctrica donde era imposible diferenciar un patrón. Mientras tanto, el equipo de salud realizaba maniobras en un intento desesperado por preservar su vida. En la sala se escuchaban sus voces desesperadas diciendo “carguen” “despejen”. Luego de varios intentos y de aplicar medicamento por vía intravenosa, un sonido agudo se hizo presente. Su corazón se había detenido. El tiempo se fue volando. Evelyn estaba al borde de la locura, insistía en aplicar adrenalina por todas las vías que se le ocurrieran, incluso intentó directo al corazón. Se empecinaba dando masajes cardiacos. 16
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La enfermera, quien lucía llena de experiencia, con su cabello gris y algunas arrugas en la frente, tocó su hombro y movió su cabeza pidiéndole que parara. Evelyn suspiró. — ¿Hora de la muerte? — Tres cuarenta y cinco de la madrugada, doctora. El silencio se apoderó de la habitación, miraron con tristeza el cuerpo sin vida del paciente, cuya edad aparente era la de un joven de diecinueve años. La boca de Evelyn estaba seca y su cabello mojado por el sudor. Aunque intentó hablar, no pudo hacerlo, si emitía cualquier sonido en ese momento comenzaría algo que difícilmente podría terminar. Caminaba por los pasillos del hospital, buscando un poco de calma y serenidad para prepararse en dar la terrible noticia. ¿Cómo habría de decirle a la madre? A esa mujer a quien le aseguró con toda firmeza que su hijo saldría adelante. Aún, a pesar de haber actuado con la mayor rapidez, que su cuerpo ya exhausto le permitía, las cosas no resultaron a su favor y por ello, la ira y frustración le aquejaban, sin importar que hubiera hecho todo al pie de la letra como se lo habían enseñado. Su corazón latía a toda prisa, como si intentara escaparse de su pecho. Respiró profundo, talló sus ojos tratando de borrar cualquier rasgo de tristeza. Se estiró un poco, en un intento por mejorar su postura. Abrió la puerta de la sala de espera, con el presentimiento de que ésta sería una noche larga.
Siguiendo nuestro andar
Jesús Fuentes
El auto avanza por cuestas y cordilleras con su vegetación endémica, bordeando los encajes costeños de este Mar de Cortés. Vemos aparecer la medialuna de una playa, en ésa gran Bahía de Concepción, en el Golfo de California. Mira, ¡qué hermoso, detengámonos ahí!, exclamo con júbilo. Un mar sosiego, opalino y unas islas cercanas, invade nuestra vista. Dejamos la carretera, adentrándonos en un camino de tierra, encontramos un letrero de madera en forma de cruz: “Bienvenidos a Playa El Burro”. 200 peos por acampar. Ingresamos y un lugareño nos aborda invitándonos a pagar. Pueden quedarse la noche, hay baños y regadera, nos dice. Es seguro aquí, reafirma para darnos confianza. Le explicamos que vamos de paso, nos atrajo el lugar y decidimos entrar. Conocer. Amable, nos indica que podemos estar un buen rato, disfrutar el lugar. Y si deciden quedarse, ya saben…, concluyó. Daniel, tu hijo, al escuchar esto, baja del Nissan y corre hacia el mar, gritando eufórico, ¡Me meteré al agua! La tarde muy cálida. Caminamos la playa. Tus pies perdiéndose en la arena al llegar el oleaje, espuma de encanto que tiene el mar. El sudor cayendo a minúsculas gotas, humedeciendo tu frente. Sonríes. Tus labios entreabiertos. Te veo, ¡estás feliz! A la orilla de la playa, una serie de construcciones, bungalows, palapas, que son rentadas a los gringos, por cuatro mil dólares anuales, para vacacionar, nos platica otro lugareño, que a las brasas guisa unas almejas, estilo ranchero. Sonriente, nos invita: Se van a rechupar los dedos, están buenísimas. Aceptamos; y en verdad, sabrosísimas las almejas con tomate, cebolla morada, mantequilla y limón, acompañadas de galletas saladas. El agua cristalina. El paisaje impresionante.
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¿Hablar en voz baja?… ¡No!
Paty Rubio
Que la vida se obstine en desaparecerle. Que de esto no se habla. Que la sexualidad solo pertenece a quien todavía está en edad de reproducirse. Que los adultos mayores “ya no están para andarse con esas cosas o cochinadas” Que el tema es tabú y se discute en voz baja. ¡Qué vergüenza! La sociedad, la familia, “las buenas costumbres” y hasta el sector salud, intrigan para desaprobar, en quienes somos senescentes, el derecho a seguir ejerciendo nuestra sexualidad. La sexualidad se dimensiona desde la concepción al nacimiento, y morirá hasta que como individuos dejemos de respirar. Nacemos sexuados, ejercer éste derecho es inherente a la decisión de cada quien, sin menosprecio ni demerito por parte de nadie. ¿Que el hecho de ser se adulto mayor me exime de tener deseo sexual? ¡Falso! Erróneamente la palabra sexualidad, suele identificarse únicamente con juventud, fertilidad y procreación. Sin embargo, y de acuerdo a la necesidad de cada individuo, el ejercicio de la sexualidad en la edad de adulto mayor es más libre y conlleva mayor capacidad de dialogo, ternura, de amor, conocimiento y aceptación de nosotros mismos. Como senescentes, somos más abiertos y conscientes de nuestro cuerpo y de lo que requerimos en una relación íntima. Desde ese conocimiento no hay nada que nos impida pedir y decidir lo que sí y no queremos y lo que nos produce placer. ¿Quién dice que un senescente no puede ser sensual, sexy o proyectar un sentido cargado de erotismo? Llegar a la senescencia, no es relativo a perder el derecho de ejercer nuestra sexualidad. Mientras no concurran enfermedades que entorpezcan el desempeño de ésta y mientras exista deseo, el derecho a gozar continúa hasta la muerte. La calidad de vida sexual en los adultos mayores puede ser la misma y es muy posible que llegue a ser más satisfactoria de acuerdo al conocimiento, madurez, aceptación y confianza que llegamos a tener en nosotros mismos.
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Tres textos
Yessika Rengifo
Sentado en el balcón En las frías calles de junio los recuerdos empezaron a entonar las melancolías que jugaron con las fotografías del ayer. Emma, recordó que los momentos dolorosos se podrían borrar si empezábamos a olvidar; que los hijos no vendrían de su vientre, serían un regalo de esa Fundación de niños. Su intento por hacerlo fue hermoso pero su ego no podía soportar a alguien que no fuera de nuestra familia, y partió esa mañana sin decir adiós. He llorado como un niño sin consuelo, sentado en el balcón tratando de encontrar porqués que no tienen sentido. El amor de mi exmujer se esfumó como las brisas que bailan con septiembre aniquilando mi corazón.
Luces abiertas A mi amigo, el conductor más tierno de las mañanas.
Recordé que los días sombríos solían sacarla de casillas a tal punto, que su sonrisa se perdía en las frías montañas. La pérdida de nuestra hija ocasionó que mi mujer olvidara que antes de ser padres éramos amigos y pareja, que la melancolía nos estaba sumiendo a un sendero sin regreso. Aquella tarde, Matilda, nuestra hija rodó por las escaleras sin regreso a nuestras vidas. El daño cráneo-encefálico que se presentó en su pequeña cabecita borró todos los sueños que Lina, mi mujer construyó desde su llegada a casa. Los médicos intentaron retenerla a nuestro lado, pero en medio del gris del cielo y los rayos que retumbaban en la ventana nuestra pequeña se fue a las nubes. El llanto de Lina inundó la clínica y sus fuerzas se fueron desvaneciendo ante los calmantes que empezarían acompañarla desde ese día. Lloré como un niño desorientado en el trágico capitulo que la vida escribía para mí; el camionero que no solía tenerle miedo a la muerte porque la presencié tantas veces en las vías del país. El sepelio de mi niña transcurrió entre azucenas que danzaron con duendes alegres ante su llegada, que era el inicio de la primavera. Ha pasado un año y no volvimos a ver el arcoíris, los girasoles de casa han muerto, hacer el amor es un tormento, y los chocolates no sacan los bigotes del ayer. Nuestro amor se esfuma entre ríos de lágrimas y porqués que no ayudan a los sauces a traer la calma a nuestro camino. Sentada en la cama mirando al horizonte, Lina me pidió ayuda. Una ayuda que no le podía ofrecer, a pesar de amarla tanto y querer pintar sus lienzos de flores. Las luces se han abierto ante la posibilidad que podremos escribir un nuevo comienzo entre psicólogos, y nuestro amor que sigue siendo el mismo hoy, mañana y siempre.
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En un sueño Llegué a casa cansado de susurrar tus canciones en el jardín que alegró nuestras tardes. Las azucenas habían florecido contándole a las nubes que tú y yo éramos felices en medio de un mundo turbulento que se roba días de sol. Las dos de la tarde se convirtieron en el himno de nuestro amor que jugaba con el algodón de su piel. Algodón que se enlazaba con mis manos sedientas de amor en una búsqueda desesperada por besar el néctar de sus pezones, que aceleraron mi corazón. Sus piernas se abrían como las alas del Diamante de Gould en el verano, y mis fluidos llegaron como susurros del sol, entre sudores profundos que endulzaron mi cama. Éramos uno, el mundo se esfumó en el canto de las rosas. En medio de nuestra oda celestial oí una voz que gritó: ¡Jaime, despierta se hace tarde para tu trabajo! Era mi madre. Me recordó una vez más que en un sueño siempre estarías, vida mía.
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Víctima colateral
Rocío Prieto Valdivia.
“Cuántas veces sostuvimos una plática en ese restaurante al que nunca nos atrevimos a entrar, y hoy es una de las cifras de los cientos de negocios que han cerrado debido a la pandemia”, tecleaba Carlos en su ordenador como un contexto para su columna semanal y aunque no le daban ni siete centavos, lo hacía sentir vivo en su confinamiento. El departamento lujoso en el cuál antes habitaba se encontraba a pocas calles de su nueva morada. Él se había convertido en una de las cifras del desempleo por la nueva normalidad en la cuál los hombres de más de 50 años ya no eran indispensables para los empleadores. En su nuevo departamento de 4x4 solo cabían él y su gato Powi. Esa bolita color caramelo y ojos azules como un mar inmenso. Los maullidos del gatito lo despabilaron, de esas intenciones de abandonar el mundo, aquella noche de invierno en la cual no podía dormir recién se habría instalado tras recibir su liquidación y la venta de su propiedad. Por ende su antigua vida de chavo ruco o Daddy Sugar se le vino al lastre. Pasaba las noches tragándose sus fantasías de antaño. Y en particular la noche en qué Powi llegó a su vida. Estaba resuelto a levantar una copa, llenarla de cianuro y acabar con su vida. Las paredes descarapeladas, el rechinido de la ventana y ese encierro mental estaban por volverlo loco. El pequeño Powi con las pocas fuerzas qué aún tenía maulló, y en la oscuridad del callejón hizo de salvoconducto para Carlos. En cuanto se encontraron supieron que todo estaría bien, o al menos Powi ya tenia asegurado un lugar para pasar las frías noches de invierno. Los días fueron pasando uno tras otro y de vez en cuando Carlos compraba un pedazo de bistec para compartirlo con su rommie. Alguna vez se repitió que ahorrar para su vejez era uno de sus objetivos no primordiales y si no fuera porque heredó de sus padres el lujoso departamento ahora estaría viviendo debajo de un puente. Claro junto a Powi, su Powito. Al qué acariciaba mientras las lentas horas pasaban en ese confinamiento auto impuesto por él mismo. En su mente el virus había hecho estragos irreversibles. Y aunque estaba vivo, Paula, su mujer extrañaba sus palabras hirientes. Lo supo ese día cuándo el médico salió del área de Covid-19 para darle la noticia tan esperada durante días de angustia y carreras en busca de medicamentos para sacar el virus del cuerpo de su marido. – ¡Familiares del señor Carlos Ugarte! Paula se levantó apresurada y se acercó a la puerta. – ¿Usted es familiar del paciente? – Soy su pareja. –Las palabras resonaron en su mente. – Lo entiendo doctor y muchas gracias. Los días siguientes todo cambió para el paciente 045 o Carlos, quién pasaba los días en su habitación en un mutismo eminente, con su gato ronroneando a sus pies.
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La luz Es una hermosa noche, las estrellas brillan, la luna llena abarca un gran cacho del cielo y muy confiado, me acerco a la puerta de la cafetería donde mi novia trabaja. La abro y soy recibido por el exuberante aroma de las tortillas de harina y el café recién hecho; otrora aquello despertaba mi hambre, pero ahora lo único que logra es hacer retorcer mi estómago del asco. Mi novia, la única razón por la entré a este cochino lugar, se encuentra atendiendo el negocio detrás de la barra. Sus ojos se iluminan al verme. ―Hola, hermosa ―camino hacia la barra y sobre ésta, nuestros rostros se acercan hasta fusionarse en un beso. ―¡Par de tortolitos, guárdense algo pa’ más tarde, órale que se queman mis chilaquiles ―son los comentarios burlones que sueltan varios de los comensales habituales. ―¡Ya voy, ya voy! ―responde mi novia a sabiendas que es un juego― Oye, sé que planeaste algo para hoy, pero, ¿puede esperar un par de horas?; papá salió y me dejó encargada de cerrar ―nerviosa, mira hacia el suelo a la par que entre sus manos, estruja un viejo trapo con el seca los platos después de lavarlos. ―Por supuesto, tenemos todo el tiempo del mundo ―cómo me odio por decir eso. Ella sonríe antes de volver al trabajo. Mientras la observo ir y venir de un lado a otro, no evito repasar en mi mente todos los defectos que le he encontrado: sus ojos de tamaño desigual, ese grotesco lunar carnoso sobre su labio superior y la voz tan chillona que tanto me harta. A veces me pregunto si, después de tanto tiempo, ella hará lo mismo. Por casi dos horas espero que termine y mientras lo hago, veo un rato el futbol en una vieja televisión que tienen montada en la pared, charlo con otro cliente y me tomo un café. ―Perdón por hacerte esperar ―dice al fin, exhausta.
Ronnie Camacho Barrón ―No te preocupes ―sonrió de oreja a oreja. ―Déjame apago las luces y cierro las puertas para que nos vayamos. ―Claro. Y escuchamos el sonido de la puerta abrirse a nuestras espaldas. Un hombre ha entrado a la cafetería, luce nervioso, no aparta la mano del bolsillo derecho de su pantalón y esconde su cara debajo de un sombrero y unas gafas de sol. Con cuidado examina el lugar. antes de centrar su vista en nosotros. ―¡Ya cerramos! ―mi novia se muestra apenada. Sin mediar palabra y con paso tembloroso, el hombre se da la vuelta, pero no para marcharse, en lugar de eso cierra la puerta de la entrada con candado y se aproxima a la barra. ―Dame todo el dinero ―dice tan rápido que apenas si se le entiende. ―¿Cómo? ―pregunta mi novia con una sonrisa nerviosa. ―¡Me escuchaste! ¡Que me des todo el dinero! ―desenfunda una pistola y le apunta a la cara. Al ver el arma ella grita aterrada y el ladrón, que de por sí ya luce nervioso desde que entró, también se asusta y aprieta el gatillo. Una bala sale disparada y los sesos de mi novia se estampan contra la pared, antes de que esta caiga muerta al suelo. ―¡Asesino! ―la ira me invade al presenciar aquello y trato de abalanzarme sobre él. No logro mucho; apenas me ve levantarme de mi asiento, apunta en mi dirección y también me fulmina de tres disparos en el pecho. Cual colilla de cigarro me desplomo y mientras la penumbra se apodera de mi visión, observo como el ladrón quita el seguro de la puerta y sale corriendo.
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Un frío acalambrado me abraza y siento cómo me hundo en la profundidad de la nada, hasta que de pronto, algo sucede: una tenue luz comienza a atravesar la oscuridad que tapiza mis ojos. A cada segundo se agranda y alcanzo a distinguir que aquella luminiscencia, proviene de la poderosa luna llena que impera en el cielo. Me encuentro frente a la entrada de la cafetería y aún en contra de todos mis deseos, vuelvo a abrir la puerta. Los ojos de mi novia se iluminan al verme. ―Hola, hermosa ―me acerco a la barra, nuestros rostros se funden en un apasionado beso y los comensales se mofan de nosotros. ―¡Ya voy, ya voy! ―ella les sigue el juego― Oye sé que planeaste algo para hoy, pero ¿puede esperar un par de horas? Papá me dejó encargada de cerrar ―estoy cansado de ésto. ―Tenemos todo el tiempo del mundo― ¿por qué no me fui cuando pude?. Regresa al trabajo. Mientras la espero, vuelvo a ver el partido, como siempre el Cruz Azul perdió; tengo la misma trillada conversación con el otro comensal y me bebo un repugnante café. ―Perdón por hacerte esperar. ―No te preocupes ―mi rostro sonríe pero lloro por dentro. ―Déjame apago las luces y cierro las puertas para que nos vayamos. ―Claro. Comienza a apagar las luces y otra vez, el característico sonido de la puerta abriéndose. El ladrón entra, exige el dinero, ella grita, de un tiro la silencia y mientras yo trato de vengarla, me mata también. Otra vez la oscuridad se apropia de mis ojos, el frío me abraza y la nada me absorbe, hasta que la luz de la luna vuelve a hacer su aparición. Ya he vivido esto más de cien veces y lo seguiré haciendo. Es el destino que le depara a las almas que murieron de forma tan abrupta; estamos condenados a repetir nuestra muerte, hasta el fin de los tiempos… aquí voy de nuevo.
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Saliva, sudor y semen. Jesús Ignacio Trejo Mendoza Después de una guerra nocturna te levantas de la cama y me preparas un café, haciendo tregua nuestra lucha sexual. Te recoges el cabello dejando que vea tus pechos desnudos, símbolos de libertad gravitacional. ¿Qué podría pasarme ahora que estoy completo? Te observo caminar hacia mi con tus caderas bailando de izquierda a derecha, te sientas en una orilla de la cama, me dices al oído, quedito: “Es bueno tenerte cerca”. Estas palabras me llenan el alma y, mientras te beso, el cuarto se ilumina tenuemente con los rayos del sol que se levanta según te acuestes a mi lado. Paso mi lengua por tus piernas de marfil mirándote fijamente a los ojos, los movimientos de tu cuerpo me guían al centro de tu placer que espera ansioso y húmedo la caricia del amor que siento. Besas mi cuello, mis labios, mi pecho, mi gloria que también es tuya. Acaricias mi espalda con tus uñas. Cabalgas firmemente mi sexo, proclamándote diosa: Atenea, Afrodita; Laura. Disfruto verte gozosa sobre mí, empapándome alegría y gritando amores al aire: mi nombre. Llega tu explosión con el final de mis finales y con la boca entreabierta me sonríes, miras mis ojos con tus ojos miel virgen, me tomas del brazo y te pegas a mí, dejando en letargo la puerta que da vida, y la quita también. Convaleciente, acepto mi derrota ante tu cuerpo desnudo y tendido sobre la cama. Para entonces el café se ha enfriado y yo te adoro como se adoran a las vírgenes y a los santos. Termino por darte el último de mis suspiros acompañado de un beso tierno en la mejilla, tomo distancia para ver tu belleza de lejos como buen apreciador del arte. Tú caes dormida. Yo me ducho y me largo a la oficina.
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El lechero y la doble Había un lechero que estaba enamorado de una joven de su pueblo. A toda hora pensaba en ella y buscaba la manera de acercársele, pero ella lo ignoraba porque un hechizo pesaba sobre ella de tal manera que no podía enamorarse de nadie. Una tarde mientras ordeñaba a su vaca favorita, el lechero dijo: - ¡Ay de mí, enamorado sin remedio, sin ser correspondido! ¿Qué puedo hacer vaquita? ¿Acaso conoces un remedio? - Conozco una forma– dijo la vaca, y por supuesto, el muchacho se fue de espaldas con la sorpresa de escuchar hablar a su vaca que hasta entonces sólo le había dado leche y no consejos. - ¿Cómo es que me hablas? - Tú me dirigiste la palabra. Es de mala educación dejar a las personas con la palabra en la boca. Pero no le digas a nadie que te contesté, o no te voy a dar consejos. - ¿Acaso sabes cómo acercarme a la mujer que amo? - ¿Guardarás nuestro secreto? - Claro que sí. vaquita. - Entonces acerca un recipiente porque te voy a dar una leche especial que debes de tomarte en la noche antes de acostarte a dormir. Medio vaso de esa leche te transportará al mundo de los sueños, y allí podrás acercarte a tu amada. Las mariposas te guiarán hacia ella; cuando la encuentres dile: “Si no me quieres y no me amas, tampoco me temes ni me mandas”. Entonces ella podrá venir a ti. Ten cuidado, cuando escuches cantar al gallo debes volver al mundo tangible antes de que amanezca, o quedarás atrapado en el mundo de los sueños. El joven hizo tal como la vaca instruyó y una vez en la tierra de los sueños, fue siguiendo a las mariposas hasta llegar a una torre, donde asomada a una ventana alta, pudo ver a la mujer que buscaba; tiró una piedrita a la ventana para llamar su atención, cuando ella se asomó le gritó: “¡Si no me quieres y no me amas, tampoco me temes ni me
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Mario de la Cruz Arreola mandas!”. La mujer se convirtió en dos doncellas idénticas, una de las cuales bajó por una enredadera en la pared hasta encontrarse con el muchacho. La pareja caminó por un tranquilo paraje lleno de mariposas del mundo de los sueños, platicando animados de tantas cosas que el canto del gallo los sorprendió ya tomados de la mano. Se despidieron con un beso y él preguntó: - ¿Te podré ver en el mundo real? - Ahí estaremos dentro de la misma persona, yo y mi parte atrapada en la torre. Mi otra parte no podrá ponerte atención pero yo buscaré la manera de comunicarme contigo. El hombre salió de su trance cuando el día amanecía en el mundo tangible. A mediodía fue a buscar a su amada; la encontró parada bajo un árbol mirando hacia las montañas. - ¿Buenos días, te acuerdas de mí? - Claro que sí, eres el lechero del pueblo. Todavía tenemos suficiente leche en casa. - ¿Qué miras en las montañas? - Al otro lado de las montañas hay una ciudad. Un hombre rico de esa ciudad le entregará a mi padre varios cofres de oro para casarse conmigo. - ¿Quieres casarte con él? - Mi familia bien puede aprovechar ese oro y yo de todas formas no puedo enamorarme de nadie. El hombre es viejo y tal vez yo sólo tenga que soportar ese matrimonio durante pocos años. Me parece una buena oferta. Discúlpame voy a retirarme, no quiero que nos vean e inventen chismes que echen a perder un buen negocio. La mujer miró al joven a los ojos, se quitó del vestido un prendedor con forma de mariposa y lo dejó sobre una piedra frente al hombre, luego dio media vuelta y se fue. El hombre guardó el prendedor en su bolsillo y volvió a su casa. En la noche entró en trance, tal como le había enseñado la vaca. Una vez en el
mundo de los sueños fue a buscar la torre y a la muchacha. Cuando ambos se encontraron en el lugar de las mariposas, él metió la mano a su bolsillo para sacar el prendedor, que ahora también tenía forma de silbato y de llave. - Sóplalo– dijo ella. Y en el instante cuando escucharon el sonido del silbato, todas las mariposas del lugar se juntaron frente a ellos en una gran mariposa, más grande que dos caballos juntos. Los enamorados subieron en el lepidóptero, volando sobre el paisaje rumbo a la torre, desmontando en la terraza más alta del edificio, donde había una puerta cuya cerradura abrió con el prendedor-mariposa-silbato-llave. Bajaron una escalera y llegaron a la habitación donde se encontraba la doble atrapada. - ¡Vámonos!– les dijo el muchacho, emocionado. - Ella todavía está hechizada –interrumpió la doble que lo acompañaba– Te traje aquí para que vieras otra cosa, ven conmigo más abajo en la torre. El lechero la siguió hasta una cámara subterránea, y ahí en una celda oscura; la muchacha llamó a alguien encerrado para que se acercara a la reja, iluminada por la luz que entraba por el hueco de la escalera. El prisionero era el doble exacto del lechero. - El brujo que me hechizó, lo hizo para controlar la voluntad de todos los hombres que se enamoraran de mí. En esta torre hay muchas celdas y dentro muchos dobles de otros hombres, como el tuyo. - Yo no puedo liberarme –dijo el joven– porque no lo deseo. - No lo puedes desear, porque estás hechizado. - Pero deseo liberarte a ti ¿cómo puedo liberarte? - Necesito que liberes mis pensamientos. Verás, mi doble y yo solíamos ser una persona solamente, y al estar unidas teníamos muchos pensamientos diferentes a la mayoría de las personas. En el pueblo, los aldeanos me decían: “Le cantas a tus plantas aunque no te escuchan, saludas a las aves y no saben hablar, quieres saber por qué el sol se esconde más pronto en invierno... ¡el sol es sólo el sol!”. Y así, de tanto que me criticaban, empecé a dudar de mí misma; busqué al brujo y le
pedí que alejara esos pensamientos de mí, pero él me pidió a cambio le permitiera usarme para hechizar a los hombres que se fijaran en mí. Yo accedí, el brujo guardó mis pensamientos diferentes en un cofre debajo de su trono en la última habitación subterránea de esta torre, desde entonces me usa como señuelo para atrapar la voluntad de los hombres. - Vamos por el cofre. - No puedes vencer al brujo porque es muy poderoso, te obligará a que le entregues algo a cambio del cofre, algo que a la larga te pondrá bajo su poder; lo he visto engañar así a muchas personas. Pronto cantará el gallo, debes irte. - Buscaré la manera de liberar tus pensamientos de ese cofre y volveré. El joven regresó al mundo tangible, se levantó temprano para ir a pedirle consejo a su vaca, la cual después de oírlo, le dijo: - El brujo te va a pedir que le entregues por escrito el nombre de tu padre. Así tendrá poder sobre tus hijos y los hijos de tus hijos cuando nazcan. - ¿Cómo puedo evitarlo? - Hay una manera. Ve al río y sigue el cauce hasta las afueras del pueblo alejándote de las montañas. Llegarás a una pequeña cascada. Debes permanecer sentado bajo la cascada todo el tiempo necesario hasta escuchar un nombre. La cascada te dirá un nombre secreto, recuérdalo bien, escríbelo y escóndelo. Solamente tú debes conocer tu nombre secreto para vencer al brujo. Su poder está en un dije colgado en su cuello, consigue el dije, así abrirás el cofre. El lechero hizo tal como la vaca le instruyó. En la noche tomó el medio vaso de leche y entró a las tierras oníricas, llamó a la mariposa con el silbato, entró en la torre y bajó hasta la cámara más profunda. Ahí en la oscuridad, sentado en su trono el brujo esperaba. - Acércate muchacho. ¿Quieres éste cofre debajo de mi trono, no es así? Algo me darás a cambio. Escríbeme en ese papel sobre la mesa el nombre de tu padre y dámelo. ¿No te parece un precio barato por éste cofre?
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El joven cumplió con las peticiones del brujo. Al recibir el cofre sin candado, evitó abrirlo, lo puso detrás suyo y le pidió al brujo su dije. - ¡Silencio, tonto! Ahora tengo poder sobre ti. - No, no lo tienes. Te quitaré el dije yo mismo. Con toda facilidad el joven sometió al brujo y le arrancó el pendiente del cuello. El brujo estupefacto lanzaba sus pases mágicos sin resultado; cuando perdió el dije, lanzó un alarido y se desvaneció en una nube de humo negro. El lechero subió de regreso las escaleras, liberó a su doble, ambos recogieron a la mujer doble entregándole el cofre; ellas lo abrieron volviendo a ser una de nuevo; el lechero también volvió a ser uno; juntos salieron de la torre volando en la mariposa, desde el aire pudieron ver muchos dobles huyendo del edificio por huecos recién abiertos. Cuando el muchacho despertó en el mundo tangible, encontró en su bolsillo el dije del brujo: un cristal violeta con forma de cuerno. El lechero salió de su habitación, llegó al establo y le preguntó a su vaca: - ¿Qué puedo hacer con éste cristal? - Ponlo bajo mi pezuña. La vaca aplastó la joya, al instante se convirtió en una señora que el lechero reconoció al cabo de un par de respiraciones, abrazándola emocionado. - ¡Mamá! ¿Qué fue lo que te pasó? - El bobo de tu padre tenía miedo de que lo abandonara una esposa tan bonita como yo, por ese motivo le pidió al brujo me hechizara para que no pudiera irme de la granja. Siempre estuve a tu lado, hijo mío.
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En eso escucharon un fuerte rebuzno proveniente del interior de la casa del lechero. - Ese debe ser tu padre, al romperse mi hechizo, él quedó convertido en burro. - ¿Qué podemos hacer ahora? - Los burros son muy trabajadores. Resistentes. Aunque son tercos, por eso mismo son perseverantes. Un burro tiene muchas cualidades. Nos ayudará mucho con la granja, además sólo será por una temporada, ya se le pasará. ¿Por qué no vas a visitar a la muchacha que rescataste? El lechero fue a visitar a la joven. La encontró de nuevo bajo el árbol, pero ahora ella miraba hacia el camino por donde él venía: lo estaba esperando. - Muchas gracias por haberme liberado ¡Tengo tantas ganas de enamorarme! - Yo también me he liberado. Y ya no me siento atrapado en mi obsesión por ti. - Felicidades ¿oye, puedo enamorarme de ti? - Por mí encantado, me gusta mucho sentirme libre junto a ti. ¿Qué pasó con el viejo rico? - Era el brujo disfrazado, cuando le quitaste su poder volvió a su forma original en el mundo tangible, toda su riqueza era robada. Lo encarcelarán pronto. La pareja vivió un noviazgo, luego se casó, tuvieron muchos hijos y una próspera granja lechera.
El armero
JR Spinoza
…y vio todas las armas creadas en los últimos seis mil años, algunas creadas por hombres. El armero le dio a elegir una que podría usar en la guerra contra los dioses. Después de recorrer cada centímetro del lugar, leyendo las descripciones que iban desde la poderosa Excálibur, o la mítica Summarbrander —llamada Sikanda— hasta las ametralladoras, como M249 capaz de disparar calibre 56 a 900 balas por minuto. El hombre se detuvo frente a una pluma. —¡Esa es la Pluma de Aarón! —Aquí dice: “Pluma de Gilgamesh”. —Vuelve a revisar. La inscripción cambiaba cada tres segundos: Pluma de Homero, Pluma de Shakespeare, Pluma de Cervantes, Pluma de Kafka, Pluma de Borges… —¿Para qué sirve? —¿Para qué sirve una pluma? —¿Para escribir? El armero carraspeó. —Te equivocas grandemente. La pluma no escribe, al igual que los ojos no ven. La pluma es el medio para que la escritura llegue a este mundo. Es el arma más poderosa de mi colección; antes de que te la lleves debo hacerte una advertencia. El hombre ya tenía la Pluma en las manos. Miró al armero a los ojos, que se tornaron oscuros, como charcos de brea. —No hay manera de saber hasta dónde terminará la influencia de lo escrito, como tampoco sabrás si lo que escribes es obra tuya o de alguien más que te ha querido escribir escribiendo. El hombre se marchó, lleno de esperanza, sin saber que no era la primera vez que el armero recitaba aquella advertencia; y que la pluma siempre regresaba a su galería.
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Analogía salvaje
Lázaro Mayorga Ayala
¡Para cuando se dieron cuenta del peligro que las acechaba, era ya demasiado tarde para aquella manada de gacelas! Un enorme tigre se lanzaba a toda velocidad hacia ellas. Las que reaccionaron a tiempo emprendieron una veloz carrera tratando de salvarse, quedando rezagadas las menos ágiles. El hambriento felino divisó a las más rellenita y torpe, que no corría a la velocidad de las demás. De un salto la derribo, para después, con una rápida y precisa mordida a la yugular, eliminarla. Así es la ley de la vida en la selva, y en cualquier lugar. Los más fuetes venciendo a los más débiles. Cuando algún felino ataca a las manadas de gacelas, la única defensa que tienen es su velocidad. Cuando atrapan a una de ellas, las demás que pasan a su lado, la ven con lástima. Compadecen su suerte, pero no paran de correr. Quizás agradecen a su buena fortuna que se han salvado. En mi ciudad hay dos grandes naves industriales donde se concentran la mayoría de las plantas maquiladoras, y ambas se encuentran a la salida del pueblo. Una, rumbo a Playa Bagdad y la otra por la carretera Sendero Nacional. Cuando los obreros terminan de laborar, estas dos importantes avenidas se congestionan por el tráfico. Y es a esa hora, cuando varias patrullas de la policía vehicular, conocidas como “tránsitos”, se estacionan en puntos estratégicos, para dejar pasar frente a ellos gran cantidad de coches; prenden las sirenas y se lanzan tras, como los felinos con las gacelas, tras los más débiles. Los asustados automovilistas tratan de escapar, con base en la velocidad, del peligro, de una segura extorsión. La mayoría de los vehículos de los obreros son usados, traídos de forma ilegal, de U.S.A., pues con su sueldo no alcanza para más. Por lo tanto, no están al corriente en mantenimiento y papelería. Esto lo saben los ‘tránsitos’ y por eso los cazan a la hora que salen de trabajar, para extorsionarlos por cualquier supuesta falta. Y como sucede en las selvas, cuando los felinos atrapan a las presas menos ágiles, las patrullas detienen a los coches que corren más lentos. Mientras los conductores de los demás vehículos tratan de huir a toda velocidad. Voltean a ver a la víctima con compasión, por su mala suerte, pero aceleran tratando de no ser el próximo. Desde siempre, los felinos han casado a las gacelas para comer. ¡Puro instinto de supervivencia! En cambio en mi ciudad, durante décadas las patrullas de tránsito han cazado y extorsionado a los obreros, no por supervivencia si no para enriquecerse más rápido. ¡Ellos, y sus jefes inmediatos!
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Sobre Viento de agua En un recorrido por trece capítulos que evocan los títulos de las obras objeto de su análisis (ocho cuentarios y cinco novelas), nos aproximamos a la historia crítica de la literatura contemporánea de Campeche, específicamente del lapso entre 1990 y 2007. El autor asume el riego de valorar producciones muy recientes. En el prefacio, Carlos Vadillo Buenfil; además dar cuenta de los talleres literarios de Campeche, sus coordinadores y las publicaciones periódicas que circularon en el período estudiado; cuestiona la supuesta crítica de los comentaristas de textos que destacaban sus valores morales, o la falta de ellos, siendo incapaces de juzgarlos como obras de creación artística. Ejemplifíca esta falta de rigor analítico con “Expediente”, columna de Rafael Barrera, en la que arremete contra Como hierba ardiente de Sergio Witz, lo que nos recuerda que este poeta años después fue procesado legalmente por el contenido de sus textos, en lo que Miguel Carbonell, reconocido abogado defensor de los derechos humanos, calificó de ultraje a la libertad de expresión (Carbonell, 2006). A lo que puede llevar la ausencia de una crítica especializada. Vadillo Buenfil, en cambio, analiza los textos con las herramientas propias de la teoría literaria y el contexto con las herramientas de las Ciencias Sociales; es sensible y empático con los grupos en situación de vulnerabilidad, por ejemplo, cuando explica la escasez de autoras: “las narradoras oriundas de Campeche no han tenido dinero, tiempo, preparación ni estímulos; tal vez ni siquiera un cuarto propio para eslabonar sus historias” (Vadillo Buenfil, 2018: 20). Lo mismo cuando examina La rebelión de los cruzoob, de Miguel Ángel Suárez Caamal; el análisis de Vadillo Buenfil destaca el punto de vista de esta novela, el de los mayas sublevados, cansados de vejaciones y explotación. El crítico nos va presentando las estrategias narrativas; los recursos metodológicos tomados de la Historia
Cristina Leirana como disciplina, y las figuras poéticas que hacen de La rebelión de los cruzoob un texto de ficción narrativa. Tallereses, edición realizada por la Casa de la Cultura de Campeche en 1990, fuera de esta entidad, es el primer libro analizado en Viento de agua… Uno por uno va dando cuenta de los logros de sus nueve autores, premios y nivel de circulación de los libros que publican. Destaca la singularidad de las voces autorales, que luego se disgregan para emprender cada quien su camino personal. Música urbana es el libro estudiado en segundo lugar, un cuentario de Radamés Novelo Zavala. Vadillo va sopesando la calidad de los textos de este libro a través de un profundo análisis acerca del desarrollo de los personajes, la voz del narrador, la representación sensorial de la atmósfera. La exposición de Carlos Vadillo Buenfil es útil, como herramienta didáctica para los creadores: a partir de los fallos señalados en los textos, da idea de cómo crear textos literarios de calidad. La breve complicidad del recuerdo de Enzia Verduchi, Premio Nacional de Cuento “Efraín Huerta” 1992, es la tercera obra comentada. Destaca la variación de los puntos de vista; la vívida representación de las percepciones, las imágenes poéticas y sus finales abiertos. Muy acertado me parece que Carlos Vadillo Buenfil consigne la existencia histórica de sus textos literarios, y más que sea a través de la perspectiva de otro crítico su valoración textual. De Fernando Sánchez Mayáns es la reseña de Donde se fragmenta el oleaje (1996), de la autoría de Carlos Vadillo Buenfil. Se destaca la melodía de estos cuentos, así como la íntima proximidad que establece con sus lectores.
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El tío justo y otros cuentos para niños (1997) es de Miguel Ángel Suárez Caamal. Vadillo Buenfil, además de analizar estructuralmente los relatos, destaca que recrea las tradiciones y vocablos mayas que dan un sabor propio al español de la Península de Yucatán. Se trata de un relato metanarrativo, donde el omnisciente establece la habilidad oral del tío Justo, quien luego cuenta las leyendas y anécdotas. El secreto de los pájaros de Miguel Cocom Pech dialoga con la obra de Miguel Ángel Suárez Caamal por el tono didascálico y la referencia a la cultura maya. El nieto representa la comunidad que recibe de sus mayores la sabiduría ancestral. Respecto a Los amantes de la luna en el pozo, de Fausta Gantús, el crítico da por mejor logrados los más largos y destaca el lirismo de su prosa. Vadillo, como un taxidermista, nos presenta la estructura de cada uno de los textos. También señala la importante recreación del anodino lugar que la sociedad campechana asigna a sus mujeres. El unicornio y el escribidor, de Guillermo García Guzmán, con puntos de vista que se alternan, con relatos adentro de otros, muestra a personajes contemplativos, que en la fantasía remedian el tedio de la realidad. Navegante de Tauros, de Wilbert Romero Alonozo, la primera novela comentada en este libro de crítica literaria, es de ciencia ficción. De ella se nos dice que denota la falta de malicia literaria, que hay amontonamiento de datos que no contribuyen a que la acción avance.
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De Mago del sur, de Salvador Novelo Espadas, nos dice que duplica los argumentos de Pedro Páramo. Un pato, de Eutimio Sosa es un relato político con tintes policiacos. La bestia que subió del mar, de Radamés Novelo Zavala (1995), de forma realista narra la situación económica de quienes trabajan en la pesca del camarón. A lo largo del libro encontramos cómo el crítico deconstruye a los personajes masculinos autoritarios; cómo ubica la visión de narrador y personaje con relación a su posición en la estructura social, destacando cuando son recreadas violencia y opresión patriarcales. Viento de agua. Atisbos a la narrativa campechana de los noventa presenta un panorama muy completo para saber qué se está escribiendo en Campeche.
Referencias. Vadillo Buenfil, Carlos (2018) Viento de agua. Atisbos a la narrativa campechana de los noventa. Secult/Secretaría de Cultura. Carbonell, Miguel “Ultrajando a la Constitución. La Suprema Corte contra la libertad de expresión” en Revista de Teoría y Filosofía del Derecho, número 24, abril de 2006: 171-186.
El Zaguán
Jesús Jaramillo
Si la tarde hubiera podido contarme el acontecimiento histórico del día siguiente, donde el sol tardaría en aparecer dentro de nubes lluviosas y un cielo blanco, estoy seguro que no podía haberle creído. Por supuesto, no estaba presente el café y me encontraba desdichado, con la mirada desperdigada. Las paredes, poco comunes, se erguían débiles de piel, con distintos tonos navideños pasados de moda desde hacía tanto tiempo que era difícil recordarlo, o simplemente inútil. Frío era el respiro planetario que cubría el interior de mi hogar, porque había de llover y las paredes lo sabían. El zaguán que culminaba y daba paso a la entrada principal se vio sumergido, y experimenté un escalofrío. Se rasgaba la pintura ante mis ojos escépticos como habrían desgarrado las espadas cuerpos culpables e inocentes, sanguijuelas que absorbieron a nuestros antepasados, y los residuos eran blancos, rojos, naranjas y grises. Entonces, en el fondo del pasillo hallé la respuesta que siempre temía cada día a las tres de la madrugada: había alguien allí. Sin rostro, ni corazón. Siempre había vivido aquí, teniendo un solo propósito en su existencia poco bienvenida: encontrarme.
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Nunca me lo cuentes todo Eran las diez… sí, quizá eran las diez de la noche, cuando llegaron a mi casa. Había terminado mi cena, acababa de limpiar mi plato y me disponía a sentarme en la sala a esperar. Ya todo estaba listo. Antes de llegar al sillón para relajarme, alguien llamó a la puerta. Tocaban la madera con insistencia, intentaban abrir el picaporte mientras gritaban “es la policía, señor Camacho, sabemos que está ahí...” Abrí la puerta con parsimonia ensayada, me presenté: —El señor Ronnie, en persona —dije, haciendo una leve reverencia— adelante por favor. Los detectives entraron dándome un leve empellón con el hombro, primero uno, luego el otro. No me enojé, sabía que era parte de su actuación. Les hice la seña hacia la sala de estar y no fue hasta que llegaron a la mitad del recinto que se presentaron. “Soy el teniente Spinoza, de homicidios”, me dijo uno de ellos enseñándome una placa bien lustrada, luego agregó señalando a la mujer, “mi compañera, la detective Ruth Martínez”. Sabía cuál era el motivo de su visita, yo era el sospecho principal del asesinato de una pareja de reporteros, los habían matado con machete. Los detectives rehusaron sentarse, caminaron despacio de un lado a otro mientras observaban todo. La detective Martínez me lanzaba preguntas mordaces, en tanto que Spinoza me tendía toda una serie de provocaciones verbales para que tropezara. Martínez llegó hasta el librero, de un estante tomó una fotografía que estaba junto a unas galletas de niño explorador, la imagen era del mismo librero de donde había agarrado la foto, la miró bien y luego buscó con la mirada el punto exacto desde donde se había tomado; según sus cálculos, desde un lado de la ventana. Los primeros minutos del interrogatorio me la pasé de maravilla, estaba en total control de mí y de la situación. Pero Spinoza, el muy cabrón, se acercó a la mesa del comedor a echarle un vistazo a mis papeles; borradores y retazos de textos. Entonces vi la esquinita de la hoja y mi corazón se echó a correr 46
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Daniel Barrera Blake
de nervios; esa pequeña, pequeñísima parte de una hoja que sobresalía de mi laptop cerrada. —¿Qué tienes aquí? —preguntó el teniente, tomando la pila de papeles a un costado de la computadora. —Mi trabajo —Ah, eres el escritor ése, ¿no es cierto?, el que escribe sobre criaturas y cosas raras Aproveché la plática que se originó sobre mi trabajo para acercarme con disimulo. Intentaba mantenerme calmado, sería mejor si no daban cuenta de mi nerviosismo. Me moví de tal forma que provoqué que Spinoza se retirara un poco de la mesa, me acomodé entre él y la laptop, llevé una mano hacia atrás de mi espalda y con movimientos lentísimos comencé a sacar la hoja atrapada entre las fauces de la computadora. El corazón me latía tan fuerte que pensé que los detectives lo escucharían. Quizá fueron diez minutos de un movimiento casi imperceptible, quizás más, pero al final lo logré, extraje el papel y me lo guardé en el pantalón mientras le desviaba la atención al teniente, pero la detective Martínez se dio cuenta de todo mi movimiento, quizá fui demasiado obvio, de inmediato me dijo “!Eh! ¿Qué escondes ahí?”, mientras me arrebataba la hoja de las manos. —Conque si… jefe, este asesino intentó esconderse esto Spinoza tomó la hoja que le pasaba su compañera y le echó un vistazo. — ¿Qué es esto? —preguntó —Solo es un cuento, nada más… Pero tal vez mis nervios me traicionaron, porque los detectives le dieron la mayor importancia. El teniente se sentó a leer el cuento, Martínez se quedó cerca, sin quitarme la vista de encima. Spinoza se aclaró la garganta y comenzó la lectura:
Nunca me lo cuentes todo “Eran alrededor de las diez de la noche cuando llevé a cabo mis planes asesinos...” Los detectives de inmediato voltearon a verme con ojos entornados, al leer esa primera línea , “…ya había cenado y recién había terminado de limpiar mi plato y demás utensilios. Me disponía a relajarme en el sillón de la sala cuando unos golpes sonaron en la puerta. Me dirigí a ver quién era…” —Por favor no lo cuente, detective… —¿Qué?, es tu cuento, ¿Qué pasa, es una confesión? —me dijo. Continuó con la lectura del cuento donde relataba la astucia infinita con la que había asesinado a un reportero de nombre Luis Álvarez y su camarógrafa Elizabeth. Aquel cuento se había robado la total atención de ambos detectives; Ruth terminó sentada al lado de su compañero, sumergida en la lectura. …el reportero Luis, que rehusó sentarse, intentaba ser gracioso, era su juego, quería que tomara confianza y me relajara para que resbalara a la hora de las preguntas fuertes, pero yo estaba en total control de mí mismo y de la situación. Incluso me daba cuenta como su compañera se acomodaba a un lado de la ventana y con disimulo tomaba una fotografía del librero donde había un par de galletas de niño explorador… la detective interrumpió la lectura. —Lo sabía, es una confesión, como en esos capítulos de… —Cállate Martínez, déjame terminar de leer —la atajó Spinoza. —¡No! Por favor no me lo cuente todo —tercié— nunca me lo cuente todo. —Cállese usted también, y manténgase a la vista —Spinoza tomó el control de la situación, o así lo creyó. …el reportero y su colega continuaron dándole rodeos al asunto, quizá era su estilo de investigar, no lo sé, pero la plática se me volvió aburrida, así que adelanté un poco las cosas. —Y díganme, ¿para que soy bueno? —pregunté. —Creemos que usted asesinó a un par de
niños exploradores la semana pasada —me soltó de frente la camarógrafo. —Se llamaban Edgar y Astrid… —me recriminaba el periodista, enseñándome las fotografías de los difuntos scouts. Los policías se miraron rápido entre ellos y luego dirigieron su mirada hacia mí, casi podía adivinar sus pensamientos. Continuaron leyendo ese cuento donde relataba como había fingido ante los reporteros todo el tiempo. Y ellos habían supuesto que los nervios me delataban y creyendo que tenían el misterio resuelto, aún antes que la policía, se imaginaron todos los premios que ello significaría. Se confiaron, se sintieron muy cómodos ante su triunfo adelantado. No se dieron cuenta que desde el principio los estuve manipulando con una presentación magistral de mis dotes histriónicos, no sospecharon que yo mismo los empujé a tomar y leer ese cuento titulado “Nunca me lo cuentes todo”, mientras en reiteradas ocasiones les pedía que no me lo contaran todo, que nunca me lo debían contar todo. Y así fue como terminaron los dos sentados uno al lado del otro, inmersos en la lectura de lo que creían (y era) una declaración acerca del homicidio de dos niños exploradores, que habían llegado hasta mi domicilio a venderme galletas y yo con verdadera astucia los había invitado a leer mi cuento sobre criaturas, después con una exquisitez demencial los había manipulado hasta tenerlos sentados uno al lado del otro inmersos en la lectura, mientras muy despacio me movía con machete en mano hasta la parte posterior del sofá y… Los detectives leyeron como los reporteros del cuento, se quedaron con las bocas abiertas al darse cuenta que el relato, que a su vez leían, estaba incompleto; entonces éstos entendían lo que pasó y volteaban hacía atrás, pero demasiado tarde… Los detectives se miraron entre sí y movieron sus manos hacia sus armas en sus cinturas pero fue demasiado tarde también. Lo último que el par de detectives alcanzó a ver, fue un machete blandiéndose en el aire. febrero 2019 a julio 2020
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Terminé de limpiar la sala hacía las cuatro de la madrugada, me paré en el umbral de la puerta y revisé toda la habitación hasta quedar satisfecho, no había rastros de sangre ni de enfrentamientos, nada, la sala de nuevo estaba impecable. Satisfecho de la limpieza, fui a prepararme un té, me acomodé frente a la laptop y me puse a escribir un cuento titulado “No me lo cuentes todo”, que trataba sobre el asesinato de dos detectives.
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Edgar A. Rivera
Una visita en la madrugada
—La humana puede vernos —escucho decir a uno de ellos con voz ronca. Me despabilo un poco, me siento y me recargo sobre la cabecera de la cama. Mi habitación es una penumbra iluminada con los reflejos tenues de luz roja provenientes de mi reloj de Hello Kitty sobre el buró. Son las 3.33 de la madrugada, presiono la nariz de la gatita y se enciende la luz cálida de la lámpara sobre su cabeza. Tallo mis ojos con el anverso de mis manos, dejo que se adapten a la luz y enfoco a los dos criaturas junto a mí. Se trata de dos seres chaparritos, cabezones, de nariz chata y con la piel gris escamosa. Omitiendo las orejas puntiagudas y los cuernos cortos que les nacían en las frentes aplanadas, parecían sapos estirados, panzones, con piernas delgadas y brazos flacos que tocaban el suelo. — ¿Estoy soñando? –pregunté. —Te aseguro que no es así. –Contestó el más gordo de cinco cuernos. —¿Quiénes son Uds, que hacen aquí? —Oh bueno, no solemos conversar con nuestras víc… con los niños. –respondió el más alto, de tres cuernos solamente. —Tranquilo, no hace ninguna diferencia ahora que está despierta, qué más da –intervino el primero cruzando los brazos—. Si de verdad quieres saberlo niña, hemos venido para llevarnos tu alma. —¿Llevarse mi alma? ¿Y cómo piensan hacerlo? —Pues matándote, desde luego. ¡De qué otra manera podríamos separar el alma de tu cuerpo! —Oh, no lo sé ¿han escuchado de los viajes astrales? Una vez leí en alguna parte que en Asia existe una forma de encerrar el alma de una persona u otro ser en una vasija, y en Harry Potter, existen los horrocruxes, también está la posibilidad de… —Cierra la boca niña tonta. ¿Harry Potter? Esto no es un juego, venimos por tu alma y vamos a matarte. —Sí, además, así podremos comerte, tenemos
mucha hambre. –Repuso el de tres cuernos, relamiéndose los labios con su lengua bífida. —Así es, no te lo tomes personal, es solo nuestro trabajo. La parte de llevarnos tu alma al menos, el comerte sí es algo satisfactorio, no voy a mentirte. —Es difícil no tomarlo personal entonces, ya me he encariñado con esta alma y este cuerpo que poseo. ¿Habrá alguna manera de hacerlos cambiar de parecer? —No, no la hay, lo sentimos, vamos a comerte. –Dijo el de tres cuernos con una sonrisa enorme tratando de arrebatarme las sabanas con sus afiladas garras. —Espera un momento –lo detuvo su compañero—, tal vez exista una manera, niña. Entramos por tu ventana cuando pasábamos y te vimos dormir, pero la verdad es que un alma es un alma, no hay diferencia entre la de una persona y otra. Lo que si varia es la carne, el sabor de cada individuo es muy distinto. No sé tú compañero, pero por una vez me gustaría probar algo diferente. —Ah, en ese caso puedo ofrecerles algo diferente, hay alguien más en la casa que pudiera interesarles: mi abuela. —Hmmm… puede ser. —Dijo el de cinco cuernos frotándose la barbilla— ¿Hay alguien más que viva contigo? —En casa, solo estamos yo, la abuela y nuestras mascotas. Mi madre ha salido de viaje por el trabajo. —Bueno… está bien. Aceptamos el trato. — ¿Qué, una anciana? Claro que no. A mí sí me gustan los niños, tengo ganas de hacer taquitos con ella. —Respondió babeando. —Pero mírala bien, es casi puro hueso. Para cuando terminemos de arrancarle los pellejos no va a quedar nada de carne. Suponiendo que vamos a la cocina y efectivamente encontramos tortillas, o pan para
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unos sándwiches, no nos vamos a llenar. Habría que ir por todo el vecindario buscando más niños para comer y mira la hora que es, no nos va alcanzar la noche. Creo que lo más recomendable es, de ser posible, cambiar el menú de hoy y llevar el alma de un mayor al jefe. —Pero yo quiero saborear a la niña. —Ah vamos, ya nos comimos a dos niños ayer, mañana podremos ir a buscar otro. ¿Sabes lo que dicen? Gallina vieja hace buen caldo, además debe ser más fácil de despellejar que una pequeña niña huesuda. –Insistía el de cinco cuernos a su compañero. —Pero… —No, hoy vamos por la viejita. Venga niña dinos por dónde. Asentí y bajé de mi cama, me coloqué mis pantuflas de unicornio y los guíe fuera de mi habitación. —Esa es su recamara, al final de pasillo, la puerta de la izquierda es el baño, no se vayan a confundir. —Excelente pequeña, ahora si no te importa, puedes regresar a tu cama. —Esperen un momento. —Lo siento niña, es muy tarde para cambiar de opinión, está decidido. —No, es solo que pensé que querrían algo para acompañar su merienda, en la cocina tengo jugos, leche y refrescos. Además pensé que querían hacer tacos o sandwiches. Tengo pan blanco que está próximo a vencerse y sería bueno que me ayudaran a acabármelo, a mi madre no le gusta se desperdicie la comida. —Oh, eres muy amable. —Yo quiero un jugo, ¿de qué son? —Intervinó el de tres cuernos. —Síganme y les muestro. Los llevé al refrigerador, el de tres cuernos estaba encantado con la variedad de jugos y bebidas que teníamos en reserva, al final tomó de la puerta un jugo de ciruelas muy contento. El otro estaba parado sobre el zinc buscando entre los trastes el cuchillo más grande y afilado que pudiera encontrar hasta que finalmente se decidió por uno de mango azul. Yo por mi parte me serví un vaso de leche. 50
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—Una última cosa antes de que vayan por mi abuela, ya que estás allá arriba, podrías bajarme el frasco de galletas de la alacena por favor. Mi abuela no me deja comerlas en la noche porque dice que son malas para mis dientes, lo bueno es que ya no tendré que hacerle caso. —Claro pequeña. —En la otra puerta, ese frasco verde de ahí. El pequeño ser bajó el frasco y abrió la tapa circular provocando que una bola de fuego le estallara en la cara. El humo negro a su alrededor se condensó y solidificó en unos instantes, de él emergió una criatura con piel de roca, de cuatro patas gruesas, las delanteras largas y las traseras cortas, con púas en el lomo y orejas largas que colgaban a los costados de sus ojos envueltos en llamas, hundiendo sus colmillos largos en el pecho del pequeño ser que lo había liberado, mientras este manoteaba incontrolable con la cabeza atrapada en las fauces de aquel animal sombrío, que levantó la cabeza y abrió más el hocico para engullirlo entero. El de tres cuernos dejó caer el frasco de jugo y trató de huir despavorido, pero el animal saltó dejando un rastro de ceniza y humo en el aire y cayendo sobre él, aplastándolo, para luego despedazarlo con sus fauces y tragarlo por pedazos. Cuando terminó, el perro infernal vino a mi olfateando. Mi abuela entró a la cocina en ese momento. —¡Matilda no! ¡No! El perro estaba echado de espalda en el suelo, con la lengua de fuera, desprendiendo nubecillas de humo negro cada vez que mis uñas rascaban su barriga. —¿Por qué has liberado al Hellhound? –Tomó la escoba y empezó a darle de palos al perro— ¿Qué es todo este desastre, por qué no estás en la cama? ¿Por qué esta mi jugo regado en el suelo? —Lo siento abuela, un par de Ghouls se metieron en mi recamara y se los di de cenar al Fluffy, no era mi intención molestarte. Mi abuela tomó el recogedor y comenzó a barrer los trozos de vidrio, levantó una de las manos del Ghoul de tres cuernos que Fluffy no había devorado y se le quedó observando
detenidamente con esos lentes de fondo de botella que hacían ver sus ojos el doble de grandes. — ¿Ghouls dices? ¿En esta área, en esta época del año? Esto es muy raro. —Dijeron que estaban recolectando almas para su jefe y que ayer se comieron a dos niños. —¿En verdad? Bueno, en ese caso creo que debo hacer una llamada. —Sacó de uno de los cajones junto a la estufa tres veladoras negras— Tú por favor cambia de forma a ese animal y sácalo al jardín, vamos a dejarlo afuera por si acaso. Y ya regrésate a la cama que en la mañana tenemos muchas cosas que estudiar, todavía no dominas los cuatro niveles de transmutación y tu mamá ya casi regresa de su viaje a Rumania. Mi abuela se retiró con las veladoras y una caja de cerillas. Yo me quedé con el perro, —¿Quién es un buen perrito quién, quién? Le rasqué detrás de las orejas con ambas manos y poco a poco se fue haciendo más pequeño, hasta que fue apenas más grande que uno de mis zapatos, con el cuerpo flacucho tembloroso, de cabeza grande y ojos saltones. Lo dejé en el patio trasero y habiéndome asegurado de que mi abuela se había encerrado nuevamente en su habitación, tomé una caja de galletas de la alacena, mi vaso de leche y me fui a la cama.
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Onirismo
María Guadalupe Olvera Zavala
Esta vez no fue necesario que José me despertara, un dulce llanto tras una de las peores noches ha bastado. “Ya te ví cabrón, ya te ví”, me escucho decir. José se incorpora a mi lado y aún somnoliento me abraza, sabe de mis pesadillas y como siempre, permanece despierto el tiempo necesario para que le cuente y vuelva a dormir. Otras veces he pretendido engañarlo fingiendo conciliar el sueño; me acurruco a su lado y no me muevo, pero él dice que mi respiración me delata y tampoco duerme. Muchas ocasiones enciende la luz con el pretexto de ir al baño, pero sé que lo hace para tranquilizarme. Aún sin soltarme de sus brazos me pregunta, pretendiendo conocer la respuesta — ¿Otra vez el mismo sueño, verdad?— Sin dejar de llorar respondo —Sí, pero se acabó, ahora lo ví— Por el momento esa respuesta lo deja satisfecho, a oscuras seca torpemente mis lágrimas, me abraza con más fuerza y duerme. En nuestra habitación estamos únicamente José y yo. Hay condición de Santa Ana y el viento que se cuela por pequeñas rendijas junto al tragaluz es frío; mueve la caminadora ya desvencijada que he abandonado en el techo y que compré un enero con el propósito incumplido de hacer ejercicio; otra vez me propongo reparar el motor y fijarla a la reja para que el viento no la mueva. Me levanto despacio procurando no despertarlo, se mueve aún dormido y se acomoda en la que llama “ posición de soltero” bocarriba con brazos y piernas extendidos. Camino hacia el lavabo, el frío del piso acusa mi vejiga. Lavo mi cara y el agua helada borra toda somnolencia. Orino y sin jalar la cadena del inodoro camino hacia el estudio. Obediente de las indicaciones de mi terapeuta me siento frente al escritorio a escribir lo que recuerdo de mi pesadilla. Octubre diecisiete. De la nada aparece, me ha seguido por años, quince o más. De pie junto a mi cama observa amenazante mientras duermo, otra vez dispuesto a
atacarme. No sé quién es, pero de alguna extraña manera, conozco la inmensa maldad de la que es capaz. Su lóbrega y corpulenta figura son tan reales que mi corazón se acelera, abro los ojos y las pupilas se dilatan, la oscuridad es completa, transpiro copiosamente, no consigo hablar, siento mis pulmones a punto de reventar y contrario al efecto biológico de un estrés repentino, la sangre no se dirige a mis piernas, no puedo escapar.
Es probable que por un mecanismo de autodefensa bloquee lapsos de mi pesadilla, porque tratando de recordar todos los detalles, mi cerebro matemático no concede lógica a la secuencia de escenas. Me levanto y camino a la cocina, el chirrido de las ramas de la bugambilia arañando el cristal de la ventana me eriza la piel. Al pasar por la sala el frío del piso ya me provoca dolor en los tobillos, me apoyo en el descansabrazos del sofá, por instinto me agacho a recoger los calcetines y zapatos que la noche anterior José dejó tirados en la sala mientras dormitaba frente al televisor mirando la insulsa serie que tanto le gusta, pero que curiosamente nunca puede terminar despierto un sólo capítulo. Me calzo sus zapatos y mis pies desnudos se mueven holgadamente dentro de ellos. En la cocina busco un vaso y lo lleno de agua, la bebo toda pero aún persiste la sensación de resequedad en mi boca. De vuelta al estudio y decidida a enfrentarme, esta vez despierta, a quién sea que sea él. En otra escena de mi terrible pesadilla y sin secuencia lógica, corro llevando de la mano un niño pequeño, de cuatro o cinco años, a quien debo esconder mientras la amenaza, que en todas éstas terribles noches ha sido masculina, nos persigue a corta distancia. El niño es mi hijo, el hijo que no tengo, pero su cara y su cuerpo son exactamente los de mi hermano Antonio, el menor de todos. El peligro de un violento ataque es inminente. La oscuridad es completa; el niño llora, no puede correr a mi paso, tengo que protegerlo. Lo dejo en las sombras para huir.
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Todas las otras ocasiones y una vez que el terror se disipa, llamo a mi madre y entre otros asuntos que pongo como pretexto antes de abordar la pregunta apremiante “¿Cómo está Antonio?”, ella me cuenta de sus citas médicas, del artritis y de su dolor de cadera y termina como siempre, quejándose de mi padre. De Antonio, sólo una escueta respuesta: “Está bien”. Mi terapeuta insiste en indagar sobre mi preocupación por Antonio, no le convence mi certeza de que las explicaciones a mis otros sueños las he encontrado siempre tres o cuatro días después con anuncios fatales, como cuando en un sueño; mi abuela de ochenta y cinco años, llegó a la puerta de mi casa y la recibí con más sorpresa que alegría; la invité a pasar y se excusó con la educada frase “No hija, solo vengo a despedirme”. No la convencí con el argumento de haber viajado tantos kilómetros desde su casa a la mía para ni siquiera pasar, y usé la expresión que muchas veces le escuché decir: “Tú y tus visitas de doctor, ni el pulso me has tomado y ya te vas”. A los tres días mi abuela falleció después de más de cinco meses internada en terapia intensiva y a más de dos mil quinientos kilómetros de aquí. O como cuando soñé una piñata que pendía del techo de dos edificios de la preparatoria, el viento la sacudía inclemente y de ella manaban, en un flujo caótico que parecía infinito, credenciales de estudiantes con la foto repetida de una chica. Esa mañana desperté con una brutal cefalea. Por la noche la directora me llamó para pedirme los registros de asistencia; una de nuestras estudiantes no había llegado a casa; La policía encontró su cuerpo en un contenedor de basura. Quiero refugiarme en mi casa, la casa paterna, vengo cansada de tanto correr, él me persigue y toda la calle está vacía, la noche es oscura, nadie sale a ayudarme, su enorme figura se aproxima cada vez más, toco la puerta con insistencia, nadie me abre, ésta vez escucho la voz de mi hermana y grito “¡Por favor, abre pronto!” Su respuesta es una sonora carcajada. Él está agazapado en la penumbra que le ofrece un frondoso aguacate a pocos metros de mí.
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Insisto en llamar, “¡Papá, ayúdame!”. Nadie acude. Él avanza y al pasar por el débil halo de luz que proyecta la lámpara fija en el dintel, lo veo, veo la sombra de su cara enmarcada en la capucha holgada.
Necesito hacer una pausa, recordar la pesadilla es igual de doloroso y también me provoca llanto. Trazo garabatos con el dedo sobre el escritorio cubierto de una ligera capa de polvo, que este viento de octubre trae siempre con residuos químicos desde las fábricas gringas; otra de las maldiciones acumuladas de la frontera. Prometo ocuparme de la limpieza el próximo fin de semana, y de reemplazar el empaque de hule de la puerta que el calor ha quemado y que ya no sirve para retener el polvo. La molesta alarma de mi teléfono me saca del ensimismamiento; son las cinco de la mañana, debo apresurarme o llegaré tarde al trabajo; pero no me levanto, otra vez escribo. Es curioso, en todas mis pesadillas soy aún muy joven.. Ahora es de noche, me escondo en una habitación pequeña, no la reconozco y sin embargo tengo la certeza de haber estado muchas ocasiones ahí, el olor a aceite quemado me provoca náuseas.; con un tapete sucio que recojo del suelo tapo a mi hijo, el hijo que no tengo, le cubro la cara y él protesta, ""No grites" suplico.. ""Nos encontrará"". Mueve sus brazos y piernas con la escasa fuerza de un niño de tres años. Sujeto fuerte porque el hombre que nos persigue está cerca, escucho sus pasos junto a la puerta. Mi niño cede y queda quieto. Siento alivio.
Ahora que la terapeuta me obliga a enfrentarme, con una hoja de papel y un lápiz en la mano a todas esas terribles noches, pienso en Antonio. No lo he vuelto a ver desde aquella tarde en que lo cuidaba mientras mamá trabajaba tiempo extra en la embotelladora. Cuando regresó había mucha gente en casa, todos hablando bajito. Luego me mandaron a vivir con la abuela. No me despedí de mi hermano, él dormía en una caja blanca. Ahora estoy en el asiento trasero de un auto, tengo en mis brazos un pequeño bulto envuelto en cobijas, no le miro su cara, pero sé que es mi hijo, el hijo que
no tengo. Afuera está él, siempre lleva sudadera negra con capucha. La oscuridad es total. Él ronda el carro cada vez más amenazante, el aire se consume, no me deja respirar, estoy a punto de la asfixia, ésta vez no tengo escapatoria, me duele el pecho y un silbido agudo escapa de mis pulmones, abro mucho la boca tratando de jalar un aire inexistente. Una voz de mujer grita: “Hay un bebé, ayuden” Muchos ojos rodean el carro. Una piedra rompe la ventanilla, el aire entra. Respiro.
Alguien ha abierto la puerta de mi casa. Aún es temprano, el ruido de la puerta me distrae. Salgo del estudio para ver quién es. Un hombre alto vestido con una sudadera negra está saliendo de mi casa. El asombro me hace proferir un grito fuerte, él voltea y me dirige una macabra sonrisa. Adiós José.
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Más allá de Fylak Esto es una experiencia personal, fue alrededor de hace diez años, en ese entonces tenía catorce. Vivía en un pueblo donde ahora desconozco cómo llegar, pero tengo memorias de mis años con mi familia y amigos de ese lugar. Vengo de una familia común; una hermana y dos padres. Aunque ya he perdido contacto con mis padres, sigo llevándolos en mis memorias borrosas. Como sea, en ese pueblo tenía algo único, ya que por la forma que estaba construida; contaba con casas, o hasta edificios de piedra, como si hubieran estado ahí antes de haber siquiera nacido los abuelos de los habitantes. No teníamos televisión, mas bien, desconocíamos de esa invención. Lo único innovador que había era del Modelo T, ya saben de esos autos de antes; había numerosas columnas de periódicos pero que solo se concentraban en escribir la situación social y política del pueblo. Eran como los tiempos a principios de los 1900 en aquel lugar. Otra cosa que quiero añadir, cuando menciono que era un pueblo, no hablo de uno pequeño, era uno enorme que a pesar de eso, estaba lo suficientemente escondida entre un bosque de pinos enormes para que nunca hubiéramos tenido turistas. Eso pensaba. Sus habitantes eran normales, pero siempre me dieron de pequeño un aura de misterio, como si tuvieran algo que esconder de los más jóvenes; desconfiaba hasta de la mujer más cálida y gentil que fue mi madre. Siempre nos decían, desde adolescentes a pequeños cuando tienen uso de razón, manténganse alejados de la salida del pueblo, obedecíamos pero nunca cuestionamos. Así fue hasta que había atrapado a mi hermana empacando cosas importantes, “¿Que estas haciendo?” pregunté mientras la detenía. Ella solo respondió con algo sobre salir a conocer más allá del pueblo, ya que ella no se veía crecer y hasta morir en ese lugar. Lo único que recuerdo que empacó fue una bufanda color coral; era su favorita.
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Pedro Hernández Mi hermana de unos veinte años, tenía ese pensamiento, mientras que mi mente joven lo veía como algo innecesario ya que -en lo personalteníamos todo, no había una tasa de criminalidad siquiera; ahora que lo pienso nunca vi a una persona del pueblo enfermarse al menos del cambio de temporada. Todos, al igual que yo, estábamos sanos, tal vez era la locación del pueblo. Sin embargo, pasaron los meses y una mañana, como de costumbre despertaba a mi hermana, solo que esta vez ya no estaba ahí. Mis padres y amigos de la familia la comenzaron a buscar por todo el pueblo, mi madre estaba histérica repitiendo que nunca debían salir del pueblo. Las semanas pasaron, y las búsquedas habían cesado, pero aún mantenían los carteles de “se busca”. Era un pizarrón enorme en el centro del pueblo, con alrededor de treinta fotografías de personas de distintas edades y años de desaparición. Y el más reciente, era mi hermana. Desde esos días, mi padre y madre me habían tenido bajo su protección. Aun así me las arreglaba para verme con mis amigos y salir a jugar sin importar la hora. Un día, habíamos subido a unos de los edificios más grandes del pueblo, y alcanzamos ver lo que había más allá del pueblo. Pinos enormes encontrados, como si se tratara de evitar que viéramos el horizonte. Mientras más tratábamos de enfocar logré ver un color que resaltaba entre los pinos acumulados. Una bufanda, estaba colgando de una las tantas ramas mientras se columpiaba con el viento. Mi hermana podía estar aún por ahí, pensé. Había esperado hasta la noche, solo tenía agua, una camisa en mi mochila, y una manta para mi hermana. Una vez la noche llegó, recuerdo tener ese temor a lo desconocido ya que mientras observaba la salida del pueblo, esas palabras resonaban en mi cabeza una y otra vez “Manténganse alejados de la salida del pueblo”.
Eso pronto se había convertido en un eco que se perdía poco a poco en mi cabeza; una vez que estuve en el bosque, me había dispuesto a buscar la bufanda de mi hermana, y si tenía suerte, encontrarla a ella también. Todo para demostrar que estaba viva. Quien sabe cuánto tiempo había pasado cuando volteé a ver mis alrededores, y estaba ahora entre los pinos enormes después que miré atrás mío, no había nada más que pinos inmensos como si se hubieran cerrado después de mi salida. Continué mi camino, no puedo mentir que una parte de mi sabía que algo no estaba bien, algo no encajaba. Fue ese sentimiento de expectativa con ansiedad lo que me inundaba, pronto se escucharon crujidos de madera muerta atrás, a lado, y hasta en frente mío solo que no podía ver quien estaba causando esos ruidos. -Estás muy lejos de casa- dijo una voz neutra masculina. Había quedado petrificado contra un pino mientras volteaba a todos lados, escuchaba la voz de cerca, pero no podía ver a la persona. -Solo...Solo busco a mi hermana. Está perdida- respondí retomando con cautela mi búsqueda. Ahí fue cuando esa cosa apareció frente a mí; un ser más alto que yo con harapos desgarrados y una materia delgada pegajosa que cubría su cabeza. Se había posado frente a mí a unos metros de distancia, pero lo suficiente para verme -de algún modo- y yo devolverle la mirada mientras trataba de entender su compleja anatomía, ya que su piel tenía un color difuminado y algún tipo de manchas o marcas que emanaban una luz tenue entre el bosque. -Ella no está aquí con nosotros. No más- se mantuvo estático, era uno de los sentimientos más horribles, mis sentidos de supervivencia estaban en alerta. El hecho de solo ver aquella figura sin ejecutar un movimiento me daba escalofríos y temblores incontrolables. Parecía más una estatua que mantenía su mirada, más bien su cabeza, siguiendo mis movimientos. -¿Está muerta?- de la manera más fría pregunté a pesar de sentir un nudo en mi garganta. Seguido de eso, comenzó a retirarse esa capa adherida ligeramente a su cabeza, hacia un ruido extraño mientras soltaba una evaporación que salía
de su interior. Levantó su mirada, y me miró a los ojos. No sabía a qué observar a cambio, ya que no tenía ojos, boca, ni siquiera orejas. Solo una mancha, o algún tipo de hoyo infinito que cubría todo donde debía estar su rostro. Veía nada más que estrellas desde esa mancha oscura que tenía, y hasta nebulosas, algo que solo en el pueblo se podía ver en ciertas noches. -Ella fue a una tierra donde no existe lo que tú y tu gente han visto y pasado desde hace tanto tiempo. Siendo ustedes protegidos por mi de ese y otros tantos mundos infinitos. En ese momento, no sabía lo que quería decir. Solo quería encontrar a mi hermana y traerla de vuelta a casa. Sin embargo, nunca imaginé que me encontraría algo tan inmenso para empezar y buscarla aquí. -¿La mataste?- pregunté después de unos minutos. Esa cosa me había dicho que no controlaba quién podía irse, si no que solo tenía la tarea de cuidar aquellos que se quedaban en el pueblo. -Llévame con ella- dí un paso al frente mientras trataba de que mi voz temblara. -Ustedes humanos son interesantes. Su curiosidad los puede llevar a hacer grandes cosas pero a la vez, actos que hasta los condenaría. Hasta la fecha, sigo teniendo pesadillas, o recuerdos pequeños donde esa frase está presente. A su vez, me causa un escalofrío horrible que me hace analizar más este mundo. -¿Que hay más allá del pueblo?- pregunté mientras caminaba a su lado, me mantenía alerta. No respondió. Solo me acompañaba, o estaba atento, como si hubiera querido ser solo un espectador. Mientras más me adentraba al bosque veía una luz enorme, incandescente, seguido de eso. Había despertado al costado de una carretera con un bosque enorme en medio de esta. Ya no estaba en los años 1900, estaba ahora en un mundo roto, pero avanzado. Habiendo dado un salto de 120 años me deslumbró lo que hicimos como humanidad en el transcurso de apenas un siglo. febrero 2019 a julio 2020
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Si este es el mundo que mi hermana dio a parar hace 10 años y del que esa cosa protege al pueblo. En estos 10 años aquí, solo encontré enfermedades, conflictos bélicos, y la sombra de una guerra que puede termine con este mundo-algo que jamas habia visto en aquel pueblo. Era mejor quedarse en Fylak.
Mi crush y yo, en tiempos de coronavirus. Estaba realmente ebria cuando empecé a fantasear con mi crush. Su nariz envidiable, esos ojos de artista que me derriten cada que aparece en mi televisor… No sé de dónde conseguí su WhatsApp. Pero le escribí. No recuerdo las frases exactas que utilicé, pero le dije que me encanta y que moría por estar con él. No recurrí a la palabra “amor” porque el amor se da con la cercanía, y entre él y yo hay mucha distancia tanto emocional como física. De adolescente viví confundida entre enculamiento y amor, y ya no estoy para tonterías. Pero tampoco tengo edad para quedarme con las ganas de hacer lo que se me antoje. Seguí bebiendo a la espera de una respuesta de mi crush. Se acabaron las cervezas de mis six, así, nomás, casi casi sin que las tocara. Por el coronavirus hay escasez de alcohol, y ni se puede salir a la calle sin que te secuestren o te embolsen. Si no te mata la pinche pandemia, te desaparece cualquier cabrón. Pero ahí estaba: la cajita del medicamento que mi tía olvidó. Ya ni me hacen cosquillas, pero andaba peda. Así que me tomé una cápsula, y dos o tres más por si acaso me hacían falta. Total, ¿qué tanto es tantito en plena cuarentena? Después… No estoy tan segura de lo que en verdad sucedió. Supongo que me desmayé por borracha, o por tremendo pasón. ¿El problema? Que no fue en mi casa. Meses después investigué y supe que algunas benzodiacepinas producen amnesia. Aunque, por supuesto, ese es un detalle que siempre se me 68
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Ing. Jéssica de la Portilla Montaño
olvida. Por eso tengo borrado el casete, el disquet, la memoria USB o como sea que se diga ahora. El caso fue que desperté en una habitación a oscuras. Desnuda. Y alguien dormía junto a mí. Con todo cuidado me levanté de esa cama y busqué mi ropa. Mi celular decía que eran las cuatro de la madrugada. Iba a encender la lamparita, pero tenía una notificación sin leer: “Ya estoy afuera”. No reconocí el número telefónico. Pero sí la espantosa fotografía de perfil. Era de mi ex. Encendí la lámpara de mi teléfono, y sí: definitivamente era la habitación de mi ex. Ese malnacido sandio, hijoeputa gandalla que se robaba mi lana y que durante años enteros me hizo confundir enculamiento y amor. Nunca le escribí a mi crush. Creo. Ni ha de saber que sigo su fanpage de Facebook, que hasta tengo mi insignia de fan destacada. Sobre mi ex… Pues ya no es mi ex. Estaba en su casa, y no se puede salir a la calle, así que sigo aquí. Con él. Justo ahora duerme. Y todo por mi chiste de andarme drogando. Rompemos la cuarentena, y seguimos rompiéndonos la jeta cada que nos enfadamos por celos. Hasta eso, nos llevamos mejor después de unos guamazos. Y además lo tengo en engorda por si nos contagiamos.
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Anécdota
Aleqs Garrigóz
Lo conocí cerca de un panteón. Él cruzaba la calle con las manos en los bolsillos, mirando el vaho que salía de su boca agrietada. Y algo llamó mi atención en su cara: un chispazo de luz que jugó un instante en sus mejillas y luego se extinguió. Algo que me dijo que tal vez era mi hermano perdido, al que había estado buscando con tanto ahínco. Y quise hablar con él, tocar esas manos que seguro también estaban enfundadas en guantes, abrazarlo para que entráramos los dos en calor. Así que lo seguí por varias cuadras. Un viento glacial nos cortaba la cara. Él entró a una tienda y pidió una botella de whisky. Sobre las calles parecía caer una maldición. No podía encontrar el momento de hablarle, ni sabía qué frases tendría que mascullar mi boca. Esperé a que saliera y pasara a mi lado. De imprevisto lo besé en la boca. Sólo así podía en verdad hablarle con el alma y decir lo que debía: que lo necesitaba sin siquiera conocerlo, como necesita un parásito un cuerpo ajeno al cual asirse. Entonces él me aventó sobre la escarcha y me otorgó fuertes puñetazos en la cara, haciendo que mi nariz sangrara. Y me escupió, encarándome con las ofensas más violentas. Y mientras se alejaba de mí, supe que yo hubiera hecho lo mismo. Y me sentí satisfecho por ello, de haberlo conocido. Porque tal vez era de verdad mi hermano. Entonces lo necesité aún más. Y volví a seguirlo.
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Dos textos
Alicia Leonor
Por eso no fui a ver Coco Dijo pablo Picasso: “La inspiración existe, pero tiene que encontrarte trabajando”. Al parecer, a mi inspiración le gusta encontrarme en el semáforo en rojo. No sé si sea la calidez de estos días, los pájaros revoloteando, o el semáforo en sí. Y la verdad, no sé si es la inspiración o la nostalgia. Porque me transporto a mediados y finales de los 80s. Cuando la persona que más amé y estoy segura quien más me amó, comienza a tener comportamientos raros. Como esconder la comida en los cajones del clóset, repetirme demasiadas veces las mismas historias, quedarse muchas veces detenida sin saber a dónde ir, con la mirada perdida. Pero lo que adoraba de esa época y hasta hoy me hace llorar al recordarlo, era cuando me decía: acuéstate aquí conmigo, tengo miedo, y yo me abrazaba a ella, me acurrucaba y le sobaba su espalda, sus brazos hasta que se dormía. Ella suspiraba. Me sentía como la mamá protegiendo a su hija. En esa época, no se sabía mucho que existía una enfermedad degenerativa, hoy llamada “Alzheimer”, y que en ella como escalas de Ritcher comenzaba a fraguar un maldito terremoto. Podría contar tantas anécdotas para llorar y reír. Pero el semáforo ha cambiado a verde.
Pedazos de sentimientos Era abril, recuerdo claramente el aroma a canela, piloncillo y todos los dulces e ingredientes de la capirotada que la abuela cocinaba; recuerdo al abuelo sentado a la pianola tocando una vieja melodía y yo corriendo por el largo pasillo disfrutando el dulce aroma que imperaba en el ambiente. También, ese día me recuerdo bajando al sótano sin imaginar que lo dulce se volvería amargo, al verla ahí sentada, sollozando, maldiciendo y rompiendo las fotos que sus manos sostenían; se quedó viéndome fijamente con esa mirada que hasta hoy se encaja como alfiler en cada parte de mis recuerdos, y desgarra mis sentimientos. Ella tiró los pedazos al cesto, se fue levantando muy despacio, como si su cuerpo cargara algo muy pesado, y esa mirada. ¡Esa mirada no era de ella; esa mirada era fría y perdida! Jaló mi bracito para subir las escaleras; yo la miraba con miedo y al mismo tiempo mi mirada la interrogaba, quería saber qué eran esas fotos que transformaban la dulzura de mi madre, y la convertían en alguien lejano. No habló, no explicó, pero yo, aún con mi corta edad, regresé y pegué los pedazos, los fui uniendo uno a uno y hasta hoy los guardo como mi gran tesoro; porque en casa jamás se volvió a colgar alguna foto de papá.
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Paola
José Martín Hernández Torres
Estudiante de secundaria, deseosa de ser el centro de atención, manifestando insolencia en todas las clases, ni sentía, ni padecía lo que se especulara de ella. Asistía a la escuela vistiendo ajustado pantalón de mezclilla bajo el jumper del uniforme escolar; por lo frío de las aulas explicaba el uso de una sudadera y el gorro sobrepuesto a su melena de largos rizos. Enjambre de negros resortes enmarcaban su rostro, resaltando el intenso brillo de sus redondos ojos amielados, su pequeña boca escupía toda palabra sonante a insulto. Corazón de niña en cuerpo de mujer, peregrinaba por doquier sin cautela de quien le viera siempre sola. Viviendo con su padre, quien pasa la mayor parte del día fuera de casa, extraviado cada fin de semana en borracheras y parrandas, tratando de olvidar que la mujer le abandonó. Aprovechando la soledad y la falta de imagen paterna de Paola, un familiar acude a visitarle. No pierde oportunidad, desliza las yemas de los dedos sobre el pelo y nuca, tocando hombros y bajando por la espalda, hasta tener a su alcance la suave y torneada nalga que ligeramente sale del flojo “shorts”, le da un fuerte apretón, uno de sus dedos siente el líquido escurrir desde su virginal vagina. El trato lúbrico de hombre a mujer es evidente. Temblando de miedo, ella admite el incestuoso encuentro. Ciertamente sabe que le falta amor. El ausentismo a clases y falta de comunicación motivan su búsqueda. Por fin, después de averiguaciones con sus compañeros, vecinos y de fallidos intentos por ubicar a la madre; su padre es localizado en la construcción de una bodega. La noticia le sorprende y le corta “la cruda”, se levanta el sombrero y seca el sudor de su pelo y frente con sus toscas manos llenas de cemento. Expresa con voz apenas perceptible que tiene quince días sin ir a casa. El cuerpo frío y sin color de Paola es encontrado sobre su camastro.
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La cabaña del bosque
s 20 de septiembre del 2014
Por más de dos meses mis amigos me estuvieron insistiendo que los acompañara a Mexiquillo. No habíamos salido en más de un año y estaban ansiosos de pasar tiempo conmigo, sin embargo, mis actividades no me dejaban alejarme de la ciudad por todo un fin de semana. Mi condición fue que la exploración la realizáramos en un solo día. Ellos accedieron y acordamos la fecha en la que les estoy narrando este relato. Una noche antes de partir, comencé a guardar todo lo necesario en mi mochila. Llevé mi cámara para tener recuerdos y no me volvieran a molestar con la excusa de que jamás salgo con ellos. Sin embargo, la ansiedad estaba apoderada de mí, presentía que algo malo iba a pasar, mi instinto jamás fallaba, aun así, lo ignoré, decidí que regresaríamos ese mismo día y sólo quedaría como una anécdota más. Salimos por la mañana de ese sábado y todo marchaba muy bien, disfrutamos de la naturaleza, del río, las cascadas. Le comencé a tomar fotografías a todo lo que se presentaba a mi paso, fue tanto que olvidé la idea de que no quería venir, me sentí mal por haber desaprovechado esa oportunidad que tanto tiempo atrás había negado. Juan Marco y Eloid comenzaban a desesperarse, se veían impacientes por irse, en cambio yo estaba tan distraído y emocionado que comencé a ignorar sus comentarios de abandonar el lugar. Caminando, me dijeron que irían a dar una vuelta más antes de marcharnos, que les prestara mi cámara, yo usaría una compacta que habían llevado, para que no me estuvieran molestando, se las entregué. Me quedé en la parte baja de la cascada y ellos estarían en la parte de arriba. Estaba oscureciendo, decidí caminar hasta el carro para esperarlos en un lugar seguro, antes que fuera de noche. Sin embargo, oscureció rápido y me empecé a asustar, así que corrí, corrí tan fuerte con dirección al carro, pero no lo encontré. Se hizo de noche y no podía ver con mucha claridad, sólo me
Luis G. Álvarez alumbraba con la linterna del celular, gritándole a mis amigos, pero jamás me contestaron. Dentro en mi desesperanza llegué hasta lo que pensé al inicio, era una cabaña de guardabosques, pero está se encontraba abandonada, parecía que alguien había salido huyendo dejando todo atrás. No tenía más remedio y supuse que lo mejor sería pasar ahí la noche. Busqué los interruptores de luz, pero no encontré nada, ni veladoras o linternas. Di una exploración del lugar con la linterna del teléfono. Alcancé a ver destellos de luz en las paredes, cuando me acerqué descubrí que eran cuadros, aldeanos enfurecidos con hachas, picos y antorchas. Acepté el miedo en mi primera reacción, pero no podía hacer más de lo que estaba haciendo. Encontré un sillón viejo, me acomodé ahí para tratar de dormir y continuar en la mañana. Después de varias horas, una luz me estaba calando en los ojos, miré alrededor para saber si habría alguien más y no, estaba solo el lugar, tal como lo recordé una noche antes, sin embargo, ese sentido que tuve antes de salir de mi casa el día anterior, me comenzó a invadir en el cuerpo una vez más. Traté de calmarme, pero la desesperación me estaba carcomiendo, a pasos cortos volví recorrer el lugar para darme cuenta que todo estaba en perfecto estado, me sentí aliviado por un momento. En seguida, me percaté que había demasiada luz, a pesar de que la noche anterior no vi ninguna ventana, al parecer los cuadros, eran eso que no encontraba, una ventana. Los aldeanos ya no estaban observándome, tomé mis cosas y comencé a correr, no me detuve para abrir la puerta, sino que la empujé con mi cuerpo, sentí como lanzaba algo que estaba del otro lado a punto de entrar, pero mi miedo no me permitía voltear, corrí por el bosque hasta que me cansé para descubrir que me encontraba
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perdido. No quería dejar de correr porque temía por vida, con las pocas fuerzas continúe haciéndolo hasta que choqué contra una persona, era mi amigo Eloid que estaba riéndose, me encontró muy agitado, pregunto qué porqué corría; había estado buscándome desde hace una hora. Eso me perturbó todavía más, porque no los veía desde ayer, lanzaron más carcajadas, pensaban que era una broma, en ese momento Juan Marco me pidió mi cámara a cambio de la suya para tomar fotos desde arriba de la cascada. Le dije que un día antes se la había entregado, hizo una cara de incrédulo y me señaló la cámara que traía colgada a mi cintura. Estaba aterrorizado, les comenté lo sucedido y su rostro cambió a preocupación, les pedí que regresáramos al carro, accediendo por mi postura. Caminamos hasta que la volví a ver, era la cabaña en la que estuve la noche anterior. Me dijeron que querían entrar, tenían que descubrir lo que yo había visto. Cuando nos acercamos a la puerta para abrirla, algo nos empujó con tanta fuerza que caímos los tres al piso, me incorporé rápido para saber que nos había lanzado y no podía creer lo que estaba viendo, era yo mismo, estaba corriendo, les hablé a mis amigos para que vieran a mi otro yo, pero no estaban a mi lado. Lancé otro grito fuerte, me levanté, corrí hasta el carro que para mí sorpresa no tardé más de dos minutos en ubicarlo. El auto es mío, así que me subí, lo puse en marcha, no me importó dejar a mis amigos atrás. No entendía lo que estaba pasando, me encontraba asustado, creía que todo era un sueño. Conduje rápido para llegar a mi casa. Cuando entré todo estaba en su lugar, la mochila que me había llevado reposaba sobre la mesa, la cámara, mi botella de agua e incluso las mismas llaves del auto, pero yo no las habías dejado ahí. Escuché que tocaron el timbre. Con miedo abrí la puerta para descubrir que era Eloid y Juan Marco, me preguntaron si estaba listo para irnos de excursión, pero les comenté que una urgencia de trabajo me lo impedía, algo de último momento. Se marcharon molestos de la casa reclamándome que siempre les decía lo mismo. Cerré la puerta y recargado sobre la misma, me dejé caer al piso, confundido, no podía dar explicación a lo que acababa de suceder. No había 74
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lógica en las cosas y me cuestioné si esta historia se repitió muchas veces, por esa razón de forma inconsciente, les estuve dando excusas a mis amigos para no acompañarlos. Mi yo de otra línea temporal sabía lo que ocurría, decía que No a través del pensamiento, tuvo esa sensación cuando creyó que algo malo iba a pasar, por lo tanto, desistía en ir; de alguna manera nos conectamos con nuestro mismo ser de otra línea del tiempo que nos advierte del peligro y nos hace reaccionar, esos malditos deja-vu, que ahora en mi vida había formado un bucle en el tiempo. Escuché que un carro se estacionaba enfrente, me asomé por la ventana y me vi una tercera vez, mi otro yo bajó del carro corriendo para entrar a la casa, busqué dónde esconderme, dejé mi mochila, las llaves, la botella de agua sobre la mesa y me escondí en el cuarto. Escuché la misma conversación que tuve unos minutos antes. Sentía que mi cabeza explotaba, cuando comencé a sentir el cuerpo demasiado frío, un dolor en el estómago insoportable, mi sangre goteaba en el piso, volteé rápido hacía atrás, era un cuarto yo que me había asesinado. Caí al piso, y vi como acercaba su cara contra la mía, tirado, me dijo: Cuando sientas que algo malo va a ocurrir, hazle caso, fin del bucle. Logré ver como salía de la habitación asesinando a mi tercer yo. Observé el techo para que mis ojos se fueran cerrando mientras el dolor desaparecía. En un instante los volví a abrir y la luz del sol entraba a mi cuarto, estaba acostado en mi cama, pensaba que todo fue un sueño, tomé mi celular y Juan Marco me había mandado un mensaje que decía: Estamos pronto en tu casa. Sorprendido una vez más, prendí el televisor, en el noticiero estaban dando la hora y la fecha: 9:37 a.m. de 20 de septiembre del año en curso. 2014.
Los deseos de Serena
JR Spinoza
Fragmento de novela
Francisco: Ojalá hayas encontrado la libreta. Pasé toda la noche escribiendo porque ya no estoy segura de volver. Encontré una forma de detenerlo. Tal vez te preguntes por qué no te lo he dicho, o por qué tenía que terminar todo para que puedas conocer la historia completa. Era mi deseo —y nadie sabe tanto de deseos como yo— mantenerte a salvo. Has sido mi mejor amigo y espero que ahora tu vida sea muy feliz. Me atreveré a pedirte un último favor. Sé que no me lo negarás. Encárgate de que ésta, mi primera novela, sea publicada. De esta manera podrán tener ayuda si vuelve a suceder. Besos. Serena.
CAPÍTULO UNO. Me había regresado por el cuaderno de matemáticas cuando al dar la vuelta al pasillo y en la puerta del aula de ciencias los vi besarse. Susana lo tenía agarrado de la camisa, como intentando evitar que se soltara. Susana, mi mejor amiga desde los siete años, con quien compartía mis secretos, la misma con la que llegué a ver películas con escenas para adultos a escondidas de mis padres guardando un silencio nervioso en mi recámara, la única que sabía que me mensajeaba con Eric Drumont, el muchacho de Francia al que le mentí diciendo que tenía dieciocho y con quien usábamos el Google Translator para poder entendernos; relación que Susana había alimentado y con quien juntas —a
veces ella, a veces yo— llegamos a tener pláticas candentes salpicadas de fantasía oscura, donde al mismo tiempo éramos brujas, hadas, y hasta ninfas ardientes de los bosques que siempre Eric dibujaba en sus páginas en la web. La misma Susana que iba a mi casa para que le ayudara a estudiar, la que prometió ser mi amiga por siempre y a quien recientemente la había confesado mi adoración por Axel. Esa mujer, malvada mujer, con quien compartía mi gusto por el ocultismo, e incluso nos compramos un cuarzo rosa para atraer el amor. Apreté con fuerza la piedra que pendía del collar en mi cuello hasta hacerme daño. Por un momento creí y guardé en mi corazón la esperanza de que Axel se alejaría de ella, y le diría que estaba enamorado de otra, de mí. Pero lo que sucedió febrero 2019 a julio 2020
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fue todo lo contrario, pasó sus dedos por el cabello de Susana y continúo besándola. Nunca debí contarle que Axel me gustaba, mamá me lo dijo: —Cuando le cuentas de tus amores a las amigas sólo logras que se fijen en ellos. —Susana no es así; ella y yo seremos amigas por siempre. —¡Madura, niña!, el mundo no es color de rosa —era lo que mi padre siempre decía, odio admitirlo, pero comenzaba a creer que tenía razón. Me descubrí llorando. Corrí al baño, no quería que nadie me viera. El espejo del sanitario de damas no estaba tan sucio como para no devolverme una imagen que año con año odiaba más. Catorce años, cabello chino, lentes y, porque ser pobre no es suficiente castigo, también era miope. ¡Qué saltones se ven tus ojos tras esas malditas gafas de oferta! Un metro con cincuenta y cinco de altura y la piel aperlada. Me hubiera gustado decir que era de esas morenas con un enorme y firme trasero, pero no. En primer grado, Iván, el bully del salón me puso el mote de “la Magia”, ya saben, nada por delante, nada por detrás. Me estaba poniendo fea. No había crecido nada desde sexto grado, mis bubis apenas eran del tamaño de limones, y me refiero a los limones pequeños, no a ciertos frutos gigantes que se dan en algunos árboles. Y ni hablar de mi trasero, muchas veces había estado tentada a comparar un pantalón con relleno, me había detenido sólo porque mi padre era un hombre ultra celoso… como si algún muchacho se fuera a interesar en su hija la fea. Estuve en el baño llorando por cinco o diez minutos. Afortunadamente nadie me vio. Era un lunes de mierda. Comenzó mierda y siguió mierda. Desde que mi madre me despertó. —¡No puede ser que seas tan irresponsable! —No escuché la alarma. —Ya no eres una niña. Ahora tendrás que ir caminando, tu padre salió hace veinte minutos. —¡Qué!, ¿no me esperó?
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—Estabas dormida. Le dije que no te despertara. Si mi madre dijo algo después de eso no la escuché. Salí corriendo hacia la escuela. Sabía que si llegaba tarde el prefecto Medrano no dejaría pasar la oportunidad de reportarme. Tropecé con algo. Alcancé a meter las manos, por lo que sólo me llevé algunos raspones. Viré para constatar qué había provocado mi caída. Era un termo. Lo tomé. No era cualquier termo, era de la colección dorada de “Mi Lindo Unicornio”. Yo los tenía casi todos, excepto el que sostenía entre mis manos. Se podía ver la elegante silueta de Reina Stela, mi personaje favorito de aquella serie animada de los dos mil. De pequeña todas las piñatas habían sido de unicornios y ahora era un placer culposo que pocos conocían de mí. Claro que ya no veía la caricatura, bueno, casi no la veía, pero tenía una enorme colección de Mi Lindo Unicornio en mi habitación. Tazas, almohadas, alhajeros, aretes. Cuando salió la serie de termos para café los conseguí todos, menos el de Reina Stela. Estaba cubierto de tierra, se veía que llevaba un rato siendo basura. Era una lástima. Una parte de mi quería tomarlo y meterlo en la mochila, pero me dio miedo que alguien me mirase recogiendo un cacharro del suelo y me le quedara viendo embelesada. Así que sólo lo dejé en el suelo y seguí mi camino. Al llegar a la escuela me encontré con un portón cerrado. Un hombre con un grueso y horrible bigote me sonreía con sus dientes amarillos. —Llega tarde Sánchez, me temo que deberá pasar a Orientación por un reporte. La pelea con mamá, la caída, el reporte, la traición de mi supuesta amiga. «Mi día no puede ser peor». Estaba a punto de descubrir que sí. Revisé la hora en mi celular, la pantalla me reveló una foto de fondo de Reina Stela, 3% de batería y la hora, doce con cincuenta y tres. La clase de “La Cuervo” ya había comenzado. «Iré a clase, no voy a perder mi lugar por esto». Yo era el segundo lugar del cuadro de honor. Seguida por mi examiga, Susana, Susana la
gusana, en primaria había un niño que le decía así. «Así le llamaré de ahora en adelante». Caminé por el pasillo hasta el salón de Matemáticas. Había una plaquita sobre la puerta: Ing. Cecilia Rodríguez Rey, era mi maestra, puso su nombre ahí para que lo recordáramos, venía siempre como una de las preguntas en el examen, como si eso nos fuese hacer olvidar su apodo. —Sánchez, llega tarde —dijo “La Cuervo”. Tenía la nariz larga, semejante a un pico, el cabello negro, lacio y tan corto que ni siquiera le llegaba a los hombros. —Lo sé, maestra Ceci —a ella le gustaba que la llamaran así, siempre se ablandaba—lo siento mucho. —Está bien pasa, tienes retardo, que no vuelva a suceder. Me senté en el único lugar vacío, junto a Dina Sagnité, la más insoportable del salón. Líder del grupito de las Divas. —¿Estuviste llorando? —me preguntó mientras mascaba chicle. Tenía el cabello rubio, chino como el mío, sólo que el de ella se veía como el de esas modelos de shampoo de las revistas. Era muy delgada. A diferencia de mí, que si bien no era gorda, tenía un cuerpo que parecía estar peleado a muerte con los vestidos entallados. No iba a contarle mi drama, no le importaba, sólo quería saber el chisme. —¡Estoy bien! —¡No te creo!, tus ojos se ven muy hinchados, como si hubieras estado llorando. —Sagnité, medio punto menos —“La Cuervo” mantenía una férrea disciplina en la clase, bajaba medio punto de la calificación final a quien faltara a las reglas que tenía rotuladas en toda la pared trasera del salón. —Pinche Cuervo —Dina lo dijo en voz muy baja a manera de desahogo. Intenté buscar a Axel con la mirada pero no le encontré, y tampoco a Susana. Se habían saltado la clase para estar juntos. ¡Maldita piruja!, pero ya verá, la única razón por la que tiene el tercer lugar es porque le ayudo, pero no más. A partir de ahora me hará muy feliz no ver su foto en el cuadro de honor. Abrí mi mochila para sacar un cuaderno y el termo de Reina Stela estaba ahí. —Pero si yo no… —¿Hay algo que quieras compartir con la clase Sánchez? —No maestra. Cuando la maestra se dio vuelta para escribir en el pizarrón miré de nuevo dentro de mi mochila. El termo ya no estaba. El resto de la clase transcurrió de manera normal, la maestra explicó en su pizarrón cómo se factorizaban expresiones y obtener el cuadrado de un binomio mientras la mitad de la clase luchaba por no dormirse y la otra mitad por entender algo. Esta clase me costaba especial trabajo, tenía que enfocarme completamente en ella para no febrero 2019 a julio 2020
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perder el hilo. Admito que por unos momentos me distrajo de la traición que la Gusana me hizo. —Con esto terminamos —declaró por fin la maestra —entréguenme sus cuadernos que voy a evaluarlos. Y recuerden, mañana habrá examen trimestral. ¡Mi cuaderno!, había estado escribiendo todo el tiempo en el cuaderno de inglés, el de matemáticas se había quedado en el salón de ciencias, lo saqué para pasarle la tarea a la perra de mi examiga. —Maestra Ceci —sólo me quedaba rogarle. —Dime, Sánchez —desearía que me llamara por mi nombre, odiaba mi apellido. —Olvidé mi cuaderno en el aula de ciencias, ¿podría ir por él y traérselo? —por favor diga que sí. —Esta es la última clase del día Sánchez, tengo compromisos, no puedo esperarte. —Por favor, maestra. —Entrégamelo mañana, sólo te costará un punto menos. Francisco, ¿me ayudas con los cuadernos? —Francisco era el nerd del salón, el primer lugar, siempre de lambiscón con los profesores, un gordito güero, alto y súper matado. Le cargó la caja de cuadernos a la maestra y le acompañó a su vehículo. —¡Pinche Cuervo! —dije al encontrarme sola. O eso creí. —¿Quién pensaría que de la boquita de fresa de un bello ángel, pudieran salir semejantes palabrotas? —esa voz era de Luis. Luis era mi acosador personal. Le daba me encanta a todo lo que ponía en mis redes sociales. Si necesitaba un lápiz o lo que fuera siempre estaba dispuesto a traérmelo y se me había declarado ya trece veces en los últimos tres años. No me gustaba, además de que estaba gordo y era más bajito que yo, era muy empalagoso y ligaba como si fuera un abuelito, sacaba las frases más retro y empalagosas que uno pudiera imaginar. —¿Qué quieres? —no tenía ni humor para mandarlo a volar. —¿Te encuentras bien? —La Cuervo me bajó de calificación porque olvidé mi cuaderno en el aula de ciencias. —¿Quieres que vaya por él? —vaya eso si me resultaba bastante conveniente. —¿Harías eso por mí? —Haría todo por ti —que ridículo, pero si iba por el cuaderno me ahorraba tenerme que topar a la Gusana asquerosa. —Por favor, ve por mi cuaderno y después me acompañas. Él no se lo pensó dos veces, cuando regresó estaba sudado, al parecer había ido corriendo por mi cuaderno. —¡Gracias! —le dije tratando de evitar tocar su grasienta mano. Tomamos el camino largo a mi casa, y pese a que Luis vivía al lado opuesto aceptó gustoso acompañarme. El corto me tomaba sólo seis cuadras, pero ahí me toparía con la Gusana traidora. —¿No era mejor irse por la calle de la pizzería? 78
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—Tengo ganas de caminar —mentí —pero si ya no quieres acompañarme no hay problema —esperaba que se fuera; pasamos por el puente que estaba sobre un canal, en donde casi siempre había drogadictos acosando a las jovencitas. —Para nada —dijo él con alegría —a mí me encanta caminar —por esa panza que se cargaba era obvio que mentía. Sólo esperaba que no se emocionara de más y me declarara su amor otra vez o peor tratara de besarme. Íbamos pasando por el puente. Un muchacho estaba inhalando el contenido de una bolsa de papel. Luis me cubrió con su cuerpo, como si fuera mi guardaespaldas. Quizá no hubiera sido necesario puesto que el drogadicto pareció ignorarnos. A una cuadra de mi casa, le di a Luis las gracias, se quedó esperando como si fuera hacerle algún tipo de confesión de amor, fue un momento muy incómodo, así que sólo me di media vuelta y corrí al interior de mi casa. —¿Por qué has llegado tan tarde? —dijo Ami, mi hermanita pequeña. Ambas teníamos nombres de personajes de Sailor Moon porque mi madre fue niña de los noventa y decidió jodernos la vida en vez de cambiarse ella de nombre. Bueno a decir verdad nadie asociaba el nombre de mi hermana con la Sailor Mercury, pero a mí, siempre que llegaba a un nuevo lugar la gente me decía, “Serena, como la de Sailor Moon”, y eso era sumamente fastidioso, mi tío Julio llegó a decirme en alguna ocasión “Serena morena”, y ese día dejó de ser mi tío favorito. —Nos quedamos para repartirnos trabajo en equipo —mentí. —Mamá salió a buscarte. —¿No fue a trabajar? —Parece que pidió permiso de faltar hoy. Hay sopa en la estufa, puedes calentarla si tienes hambre. Para sus nueve años, Ami era una niña autosuficiente. Calentaba su propia comida, hacía su tarea sin que le dijeran y ayudaba a mi madre con la limpieza de la casa. Muchas veces sentía que mamá la quería más, últimamente ya no congeniábamos. Calenté la olla con sopa y me serví un poco. Estaba soplando mi primera cucharada cuando escuché el auto de mi madre llegar. —¿Qué demonios pasa contigo? —dijo apenas me vio. —¿Qué pasa de qué? —traté de ignorarla y concentrarme en mi sopa. Comí. —He ido a buscarte, como no te vi llegué a la escuela, pensé que te habías hecho la pinta, pero Susana me tranquilizó, dijo que si fuiste a clases, pero que ya no te vio a la hora de salida. Te estoy marcando, llevó ya veinte llamadas y traes el teléfono apagado. ¡Para qué demonios quieres el maldito celular! Saqué mi celular. Estaba apagado. —¡Se me descargó! No es tan grave —me molestó que me gritara, pero sobretodo el que haya hablado con Susana —además, para un pinche día que estás en casa. febrero 2019 a julio 2020
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—¡Ah! ¿de manera que otras veces llegas tarde también? Mamá volteó a ver mi hermana que leía un libro. Cuando ésta sintió la mirada inquisidora peló los ojos, pero decidió tragar saliva y seguir leyendo. —¡Qué te importa! —me levanté a dejar mi plato en el fregadero. Había perdido el apetito. —¡Te me vas directito a tu habitación! Era exactamente a donde iba. Cerré la puerta con llave y lloré hasta quedarme dormida. Cuando desperté, estaba comenzando a oscurecer. Mi padre trabajaba como taxista y llegaba a las nueve, mi madre no había venido a molestar, supuse que estaba dormida. Miré el reloj, eran las ocho en punto. Abrí mi mochila para comenzar a hacer mi tarea y mientras sacaba las cosas apareció el termo. —Tal vez me esté volviendo loca. El recipiente era de color fucsia y tenía la elegante figura de Reina Stela sublimada. Me lo acerqué a la nariz y lo olfateé, no tenía mal olor, de hecho, no olía a nada y a decir verdad estaba bastante limpio. ¿Así de limpio estaba en la mañana? Lo agité, creí que tendría restos de café echados a perder dentro, pero noté que estaba hueco. ¿Será que lo habrán tirado nuevo? Sólo había una manera de averiguarlo. Abrirlo. «Por favor, que no salga una araña» Hubiera tolerado que oliese feo por dentro, pero no que hubiese salido una araña. Giré la tapa y la retiré. Entonces el termo se puso muy caliente, tan caliente que me quemó la mano. Lo solté, comenzó a girar y un humo negro salió de su interior. El cuarto se oscureció, pude ver una gran silueta deslizarse por las paredes de la habitación, hasta tocar el techo, y poco faltaba para que me cubriera por completo, así que como pude me moví para llegar hasta la puerta, que tenía llave. Estaba encerrada. —No corras —era una voz amable. La descompuesta silueta fue tomando forma y vi frente a mí a un hombre alto de ojos amielados y profundos, tenía los labios carnosos, la barbilla partida y a medida que fui bajando la mirada descubrí su torso musculoso, con abdominales marcados, bajé más mi vista y no pude evitar sonrojarme, estaba completamente desnudo, jamás había visto uno en vivo y a todo color. Intenté no verlo mucho, sólo de reojo. Aun así creo que se percató de mi mirada. —Oh, claro, ¿me pongo algo de ropa? —preguntó tan casual como si me preguntara si quería un vaso con agua. —No lo sé —debí haberme escuchado muy enferma, pero fue lo primero que salió de mi boca. —Sí, sí, por favor, vístete. Él observó un poster de Chris Evans que tenía en la pared, donde traía una camisa blanca un poco desabotonada y un saco de vestir. Chasqueó los dedos y tras un chispazo que esparció luces por la habitación, de un momento a otro estaba vestido igual que el actor. —¿Quién…eres? —estaba atónita, pero la curiosidad por saber era más poderosa que mis ganas de gritar y salir corriendo. —Soy un efrit, y he venido a cumplir tus deseos.
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CAPÍTULO DOS. —¿Un qué? —Un efrit… ustedes nos llaman… genios. —Déjame ver si te entendí, ¿eres el genio del…termo? —¿Es tan difícil de creer? —¿Ah, en serio?, está bien, quiero cinco millones de dólares. El genio extendió sus brazos, cerró sus puños y los chocó entre sí. Del techo de mi habitación comenzaron a caer billetes, todos de cien dólares. Estos formaron una marea que pronto comenzó a subir, y como mi habitación no era muy amplia el dinero casi me llegó a las rodillas. Me arrojé al suelo y nadé en dinero. Grité de emoción, ¡tenía un genio!, ¡era rica!, a partir de hoy mi vida sería diferente. —Serena, ¿te encuentras bien?, te oí gritar —era la entrometida de mi hermanita detrás de la puerta. —Sí Ami —estoy hablando con una amiga por teléfono. —Sería bueno que te pusieras a hacer la tarea y lavaras los platos, falta poco para que llegue papá y hoy te tocan a ti. Odiaba que esa mocosa me hablara como si ella fuera la hermana mayor. Pero sólo quería que se largara lo antes posible. —Dame cinco minutos. Ami se marchó y pude seguir nadando en dinero. Comencé a contarlo, pero me aburrí mucho antes de terminar, decidí confiar en que estaba completo y comencé a apilarlo. Me entretuve tanto que perdí la noción del tiempo. El sonido del auto de papá llegando a la casa me sacó de mi mundo de castillos verdes. —Deseo que los trastes estén limpios. El genio extendió sus brazos nuevamente y después de chocar sus puños me aseguró que estaba hecho. ¡Tendría que explicar a mi padre que hacía con tanto dinero! Necesitaba ocultarlo. —Deseo —otro pensamiento me detuvo, ¿y si era como en Aladino y sólo tenía tres deseos?, ¿así era como iba a gastar mi último deseo? —Genio, ¿cuántos deseos me quedan? —Miles, como todo humano, pero sólo he de concederte veintiocho más, puesto que ya has gastado dos. —Treinta deseos —medité la cantidad por un tiempo. —Serena, ¡ya llegué! —mi padre me llamaba, por mucho que me doliera tendría que sacrificar un deseo más. —Deseo que todo el dinero este oculto dentro de mi colchón —y toda la pila de billetes flotó directo hasta mi colchón y se fue metiendo frenéticamente dentro de él.
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Quité el seguro de mi puerta y lo saludé con la misma dulzura con la que lo saludaba a los ocho años. —Hola, papi —un escalofrío invadió mi ser. Había un hombre musculoso en mi habitación. —Tranquila, nadie, excepto tú, puede verme y oírme. —Eso es un alivio. —¿Qué es un alivio? —preguntó mi padre. —Que ya estés en casa con bien. Como mamá estaba dormida y la comida estaba hecha, mi padre decidió no despertarla. Tomó una cerveza del refrigerador y se dedicó a su actividad favorita, ver televisión. Yo volví a mi alcoba. No podía dormir, estaba demasiado emocionada como para poder cerrar los ojos. —¿Cómo te llamas? —le pregunté en un susurro. —Mmh...—Meditó mi pregunta unos momentos—¿cómo quieres que me llame? Encendí la lámpara, la cuál era una cabeza de unicornio hecha de plástico que tenía el foco donde estaba su cuerno. Me senté en la cama para poder descalzarme a gusto, —¿No tienes un nombre? —le pregunté mientras cruzaba mis piernas. Él estaba de pie, como si fuera uno de esos guardias reales de Inglaterra. —Eres la primera que me hace esa pregunta, mis anteriores amos sólo me han llamado efrit, genio, esclavo —me sonreía con una amabilidad a la que no estaba acostumbrada, quizá por eso comencé a tomarle cariño. —Pues bien, si no tienes nombre te llamaré… —pensé el asunto por unos segundos—. Te llamarás James, como el guapísimo James Rodríguez. —Muy bien —asintió con la cabeza. —Oye, James —de repente una pregunta me vino a la mente y decidí sacarla antes de que se me fuera a olvidar. —Dime, ama. —No tienes que llamarme ama, puedes llamarme por mi nombre, soy Serena. —Muy bien, Serena —dijo mirándome fijamente a los ojos. —Tienes algún límite en tu poder… o sea… ¿hay algo que no puedas hacer? —Mmmh… —él lo pensó por un momento y por primera vez se sentó en la cama —No puedo crear amor… puedo hacer que las personas deseen o se obsesionen con alguien —repuso al ver mi mueca de decepción. Pensaba pedirle que Axel se enamorara de mí. —¿Es todo? —No puedo causar daños a escala cósmica, como destruir el mundo o hacer que se apague el Sol —lo dijo con mucha seriedad, como si alguien antes ya se lo hubiese pedido.
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—Descuida, no soy ese tipo de persona —reaccionó a mis palabras con una sonrisa. —Debes usar la palabra, no puedo concederte deseos que no expreses de viva voz; y algo más, no me gusta revivir a los muertos, son olorosos, se gasta mucha energía y no suelen durar mucho tiempo. Fuera de eso, ¡lo que quieras! —¿Lo que quiera? —repetí asombrada. Mi mente se llenó de fantasías y rápidamente el suave velo del sueño cayó sobre mí. Estaba en una selva. Era de noche y llevaba una antorcha en la mano. Podía sentir la tierra húmeda en mis pies descalzos. Algo se movía tras el follaje. Aquel rugía con ira, el aire gritaba peligro. Me lancé a correr en la dirección contraria, podía sentir que la bestia venía tras de mí. Corrí más rápido, pero accidentalmente tropecé con la raíz de un árbol y… desperté. Apenas abrí los ojos revisé el colchón. Había dinero dentro de él. —Los deseos no se deshacen —dijo James que ahora vestía una camisa tipo polo y un short casual. Llevaba puesto también un brazaletes de oro y mocasines marca Bugatchi. —Estás vestido diferente—le dije, aunque en verdad quería decir: que bueno que sigues aquí. —Sí, y tú también deberías estarlo. Se hace tarde para la escuela, escuché a tu madre tocar la puerta hace quince minutos diciendo que ya era hora de levantarse. —¡El examen! —revisé la hora, era tarde y no había estudiado absolutamente nada. Me bañé y cambié a toda velocidad. No desperdiciaría un deseo en llegar temprano. Cuando iba de salida pude escuchar el sonido de muchos vidrios quebrándose, al parecer Ami había roto algunos vasos. Mamá no había amanecido de buenas puesto que le gritó por su falta de cuidado. Aunque hubiese querido ver como reprendían a doña perfecta, era muy tarde, estaba temiendo que no me dejasen entrar al salón. Afortunadamente, papá accedió de buena gana llevarme en su taxi. Llegué un par de minutos antes del timbre. James iba en todo momento conmigo, como mi sombra. Cuando me senté en el pupitre dejé de verlo, pero seguía sintiendo su presencia. Empecé a temer sufrir de esquizofrenia. —Muy bien, vamos a comenzar con el examen —la Cuervo había venido hoy vestida toda de negro, como si fuese una especie de verdugo. —Deseo saber las respuestas del examen —dije en voz baja. Una hoja con las respuestas apareció en la paleta del pupitre. —Sólo tú puedes verla —dijo percibiendo mi temor. Puse manos a la obra. Sonreí mientras contestaba, tenía ganas de cantar, pero me contuve; en su lugar le dediqué a James la mejor de mis sonrisas. Su ternura era muy agradable. Me gustaban mucho sus labios, sabía perfectamente que no era humano, pero era muy guapo. Fui la primera en terminar. La maestra me insistió en revisar de nuevo el examen. Le dije que no había necesidad, entonces, con una febrero 2019 a julio 2020
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mueca de disgusto tomó mi prueba y le echó un vistazo. Me miró fijamente y me regaló una sonrisa de satisfacción. Salí del salón con aire de triunfo. De repente todo era sencillo, el mundo era color de rosa. Había gastado ya cuatro deseos. Me senté en la cafetería, pedí un chocolate frío y quise planear mi brillante futuro. Axel fue de los primeros en terminar. Entró a comprar una botella de agua. Me gustaba verle de espalda. Era delgado, pero tenía los hombros anchos y unas nalgas redonditas. Caminó hacia mí y acercó su cara a la mía. Yo no lo dudé dos veces y le plante un beso. Me puse de pie y comenzamos a acariciarnos. Yo apretaba sus nalgas y el metía la mano bajo mi sostén. Le besé el cuello y el deslizó su otra mano bajo mi falda. No pude contener el calor y le quité la camisa. Entonces su rostro se había transfigurado en el de James. —Muy buena fantasía, pero ya sonó el timbre, debes ir a clase. Me había quedado sola en la cafetería. James estaba de pie junto a mí. —Tú viste… —Nada que no haya visto antes. Es más, creo que eres la más decente de mis amos hasta ahora. Con la cara ardiendo decidí no seguir con ese tema. En su lugar me dirigí a mi siguiente clase. La tercera hora nos tocaba con la Foca. El profesor Eleuterio Godínez era un hombre de baja estatura, apenas superior al metro con sesenta centímetros. Tenía una ligera deformidad en los brazos y un peculiar bigote, por lo que todos los alumnos lo conocíamos con aquel sobrenombre. Impartía la asignatura de geografía. —Villa, de pie, dígame ¿cuál es la capital de Panamá? —¿De Panamá? —preguntó insegura la Gusana Villa. Sus bubis se veían más grandes hoy. Ojalá se le pudrieran. —Sí, de Panamá —dijo el profesor con su acostumbrada calma. —¿Panamá? —pobre tonta, sin mí para estudiar no era nada. —Correcto —la Foca había tomado su pregunta como una respuesta, había que reconocerlo, la maldita tenía suerte—como contestó correctamente, dígame, ¿a quién le pregunto ahora? —A Serena —su voz era burlona y su mirada cínica. —Sánchez —dijo el maestro con su voz ronca en donde siempre se le atravesaba un gargajo—cuál es la capital de Uruguay. —Montevideo —dije mientras me ponía de pie. —Correcto. Mientras tomaba asiento Susana desabotonó un poco la blusa y abrazó por el cuello a Axel, quien estaba sentado delante de ella. Eso me enfureció mucho. 84
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—Deseo que Susana sea humillada, que Axel la termine. —Hecho. El salón se congeló. Todas las miradas se dirigieron a la misma persona. La blusa de mi examiga se había roto, al igual que su sostén, dejando al descubierto sus bubis. Un par de compañeros se pararon a tomar fotos antes de que ella pudiera taparse con las manos. El maestro se quedó pasmado, con los ojos bien abiertos ante tal espectáculo. Después, hubo un mutismo sepulcral. Seguido de una estruendosa carcajada. Susana Villa se había manchado los pantalones de sangre, la regla se le había aparecido. Un penetrante olor a óxido se esparció por toda el aula. Axel la soltó bruscamente y la miró como si estuviera viendo a un indigente. La pinta de Susana era un desastre, los hilillos de sangre escurrían por sus muslos y pantorrillas. —Villa —la Foca no pudo evitar taparse la nariz—vaya al baño a limpiarse. ¡Papel, alguien dele papel! Supe que era mi oportunidad. Tomé el rollo de mi mochila. Me puse de pie. La pobre infeliz estaba tan conmocionada que no reaccionó cuando me le acerqué. —Aquí tienes querida —le dije con el mismo tono cínico que uso ella antes conmigo. Las carcajadas se desbordaron. Las siguientes horas se escucharían comentarios como Susana la Sangrona, Villa la que mancha la silla. Susana Tetas Sangrientas. Por su parte mi examiga salió corriendo del salón, si estaba llorando o no era difícil de saberlo. Paulina Domínguez de primer grado dijo que sí. Que se la topó en la entrada del baño y que estuvo llorando treinta minutos hasta que su mamá vino por ella con un cambio de ropa y se la llevó. El resto del día no hizo más que mejorar. La maestra de inglés se reportó enferma por lo que nos dieron las tres últimas horas libres. Decidí ir al centro y cambiar uno de los billetes de cien dólares. Entré a la primera boutique que vi, resuelta a hacer un cambio completo de guardarropa. Me probé una falda con corte europeo, color azul marino, con un cinto de color canela y una blusa blanca de seda. —Mmh… se me vería mejor si no tuviera esta panza—pero que boba. ¡Despierta Serena! ¡Tienes un genio! —Deseo estar delgada. James pasó su mano por mi abdomen y de un momento a otro esa molesta grasa desapareció. —Mmh… cómo que me falta algo… ¡Ya sé! ¡Deseo tener los pechos grandes! James juntó sus puños y sentí como mis bubis
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comenzaban a crecer, dolía un poco. Mi brasier se rompió, crecieron tanto que parecían balones de fútbol. No pude con el peso y me caí hacia enfrente. —Todo bien ahí —preguntó la vendedora. —Sí, perfecto —esperé a que su hubiese ido —James —susurré— son demasiado grandes. —Tienes que ser más específica con tus deseos. —Está bien, está bien —dije incorporándome. Me sostuve de la pared para no caerme —Deseo ser copa C. —Concedido. Mis senos se redujeron al tamaño ideal. La blusa se me veía fantástica. Salí de ahí sintiéndome hermosa por primera vez en muchos años. —James. —Sí, ama. —Serena, James, no lo olvides. —¿En qué puedo servirte? —¿Qué hora es en París?
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Los sinsabores de la cultura en México Educación a distancia en tiempos de pandemia La educación a distancia (“Aprende en casa”) que se estuvo desarrollando en México para Educación Básica y Medio Superior funcionó como instrumento incompleto e inacabado. Sirve para enviar tareas, trabajos, proyectos y una cantidad exagerada e inconexa de actividades para trabajar en casa (Homeschooling). Esta pseudosolución para concluir el año escolar y enfrentar la pandemia por medio de la educación a distancia no ha sido tan eficiente como se esperaba: Los maestros envían los trabajos, tareas, proyectos, etc. por medio de una dirección de correo. Los padres de familia deben imprimir las tareas, actividades o libros y se deben resolver en casa con su asesoría. Han dejado de lado los libros de texto gratuitos de la SEP. Solo se reciben trabajos, sin brindar retroalimentación de los mismos. El tipo de información que envían son videos de YouTube, y solicitan resúmenes o información de los mismos. Los trabajos deben ser fotografiados y enviados al correo de la escuela o maestros a manera de evidencia de que el alumno trabajó. En algunos casos deben ser llevarlos físicamente a la escuela para que los califiquen. Los niños deben grabar videos de ejercicios de lectura o de repaso de las tablas de multiplicar. Claro que ninguna de estas acciones garantiza que el alumno aprenda, ni confirma que el trabajo fue realizado por los mismos.
Los maestros envían una cantidad exagerada, en verdad exagerada de actividades, como si en verdad trabajaran así en sus escuelas. Lo que sí es significativo es que con esta directriz de enviar videos y actividades, hubo maestros (y padres) que aprendieron a utilizar tecnologías digitales. Esto solo es válido para los alumnos que cuentan con computadoras o teléfonos celulares con internet, e impresora. El resto debe buscar algún cibercafé abierto, o a un amigo que le proporcione las herramientas. Con la catástrofe económica derivada de la emergencia sanitaria del coronavirus, muchas familias, un 70% de familias mexicanas, no puede realizar estos procesos digitales. Por ello es que la estrategia no funcionó como se esperaba. Una gran cantidad de padres de familia no sabe o no recuerda algunos temas de ciertas asignaturas, por lo no puede ayudar mucho a sus hijos. @EducacionYLeyes
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Capítulo piloto China nos trajo un virus y no es lo que estás pensando ¿Cuándo podríamos decir que necesitamos un alto a tanto contenido en canales de streaming? Alguna vez pensé que nunca, sabía que nos encontramos en una época donde existe mucho contenido por ver en las diversas plataformas sin embargo con la llegada de la cuarentena los contenidos se multiplicaron. Sí, es junio 2020 y algunos llevamos en cuarentena poco más de 100 días, no importa cuándo leas esto, sé que este año será recordado y pasará a la historia, se quedará grabado en nuestro adn como el año en el aprendimos a hacer las cosas diferentes, tal vez marcará cambios en nuestras rutas personales, y en definitiva buscaremos darle un significado y pasar la página lo más pronto posible. Efecto Cuarentena; hablar de la cuarentena, pero regresando a la temática de esta columna, los múltiples contenidos que surgieron y, debo ser clara, no hablo de las series en esta ocasión, estoy hablando de que mucha gente se dio a la tarea de crear contenidos, ya sea para hablar del mundo de Harry Potter, o convertirse en Tiktokers o llenar nuestra oferta de cursos a distancia y no se diga de las múltiples conferencias en la vida laboral o que se nos ocurrió hacer reuniones y celebrar cumpleaños vía Zoom , o que un día Paulina Rubio se convirtiera en tendencia por una malograda interpretación para un concierto benéfico a distancia.
Los influencers han ganado y perdido seguidores tan pronto como te molesta el cubrebocas, los encuentros generacionales en plataformas donde los adolescentes se divertían , mientras que los ya entrados en los treinta ni se daban por enterados, crean choques y críticas mutuas; sí, estoy hablando del TikTok, esta red social China que ha permitido que mucha gente extrovertida , muestre desde la habilidad de hacer fonomímica (Lip sync, por si me lee algún centennial), hacer un tutorial de cocina de 1 minuto de duración, y coreografías, muchas, muchas coreografías; creo que esta red se ha vuelto, la favorita de en este período de encierro; sin embargo, y como todo adulto, asustada por las nuevas tecnologías y sin caer en la satanización, me preocupa un poco que nos acostumbremos a contenidos tan cortos y nuestra capacidad de atención continúe en descenso. Debo decir que hay verdaderas “joyas” de entretenimiento en TikTok, y tener la capacidad de hacerlo en 60 segundos, creo que tiene mérito. febrero 2019 a julio 2020
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Se puede observar el esfuerzo de quienes se atreven a crear, la inversión de tiempo para aprender una coreografía, los cambios de vestuario y, sí, tratar de hacer reír a los demás. También existe contenido educativo, profesores que han animado a sus estudiantes a crear contenidos como actividad para alguna material escolar. Puntos para los educadores que incorporan medios que atrapan. Dentro de la amplia oferta que ya teníamos de las productoras de contenido, TikTok nos viene a decir, no tienes que ser Beyoncé, Thalía o Merryl Streep, solo tienes que animarte y no temerle al ridículo; eso sí , practica, practica, practica, hasta que esa coreografía sea digna de cargarla. Lo aspiracional que le llaman en este loco mundo confinado.
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Demersales en A mayor Vivir la muerte: sobre Pilar Aguirre y su libro, muertito y coleando La primera vez que escuché un poema en boca de Pilar Aguirre fue allá por el 2016, durante la primera sesión a la que asistí del Taller Experimental de Literatura coordinado por Flora Calderón. Lo recuerdo perfectamente porque hablaba sobre las peras y a mí las peras siempre me han parecido una fruta por demás carismática. El poema titulado “Del peral”, sería publicado ese mismo año junto con otros textos de su autoría, letra en puño, en: “El Experimento (Antología del Taller Experimental de Literatura”, Colección Voz de arena, ICBC, 2016). - Cuando las peras caen en las brasas, alucinan, Se hacen dulces como postres.
A partir de entonces seguí la poesía de Pilar y, gracias a la vida y al tiempo en común, llegué a conocerla también a ella. Quien ha platicado con Pilar sabe que está en presencia de un alma vigorosa y joven, llena de ingenio y perspicacia. Esto se ve reflejado a lo largo de toda su obra literaria, y en especial en su último libro publicado “Chiras pelas, calacas mueres: cuentos, poesías y anexas” (Pinos Alados, 2020). El título es atinado y describe perfectamente la personalidad de su autora: juguetona y colorida. Es curioso que este libro
comenzara a escribirse mucho antes de estos tiempos de pandemia en los que la única certidumbre es la incertidumbre de la muerte. De esta manera, su lectura abre el diálogo abierto con “la tilica y flaca” y nos permite echar un vistazo a aquellos momentos que la definen: lo último que hicieron los occisos que habitaron estas páginas antes de partir a otro plano. El campo semántico y los recursos que utiliza Pilar son ricos en texturas. Van de lo popular a lo universal, de lo terrenal a lo onírico y hace uso magistral de su cámara poética para fotografíar el momento del deceso de sus personajes a manera de registro y homenaje. Este libro más allá de intentar descifrar la experiencia críptica de la muerte, habla de las variadas circunstancias que rodean al suceso haciendo honor a cada vivencia humana de la muerte. Así es, como se oye, vivir la muerte. Deben saber (spoiler alert) que todos mueren en este libro, nadie se salva. febrero 2019 a julio 2020
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Al igual que para todos nosotros, un día se cerrará el telón, se apagarán las luces y todo será obscuridad como en un agujero negro, la gravedad será tal que no sentiremos el tiempo pasar y el espacio se estirará hasta doblarse sobre sí mismo. Estaremos detenidos. Mientras tanto, abro hilo: ¿la experiencia de la muerte es la misma para todos? Muriel Barbery, en su libro “La elegancia del erizo” (Seix Barral, 2007) diría que lo importante es lo que estábamos haciendo antes de morir. Sin embargo, Pilar escribe sobre muertes repentinas, muertes sin aviso, muertes jóvenes, muertes por generación espontánea. Así, nos libera de la responsabilidad de ser héroes, justicieros, o grandes amantes a la hora de nuestra partida. Esa gloria se la dejaremos a los suicidas aunque por ahí se cuela alguno. Pilar termina su libro con un “Manual del bien morir” del que me quedo con esto: Relájate, esta muerte es tuya y de nadie más
En estos momentos de pandemia, en los que por primera vez estamos viviendo la proximidad de la muerte como una experiencia global y colectiva, apropiarse de ella tal vez sea la única manera de sobrevivir (por así decirlo) a la convulsión que debe ser el último respiro. Inhala hondo, hazla tuya, al fin la estás viviendo, la gran incertidumbre se ha materializado.
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Interés superior Imagen y sentido El primero de julio de 2020 supondría motivos de celebración, festejaríamos el inicio de una transformación en el quehacer político y social. Pero esa algarabía se ha visto opacada, no solo por la economía, la pandemia y la inseguridad, sino por un tuit. Un hombre escribe un tuit para solicitar a la esposa del presidente López Obrador, que reciba personalmente a los padres de los niños y niñas con cáncer, quienes no cuentan con tratamiento, debido a que el gobierno no ha comprado medicamentos para quimioterapias. Ella, en un acto visceral y arrogante, le contesta: “yo no soy médico, a lo mejor usted sí, Ande, ayúdelos”. Recordándonos y empeorando, el famoso “¿Y yo por qué?” del presidente Fox, en 2003, cuando respondió ante el conflicto suscitado entre dos canales televisivos. Pero ésta no es una opinión más contra los personajes que le dan vida a la 4T. Esta es una columna mensual en favor de aproximadamente 44,697,145 personas mexicanas entre 0 y 18 años, más las que se acumulen y más las que, por negligencia o dolo, han sido asesinadas. Porque en el fondo de ese tuit, está el cáncer infantil, que en México, es la primer causa de muerte por enfermedad entre los 5 y 14 años de edad. Si agregamos que más de la mitad de los menores mexicanos no cuentan con ningún tipo de seguridad social, resulta aún más preocupante; porque es una enfermedad costosa
a nivel económico y de desgaste emocional para el paciente y la familia. Esto lo reconoce el Centro Nacional para la Salud de la Infancia y la Adolescencia (CeNSIA), con su Programa de Cáncer, quienes habían estado haciendo esfuerzos elevando la supervivencia, de años anteriores, a un 56%. Nota, la tasa de supervivencia en países desarrollados es del 80%. Para este fin, se cuenta con 64 Unidades Médicas Acreditadas, distribuidas en todo México. Sin embargo, en los últimos 2 años, todas las que dependen del gobierno han reportado, en mayor o menor medida, desabasto de medicamentos para tratar el cáncer, y tuvieron que despedir parte de su personal en aras de la austeridad republicana. Tal es el caso del Hospital Infantil de México “Federico Gómez”, donde se tratan, más o menos, 800 niños, como Cristal Flores de 3 años diagnosticada con un tumor cancerígeno en el ojo, su padre y madre, dejaron trabajo y casa en Veracruz para mudarse a la CDMX, mientras dure el tratamiento y cirugía de la pequeña. febrero 2019 a julio 2020
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Desde hace 10 años se dan las quimioterapias sin costo, pero los padres tienen que pagar otros medicamentos e insumos, ahora eso no es tan seguro, están en la incertidumbre de si habrá el medicamento o no. Aunque no tengan para los pasajes o un hotel donde pasar la noche, los pacientes y sus familiares acuden esperanzados. El papá de Cristal, un albañil de Veracruz, es uno de los que se manifestó en el aeropuerto a principios de este año, uno a los que no recibió ni el Secretario de Salud, ni el Presidente y uno de esos padres a los que hoy desdeña la mujer del presidente de México. Al final del día en que su esposo celebraría el segundo aniversario de su victoria, la Sra. Beatriz Gutiérrez Müller, ofreció unas someras disculpas por el mismo medio, twitter, jactándose de ser profundamente humana. Se imaginan que esta mujer fuera profundamente humanista, no hubiese ofrecido disculpas, en lugar de eso, habríamos visto un video de ella diciendo algo así: “Pondré todo de mi parte, incluso en no dejar dormir a mi marido y al secretario de salud, hasta que el gobierno mexicano garantice el tratamiento completo y de primera calidad para todas las niñas, niños y adolescentes aquejados por el cáncer que dependan de las instancias gubernamentales para cuidar su salud. Todo de acuerdo a los Derechos Humanos de niñas, niños y adolescentes que están previstos en la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, en los tratados internacionales y en las demás leyes aplicables, esencialmente el primer derecho que enuncia lo siguiente: ‘Derecho a la vida, a la supervivencia y al desarrollo’”. Las niñas, niños y adolescentes tienen derecho a que se proteja su vida, su supervivencia, su dignidad, y a que se garantice su desarrollo integral. No pueden ser privados de la vida bajo ninguna circunstancia. @Larableu
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Introspecciones del Erizo Imagen y sentido Podemos apreciar una pintura desde dos enfoques como afirma Juan García Ponce al decir que la imagen es presencia viva y vida de la presencia. El primero se refiere a las qualias, esas formas particulares que tenemos de percibir el mundo. No sin razón, Marguerite Yourcenar afirma: “No vemos dos veces el mismo cerezo ni la misma luna sobre la que se recorta un pino. Todo momento es el último porque es único”. Los colores y formas, los trazos y pinceladas, entran en resonancia con nuestra individualidad, se vuelven parte indisoluble de nuestro ser. Al segundo lo conforman los significados que trascienden el contexto histórico y geográfico. Muestra de ello son las pinturas del artista ruso Marc Chagall. En cada una de sus composiciones, está presente su amada aldea Vítebsk, los símbolos de la tradición judeocristiana, sus singulares alegrías y tristezas; pero su alcance es universalista. Vanguardias estéticas como el fauvismo, el cubismo, el orfismo y el surrealismo le permitieron construir un lenguaje que ha influido a creadores de otras disciplinas. Juan José Arreola, por ejemplo, se inspiró en el cuadro “Sobrevolando la ciudad” para escribir la écfrasis titulada “Duermevela”. Marc parte de su mundo interior para hacer visible nuestros propios sueños y pesadillas. Sus cuadros son emblemas donde los animales, el ascenso y la caída, representan estados de la
naturaleza humana. El amor es simbolizado por personajes volando sin ninguna angustia, sin ningún miedo. Obras como la “Caída del ángel” nos hablan de los conflictos entre Oriente y Occidente. En específico, el tema de la obra “Crucifixión blanca” es el sufrimiento del pueblo judío a consecuencia de la persecución provocada por los nazis. El universo chagalliano está lleno de presencias vivas que me transportan a la infancia, a ese anhelo de trascender las limitaciones del espacio y el tiempo, de ser ingrávido. Es inevitable que al analizar sus pinturas establezca vínculos semánticos con el trabajo de autores que han abordado el judaísmo. Verbi gracia, la poesía de Yehuda Amihai. Estos enfoques, de los cuales nos hablaba García Ponce, a pesar de ser independientes, pueden retroalimentarse. Cada uno aporta información que le da sentido al discurso visual.
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Dando vueltas con Silvia El reino del sexo A mi alrededor veo muchas exhibiciones del cuerpo, cada vez son más diversas. En mi caminar diario, en mis recorridos por la ciudad en autobús urbano y en toda la virtualidad se configuran formas, figuras que se transforman en otras; creo que tardaría mucho en hacer un recuento de todas ellas, aunque la ventaja es que la mayoría de nosotros conoce muchos más ejemplos de las formas que puede tomar el cuerpo. Como es del conocimiento de la mayoría, el amor, el sexo y el cuerpo han tenido una liberación en los últimos años; la autora Nancy Pearcey le llama: “The Religion of Sex” (La religión del sexo), donde señala lo siguiente: “Cuando nosotros vemos la historia de estas ideas, encontramos que, irónicamente, incluso aquellos que tienen una cosmovisión puramente materialista, a menudo convierten al sexo en una religión. Si ves a la materia en la pequeña historia, verás que incluso los materialistas llevan estas ideas al nivel de una historia superior y reclaman un significado religioso para la sexualidad. (Pearcey, 2018: 131).”
Significativamente, arguye, el sexo se convierte cada vez más en una religión, como si fuera la religión del momento; como si el ser humano cada vez más se estuviera ligando hacia la “liberación sexual”, pues demuestra y exhibe que el cuerpo, para alcanzar la libertad y no podemos negar que la bandera del “amor” forma parte crucial de esto; es decir, el sexo va de la mano con lo que llaman amor.
La propuesta de que cada individuo use su cuerpo con “todos los derechos reservados”, podría causar un poco de gala al momento; ya que socialmente ha existido un pensamiento moralizante sobre la castidad, llamada reprensión o restricción de los deseos o pasiones sexuales; se cree que liberando éstos, se obtiene plenitud. Entonces, hay que analizar que esta visión está presuponiendo que lo correcto es restringir los deseos sexuales; es decir, presupone una opresión sexual; por supuesto que al escucharse de esa manera, se puede pensar en una desdicha, una bancarrota de la felicidad y libertad en cuanto al sexo y al cuerpo hablamos. Un claro ejemplo de ello es lo que dice el teórico Guilles Lipovesky; él habla de la época contemporánea como la era del consumo, habla de la sexducción, la cual es la vía para encontrar la identidad humana, esa vía es el sexo; de esta manera mientras más subjetiva sea la sexualidad más responsabilidad adquieres como individuo; así es como llegamos a la divinización del cuerpo, es decir, a través del sexo se obtiene la dignidad humana, intentando excluir todo principio moral y “dogmático”. febrero 2019 a julio 2020
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“Y cuando el sexo se convierte en una religión, entonces nada puede interponerse en ese camino—especialmente la moralidad cristiana. Todos los teóricos de la sexualidad más prominentes han hecho de la moralidad un obstáculo para la felicidad humana, es como una fuerza maligna de la que debemos ser liberados. (Pearcey, 2018: 131)”.
La escritora Nancy Pearcey plantea que el sexo es visto por algunos teóricos como una religión que otorga identidad y dignidad; eso es precisamente lo que vemos en la ‘sexducción’ de Lipovesky. Por lo tanto, en esta era posmoderna tenemos al sexo como la religión más atractiva. De esa manera llegamos a la conclusión de que tener esta presuposición implica que basta con la decisión del individuo para obtener la dignidad e identidad. Si yo decido darle esta forma a mi cuerpo, entonces eso me hace responsable. El cuerpo es entonces divinizado por el sujeto individual, es él quien tiene la última palabra para darle o no significado a lo que hace; entonces al final de cuentas ¿quién dirige o le da legalidad a la decisión del sujeto? El sujeto mismo; eso significa que el humano es quien rige qué es o no dignidad, el humano, sin tener un valor de referencia, puede establecer si quiere o no tener dignidad. Por ello nos preguntamos, ¿cómo ocurre esto?, ¿en qué momento adopto esta forma y la convierto en “la forma” para obtener identidad?, ¿no acaso es ésto también una forma de dogma y creencia, como cualquier otra religión, incluso como la que tiene una de las más atacadas, el cristianismo? “En el momento del autoservicio libidinal, el cuerpo y el sexo se vuelven instrumentos de
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subjetivización-responsabilización, hay que acumular las experiencias, explotar el capital libidinal de cada uno, innovar en las combinaciones. Todo lo que recuerda la inmovilidad, la estabilidad debe desaparecer en provecho de la experimentación y de la iniciativa. De este modo se produce un sujeto, ya no por disciplina sino por personalización del cuerpo bajo la égida del sexo. Su cuerpo es usted, existe para cuidarlo, amarlo, exhibirlo, nada que ver con la máquina. La seducción amplía el ser-sujeto dando una dignidad y una integridad al cuerpo antes ocultado: nudismo, senos desnudos son los síntomas espectaculares de esa mutación por la que el cuerpo se convierte en persona a respetar, a mimar al sol, (Lipovestky, 1986: 31)”.
Pensar, decidir, creer, implica convicción, y como el juego “deconstructivo” de Jacques Derridá, la ‘sexducción’ de Lipovestky se convierte en una nueva base dogmática, e incluso plantea su propia idea de felicidad, responsabilidad e incluso moralidad. Por tanto, ¿estamos realmente a/moralizando el sexo o más bien estamos desmoralizándolo; o sea, pasando de una moralización previamente concebida a otra?, ¿no estaríamos más bien cambiando una religión por otra? Asimismo, para ejecutar esta acción, se supone que debo decidir, de lo contrario yo estaría cayendo en la seducción de la ‘sexducción’, y no hablaríamos de un aspecto libre de dogma sino de una migración a una nueva religión o nuevo “reino”: “El reino del sexo”; sin embargo, uno debiera ser libre de elegir ser o no ser seducido; por supuesto, eso si aún hablamos de una libertad individual y propia.
Bajo el barandal. Volver a la normalidad “La vida es de pronto el aprendizaje de la nada” Raúl Cota Álvarez
Han pasado las semanas y con ello nuestros días de normalidad. Las prisas, los paseos con la familia, los niños corriendo por el parque o en sus centros escolares. Es triste saber que la delincuencia no para o será que con la pandemia y el confinamiento ellos se hicieron visibles. Nos enfrentamos a retos inimaginables, el temor, la impotencia y la apatía han formulado todos aquellos juegos de poder. Vivir junto al enemigo para algunas mujeres es cosa de la normalidad pandémica. La vida como la conocíamos ¿ha dejado de existir? ¿O es un mal sueño del cuál no hemos despertado aún? Mientras afuera el mundo y sus áreas verdes se regeneran y se anuncia que esté 2020 es uno de los mejores momentos para el planeta Tierra. Los habitantes en confinamiento han dejado de contaminar. Los cines, las plazas y los destinos turísticos yacen en desolación. Toda actividad comercial no esencial es casi nula. El miedo a ser una cifra es la cadena que ata al ser humano; cuatro paredes conforman nuestro hábitat, la caja idiota remplaza al maestro en algunas casas, en otras una imagen y una voz. Atrás quedaron las graduaciones en donde vimos bailar a los recién graduados. Nuestra nueva normalidad es hacer una fila, sonar el claxon y llenar el auto de globos de colores.
Aún así, tenemos otra opción: sumergirnos en alguna historia feliz y buscar la curación para estos momentos tan insoportables qué se viven, olvidarnos de las cifras, del desempleo, de las calles vacías, de los semáforos en rojo, de la impotencia al no poder llenar la nevera. Nuestra nueva normalidad es abandonar los vínculos familiares y volver al inicio, cuándo éramos solo dos personas intentando sobrevivir. Aprendiendo el uno del otro. Pero toda está fantasía es solo un síntoma más del confinamiento, de nuestros primeros 90 días del nuevo régimen comunista qué avanza a grandes pasos. Me intentó tallar los ojos y observar tras este barandal imaginario, la brisa marina de está escarpada costa me hace delirar y ver en el fondo del oleaje marino a los cachalotes retozando y ver a los ensenadenses felices, deambulando por las calles maltrechas de este puerto, antes prosperó y un destino añorado para los miles de turistas. febrero 2019 a julio 2020
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No, no. Sólo son los cruceros qué descansan en las inmediaciones del océano. Nuestra nueva normalidad incluye una persona por familia en los supermercados, ser parte de las cifras de personas propensas a seguir en la lista de las funerarias, el desacato a salir después de las 9:00 pm incluye cuantiosas multas. Los permisos para trabajar en la nueva normalidad para los restaurantes es de más de tres ceros. Y los empleados de maquilas al garete. Sigamos fingiendo que no pasa nada, qué esta farsa es una idealización del nuevo orden mundial De una normalidad que incluye una jaula construida de sueños. Dónde dos una vez se unieron para escribir una historia nueva.
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Mi punto de risa Lecturas Con el inicio de esta prolongada cuarentena a la que llamamos en un principio “distanciamiento social voluntario”, muchas personas vimos una gran oportunidad de dedicar todo este tiempo de aislamiento, desde nuestra posición privilegiada, a realizar actividades más personales, como retomar aquel libro o incrementar nuestros hábitos de lectura. Incluso pude ver en las redes sociales cómo se compartía el mensaje de que si no salías de la pandemia con al menos un libro leído, entonces no habías aprendido nada. Bueno, puede ser, pero también tenemos que reconocer que hay personas que nunca han tenido un acercamiento a la lectura de una manera adecuada, así que ni con mil pandemias van a dedicar un tiempo a leer. Al principio, seleccioné varios libros, unos de cuentos, novelas y poesía, para avanzar en mis lecturas al doble de lo que normalmente leo. Después de unos días de avances, también pude darme cuenta de que no era tanto por el hábito, sino que empezaba a dejar de ser algo reconfortante para mí; ya que las lecturas no cumplían una de las funciones por las que empecé a leer, distraerme del mundo. En estos días de retiro, ya no tan voluntario, la evasión del mundo se está dando como algo normal y cotidiano, por lo que, para mí, leer está dejando de tener el sentido distractor. Sin embargo, sigo disfrutando de las lecturas, sobre todo cuando volví a leer el que fue mi primer libro como un lector adulto o consciente: “El Perfume”, de Patrick Süskind, que se lanzó a la venta cuando tenía apenas diez
años y que leí a los quince. Aún recuerdo el viaje que significó para mí esa lectura. A esa edad, con una incipiente capacidad de lectura, terminar este libro fue como abrir una puerta a un universo que hasta ese momento no conocía. No hablo de un desconocimiento de que existen infinidad de universos en las novelas y los cuentos, sino que no había sido capaz de entender la genialidad de la maldad en los personajes. Jean-Baptiste Grenouille se convirtió en una especie de héroe y antihéroe a la vez, mientras sentía fascinación y repudio al mismo tiempo. Desde mi manera de ver las cosas y apreciar el arte, primero tenemos que dejar de lado cualquier sesgo moral para entregarnos al goce estético de cualquier obra, tal como Grenouille cuando se entregaba a los olores, gozando sin importar el origen del mismo. En este sentido, disfrutar del personaje principal de la obra, supone olvidar que su búsqueda lo lleva a cometer una serie de asesinatos atroces. La parte final de la novela, ha sido el más poético de todo lo que he leído en la vida. La entrega final, el sacrificio, el clímax febrero 2019 a julio 2020
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del goce, la obra maestra de Jean-Baptiste termina de manera sublime su vida y la novela misma, no dejando duda de que el genio lo acompañó hasta sus últimos momentos. Una novela en la que se lee más allá de las líneas, ya que es una crítica que hasta nuestros días suele seguir vigente; una sociedad en la que, no tener olor puede ser catastrófico. Pasa lo mismo con nuestra sociedad vigente, de manera consciente o inconsciente, solemos discriminar a quien represente una minoría y luego nos espantamos cuando quienes sufren de discriminación reaccionan de manera radical. “El Perfume” es una novela que suele dejar una inquietud en el alma que, en lo personal, me sigue acompañando después de tantos años de haberla leído por primera vez. Cuando salió una versión en el cine, tuve mis reservas al asistir a verla. He de confesar que fui esperando una sola escena y no me decepcionó la manera en que la trataron; es cuando llevan a Grenouille al patíbulo y logra salvar el pellejo (irónicamente) utilizando la pócima que había preparado. Sin duda, en resumen, ésta es una de las que no deben faltar en cualquier biblioteca personal, y debe ser leída más de una vez para asimilar las ideas con mayor consciencia como lectores. “El Perfume” fue, es y será, por mucho, una de mis novelas favoritas de todos los tiempos, algo que en estos días de aislamiento vuelvo a confirmar que seguirá siendo por mucho tiempo. Sobre todo, ahora que las personas empiezan a dejar de tener olor, ya que nuestro contacto a través de una pantalla se vuelve lo cotidiano. No sé si Jean-Baptiste hubiera soportado tratar a las personas por video llamada y no sentir sus aromas. En todo caso, prefiero pensar que ya habría inventado algo para solucionarlo.
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La Niña TodoMePasa dice: La musa en rojo. Diario reviso los titulares de noticias de Google. Hoy me quedé pasmada cuando leí que Andrés Manuel López Obrador dijo que se dominó o se domó la pandemia de coronavirus. No sé exactamente qué palabras usó el señor, ni que perdiera mi tiempo viendo sus “Mañaneras”. Me quedé pasmada, básicamente porque el lunes escribí en mi Facebook un texto. Esa mañana mi mamá recibió la noticia que Lauris, su amiga de la oficina, falleció de Covid-19. Acababan de detectarle leucemia. Solamente me quedé pensando: Si los jefes de mi mamá no les hubieran dado Home Office… Y si los dueños de esa empresa se hubieran puesto en el plan pendejo del codicioso de Ricardo Salinas Pliego… Si ellos hubiesen obligado a cada persona a asistir al edificio a cumplir labores porque hay que cubrir la cuota de horas nalga… O si la amiga de mi mamá se hubiera quedado de guardia… Y mi mamá también… ¿Qué habría pasado? Que mi mamá, MI MAMÁ, se hubiera infectado. Y tal vez mi mamá todavía la libre porque siempre hizo ejercicio y se cuidó. Pero mi abuela tiene ochenta y ocho años de edad. Mi abuela tiene EPOC (enfermedad pulmonar obstructiva crónica). Porque comenzó a fumar a los 15 años de edad y dejó el tabaco como a los 82.
Y no se fumaba más de dos cigarros al día, a la hora de su café. Cómo se atreven estos infames demagogos a decir que se domó la pandemia de coronavirus. Un tipo realmente estúpido es Jair Bolsonaro, presidente de Brasil. Vi una especie de cronología donde primero se jacta de la pequeña gripita. Va por todas partes sin cubreboca, sin respetar la sana distancia (“Susana Distancia”). Hoy día Brasil es el segundo país con más muertos e infectados por Covid-19. El epicentro pasó de Wuhan, China, a Italia y España. ¿Y cuáles fueron las inolvidables palabras de Jair Bolsonaro? “Soy un Mesías, pero no hago milagros.” ((¡No me digas! Pinche estúpido.)) No soy ni fifí ni chaira. Así como tampoco soy ni proabortista ni provida. El Peje nunca fue de mi agrado, pero ganó (no voté por él) y así de va, se merece una oportunidad… Pero la mera verdad es que la está regando gacho. En todo. febrero 2019 a julio 2020
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Mientras tanto, medio México ama a Hugo López-Gattel. Nos mienta o no, total: bien dice el doctor Gregory House que todos mienten. Y en serio, que no vengan con estas mafufadas. Que ya se domó la pandemia. ¿Cómo se va a domar la pandemia cuando nuestra familia en Ciudad de México nos cuenta de amigos que ya fallecieron? ¿Cuando nos enteramos de que falleció el “médico de la colonia” tal o cual? Yo supe del doctor que atendía a medio Ticomán, por el Cerro del Chiquihuite. También por esos rumbos murieron unos taqueros o no sé qué, que colocaron su puesto el diez de mayo. Hicieron mucho dinero en un día, y luego fallecieron. Aquí en León la gente ya anda relajada. En la pachorra. Ya es raro ver a alguien con su cubrebocas. En Guanajuato “solo” ha habido 127 muertos. Dudo que a los padres, hijos, nietos de los fallecidos les guste que se minimice su pérdida. Pero al final solo es una estadística, como dijo José Stalin y la canción donde Marilyn Manson lo parafrasea: “La muerte de uno es una tragedia. La muerte de millones es solo una estadística”. La gente ya se muere, literalmente hablando, por salir a la calle. No les importa morir por irse a formar para comprar una o dos cajas con cervezas. Como si no hubiera absenta, vodka, whisky, tequila y demás.
Pero, como decía mi jefe de “El Heraldo de León”: Que hagan lo que quieran. Si solo sobreviven los sanos, más nos valdrá entonces… Abstenernos de alcohol y otras drogas. Deshacernos lo antes posible del peso extra que hemos adquirido durante esta cuarentena. Prepararnos físicamente como para correr maratones. Decirle a nuestras células precancerosas, si es que tenemos algunas y ni lo sabemos, que se manifiesten y luego se larguen por el excusado. Ojalá los demagogos hagan lo mismo: irse por el agujero de donde salieron. Parece que a ninguno de estos señores de reluciente cuello blanco les ha caído el veinte de que mientras haya una persona con Covid19 en el mundo, esto seguirá hasta que haya vacuna y medicamento. …y entonces, y solo entonces, aparecerán los antivacunas que dicen que causan autismo y no sé qué tanto. Covid-19, sarampión, veamos qué enfermedad “ya domada” regresa pronto gracias a estos genios.
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Incipit. Impermanencia. La soledad se admira y desea cuando no se sufre, pero la necesidad humana de compartir cosas es evidente. Carmen Martín Gaite
Han pasado tantos días desde que me dijeron que debía guardarme en casa para no enfermar, que no recuerdo con exactitud qué he hecho y qué he tratado de hacer. La casa que habito es pequeña, pero tengo en ella un estudio, el cual es un espacio grato para poder trabajar y hacer lo que me gusta; sin embargo, no podía estar en él porque me pasaba los días corriendo, yendo de un trabajo a otro, leyendo de madrugada y escribiendo donde se pudiera (cafés, patios de escuelas y hasta en la oficina) todo el día cargando en la bolsa no sólo documentos de oficina o universidad, sino comida, agua y libros; de manera continua pensaba “Cómo desearía quedarme en casa y poder leer todo el día, ver películas que no he visto o bien, escuchar ese podcast que me recomendaron…”, pero no imaginé que sin yo digerirlo, de un día para otro me sentenciaran “Quédate en casa”, un aislamiento social obligado, y así fue. Reconozco que han sido días de emociones varias, que me permitieron tener tiempos para reflexionar sobre algunas situaciones personales, de pensar en la impermanencia y de todo ese miedo extendido alrededor del planeta; y claro, después pensar de qué manera podría ordenar mi biblioteca ¿Por autor, editorial, género, corriente, área? Al concluir esa misión sentí alivió y sí, sentí felicidad. El trabajo nunca se fue, ni se detuvo, todo desde nuevas
modalidades y nuevas conmociones; es tan frío esto de las cosas virtuales, pero al mismo tiempo me brindaba (y me sigue otorgando) certeza de estar con los otros, con todas aquellas personas con las que uno va conformando lazos familiares, de amistad, laborales o sociales. Cuando nuestro director y editor nos dio la noticia del regreso de “delatripa: narrativa y algo más”, me provocó una gran emoción, otra vez resurgir y desempolvar mi columna “Incipit”, leer a las y los colaboradores y seguir haciendo esto que nos gusta. Créanme que pensé en qué escribir en este regreso, pero mejor quise compartirles que aún en la soledad es que uno se siente cercano de aquellos con los que acompañamos la vida, y ésta nos ha dado lecciones, porque la habíamos olvidado, así como muchas veces se olvidan los libros en un rincón, o como cuando damos por sentado que aquellos a quienes amamos lo saben o sienten. De vez en vez y de cuando en cuando de esta pandemia trato de recordar que febrero 2019 a julio 2020
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“estamos solos, vivimos solos y morimos solos. Solo a través del amor y la amistad podemos hacernos la ilusión, por un momento, de que no estamos solos…”1 así es como habitamos estos días, buscando lecturas, conociendo y reconociendo autores, valorando el tiempo y los espacios, recordando emociones y vociferando dentro del pecho que la vida no se acaba hasta que se acaba, que el miedo debe quedar soterrado, que no hay peor cobardía que la de no saber vivir, que asomarnos a nosotros mismos es un reto y vernos en quienes nos rodean aún más, que observar los ojos de aquellos que se cruzan por azar en estos días de reclusión bien nos sirve para poder adentrarnos a su alma, porque es verdad que en la mirada tenemos tanto de nosotros. Así que ha reafirmarnos en nuestras pasiones, a corregir nuestros malos episodios y a seguir con esta fiebre por compartirnos a través de la palabra, vaya, que sin ella no podríamos haber sobrevivido ¿no lo creen?
Orson Welles, productor, director, guionista y actor de cine estadounidense. Les recomiendo vean “Ciudadano Kane”.
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Itasavi1@hotmail.com Facebook: Blanca Vázquez Twitter: @Blancartume Instagram: itasavi68
Desvaríos de la freaky neurosis. Cambios necesarios. “Hoy, empezamos una nueva vida Orfeo. ¿No sientes que el mundo es más grande, más puro el aire y más azul el cielo?”. Niebla, Miguel de Unamuno
“El progreso consiste en renovarse” cita una frase atribuida al filósofo y escritor Miguel de Unamuno; la cual, la sabiduría popular convirtió en “Renovarse o morir”. Incluso Gregorio Samsa, en la Metamorfosis, se transformó, después de un sueño intranquilo, en un monstruoso insecto. Después murió, es verdad, porque esa mutación no era en absoluto conveniente; pero al menos, en algo cambió su historia. Así como los personajes de las novelas, nuestras vidas pueden tomar rumbos insospechados. Vueltas de tuerca, para las cuales no estamos preparados. “En determinadas circunstancias, puede pasar cualquier cosa en cualquier lugar”, cita Margaret Atwood en el prólogo de “El cuento de la Criada”. Nada más cierto, y que no quede evidenciado en este precipitado 2020, donde hemos atravesado desde el peligro latente de una Tercera Guerra Mundial, incendios en Australia y Chernobyl, inundaciones en Indonesia y algunos estados de la República, el surgimiento de un avispón asesino, amenaza de tormentas tropicales y huracanes; terremotos, hasta la pandemia del Coronavirus que ha matado a miles de personas en el mundo entero; y nos obliga a recluirnos como si fuéramos animales de zoológico o alguna especie de circo humano. ¡Vaya! Hemos visto incluso la caída del petróleo y esos mentados videos de ovnis que el pentágono liberó. ¿Quién lo diría, no? ¿Podemos esperar algo más? No lo dudo ni un segundo.
La epidemia hizo evidente las carencias no sólo en nuestro país, sino en el mundo entero ante la incapacidad de todos los gobiernos para reaccionar ante una catástrofe de tal magnitud. La mayoría de los mandatarios, no creyeron en la amenaza del virus y tampoco tomaron las medidas pertinentes para evitar que los sistemas de salud en sus países, colapsaran. Se contaban decenas de muertos en Italia, y se hablaba de cadáveres apilados en todos lados, en espera de ser cremados. En México, entramos a Fase Uno de contingencia, mucho antes de lo esperado; creyendo que estas acciones, lograrían frenar el avance del virus, pero no fue así. Seguimos esperando el mentado pico máximo, que jamás llega; y la población, harta del confinamiento; sale masivamente a las calles para celebrar a los niños, las madres y los padres; que para inventar fiestas, el mexicano se pinta solo. La pandemia hizo evidente, no solamente las carencias de nuestro país, en el sector salud; sino también en educación y economía. Las desigualdades se hicieron más evidentes, y febrero 2019 a julio 2020
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muchas personas se quedaron sin empleo; sobre todo aquellas dedicadas al comercio informal o microempresarios considerados en el rubro de “negocios no esenciales”. ¿Puede acaso una despensa o un dinero mensual, cubrir todos los gastos de una familia mexicana promedio, durante toda la pandemia? Evidentemente no. A muchos jamás les llegó el apoyo y quedaron a la espera de una promesa por un México más justo, con cero corrupción y de oportunidades para todos. Promesas de campaña, vacías. Muchos debieron salir a buscar el pan, al costo de lo que fuera. Les quedaba claro que primero morirían de hambre, antes que por el virus. Y ¿qué decir sobre la educación? Las mentadas clases de “Aprende en Casa”, parecían una burla para el intelecto de los estudiantes. Pero no solamente se trataba de eso; sino de la enorme carga de tareas, que los profesores enviaban por correo electrónico; sin siquiera explicar los conceptos abordados. En las comunidades donde no había acceso a internet; o en familias de escasos recursos, no se podía acceder a estos materiales; y muchos alumnos quedaron a la deriva. Y, ante un panorama incierto sobre si regresarán los estudiantes al aula de manera presencial; resulta necesario replantear los métodos actuales de enseñanza- aprendizaje. Definitivamente, la pandemia nos hace reflexionar sobre las enormes desigualdades que existen entre los diversos sectores de la población. Asimismo, resulta una llamada de auxilio al gobierno; para invertir en Salud, educación e impulsar la economía de la gente más vulnerable. Al final, todo se traduce en aquella frase: Renovarse o morir..
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Nos vemos en el slam. Nos volveremos a ver. Nos volveremos a ver, eso es seguro. La banda tocará sus mejores rolas y allí estaremos dándonos de patadas, codazos y empujones, le daremos vida de nuevo a ese espacio violento que también es de hermandad porque quien cae es levantado de inmediato. Solo esperamos que la música vuelva sonar en vivo a todo volumen para salir del confinamiento ordenado por las autoridades y regresar al grito de “mucha policía poca diversión”. Estaremos de nuevo parados frente a la tarima con las ganas de que reinicie el rock, el ska, el metal o cualquier escándalo musical que nos haga recuperar nuestra sana distancia, la que de verdad nos da vida. Nos olvidaremos de las tocadas digitales y las leyes secas, nos olvidaremos de policías preguntando ¿pa dónde va?, nos olvidaremos de contagios y mandaremos a la chingada a funcionarios dando cifras, tras cifras como si imponer miedo fuera la solución. Otra vez migraremos de fiesta en fiesta despertando las que se quedaron canceladas cuando la pandemia cerró todo y exigiendo nuevas canciones que solo la cultura alternativa tiene en la sangre. Nos volveremos a ver, sin tapaboca y pasándonos la caguama o el vasote de chela en lo que terminan los ensayos de sonido para que los instrumentos sean como antorchas encendidas que nos guían del toque de baquetas hasta la rola que suena después del grito de ¡otra, otra, otra! Estaremos juntos de nuevo sin la distancia de metro y medio, abrazados de hombro en hombro dando vueltas en el círculo de paz que nos recuerda que no importa cuántos codazos, patadas y empujones nos demos, al final seguimos siendo hermanos, compañeros, camaradas y banda. febrero 2019 a julio 2020
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Aguantemos para que el coronavirus solo sea como un mal rato tras el anuncio de un concierto cancelado o una tocada frenada por la policía justificándolo cualquier babosada para interrumpir nuestra alegría. Nos volveremos a ver, eso es seguro, sin mandarnos un mensaje o estar buscándonos en la multitud, nos volveremos a ver en la fiesta y cuando termine nos despediremos como siempre, ¡nos vemos en el slam!
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