Fiestas de las
Angustias
AYAMONTE2018
Las Visitas caño del Pozo, la tía Catalina Victoria y la tía Tota se reunían con la tía Rosario Soler en la casa del padre, tío Antonio Soler —Hoy del contador de historias, el longevo tío Prudencio y la tía Pepa Matilde— Más tarde se incorporaba al grupo, Paquillo el Anega, pretendiente desde que tuvo uso de razón de la tía Rosario Soler. Seguramente, ya serían novios, en aquella época bastaba un sí para ser novios o un no para borrar de un brochazo al pretendiente de la lista. Los tocamientos, si los había, quedaban enraizados en la mudez eterna de los troncos de las retamas. En la Isla, todos eran familia, los tocamientos incestuosos entre primos hermanos eran bienvenidos como agua de abril. El dicho de: cuánto más primo más me arrimo, gozaba de hondo calado entre las retamas y las vinagretas de los caminos. Paquillo el Anega andaba un poco mosca con las tres artistas del circo ambulante de las barcias nocturnas. La pretendienta aludía dolores de cabeza y las otras dos ayudantas, que debían madrugar al día siguiente. La jugada se la envolvieron con papel de estraza varias noches alternas. Pero dice el refrán: El gato escardado del agua caliente huye. La noche siguiente fue él quien tomó la determinación de marcharse temprano para su casa.
Cuando la señora Filomena y la tía Tota subían a Tenomaya Martinito recuerda, en la distancia atropellada de las pelotas de trapo y los pantalones cortos, que eran varias las casas de obligada visita familiar. Las visitas a la casa de la tía Rosario Soler, en la calle Rábida, eran suspiros espaciosos del aire. Se detenían los relojes solares en la cuesta empinada de los escalones de la calle San Pedro, alargándose las tardes en las aceras de la calle Felipe Hidalgo, emisora de cantos de pájaros venidos de las pajareras de los patios interiores de la calle Realidad. El tío Pedro el Cangrejo preparaba y servía el café. La tía Rosario Soler recibió la visita prematura de las dichosas punzadas en la cadera, acentuándole la voz de mando, ¡Ando baldadita viva, hija! El marido era hombre de pocas palabras y al primer descuido se alejaba a su cueva mágica: Del Sevilla hasta la médula. A veces, silenciosamente, se acercaba a la tertulia para cerciorarse por el capítulo que se deslizaba la animada conversación. En sus tiempos de brega en el muelle de Tenomaya —había sido marinero de contrastada potencia—, cuentan que estando de inspección por los arrabales de la Dársena, varios hombres intentaban botar un bote sin la más mínima pesquisa del rolar del viento. El tío Pedro el Cangrejo era un hombre callado, pero las injusticias le removían las tripas. Y las maniobras inútiles, de aquellos hombres en el fango, le carcomían las ambrosías siniestras de las pelusillas del pecho. Se quitó los zapatos, se remangó el pantalón, y con un movimiento lento de manos apartó a los hombres del bote. Se hincó de rodillas en el fango, le metió la espalda a la quilla, extendió los brazos por el escaramujo del fondo del bote y —como estatua flotante surgiendo del fango— llevó el bote a los pies veladores del caño entre gritos y aplausos de los congregados, ¡Cangrejo!, ¡Cangrejo!, ¡Cangrejo!... En los zampuzos cercanos se había corrido la voz de que el tío Pedro el Cangrejo estaba desafiando a la ley de la gravedad. Los alrededores de la Dársena se llenaron de curiosos atraídos por la potencia bruta surgida de los andamios del fango. Si la tía Tota y la tía Rosario Soler cogían la palabra podía llevarse el tío Pedro el Cangrejo toda la tarde calentando café de puchero. En fiestas y jolgorios andaban las dos amigas del alma, recordando noches de escarceos y jaranas por las barcias de la Isla. Al caer la tarde, solapada por los cabezos gigantes de las marismas del San Bruno y el olor a fango hirviendo atravesando los juncos del
¿Qué extraño?, se preguntaron las tres artistas del disfraz, ¿Paquillo irse tan temprano para casa? Él se alejó canturreando por las lloronas del camino del muro de Soler, pero, a la primera curva en el retamar, volvió sobre sus pasos para investigar el trajín de las tres comadres. Eran juegos de muchachas abriendo los pétalos al viento salobre de las cálidas noches de verano. Paquillo el Anega, las vio partir risueñas y cómplices, adivinando las intenciones de la patulea. Robarle sandías, al tío Nemesio Matilde, camuflando las pisadas con sacos amarrados a los zapatos. No era fácil la jugada, primero tenían que borrar las pisadas en el sandiar y después no dejar rastro del atracón. Y, estando las luces de la fiesta encendidas y los palmeros preparando sus toquecitos rítmicos al compás de las matas más hermosas del sandiar, una voz retumbó infiltrada en el cabezo Majuelo, ¡Tío Nemesio le están robando sandías! Las tres muchachas se meaban de risa, corriendo a esconderse en el retamar. No por nada, de más sabían que el tío Nemesio Matilde era consentidor de las travesuras. El que saldría trasquilado por el atrevimiento, sería Paquillo el Anega que recibiría como castigo la
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