Monólogos pandémicos para mujeres valientes (segunda generación) por FARO La Perulera.

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MONÓLOGOS

PANDÉMICOS

PARA MUJERES MUJERES PARA

VALIENTES SEGUNDA GENERACIÓN

PRESENTADO POR ALUMNAS DEL TALLER DE MONÓLOGO AUTOBIOGRÁFICO DE FARO LA PERULERA


Camino de regreso a casa por Corina del Carmen

3-9

Floricienta por Florentina Scully

10-18

Desmitificando la visibilidad por Brenda Reyna

19-22

Esto no es una confesión por Anilú Zavala

23-28

El día que me separé

29-34

por Diana Cruz

Mi cuerpo no es imbécil

por Carla Elorriaga

35-41

Te vas a quedar sola por Mara Montes

42-50

Autenticidad y autosabotaje

51-58

Pinchecovid

por Adriana Padilla

por Elena Nezahualcoyotzi

59-63


CAMINO DE REGRESO A CASA 3 por CORINA DEL CARMEN

Soy Corina del Carmen, una mujer alegre, pero a la que le cuesta mantener la paciencia, y que al mismo tiempo, a veces es muy pasiva y deja que la arrastre la vida. Mido 1.63, pero la gente seguido me ve más alta, será el carácter. Sé bien cuánto mido porque esta cifra no ha cambiado en años, pero ya no sé cuánto peso, porque igual, hace años que no me importa esta cifra, mi cuerpo está sano y fuerte, y ningún número en la báscula o en la talla del pantalón cambia eso. Soy de carácter fuerte, a veces medio necia y obstinada, recta como mis cejas, pero muchas otras fluyo en ondas largas y suaves como las de mi cabello negro. Estoy loca, con una locura que lo abraza y lo quema todo, una locura que transforma. A veces me quemo en lumbreras, otras brillo en discreta llama, pero siempre encendida y ardiendo. Mi voz es fuerte, y mi palabra, aunque a veces baja como

un remolino, cada vez es más clara. Mi corazón es cálido, protegido por unos grandes senos y mi vientre es prominente, muchas veces fue pozo de tristezas, pero hoy, así hinchada, es fuente de alegría. Mis piernas son grandes y fuertes, capaces de llevarme a donde quiere el corazón, y así de grandes muchas veces tiemblan de emoción, de placer y de miedo. En mi tobillo izquierdo está la cicatriz-recordatorio de la batalla que tuve que pelear cuando recién llegué a este mundo y que me recuerda que apesar de todo, siempre vuelvo a caminar. Tengo que advertir aquí, que lloro cuando me emociono, cuando me enojo y cuando estoy triste, cuando estoy contenta, cuando me escribo. Dicen que es por el trastorno de ansiedad, yo digo que lloro cuando la vida me llena el corazón y se me sale por los ojos.


4 Así con mis luces y mis sombras, hoy cuento la historia del regreso a casa. Pensé que sería libre el día que me fuera de la casa familiar para tener mi vida. Y lo logré, pero la libertad va más allá de solo irse de algún lugar. La libertad es poder elegir, pero elegir desde mi y para mi. La libertad no es salir corriendo, lo que sea de lo que huyes, se va contigo, no te das cuenta, pero no te vas de ningún lado, sino que llevas todo cargando a cuestas, crees que te vas, pero cuando menos lo esperas, ya estás de vuelta en el mismo lugar, y te quieres volver a ir, y otra vez, y otra vez, hasta que te das cuenta, que irse no es liberarse. Pero eso no lo sabía hace 6 años que me fui de la casa, tenía 26 años, 26 años sin el famoso cuarto propio del que escribió Virginia siglos atrás. Así me sentía, a siglos de alcanzar mi libertad, hasta que un día la encontré, o eso pensé cuando un jueves de quincena, que tenía ganas de celebrar, no sabía qué, pero estaba festiva, fui de

visita con unos amigos que acababan de mudarse a la Guerrero. Me bajé en la parada del trolebús Luna y caminé hasta el edificio. Desde que entré supe que era ahí. Mi amigo no estaba, pero estaba su novio y mientras esperábamos a que el otro llegara tomamos un par de caguamas y platicamos del lugar. Le dije que estaba bonito, y me dijo que el departamento de abajo era igual, que estaba vacío, y que lo estaban pintando, era probable que estuviera en renta. El lugar era de esas joyas escondidas. En una de las ciudades más pobladas y violentas del mundo, en una colonia que muchas personas consideran “peligrosa”, dentro de un edificio destartalado y descuidado, estaba el que fue mi primer hogar, el primero en el que fui libre. Me encantaron las ventanas enormes que daban a las copas de los árboles, los espacios abiertos y luminosos, la libertad al alcance de mis manos.


5 María, mi cómplice, confío en mí, y sin siquiera verlo en persona, hicimos un contrato, un pacto. Los trámites “inmobiliarios” fluyeron, cuando las cosas son para ti, no hay nada que lo detenga, dicen, yo no lo sabía hasta ese entonces. Tan solo una semana después, desperté y al abrir la ventana estaba ese árbol que fue confidente durante un año y medio. En ese lugar hice muchas cosas por primera vez. Me enamoré de verdad por primera vez, y conocí también la violencia, esa que ejercen los hombres sobre nosotras cuando dicen que nos aman, pero no es así. También conocí la famosa sororidad, esa palabra tan gastada de leerla, pero que pocas vivimos en carne propia, esa que salva vidas. Me enfrenté a mis peores demonios, y perdí. Me dejé ganar. Salí corriendo. Y esa casa que fue mi casa, quedó otra vez vacía. Vacía de complicidades y afectos. Vacía de palabras y de momentos compartidos. Intenté huir de ese vacío en el mar.

Me fui empujada por mí misma, partí de mi miedo, partí para buscarme a mí misma. Tenía el corazón en llamas, que a nivel del mar poco a poco se fue calmando, convirtiendo en agua. Celebré mi vida en el mar, hundida en el pacífico, en un lugar transparente. Y así pasé semanas refugiada en las olas y los atardeceres, llenando vacíos con arena y agua salada, evadiendo. Hasta que llegaron ellas, mis amigas me visitaron para celebrar mi cumpleaños, y me removieron todo. Todo eso de lo que había huido estaba otra vez ahí, otra vez tuve ganas de irme, me fui del mar, sintiendo un vacío oceánico, más que la primera vez que partí. Sentí todas las despedidas juntas, todas las huidas, todos los escapes se agolparon en mi corazón y la fuerza de la tierra literal me sacudió, por esas fechas hubo un sismo en la costa que me despertó del sueño y dirigió la brújula de regreso.


6 -¿Otra vez ya te vas? Me pregunté a mi misma +Sí, respondí, ya no tengo nada que hacer aquí -¿No que venías para quedarte? Insistí +Pues ya me quiero ir, aquí no es mi lugar -¿Y cuál es tu lugar? +No lo sé, me contesté harta, sin bajar la guardia -No te puedes escapar de tí misma, me dije en un destello de entendimiento +No es eso, contesté, -Desde niña estás huyendo, date cuenta, solo hay un lugar al que tienes que llegar, eres tú. Tuve que reconocer que me alejé de esa que fui, porque desde niña quise huir de mí misma. Me fui lejos y tuve miedo de no poder volver. Dejé de ser esa niña, porque esa niña a los 12 años vivió una de las pérdidas más grandes, que le sacudió el barco y le hizo perder el norte. Muchos años me olvidé de ella, pero hoy, es necesario abrazar a esa niña, a esa niña que tuvo que despedirse de su mamá, no por la muerte, sino por la vida que quiso desde pequeña enseñarle libertad.

Esa niña, que inició el nuevo milenio con una llamada telefónica donde su mamá le avisaba que se había ido, sin ella, que la podía alcanzar luego, pero que ya se había ido. A ella, me es urgente decirle: Sé que estás asustada, tienes miedo, es normal. Todo lo que dabas por hecho se desvaneció. El espacio seguro se movió, los brazos que te consolaban ya no están. Y está bien. Nada ni nadie son para siempre. Ahorita no entiendes nada, solo te dejas llevar por los arrebatos. Ya llegará el día en que entiendas, y en que puedas perdonar, perdonarte. Te vas a dar cuenta que puedes superar tu más grande miedo y que del otro lado te espera la vida. Vas a saber que a pesar de los golpes y las lecciones, lo has hecho bien. Un día, sí, muy lejano, no va a ser hoy, ni mañana, ni el otro año, pero un día ya no vas a necesitar ese caparazón viejo.


7 Va a llegar ese momento en el que puedas estar desnuda, sin nada con que cubrirte, pero también sin nada de qué cubrirte. El día en el que podrás estar completamente vulnerable, y al mismo tiempo poderosa. No toda la vida vas a sufrir, un día vas a salir del círculo, no por completo, solo asomando la cabecita, pero ese día será el inicio de tu viaje de regreso a casa. Estabas confundida y te perdiste, caminaste muy lejos, pero un día, de la nada, te va a llegar el mapa. Será inconfundible el camino que está trazado para ti en las estrellas y caminarás segura y alegre de vuelta a ti. No temas, la tormenta solo te hará más fuerte, pero tienes que atravesarla. Por último solo quiero decirte que pongas atención a lo que guardas en tu mochila para este viaje, ve dejando en el camino los rencores y miedos que te pesan, y atesora tu brújula, es lo único que necesitas. Ahora no la reconoces, tienes mucho tiempo sin verla, está sucia y

empolvada, pero es esa cosa dorada que late en tu pecho, un día empezará a brillar, púlela, siempre te llevará a tu norte. Esa niña creció, y también crecieron sus miedos, tuvo miedo mucho tiempo, pero fue avanzando a través de él, cortando temores con una pequeña espada que cada vez se hacía más grande. Y así, poco a poco aprendió que dejarse caer no es morir, y que la muerte no es el final. Se atrevió a sentirse humana, a aterrizar. Y un día perdió el miedo de vivir. Recuerdo el momento perfecto en el que elegí la vida, ya respiraba y todo, pero en ese momento, cuando pasaba una de mis peores depresiones en un depa de la narvarte, elegí vivir, ese día no pude levantarme todavía, ni al siguiente, pero empecé a asomar la cabeza por el balcón y mi corazón/brújula empezó a latir apuntando al sol. Recordé que puedo. Me acordé cuando era chiquita y aprendí a caminar con un yeso puesto. Y antes de eso, me operaron sin anestesia, y aún así caminé.


8 Caminé tan lejos, me fui de mi misma, me alejé de mi centro. Ahora empiezo el camino a casa. Ya no tengo miedo de mi, me empiezo a conocer, a verme de frente, sin velos, sin reflejos. A mirarme a los ojos, a esos ojos que han visto la peor de mis oscuridades, mirarlos de frente y poner ahí la luz. Ya dejé de correr hacia el lado contrario, de irme por las ramas, de salir huyendo al mar. Hoy quiero regresar al fuego, y domarlo. Hoy quiero recuperar fuerza y valor. No temo al bosque en la noche, porque la noche fue mi casa mucho tiempo. Ahora que estoy lista para la luz, atravesar esa última oscuridad es necesario. Las manecillas del universo están marcando la hora, no hay más tiempo que hoy. Y con esta urgencia, hoy necesito vaticinar a la Corina de mañana: Prepárate, te tengo pensadas utopías, mundos nuevos

sobre los que descansarás y soñarás, pero que hoy apenas son un suspiro. Hoy te veo de lejos, pero no tanto, te miro y te anhelo, te espero y te construyo. Hoy me lleno de fuerza el corazón para allanar el camino que tú pisarás con confianza y ligereza. Hoy mis manos construyen las alas con las que volarás mañana. Hoy aviento todos mis sueños al viento para que los siembres y te comas la cosecha. Todo lo demás está dado y al mismo tiempo es incierto. Solo te tienes a ti. Te agradezco haber llegado hasta aquí, estoy segura que te costó muchísimo, pero mira, lo lograste, y aún así nada está hecho todavía, te caerás otra vez en el filo de la vida, y otra vez, y otra vez, pero vas a aprender a volar…


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Corina del Carmen Corina del Carmen se dedica a contar historias a travĂŠs de diferentes lenguajes. Le gusta reĂ­rse de la vida y ama los atardeceres y la cerveza, si se puede juntos, mejor.


FLORICIENTA por FLORENTINA SCULLY Soy Florentina y soy un cliché de la vida. ¿Mi sueño más grande? Casarme, tener hijos, poner el arbolito de Navidad, tener fotos sonrientes en las paredes, dibujos de mis crías pegadas en el refri y estar los domingos en pijama todos juntos. Y envejecer feliz, en una casa en un bosque. Jugar a la casita perpetuamente, vaya. Es evidente que crecí con Disney. Es evidente que tengo unos valores familiares súper fuertes. Pero no sé si sea evidente que soy hija de una familia rota. Y no solo rota, rotísima. Sé que eso ya no sorprende a nadie, pues ¿Quién no es hija o hijo de una familia rota? Todas y todos venimos de historias y personas rotas que cuando juntan sus roturas con otras personas rotas, lo más probable es que termine siendo un cagadero de pedazos desperdigados. Ojo, no soy ninguna negativa de la vida. También sé que hay personas que aprenden a pegar sus pedacitos rotos para evitar el cagadero. Pero en esta historia, ese no fue el caso.

Mis papás se divorciaron cuando yo tenía como tres años. Cuando tenía ocho años mi mamá se volvió a casar con un buen tipo, se fue a vivir a otra ciudad y tuvo otra hija. Me acuerdo que todavía me tocó verla embarazada. En mis últimos meses con ella, se encargó de decirle a todo el mundo –delante de mí- que yo estaba celosa de mi hermana que todavía ni nacía. A veces recuerdo a esa Florentina de 8 años preguntándose: ¿Sabrá que estoy aquí al lado de ella escuchando lo que dice de mí? ¿De dónde saca que estoy celosa? ¿Por qué le está contando esto a la vecina? ¿Por qué será que los adultos pensamos que podemos decir lo que sea enfrente de las y los niños? Me acuerdo que cuando decía esas cosas, me sentía invisible y me cuestionaba mi comportamiento sintiéndome culpable por algo que ni si quiera sentía. A los 8 años. Sentía que esa señora a la que llamaba mamá, no me conocía. Me hizo sentir ajena a su felicidad, a su nueva familia y a mi hermana. Nota al pie: Está muy cañón ser mamá, estoy segura


11 que no lo hacía para lastimarme, y, sin embargo, lo hizo. Yo decidí quedarme a vivir con mi papá. A la fecha, no me explico como a los ocho años me dejaron decidir sobre mi futuro. De todos modos, hoy lo agradezco porque de no haber sido así, seguramente mi historia sería otra. Creo que mi papá y yo vivíamos felices, mis abuelos me cuidaban mientras él trabajaba, los fines de semana íbamos al teatro, a comprar libros y hacíamos cosas divertidas. Yo, visitaba a mi mamá en las vacaciones, creo que me gustaba ir, pero después de varios días ya quería regresar. Era como ir con parientes lejanos.

siendo parámetro. Un parámetro muy malo, por cierto. Hoy sé que hay muchas maneras de maltrato y ser grosera es sólo una de ellas.

No me tomaba en cuenta, no hablaba conmigo, me acusaba con mi papá por cosas que yo no sabía que había hecho mal. Se le notaba que no le gustaba cargar con una hija ajena. Me acuerdo una vez que mis hermanitos se despertaron y fueron a mi recamara a despertarme y jugar. La esposa de mi papá entró de golpe y les dijo: “No quiero que estén aquí, sálganse.” Así, sin más. Como si yo fuera un monstruo come bebés. Ni buenos días. Cuando tenía doce años, mi papá se volvió a casar. Me Nada. avisó dándome un papel extraño parecido a una foto y yo no entendí nada. Me dijo: “Vas a tener un hermano y Hizo lo mismo que mi mamá: Me hizo sentir ajena a esa me voy a casar”. Ah va, es súper normal que las niñas familia, a esa vida y a mis hermanos. Y mi papá, en una de doce años sepamos lo que es un ultrasonido, no man- especie de alianza inconsciente con ella, hizo lo mismo. ches. Se casó, nos fuimos a vivir a Querétaro y no sólo Nota al pie: Era el 3er matrimonio de mi papá, estoy setuve un hermano, sino dos. gura que iba a hacer lo posible para hacerlo funcionar, así fuera crear una alianza inconsciente. Está muy caLa esposa de mi papá no era grosera ni me trataba como ñón ser papá, estoy segura que no lo hizo a propósito, madrastra malvada da Disney. Otra vez el pinche Disney pero me lastimó.


12 La pubertad y adolescencia en esa familia fueron muy raras, más bien, tristes. Mi papá medía el cariño que me daba en función de las calificaciones que yo me sacaba. Si tenía 9 y 10 de calificación, era merecedora de que me hablara, si no, no. Una dinámica muy conveniente para él, pues siempre fui mala estudiante. Así, él siempre tenía el pretexto perfecto para ignorarme. Yo no tenía con quien platicar, tampoco me dejaban salir con amigos, era una niña sobreprotegida pero ignorada. En un afán de estar menos tiempo en mi casa, hice todos los servicios sociales que la escuela me permitió, con mis amigos, donde no me sentía invisible. De regreso en la casa mi única compañía era la señora que amablemente ayudaba a hacer la limpieza. Cuando descubrieron esa amistad, tristemente, dejaron de requerirla. Y esa misma historia pasó con las siguientes dos. No volvió a pasar porque decidí ya no volverles a hablar. No quiero menospreciar el esfuerzo de mi papá para

criarme, sólo creo que su esfuerzo estaba muy enfocado en trabajar duro para pagarme una buena escuela, llevarnos a vivir a una casa bonita y tener comodidades. Si bien es un privilegio contar con esas cosas, hoy como mamá sé, que las y los niños necesitan antes que otra cosa ser escuchados, ser comprendidos, empatía y amor. Cuando cumplí 18 años y acabé la preparatoria, después de un intento fallido de tomarme un año sabático en Europa e intentar imponer la carrera que quería estudiar, me encontré llegando a vivir a Sonora con mi mamá, pues mi papá accedió a dejarme estudiar Artes Escénicas con la condición de que me fuera a vivir con ella porque “ya le tocaba”. Por supuesto que lo intenté. La primera vez que mi mamá me mandó a lavar los dientes a mis 18 años, supe que no iba funcionar y que esa relación ausente desde hacía más de 10 años, iba a ganarnos. Aguanté dos meses. Compré un boleto de avión a CDMX sin pedir permiso, sin dinero, con una maleta de ropa y


13 con un deseo enorme de búsqueda y de libertad. Mucho tiempo después supe que lo que buscaba era un lugar en donde sentirme integrada, un clan, una tribu que se preocupara por conocerme y escucharme. Y la libertad…bueno, la sentí pasar por mi cara en forma de la línea azul del metro. ¿Ubican el airesito caliente ese que se siente cuando va llegando el metro a la estación? Ese airesito a mi lo que me dijo fue: Eres libre. Ve y busca. Como en todo cuento de Disney, siempre hay un hada madrina. Chingado Disney, no se equivoca. En mi caso fue una de mis tías. Convenientemente me dejó vivir en casa de mis abuelos junto con mi primo, me dio trabajo en su bar y me dio su palabra de que no le iba a decir nada a mi papá. Mi papá seguía pensando que yo estaba con mi mamá, pues nunca me hubiese dejado irme a vivir sola y mucho menos a la Ciudad de México. “Yo te saque de ahí para mejorar tu calidad de vida, si te regresas es como darme una patada en el culo”, decía. A los pocos meses, mi papá descubrió mi mentira y me

dijo palabras más, palabras menos: “Desde hoy olvídate que tienes padre”. No lloré. No me asusté. Me acordé del airesito del metro. Y me decidí a crear mi propia historia, con los personajes que yo quisiera. Desde ese día, se empezó a construir la Florentina que soy hoy. Valiente, adaptable, honesta, con una verborrea que era de esperarse después de nunca haber sido escuchada. Pero también ansiosa, preocupona, desordenada y con futuro incierto. Yo estaba feliz. Lo único que me importaba era tener este libro en blanco nuevecito para escribirle lo que yo quisiera y las últimas palabras de mi papá me lo entregaron. Empecé a hacer grupitos en todos lados: con los amigos de mi primo, con los amigos de mi trabajo, organizaba reencuentros con mis amigas de primaria, hacía pijamadas con mis primas. Y siempre encontraba la manera de ser un pilar fundamental de cada grupito. No fuera a ser que me quedara sin tribu de nuevo.


14 Después de varios años mesereando y haciendo grupitos por doquier, encontré un gran trabajo de oficina. Donde no sólo conseguí un nuevo grupito, sino una casa. Resulta que las oficinas se encontraban dentro de una casa gigante en Lomas de Chapultepec. Ahora que lo recuerdo, creo que muy simbólico que mi primer trabajo formal fuera en una casa, donde todos los integrantes me acogieron, me cuidaron y me enseñaron.

Me invitaron a quedarme y obvio accedí con mi “tribumetro” parpadeando en la frente. Después de varios meses conociéndonos nos hicimos novios.

Tuve varios noviazgos, casi siempre con poco tiempo de duelo entre uno y otro. Tuve muchos amigos unos que todavía siguen y unos que ya no. Me mudé a un departamento y otra vez, como si las cosas pasaran sin querer y no porque las buscas, mi mejor amiga se mudó en el departamento de al lado. Una tribu vecina.

Resulta que el novio tenía una familia súper unida, feliz, con historias maravillosas de viajes juntos, donde todos ponían el arbolito y tenían sus fotos sonrientes pegadas en el refri. Una familia hecha y derecha. Sin haber planeado mi discurso ni haberlo pensado antes, un día le dije: “Yo me quiero casar y tener hijos, si tú no quieres dime para no perder el tiempo”. Al tiempo que las palabras salían de mi boca, no podía creer lo que estaba diciendo. Esa fuerte declaración podría resultar en quedarme sin mi nuevo plan de tribu. ¡Disney, ven a rescatarme!

Un día regresando de trabajar, fui a saludarla. Era una dinámica regular. Las dos teníamos carta abierta para entrar en la casa de la otra. Entré y ahí estaba él.

Para mi sorpresa, el novio contestó positivamente y decidimos seguirnos conociendo sabiendo que los dos queríamos lo mismo.

¡Ay Disney! ¿Podrías ser menos predecible? Saludé a mi mejor amiga y a su amigo hasta entonces desconocido.

¿Quieren saber que pasa después? Disney es experto en estos finales. Nos casamos en una boda de ensueño, tu-


15 vimos un hijo maravilloso y quisiera decir que vivimos felices para siempre. Pero eso es lo malo de mi buen amigo Disney, nos hace pensar que después de casarse, viene implícito el “y vivieron felices para siempre” y así no es. Disney, nos jodiste la vida. Creo que me convertí en adulta cuando supe que la vida no es una película. Ni yo era Cenicienta viviendo con su malvada madrastra, ni era Ariel escapándose del autoritario de su padre y tampoco era Jazmin viviendo en una jaula de cristal con fuertísimos deseos de salir a la libertad (bueno, esa un poquito sí). Y Victor, mi esposo, tampoco era el príncipe azul que me vino a rescatar de una vida de tristezas, soledades y miserias. Hemos peleado, nos hemos frustrado, hemos querido dejar de vernos, hemos hecho cagadero con nuestros pedazos rotos, pero también hemos aprendido a aceptarnos, a cuidarnos, a respetarnos, acompañarnos y a ir pegando nuestros pedacitos poco a poco. A veces nos falla, pero estoy convencida que la practica hace al maestro.

Aprendí que es muy difícil estar con alguien, pero más fácil de lo que mucha gente piensa. Si quitamos estereotipos y obligaciones impuestas por la sociedad, aprender a vivir en familia/tribu/pareja, es tan sencillamente complicado como una receta de cocina que yo misma me inventé: Elegir a alguien que comparta tus mismos valores. Que tenga metas de vida similares a las tuyas. Que sus defectos no te molesten más de lo que te gustan sus virtudes. Que tenga buena conversación y comunicación. Que sea buena compañía. Mezcle bien los ingredientes y listo. Porque sí, querida audiencia, el amor está súper sobrevalorado. Y de paso les digo que la fidelidad también. Siempre queremos y esperamos a alguien que haga algo –lo que sea- por y para nosotros y, para mí, así ya no es. Florentina:1 – Disney:0.


16 No me ha costado tanto trabajo asimilarlo porque lo he venido haciendo desde hace mucho tiempo sola. Me cuido sola, me saco de la miseria yo sola, me hablo sola, me la paso bien sola. Así que no espero algo en particular de nadie. Aunque tampoco estoy cerrada a recibir regalos de la vida y de las personas. Antes me costaba mucho trabajo pedir ayuda y aceptar cosas. Hoy la pido cuando la necesito y tomo lo que llegue feliz y agradecida, pero si no llega tampoco me tiro al drama. Yo creo que la vida me hizo así. No me asusta estar sola porque se perfectamente lo que es y cómo es. Estuve mucho tiempo así y aprendí a vivir en paz con mi soledad. Pero si tengo la suerte de poder elegir, siempre voy a querer estar en tribu. Sólo tengo una regla: No permitirme nunca estar en un lugar que no me hace feliz. La Florentina que me trajo hasta donde estoy no se lo merece. Por ella llegué aquí. A un hogar tan bonito, con un bebé tan perfecto y con un esposo tan aliado. Con grandes amigos y amigas. Con tribus. Y como en todos los cuentos de Disney siempre hay una carta de amor, esta historia no va a ser la excepción.

Floren: Te escribo desde mis 34 años. ¿Cómo estás? Quisiera preguntarte mil cosas, pero la verdad lo único que realmente quiero es saberte sana, feliz y tranquila. Espero que vivas en el bosque, con tu esposo y tus hijos si es que todavía quieren vivir contigo. O con tus amigas o un noviecito, si es que el amor romántico al final no resultó como planeabas. O tal vez sola, con un huertito. Espero que nuestros hijos están sanos y felices, haciendo lo que les da la gana y solapados por ti. ¿Si tuvimos una hija? ¡Ay me urge saber!, pero no me quiero adelantar. ¿Somos abuelas? Acuérdate de no ser imprudente con tus yernos o nueras y también acuérdate de que, si tus hijos no quieren hijos, no les digas nada ni te eches comentarios no solicitados. La verdad quisiera pedirte muchos consejos, pero al mismo tiempo no. Sólo quisiera prometerte que me voy a cuidar mucho, empezar a ser más consciente de las cosas a las que les debo de poner atención física, mental y espiritualmente para llegar a donde tu estas, justo


17 como te imagino. Supongo que debo de empezar queriendo y cuidando más a mi cuerpo, porque es lo más fácil. Y después, dejarle de poner energía a cosas que no la requieren o no la merecen, perdonar y superar, porque eso es lo más difícil. Te imagino como una viejita feliz y buenvibrosa, que no trae esas cosas cargando, así que te prometo que lo voy a hacer bien. ¿Tienes rastas blancas? Seguro si, siempre hacemos lo que nos proponemos. ¿Sabes que quisiera? Que la edad nos haya ayudado a cuidar más el dinero, a ser más previsoras y ahorrativas. Necesitamos una casa o por lo menos un fondo de ahorro, porque no queremos encadenar a nuestros hijos a cuidarnos o a ser responsable de nosotras, sino al revés. Hablando de esto, quiero decirte que espero con lo más profundo de mi alma, ser una buena madre y que nuestros hijos no sientan la más mínima responsabilidad de complacerme ni de agradecerme nada y que estoy

trabajando internamente muy duro para no dejarles frustraciones ni expectativas. No quiero que se sientan nunca responsables de mi felicidad o de mí, pero yo acepto con todo el gusto a contribuir en todo lo que pueda a la suya, para que puedan ser lo que quieran ser. Espero que lo hayamos hecho bien, y si no, espero que hayas sabido corregir mis errores y enmendarlos bien. No sé qué más decirte, ya sabes que no se nos da muy bien futurear porque nos da ansiedad. Solo deseo y decreto que seas plena, que hayas hecho todo lo que quisimos hacer y que sigas haciéndolo. Que sigas creyendo en cosas que las demás personas no creen: en la energía, en los remedios curativos, en el poder de la naturaleza, en Dioses y en Diosas, en el horóscopo, en la magia, en los cuentos de Disney. Que sigas recibiendo en la casa a tus tribus, que la gente se sienta segura y querida contigo. Que sigas redescubriéndote, reinventándote y replanteándote las veces que sean necesarias. Qué tengamos dominado el arte de coleccionar momentos hermosos en nuestro museo cerebral. Qué seas esa viejita con alma joven, porque como siempre lo hemos dicho:


18 la edad es un estado mental. Quisiera ser menos cursi, pero nos encantan los clichés y los finales felices. Voy caminando hacia ti, sin apresurarme mucho y sin voltear tanto al pasado, pero un poquito si, para no perderme y saber quién soy y de dónde vengo. Espérame ahí, en nuestra casita en el bosque, para finalmente abrazarnos, agradecernos y juntas poder decir: Viví feliz para siempre.

Florentina Scully Mamá, psicóloga de profesión, activista de corazón. Le cuesta trabajo concretar ideas y terminar lo que empieza. Le gusta la salsa cubana, el rock y cualquier comida con chilito y limón. Trabaja en la ONU desde hace 10 años y cuando sea grande le gustaría ser maestra.


DESMITIFICANDO LA VISIBILIDAD por BRENDA REYNA Con las mismas ganas que siempre tengo de platicar,… hoy por fin , tomare las letras, voz, fuerza e intimidad en mis manos, para hacerles saber… a sabiendas de que por fin me escuchan, que hoy se deja de ser invisible y es que a estas alturas y con 32 años encima, si algo aprendió Brenda es que al pasar inadvertida, tenía opciones para no sentirse sola en aquella soledad que había creado, créanme esta creación no se forzó , al crecer entre más de 100 primos y primas, tíos y tías, parientes y visitas, me educaron y criaron en una familia donde uno no es ninguno, dos son la mitad de uno y cada uno en ese su lugar dejaba de ser unipersonal para formar parte de un todo, digo ,no está mal, al final era para facilitar el reconocimiento nosotros, mi madre, hermano y yo por ejemplo éramos nombrados “los jorges” y justo aquí quiero empezar… al pasar como una prima, sobrina y nieta más, me aislé en ese pensamiento, pensé por largo tiempo que todo lo que hiciera y me gustara no valía la pena, pues a nadie más le importaba, así que asumí que si no era reconocido, plausible o escuchado no era visible, a eso también se le sumaban las mil inseguridades adquiridas y facilitadas por la sociedad,

las etapas escolares y mi mamá, no es fácil y no hay ritual, hierba o artilugio que desvanezca ese sentir, pero saben llega un momento donde descubres que no esta tan mal sentir que pasas “desapercibida”. Se que desapercibida es un término muy subjetivo, no imagino cuantos significantes puede haber de esa palabra, pero no me refiero claro a los brindados por el diccionario sino más bien al universo que cada uno de nosotros tiene como definición de esta palabra y como la adquiere socialmente hablando, en mi caso por ejemplo me refiero a la ausencia de ser apreciada. Al pasar de los años y después de que por fin y poco a poco aceptara mis inseguridades y transmutara mis pensamientos, descubrí que me gustaba, ¡extrañamente era todo! o talvez lo extraño es pensar que era extraño, durante mi deambular por esa vida he pasado por todo aquello donde me sea grato ser apreciada y reconocida, pase por lucha grecorromana, futbol, teatro, baile, literatura, masajes y por todas las subculturas, en cada una de ellas sentía que el molde de esa prima, esa


20 tía y esa nieta se rompía o tal vez eso creía, pues justo en esa búsqueda me encontré con el gusto de ser vista, aceptada sentirme reconocida y es que en cada una de esas búsquedas, sabía que me miraban, y justo ahí, yo me reconocía y me gustaba , me gustaba y me gusta, que ególatra puede parecer el gusto por la búsqueda de esas miradas de ojos ajenos, llámense de hombre, mujer, maestro o familia, pero es que sé que en realidad en ese gusto encontraba mi autenticidad : en esos otros me buscaba a mi, en esas miradas yo me encontraba. Recuerdo que cuando tenía 9 años para salvarme del bullying infringido por un niño que se burlaba de mis cachetes a todo volumen entre las calles, llegaba a mi casa y entre llantos me pintaba los labios con mi labial de Avon morado con diamantina, me sentía tan bien las lágrimas se desvanecían porque mis labios grandes en mi cara grande sobresalían y me sentía feliz, era como si esa capa labial me protegiera de cualquier ataque y aprendí que no tenía que disimular lo que a otros no les gustara sino a acentuar lo que querían que invisibilizara.

No siempre fueron de reconocimiento o aceptación esas miradas muchas de ellas eran con una ceja levantada como tratando de entender y además haciéndome saber que me veía ridícula y que creen pese a que me llegaba a lastimar me seguia reconociendo; seria ingrato de mi parte no dar relevancia a mi familia, pues justo a ellos debo mi dolencia y empoderamiento, como dualidad, y es que pude readaptar una gran frase que ahora decreto, cuando estaba entre los 15 y era cual silla o mesa sin relevancia para ser vista, platicaban los mayores con aire de esperanza hablando de mí y dando ánimos a mi madre, solo es temporal, etapas “mejor cirquera de chica, que payasa de grande” no saben cuánto me enseñaron y como hasta ahora sigo ocupando esa frase, donde daban por hecho que aquellos gustos serian temporales y yo volvería a lo que todos consideraban “normal” en la familia. Aun me interrogo en mi cuarto lila lleno de adornos y acomodado sutilmente como si fuera un escenario ¿Brenda crees que eres autentica? -(que difícil hablar de uno cuando estas acostumbrada


21 a ser parte de un todo), mi egoísmo responde: espero serlo. ¿y porque lo esperas y que esperas en ello? Lo espero por mí, porque me siento a salvo siendo honesta, no con los otros si no conmigo, porque sé que al serlo seré vista, y dejare de ser un todo y así no solo yo me veré como individual sino todos a mi alrededor se verán como uno solo porque habrá comparación y no querrán ser como yo. Y es que es gracioso, pero siempre le ando dando permisos a mi cirquera, mis pasos pequeños se sienten como zancadas, constantemente ando en esa cuerda floja cual funámbulo, que porque ando rapada, que si muy escotada, que si el pelo de colores que si por lo uno o por lo otro, que si ya soy mamá... en fin mis acrobacias son variadas y yo me lo permito. Aun espero saber ¿cuándo empezare a ser grande? Y ¿Cuándo me molestara parecer payasa?, no tengo una noción precisa de cuando tengo que empezar a actuar

como mayor y espero no tenerla nunca, tengo dos hijas y aunque creyeron que con su nacimiento dejaría varias cosas fue lo contrario, ellas me inyectaron de esa sorpresa constante y me alentaron para hacerles shows constantes para su entretenimiento y educación fallo lo de ser mamá para actuar como se debe y no me preocupa. Brenda: Es un gusto y privilegio tener tu atención, que bueno que te has dado un tiempo, ya respira un poco sé que eres la mujer de las mil cosas, pero qué bueno que te hayas encontrado y estés donde te gusta estar no lo imagine, pero si lo esperaba. Es bueno que hayas dejado a un lado la idea de sentirte invisible, es bueno que ahora aceptes que la búsqueda de ser vista era la necesidad de saber quién eres en realidad, ser tu misma te va bien, que bonito que te hayas aceptado asi... en tu totalidad.


22 Se que fue difícil y sé que algunas mañanas aun te es complicado, pero si algo has aprendido en todo este tiempo es justo, el valor de equivocarte siendo tú, aceptando que no debes ser igual a todos y que esa diferencia te ha dado la oportunidad de ser y estar aquí. Agradezco hayas cuidado de nosotras, agradezco sigas pintando de colores tu cabello y les hayas mostrado a las niñas que agradar no es sinónimo de estar y ser feliz y sobre todo que no ser apreciada por los otros te hace perder el valor que tienes, es agradable envejecer sin saber cuándo serás grande...

Brenda Reyna He aquí a una cirquera, que anda en su constante deambular tratando de encontrarse


ESTO NO ES UNA CONFESIÓN por ANILÚ ZAVALA Ahora querido público empieza la entrevista. Ella nos recibe en la sala de su casa y luego me invita a pasar a la mesa desordenada y llena de papeles apilados. Ella se disculpa ansiosa e insegura por el desorden y la presencia de su hijo de 10 años que no deja de hablar y no la deja hablar, con aire de autosuficiencia. Después de las disculpas, pasamos solas hasta la cocina y nos sentamos, frente a frente y dice primero que nada: Ves por qué extraño a la que yo era. Sí. Empecemos hablando de ti. Podrías hablarnos un poco de ti. Hoy, después de un largo camino puedo decir frente a ustedes, y frente a tí, que soy caótica, intensa y muy seguido volcánica. Que disfruto del placer efímero de un bocado y que me plagio todo el tiempo. Que soy mamá, ni modo. No lo puedo remediar. Que en los últimos tiempos he buscado permanentemente mi lugar, no pudiéndolo encontrar. Que me gusta escribir y no descubro aún, bien a bien para qué. Y aquí voy otra vez para intentar descubrirlo.

Y que estoy aquí, como siempre para confesar lo inconfesable. ¿Cuál es tu concepto de envidia? La envidia se origina primero en la carencia, luego en el vacío; y por último en lo que tienen los otros. Y en este caso preciso, esas, las otras. Aunque en realidad, yo también soy esa otra. Pero ¿Cómo fue? Nos cuentas cómo sucedió. Un día abro el chat de este grupo que en realidad conservo, no sé ni por qué. Supongo que porque a veces comparten cosas que me interesan. Y entonces me entero que habían sido invitadas a un evento de emprendimiento de esta universidad mamona donde había tomado el diplomado donde las conocí. Y entonces la sentí, como nunca la había sentido. Así, brutal y despiadada contra mí. Sentí que yo debí haber estado ahí en esa mesa entre ellas. Y así salían en la foto: blanqueaditas, con sus cabellos largos, lacios y bien peinados, sin tatuajes visibles, alrededor de aquella mesa. Y la sentí. La identifiqué, como nunca la había sentido.


24 Inmediatamente entré al otro chat, al de mis amigas de años con las que he compartido lo inconfesable. Les dije hoy por primera vez la sentí. Me sentí mal de estar rapada y no tener los pelos lisos, de haber rayado mis muñecas con pronunciamientos permanentes y visibles. Me confesé con ellas: Sentí Envidia, les dije. Por primera vez reconocí en mí, la Envidia, ese desliz del que siempre me había protegido. Sentí envidia, pero no de esas, sino de la que yo fui. Pero ¿cómo se siente Envidia de una misma? Se origina en mi propio sentido de carencia. De lo que he perdido. De la que fui y que cada día que pasa siento más lejana, y aún no sé si más ajena, porque es mi propia yo, pero en otro espacio y en otro momento. Pero eso ¿no sería más bien nostalgia, añoranza? ¿Qué diferencia habría? La añoranza es dulce. La nostalgia concesiva. La envidia es deseo y coraje que carcome. Eso siento de mí misma. Pero ¿cómo la identificas, o en qué momentos la sientes?

Cuando recreo momentos. Cuando busco desesperadamente mis espacios. Pero sobre todo cuando busco sensaciones de placer, intensidades de cableado. Cuando busco en mí esa intensidad tan anhelada y entonces reconozco la carencia. Cuando no encuentro cómo subir a la montaña rusa que me hacía vibrar con verdadero ahínco encontrando chispas en cada mágico momento. Y así, de una forma tan abierta, ella habla, así, de ella y pareciera que habla también, así, con ella, de manera desnuda y muy honesta. Después nos despedimos con calidez y me acompaña, ahora, sola hasta la salida. La miro hasta que la puerta cierra. Pero esto no es una confesión, quisiera que fuera, más bien una declaración de amor. No, más bien, de lo inconfesable. Yo confieso.


25 Yo confieso mi vanidad y la envidia que admito sentir ahora de la orgullosa que yo era y no reconocía. Esa que sucumbía al placer efímero de la imagen del espejo. De esa que caminaba saliendo de la alberca y miraba de reojo, con lujoso morbo, su reflejo en el cristal. De esa que ahora envidio porque se paseó desnuda, insolente y en calzones, frente al brasileño desconocido después de pasar la noche con él. Hoy confieso que siento una enorme envidia de ti, que espero poder curar ahora que me encuentre a mí. Y por si no lo han notado, aquí van varias confesiones de lo mismo inconfesable. Porque soy circular, monotemática pero siempre polifónica. Tengo además que confesar que plagié el carácter monotema, que siempre plagio, constante y circularmente, a quien se deja, hasta a mí misma. Pero que regreso en espiral al punto original. Siento envidia de la que entraba con el pelo negro, largo y liso, y la panza plana, siendo vista en cualquier lugar. Y que era tan autónoma que bailaba salsa sola. De esa,

es de la que tengo envidia, he de confesar. Querida yo, nunca he estado en este lugar común e incómodo de escribirte. Varias veces lo he esquivado y por razones obvias. Te escribo desde el presente, desde la mujer señora que ya eres ahora, y a la que nunca viste ni en sueños. Esa, a la que evitabas visualizar en tu momento de cúspide. Te escribo a ti, a la del paseo en montaña rusa. Es a ella, a quien escribo. Quisiera decirte que disfrutes y aproveches tu vanidad sin sacrificarte. Que quizá deberías practicar esos oficios a los que no les das importancia como escribir. Quiero decirte que hay asuntos que no abandonarás pero que quizá deberías fomentar con más seriedad. Que a manera de bola mágica, y en una franca fantasía adivinatoria, debo decirte que estás a punto de tomar la peor decisión de tu vida. Y que no es la maternidad, como tú crees, sino las razones y decisiones que tomaste para llegar a ese incómodo lugar. Que en el ejercicio mal sano del hubiera, quiero decirte que el problema no ha sido precisamente la materni-


26 dad. Sino las decisiones que tomaste para llegar a ella. Que tienes que aceptar que solo tienes seguro que deseas hacerlo y el deseo puede ser la base de las peores decisiones. Que debes elegir mucho mejor y que debes ser fuerte y detenerte si tu sentir e instinto te dicen que estás tomando una mala decisión. Que te debes alertar ante cualquier titubeo porque esos rasgos que veías no tan importantes, con el tiempo se convertirán en determinantes para tu bienestar y tu seguridad; y que has tenido que pagar altos, enormes costos por cumplir ese supuesto disfrazado de deseo. Que no todo lo que brilla es oro y que solo es un espejismo. No olvides que tenemos impostergables que dejarás de lado como tener autonomía y no permitir el maltrato. Te tengo que decir cual vidente que no debes permitir que él regrese después del primer empujón contra la pared antes del portazo. Quiero decirte que tendrás la oportunidad de cerrar varias puertas antes que la final. Que si bien no fuera en la primera, tendrás más, pero por favor las tienes que cerrar cuanto antes, para protegernos.

Yo confieso que he sido vanidosa pero no honesta frente a esa vanidad, y de esa misma, siento envidia ahora mismo, porque es la que aún tiene la posibilidad de cambiar nuestras vidas, aunque sé que no lo hará. Hoy puedo hablarme y decirme querida yo, que parece que es, otra vez como la anterior, una canción. Que es o no, una declaración de amor, o de no-amor, pero que más bien está llena de amor. Te tengo que decir que esto no es fácil. Que recuerdes que no todo tiempo pasado fue mejor. Que aunque hoy sientes envidia por esa que fuiste, recuerdes esos momentos difíciles en los que te sentías tan sola. Esos trances en los que llegaste hasta el extremo mismo de no sentir. Recuerdas ese día sobre la avenida de palmeras, frente a la gran iglesia, que te diste cuenta que no sentías nada. Que sabías que llegaba a tu cara un viento helado pero que no lo sentías. Que pasaban los autos pero no los oías. Sí. Sé que es difícil de explicar, de decir, de


27 nombrar. No sentías el frío. Otro día de esos, cruzaste la calle hasta el puente y te detuviste a la mitad, el final, sólo tú y yo lo sabemos. Ves cómo no todo era lindo, ni bonito como tú lo recuerdas ahora. Aunque te carcoma la envidia por esa que fuiste y que nunca volverás a ser. Quizá la única diferencia, es que ahora que estamos aquí tu y yo, frente a frente y que solo media el papel, te diré que debes confesar que quizá lo que en realidad extrañas es la intensidad. La intensidad, incluso, de la insensibilidad del no sentir hasta la electricidad eufórica de la pasión, la magia y el dolor. Sentir. Confiesa ahora que la envidia, es en realidad, de sentir. Querida yo, también puedo decirte que otra vez aquí ando en las confesiones. Por primera vez pienso en ti, en nosotras, en cómo seremos y nos veremos si la vida nos deja llegar hasta donde estás tú ahora. Tienes que asumir que nunca te has visto en el futuro, más que ahora a un año de cumplir 50.

Por primera vez me preocupa cómo y de qué viviremos. La situación precaria de tantas de nosotras me aplasta. Pero estoy segura que, como siempre, lo resolveremos. Tú te encuentras ahora en el lugar de mis grandes miedos. Donde me carcome la duda ansiosa de cómo seré, cómo me veré, cómo será mi vida. ¿Me habré curado de la cochina envidia? ¿Me habré curado de mí misma? Hoy estoy mirando constantemente al pasado, con envidia de esa que fuimos. Espero curarme pronto para poder centrarme en el presente para que cuando estemos juntas tú y yo por lo menos no sea doloroso, como lo es ahora este existir. Espero contar con curar la envidia y llegar agradecida contigo, y que podamos por fin volver a ser felices. Hoy lloré en la regadera, como cuando me escondía cuando era niña. Sentí un enorme dolor, tan profundo como la suma de todas esas pérdidas anteriores, como los duelos que te abren el pecho y te rompen el corazón, pero que en el fondo sabes que tarde o temprano pasarán. Lloré, porque anoche mientras me ahogaba el llan-


28 to agazapada en su torso y después en su pecho oyendo su palpitar, confesé, como confieso hoy ante ustedes que acepto que nunca me perdoné esa mala decisión, y que le digo adiós a la que yo fui, a la que busqué por diez años y que no encontré, lloro por la que nunca volveré a ser.

Anilú Zavala Mamá de Matías. Feminista. Le cuesta presentarse y definirse en renglones. Le encanta enseñar, aprender, aprehender, musear, escribir y emprender. Le cuesta trabajo maternar, ordenar y envejecer.


EL DÍA QUE ME SEPARÉ por DIANA CRUZ

El día que me separé enloquecí, en la noche estaba indispuesta, al amanecer estaba comprando pintura y al medio día ya llevaba pintados dos muros del lugar en el que solía dormir en compañía. Pinté un cuarto, el cuarto en el que muchísimos recuerdos se conglomeraban, que entre rayones de un bebé y los abrazos que se dibujaban en las paredes, anunciaba que ahí existió una familia, una familia que yo adoraba, pero tal vez, nunca quise. Vivir y existir en familia es complejo, todo se expresa en rituales, desde que despiertas, hasta que llega la hora de dormir. El ritual implica muchas cosas, desde las más triviales como la repetición, hasta lo más complejo como lo es la carga sagrada que converge dentro. Sí, por más que me cueste aceptar, y mis padres no me brindaran una, tener una familia es sagrado. ¿Cómo le quitas a un ser humano lo sagrado de un día a otro sin dejarlo un poco desahuciado? Más allá de las doctrinas, siempre nos acompaña algo sagrado en nosotros, algo constante, algo en lo que creemos y nos

mantiene firmes en esto, la vida. Yo hice eso, de un día para otro quité la repetición y lo sagrado en mi vida, eliminé los rituales colectivos y sí, me puse a pintar un cuarto. En la época que nos toca vivir tenemos más o menos interiorizado que cuando queremos cerrar ciclos nos pintamos el cabello o nos cortamos el flequillo solas, no podía hacer nada de esto porque ya tengo el cabello mal cortado y mal pintado. Pintar el cuarto donde vivía con mi familia, fue mi manera de intentar cortar de tajo un ciclo en mi vida. Yo soy Diana, la mujer que pintó un cuarto en unas horas porque quería cerrar un ciclo y el cabello no era una opción. Lo confieso: era, y seguramente todavía soy, una mujer ambiciosa. Una mujer que lo quiere todo y lo quiere ahora, justo como lo canta Mercury en I want it all. Cuando digo todo es todo. Soy una mujer ambiciosa que quiere una carrera exitosa, las nalgas duras, una melena envidiable, el esposo perfecto, el hijo perfecto y la casa perfecta. Me confieso ambiciosa porque además de


30 eso, quise o tal vez quiero, tener una vida con miles de aventuras y viajes donde me acompañen amantes ocasionales. I want it all and i want it now. Mercury sigue sonando. ¡God save the Diana queen!

anhelando porque crees que como por obra de arte, habrá algo que te exilie de la que eres, de lo que vives y eres dentro de los 4 muros que no sólo te rodean en el exterior, sino en lo más hondo del corazón.

Yo soy Diana, la mujer que pintó un cuarto porque fue la manera de sentirse menos miserable al confrontar las consecuencias de sus deseos. Cuando una mujer ambiciosa pierde uno de los aspectos en los que se sentía triunfal, como ésta, la imagen de una familia ideal, los pensamientos la carcomen, se debate entre las fotos de familias felices y las de mujeres viajando solas por el mundo, se muerde los cachetes y se rasca las piernas hasta sangrarse, no duerme y se despierta cansada y sin ánimo de hacer nada, mientras se repite que es una basura y se recrimina todo lo que hizo, lo que pudo hacer, lo que hace y lo que todavía no hace.

18 años, la edad pactada para nunca volver a ver a tu padre. Así es porque en cada pelea, esas, en las que era un reto ver quien lloraba y quién no, para demostrarse más fuerte, lo dijiste “a los 18 años me largo de aquí”. Estás por cumplirlos, unos días o tal vez horas.

El día que me separé, enloquecí y pinté un cuarto mientras me sentía aliviada, aliviada de encontrarme sola y espantada de no saber a dónde ir. Diana de 18 años, la edad que tienes ahora es quizá la edad que llevas años

La emancipación no es cambiar de casa, Diana. Ten presente la máxima, “podrás salir del barrio, pero el barrio jamás saldrá de ti”. Dos meses después de cumplir los 18, saldrás embarazada y sentirás que te traga el mundo, la vida y todo aquello que creías sería inamovible para siempre. Habrá días muy duros, extremadamente duros, querida. Desde saber si quieres o no al ser que llevas en el vientre, hasta los días que vas a tener que cagar garrafones con panzota de 8 meses.


31 No, Diana, no la vas a pasar bien, vas a llorar en las noches, mientras vas camino a la escuela y en algunos momentos entre clase y clase mientras comes con amargura algún antojo del embarazo. Tengo que decirte, mientras sollozo un poco al recordar esos días, que seas fuerte muy fuerte, que sepas que te tienes a ti misma y que serás la mujer que esperas y más. Ese niño, sí, niño, el sexo que deseas sea tu primer hijo, será increíble, el niño más lindo, inteligente y amoroso que jamás vas a conocer. A ti, la Diana de 18 años, quiero decirte que no hagas caso de las burlas ajenas y familiares que vas a afrontar, ninguna de ellas te hará bien, quiero decirte que dejes de sentirte una estúpida por elegir tener a ese niño, que sigas, así como sigues, pero más fuerte y sobre todo, te pido que seas honesta, honesta con ese hombre bello que encontraste pero entendiste desde antes de ese embarazo, que no amabas, con el alma, con la piel, con todas las células de tu ser. Sé sincera contigo, di no cuando no quieres, di que sí cuando puedas.

Diana, no la vas a pasar bien, nada bien, pero vas a salir de esa y muchas otras. Lo sé, eso te va a sorprender, porque soñaste la vida ideal de una mujer libre, viajera, artista y llena de amantes. Unos años eso se va a volver terriblemente lejano, vas a sentirte horrible e irreconocible, pero un día va a cambiar ¿por qué? Porque vas a elegir decir no cuando es no, y decir sí cuando es sí y sobre todo a serte sincera, a decir la verdad aunque duela, a ti y a los demás. Ser sincero no es divertido ni elegante como lo hacen pasar las series de tv que te gustan, ser sincero es para valientes y tú, querida, eres valiente. Todo el tiempo, desde que confrontas al tarado de tu papá por ser un violento, desde que eliges tener a ese niño y desde que eliges ser tú, la mujer brillante, la mujer con un embarazo joven que trabaja, estudia y destina las noches para leerle cuentos infantiles a su vientre; así como eres valiente para pararte todos los días con los pendejos intelectuales de tu carrera que te mal miran por ser la “idiota” que salió embaraza a los 18 años.


32 Eres valiente Diana, lo fuiste y lo serás. El futuro será mejor y esa mujer que sueñas ser, la vas a ser, yo me encargo de eso Diana, tu encárgate de ser fuerte muy fuerte, agárrate de lo que puedas y pide abrazos cada que puedas, no tiene nada de malo sentirse frágil y llorar a veces, llora, Diana. ¡Llora! Las lágrimas no son signo de debilidad, y tomar decisiones te dará la fuerza para enfrentar lo que viene. Para una mujer que se embarazó apenas cumpliendo los 18 años sin tener tiempo para conocerse a sí misma, lejos de un cuidado parental que le permitiera sentirse absolutamente dueña de sus decisiones, es un shock. ¿Cómo llegar a ser algo que nunca has sido? Yo, Diana, mujer ambiciosa, recién separada, aliviada y dolida, que pinta cuartos para intentar salvarse de la tristeza y a sí misma, quiero ser libre. Qué concepto más complejo el de la libertad, tan abstracto y al mismo tiempo tan simplón que barbie puso en un eslogan Sé lo que quieras ser, sé una barbie girl. Mi concepto de libertad no tiene nada que ver con Bar-

bie porque desafortunadamente, yo no soy una Barbie, ella si es una mujer ambiciosa, que tiene las nalgas duras, la cabellera hermosa, la carrera, perdón, carreras exitosas y tiene, cuando quiere, una familia perfecta. Mi concepto de libertad no es y nunca será el de una muñeca porque, por lo menos hoy, me encuentro y me siento real. La libertad que nos pinta Barbie y la chatarra hollywoodense no es más que una bonita ilusión, vivir ilusionados no es malo, lo malo es no entender que la libertad, que es tan similar a vivir, necesita de responsabilidad, toma de decisiones y de sinceridad. Sí, para ser libre se necesita ser valiente. En mi relación yo no me sentía libre porque delegué mis responsabilidades, no tomaba decisiones todo el tiempo y sinceramente, no fui sincera todo el tiempo. Así es, una relación siempre es de dos, terminar una relación siempre es de dos personas, pero claro, una siempre lastima más que la otra. Lastimé, no hay duda de eso, lastimé porque no fui sincera, porque no tomaba decisiones


33 y por no ser responsable, por no dar y recibir amor como una mujer libre. Estar en libertad es la única manera de amar sin lastimar y sin destruir, yo no era una persona libre y acepto toda la responsabilidad. No deseo compadecerme de Diana de ésta mujer que fui, que soy y seré, porque no es lo mismo hacer daño por ignorancia a hacerlo por omisión, Diana lo hizo por omisión. Así es Diana, te voy a juzgar, lo haré por última vez. Te voy a juzgar por no ser sincera, por no poner límites y no ser responsable con los sentimientos de de los demás. Te voy a juzgar porque es necesario, porque necesitamos entender. Es verdad, también sufriste y tú, la Diana todo poderosa, te duele saberte sumisa en una relación que presumías como ideal. Sin embargo, esto no te exime de tu parte de responsabilidad, quiero recordártelo Diana, hoy, ésta última vez para que avances, para que empieces a ser libre y de una vez por todas no lastimes personas, pero lo más importante, dejes de lastimarte a ti.

Recuerda Diana: “Puedes salir del barrio pero el barrio nunca saldrá de ti” ¿Qué te quiero decir con esto? Que las inseguridades, miedos y abusos que presenciaste, seguramente los vas a reproducir a donde sea que vayas. Y los miedos inmensos te van a paralizar, los antidepresivos no van a ayudar y nada te va a hacer los suficientemente fuerte para sentirte libre. El día que me separé, vi a la Diana ambiciosa y a la sumisa reconciliarse un poco, mientras habitaban un nuevo espacio, un espacio del que salían paso a paso hacia la luz para verse poco a poco de nuevo los pies, las manos, los brazos, el vientre, los pechos, hasta verse completas y entender que ni una ni otra son malas por tomar decisiones, por querer ser una más de la estadística de malas madres divorciadas que le negaron el hogar perfecto a su hijo, y que simplemente somos y soy una humana, con deseos y anhelos como cualquiera aquí y sobre todo, me di cuenta que desde fuera ya me juzgarían bastante duro como para hacerlo yo también.


34 Hoy sigo sin ser absolutamente libre, peleando entre la chica de los 18 años que se enamoraba del primer fulano que parecía tener metas en la vida, que buscaba una vida de artista viajera y llena de amantes a la mujer de 26 años que busca ser libre que busca elegir, tomar decisiones y ser responsable con los afectos de otros, pero sobre todo, con los suyos.

mientras escuchaba música de la infancia con letras de desamor que entonces no entendía, las cuales le heredó su hermana, No sería a ti, no sería a ti, esta vez ya no sería a ti, inolvidable rola dosmilera, resonaba y golpeaba los muros que Diana pintaba, mientras se sentía aliviada de por primera vez tomar una decisión en su vida.

El día que me separé, enloquecí porque creía que empezaba a ser libre por primera vez; ahora lo sé, la libertad es mucho más compleja e implica cosas para las que casi nunca nos preparan entre ellas la soledad, la autosuficiencia, el silencio, las noches frías, la fortaleza y sí, la felicidad. Ahora estoy convencida de que siendo libres es la única forma posible para amar y ser empáticos, verdaderamente empáticos con las y los otros. Libertad no es “hago lo que quiero cuando quiero” no, así no y si es así, siempre hay que asumir lo que nos toca de responsabilidad.

El día que me separé, Diana enloqueció, y la vi pintar muros de color azul mientras lloraba y entre sollozo y sollozo, comenzaba a pensar que quería ser libre.

El día que me separé, enloquecí y vi a Diana no sentirse libre ni dueña de sí misma, la vi pintando un cuarto

Diana Cruz filósofa, teatrera, mamá y amiga. La vida se le va entre drama, entelequia y canciones de cuna por las madrugadas.


MI CUERPO NO ES IMBÉCIL por CARLA ELORRIAGA Mi nombre es Carla y este es mi cuerpo, así: de este tamaño, ancho y alto, con estos pies y manos grandes, labios anchos y cachetotes. Ha estado más grande y también más pequeño, pero en general es así. Se me enseñó en este mundo a odiarlo y hacer lo posible por cambiarlo todo el tiempo, ir en contra de esta carne, de estos huesos, hacerme más pequeña, ocupar menos espacio y así lo hice, y así lo he hecho.

cerraba los ojos para no ver las caras de los demás porque la diferencia era grande. Ahora que puedo ver tan claros esos momentos en que palabras y conceptos cobraron otro sentido, cargado de temor, de vergüenza, me pone triste. Porque realmente no lo entendía, estaba tan chica, y desde entonces que cargo con todo ello que se ha ido transformando hasta ocupar mi cabeza como una obsesión.

No sé cómo algo que estuvo empapando toda mi vida, pasó tan desapercibido y de repente explotó. En quinto de primaria iba caminando por la escuela cuando un niño de sexto, Mario, iba detrás de mí y quería preguntarme algo pero no sabía mi nombre y sin pensarlo gritó “¡Oye tú, la gorda!”. Y a mí se me llenó el cuerpo de vergüenza, y a él no.

Que no suba el número, que no me lean como gorda, que no me vean comer o echar la hueva, porque todo es mi culpa, porque ese número depende de mí, porque el cuerpo no es un ente vivo que se transforma, es una máquina que si sigue una serie de pasos se encoge y si no, es culpa tuya por gorda y descuidada.

Mi primera dieta fue como a los 13, el inicio de mis citas mensuales con la báscula, que le añadió un valor enorme a un tonto número. Siempre me dió pánico cuando en la escuela hacían campañas de salud y nos pesaban a todos y los maestros decían el peso en voz alta y yo

Y no sólo se trató de ver con estos ojos de juicio a mí misma, sino también a todas las personas que se veían como yo, gordas, descuidadas; como mi madre, como mi padre y la señora del metro y el maestro, y el personaje gordo de la película que nomás es chistoso pero


36 no tiene vida propia. Y si esas personas aparte estaban felices, si no estaban tratando de bajar de peso, si estaban comiendo papas, ¡puta! rabia. ¿Cómo es que pueden estar a gusto y felices en ese cuerpo? ¿Cómo no pueden estar desesperados por tener otro que no es el suyo? Ese odio interiorizado que a veces se transformaba en asco y rechazo. Qué triste, ser parte de esa marea de juicios que trae todo menos paz, y tenerla tan metida en el cerebro, que sonaba a mí misma. Pero todo esto no fue así siempre. La obsesión llegó hace relativamente poco. De alguna manera me siento afortunada de que no haya llegado cuando era niña, ni adolescente, pero vaya que me pegó de grande. Antes estaba en un estado automático, como de descuido, pero más como de inconsciencia, en muchas cosas, entre ellas mi propio cuerpo. Y no buscaba activamente su bienestar, pero tampoco me juzgaba, sólo vivía y si me sentía bien estaba chido. En esa inconsciencia cor-

poral fue que regresé de mochilear por Sudamérica lo más delgada que he estado en mi vida, y yo ni me di cuenta. Fue hasta que regresé a casa y cada persona que me veía me lo hacía notar y yo realmente no lo había sentido, porque mi consciencia estaba más en otro lado. La cosa es que ni siquiera lo intenté, no estaba traumada con mi peso, ni lo pensaba, sólo no tenía dinero y desayunar avena con agua no fue por ser fit, sino porque era estúpidamente barato y llenaba chido. Y prefería caminar por todas las ciudades antes de pedir un taxi. Y se llenó mi alma de cosas hermosas, pero lo que llamaba la atención de todos era el vacío en mi cuerpo, esa materia corporal que había desaparecido. Corazón colmado, cuerpo achicado, volví sonriendo diferente, yo veía la emoción desbordándose en mi rostro, los demás veían que ahora mi cara estaba afilada. No estaba muy segura de cómo responder. ¿Qué se dice? ¿Gracias? ¿Por? Sólo es el cuerpo cambiando, nadie te felicita por que te creció el pelo o porque se cayó solita


37 la costra de una herida, aunque eso sí es mágico. Aún así seguía en la inconsciencia y no hice nada por mantener ese peso. Sólo quería probar toda la comida que había tenido tan lejos esos meses, y entonces llegó el contraste, lo más gorda que he estado jamás. Y otra vez los demás me lo hicieron notar. Y empecé una dieta porque pues no me quitaba nada, y tenía toda la pinta de milagrosa. Y esta vez ya estaba grande, no sólo estaba siguiendo lo que la nutrióloga, o sus amigas o el feisbuk le decía a mi mamá, ahora lo pagaba yo, y me hacía cargo yo, y hacía el súper yo, y me cocinaba yo. Empezó la consciencia. Ahora me recuerdo en ese momento exacto, el que desató todo. Ay Carla, hay tanto que pudiera desear que fuera diferente, pero no quiero hacerlo, no quiero repetir el discurso que está por todos lados de que no está bien ser quien eres o haber vivido lo que viviste. Todo lo que fuimos, somos y seremos es lo que necesitamos ser, nada fuera de eso nos atañe.

Tendrás que vivirlo, no te lo voy a contar, sólo quiero decirte que vamos a estar bien. Que te abrazo, que te entiendo. Sé que ahorita no puedes bajarte de la báscula. Ay, la báscula como riguroso ritual de autotortura, primero cada semana, luego cada tres días, luego diario y varias veces al día. Sé que no puedes sacarte el remordimiento cuando comes una tortilla, un jitomate o un limón el día que la pendeja hoja de papel no lo permite. Qué tontería, ¿no? Sentir culpa por comer algo que viene de la tierra sólo porque un señor dice que engorda. Va a estar chido al principio, vas a bajar 15 kilos, felicidades. No por bajarlos, sino porque realmente lo disfrutaste, te entregaste a la travesía de cambiar y fue como un juego. No todo es malo, esto te va a llevar a experimentar la consciencia de tu cuerpo. Notar cómo se siente cuando comes de cierto modo, aprender a sentirte, eso estuvo bien chido, pero a la larga no lo supiste controlar y dejó de hacerte gracia, dejaste de divertirte y en nombre de la salud y la delgadez, la consciencia se convirtió en manía.


38 No te voy a mentir, me da mucho dolor verte, recordarte. Aún hay algo de ti en mí. Todavía me veo impulsivamente en cuanto hay un espejo cerca para inspeccionarme, pero ya no es una psicosis. Chula, te recuerdo yendo cada 20 minutos al baño de tu trabajo a revisar si no habías engordado en ese lapso de tiempo, y tus ojos veían que sí, veías a tu cuerpo distorsionarse, crecer desmesuradamente en cuestión de segundos frente a tus ojos, en vivo, y llorar y doler, y desesperarse, sentir que no hay salida y no importe lo que hagas, ya nunca nada va cambiar el número de la báscula (ya después te enterarás del set point). Eso ya no me pasa, pero a ti te va a pasar todavía un buen rato, vívelo, yo me encargo de arreglarlo. Podría decirte todas las cosas que he aprendido este tiempo que realmente me he dedicado a escuchar a mi cuerpo, al que tengo, y no a los especialistas en encogerlos; pero no quiero porque no los vas a entender, por más claros y obvios que sean, tienes que vivir el dolor y la obsesión para salir de ellas, como dice la abuela de Charly en Soy Tu Fan, para dejar de beber, primero hay

que beber, y no te voy a dar el atajo de este proceso. Yo sé que lo que más deseas es un cuerpo delgado, ligero. Esto que estoy a punto de decirte ya lo vivirás y te dolerá: yo, años después, aún no lo tengo. Ni con todo el esfuerzo que hiciste, y eso que ahora hago ejercicio casi diario, cosa que jamás. A cambio, Carla, te digo esto: no te encogí, no hice tu cuerpo más pequeño, no te volví invisible, no te mantuve hambrienta, no seguí confundiendo las señales corporales. Porque nadie dice “ay ¿tienes sed? igual y más bien es sueño” porque es ABSURDO, el hambre no es sed, ni ansiedad, ni ninguna otra cosa, el hambre es HAMBRE y cuando aprendas a identificarla y a nombrarla, le dejarás de tener miedo y dejarás de verla como lo más importante. El hambre es una señal del cuerpo, como las ganas de hacer pipí, el cansancio, la sed, el sueño, y no tienen por qué angustiarte de más, todas son igual de importantes. Nos enseñaron tan bien a tratar a nuestro cuerpo como si fuera una cosa idiota y no como toda la sabiduría que nos mantiene vivas. Ahora lo entiendo, ahora es diferente.


39 Un día amanecí pesada, de pesar, de ansiedad, de frustración. Empezó este encierro pandémico y dije “ahora sí, no hay de otra, no hay excusa” y quise volver a empezar la misma dieta que me hizo bajar 15 kilos. Ahora sí tenía que ser la buena, ahora sí iba a llegar a lo que me dijeron que era mi peso ideal.

algo sin sentir que estaba traicionando a la saludable sociedad, aunque sean unos tacos de frijol, que me gustan tanto. Imaginaba a personas hace 100 años sólo comiendo, sólo viviendo, ¿qué hacía la gente cuando no existían las dietas, ni los nutriólogos, ni las superfoods, ni la culpa por alimentarse?

Ese día estaba harta, empezaba a hacerme ruido el creer ciegamente que lo que mi cuerpo necesitaba era una semana entera llena de grasas, carne, tocino, queso, todo, sin importar cantidad, lo prohibido eran las frutas, y la semana siguiente al revés. Eso y lo que estaba de moda en redes, si de repente todo el mundo estaba ayunando, satanizando absolutamente todos los azúcares, el pan, las tortillas, todo engorda, todo es malo, un sandwich, y también un coctel de frutas, cuerpo en cetosis, déficit calórico, nalgas redonditas, fitness lifestyle, claras de huevo, gymvirtual. Explosión.

Y entonces dije basta. Fue la primera vez que me di cuenta que mi cuerpo hablaba, que esa pesadez, ansiedad y obsesión era yo gritándome a mí misma parar. Y lloré, y lo negué, busqué ayuda en el internet y lo entendía. Obvio, body positive, todas amen su cuerpo, no se limiten ni se depriman por estándares inalcanzables, todas son unas diosas… pero yo no. Yo sí necesito bajar de peso, yo sí escondo mi ansiedad y depresión provocada por esos estándares, yo sí dedico gran parte de mi tiempo en imaginar cómo se vería mi cuerpo si estuviera delgado, mi cuerpo no merece mi amor. No se puede amar algo que deseas que fuera diferente.

El cuerpo me pesaba y no físicamente, me era imposible seguir cargándolo. ¿Y lo simple? Me preguntaba si algún día podría comer

Ansiaba tan desesperadamente vaciar mi cuerpo, que terminé lográndolo, soñando que eso era plenitud. Va-


40 cía de comida, de autoestima, de azúcares, de autoescucha, de mis comidas favoritas, de autoamor, de disfrute, de paz mental. Llena de inseguridades, remordimientos, culpa, odio, llena de vacío. La restricción de alimento ya no me sonaba razonable y decidí hacerme caso. Esa fue la primera vez en toda mi vida que me planteé que mi cuerpo era ese que tenía y no el que llevaba años luchando por conseguir. Ese no existía, ese sólo me estorbaba y tenía que dejarlo ir. Cual morra recién cortada sentí un dolor inmenso en el pecho y me puse a llorar y llorar. Después de confrontar mi duelo, me hice una promesa: no volver a hacer ninguna dieta jamás. Prometo escucharme, sentirme, mirarme de frente y sin miedo. Prometo darle a este cuerpo lo que pida, moverme como se le antoja, en sentadilla o empijamada en mi cama, helados, garbanzos, aguacates y chiles en nogada. Prometo dejar de ignorar sus señales, sus dolores y pesares, dejarlo llover, dejarlo crecer, dejarlo menstruar, estirarse, acalambrarse, flojear, temblar, dejarlo llenar-

se y vaciar, pero sobre todo prometo cuidarlo. Cuidarlo de todos y todo, cuidarlo de mí. Cuidarme de pensar que el descuido es subir de peso o comer una hamburguesa, cuando realmente es despertar triste o frustrada muchos días y no percatarme de la razón. El cuidado para mí ahora significa amor absoluto, desbordante, escucha permanente, aceptación y evolución. Me escucho y me hablo, me habito y me expando. Mi cuerpo es un cuerpo viviente, latente, que cambia, que crece y decrece a su antojo, no a la voluntad social. Mi cuerpo no es una receta, no es un “sigue estos pasos al pie de la letra y encogete” no es comer atún y claras de huevo, mi cuerpo me manda señales claras de hambre, de antojo, de saciedad, de sueño, de comodidad, de cansancio, de placer, de enojo, de amor absoluto y yo ahora las escucho porque las traté de silenciar tanto tiempo, tanta falta de respeto ante mi corporalidad, mi existencia terrenal, todo para pretender ocupar menos espacio, para ser más invisible.


41 Mi cuerpo no es imbécil y ocupa el tamaño que quiere y que necesita, funciona perfecto y es maravilloso. Mi cuerpo no es sólo comida, es emoción y devoción, descanso y gritos, es mil fluidos, sonidos, colores y texturas. Si me quedo en silencio lo suficiente, puedo volverlo a escuchar.

Carla Elorriaga Siempre quiso escribir sobre ella en tercera persona. Es editora y directora audiovisual, le apasiona el helado, los libros, el café con leche, hacer documentales, escuchar las historias de la gente, observar espacios, acariciar aceras y leer en voz alta.


TE VAS A QUEDAR SOLA por MARA MONTES 1. Mi nombre es Mara, soy mujer, chilanga; tengo 43 años, dos hijas y estoy separada. Hablo hoy de mi tránsito hacia la vida sin pareja, quizá porque estoy sanando mi necesidad de sentido de pertenencia por una ruta distinta a la de mi mapa heredado, y requiero del valor de las palabras para abrirme camino. 1.1. Confieso que no sé estar sola. Crecí viendo a una mujer amorosa y fuerte forjar su vida en pareja: mi madre fue novia y esposa desde sus 16 hasta el día de la muerte de mi papá… Me atrevo a decir que incluso ahora que él ya no está, ella sigue siendo su mujer. Pienso que la figura de la madre es la más potente en la construcción de tu idea de mundo. Ella, como adulta, se fue construyendo en pareja. Ese es un ejemplo contundente cuando una niña piensa qué vida tendrá al crecer. Mi camino empezó de manera similar: a los 17 años, comencé una relación que duró seis años. Y pasé de esa a la siguiente, como si fueran lianas: apenas solté

una, ya estaba mi mano lista y abierta para asirme de alguien más. Conforme crecía, procurarme mis espacios y vínculos propios y no fundirme en un “nosotros” me empoderaba, pero la realidad es que fui haciéndome adulta siempre con una pareja al lado. Estuve 15 años con el padre de mis hijas. Insisto, y compongo: confieso que soy una adulta que no aprendió nunca a ser sin pareja. En el mundo donde crecí, damos por hecho que vamos hacia el arca de Noé: de dos en dos. Sin embargo, los intentos de vivir en pareja, cada vez se prueban más fallidos. Y de cualquier manera, separarme en vísperas de los 40 me hizo dudar de mi capacidad de amar, de cooperar, de tejer bonito. Hablaste del sentido de pertenencia. ¿A qué te refieres? Cuando estaba por casarme, siendo una mujer independiente de 28 años, con independencia económica, mi madre me dijo “Ya tienes que practicar tu firma de casada“. Me quedé estupefacta cuando la miré y noté que no bromeaba. Mi mamá fue la mujer de su marido incluso en el nombre. Siento que eso le daba el sentido de pertenencia que ella anhelaba, por su propia histo-


43 ria. Tal vez para mí pertenecer a un grupo o familia se confundía con ser “de”, y a ella no parecía perturbarla. ¿Sientes entonces que tú no perteneces? No, al contrario. Tengo un fuerte sentido de pertenencia pero nunca me gustó ser “la novia de”. Para mí, lo sano es permanecer una misma, a pesar de cualquier vínculo. Me gusta el concepto de compañera, de par. Un par, parejo, me gusta mucho, y siento que eso me tiene siempre con la vara alta. ¿Qué significa para ti el par? Para mí un par implica un vínculo donde la correlación de deseo, responsabilidad y vulnerabilidad sea equilibrada. El amor no me basta. Es un par también simbólico, donde haya reciprocidad y compromiso, mucho más allá de una absurda promesa de exclusividad o enamoramiento eterno. 1.2 Los domingos entristecen a mi madre. La pienso niña solitaria, tímida, triste. Quiero abrazarla, decirle que

no estamos solas, que su infancia no filtró la nuestra. Que tenemos casa, cariño, trabajo, compañía, un hogar, lo que siempre soñó: que logró tejerlo todo para ella y para nosotras. Que tengo un papá, que yo no lo extraño cuando soy niña, que sí me dio lo que ella hubiera querido tener. ¡Qué miedo no poder hacer lo mismo! Si te portas bien, si eres amable, si eliges un buen hombre, si eres un poco más dócil, si no eres incómoda, Mara, no tendrás que pasar los domingos sola. La soledad, es decir, no tener una familia y un compañero, es uno de los peores monstruos construidos en mi infancia. Soy una adulta, y le hago frente. Pero aún no logro renunciar a esa herencia: los domingos en la tarde, nadie es feliz. “Te vas a quedar sola”. Reviso y desmenuzo mi historia. Cuando nací, había una cajita preparada para mí. Mi mamá llenó la suya de cosas hermosas y las mostraba con orgullo: una familia bonita, una casa cálida, una cocina nutricia, suéteres para todos. Asumí que me tocaba ir llenando la mía de cosas bonitas. Cuando fue momento, con toda ilusión las acomodé en la mesa: material para


44 bordar una casa linda, dos hijas deliciosas. Pero con el tiempo y sin atención, quitamos la casa. Y recogimos a las hijas. Yo ni me di cuenta de que el cajón se quedó en mi mano con algunas cositas al fondo: talvez no fueron importantes nunca. Lo cargo por costumbre, o quizá por no atreverme aún a dejarlo en el camino. A veces me encuentro con alguien y aprovecho a que me lo sostenga mientras me arreglo los zapatos para seguir andando. Se me olvida que una mirada al cajoncito íntimo asusta, y me veo en situaciones complicadas explicándole al acompañante en turno que era sólo para desocuparme un ratito las manos. Me las ingenio, ahora que estoy separada del padre de mis niñas. No armo pareja, pero a ratos tengo algún compañero. Y me engaño. Engaño a la Mara que cree que está completamente sola, y engaño a la Mara que siente que tiene compañero, aunque sea temporal. 1.2 Soy madre, y mi prioridad en este momento son mis hijas, su bienestar, salud, felicidad, educación. No qui-

ero perdérmelas. Soy mujer en mis cuarentas, aprendiendo que mi placer reconectó mi corazón y mi cuerpo cuando pensé que ya todo gozo estaba perdido. Estos dos espacios, maternidad y erotismo, a veces parecen irreconciliables cuando no tienes pareja. Después de 15 años juntos, no podía dejar de pensarlo. ¿Quién me iba a querer, quién me iba a desear jamás otra vez, si el hombre con el que elegí construir mi cuento ya no quería seguir andándolo junto a mí? La autocompasión es como una tina tibia en donde bañar el cuerpo cuando no ves fin a la tristeza. Estaba bien ahí, ocultando en el agua turbia mi dolor. Pensaba quedarme un rato más, pero llegó Raquel, que había pasado este camino antes que yo, y con una toalla pachona en la mano, me arropó y me dio un consejo: tú lo que necesitas es saber que alguien más te va a desear. Como si me parara frente al espejo, desempañándolo, abrió un catálogo y vi que todavía era deseable, y que este mundo siguió andando mientras yo jugaba a la casita. Todo un código nuevo para conocer y vincularse con otros, mucho que descifrar. Sanar el desamor por el ego es ponerle una curita a una herida mayor, pero salí del baño. Y me


45 supe entretener. Aprendí y recordé mucho de mí, reconecté con mi propio deseo. Sé que necesito conexión e intimidad, que sin ello no quiero nada. Bienes escasos. Y a ratos, experimento. Desnudo mi cuerpo de madre. ¿Cómo mostrarme ante un pasajero/futuro/imaginario nuevo compañero? Las rayas de mi vientre evidencian que fui de otra historia, mi más grande, quizá. Me di toda. Y en la cama, sola, caliente, contigo, sigo siendo “mamá”. Demasiada intimidad. Me confundo: me desnudo y mi cuerpo nada tiene que ver. Si una hija enferma, te digo “tengo miedo”. Tú: silencio. Estoy sola con mi temor, en mi desasosiego. Me desnudo y no era, no es, otra vez, frente al indicado. Escribo “el indicado”, y río. Es, como todos, pasajero, imaginario. En mi cuento, el “indicado” sabría que esta es la piel que da pudor. La fragilidad como parte privada, no la muestras a cualquiera, no se toca sin invitación. No huyes asustado, niño, o irresponsable, hombre, ante su visión. No tienes prisa ni deber por llegar a otro lugar, ni te esperan en otro lado. El indicado, ya sé, es imaginario, del futuro, del pasado, de los cuen-

tos que conté. Y lo invoco igual, a ratos me lo invento igual, porque ya me cansé de andar desnuda y con frío en las tardes donde los amores, los miedos y los “debo” eran para dos. No hay fuerza imaginaria, ni deseo que aguante. Y lloro. Lloro frente a mi madre y mis hermanas, porque este miedo lo conocen, me ven desnuda y saben lo que es sagrado. Y vuelvo, habito esto que construí un poco sola, con planos ya no sé de quién, para dos. Me acompañan todas. Y me dejan estar. 2 2.1 El 29 de abril del 2018, tras unos días en terapia intensiva, murió mi papá. La sala de espera del hospital no dejó de ver a mi madre, mi hermana y mi familia, sino en los momentos en que podíamos entrar con él. Y a distancia, mis amigas y amigos no dejaban de mostrar cariño y solidaridad. El funeral fue un reencuentro hermoso con todos los amores de mi vida, y sin embargo, ese dolor se transitaba sola. Con cobardía consciente, fantaseaba con la idea de que, de no estar separada, el dolor por las noches sería más llevadero. Recordé la previa muerte de mi entonces suegro, y


46 cómo su hijo y yo lo dolimos juntos, y lo sentí todo tan injusto. Además, ahora ya era yo madre, y me tocaba acompañar el duelo de mis hijas. Y por supuesto, tocaba acompañar a mi madre, a quien nunca imaginamos sin él. Siguieron muchos días de acompañamiento. Semanas. Sentía que yo no podía llorar mi llanto, porque sostenía a mis niñas, o acompañaba, torpemente, a mi madre. Evadir y llenarme de gente o asuntos que atender me sale bien. Entre el funeral, el día del niño, y el cumpleaños de mi hija, mi ex marido aprovechó para terminar de llevarse algunos libros suyos de mi casa. Cuando entré al estudio y vi el librero lleno de huecos, parecía una radiografía de mi pecho. Finalmente, una noche llegué tarde y, muy a mi pesar, sola, a casa. Me quedé horas en el auto, y cuando logré juntar valor para subir, abrir la puerta y atravesar el eterno pasillo oscuro hasta mi cuarto, sentí como si fuera el canal de parto a mi verdadera adultez. Y lloré como recién nacida, y aullé, herida, sin compañía, por mi orfandad.

2.2 Martes, la casa sin las niñas; fueron a pasarlo a casa de su padre. En el departamento se siente aún su presencia: un aro en la entrada de la sala, el montón de juegos de mesa en la esquina del comedor. Cuando vives con niñas pequeñas y no están en casa, el silencio se escucha de verdad. Ha pasado suficiente tiempo ya, me siento cómoda y el silencio es una presencia deseada en las tardes libres. Cuando me hice madre, pasaba el día entero con mi bebé, sólo ella y yo. El posparto fue durísimo, y me encontré en la peor contradicción. Estaba feliz por tenerla, pero infinitamente desolada por el quiebre emocional que el embarazo había implicado con mi compañero. Los abuelos se ocuparon de llenar mis días de cariño y atención. A la vez, mi maternidad coincidió con el boom de las redes sociales, así que incluso aunque mi pareja se iba por horas, había la posibilidad de sentirme en diálogo con otras personas. Luego, una hija curiosa y preguntona, y la segunda bebé: no había silencio.


47 Bueno, había uno, doloroso: el de una pareja que está sin estar. Nos tomamos de la mano, emocionados, con miedo, para lanzarnos en una cascada; contamos hasta cinco y él saltó un segundo después, y esa caída me marcó para siempre. Caí, sin él. El golpe sordo del agua, el desconcierto, así recibí a mi bebé… Quizá por ello, el silencio me pareció por esos tiempos un asunto de doloroso abandono y soledad. Desde pequeña me ha pesado esa idea. Soy enojona e inconforme. Mi mamá decía que con este carácter, me iba a quedar sola. “Te vas a quedar sola” es una frase que viene a mis recuerdos como en voz de ultratumba. El monstruo de la infancia viene a verme, y me encuentra soltera a esta edad. Ahora me consta que la soledad a veces sí que se sufre... ¡qué risa, mi mamá tenía razón!! Y los peores momentos los sentí en situaciones que se suponen ideal y románticamente acompañadas: mis embarazos, el primer paseo con la bebé, las noches de fiebres infantiles, correr a la sala de urgencias de un hospital… En fin: que si soy honesta, la vida en pareja, en mi experiencia, no es garantía de compañía.

He batallado para reconocer mi individualidad y mis límites dentro de un contexto familiar que aboga siempre por un “nosotros’’, donde la mujer se diluye. Mucho cariño y terapia me han ayudado a reconocer que siempre he tenido más compañía amorosa de la que reconocía, pero que para gozarlo tuve que romper esas creencias con las que crecí. Hace poco, un pretendiente me preguntó si estaba emocionalmente disponible e interesada. Me gustó su pregunta. Creo que es algo complejo: no estoy interesada a priori, ni buscando una relación por ahora. Estoy bien, abierta a lo bonito que la vida me pone enfrente siempre que haya tiempo y ganas, y no me distraiga de lo bonito que ya tengo hoy. De a poquito me voy desmontando el mandato de vivir todo en compañía, conociéndome cada vez mejor, y sabiendo que ese destino/castigo no es tal. También lo gozo un montón, no le debo a nadie vivir de a dos. Y mis hijas lo ven. No es aún una decisión tomada definitivamente. Disfruto muchísimo la compañía; me gusta por momentos el mareo de sentirme enamorada, y mi ego se alimenta de


48 saberme interesante y atractiva para algún compañero. Solamente no siento urgencia ni obligación. Hay un abismo entre ese goce, y concebir un estilo de vida en pareja nuevamente. No tengo ganas de compartir aspectos fundamentales de mi vida como la crianza de mis hijas, y necesito mucho sentido de autonomía para estar bien. Tengo cariños y planes, tengo poco espacio para relacionarme con gente nueva y aunque no renuncio activamente, si decido no esforzarme en este momento. Concibo finalmente mi estar sin pareja como un estado en sí, y no como un tránsito entre una relación y la siguiente. Tengo las manos llenas, pero las ganas libres. A veces sólo me falta encontrar el silencio para acallar esas voces que todavía a ratos me vienen con un susurro de reclamo: “ya te quedaste sola“. Es verdad, no tengo compañero. No pude hacerme cómoda y no supe bajarme el volumen. No pude negociar condiciones en las que fuéramos felices. El daño está hecho: mis hijas crecen en un hogar donde los papás no están juntos. A veces, malabareando como loca, me siento sola crian-

do, pero mucho menos sola que al estar en pareja. Tengo, para esos momentos, una tribu entera. Esta no es una historia individual: las mujeres sobrevivimos, casi siempre, en compañía de otras mujeres. Pero cuando eso falla, me siento a llorar un rato. Éste no es el cuento que yo quería. Tampoco está tan mal. No vivimos muy felices para siempre, pero casi siempre consigo hacerme bastante feliz. 3. Mara del parque: Sé que en estos momentos te sientes la mujer más desbordada y sola del universo. No basta con el corazón y las desilusiones reventadas de tanto forzarlos a seguir: encima acabas de soltarle a tus hijas la noticia de la separación aquí, de esa manera. Las tareas que hoy parecen imposibles, todo, lo vas a resolver. Cuando puedas tomar un receso del llanto, acuérdate de todas las veces que te ha tocado hacerlo sola antes. Anda, échale una mirada. ¿Te acuerdas las noches gozando las pataditas en tu vientre sin nadie con quien compartirlo?


49 Bueno, alto ahí: decir “nadie” no es muy preciso. Sin tu supuesto compañero, quise decir. A veces no es que falte compañía, es que no tienes la compañía que esperabas. En unos años vas a lograr despedirte de esa que ya no fuiste: la esposa y compañera de toda la vida, la que soñaste ser, porque le aprendiste el sueño bonito a tu mamá. Va a tomar tiempo. Y lo vas a ofrecer al fuego. Soltar ese sueño no es traición a tu linaje. Ya lo entenderán. O no, pero eso le toca a cada parte. Mientras, si sientes que mueres, tu tribu te rescata. Todos los afectos que has tejido formarán una red para que caigas en blandito. Así que estás sola de compañero. Eso, solamente eso. El peso de la maternidad y sus tareas serán amortiguadas con el amor que has dado y has sabido recibir. Sé también que temes pensar en el vacío de la piel compartida. Sé del hambre de atención y la inanición en la que has vivido estos últimos tiempos. Confía en esto: vas a redescubrir tu espíritu curioso, eso resultará

magnético para algunos, y la vida siempre te proveerá de mucho placer. Estar con alguien que no sabe o no quiere acompañarte, esa es la soledad que desgarra. Eso es secarse. Y para ti la vida tiene mucha más humedad. No sé si un día vamos a estar apaciguadas entre las ganas de sentirte amada y deseada, y las ganas de sentirte libre de la mirada de otros. Vas a aprender a abrazar tus contradicciones, y la gente que te quiere bien, también. ¿Esa esquina del parque a la salida de la escuela donde le informaste a Merce de la separación? La vas a recuperar. En unos años, el planeta entero frenará, y tras meses guardadas en casa, las niñas conversarán sobre lo que más extrañan. Matilde nombrará a las nieves de la esquina del parque. Te darás cuenta que lo que se extraña es por las memorias que lo habitan. Aprende de las niñas y elige bien qué extrañar. P.d. Un verano, volverás de un largo viaje, con el corazón abolladito otra vez, pinche curiosa, y la vecina te recibirá con un gato que parecía perdido, para cuidarlo


50 esa noche. Será tu compañero de casa y obviamente, lo llamaremos Señor. Cágate de la risa, que ya me río yo. Estamos completas.

Mara Montes Mara Montes Margalli es maestra de inglés, mamá de dos, adicta a las risas y los recuerdos, y golosa profesional.


AUTENTICIDAD Y AUTOSABOTAJE por ELENA NEZAHUALCOYOTZI Muchas veces tengo la sensación de que le doy mil vueltas a las cosas o que me justifico pensando o hablando de manera rebuscada, pero hoy mi intención es transmitir las pocas certezas que siento en la vida y una de ellas es (irónicamente) que no existe una verdad ni algo general para alcanzar la felicidad, incluso que tal vez ni siquiera exista y sea solo un invento para vender cremas, maquillajes, libros, tratamientos para adelgazar, aplicaciones para encontrar el amor y tantas otras cosas para convencernos de que necesitamos a toda costa convertirnos en modelos iguales en vez de aceptar que pueden existir muchas formas de vivir. Como resultado de ese bombardeo constante para intentar convertirme en otra persona, hoy a mis 37 años puedo decir que la mayor parte de mi vida me ha sido difícil aceptar mi propia historia, tan alejada del guión ideal o receta que al parecer no supe como seguir o se presentó en partes y en desorden. Pero antes de seguir tratando de encontrarle sentido a la vida déjenme intentar presentarles a la que a veces me parece mi caótica, autodestructiva y sin rumbo yo.

Elena a veces siente que nació en el planeta o tiempo equivocados. No le gusta maquillarse, peinarse ni nada de esas cosas a las que les llaman “arreglarse”, por supuesto solo en el caso de las mujeres, como si estuviéramos descompuestas por el hecho de nacer con una vagina. Dice esto para que se note que es feminista pero también porque algunas veces odia verse al espejo porque le recuerda un día mas que ya nunca tendrá un cutis terso de revista, un cuerpo 90, 60, 90 y un cuello de envidia que se supone las mujeres para considerarse bonitas deben tener, así que la conclusión lógica a la que llega en esos días malos es que no solo es fea sino horrenda. Pareciera que a veces quiere llevar la contra en todo y luego internamente se queja de no caber en ningún lugar y de que está sola en el mundo, pero en el fondo prefiere eso a tener que encajar en moldes que simplemente no le van. Aunque a veces le duele, después recuerda que prefiere pagar los costos sociales a los personales de no sentirse ella misma.


52 A veces siente que su vida ha pasado en un parpadeo, no logra recordar cómo han pasado casi 18 años desde que su hija llegó a acompañarla en su familia rota y chiquita pero buena como dice Stitch; cómo logró aprender a vivir sin una mamá aunque rodeada de familia extensa durante la primera mitad de su vida pero sintiéndose completamente sola como si la hubieran dejado crecer como la hierba; cómo pudo por fin independizarse y encontrar un lugar que aunque pequeño a ella le parecía inmenso porque era donde vivía su Ohana; cómo pudo entregar su corazón, para después ver que lo rompieran tantas veces y aún así seguir de pie; encontrar amistades, familia simbólica, colectivos y trabajos que la transformaron de muchas formas pero que en el momento solo pudo interpretar como fracasos al no saber cómo despedirse. Hasta hace poco creía que encontrar el sentido de la vida era una patraña y que al menos para ella la vida se trataba simplemente de sobrevivir, hoy cree que aunque aún puede haber días que desearía no haber salido de la cama, existen otros que le enseñarán algo de

sí misma y que todavía puede encontrar formas de sacar las ideas que inundan su cabeza pero que el miedo hace que sigan atrapadas ahí. Probablemente con esa presentación tengan más dudas que certezas sobre mi, y de ser así están en el lugar correcto, porque algo más que he llegado a aceptar es que no existe nada seguro que la vida solo es intentar y seguir intentando, sin dejar que el miedo al fracaso te controle; es así como una vez más me encuentro escribiendo. Escribir me hace sentir totalmente vulnerable, la página en blanco me recuerda uno de mis más grandes fracasos al haber desperdiciado la beca para maestría que tanto había deseado, en una prestigiada institución internacional y sobre el tema que se supone me apasionaba y toda una serie de pérdidas y fracasos que lo propiciaron y se fueron acumulando casi en avalancha, como el fallecimiento de mi abuela, terminar con mi última pareja que creí ahora si era la buena, el trabajo que me generaba miedo pero que sentía había


53 logrado llevar a cabo a pesar de todo, la ruptura inesperada y dolorosa con una de las familias simbólicas que me había enseñado tanto y me había permitido viajar y la pérdida de la sensación de libertad con el regreso de mi hija nuevamente a vivir conmigo. Pero 5 años después del derrumbe aquí estoy, una vez más intentando volcarme en letras con la esperanza de seguirme entendiendo y sobre todo para mostrarme como soy sin el miedo de fracasar una vez más o incluso a sabiendas de que puede suceder pero que no depende de mí, ni hay forma de controlarlo pero si de seguir encontrando formas de que eso no me afecte. De permitir que la vulnerabilidad me invada pero no que me destroce o derrumbe de nuevo. Existen momentos cada vez más fugaces pero muy obscuros donde siento un nudo enorme en la garganta y me desborda el llanto, por la avalancha de pensamientos que se me vienen encima cuando siento que ya la regué y fui incómoda de nuevo, que ni siendo positiva, negativa, ni de ninguna forma logro que me noten, que sepan siquiera que existo.

Siento el peso de tener que seguir transitando la vida sola, aceptando que todo fluye, que las personas y los momentos se van, aunque solo aplique en mi caso mientras las demás personas parecieran acumular cada vez más amistades, likes, logros, dinero, parejas y yo, yo solo aumento el vacío, la soledad y las pérdidas. Incluso me he preguntado si el tener un diagnóstico psiquiátrico sería el camino que debo tomar hacia la felicidad, si solo estando medicada podría ver el mundo de manera normal como parece que lo hacen las personas que si son aceptadas y queridas. Las historias de personajes marginados son mis favoritas, como la del patito feo; aunque sus finales felices me provocan envidia porque encuentran por fin su hogar junto con compañía eterna e incondicional que les entienden, quieren y se quedan para siempre a su lado. Hoy intentando encontrar un punto medio donde no tenga que luchar todo el tiempo contra las que me han parecido injusticias en mi vida intento reescribirla enfocandome en lo que he logrado a través de vivirlas. Tal vez de esa forma encuentro mi propio camino fe-


54 liz reinterpretando que el hecho de que el patito feo se diera cuenta que era un cisne y haya encontrado a su familia no es tan literal sino que puede ser una metáfora de mirarse con otros ojos sin importar el color, la belleza o estar solo, lo más importante es que se tenía a sí mismo y podía volverse una hermosa compañía si lograba dejar de compararse y reconocer que él era único y única era su historia.

tido sola. Por muy extraño que suene incluso me han enseñado a sentir, hay ocasiones en que me he sentido vacía cuando no están, como si todos los días fueran iguales y sin sentido. Creo que el tener la capacidad de enojarme por ejemplo me mueve el cuerpo y los pensamientos, en el momento puede ser doloroso, pero después puedo ver las cosas de formas distintas y reírme de las situaciones una vez que han pasado.

¿Qué sientes al hablar contigo misma? Me provoca miedo porque en realidad no sé de cuál de mis monstruas hablar; entre la envidia, enojo, frustración, coraje, furia, indignación, comparación entre algunas otras. ¿Por qué les llamas monstruas y no emociones? Creo que les llamo así porque en ocasiones me han hecho daño e incluso me he aislado al hacerles demasiado caso, pero a la vez me gustan porque son diferentes y rechazadas como muchas veces me he sentido, así que me identifico con ellas.

En otras ocasiones les sigo teniendo miedo porque es muy fácil que me ayuden a sacar toda la basura que tengo guardada en contra de mi misma, a pesar de eso últimamente estoy tratando de escuchar que me quieren decir o jugar un rato con ellas porque a veces solo son monstruas del pasado que probablemente me extrañen por el largo tiempo que compartimos y si les dejo estar el tiempo que necesitan en lugar de pelearme con ellas se van más rápido y hasta sus visitas son más esporádicas, he llegado a pensar que algunas se han transformado tanto que ahora hasta me empujan a probar situaciones y experiencias nuevas.

Me gusta que pueden ser únicas y cambiar de forma, me han enseñado y acompañado cuando me he sen-


55 Entonces, ¿con todas te llevas bien? De alguna u otra forma he llegado a entenderlas mejor, pero el idioma que todavía no logro descifrar es el de la envidia porque se presenta sin aviso tanto con personas desconocidas como con aquellas a quienes aprecio. Es como si creyera que el reconocimiento solo lo merecen las personas extraordinarias y que valen en la vida y al presenciarlo en otras personas es como si se prendiera dentro de mí una mecha explosiva de autodestrucción e invalidación. Además, sentir envidia hace que aparezca también la monstrua de la incongruencia que me hace sentir aún peor. Male o Elena del pasado: No importa cuando leas esto, desafortunadamente esta no es una carta con fórmulas mágicas o pensamientos alentadores de que todo estará mejor. Habrá ocasiones en que todo se pondrá peor mezclado con algunos destellos de esperanza, que pueden darte la idea de que por fin conseguimos todo lo que deseábamos, solo quiero decirte que los disfrutes con todo tu ser, (que de hecho sé que al principio lo hiciste) pero que no te aferres a

ellos como tu salvación la única que de algún modo u otro puede salvarte eres tu. Que tal vez sería buena idea hacer las paces con la soledad en lugar de andar buscando amores y familias que al parecer nunca vamos a encontrar o mas bien si, encontraremos varias pero en nuestro caso serán estrellas fugaces de las que insisto no debes aferrarte para evitar que el dolor de perderlas se prolongue y se convierta en sufrimiento crónico. Lamento decirte también que en lo económico seguimos al día y que tampoco hemos encontrado un trabajo donde “nos aguanten” o que “aguantemos” ni una forma de generar ingresos propios sin depender de nadie pero lo importante es darnos cuenta de todo lo que hemos aprendido en cada uno, porque incluso del más nefasto en el que jamás te imaginas que vas a caer, sobre todo de ese vas a aprender muchas cosas, solo recuerda tener los ojos abiertos para notarlo. Del estudio mejor ni te cuento para no asustarte o deprimirte pero algo que nunca hemos perdido es el seguir siendo autodidactas y curiosas así que aunque tal


56 vez nunca lleguemos a ser maestras y mucho menos doctoras como en varios momentos soñamos, seguro que seguiremos aprendiendo mucho, por favor no lo deseches ni desvalorices solo porque no hemos juntado los plásticos o papeles necesarios para ser consideradas valiosas según la academia, en realidad tal vez ni siquiera era nuestro sueño sino de algunas personas que admiramos y solo queríamos imitarles creyendo que así lograríamos lo que a la distancia nos parecía un mejor camino que el nuestro. En noticias más alentadoras te cuento que a pesar de que aún hay días que nos sentimos no únicamente solas sino hasta desoladas, al menos la idea de morir es cada vez más esporádica, si no es que muy rara ya, sé que tal vez no parece un gran consuelo sobre todo si lees esto en un momento obscuro pero créeme que lograr que las crisis duren menos y que no se vuelvan caparazones tan pesados que no nos dejan ni levantarnos si que es un logro y sobre todo te vas a sentir bien, si, a pesar de que odiemos esa palabra por ser tan plana e incluso parezca que llama a la mala suerte de que

algo terrible suceda al nombrarla. Te diría también que escuches a todas las personas que te han aconsejado meditar pero sé que no les harás caso, ni tampoco a mi y que simplemente tiene o tenía que suceder a su tiempo y que aunque no será una cura mágica ni mucho menos, increíblemente también ha servido para que el encontrarnos se sienta más cercano, no te garantizo que algún día terminemos de hacerlo pero lo que al menos sí espero es que dejemos de pelearnos y culparnos por las decisiones que hemos tomado en la vida. Te cuento además, aunque es probable que no me creas, que envejecer (al menos hasta el momento que en realidad es apenas si la vista del inicio) no es tan malo, tal vez hasta sea el ingrediente que nos ayudó a aceptar por ejemplo el lugar en el que nos tocó vivir después del espacio que tanto nos costó tener durante 10 años y en el que disfrutamos, reímos y lloramos pero sobre todo crecimos.


57 Y quién sabe tal vez lleguemos a un punto de tranquilidad en el que ya no sentirnos deseadas no signifique la peor tragedia del mundo sino librarnos de muchos problemas y encontrarle por fin el gusto a estar en paz por muy aburrido que te parezca a veces. Que aprendamos a compartir lo que somos, solo por las ganas de hacerlo y no para recibir la aprobación o alabanzas de nadie, sino porque creemos que el mundo sería un lugar mejor si las personas nos mostráramos sin máscaras. Para la Elena que quiero llegar a ser: Tenía algo de tiempo que no te escribía, ¿recuerdas? Desde aquellos días en que empezamos a encontrar algo de luz en el camino durante la pandemia mundial que hizo que el mundo se detuviera de varias maneras, que nos permitió dejar el trabajo que tanto odiábamos y que a la vez abrió la puerta para adquirir el hábito de la meditación, encontrarnos en el libro Mujeres que corren con los lobos que tanto trabajo nos costó al principio y tomar un taller de monólogo autobiográfico que nos sacudió de distintas maneras. No sé si encontraste todo lo que estabas buscando o si

lograste todo lo que alguna vez habías soñado pero de lo que espero si estarlo es que de alguna forma lograste vivir en Oaxaca, que tu y yo sabemos te alegra el corazón y la vida. Ahora caminas por sus calles no solo por unos días sino para despertar al día siguiente en esa hermosa ciudad como siempre deseaste. Se que te costó despedirnos de varios pedazos de tu corazón que mejor no menciono para no ponerte triste pero sabes que de alguna forma siempre te acompañan, así como lo hizo tu mamá aunque fuera como recuerdo o ausencia durante toda tu vida. Me da gusto saber que seguiste desprendiendote de más cosas e incluso de varios libros, manuales y hasta cuentos que creíste casi imposible soltar, porque viajar más ligera te ha permitido sentirte mejor y te da la libertad de moverte a donde tu corazón lo necesite. Me encanta la maravillosa forma en que lograste conjuntar las pasiones de tu vida como el feminismo, los cuentos, el reciclaje, algo de psicología, las series, los libros y los juguetes entre otras cosas. Ojalá algún día me


58 cuentes cual fue tu secreto o logré yo misma descubrirlo pronto, aunque sería también una gran idea compartirlo de alguna forma para que aquellas que como tu que se han sentido perdidas, se den cuenta que uno de los secretos de la vida tiene que ver con la paciencia, algo que empezamos a desarrollar también por allá de los tiempos del covid y que nos ayudó para manejar la siguientes catástrofes tanto mundiales como personales que nunca faltan pero que ahora enfrentamos de maneras distintas a la de culparnos y encerrarnos en nuestros más grandes miedos.

Eres lo más importante para mi aunque a veces pareciera que no era así, que se te olvidaba o no querías darte cuenta. Sé que ahora sí lo haces porque aprendiste a reconocer tu propio valor, sentir empatía por ti misma y tu historia así como lo hiciste con tantas mujeres a las que ayudaste, y ahora por fin lograste hacerlo por ti.

No sé qué más decirte aparte de que estoy orgullosa de ti, así como eres sin quitarte ni agregarte nada y que si bien parece que nunca nos despediremos de las monstruas, ahora ya no nos hacen daño. Ahora si me despido con la certeza de que encontraste lo que más necesitabas que era a ti misma, ah y no olvides comerte una rica tlayuda en cuanto puedas por mi.

Elena Netzahualcoyotzi Inadaptada crónica, apasionada en busca siempre de nuevas aventuras y la justicia social. Estudió Psicología y la vida la hizo feminista,docente, activista, tallerista y cuenta cuentos, quiere algún día escribirlos también. Le encantan las distopías y la ciencia ficción.


PINCHECOVID por ADRIANA PADILLA Hola. Soy Adriana, y soy sobreviviente de COVID… apenas Tuve el virus y sané. Eso fue relativamente fácil. Pero sobreponerme a todo lo que la enfermedad trajo y se llevó, esa ya es otra cosa. Cuando mi mamá me dijo que estaba enferma, mi vida se detuvo. Después enfermé yo, y después mi hermano, nosotras salimos vivas. Él no Decidí mudarme a nuestra casa en Valle de Chalco, para estar con ella, pero cuando estaba a la mitad del proceso, mi pareja se enfermó, y con él sus padres. Olvidaba decirles que soy codependiente. No sé si eso sea bueno o malo, he aprendido a vivir con ello. ¿Cómo no ayudar a las personas a las que quiero, cuando pasan por algo como esto? No es tampoco que sea la “buena mujer abnegada y entregada a los suyos”. La verdad es que esta ha sido la primera vez en mis 36 años, que me tocó ser la adulta responsable. La verdad, es que jamás en mi vida fui, ni hubiera ido a la casa de algún novio para preparar el desayuno, hacer las compras o prepararle tecitos a los suegros

¡pa mis femipulgas! Pero “nunca digas de esta agua no beberé, porque en cualquier momento viene un apocalipsis que nos hace llevar la vida como nunca lo imaginamos” Me cuesta trabajo admitirlo, pero también me gusta el reconocimiento. No es que los cuidara buscando eso, pero es un plus, y se siente bien. Llegué a la casa de mi novio con un menjurje que había ayudado a mejorar a mi mamá. También lleve varias plantas y raíces con las cuales les hacía tés que nos habían servido a nosotras. Eventualmente, masajeaba los pies y las manos de mi suegra para aminorar la jaqueca, el mareo, o algún otro síntoma que apareciera en ella. Gracias a eso, mi suegra me presume con sus hermanas, como alguien que sabe de herbolaria y mesoterapia. Yo lo he hecho con la sola intención de ayudarla, pero es agradable que reconozcan mi capacidad curativa, aunque la mitad de esa sapiencia haya salido de Pinterest y youtube. De cualquier modo, gran parte de esas veces, lo que realmente le ha


60 hecho falta, ha sido un apapacho. A veces a mí también me falta apapacho. No es que no reciba amor o gratitud de aquellos a quienes cuidé, pero no puedo dejar de sentir que necesito algo más, y no sé cómo pedirlo, porque soy alguien que suele dar. Yo, que decidí no tener hijos, por no llevar la responsabilidad de otro ser, me vi a mí misma a cargo de mi mamá, hablando con los doctores, revisando horarios en las medicinas, manejando hacia la clínica y convenciendo a mi mamá de que comiera. A fuerza de necesidad, me obligué a mantener la ecuanimidad mientras ella luchaba por respirar y hablaba con los doctores de su miedo a morir, y a no desbaratarme completamente cuando me empezó a dejar encargos sobre qué hacer en caso de que se fuera. Pasé los primeros días sin llorar, hasta el día en que una amiga me llamó. Yo me cambié de cuarto para que mamá no me escuchara. Mi amiga me preguntó cómo estaba, y yo solté todas las lágrimas que había acumulado durante esos días. En toda la llamada solo dije tres

palabras, lo demás fue llorar. Ella sí habló, habló mucho. No recuerdo lo que me dijo, pero sé que me hizo sentir mejor. Me dio la fuerza que se me estaba acabando. Me lavé la cara y volví con mi mamá. De eso ya ha pasado tiempo. Ahora ella está relativamente bien. Volvió a trabajar y a hacer sus cosas, y yo no entiendo porque, ahora que todos estamos sanos, simplemente no me siento bien. Ahora que vuelvo a vivir en el Estado de México, no puedo dejar de asociar mi ubicación geográfica con la de mi corazón o mis sentimientos. Nadie quiere venir a verme. Les parece lejano, peligroso o difícil de llegar, o me confiesan que sus compromisos o la cuarentena les dificultan el viaje. Como si la Ciudad de México fuera segura, o como si yo no tuviera que recorrer el mismo camino para ir a verles, o como si mi vida fuera menos importante, y por ello yo si pudiera darme el tiempo de ir para allá.


61 ¿Sentirme sola? A veces…. La verdad es que hay personas cercanas a mí, que me quieren y que me han apoyado mucho en estos días, pero a veces ni siquiera sé lo que realmente necesito. Ahora que todos estamos sanos, me queda encargarme de mis propias secuelas.Las secuelas por enfermarme y las de cuidar a los enfermos La falta de aire, con la cual subir una escalera con cubre bocas, siempre parece una gran proeza ¿correr? Ni de chiste Agotamiento. El físico, que no me deja hacer nada sin tener que descansar después, sintiendo que cualquier actividad, por pequeña o breve que sea, sea como cargar una roca gigante todo el día; y el agotamiento emocional, que me tumba en el sillón día tras día, que no me deja pensar en nada. Que no me deja responder, ni planear, ni hacer, ni saber, y que me hace sentir que he cargado esa misma roca, pero toda la vida. Que me hace sentir señora por primera vez en mi existencia. Que me hace llamarme vieja, para que me respondan que no se me ve, y que yo les diga que no se ve, pero sí se siente Ansiedad, que nunca se va. NUNCA, ni cuando veo la

tele, ni cuando rio, ni cuando quiero. Ni siquiera cuando duermo, pues me hace soñar cosas horribles como que los muertos reviven en formas monstruosas, o que los vivos mueren y esta vez no hay nada que hacer. Que me hace despertar a cualquier hora de la noche siempre con angustia y sensación de que me ahogo. Que crece cuando recuerdo que llevo cuatro meses sin trabajar, y que no sé cuánto me falte. Que tengo que seguir dando explicaciones a mis clientas, mientras les suplico que sigan teniendo comprensión y paciencia, temiendo que se les acabe en cualquier momento, y me manden a la chingada con justa razón Una ansiedad que me hace comer todo el tiempo, y que haciendo mancuerna con un agotamiento que no me deja hacer ejercicio, da como resultado veinte kilos más, la mitad de mi ropa inservible por no entrar en mi nuevo cuerpo, pies hinchados, y un amor propio ya casi inexistente. Esto último, no sólo por el peso, sino por la otra secuela, no menos deprimente. La caída de mi cabello. Que


62 después de tratar de rescatar con infusiones, tratamientos y champús, simplemente no dejó de caerse. Se quedó en mi almohada, en el sillón, en la mano, en la ropa. Mi cabello se fue y no pude detenerlo. La cara demacrada, corona todo lo anterior. Trato de sonreír, pero el paso de esta difícil situación parece haberse quedado bajo mis ojos, en mis mejillas, en mi frente y en mi piel. A veces me dicen que me veo guapa, y les creo a ratos, pero casi todo el tiempo me siento fea. Y siento mucha, mucha tristeza. Por mi mamá que perdió a su hijo. Por mis sobrinas que están chiquitas sin un papá. Por todas las personas que han perdido a sus seres queridos, y que por cuestiones de la pinche pandemia, deben despedirse sin el consuelo del ritual acostumbrado. Me siento triste por mí, porque no tengo ganas de seguir creando. Porque sé que la vida me está esperando, pero yo sólo quiero seguir acostada en el sillón, resolviendo rompecabezas. Y quiero pensar que es algo que va a pasar, y que en un futuro cercano retomaré el

acostumbrado ritmo de mi existencia, pero justo ahora, estoy en una pausa desesperante Adri, mi Querida Adri: Hace mucho no pensaba en ti, y hace más que no pensaba en la Adri del pasado Justo antes de que se declarara la cuarentena, fui a ver una obra en el Teatro de la Ciudad, me acordé de ti, y me dieron ganas de buscarte. Te extraño mucho ¿sabes? Justo ahora, me pareces tan lejana… No dejo de pensar en lo decepcionada que estarías si supieras en donde estoy ahorita. Tú, que estabas tan bien entonces, que tenías tantos planes y te sentías tan completa, y ahora yo, aquí atorada sin ir para atrás ni para adelante. Pero te juro que es algo temporal. Te prometo, con todo mi corazón, que en un futuro cercano te escribiré para darte mejores noticias. Quien sabe, igual y ahora que retomamos la comunicación, me ayudes a reencontrar el camino. Mientras tanto, te mantengo en mi corazón y te pido que no me dejes sola.


63 Realmente, no es que hayamos perdido la esperanza o el amor por la vida. De vez en cuando parece que las cosas apuntan a mejorar, demasiado lento tal vez, al igual que las secuelas físicas. Pero avanzan al fin y al cabo. Me corté el cabello, como jamás me hubiera atrevido a cortarlo, y me gusta. También abrazo a mi mamá más que nunca, y conocí nuevas amigas que son maravillosas. Por favor, no dejes de decirte a ti misma, lo mismo que les dices a todas las personas que hablan con angustia. Esta situación es nueva y no es para siempre. Estás aprendiendo, y vas a aprender más, y en otro tiempo verás hacia acá con alivio. Hasta entonces, recuerda que te amo, y que siempre contarás conmigo. Te amo Adri Nos amo Me amaré siempre

Adriana Padilla Artista de profesión, feminista de corazón. Como buena rebelde de toda la vida, se negó a estudiar enfermería o medicina, como lo hiciera casi toda su familia. Ella dice que ya tiene muchos parientes curando al cuerpo, y a ella le toca curar el alma. Y está feliz con su decisión.


CIUDAD DE MÉXICO SEPTIEMBRE 2020


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