Martha Acosta Alvarez La periferia
Novelas de Gavetas Franz Kafka
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Martha Acosta Alvarez (Camagüey, Cuba, 1991). Ingeniera en Ciencias Informáticas, narradora y poeta. Miembro de la Asociación de Hermanos Saiz (AHS). Egresada del Centro de Formación Literaria «Onelio Jorge Cardoso». Ha publicado los libros Pájaros azules (Cuento, Editorial Letras Cubanas, Cuba, 2016), Doce años es demasiado tiempo (Cuento, Editorial Guantanamera, España, 2016) y Paraísos perdidos (Cuento, Casa Editora Abril, Cuba, 2018). Entre sus premios más importantes de narrativa se encuentran el Pinos Nuevos 2016, el Calendario 2017 y el Celestino de Cuento 2018. Vive en La Habana.
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Martha Acosta Alvarez La periferia Portada Juan-Sí González, American Playground #55, 2008 Publicado por Fra, Šafaříkova 15, 12000 Praha 2, República Checa, fra@fra.cz, www.fra.cz, en 2018, como su publicación Nro. 116 en la imprenta Tiskárna VS, Praha Primera edición © Éditions Fra, 2018 Text © Martha Acosta Alvarez, 2018 Author photo © Martha Acosta Alvarez, 2018 Cover photo © Juan-Sí González, 2008 ISBN 978-80-7521-057-9
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Índice
Golpes en la puerta 9 Los ojos de la ciudad 21 Falsos genitales 37 Cuaderno de apuntes 51 Ciberhappening 53 Cuaderno de apuntes 65 Píldoras de colores brillantes 67 La buena nueva 75 Las diez noticias más interesantes de la semana según Vanidades 81 El robo perfecto 87 Fiebre de sábado por la noche 95 Bitcoins 105 Código Varmint (Legar el caos, eso sí es legar) 115
Artículo hallado en Internet al escribir la palabra Varmint 125 Porcelana fina 129 Un esfuerzo definitivo 139 Bomba lógica 147 Fragmento del código Varmint 163 Cámara lenta 165 Cuaderno de apuntes 183 El principio del fin 185 Cuaderno de apuntes 195 Últimas voluntades 197 Escombros 207 El borde del borde 215 El vertedero 223 La tierra prometida 231 Cronología del colapso 241 Arte contemporáneo 249
Golpes en la puerta
Una voz, dos voces, tres. Llaman a la puerta. Estas no son horas para llamar a la puerta. La luz encendida me delata. Sabemos que hay gente, dicen los hombres-insecto. Pero no son horas de abrir, mucho menos a los hombres-insecto. Me siento tentada a hablarles. Me da miedo hablarles. Golpes en la puerta de mi apartamento. Sería una locura abrir. En este barrio han pasado cosas terribles. Cuchillos abriendo en dos la noche. Disparos y muertos que no menciona el telediario. Un barrio tranquilo, dice el telediario. Los niños vestidos de marineros con pelotas de colores. Muchachas en chándal ejercitando el cuerpo. Ancianos crepusculares sacan a pasear los perros. Y los perros cuidan de los ancianos. Una cadena de acontecimientos felices. Dice el telediario. Nunca una muchacha sola en la noche, no tan sola en la noche. 9
Una, dos, tres voces de hombres al otro lado de la puerta. Golpes en la puerta que delimita el perímetro seguro. Siento mis manos frías, mis piernas frías y esta especie de calor que me hierbe en el cuerpo. Abre, dicen. Son hombres-insecto. Los reconozco por la voz. No me hagas enojar, dicen. Han visto mi silueta a contraluz por el cristal de la ventana. Escribiendo mis libros cerca del cristal de la ventana, en la computadora portátil que compré con el dinero de mis primeros cuentos. La única computadora que he tenido en la vida. En este barrio pueden quitarle la vida a cualquiera por una computadora. Por menos que eso han abierto en dos la noche. Desde el ombligo de la noche. En dos mitades la noche. La sangre de la noche manchando la calle tres días seguidos. Hasta que el cielo se apiadó de nosotros y nos trajo lluvia. La sangre se fue a otra parte. Y el telediario no dijo una palabra. Somos un barrio de muchachas atléticas y niños marineros. Hermosos a la luz del crepúsculo. Hermosos ante la mirada cansada de los ancianos y los perros embozalados. 10
La puerta se estremece con los golpes. Es buena cerradura. La cerradura me salva. El cuarto también tiene cerradura. Mi marido y yo compartimos piso con una prostituta. Con ellas nunca se sabe. La prostituta no está. Por las noches nunca está. No se trae el trabajo a la casa. Eso dijo cuando la acepté. Yo no cago donde como, dijo. No me gustó la expresión. Otras cosas tampoco me gustan. No me gusta la carne con grasa. El helado de limón. El quimbombó en cualquiera de sus variantes. La calabaza hervida. El jugo de tamarindo. La música de los vecinos. El humo del cigarrillo ajeno. No me gusta ser convocada. Ni los shows humorísticos. Pagar dinero para reírle la gracia a otros que se creen simpáticos. No me gusta el barrio en el que vivo, pero mi sueldo no permite más. No me gusta mi trabajo. Mi oficina. Su gente. Mi jefe. Yo solo quiero escribir. Vaya deseo. 11
Cuándo se ha visto que en este país alguien pueda vivir de la literatura. Estoy condenada a no pasar a la historia de la literatura. Llego a este apartamento casi de noche. Con los ojos cansados. Con el cerebro cansado. Con hambre. Con sueño. Con sed. Con ganas de ver a mi marido. Con la imperiosa necesidad de un baño caliente. Escribir se va quedando para más tarde, para esos fines de semana en que está toda la ropa sucia y debo llevarla a la lavandería, lavarla yo misma para que nadie se robe mis ropas. No sería la primera vez. Luego nadie ha visto nada. Nadie ha escuchado nada. Nadie ha dicho nada. Somos un barrio de simios míticos. Monos sabios. A la gente le encanta vernos en el telediario. Los monitos vestidos de marineros. Las monas en chándal ejercitando el cuerpo. Los ancianos monos crepusculares paseando a sus perros embozalados. Como si en este barrio existieran los bozales. Como si las bocas de los perros de este barrio cupieran en los bozales. Este es un barrio de perros gigantes. 12
Esta es la periferia. El borde del borde de la ciudad iluminada. Lindas luces de la ciudad. La ciudad de la luz. Somos moscas atraídas por la ciudad de la luz. La gente se amontona al centro de la ciudad de la luz. La gente como una gran colmena, se amontona en círculos. Todos quieren el centro. Pero esto es la periferia. El borde del borde de la colmena que se forma desde el centro de la ciudad de la luz. En este barrio todos estamos cansados de vivir al borde de cada borde. Yo estoy cansada. Puede que los hombres que golpean la puerta también estén cansados. Puede que mi portátil sea un método de escape. Puede que matarme valga la pena. Abrirme desde el ombligo. Partirme en dos mitades. Dejarme en medio de la calle. Con la vana ilusión de que los telediarios luminosos aclaren estas calles ennegrecidas. Tengo miedo. Mi marido tiene miedo. Estoy paralizada. Él no. Quiere abrir la puerta. Yo no quiero que abra. 13
Los hombres golpean la puerta. Los hombres no se cansan. Mi marido es más hombre que todos los hombres que se esconden detrás de una puerta. Pero no quiero que abra. Los héroes que los ponga otro. Esta es la periferia. Aquí la gente es peligrosa. Puede que traigan navajas. Cuchillos. Machetes. Un sin número de metales filosos mientras dan patadas a la puerta de la sala. Llaman sin que nadie responda. Se escuchan amenazas más allá de la puerta. Luego los pasos descienden las escaleras. Vamos a tirar piedras a los cristales, dicen. Yo apago las luces de la sala, las mismas luces que han atraído a estos hombres-insecto. Zumban junto a la ventana. Escucho las piedras que revolotean cerca de los cristales. Llegan con poca fuerza debido a la altura. Vivir en un piso alto tiene grandes ventajas, aunque a veces el agua no suba. Carecer de balcones también tiene sus ventajas, aunque a veces el calor se siente en la sala sin que nadie lo invite. Tener una cerradura en la puerta del cuarto tiene ventajas también. Los hombres-insecto vuelven a mi puerta. Golpean hasta que se cansan. 14
Tengo ganas de preguntarles quiénes son. Qué quieren. Porqué llaman así. Alguien que llama de ese modo no quiere nada bueno. Extraños estos hombres-insecto que no entran sutiles a las casas, como suelen hacer los de su clase. Estos llaman a la puerta. Pareciera otra especie. Aterra pensar en otra especie. Ya bastantes especies hay en este barrio de las afueras. Cierro los ojos para no pensar. Mi marido dice que nadie puede romper la cerradura de la puerta a la calle. Yo imagino un disparo en el ojo de la cerradura. Un disparo podría romper cualquier cosa, incluso la noche. No sería la primera vez que escuchamos un disparo en este barrio de las afueras. A veces me pregunto qué vine a hacer a este borde del borde de la ciudad de la luz. La vida era más simple cuando no conocía la luz, como esos insectos de campo. Las chinches de monte. Las cigarras. Las cochinillas que viven debajo de las rocas. Es cierto que una vez fui todos los animales del monte. Todos los desconocedores de la luz. 15
Me gustaba ser una chinche de monte y despedir olor a yerba cuando me aplastaban. Me gustaba ser una cigarra de alas iridiscentes y voz chillona. Me gustaba ser una cochinilla de mil piernas bajo las rocas húmedas. Tener un piso de tierra en el que hacer túneles que no conducían a ninguna parte. Una se creía que le gustaba ser un insecto de campo. Un mamífero de campo. Perro jíbaro. Pelaje corto. Boca desconocedora de bozales. Yo no conocía otra cosa que la oscuridad. Hasta que llegó la ciudad de la luz y rompió el equilibro. Recuerdo que el mundo se movió bajo las piernas de la ciudad. Recuerdo mis pasos nerviosos. Mil piernas agitándose hacia la ciudad de la luz. Hay cosas que no tienen vuelta atrás, como los sueños inconclusos. La vida no era lo que se entendía como tal. Una se pregunta cómo podía vivir así. Detenida en medio de la nada. Debajo de cada roca. El mundo era una roca llena de túneles que no conducían a ninguna parte. No quiero volver a ser una chinche de monte. Una cigarra de monte. 16
La cochinilla de monte. Ya no me gustan los insectos. He pasado noches enteras vomitando los insectos que he sido. A menudo se tupe el tragante del apartamento con los insectos que he sido. Cuando hay agua en la tubería no importa demasiado. Otras veces mi marido tiene que bajar al primer piso. Llena de agua dos cubos plásticos. Sube por las escaleras, dejando tras de sí un rastro líquido. Mi marido siempre deja un rastro por donde pasa. Quizás los hombres que golpean la puerta han seguido el camino del agua. Desde la oscuridad del cuarto escuchamos las voces. Se ve que no tienen una pistola. Puede que traigan. Navajas. Cuchillos. Machetes. Cualquier clase de metales. Pero un arma de fuego no. Ya habrían disparado al ojo de la cerradura. No tengas miedo, dice mi marido mientras registra las gavetas del cuarto dejando un rastro inconfundible. La has visto, pregunta. 17
No la he visto, respondo. Mi marido sigue buscando hasta que encuentra. No tengas miedo, me dice. Mi marido pone la bayoneta en la mesita de noche. En ese lugar han estado cajas de condones. Pomos de cremas. Libros a medio leer. Un cepillo de pelo. Una fotografía enmarcada. Ahora hay una bayoneta. Abran la puerta, gritan los hombres-insecto. Pero no abrimos. Solo un tiro puede penetrar esta casa. Un tiro en el ojo de la cerradura. Solo una puerta ciega dejaría pasar a estos extraños. Abran la puerta, dicen con la voz cansada. Los extraños no son cigarras. No saben cantar roncos toda la noche sin que les duela. Estos son insectos de ciudad. El día en que los aplasten olerán a fosa. A orine seco. A sangre quemada. Los extraños se van. Desde la oscuridad del cuarto los escucho bajar las escaleras. Miles de piernas corren hacia el borde del borde. 18
Tengo las manos frías. Los pies fríos. Y algo como un fuego saliéndome de la cara. Mi marido trae un vaso con agua para apagar el fuego. Cálmate, me dice. Miro el rastro líquido en el suelo. La bayoneta se ha quedado dormida en la mesita de noche. Afuera todavía se escuchan ruidos. Pero mañana la gente dirá que: No vio nada. No escuchó nada. No dijo nada. No sería la primera vez. Estos son los suburbios de la ciudad de la luz. El borde del borde. La periferia.
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Los ojos de la ciudad
En mi brazo izquierdo tengo la cicatriz del hierro caliente. Esta marca inconfundible me identifica como residente de la periferia. A todos les toca, tarde o temprano sentir el calor tragándose la piel y la carne. Yo no quise para mí esta marca horrenda. La gente mira la marca de mi brazo y algo les suena en los ojos. Pip como un lector de códigos de barras. No tienen que mirar dos veces. La gente es rápida. Los ojos son potentes. Los ojos me arden sobre la piel. Llevo mangas largas para cuidarme de los ojos decodificadores. Camino hacia la estación. El ómnibus dobla la esquina. Regresa por donde mismo ha llegado. Es la primera estación o la última, según se mire. Corro hasta el ómnibus para no llegar tarde al trabajo. Somos mucha gente para abordar el vehículo. Somos mucha gente que intenta llegar temprano a alguna parte. En el borde del borde de la ciudad de la luz no hay trabajo, al menos no para mí. 21
Me mezclo entre la gente que se arremolina en la puerta. Subo sin pagar. Camino hasta el fondo. A veces encuentro un asiento vacío. Hoy no hay asientos vacíos, al menos no para mí. El ómnibus cierra las puertas con dificultad. Un hombre, dos hombres, tres. Puede que estos hombres sean hombres-insecto. Atiendo a las voces. Intento reconocer a los que patearon mi puerta a la calle. Todas las voces son la misma voz, una especie de zumbido estrepitoso. Casi no he dormido. Algo de maquillaje disimula mis ojeras, pero no lo suficiente. Una vez leí que el sueño es importante para que el cuerpo libere toxinas. Hoy viajo con mis toxinas a cuestas. Aún es de madrugada. Están dormidas las toxinas. En un rato despertarán con el sol. Despertarán rabiosas. Se retorcerán en mi cuerpo. Tratarán de escapar por mis ojos. Histéricas, presas dentro de esta piel que no quiere retenerlas.
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El ómnibus escupe a los pasajeros en distintas estaciones de la ciudad. Yo resisto en el vientre del ómnibus. Me falta mucho para llegar. El ómnibus se escurre por las venas de la ciudad de la luz. Somos manchas oscuras sobre la ciudad brillante. Más gente sube al ómnibus. Miran con desprecio nuestras marcas de hierro caliente. Los ojos hacen pip como un lector de códigos de barras. Siento los ojos corriendo por mis mangas largas. Arde esta piel bajo la tela. Las toxinas se retuercen. Piden socorro. Solo yo las escucho. Cerca de mí hay un muchacho escuálido. Lleva uniforme de colegio público. Le queda grande el uniforme. Parece un niño pequeño que juega a crecer. Si yo fuera una niña pequeña nunca jugaría a crecer. Me quedaría para siempre en la edad de la inocencia, ese instante preciso en que se ha crecido por dentro y solo resta envejecer. Llevaría a todas partes un tambor de hojalata y un grito ensordecedor, capaz de romper cada cristal que intente herir mi inocencia. Pero en los suburbios los niños nacen con la inocencia herida. 23
Se ponen viejos antes de tiempo. El cuerpo se les queda chico. Los brazos como antenas o palillos de dientes. Las madres se alegran cuando los hijos se van a la escuela pública. Piensan que cualquier lugar es mejor que la periferia, incluso una escuela pública. Cerca de mí hay un niño escuálido. Parece tener unos diez años. Pero lleva uniforme de enseñanza media. Debe haber cumplido catorce. Un juego de engaños. Antes creía que las primeras impresiones son importantes. En los suburbios he aprendido que las primeras impresiones son siempre falsas. La gente que sube al ómnibus mira al muchacho. Los ojos hacen pip como un lector de códigos de barras. El niño hace como si la piel no le ardiera bajo la mirada decodificadora de los extraños. Desde aquí lo escucho. Tiene la voz chillona de una cigarra de ciudad. Le cuenta un chiste a la mujer-insecto. La mujer-insecto va a su lado. Lleva un vestido triste a pesar de las flores. Demasiado corto para su edad. Demasiado ajustado para su cuerpo. Demasiado escotado para mi gusto. Muestra sin pudor la marca del hierro caliente. 24
En el ómnibus se escucha pip. Pip. El muchacho vestido de uniforme cuenta un chiste. Científicos hicieron un experimento, dice. Colocaron una lombriz de tierra en un frasco con alcohol. Otra lombriz de tierra en un frasco con humo de cigarro. Una tercera lombriz de tierra en un frasco con esperma. Y una última lombriz de tierra en un frasco con tierra. Las dejaron toda la noche encerradas, dice el muchacho y hace una pausa. Al otro día, dice el muchacho. Los científicos abrieron los recipientes. La lombriz del frasco con alcohol estaba muerta. La lombriz del frasco con humo de cigarro estaba muerta. La lombriz del frasco con esperma estaba muerta. Pero la lombriz del frasco con tierra seguía viva. El muchacho hace una pausa. Mira a los lados. Agrega. Los científicos llegaron a una conclusión. Si bebes alcohol, fumas y tienes sexo, no tendrás lombrices. 25
La mujer-insecto ríe. Otras personas también ríen. Los ojos hacen pip. Una señora sin marcas de hierro caliente mira al muchacho. Los ojos de la señora hacen pip. Lo mira con lástima. Tienes una vis cómica, creo que piensa. Podrías ser humorista, creo que piensa. Me gustaría verte en la tele los domingos a las cinco de la tarde o los sábados a las ocho de la noche. Conozco a alguien que puede ayudarte, creo que es lo que piensa la señora. Casi me parece escucharla. La mujer está apunto de llamar al muchacho. El ómnibus se detiene. Escupe al muchacho en la estación. Una mancha oscura en medio de la ciudad de la luz. El ómnibus prosigue su viaje por las venas de la ciudad. La señora sin marcas consigue un asiento junto a las ventanillas. Más allá del cristal de las ventanillas la ciudad se vuelve más clara. Más fría. Más húmeda. El aire húmedo entra por la ventanilla. Está llegando mi hora, pienso. Me abro paso hasta la puerta. Las toxinas se revuelven histéricas bajo mi piel. 26
Quieren salirse por estos ojos que no desean retenerlas. El ómnibus tampoco desea retenerme. El ómnibus me escupe en la siguiente estación. Antes de echar a andar por la ciudad de la luz me sacudo la saliva del ómnibus. Retoco el color de mis labios. Abro mi bolso. Saco los tacones. Guardo las sandalias. Camino despacio. Llego a creer que la cicatriz del hierro caliente ha desaparecido. Un barrendero borra las hullas que voy dejando. Digo buenos días, pero no responde. En la estación nadie responde si digo buenos días. En el ómnibus nadie responde si digo buenos días. Palabras que se oxidan con la humedad del aire. El barrendero las recoge de mala gana. Las deja en el contenedor de basura. Luego vendrá el carro de la basura. Las llevará a un vertedero de palabras oxidadas. Yo nunca he estado en un vertedero. Dicen que se puede encontrar de todo allí. Llego al trabajo. Buenos días. Los ojos decodificadores examinan mi cuerpo 27
Hasta que suenan pip. Trabajo ocho horas diarias. De ocho a doce y de una a cinco. Tengo una hora de almuerzo. Me como a prisa cada minuto de mi hora de almuerzo. A veces trago los minutos de dos en dos. De cinco en cinco. De diez en diez. Casi sin masticarlos. Luego vuelvo a la oficina con trocitos de tiempo entre los dientes. Enciendo la computadora. Para esta semana debo desarrollar tres requisitos funcionales. Registrar trazas. Filtrar trazas. Eliminar trazas. Soy nueva en el equipo. Antes pertenecía a otro proyecto llamado Video Vigilancia. Desarrollábamos la nueva versión del sistema de cámaras de seguridad de la ciudad de la luz. Han pasado dos años desde los atentados del veintinueve de febrero. Terroristas, dijo el telediario. Era el festival de cine francés. Cerca de quinientas personas en la sala. Otras en las afueras del local. Mi marido y yo fuera del local. 28
En las manos sosteníamos un pasaporte de entrada. A las cinco y media tocaba un documental sobre Michel Butor. No duraba más de una hora. Teníamos tiempo de volver a la periferia en el ómnibus de las siete. Nos arremolinábamos en la puerta del cine. Primero fue la explosión. Los trozos de pared impulsados contra la multitud. La gente corriendo a todas partes. Las cenizas caían desde el cielo. Un hombre corría envuelto en llamas. Gritaba palabras que yo no lograba escuchar. Estábamos sordos. Estábamos mudos. Estábamos y no estábamos. Treinta y dos muertos, dijo el telediario. Cerca de cincuenta heridos. Terroristas, dijo el telediario. Las autoridades investigan. Los atraparemos, dijo el presidente. Los atentados siguieron. La biblioteca nacional. El museo de arte contemporáneo. La sala de conciertos de la basílica de Santa Rita patrona de los imposibles. Siempre lugares públicos. Siempre espacios cerrados. Siempre explosivos. Reforzaron la vigilancia en las terminales, los puertos, las calles de la ciudad. 29
Los militares desfilaban por las calles. Llevaban fusiles. En cada puerta apareció un detector de metales. Cada pieza metálica sonaba pip. Un militar me cacheaba el cuerpo antes de entrar a la oficina. Aumentó considerablemente la cantidad de cámaras de seguridad. A mi empresa la contrataron para que reforzara la seguridad. Nuestro cliente era el gobierno. Nos brindaron toda la tecnología que pedimos. Proyecto Video Vigilancia. Desde entonces nos encargamos de hacer una nueva versión del sistema de cámaras de la ciudad de la luz. La versión antigua era un sistema obsoleto. Grababa. Reproducía. No más. Solo corría sobre sistemas operativos basados en GNU/Linux. Más que versionar, reestructuramos el sistema. Los ojos de la ciudad de la luz. Montamos servidores en paralelo a los que se conectaban cientos de servidores esclavos. Una buena arquitectura. Casi imposible desconectar un sistema así. Implementamos toda clase de video sensores. Detector de humo. Detector de fuego. Detector de movimiento. 30
Detector de objetos abandonados. Reconocimiento facial. Cientos de mecanismos que funcionaban las veinticuatro horas del día. Si se identificaba una conducta sospechosa, el sistema enviaba una alarma a los teléfonos de los oficiales del ejército que se encontraran cerca de las coordenadas identificadas. El sistema de cámaras de Video Vigilancia hacía casi todo el trabajo. El trabajo de los oficiales se hizo más fácil. Se redujo a los arrestos. Detenciones. Golpizas. El sistema detectaba a una persona abandonando un objeto. Activaba una alarma. Militares armados corrían hasta las coordenadas que indicaba el teléfono. A veces se trataba de personas inocentes. A veces no. Toda vigilancia era necesaria. Reportes automáticos llegaban cada día a los altos oficiales de la ciudad de la luz. Los guardias eran violentos. La gente estaba asustada. El telediario mostraba noticias internacionales. Noticias deportivas. Noticias culturales. Los atentados desaparecieron, dijo el telediario. Los hemos atrapado, dijo el presidente. Son miembros de una organización terrorista internacional. 31
Una semana más tarde transmitieron en vivo la ejecución. Recuerdo las pantallas de las grandes edificaciones de la ciudad de la luz. La gente mirando las pantallas LED. La gente detenida, pidiendo justicia. La radio, que no hablaba de otra cosa. La ciudad de la luz zumbaba alrededor de la noticia. En la periferia la gente miraba sus televisores con tubos de rayos catódicos. Yo no quise mirar. En el trabajo colocaron una pantalla de plasma. Dejen lo que estén haciendo, dijo el jefe. Tenemos que ver esto. Mis compañeros compraron palomitas. Se apostaron frente a la pantalla. No entiendo la relación cine-comida chatarra. Alguien tiene que haber muerto de hambre durante una película. Tiene que ser eso. Los condenados lloraban ante la cámara. Yo no quise mirar a los ojos de la muerte. Comer palomitas ante los ojos de la muerte. Los condenados lloraban ante la cámara. Soy inocente, decían. Un culpable no debería llorar ante la cámara. No debería decirse inocente ante la cámara. Un culpable tendría que asumir la muerte con algo de dignidad. Quizás los condenados eran cobardes. Quizás los condenados eran inocentes. Yo los había visto en las noticias. 32
Los ojos me hicieron pip. Como un lector de códigos de barras. Llevaban en el brazo izquierdo la marca inconfundible del hierro caliente. En el telediario dijeron que se trataba de agentes infiltrados al servicio de la ciudad de humo y del terrorista supremo. En el telediario hablaron de la ejecución durante semanas. Las pruebas no las transmitieron, al menos yo no las vi. Mi marido no las vio. Ni la prostituta. Ninguno de los tres se sienta demasiado tiempo frente a la tele. A la gente del trabajo no quise preguntarle. Me irrita el sonido de sus ojos. Han pasado dos años desde los atentados del veintinueve de febrero. Han pasado casi dos años desde la ejecución. Muchas cosas han cambiado. Quizás dos años o casi dos años sean demasiado tiempo. Los militares dejaron de marchar por las calles. El gobierno convocó a los civiles a alistarse en el ejército para combatir el terrorismo proveniente de la ciudad de humo. Las cámaras de Video Vigilancia continúan ahí. Las veinticuatro horas. Todos los días. Todos los meses. Todos los años. 33
Hasta ahora no ha necesitado reparaciones. Es un sistema de seguridad robusto. Sería difícil desarticularlo. Lo hicimos bien. Ya no hacen falta desarrolladores. Ya no necesitan de mí. El proyecto Video Vigilancia fue desintegrado. El sistema pasó al departamento de soporte. Todos los sistemas terminados pasan al departamento de soporte. Debo entregar al final de la semana el requisito funcional Registrar trazas. No da tiempo. Tendré que llevarme el trabajo para la casa. Trabajar hasta la madrugada. Las toxinas se revuelven histéricas. Quieren salirse por estos ojos que no desean retenerlas. Soy nueva en este proyecto. Proyecto Primicia. Lo abrieron hace poco. El cliente es un canal de noticias banales. Moda y farándula, por así decirlo. El canal paga un impuesto al gobierno para usar las grabaciones en vivo del sistema de seguridad. Las cámaras tienen muy buena resolución. Ahora es más fácil seguir a las celebridades. El video sensor de reconocimiento facial ayuda. Está disponible todas las horas. Todos los días. Todos los meses. 34
Todos los años. Las cámaras son pequeñas, discretas. No hacen ruidos. Muchos famosos se han quejado. La privacidad, dicen. Violación de derechos humanos, dicen. Otros se alegran. Mejor las cámaras que los paparazzi, dicen. No tengo nada que esconder, dicen. Registrar trazas es un requisito funcional importante. Los directivos del canal de noticias podrán ver la actividad en el sistema. Si existiera alguna infracción quedará registrada en las trazas. Es una gran responsabilidad. Son las cinco de la tarde. Termina mi jornada laboral. Copio el trabajo que me llevo a casa. Esta será una noche larga. Apago la computadora. Hasta mañana, digo. Nadie responde. Palabras oxidadas que caen al suelo.
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Falsos genitales
Abro la puerta. La prostituta tirada en el piso del apartamento. Irreconocible la prostituta. Quién te hizo esto, pregunto. No contesta. No quiere o no puede contestar. El aire se le escapa. Silva el aire a la salida. La prostituta está rota. Reventada. Su cuerpo no se parece a su cuerpo. Su cara no se parece a su cara. Su piel ha dejado de brillar. Sus senos han desaparecido. No pide que la ayude. No quiere o no puede pedirlo. Los ojos de la prostituta lloran. Quizás lloran de vergüenza. Dolor. Rabia. Con las prostitutas nunca se sabe. La piel cubierta de barro. Los pezones mordidos. El aire también se le va por los pezones. El problema no es que se vayan o se dejen de ir ciertas cosas. El problema es lo que pueda entrar por esos orificios. 37
La muerte podría entrarle al cuerpo por uno de sus orificios. La prostituta está muriendo en la sala del apartamento. Si pierde todo el aire se muere. Ha gritado por ayuda. Nadie vino. Cuando una prostituta grita nadie cree que necesita socorro. A estas alturas no le debe quedar voz. Ni fuerzas para estar de pie. Llegar al teléfono. Llamar a alguien. Llamar a quién. Nadie que venga por ella. Nadie que asista a la hora de su muerte. Busco la válvula. Con la punta de los dedos busco. Está debajo de la ropa. Le quito la ropa. Me llevo la válvula a los labios. Soplo. Tomo aire. Soplo otra vez. Soplo con insistencia. La muerte mira a los ojos desinflados de la prostituta. No se decide la muerte. Avanza y retrocede al ritmo de mis soplidos. Por la boca me sale aire. Me entra un ligero mareo. El problema no es que puedan salir ciertas cosas. 38
La prostituta se lleva la mano al costado para taparse la herida. Inmensa la herida. Estalló por la costura. Por algún lugar tenía que estallar. Camino hasta el cuarto. Revuelvo las gavetas. Regreso con un rollo de cinta adhesiva. No te muevas, digo. Ella se queda quieta. La pego por dentro y por fuera. Comienzo a soplar otra vez. Ahora el cuerpo de la prostituta retiene el aire que le envío desde mis pulmones. Los inmensos senos aparecen en el pecho. Las piernas logran sostener el peso de su propio cuerpo. Poco a poco se hace tersa la piel de vinilo soldado. Hasta que ya no cabe más aire. Camina desnuda hasta su cuarto. Va frente al espejo. Mira la cinta adhesiva que acabo de ponerle. La toca con la punta de los dedos. Es una cicatriz espantosa, dice. Tiene el cuerpo lleno de parches así. Esa cicatriz te salva la vida, digo. Se queda mirándome. Tiene los ojos grises. Una vez sus ojos fueron de un azul muy intenso. La luz de la ciudad le ha desteñido los ojos. 39
Ha cambiado su piel. Su cabello. Los colores se le escapan. Otras cosas también escapan. Vuelve a mirarse la cicatriz en el espejo. Se busca la cicatriz en el fondo de sus ojos descoloridos. Toma aire para decir algo. Pero no dice nada. Una prostituta siempre sabe cuándo guardar silencio. Exhala. El aire que le di sale de su cuerpo. Se mezcla con el aire de la habitación. Ahora no le pertenece a ninguna. Va hasta el baño. La sigo. Tengo miedo de que vuelva a romperse. Abre la llave. El chorro impacta contra la superficie del lavamanos. Se saca la vagina portable. La mete debajo del chorro. Se forman pequeñas burbujas de agua. Una espuma diminuta. Perecedera. La vagina portable se llena de agua. Se desborda. El líquido es blanquecino. Cada hombre ha dejado una huella hidrosoluble. 40
Gota a gota se colma el interior de su falso genital. El último hombre del día la encontró más húmeda. Dijo que lo enloquecía la humedad de la prostituta. Que era mejor que una mujer de verdad. Sonríe la prostituta en sus ojos grises. La espuma de jabón se va despacio por el tragante. La espuma huele a melocotones verdes. La prostituta va hasta el patio. Toma unas presillas de tender ropa. Se dispone a tender su falso genital. No es falso, me dice. Es un objeto tan real como estas paredes, como tú, como yo. Las gotas de agua caen desde el falso genital. Mojan el suelo de la terraza. Yo miro. Discrepo. Ella lo acerca hasta mí. Tócalo, dice. Es repugnante, digo. Está limpio, dice. La prostituta es higiénica. Cada día lava su genital y lo cuelga en el patio para que coja aire. Cada día riega las plantas mientras canta November Rain. Cada día barre la casa. Yo no tengo tiempo para barrer la casa, solo los fines de semana. 41
Mete un dedo para que veas. Lo dice sin desfachatez. Meter cosas en su vagina portable debe parecerle lo más natural del mundo. Yo nunca he metido cosa alguna en genitales ajenos. No, gracias, digo. Intento no parecer grosera. Ella se ríe. Lo tiende en el cordel de la terraza. Lo veo balancearse despacio. La prostituta alguna vez no fue prostituta. Se llamaba Denise. Nació con los senos gigantescos. La boca abierta. La vagina portable húmeda. El ano estrecho. Era modelo de ropa interior. Posaba en una vidriera. La tarea era fácil. La paga buena. Había otras chicas de vinilo. Había una chica de látex. La de látex era la más hermosa. Tenía los ojos de vidrio. El cabello natural. Japonesa, según me dijo la prostituta. La gente se quedaba mirando a la japonesa. Parecía una mujer de verdad. Una mujer demasiado hermosa. Llevaba años trabajando en la vidriera. Le daba distinción a la tienda. 42
El jefe del establecimiento estaba encantado. Imagino que tuvieran un romance. En caso de que se tratara de un hombre atractivo o adinerado. La prostituta no me da detalles al respecto. Yo tampoco pregunto. De ella sé lo que me ha dicho y lo evidente. Las chicas de vinilo sentían hacia la japonesa una mezcla de cariño y respeto. Las chicas a veces salían juntas. Ropas de fiesta. Vaivén al caminar. La gente no dejaba de mirarlas. Puede que la felicidad haya sido eso. Denise se hubiera pasado la vida trabajando en la vidriera. Todo era perfecto hasta esa tarde en que un muchacho iba por la calle y miró a la vidriera. Encontró los ojos dibujados de un azul muy intenso. Se quedó mirándolos. Se acercó a Denise. La invitó a salir. Lo dijo con torpeza. Confundiendo las palabras. Tartamudeando. A ella le pareció tierno. Le dio risa. Con el tiempo se enamoraron. Ella dejó de trabajar en la vidriera. La japonesa les deseó buena suerte. 43
Denise fue a vivir con él. El muchacho estudiaba en la universidad. No se casaron porque aún no habían aprobado el matrimonio inflable. El sexo era intenso. Al muchacho parecía gustarle todo de ella, incluso el olor característico de la piel de vinilo soldado. La besaba cerca del cuello mientras la penetraba con toda la pasión que un universitario puede sentir hacia su chica de vinilo. A Denise le gustaba la lengua del muchacho. Las arremetidas del muchacho contra los falsos genitales comprimían el aire en el cuerpo inflable. Las costuras se estiraban peligrosamente. Miedo y morbo. Más morbo que miedo. El muchacho metía sus dedos en la boca abierta y húmeda. Denise fingía los orgasmos con pasión. Él contaba sobre la universidad. Las pruebas, las bajas calificaciones. Ella no siempre se reía. Le acariciaba la piel hasta que se quedaba dormido. Le gustaba mirarlo mientras dormía. Animal vivo. Indefenso. Cachorro humano. La piel tibia. 44
La respiración. Denise se preguntaba cómo sería dormir. Cómo sería soñar. Las chicas de vinilo no duermen. No sueñan. A veces salían juntos. Paseaban por la avenida del puerto. Fumaban un mismo cigarrillo. Tragaban píldoras de colores brillantes. Hablaban de abordar un barco. Conocer el mundo. Se burlaban de los muros y las calles torcidas. El humo y las píldoras de colores trastornaban los sentidos del muchacho. Denise se fingía trastornada solo para acompañarlo. No estaba en su naturaleza experimentar placeres ni dolores. Sensaciones físicas. Todo lo que podía sentir estaba en su cabeza inflable. El sexo le complacía solo porque le complacía a él. Estaba enamorada. Hizo planes. Incluso cuando el sexo comenzó a hacerse esporádico. Incluso cuando se dio cuenta de que él la presentaba como una amiga inflable. Denise estaba ciega. Estaba sorda. 45
Estaba muda. Denise era una simia mítica. Una mona sabia. De vinilo. De aire. Denise llegó a la fiesta del brazo del muchacho. Todos los hombres de la sala se parecían. Todos la miraron con timidez. Tartamudearon. Es verdad que fuiste modelo de ropa interior, preguntó alguien. Y alguien más respondió que sí. Entretennos, pidió el muchacho. Denise miró a los lados. Quiero irme, dijo. Accedió a quedarse solo porque él lo pidió mucho. Primero fue el baile. Luego el muchacho que se acercó para besarla. El alcohol que entró a la boca de la chica. Cómo puedes acostarte con ella, preguntó uno de los muchachos. Es mejor que una mujer de verdad. Tócala para que te des cuenta. Métele un dedo. Es repugnante. Está limpio. Huele a vinilo. A qué iba a oler. ¿A melocotones verdes? Tiene un culo maravilloso, dijo el muchacho. 46
Nunca se la he metido por detrás a una chica de vinilo, contestó alguien. Denise quiso irse a casa. Las manos del muchacho la sostuvieron. Denise sintió que entraban por la vagina portable. Por el ano estrecho. Por la boca abierta. Animales vivos. Feroces. Bestias humanas. Denise quería zafarse de todas las manos que la sujetaban. No podía. Era tan débil como solo puede ser una chica de vinilo soldado. Los falsos genitales se llenaron de esperma. Se desbordaron. Las arremetidas comprimían el aire dentro del cuerpo de Denise. Las costuras se estiraron. Amenazaron con estallar. Socorro, gritó. El muchacho le golpeó el rostro. Cállate, dijo, y Denise cerró el azul intenso de sus ojos. Estallido. Explosión. Reventó Denise por una de sus costuras de vinilo soldado. Por alguna parte tenía que reventar. El aire se fue despacio. Mientras se desinflaba lloró sin emitir sonidos. 47
El dolor no era físico. Todo lo que podía sentir estaba en su cabeza inflable. Está muerta. La mataste. Yo no he matado a nadie. Vamos a pensar algo. Tengo miedo. Mejor llamar a la policía. Nada de policía. Hijo de puta. Tírala a la basura. El carro de la basura pasa temprano. La llevarán a un vertedero de chicas reventadas. En la vidriera no la aceptaron de regreso como modelo de ropa interior. Otra chica de vinilo soldado ocupaba el lugar que una vez perteneció a Denise. La japonesa habló claro. Ya no eres hermosa, dijo. En ninguna otra tienda la quisieron contratar. En ninguna pasarela. En ningún programa televisivo. Chica de vinilo demacrada. Chica de vinilo defectuosa. Chica de vinilo reciclada. En la ciudad de la luz no hay lugar para chicas así. Las gotas de agua caen desde el falso genital. Mojan el suelo de la terraza. 48
La prostituta camina desnuda por el apartamento. Se sienta en el sofá. Prende un cigarrillo. Se recuesta. Cierra el gris de sus ojos. Una prostituta sin genitales y con los ojos cerrados podría estar dormida. Podría estar soñando. Los ojos cerrados podrían no estar descoloridos. Podrían ser negros, verdes, magenta, de todos los colores, incluso de un azul muy intenso. Cuando la prostituta se quita los falsos genitales y cierra los ojos luce tan distinta. No parece una prostituta de verdad. Tampoco una mujer. Puede que se parezca a Denise. Por eso la observo. La prostituta aspira el cigarrillo. Lanza una gran bocanada de humo. La próxima vez deja que me desinfle, dice sin mirarme. El humo da vueltas por el aire de la habitación. Se quiebra. Se retuerce. Se deshace antes de llegar al techo. No hables así, respondo. La prostituta sonríe sin mirarme. Una mueca tan gris como sus ojos.
49
Cuaderno de apuntes
Trabajo hasta tarde, como la prostituta. Soy más productiva por la noche, como la
prostituta. Me pagan por satisfacer las fantasías de los clientes, como a la prostituta. El cliente paga mucho pero mi jefe se queda con casi todo el dinero, como le sucede a la prostituta. Mis amigos se distanciaron, como los de la prostituta. Cada día al levantarme digo, no voy a hacer esto toda mi vida, como la prostituta.
51
Ciberhappening
Duele la cabeza. Duelen los ojos. Demasiadas horas frente a la pantalla. La sopa de cebollas es buena para el dolor de cabeza. Al telediario no le importa la sopa ni el dolor. La voz de la presentadora inunda la sala del apartamento. «En la madrugada de hoy, la afamada actriz y cantante pop, Annie Kulm fue detenida cerca de su residencia permanente, acusada de conducción temeraria y resistencia al arresto, junto a la célebre modelo de ropa interior Nicole Dorian. Los rumores de una posible relación amorosa ente Kulm y Dorian se expanden. Las chicas lo han negado, pero no brindaron una buena excusa que justifique el motivo por el cual viajaban juntas. Un informe toxicológico reveló que tanto Annie como Nicole habían consumido píldoras de colores brillantes en el momento de su detención. Las autoridades anunciaron que, en las próximas dos horas, ambas serán puestas en libertad bajo fianza». Esta clase de información solía ser exclusividad del canal de noticias banales. Ahora el telediario la divulga como un acontecimiento cultural. 53
La ciudad de la luz se ha quedado sin acontecimientos culturales. Verdadera cultura, quiero decir. No soporto la frivolidad de las noticias banales. Pero no apagamos la pantalla. Mi marido cree que es importante mantenernos informados. Luego de los atentados del veintinueve de febrero estamos así. Expectantes. Una especie de paranoia. O miedo. Según se mire. Hay cosas que no tienen vuelta atrás, como los sueños inconclusos. En la ciudad de la luz la vida ha cambiado. No se ha vuelto a realizar el festival de cine francés. Ni los conciertos en la basílica de Santa Rita patrona de los imposibles. Ni las presentaciones del Royal Ballet. Tampoco las exposiciones en galerías de arte. Todos los atentados sucedieron en espacios como esos. Públicos y cerrados. Culturales. Sentíamos miedo de asistir a lugares así. Vacíos los cines. Vacíos los teatros. Vacías las salas de concierto. Vacíos los museos. Y tantas cosas. 54
Estamos hechos de todas las tonalidades del miedo. Las fachadas dibujadas con cada tonalidad del miedo. Los espacios culturales se fueron fermentando por la falta de público. El gobierno se dio cuenta. Hizo lo que tenía que hacer. Adiós a los cines. Adiós a los teatros. Adiós a las salas de concierto. Adiós a los museos. Adiós a tantas cosas. Gigantescos insectos mecánicos aterrizaron sobre los techos. Desplegaron sus tenazas. Agarraron las edificaciones culturales. Abrieron las alas. Levantaron el vuelo llevándose las construcciones hacia un vertedero de cultura fermentada. Arrancadas desde los cimientos las construcciones, desde la raíz. Como pequeñas casas de juguete. El ejercicio de la memoria como única huella. Y cráteres. La ciudad de la luz se llenó de cráteres. Solo el museo de arte contemporáneo se aferró al suelo con fuerza. Un insecto mecánico no podía sacarlo de allí. Hubo que traer todo un enjambre. Desde la casa, mi marido y yo vimos la extracción. La transmitieron en el suplemento dominical. 55
Los gritos del arte contemporáneo se escuchaban desde la pantalla de rayos catódicos. En el telediario no se ahorraron los detalles más sórdidos. Las cámaras del sistema de Video Vigilancia dieron varios puntos de vista. Una y otra vez la extracción. La nube de polvo. La masacre. Lloré de rabia. La vida ya nunca más sería la misma luego de esa noche. Un fuego intenso me recorría el cuerpo. Mi marido buscó un vaso con agua para apagar el fuego. Un rastro líquido en el suelo del apartamento. Deja de llorar, dijo. El agua bajó despacio por mi garganta. El tono de sus palabras fue una orden, o al menos algo muy parecido a una orden. Mi marido me cuida de todo incluso de mí misma. Nos conocimos en el museo de arte contemporáneo. Nos conocimos en un lugar que ya no existe. Asusta creer que algo tan sólido desapareció en unos minutos. A veces hablamos con nostalgia. El ejercicio de la memoria es la única huella que nos queda del lugar. 56
Yo había publicado mis primeros cuentos. Estaba convencida de que pronto llegarían en tropel los periodistas. Quería ser una gran escritora. Ganar todos los premios literarios de la ciudad de la luz. Publicar con Planeta y con Anagrama. Aún estudiaba la carrera de ingeniería en Informática. Estaba convencida de que la ingeniería no sería un impedimento. No imaginaba entonces que un puesto de programadora no deja tiempo para el arte. Los grandes escritores de la historia no dedicaban ocho horas diarias a un trabajo de oficina. Estaba condenada a no pasar a la historia de la literatura. Pero en esa época no lo sabía. Era más soñadora. O más ingenua. Tenía un cuaderno de apuntes con hojas a rayas. En la primera página escribí una lista de deseos. Uno de mis deseos era hacer una maestría en historia del arte. Entendía que un escritor necesitaba un bagaje cultural que no garantizaba la ingeniería. No quería ser una pseudointelectual. Visitaba toda clase de actividad cultural. Leía todo lo que me cayera a mano. El tiempo apenas alcanzaba. 57
El museo de arte contemporáneo era uno de mis lugares favoritos. Me fascinaba la obra de un artista local. Excelente. Alabada por la crítica. Multidisciplinaria. Ciberhappening. Corriente artística popularizada a mediados de siglo. Técnica impecable. PROVOCACIÓN. PARTICIPACIÓN. IMPROVISACIÓN.
El concepto fundamental del Ciberhappening apostaba por la ruptura con la verticalidad del espectador. Te atreves a soñar, decía la obra. PROVOCACIÓN.
No te quedes al margen. No seas un espectador. Ven a la obra. PARTICIPACIÓN.
Luego me daba cuenta de que la obra estaba en blanco. Un espacio carente de objetos. Colores. Sonidos. Tú eres el artista. Si quieres una obra sé la obra. IMPROVISACIÓN.
La posibilidad de construir el mundo. Las reglas las cosas. Libertad absoluta. 58
Ciberlibertad, para ser más precisos. Inmersión total. Cada espectador era el artista. Era la obra. Arte fugaz. A la salida la obra volvía a estar en blanco. La memoria el único testigo. Iba con frecuencia. Entonces mi marido no era mi marido. Sino uno de los guías del museo. Salón de Ciberhappening. Llevaba uniforme gris. Contestaba a mis preguntas sin perder la paciencia ni la elegancia. A veces no había nadie más en la sala. Caminábamos juntos. Con el tiempo nos hicimos amigos. O algo así. Ahora nos da risa. En aquel entonces estábamos nerviosos. Las manos frías. La cara caliente. Él era lo mejor de mi día. Una vez entramos juntos a una obra. Las obras eran unipersonales. Supusimos que la obra resistiría el peso de nuestros cuerpos. PROVOCACIÓN. PARTICIPACIÓN. IMPROVISACIÓN.
Espacio en blanco. Mundo en blanco. 59
Vamos a ser fuegos artificiales, sugerí. Nos tomamos de la mano. Firmes los cuerpos. Perpendiculares al piso. Las bocas apuntando al cielo. Un impulso de las piernas. Un salto inquebrantable hacia la noche. Chispas salían de nuestras bocas. Hasta que estuvimos a la altura conveniente. Explotamos en luces de colores. La vida no volvió a ser la misma. Hay cosas que no tienen vuelta atrás. No sé con certeza cuándo nos enamoramos. Un día entramos a una obra. Hicimos un cielo nocturno. Una plataforma. Cielo encima y debajo de la plataforma. Son mundos duplicados, dijo. Es el borde del mundo, pensé. Su cuerpo al este. Mi cuerpo al oeste. Las cabezas juntas. Todo el silencio de dos mundos. El fin de los dos mundos. Un espacio donde todo puede ser. Amaneció y aún estábamos despiertos. Sin tocarnos. El museo estaba a punto de reabrir. Yo tenía clases en la universidad. Quédate, dijo él. Esa fue la primera vez que nos desnudamos.
60
La voz del comentarista deportivo inunda la sala del apartamento. «La Federación Internacional de Fútbol Asociación dio a conocer en ceremonia efectuada en la tarde de hoy el resultado del proceso para otorgar el Balón de Oro. El título fue en esta ocasión para El Rayo Berttoni, nuestro espectacular delantero centro. La ciudad de la luz se enorgullece de la noticia. El portero Henry Angerer ha quedado a las puertas del título por tercera vez consecutiva. Angerer no se tomó el trabajo de disimular su ira, negándose a participar en rueda de prensa. Berttoni declaró que subastaría online la estatuilla con el fin de recaudar fondos para brindar apoyo al hospital para niños enfermos de cáncer de la ciudad de la luz. Nuestros reportes informan que El Rayo Berttoni se encuentra en estos momentos de celebración junto a una docena de chicas de silicona. A continuación, ofrecemos imágenes en vivo». Luego de los atentados del veintinueve de febrero la gente prefiere no salir a la calle. Las casas parecen el único lugar seguro. El gobierno hizo lo que tenía que hacer. Circo y pan. Ocuparon los cráteres donde antes hubo edificaciones culturales. Construyeron rascacielos para negocios de inmobiliaria. Agencias de software. Unidades militares. 61
Negocios lucrativos. Una gran inversión en canales de la tele. Chisme y farándula. La chica del tiempo es de silicona. Lleva un escote pronunciado. Un vestido muy corto. Las películas permiten tomar decisiones en cuanto a la trama. Los televidentes también son teleaccionistas. Ver la televisión para matar el tiempo. Métodos sofisticados para matar el tiempo. Las montañas de tiempo asesinado se acumulan en las calles. Por un módico precio se puede una suscribir a canales de seguimiento VIP. El pago se realiza a través de PayPal. En este barrio de los suburbios la gente sueña con una cuenta bancaria. Una tarjeta magnética. Transacciones electrónicas. PayPal. Inscribirse a un canal de seguimiento VIP. La prostituta quiere inscribirse al canal de seguimiento VIP. Me gustaría ver a la japonesa, dijo la prostituta. Chica de látex. Antigua compañera de trabajo. Ahora es uno de los ángeles de Victoria’s Secret. Casada con un jugador de fútbol luego de que el gobierno aprobara el matrimonio inflable. 62
Duele la cabeza. Duelen los ojos. El telediario no ayuda. En realidad, no me gusta ver el telediario. Mucho menos cuando estoy comiendo. Las imágenes asustan, aburren, aturden, desconciertan, paralizan la digestión. Es preciso cuidar las digestiones. Al telediario no le importan las digestiones. La voz del presidente inunda la sala del apartamento. «Ciudadanos. La ciudad de la luz los convoca a apoyar al Ejército de la luz. Cientos de hombres y mujeres de bien se han anotado gustosos en las gloriosas filas de nuestro ejército para ir hasta la ciudad de humo en busca del terrorista supremo. Hay que trabajar duro para preservar nuestra igualdad, nuestra libertad y nuestra fraternidad. Luego de dos años de los tristes atentados del veintinueve de febrero la lucha continúa. Es preciso que salvemos a nuestra ciudad y al mundo de la ola terrorista que se cierne sobre nosotros. A cada ciudadano inscrito en el ejército de la luz se le premiará con una cuenta bancaria de cien bitcoins y una suscripción gratuita al canal de noticias banales, ventajas de las cuales podrá disfrutar a su regreso. La ciudad cuenta con el apoyo…» 63
Mi marido sostiene el control remoto con la mano izquierda. Tengo deseos de caminar. Coger aire. Correr por la calle. Correr por donde sea. Sudar esta fiebre. Lástima que la calle no sea un lugar seguro. Al menos en este barrio de la periferia. Te sientes mejor, pregunta mi marido. Puedes apagarlo, pregunto yo. Claro, responde. La voz del telediario escapa del apartamento. Algún día nosotros también escaparemos de aquí.
64
Cuaderno de apuntes
Terminar un libro de cuentos. Saltar desde un puente sostenida por las piernas con una banda elástica. Pasar la noche de luna nueva en una azotea. Rodar por una cuesta inclinada. Hacer el amor de noche, a la intemperie, bajo la lluvia. Aprender la danza del vientre. Acampar cerca de un río. Hacer grafiti en la calle. Emborracharme. Experimentar la baja gravedad. Peregrinar. Acariciar un tigre de bengala. Escribir una novela. Bucear. Cursar una maestría en historia del arte. Trepar a un árbol milenario. Cantar en público. Publicar con Planeta o Anagrama. Ir de gira literaria.
65
Píldoras de colores brillantes
Hace más de una semana duele mi cabeza. Estoy enferma. La ciudad de la luz tiene la culpa. Su luz resecó mis ojos. Calentó las mucosas. Quiere reventar mi cabeza. Inunda y duele. Si yo fuera una ciudad no dolería a nadie. En esta ciudad duele todo, hasta la luz. Es normal, dice la prostituta. Pasa a los no endémicos. Los emigrantes. La acumulación de luz, dice. Está creciéndote un insecto de ciudad en la cabeza. De día duerme. De noche quiere salir y volar al centro de la ciudad de la luz. Por eso el dolor y la fiebre. La verdad es que no entiendo muy bien o no quiero entender. De algún modo siguen conmigo todos los insectos que fui. Zumban con rabia. Crece hasta que no tiene espacio, dice. Luego se muere y se descompone. Te irás acostumbrando, dice. Se quita con el tiempo o con fármacos. Yo no tengo tiempo, tampoco fármacos. 67
La prostituta sabe dónde conseguir tiempo y fármacos. De dónde los sacaste, pregunto. Es mejor que no lo sepas, responde. La veo despegarse la cinta adhesiva del costado, la misma que le puse semanas antes para salvarle la vida. Estás loca, digo. Denise sonríe sin mirarme. Mete la mano en la herida abierta. Extrae dos píldoras de colores brillantes. Caen al suelo. La prostituta y las píldoras caen una tras otra. Estás loca, repito. Pego el cuerpo de vinilo soldado por dentro y por fuera. Busco la válvula. Soplo. La prostituta se reincorpora. No vuelvas a hacerlo, digo. Es el lugar más seguro, responde. Si me asaltan, si me cachea la policía, si tengo un cliente nadie busca dentro de mí. Manosean. Meten los dedos en la vagina. En la boca. En el ano portable. Dentro no miran. Buscamos las píldoras por el suelo del apartamento. Aparecen. 68
Las indicaciones son claras. Dosis única. Una sola tableta antes de dormir. Una para ti y otra para mí, dice la prostituta. A ti no te duele la cabeza, digo. Lo que me duele es otra cosa, responde. Muy serio el rostro. Me debes cinco bitcoins, dice. Debo dinero a la prostituta. Me está cobrando de más. Estoy casi segura. Tenía que haber regateado. Pero este dolor de cabeza. Una prostituta siempre sabe aprovecharse de un dolor de cabeza. Tengo cinco días para pagarle. Ojalá funcione. Antes de dormir lleno un vaso con agua. Mi marido no lo sabe. No quiero que se preocupe. Trago la píldora. Los colores brillantes se me quedan en la boca. Me gustan. No voy a espantarlos. Suena el despertador. Aserrín aserrán los maderos de San Juan. Vierto crema hidratante en mis ojos. Esmalte de uñas en los dientes. Pasta dental en las manos. Mi marido va hasta el váter. Orina de pie. 69
El chorro salpica los bordes. El agua se lleva todo. La canción infantil se queda. Aserrín aserrán los maderos de San Juan. Yo estoy en la cocina. Orino en el fregadero. El chorro salpica mis muslos. El agua se lleva todo menos la canción. Aserrín aserrán los maderos de San Juan. Pongo a hervir el pan. Corto la cafetera en rodajas. La sirvo en una bandeja. La llevo hasta la mesa. El pan hierve. Se derraman algunas migajas. Mi marido lleva mantequilla hasta la mesa. Comemos rodajas de cafetera con mantequilla. Tazas de pan. Bocanadas de aire antes de salir a la calle. Cierro la puerta. Subo las escaleras antes de que mi marido me bese. Aserrín aserrán los maderos de San Juan. Llego a la parada. Pregunto quién es el primero. Subo al ómnibus. Consigo un asiento cerca de la ventanilla. El aire caliente entra. El sol se pone. La mujer-insecto. Los hombres-insecto. Los niños-insecto. Buenos días, dicen. 70
Palabras oxidadas se acumulan en el estómago del ómnibus. Salen por las ventanillas. Inundan la ciudad de la luz. El muchacho vestido con uniforme de colegio hace un chiste. Es pésimo, pienso. La mujer-insecto abuchea. El ómnibus me escupe por la ventanilla. Me pongo las sandalias. Guardo los tacones de aguja. El barrendero dibuja las huellas que no voy dejando. Aserrín aserrán los maderos de San Juan. Me quedo sentada en un banco. El edificio donde trabajo viene hasta mí. El guardia de seguridad me pide que lo cachee. Le manoseo el cuerpo. Todo en orden, digo. No llevo mangas largas. No duele mi cicatriz del hierro caliente. Los ojos decodificadores no ven. No escuchan. No dicen pip. No dicen nada. El jefe dice buenos días. Trabajo ocho horas. Regreso a casa. No llevo trabajo a la casa. No duele mi cabeza. No duelen mis ojos. No duele la luz de la ciudad. 71
Tengo los labios dibujados con colores brillantes. Aserrín aserrán los maderos de San Juan. Bajo las escaleras hasta el apartamento. Hay un muerto en las escaleras. El muerto me habla. Soy un cadáver sin manos y sin piernas, dice. Sin ojos y sin voz. Huele a fosa, a orine seco, a sangre quemada. Tu cabeza te salva. Tu cabeza te perjudica, dice el muerto. No entres al agua sin depositar una fruta o una moneda. No mastiques huesos. No caves túneles que conduzcan a ninguna parte. Doy una patada al muerto. Cállate, digo. Qué llueva qué llueva la virgen de la cueva. Aquí todos nos llamamos Engaño. Píldoras de colores brillantes. Menta. Lima limón. Alcohol. Humo de cigarro. Esperma. Vomito insectos de monte. Vomito un insecto de ciudad. Mi marido me sostiene la frente mientras vomito. Hacemos el amor en la baja gravedad del cuarto. Flotamos. Mundos duplicados. Borde del mundo. 72
Borde del borde de la ciudad de la luz. Los gemidos se escuchan en todo el edificio. No me importa. La sangre llegaba hasta el camino de tierra. En realidad, yo nunca había tenido tanto miedo. Un muerto en la escalera también es un muerto. Me gusta cuando ríes y te llevas una mano a la boca. Te pareces a la niña que fuiste. Yo iba al campo a buscar violetas. Y la ciudad de la luz movió sus piernas largas. El hierro caliente sigue doliéndome. Yo no quise para mí esta marca horrenda. Cada día me levanto y digo: No voy a hacer esto toda la vida. Tengo una deuda de cinco bitcoins. Cinco días para pagarla, o cinco días para des pertar con ganas de no haber despertado. Hoy desperté con la alarma. La cabeza no da vueltas. No duele. Los labios siguen teniendo colores brillantes. Es normal, dice la prostituta. Efectos a corto plazo. Se quita con los días, dice. Aquí está el dinero, digo. Tuve que pedir un adelanto. Hiciste bien, dice la prostituta. Es peligroso tener cuentas pendientes con esa gente. La prostituta verifica el dinero. 73
Lo mete en la herida que esconden sus grandes senos inflables. Necesito un favor, dice con todo el gris de sus ojos. Si me sucede algo en este apartamento, dice la prostituta, no dejes que me lleven a un vertedero de chicas reventadas. Es un lugar horrible. Por qué lo dices, pregunto. Ella sonríe sin deseos. Toma su bolso. Sale del apartamento. Cierra la puerta.
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La buena nueva
Aún no eran las siete cuando sonó el teléfono. Estaba en la parada del ómnibus. Has ganado una beca de creación, dijo la voz. La parada llena de gente que zumbaba y miraba a los relojes. Felicidades, dijo la voz. He ganado, pensé. Es la primera vez en mucho tiempo que gano algo, pensé. El ómnibus se detuvo frente a nosotros. La gente comenzó a aglomerarse para subir. He ganado, pensé. El camino me pareció interminable. En casa está mi marido. He ganado la beca en el extranjero, le digo. Un abrazo giratorio. Mis piernas flotando en el aire de la sala. Ojalá pudiéramos salir a celebrarlo, dice. Pero yo no necesito más festejos que esta alegría de tenerlo cerca de mí. Cómo fue tu día, pregunto. Mal, responde. No me dieron el trabajo, otro llegó antes. No te preocupes, digo. En realidad, me alegra que no te lo hayan dado. Luego de la demolición del museo de arte contemporáneo todo ha sido más difícil. 75
Mi marido consigue trabajos temporales y mal pagados. Cortar el césped. Pintar la fachada de edificios. Vigilar almacenes. Fregar platos. Estibar grandes cargamentos. Cargar cubos para llenar tanques de agua. Las manos se le han llenado de ampollas y callos. La piel se le ha vuelto morena. El sol le va dibujando lunares cerca de las coyunturas. Y sobre los dedos. Unas finas arrugas han comenzado a crecerle cerca de los ojos. Y sobre la frente. La espalda se le ha endurecido. Otras cosas también se le han endurecido. Está más delgado. Quizás más pequeño. Me duele ver cómo se consume. Un hombre como él no merece hacer lo que hace. Un intelectual. Un conocedor del arte. Graduado en historia del arte. Lo miro y le digo, no tienes que hacer esto. Él me sonríe. Me besa la frente. Yo hago lo que tenga que hacer por esta familia, dice. Pero no hace falta, digo. 76
Con mi sueldo es suficiente. Ningún sueldo es suficiente, responde. Al menos desde este lado de la vida. Mañana temprano tiene que estibar un cargamento. Insectos de campo que arriban a la ciudad de la luz. El trabajo con insectos es complicado. Sacan sus tenazas. Muerden la piel a través de las cajas metálicas. Despiden sustancias tóxicas que arden sobre la piel. En la estación un tren de carga lleva las cajas repletas de insectos. Muchos mueren en la travesía. Los insectos muertos son enviados a los vertederos de insectos de campo. Los insectos que sobreviven llegan revueltos por el miedo de la muerte que pasa su lengua áspera por la superficie de las cajas metálicas. Mi marido no sabe qué hacen con los insectos que sobreviven. Lo suyo es llevar las cajas de un lado a otro. En la calle se dicen muchas historias. La superpoblación, dicen. Se habla de grandes mataderos. De platos exquisitos y ricos en carbohidratos. Se habla de animales del zoológico. Osos hormigueros que necesitan alimentos. Calderas que necesitan material de combustión. Se habla de insectos que combustionan. 77
Mi marido se limita a mover el cargamento de un lugar a otro. Las cajas sobre su espalda conocedora del arte. Mi marido tiene un olor agrio en las tardes, cuando regresa cansado y calienta el agua en una hornilla eléctrica, para que cuando yo regrese nos bañemos juntos. En el telediario mencionan mi premio. La periodista de silicona dice mi nombre y el nombre de mi libro. Ha sido muy rápido. Pero nos ha alegrado. Es como si el arte aún les importara. Luego pasan a noticias más sensacionales. Mi nombre y el nombre de mi libro revolotean por el aire de la sala. Apagamos la tele para que los sonidos no los asusten. Hubiera sido bueno grabar la noticia. No sabíamos que iban anunciarla tan pronto. La inmediatez. Es una pena no tener la grabación. Por suerte trabajo en la plataforma Primicia. En mi trabajo debe estar almacenada toda la televisión que se ha transmitido desde la instauración del sistema. Se supone que no debo sustraer flujos de video para consumo propio. Va en contra de las políticas de seguridad. También contra los derechos de distribución. Si alguien se diera cuenta yo estaría en serios problemas. 78
Se consideraría robo de los recursos de la empresa. Hay sanciones establecidas. Amonestaciones públicas. Suspensión de empleo y sueldo por tiempo determinado. Sustitución de empleo por uno de menos remuneración por tiempo determinado. Expulsión de la empresa. Presentación ante tribunales legales. Todo depende del matiz que quieran darle en la empresa. Del grado de empatía del que se goce en la empresa. De la opinión que tenga el jefe de la empresa. Por suerte los programadores de la plataforma Primicia gozamos de cierta ventaja. Es habitual revisar las grabaciones para comprobar su calidad. Es habitual llevar el trabajo para la casa. Las grabaciones son parte del trabajo, por supuesto. Mañana conseguiré el video. Nadie va a darse cuenta. Nadie sospechará de mí.
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Las diez noticias más interesantes de la semana según Vanidades, el principal periódico de la ciudad de la luz
Intento de asalto a la millonaria estrella Karen Kardashian #1
Asaltantes disfrazados de policías intentaron entrar en la tarde de este viernes a la mansión Kardashian. La joven estrella no se encontraba en casa debido a la grabación de su Reality Show. El sistema de Video Vigilancia de la ciudad de la luz reconoció a tiempo la anomalía en el tráfico de las calles. Leer más… Artículos relacionados:
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Angélica Jolie y Bernard Pitt se divorcian
Angélica Jolie puso una demanda de divorcio a su esposo Bernard Pitt. Los seguidores de Angélica y Bernard aún estamos impactados. Nunca creímos que la pareja más bella de la ciudad de la luz llegaría a su fin. En ellos todo parecía perfecto, pero al parecer luego de dos años de matrimonio las cosas habían cambiado sin que lo supiéramos. Los rumores indican violencia doméstica por parte de Pitt. Leer más… 81
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El actor Orestes Bloom decidió no dejar nada a la imaginación durante sus vacaciones en la playa junto a su novia Katherine Perry. Leer más… Artículos relacionados:
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la serie Un chico en apuros, protagonizada por Orestes Bloom. • Declaraciones de Katherine Perry. • Los mejores desnudos masculinos de la ciudad de la luz. Annie Kulm declara que se internará en una clínica de desintoxicación #4
La joven intérprete de Amándote en la oscuridad fue sorprendida esta semana mientras conducía bajo los efectos de píldoras de colores brillantes. Annie declaró que se internará en una clínica de desintoxicación, ya que los fármacos están tomando el control sobre sus actos. Leer más… 82
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#5
El beso de Jennifer Lorenz y Martin Anthony
Durante su último concierto televisivo Martin Anthony besó a su exesposa, quien lo acompañaba en un dueto ocasional. Los rumores de una reconciliación se disparan. Leer más… Artículos relacionados:
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#6
Otro Balón de Oro para El Rayo Berttoni
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#7
Linda Chyna embarazada de Dylan Johnson
En abril se comprometieron cuando Dylan le entregó a Chyna un anillo de diamantes de siete quilates. Luego la pareja se presentó a la gala por el aniversario de los estudios VIP. Chyna llevaba un ajustado vestido que dejaba ver el incipiente embarazo. La pareja anunció que estaban esperando su primer hijo. Leer más… Artículos relacionados:
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El actor Robert Smith rompe su compromiso con Nicole Dorian por infidelidad #8
El actor terminó su compromiso con su novia luego de que Annie Kulm declarara públicamente que mantiene una relación con la modelo Nicole. Robert dijo: «Le deseo lo mejor, de corazón. Nunca es sencillo separarte de la persona con la que habías planeado todo tu futuro, pero los futuros también pueden reescribirse, y hoy el mío es una página en blanco». Leer más… Artículos relacionados:
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Nace el primer hijo de Katie Cruise y Tom Holmes #9
Nació en la mañana, bajo el signo Aries. Pesó 8,3 libras. Es una niña preciosa. Tiene los ojos de su padre y la piel de su madre. Leer más… Artículos relacionados:
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Marcus Ryan se enfrenta a juicio por delitos sexuales contra menores de edad #10
Tras su última victoria, el futbolista Marcus Ryan se fue de juerga con varias chicas, dos de las cuales son menores de edad. En la mañana del pasado jueves, fue detenido en su residencia permanente. Leer más… Artículos relacionados:
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El robo perfecto
No es la primera vez que sustraigo material audiovisual. No hay razones para sentir nervios. Nadie se dará cuenta. Es sencillo. Me llevo trabajo a la casa. Entonces por qué las manos me sudan. Por qué la cara caliente. Por qué este temblor. Relájate, pienso. Actúa con naturalidad. Eso es. Entro a la base de datos. Aquí está la transmisión de ayer. Lo mejor será descargar todo el archivo. Descargo el video. Es larguísimo el video. Veinticuatro horas ininterrumpidas. En algún momento tendré que recortarlo. Pero no en el trabajo. Sería sospechoso. Son las cinco de la tarde. Guardo el material en el bolso. Se acaba el horario laboral. Hasta mañana, digo. El jefe me retiene. Un momento, dice. Por qué tanto apuro. 87
Sus ojos suenan pip como un lector de códigos de barras. Mis dedos sostienen con fuerza el bolso. Dentro del bolso el video usurpado pide socorro. A gritos lo pide y solo yo lo escucho. Cállate, pienso. Venga a mi despacho, por favor. El jefe nunca dice por favor. Las palabras oxidadas caen estrepitosamente contra el suelo. Estamos frente a la puerta de salida. Afuera aún es de día. Una luz al final del túnel. El jefe se aleja de la puerta. Yo le sigo los pasos. Entramos a su oficina. Es un lugar limpio y bien iluminado. Hay tanta luz que podría creerse el centro mismo de la ciudad. Tome asiento, dice. Deje su bolso en aquella silla, dice. Póngase cómoda. La silla es amplia y suave. La mesa es inmensa y brillante. Todo es blanco. Yo soy el punto más oscuro del local. El jefe también es brillante. Su piel está hecha de bombillas. Las mismas bombillas que forman las paredes de la oficina. 88
Sus dientes son diminutas bombillas. El jefe combina con el decorado de la habitación. Nunca sabré si el jefe se parece a la oficina o la oficina se parece al jefe. Es un negocio de familia. Su padre también tenía pequeñas luces por todas partes. Y las paredes siempre han sido las mismas desde que existe el negocio del software. O desde que existe su estirpe que a fin de cuentas tal vez sean la misma cosa. Una oficina a imagen y semejanza del jefe o viceversa. El jefe es un endémico. Este hombre nunca vivió debajo de una roca. En su hombro derecho no existe la cicatriz del hierro caliente. Su esposa también está hecha de pequeñas esferas de luz. Sus hijos son gigantescas esferas de luz. Este hombre podría quemarme con los ojos. Este hombre podría aplastarme con la punta del zapato. Este hombre tiene el poder. Y yo estoy metida en la silla de la oficina. Y yo me hago pequeña dentro de la silla. Y mis piernas no llegan al suelo. Y mi voz es un susurro. Soy más y más pequeña. Los objetos son más y más grandes. El jefe me sostiene con la punta del dedo índice y pulgar. 89
Me levanta. Me deposita en la superficie pulida de su gigantesca mesa de escritorio. Parece un espejo la mesa. Cierro muy bien las piernas porque traigo una saya. Desde el bolso, la voz del video se burla de mí. Soy una pulga sobre la superficie de la mesa. El jefe hala una gaveta. Se escucha un ruido apenas perceptible. El jefe extrae una lupa inmensa. Desde arriba me observa. Desde abajo miro el gran ojo ampliado por el cristal. Me informaron que anoche saliste en las noticias, dice. No se lo esperaba. Quién lo iba a decir. Una simple programadora. Algo suena pip como un lector de códigos de barras. Pero este es un sonido amplificado. Ensordecedor. Tal vez se deba a la acústica de la oficina. Es un lugar hermético. Nada de lo que suceda aquí debe salir afuera. Podría gritar. Afuera nadie escuchará, ni siquiera el guardia de la puerta. Tenemos una escritora con nosotros. El jefe está confundido. De golpe siente que está cerca de una celebridad. 90
Pero algo no concuerda. Una celebridad no luce como yo. No lleva mis ropas. Ni mi cabello. Ni mis ojos. Las celebridades tienen canales de seguimiento VIP. En este país un escritor nunca será una celebridad. Pero de algún modo el jefe recuerda que alguna vez hubo un tiempo distinto. Y sospecha. Y pregunta. Él no sabía que tengo un libro publicado. Casi nadie lo sabe. Una escribe un libro y no pasa nada. Antes creía que escribir un libro era algo extraordinario. Una pensaba en los periodistas, llegando en tropel. Pensaba en una sala llena de lectores, setecientos lectores queriendo escuchar lo que tenía que decir. Una había visto demasiados capítulos de la serie Californication. Una había leído demasiadas novelas donde los escritores eran personas de éxito. Una se creía que podía cambiar el mundo mediante la palabra escrita. Una era demasiado joven. O demasiado imbécil. Por así decirlo. 91
El jefe quiere uno de mis libros. Un ejemplar firmado que luego no va a leer. No importa que yo le cuente que no me quedan ejemplares. El jefe quiere sentirse privilegiado. Le digo que puede adquirirlo online en Amazon y Lantia. Pero el jefe no está dispuesto a gastar su dinero en mí, por muy bajo que sea el precio. El jefe no entiende o no quiere entender las cosas más elementales. Y sospecha. Y pregunta. Cuánto pagan por un premio literario. Cuánto por cada edición. Por cada libro. Le sorprende la cifra. Es muy poco, dice. No vale la pena, dice. Por qué lo haces, dice. Esa es una buena pregunta. Por qué lo hago. El jefe quiere saber si escribo en horario laboral. Le respondo que no. Ni aunque quisiera podría hacerlo. Necesito cierto estado mental. Acá me es imposible. El ojo se acerca aún más. Un estado mental, repite. Puedo sentir el aliento del jefe. Un vapor caliente que me arde sobre la cicatriz del hierro caliente. 92
No quiero que haya problemas en el trabajo por culpa de ese hobby. Por qué lo dice. No quiero que luego venga a pedirme permiso para ausentarse. Descuide. No quisiera tener que despedirla. Trago en seco. Soy la única entrada fija de dinero que tenemos mi marido y yo. Cómo va con el trabajo, pregunta. Ya casi termino todas las tareas de la semana. Te llevas trabajo a la casa, pregunta. Recuerdo que el video usurpado está en mi bolso. Dudo. Afirmo. Salimos de la oficina. Caminamos por el pasillo. La salida está al final del túnel. El sol alumbra con menos intensidad. Pronto se hará de noche. Puedo llevarla a su casa si me hiciera camino. Es demasiado lejos. La puedo adelantar. No hace falta. La parada del ómnibus es muy cerca. En la puerta, el jefe me cachea el cuerpo frente al guardia de seguridad. Todo en orden, dicen. 93
Bajamos las escaleras. Yo bajo con cierta dificultad. El bolso pesa demasiado. Aún no me recupero del todo. Aún no alcanzo mi estatura habitual. Miro al reloj. A las siete sale el ómnibus. Aún me quedan algunos minutos. Hasta mañana, digo. Dentro del bolso el video usurpado grita cada vez con menos fuerza. Aprieto el bolso. Tengo ganas de salir corriendo. Sospecharían. Una persona que corre por la calle siempre es sospechosa. Relájate, pienso. Ya casi llego.
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Fiebre de sábado por la noche
Frente a la pantalla nos apostamos mi marido y yo. Vemos una y otra vez la noticia de la beca en el extranjero. Dieron cinco becas en total. Mencionaron mi nombre y solo uno de mis apellidos. Mencionaron el nombre de mi libro. Hubo un ligero error en el nombre del libro. La noticia duró apenas unos segundos. Mi marido retrocede el video. Está feliz. Es una buena señal que el telediario se haga eco de la literatura, dice. Es el reflejo de un cambio, dice. Pero yo no soy tan optimista. Cenamos pollo verde en salsa agridulce, el menú de las ocasiones especiales. Mi marido usó como colorante un licor azul marca Mulata. Hace casi un año que tenemos la botella. Aún no va por la mitad. Solo la empleamos para hacer pollo verde en salsa agridulce. Hemos tenido pocas cosas que festejar. La idea me pone triste. No es un día para estar tristes, dice mi marido. Luego enciende la música. 95
Las ventanas cerradas. Denise estará fuera toda la noche, haciendo lo que suele hacer. Tenemos la casa solo para nosotros. Bailamos en la sala del apartamento. Nos besamos en la sala del apartamento. Es lindo tener la casa para los dos. Algún día podremos tener una casa para los dos lejos de la periferia. A veces siento que lo mejor sería alejarnos de la periferia, de toda civilización. Vivir en la copa de un árbol milenario. Beber el agua de la lluvia. Comer hojas, hierbas y raíces. Reptar por el suelo de tierra y piedra. Retorcernos en el agua. Hablar de estas cosas me pone triste. Mi marido me carga hasta el cuarto. Me hace el amor despacio, como si tuviera miedo de romperme. Es lindo que me trate así. Eres mi lugar en la tierra. Te quiero, tanto, tanto. Nos besamos. Nos reímos de todo. El ombligo es una cuenca de agua salada. Bebo el agua salada de su ombligo. Le hago cosquillas. Retozamos toda la noche. Nos dormimos desnudos y húmedos. Las piernas entrelazadas. Los brazos entrelazados. Un solo cuerpo de cuatro brazos y cuatro piernas. 96
Quiero tener hijos contigo, digo. Yo también, responde, pero ahora no podemos. Pero podemos soñar, al menos con los nombres. Agrispino y Egrotopogilda. Se ríe. ¿Te gustan? Se vuelve a reír. Son bellísimos. Al otro día la prostituta está en la sala del apartamento. Prende un cigarrillo con otro. Está desnuda. Las ventanas están abiertas. Ha encendido la tele. Está viendo el video que traje ayer. En sus labios hay colores brillantes. Tiene los hombros llenos de quemaduras de cigarro. Las quemaduras están parcheadas con goma de mascar. Mi marido y yo no nos acostumbramos. Han pasado dos años desde que vive con nosotros y no nos acostumbramos. El modo de vivir de Denise nos recuerda que estamos en la periferia. En este barrio de los suburbios donde cada día se está al borde de cada borde. A veces la odiamos, sobre todo yo. Al principio me irritaba verla caminar desnuda por la casa. Luego nos adaptamos a su desnudez. Nos hemos adaptado a tanto. 97
A veces asusta pensar en nuestros niveles de adaptación. Quizás la gente-insecto que habita este barrio de las afueras también se ha adaptado. Asusta imaginar que algún día hayan sido como nosotros. Asusta pensar que algún día, al mirarnos al espejo, podremos descubrir antenas en nuestras cabezas. Alas muy finas que se agiten inquietas rumbo a la luz. Denise es todo lo que no queremos ser. Pero de algún modo hemos aprendido a quererla. Tal vez sean sus grandes ojos grises. Denise un día de estos no aguanta más. Y en la casa habrá un vacío. Entonces no sabré qué hacer con todos los rollos de cinta adhesiva que he acumulado. Eres un desastre, digo. Ella me mira y sonríe, una mueca tan gris como sus ojos. Es varicela, no te acerques, dice. El contagio, ya sabes. No seas sarcástica, dice mi marido. Quién te quemó así, pregunta. Eso qué importa. La miro y siento pena, miedo y rabia. Deberíamos llamar a la policía. Sí, claro, dice y se ríe. Son unos tipos muy duros. Te torturaron, pregunta mi marido. 98
Ellos creen que sí, responde. Es una pérdida de tiempo torturarme. Yo les dije que era una pérdida de tiempo. Imbéciles. Parece que no tenían nada mejor que hacer. Cómo te sientes, pregunto. Todo lo que puedo sentir está en mi cabeza inflable. La cabeza nunca ha reventado por la costura. La cabeza la salva. La cabeza la perjudica. Tengo una deuda de quince bitcoins, dice. Y quince días para pagar. Lo único de valor que posee es la vagina portable y el ano estrecho. No puede deshacerse de ellos. Así como yo no puedo deshacerme de mi computadora portátil. Los instrumentos de trabajo no se venden. Qué seríamos sin ellos. De qué otro modo pagaríamos la renta. Mi marido cae en la cuenta de que no tiene nada que vender. Es esta una conversación incómoda. En la pantalla del televisor se muestran comerciales. Una rubia platino sonríe. Parece feliz. El aire revuelve sus cabellos. Toda la luz incide sobre sus cabellos. Un diminuto frasco de champú aparece en la esquina inferior izquierda de la pantalla. 99
La cifra del costo. Teléfonos. Dirección web. La rubia guiña desde la pantalla. Música de cámara. Un lápiz labial rojo persigue a otro magenta. Luchan con las barras extendidas. El magenta salta. Aplasta al rojo. Entonces dibuja un hermoso par de labios. Los labios sonríen. Cada vez hacen comerciales peores, pienso. Los labios son los labios de la afamada cantante Annie Kulm. Annie habla a la cámara. Explica cómo realizar una subscripción a su canal de seguimiento VIP. Finaliza diciendo que esta temporada el color de moda es el magenta. Tienes que ver esto, dice la prostituta inflable. Retrocede el video. Aquí, dice. En la pantalla aparece la pasarela de Victoria’s Secret. Ella es la japonesa de látex, dice. Detiene la imagen. Mi marido la mira con asombro. Es bellísima. Lo dice sin malicia. Al menos eso quiero creer. Lleva el Fantasy Bra del año, dice la prostituta. 100
No tenemos idea de qué es el Fantasy Bra. Tiene que explicarnos. La prostituta sonríe sin deseos. Es el sostén más caro del mundo. Está hecho con joyas y piedras preciosas. Cada año fabrican uno distinto. Ha llegado a costar quince millones. La prostituta lanza una gran bocanada de humo. Sabe mucho de ropa interior. Es innegable. Siempre supo mucho de estos temas. Era su modo de vida. En otro tiempo, por supuesto. Podría creerse que en otra vida. Cuando trabajaba en la vidriera de una supertienda y una pared de vidrio la protegía del mundo. Siempre supe que la japonesa llegaría lejos. Lo dice y apaga el cigarrillo contra su propio cuerpo. Huele a plástico quemado. Un nuevo orificio se le dibuja en el cuerpo de vinilo. Es una abertura perfectamente redonda. El aire se va muy despacio por la nueva abertura. Ella coloca el cabo apagado del cigarrillo en el orificio. Mi marido no soporta la escena. Se va a la cocina. Desde aquí lo escucho cortar, batir, mezclar. 101
Me siento junto a la prostituta inflable. No me gusta verla así. Quisiera decirle que la entiendo. Que sé cómo se siente. Estoy a punto de hablarle. Pero, en realidad. No la entiendo. No sé cómo se siente. Y no le quiero mentir. Me limito a tomar uno de sus cigarrillos. Lo enciendo. Me viene un golpe de tos. Ella se ríe. Qué haces, pregunta. Vuelve a reír mientras niega con la cabeza. Me quita el cigarro de la boca. Inhala. Exhala una gran nube de humo. La japonesa posa para la cámara. Ropa interior blanca. Tacón de aguja. Falsas alas de mariposa. No te preocupes por la deuda, dice. Tengo algunos contactos. No dice más. Una prostituta siempre sabe cuándo guardar silencio. Hay ciertas cosas que prefiero no saber. Me alegra que le haya ido bien, dice mirando a la pantalla. Es como si yo también hubiera triunfado, sabes. Ojalá algún día, dice. 102
Entonces vuelve a hacer silencio. Y se pone muy seria Y da play al video. Los ojos se humedecen. Denise siente mucho cariño hacia la japonesa. Se le nota. La ve como a una hermana, o a una madre, algo así. Mi marido trae una bandeja con el desayuno. Comemos tostadas con mantequilla. Café con leche instantánea. Ya me duelen los ojos, dice la prostituta. Entonces se quita los ojos. Los guarda en un vaso con agua. Es buena música, dice.
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Bitcoins
Desde la calle el edificio luce imponente. Desde dentro lo es incluso más. Estoy en el interior del banco central de la ciudad de la luz. Nunca pensé que alguna vez entraría aquí. Este es el único lugar de la ciudad donde se pueden cobrar transacciones internacionales. Hoy recibiré el primer pago de la beca literaria. Cien bitcoins. La misma cantidad que le pagan a los veteranos de guerra. Van a pagarme cien bitcoins todos los meses durante seis meses. Nunca he sido dueña de tanto dinero. El salón es amplio. Luminoso. Luminosas las paredes. Luminoso el techo. Incluso el suelo. Avanzo despacio. Un miedo incómodo me recorre el cuerpo. Confortables las butacas. Elegantes los clientes. Elegantes los empleados. El guardia me interrogó antes de dejarme pasar. Frunció el ceño cuando respondí a sus preguntas. Pidió mi identificación. La examinó con cuidado. 105
La puso a contraluz. Luego me cacheó el cuerpo, casi con fastidio. Cuando entré al salón todos los rostros se volvieron. Todos los ojos sonaron pip como un lector de códigos de barras. Los ojos me ardieron sobre la cicatriz del hierro caliente. Me siguen ardiendo. Hay cuatro cámaras de seguridad hasta donde alcanzo a ver. Quizás sean más. No puedo saberlo con certeza. Una de las cámaras sigue mis movimientos. El sistema detecta en mí una amenaza. Es lógico, supongo. Avanzo hasta la taquilla número cuatro. El hombre de la caja es joven aún. Los ojos verdes-azules-amarillos. La nuez de adán prominente. La barbilla quebrada. El hombre me explica que no puedo cobrar el dinero. No ahora. Las cuentas internacionales están congeladas debido al conflicto con la ciudad de humo. Seguirán así por los próximos seis meses. El banco central ya está buscando una solución. Por ahora se pueden hacer depósitos, pero no extracciones, dice el hombre de los ojos verdes-azules-amarillos. 106
De nada vale mi punto de vista. Estas son las reglas. El hombre de los ojos verdes-azules-amarillos no tiene la culpa. Él solo es el instrumento. Él solo presta la voz. Reglas son reglas. Pero no se preocupe, dice el hombre. Puede abrir una cuenta bancaria. Los pagos se irán acumulando, dice. En seis meses puede regresar y extraer el monto total, si así lo desea. Las indicaciones me desconciertan. No es lo que yo esperaba. Tenía planes inmediatos para ese dinero. Queríamos comprar una lavadora. Así yo no tendría que ir a la lavandería cada domingo. Así mi marido y yo podríamos pasar más tiempo juntos. La renta se lleva casi todo lo que logramos conseguir. Sin una entrada extra nunca podremos tener una lavadora. Una lavadora es importante. Por otra parte, está Denise. Tiene una deuda de quince bitcoins. Esos tipos son capaces de todo. Incluso de matarla por quince bitcoins. El tiempo se le acaba.
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Para abrir una cuenta bancaria debo hacer un primer depósito de cincuenta bitcoins o más. La primera transacción me sirve para abrir la cuenta. Una cuenta de cien bitcoins. O casi cien. Hay un impuesto del quince por ciento. El hombre de los ojos verdes-azules-amarillos me explica los pormenores. Firmo las planillas. Toma mis huellas dactilares y palmares. Toma una muestra de ADN. Escanea mi rostro. Escanea mi iris. Mi retina. Listo, dice el hombre de los ojos verdes-azulesamarillos. Venga en una semana a recoger la tarjeta. Lo dice y sonríe. Tiene una hermosa sonrisa. Salgo del banco central de la ciudad de la luz. Aturdida salgo. En seis meses tendré seiscientos bitcoins. O casi seiscientos. Hasta entonces habrá que seguir llevando las ropas sucias a la lavandería. Y Denise tendrá que hacer algo por sí misma. Le queda cada vez menos tiempo. Asusta creer que seis meses pueden ser una eternidad. Al término de los seis meses tendré una suma con la que nunca soñé. 108
Entonces qué haré con todo ese dinero. La cifra engaña. La cifra no alcanza para soñar demasiado. Fuera de la periferia podríamos alquilarnos solo unos meses. Luego tendríamos que regresar a los suburbios. Ojalá pudiéramos comprar una casa. Pero hacen falta, como mínimo, cinco mil bit coins para comprar un lugar en esta ciudad. Incluso en la periferia. Me irrita pensar en este prometedor futuro. Cuando termine la novela los patrocinadores la enviarán a una agencia literaria. Una de las más importantes del mundo. Si no les interesa van a desecharla. Si les interesa podré publicar con Planeta o Anagrama. Si logro publicar con ellos mi vida será distinta. Habrá pagos de derechos de autor. Presentaciones internacionales. Lecturas. Conferencias de prensa. Invitaciones a eventos. Oportunidades que aún no soy capaz de imaginar para mí y para mi marido. La literatura como un túnel hacia la luz. En algún lugar del mundo el arte permanece en el lugar que le corresponde. En algún lugar del mundo el arte puede salvar. Luego de tanto tiempo vuelvo a creer. Es hermoso volver a creer. 109
Sonrío mientras camino por las calles iluminadas. Seiscientos bitcoins alcanzan para soñar. Tengo seis meses para terminar la novela. Parece mucho tiempo. El tiempo es como el dinero. A simple vista la cifra engaña. Pero si se analiza con detenimiento, nunca es suficiente. Ahora mismo, por ejemplo, ya casi termina mi hora de almuerzo. Es preciso regresar cuanto antes al trabajo. Continuar en las tareas habituales. Hay una funcionalidad que está presentando problemas. Llevo días analizando el código. Aún no doy con el problema. Esta noche tendré que llevar trabajo para la casa. En casa mi marido suele mirar el código junto a mí. Ambos sabemos que él no entiende. No logro convencerlo de que se acueste temprano. Insiste en sentarse conmigo. Mirar el código conmigo. Mirar las variables. Los ciclos. Las infinitas variantes. Las doce. La una. Las dos. Las dos y media. 110
Altas horas de la madrugada. Llevamos toda la semana en esto. Algo de maquillaje disimula mis ojeras. Me siento muy estresada. Para qué negarlo. Desde que cambié de proyecto tengo que estudiar nuevas tecnologías. Tengo que descifrar lo que otros han hecho. Tengo que esforzarme mucho. Creo que incluso he bajado de peso. He estado a punto de colapsar. Y tengo seis meses para terminar la novela. El objetivo de una beca literaria es que el escritor no tenga preocupaciones económicas. El objetivo es que se dedique solo a escribir. Sería hermoso intentarlo. Quedarme en casa por seis meses. Pero no puedo darme ese lujo. En la ciudad de la luz hay unos catorce mil ingenieros en informática. Sería reemplazada de inmediato. Además, el banco habló con claridad. Desde la voz del hombre de los ojos verdes-azules-amarillos el banco lo dijo. Hasta dentro de seis meses la cuenta estará congelada. Tengo veinte minutos para llegar a mi trabajo. Camino de prisa. Una escuela privada está al lado del camino. Hay una cerca de hierro forjado que delimita el perímetro. El patio es amplio. 111
Los árboles son gigantescos robles blancos florecidos. El suelo es una alfombra de flores caídas. Los niños corren por el patio. Los niños hacen ruido. Hay un pequeño detenido debajo de uno de los robles. Es el niño más hermoso del mundo. Me mira y se ríe. Se le forman hoyuelos en las mejillas. Agrispino, pienso. El niño más hermoso del mundo se acerca. Agarra los barrotes de hierro forjado. Los dedos parecen pequeños gusanitos. Cómo te llamas, pregunto. Se ríe. Los hoyuelos aparecen otra vez. Los ojos le brillan. Toda la luz de la ciudad en sus ojos. Qué edad tienes, pregunto. Otra vez la risa. Otra vez los hoyuelos. Otra vez el silencio. Una señora ocre se acerca. Los ojos hacen pip como un lector de códigos de barras. Le ordena al niño que se marche. Tiene la voz aguda. El niño se va corriendo. No vuelva a molestar al niño, dice. La señora tiene dientes ocres. Dos lenguas ocres. 112
Piel ocre. Voz. Perdone, digo. Desde lejos el niño más hermoso del mundo se vuelve para mirarme. Los hoyuelos aparecen una vez más. Se va del patio. Si vuelvo a verla por aquí, dice la señora ocre, llamaré a la policía. Creo que hay un malentendido, digo. La señora ocre me fulmina con sus ojos ocres. Me gustaría saber si es buen colegio, agrego. Quizás me interese traer a mis hijos aquí. Trabajo cerca, agrego. La señora ocre se burla. Lárgate, dice. Y no te acerques nunca más o vas a arrepentirte. Saca sus lenguas para intimidarme. Hay veneno en la punta de sus lenguas. No estoy vacunada contra el veneno ocre. Hace años que no actualizo mi carnet de vacunación. Me alejo de la cerca. Una vez leí que las mujeres ocres son capaces de escupir su veneno a dos metros de distancia. Aún me quedan quince minutos para llegar a la oficina. Estoy muy cerca. Entro a una cafetería. Pido una hamburguesa y un batido. 113
Está muy frío el batido. Lo bebo de un golpe. Siento una punzada en medio de la frente. Tengo ocho minutos para entrar a la oficina. Desde la calle el edificio donde trabajo luce imponente. La gente que pasa por la calle no es capaz de imaginar cómo es el edificio por dentro. En la ciudad de la luz hay catorce mil ingenieros en informática. Solo unos pocos estamos aquí. Es bueno trabajar aquí. Es casi un privilegio. Aún no he terminado de comer mi hamburguesa. Mastico de prisa. Quedan ocho minutos. Debo entrar cuanto antes. No es bueno rozar los límites.
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Código Varmint (Legar el caos, eso sí es legar)
Llevo todo el día revisando el código. Toda la semana. Tengo abierto un buscador web. Encuentro ejemplos que de nada sirven. Encuentro manuales. Encuentro toda clase de bibliografía. Hay segmentos idénticos a los manuales. Hay otros segmentos de código que parecen no tener utilidad dentro del sistema. Quizás son dependencias de otros módulos. No puedo eliminarlos sin consultarlo con el resto de mis compañeros de proyecto. Uno a uno les pregunto. Con cuidado pregunto. No quiero dar la impresión de desconocer mis líneas de código. La reputación es todo lo que un programador tiene. El módulo que desarrollo actualmente fue iniciado por otro programador. Era cibernético. Era un hombre extravagante. Tenía fama de ser inteligente. Genial, es la palabra exacta que la gente solía decir. Yo nunca crucé palabras con él. Algunas veces coincidimos en el pasillo o en la cafetería. 115
Recuerdo que era gigantesco. Tenía los ojos y el cabello negrísimos. Era un hombre atractivo. Actuaba como si no quisiera serlo. Nunca sonreía. Al menos yo nunca lo vi sonreír. Se había dejado crecer la barba hasta la altura del pecho. La trenzaba. Ponía una gomilla en la punta de la barba. Se rapaba los costados de la cabeza. El resto crecía sin medidas. A veces pasaba varios días con la misma ropa. A veces olía mal. Tragaba espaguetis con un hambre de mil años. La salsa rodaba por la barba trenzada. Camino a la oficina, se limpiaba la salsa con las manos. Se limpiaba las manos en el pantalón. Dicen que trabajaba muy rápido. A diferencia de mí, nunca llevaba trabajo para la casa. Le sobraba el tiempo. Dicen que todo el día lo pasaba reclinado en la silla viendo animes y riéndose frente a la pantalla. Todo el código que dejó está firmado con su nickname. Varmint, puede leerse en casi todos los archivos de programación. Al principio me dediqué a borrar la palabra Varmint. Luego desistí. 116
Había asuntos más importantes. Había que descifrar el código Varmint. No seguía los estándares de programación. No había comentarios o notas explicativas. Todo fuera de lugar. Hay segmentos que parecen muy importantes y no se utilizan. Hay segmentos que se utilizan y no son sencillos de encontrar. Están en zonas donde el código no se debe poner. Están escondidos. Retorcidos. Código hermético. Laberíntico. Caleidoscópico. Varmint quería ser indispensable en el equipo, en este mundo donde nadie es indispensable. A veces pienso que para entender el código necesito encontrar a Varmint. He preguntado por él en la oficina. Al parecer nadie vio nada. Nadie oyó nada. Nadie dice nada de su paradero. Era un tipo raro, es la única respuesta que obtengo a mis preguntas. Era muy inteligente. Era genial. Genial, repito para mis adentros. Programador desordenado. Anarquista. Nihilista. 117
Desconsiderado. Me recuerda a los antiguos inquilinos de mi apartamento. Los antiguos inquilinos eran una familia numerosa. Tenían niños pequeños. Estaban atrasados con la renta. El dueño del edificio les dio una última oportunidad de pago. Una semana para reunir el dinero o soportar un desalojo. Por consideración a los niños lo hizo. Llegó el día del desalojo. El dueño del edificio entró a la casa. Llevaba navajas. Cuchillos. Machetes. Toda clase de metales punzantes. El dueño del edificio no podía creerlo. Las lámparas estaban rotas. Los vidrios esparcidos por el suelo. Quemada toda la instalación eléctrica. Rota la taza del baño, los lavamanos. Tupidos los tragantes. Manchadas las paredes con excremento de los niños. La casa era un completo caos. Los antiguos inquilinos habían desaparecido. El dueño del edificio trató de seguirles el rastro. Pero el dueño del edificio solo sabe cobrar la renta y desalojar. 118
No tiene talento para seguir rastros. Su olfato no es bueno. Su carácter tampoco. A partir de ese día su carácter se hizo peor, así como su opinión respecto a los infantes. A la entrada del edificio hay un cartel. No se admiten niños ni mascotas. Cuando mi marido y yo vimos el cartel supimos que ese podría ser un lugar para nosotros. No teníamos niños ni mascotas. No queríamos tenerlos en ese momento. El dueño del edificio no hizo rebajas en el alquiler. Nos cobró lo mismo que al resto de los inquilinos. Estaba enojado. Lo toman o lo dejan, dijo. Y lo tomamos, pese al caos. Era el único apartamento disponible en la periferia. Siguieron días enteros de trabajo para hacer del apartamento un lugar habitable. En esos días no parábamos de maldecir a los antiguos inquilinos. A esa estúpida venganza que jamás afectó al dueño del edificio, solo a nosotros. Con el tiempo nos olvidamos de ellos. Solo los recordamos cuando se tupe el tragante. Varmint me recuerda a los antiguos inquilinos. Varmint me ha legado un caos similar al apartamento destrozado. 119
Llevo días enteros tratando de recomponerlo todo. Semanas llevo. Es un trabajo arduo. A veces pienso que para entender el código necesito encontrar a Varmint. Escribo en el buscador web. Varmint. El resultado es inmediato. Miles de páginas en unas fracciones de segundo. Armas aparecen. Remington XP-100 Varmint Special. Browning X-Bolt Varmint GRS Super Feather Threaded. Un chiste, al que, sinceramente, no le encuentro la más mínima relación con la palabra Varmint. Un gato de ojos azules con cara de mal humor aparece. Cómo un gato puede tener esa cara, pienso. Hay cientos de fotos del gato. El gato es una celebridad de la ciudad de la luz. Se llama Varmint. Tiene un canal de seguimiento VIP. Cómo un gato puede tener un canal. La expresión del gato me recuerda al cibernético. Reviso la web. Reviso las redes sociales. Al parecer no era muy sociable. 120
Busco estadísticas de programación competitiva. Al parecer no era muy competitivo. No hay rastros de Varmint. Es como si nunca hubiera existido, como si se lo hubiera tragado la tierra, o el ciberespacio. Voy hasta la oficina de recursos humanos. Antes de mí había otro trabajador, digo. Me gustaría comunicarme con él. Pero en recursos humanos no pueden darme esa información. Va en contra de la privacidad de los trabajadores, dicen. De nada vale que exponga mis argumentos. Ley es ley. Regreso a mi puesto de trabajo. Quizás lo más sensato sería olvidar el código Varmint. Borrarlo. Comenzar todo desde cero. Hacer las cosas bien, como deberían haberse hecho antes. Eso sería un gran retroceso, por supuesto. La fase de desarrollo casi termina. Estas no son horas de comenzar de cero. En el proyecto no van a autorizarme. Ya una vez lo dije. La analista del proyecto se burló. Él ha sido el mejor programador que ha pasado por aquí, dijo la analista. Cómo vas a eliminar su código. Eso sería una insensatez. 121
Una pérdida de tiempo, dijo. El tiempo, por supuesto. El tiempo. Dónde estarás ahora, Varmint. El único rastro que parece quedar de él es el nickname en los archivos de programación. Tal vez su imagen grabada por las cámaras de seguridad de la empresa y por las cámaras de seguridad de las calles de la ciudad de la luz. A las cámaras de seguridad de la empresa no tengo acceso. Las cámaras de la empresa son parte de la seguridad interna de la empresa. Nunca formaron parte de los ojos de la ciudad de la luz. El dueño tuvo claro desde el inicio que no quería a nadie metiendo las narices en sus asuntos. A las cámaras de seguridad de las calles aún tengo acceso. Mientras desarrolle el proyecto tendré acceso. También en la siguiente fase cuando el departamento de calidad haga las pruebas al sistema. Entro al servidor de bases de datos. Busco las grabaciones de las cámaras aledañas a la empresa. Reproduzco una grabación de la época en que él estaba. Es el horario de salida. Allí está Varmint. El cabello negrísimo. La barba trenzada. 122
Es él. Hace un gesto para saludar a la cámara. Es extraño que salude a la cámara. Camina despacio hasta perderse en la distancia. Probablemente viva cerca. Se nota que no necesita un autobús. Lo sigo de una cámara a otra. Saluda a todas las cámaras. Es llamativo que lo haga. Es como si supiera que lo estoy siguiendo y no le importara. Dobla a la izquierda. Camina dos cuadras. Ahí estás, Varmint. La casa es grande. Está pintada de blanco. El techo es de zinc galvanizado. Hay una verja. Una puerta metálica con una campanita. Hay rosas y legumbres en el jardín. Rosas y legumbres, pienso. Es una combinación llamativa. Así que esta es tu casa, Varmint. Hay dos perros en el jardín. Lucen desesperados de alegría. Mueven las colas. Ladran. Varmint abre la verja. Los perros se abalanzan contra las piernas del cibernético. Desbordan alegría. 123
Parece que hubieran visto un tesoro canino. Varmint les pasa la mano. Dice palabras incomprensibles. Van a entrar en trance estos perros, pienso. La escena dura unos cuantos segundos. Varmint sonríe. Una señora aparece en la puerta. Debe ser la madre. La madre lo besa. Los perros entran a la casa. La madre entra a la casa. Él entra. Cierra la puerta tras de sí. Un segundo antes de cerrar mira otra vez a la cámara. Capturo la imagen. Ciertamente, es un hombre atractivo. Copio la imagen en mi teléfono. Tal vez la necesite. Busco la trasmisión en vivo. La casa sigue ahí. Nada parece haber cambiado. Están cerradas todas las puertas y las ventanas. Miro algunas grabaciones recientes. La casa se mantiene invariable. Cerradas las puertas y las ventanas. Las rosas y las legumbres en el jardín. La verja. La campanita metálica. Me pregunto si Varmint seguirá viviendo ahí.
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Artículo hallado en internet al escribir la palabra Varmint (Relación inexistente con el caso) Veinte y tres cosas que podemos aprender de las películas
Al menos uno de cada par de gemelos es malvado. 2. Si te encuentras un amasijo de cables, junto a una pantalla LCD con números rojos… no tienes nada que temer. Se trata de una bomba que no dudarás en desactivar mientras sudas de forma nerviosa. No te preocupes si no sabes qué cable cortar, siempre acertarás en el último segundo. 3. Independientemente de lo nuevo que sean, todos los ordenadores emiten ruidos extraños al usarlos y siempre te piden contraseñas «ultrasecretas». 4. Si sabes artes marciales, no importa cuántos enemigos te ataquen. Podrás derrotarlos uno a uno cuando te ataquen pacientemente por turnos. 5. Cada vez que apagues la luz para irte a dormir, tendrás que soportar que todo siga iluminado; pero con agradables matices azulados. 6. Si eres guapa y rubia, es perfectamente probable ser una experta en fisión nuclear, aunque sólo cuentes con veintidós años de edad. 7. Los policías más honestos y trabajadores son asesinados tres días antes de jubilarse. 8. Los más temidos psicópatas megalómanos prefieren matarte usando complicados y avanza1.
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dos métodos. Estos incluirán sistemas de poleas, engranajes, gases letales, láser, ácidos y demás parafernalia que te dejarán al menos veinte minutos para escapar mientras te cuentan sus planes. 9. Cuando una pareja está en la cama, la sábana cubrirá a la chica hasta las axilas, en cambio el chico tendrá que pasar frío, ya que sólo le cubrirá hasta la cintura; dejando su pecho al descubierto. 10. Todas las bolsas de la compra de cartón tienen al menos una barra de pan. 11. Cualquiera puede pilotar un avión y aterrizar si alguien le dice cómo hacerlo desde la torre de control. 12. Podrás sobrevivir a cualquier batalla o guerra, a menos que cometas el gran error de enseñar a alguien la foto de tu pareja o de tus hijos. 13. Es posible nadar sin prácticamente despeinarse. 14. Cuando un villano captura al héroe, al contrario de lo que se espera, le explicará al héroe cómo va a ser aniquilado. Cuando el villano tiene su malvado plan maestro a punto, dejará solo al héroe presumiblemente para que muera. Mágicamente, el héroe siempre conseguirá escapar. 15. Si te quieres hacer pasar por extranjero, no importa que no sepas hablar otro idioma, con el acento basta. 16. Los hombres no muestran ningún dolor, aunque sufran disparos o palizas. En cambio, se 126
estremecerán en muecas de dolor si una mujer les cura y cambia las vendas. 17. Si es visible una gran ventana de cristal, probablemente en breve alguien será arrojado por ella. 18. Si una mujer se hospeda en una casa encantada no dudará en ir a investigar la procedencia de extraños ruidos en medio de la noche y en sugerente ropa interior. 19. Incluso cuando conduzcas por una carretera perfectamente recta, es especialmente necesario girar con el volante de izquierda a derecha a cada momento. 20. Un detective sólo puede resolver un caso cuando ha sido suspendido del cargo. 21. Si algún día decides empezar a bailar por la calle, todos sabrán exactamente los pasos de baile para poder acompañarte. 22. Es increíblemente sencillo ampliar una imagen borrosa para revelar nuevos detalles que se pasaron por alto. 23. Un héroe puede matar ciento cincuenta tipos duros sin ningún esfuerzo. Pero en el momento en que el malo de la película aparezca, la pelea durará varios inacabables minutos. (www.taringa.net/posts/humor/)
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Porcelana fina
Llamo desde la verja. Nadie responde. Entro al jardín. Suena la campanita metálica. Tengo miedo a que los perros aparezcan. Los perros no llegan. Avanzo. Llamo a la puerta. Escucho unos pasos acercarse. Quién es, pregunta una voz de mujer. Hola, necesito hablar con Varmint, respondo. Aquí no vive nadie con ese nombre. La puerta tiene una mirilla. Imagino que alguien me está viendo desde el otro lado. Saco mi teléfono. Muestro la foto que tomé de Varmint mirando a la cámara. La puerta se abre. Veo a la madre de Varmint. O quien creo que podría ser la madre de Varmint. La señora me quita el teléfono de las manos. Mira la foto con detenimiento. Yo la miro a ella. Tiene esa edad imprecisa de algunas señoras que se cuidan mucho. 129
O de algunas jóvenes que se descuidan demasiado. Es imposible calcular la edad. Tiene manos muy delicadas la señora. No hay manchas de sol en sus manos. No hay arrugas demasiado profundas. Es delgada. Cuando joven tiene que haber sido hermosa. Entro. La puerta se cierra. La señora enciende una lámpara. A pesar de la lámpara, la habitación está mal iluminada. Es sorprendente que en pleno mediodía haya tan poca luz. La señora me invita a sentar. Hay dos sillones y un sofá de mimbre. Una mesa en el centro de la habitación. Algunos jarrones de vidrio con ramos de lechugas. Las cortinas combinan con las lechugas, al igual que los cojines. Eres la novia de mi hijo, pregunta mientras me mira con simpatía. No, solo soy una antigua compañera de trabajo, respondo. Ella sonríe como si no creyera. Necesito hablar con él, agrego. En este momento no se encuentra, salió. Tardará mucho, pregunto. 130
Espero que no, querida, si quieres, puedes esperarlo. Chequeo la hora. Puedo esperar un poco más. Quedan cuarenta y tres minutos de mi hora de almuerzo. La madre de Varmint no deja de mirarme y sonreír. Hace años que no traía ninguna mujer a la casa, dice. Debes ser una muchacha muy especial. Vuelvo a explicarle que no somos pareja. Se escucha el ruido de una tetera. El ruido me interrumpe. Disculpas pide la madre. Se va de la sala. Me deja sola. Tarda unos minutos. Regresa. Trae una bandeja con tazas de té. Tazas muy finas. Decoradas. A mano quizás. Hay pájaros en el decorado, pájaros azules posados en ramas florecidas. Las flores parecen rosas. El aire de la habitación se llena del aroma de las rosas. Dentro de las tazas hay pétalos. La madre sostiene las tazas. Extendido el meñique. 131
Impresionantes las tazas. Elogio la vajilla. La señora asiente. Agradece. Solo la usa en ocasiones especiales. No todos los días me visita la novia de mi hijo, dice. Señora, yo solo soy una antigua compañera de trabajo, respondo. Pero la señora no me escucha. Ha comenzado a contar la historia de cómo adquirió la vajilla. «Verás, querida, yo nací en un circo ambulante. Mi madre fue la domadora. Mi padre el elefante del circo. Mi madre hacía sonar el látigo, zaz, y mi padre, temeroso, se paraba en dos pies. Mi madre volvía a sonar el látigo. Mi padre enarbolaba la trompa y sonaba. Un sonido melodioso. No es porque sea mi padre, pero debo decirlo, siempre tuvo gran talento para la música y buena presencia en el escenario. Tres metros y ciento veinte kilogramos de talento. Yo nací para caminar por la cuerda floja. Nunca me caí. Mis huesos están invictos. Nunca me lastimé las rodillas. El público aplaudía. Me encantaba caminar en la cuerda. La vida no tenía más sentido que avanzar de un lado al otro, entre el aire, el riesgo y los aplausos. Nos íbamos de pueblo en pueblo. Todo parecía estar bien. Hasta que apareció un emperador de la Dinastía Dior que clavó sus ojos en mis piernas e hizo que por primera vez la cuerda se balanceara. 132
Luego nació Christian, tu novio, que nunca tuvo talento para el circo. Fue entonces cuando decidí encontrar una casa, un jardín, unos perros…» Esta es la historia, qué te parece, querida, pregunta la señora. Caigo en la cuenta de que nunca mencionó las tazas. Mucho menos cómo adquirió las tazas. Y los perros, pregunto recordando a Varmint y sus dos perros eufóricos. Se murieron de tristeza, responde la señora. Chequeo la hora. Estoy marcada por todas las tonalidades de la prisa. Me limito a decir que es una historia conmovedora. Ella sonríe, habla consigo misma. Esta nuera ya me está cayendo bien. Solo soy una antigua compañera de trabajo, digo. Ella retira las tazas. Le pregunto una vez más cuándo llegará su hijo. Espero que regrese pronto, es su respuesta. Quiero saber si puedo llamarlo a algún teléfono. La madre de Varmint me lleva hasta un teléfono antiguo, tan antiguo que cuesta creer que de verdad funcione. Acerco el auricular. Hay un tono al final de la línea. La señora marca los dígitos. 133
«Mamá, escucha. No salgas de la casa. No abras la puerta a nadie. Luego te explico. Si no tienes noticias mías esta tarde, activa Little Boy. Ya sabes cómo hacerlo. Los de seguridad vienen por mí. Cuento contigo, mamá. Si todo sale bien regreso pronto. Un beso». Lo escuchaste, pregunta. Regresa pronto. Dice que regresa pronto. Espérelo, no debe tardar. Hacen una pareja tan bonita. No puede ser. No entiendo nada. O no quiero entender. Mi primer impulso es salir corriendo de esta casa. Desaparecer de la casa. Borrar todos los videos que grabaron mi recorrido hasta acá. Me llevo la mano a la frente. Estoy a punto de estallar. Qué es esto. Qué hago aquí. Dónde me he metido. La madre de Varmint me mira con simpatía. Sonríe. Será que de verdad no se da cuenta. Usted ya activó lo que su hijo le pidió. Ella sonríe. Responde que no. 134
Esos teléfonos nuevos son muy complicados, dice y se ríe. Eso no hay quien lo entienda, dice. Christian me los ha tratado de explicar cerca de mil veces, pero yo no acabo de entenderlo. La señora argumenta que, por otra parte, él dijo que los activara si no recibía noticias suyas antes de la noche. Yo hablo con él todo el tiempo. Será que de verdad no entiende que está reproduciendo un mensaje en el contestador automático. Pobre señora. Cómo puede ser tan cariñosa. Cómo puede alguien abrirle la puerta a un desconocido. Sentarlo en sus sillones de mimbre. Sacarle la vajilla de porcelana. Le pido que me deje pasar al cuarto de su hijo. La señora sonríe con picardía. Me deja entrar. Busco. Es un cuarto perfectamente ordenado. No hay pantallas. No hay computadoras. No hay ni siquiera un cable. Todo lo que hay son cañas de pescar. Busco. Nada encuentro. Qué recuerda sobre Little Boy, pregunto a la madre de Varmint. 135
No mucho. Había que escribir una clave. Qué clave. No lo sé. La tengo anotada en alguna parte. La señora vuelve a la cocina. Las tazas están en el fregadero. Toma una taza en la mano. La voltea. Esta, dice la señora. Al fondo de la taza puede leerse. Made in China y un código de barras. Es esta la clave. Sí, dice la señora, es esta, la frase y los numeritos. Saco mi teléfono. Hago una fotografía del fondo de la taza. Chequeo la hora. Me he quedado sin tiempo. Debo regresar al trabajo de inmediato. La señora me da un beso de despedida. Prometo regresar pronto. Ella sonríe. Me lleva hasta la puerta. Vuelve a besarme. Hacen una linda pareja, dice, y se queda mirándome enternecida. Luego agrega, otro día voy a enseñarte las fotos de Christian cuando era pequeño. Era el niño más hermoso del mundo. Ya lo verás. 136
Me voy por donde mismo llegué. Imagino que sea el camino más corto. Si apresuro el paso tal vez llegue temprano. Camino largas cuadras. Los zapatos de tacón hacen que el trayecto sea más difícil. Estoy sofocada. Ya es tarde, unos minutos tarde. La piel ha transpirado. En la cartera tengo una botella con agua. Ya casi llego a la entrada de mi trabajo. Ya estoy frente a la entrada de mi trabajo. Hay una cámara frente a la entrada. El portero, como siempre, está al final de las escaleras. Antes de subir las escaleras miro directamente a la cámara.
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Un esfuerzo definitivo
Desde la ventada de mi apartamento las personas son pequeñas pulgas que caminan por las calles retorcidas de la periferia. Este es un edificio de prefabricado. Hay filtraciones en las paredes. Hay estalagmitas y estalactitas dentro de cada habitación. Volver a los inicios. Al origen. A la forma aborigen. A la vida dentro de las cuevas. Es esta una ciudad del tiempo. En todo tiempo hubo luz. La ciudad de la luz es indiferente a nosotros. La luz es anterior y posterior a nosotros. La luz es perdurable. La luz es todo lo que no somos. A veces quisiera subir a la azotea. Tener una lupa para mirar a la gente-insecto que sobrevuela los suburbios, pasa distraída a tres metros del pavimento, pero no consigue volar más allá. Se necesita una escalera grande y otra chiquita para llegar a una azotea. Se necesita no tener alas para llegar hasta allí. Mi marido no ha regresado del puerto donde consiguió un puesto como vigilante nocturno. 139
Es domingo en la tarde y sigo esperando por él. Cuando llegue no sabré con qué ojos mirarlo. Tengo los ojos cansados de tanto mirar al camino. Cómo hablarle. Cómo decirle de la carta. Cuánto cambiarán nuestras vidas a partir del instante en que lo vea aparecer por el final de la calle. Bajarse del ómnibus con su camisa sucia de trabajo y de sudor. El sol pegado a la piel como un falso tatuaje que se cae con el tiempo. Mi marido hace todo sin quejarse. Por esta familia hago todo lo que tenga que hacer, dice. Esta familia soy yo. A veces me siento culpable. A veces me pregunto hasta cuándo durará todo este sacrificio. A veces me pregunto si el sacrificio valdrá la pena. Por mí no necesitaríamos más. Por mí no habría que perder el tiempo a cambio de unos billetes. Por mí no. Por un hijo todo valdría la pena. Ojalá tuviéramos un hijo donde poner nuestras esperanzas y nuestras culpas. Se tiene un hijo para culparlo de las frustraciones. Por eso los pobres tienen tantos hijos. En mi casa éramos nueve. 140
Pero no quiero pensar en eso, mucho menos hoy que es domingo. Ya hay suficientes ideas dándome vueltas en la cabeza. La carta. La carta. Cómo hablarle de la carta. Cuando llegue, cansado de la jornada laboral, cómo voy a decirle. Con qué cara. Con qué ojos. Con qué voz. La voz rota por el llanto. Tanto dramatismo nos está haciendo mal. La carta estaba en el piso de la sala, cerca de la ranura de la puerta. La carta como una gran mancha de sangre en el suelo. La ciudad de la luz reclama a sus hombres, dice la carta. Un esfuerzo definitivo, dice la carta. El cuño de luz en la esquina inferior derecha, sobre el destinatario. El nombre de mi marido manchado de luz. Las Fuerzas Armadas Iluminadas en la esquina superior izquierda. La guerra marcha bien, pero hace falta un esfuerzo definitivo. Siete días para presentarse en el Ministerio de las FAI. Siete días para despedirse de la vida. Siete días para comenzar a morir. El que marcha a una guerra nunca sobrevive. 141
Quien se va nunca regresa. Cuando mucho regresa el cuerpo. A veces el cuerpo en una caja. O el cuerpo en pie. Caminar sin saber a dónde. El cuerpo de mi marido como un recipiente vacío. Gritar dentro de su boca y escuchar el eco. El abismo. La nada. Luego de los atentados del veintinueve de febrero se decretó el estado de guerra. Llevamos dos años de guerra. En marzo se cumplirán dos años. Una guerra en legítima defensa. Al otro lado del mundo van los hombres-insecto a morir. El gobierno les promete bitcoins. Subscripciones al canal de noticias banales. Luz promete. Los hombres-insecto marchan con los labios manchados de colores brillantes hacia la luz prometida. A un barco de luz suben. Nunca más regresan. Cuando mucho regresan los cuerpos. Y la guerra marcha bien. Y la guerra está a punto de acabar, pero nunca acaba. En los canales televisivos la guerra no existe. La guerra es un juego de niños del que no hay noticia. 142
Las bajas son un asunto despreciable. Del lado de acá la vida ha cambiado demasiado. Ha muerto el arte, pero no hay tiempo para duelos. Los canales de seguimiento VIP continúan proliferando. Esta es la mejor ciudad del mundo, dice el telediario. Los terroristas del atentado del veintinueve de febrero provenían de la ciudad de humo. En los mapas la ciudad no puede verse por el humo. Los barcos con hombres-insecto parten rumbo a un punto impreciso. Hacia allí quiere el gobierno llevar a mi marido. Cómo puede ser útil un conocedor del arte en medio del humo. Él no es un hombre-insecto. No existen antenas sobre su cabeza. No hay alas transparentes en su espalda. Qué podría hacer en medio del humo sino morir. El ejército de la luz está decidido a encontrar al terrorista supremo. La ciudad de humo niega estar implicada en los ataques. Aun así, las bombas de luz caen sobre la ciudad de humo. En las revistas internacionales pueden verse las imágenes. 143
En las revistas el presidente de la ciudad de la luz jura que hará justicia. Jura que atrapará al terrorista supremo donde quiera que esté. La infantería de hombres-insecto avanza bajo el humo. Con sus antenas detectan los movimientos. Disparan ráfagas de municiones. Cientos de balas por minuto. Nada sobrevive al paso de los soldados de la luz. Ni siquiera las plantaciones de maíz. Hay mucho maíz en la ciudad de humo. Los barcos que llevan a los hombres-insecto regresan cargados de maíz. La comercialización de palomitas de maíz aumenta en la ciudad de la luz. La gente, frente a las pantallas, se lleva palomitas a la boca. Las vidrieras están repletas de bolsas con palomitas para hornos de microondas. Palomitas con mantequilla. Palomitas acarameladas. Palomitas Company, puede leerse en cada una de las bolsas. Somos la principal potencia de comida chatarra y televisión chatarra. Como si ambas cosas tuvieran manos y fueran de la mano. Navego por la red. Busco información sobre esta guerra. En páginas internacionales busco, por supuesto. La prensa nacional no desea crear el pánico. 144
La prensa nacional nos protege. La prensa nos ama. Quiere lo mejor para nosotros la prensa nacional. Las imágenes del humo son confusas. La situación no es clara. Las opiniones diversas. El terrorista supremo lleva una máscara antigás. Hay imágenes del terrorista supremo en la web. Hay carteles de se busca. Hay chistes al respecto. Hay un video muy difundido donde admite ser responsable de los atentados del veintinueve de febrero. La polémica es grande. El video es falso, dicen unos. Es real, dicen otros. Yo estoy en el medio. No tengo información suficiente para creer una cosa u otra. El terrorista supremo tiene un canal en YouTube. Cada viernes sube un video. Tiene treinta y ocho millones de seguidores. Algunos dicen que el canal es una farsa. Yo no sé qué creer. En los videos sale este hombre con la máscara. Es difícil saber si en todas las ocasiones se trata de la misma persona. Al menos la máscara parece ser la misma. La máscara distorsiona la voz. La voz parece un zumbido. 145
No soy capaz de entender una sola palabra. Sin embargo, veo las grabaciones. Una por una las veo. No entiendo, pero quiero entender. La voz marca un ritmo. Una canción acaso alegre. Hay algo hipnótico en sus palabras. Desde la ventada de mi apartamento las personas son pequeñas pulgas que caminan por las calles retorcidas de la periferia. Mi marido aún no regresa del trabajo. Cuando llegue pensaremos algo. Yo, a estas alturas no puedo pensar. Tengo deseos de que regrese. Sé que encontrará una solución. A él siempre se le ocurren buenas ideas.
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Bomba lógica
Las once. Las doce. La una. Es la una de la madrugada. Mi marido aún no ha regresado del trabajo. No es la primera vez que debe hacer horas extras. No ha podido avisarme. Ya no me avisa. Mi marido no tiene teléfono. En algún momento tuvo, pero ya no. El teléfono se hizo una moneda de cambio. Bitcoins que sirvieron para alimentarnos durante unas semanas. Necesitamos comprar muchas cosas. Además de una lavadora necesitamos un teléfono para él. Un teléfono para no morir de ansiedad. Estoy enferma de ansiedad. Miro por la ventana. Recorro la calle. Cada hombre que pasa pudiera ser él. Con detenimiento miro. Una y otra vez miro. Inútilmente miro. Ninguno de los hombres de la periferia es él. Pudieran serlo, pero no lo son. 147
Doy vueltas de un lugar a otro de la casa. Miro al reloj. La una de la madrugada. Una y cinco. Una y seis. Una y siete minutos. Minutos. Minutos. Minutos. El tiempo derretido de los relojes se escurre por el suelo del apartamento. El tiempo es una sustancia pegajosa sobre la cual intento desplazarme. Estoy atrapada en una red de tiempo. Abro el código Varmint. El código Varmint está frente a mí. El código es mi válvula de escape. Entro al código. Respiro dentro del código. Aquí los minutos podrían cobrar prisa. Es mi modo de ocupar el tiempo y la mente. Más allá de la ventana la calle está vacía. Mi marido sigue sin aparecer. Estoy sola en medio de la noche. O no tan sola en medio de la noche. Está el código conmigo. Un acertijo el código. Ahora lo entiendo. El cibernético no era desordenado. El cibernético era precavido. El desorden es parte del camuflaje. El objetivo era ser hermético. 148
Incomprensible. Cómo no me di cuenta antes. Varmint escondió código dentro de su propio código. Hizo una serie de mecanismos que podían activarse desde fuera. Producir un comportamiento no previsto por la empresa. Una bomba lógica. Nada bueno querría con eso. Nadie hace una bomba lógica con buenos fines. Una bomba lógica, como toda bomba, tiene el propósito de hacer daño. Cuando estaba en la universidad supe de un profesor de redes al que expulsaron. No tengo claro el porqué de la expulsión. Existieron muchas versiones de los hechos. Pero eso no es importante. Lo importante es que el hombre se fue. Al otro día estaban caídos todos los servidores de la red interna de la universidad. Todos y cada uno de ellos. Incluso el servidor de correo electrónico. Demoraron casi una semana en reestablecer los servicios. Entonces los portales webs estaban en blanco. No había ni siquiera una noticia en el periódico universitario. No había ni siquiera una clase en el entorno virtual de aprendizaje. 149
Estaban vacíos los buzones del correo electrónico. Luego nos dijeron que el profesor activó un contador de tiempo para que, pasadas veinticuatro horas de su partida, se detuvieran los servicios y se borraran las bases de datos. El hombre fue acusado ante los tribunales. Lo multaron con un cuarto de millón de bit coins. Creo que aún permanece en prisión. Ese fue el único caso real de bomba lógica que conocí. Había, por supuesto, muchos ejemplos en la literatura especializada. Pero nunca nos mostraron casos reales. Supongo que en la universidad decidieron no ser más específicos. No mostrar demasiadas aristas. O posibilidades. Nos mostraron las bombas lógicas con prisa. Al igual que los caballos de Troya. Los virus. Los gusanos. Toda clase de malware era un asunto en el que no era preciso detenerse demasiado. Nosotros, los ingenieros en informática no estamos hechos para destruir. Todo lo contrario. De los malware conozco lo necesario para entender cómo funcionan. 150
Hace poco vi un programa televisivo. Una serie, para ser más exacta. Estaba cambiando el canal cuando llegué a ella. No sé por qué me detuve. Quizás lo hice porque en la escena había personas delante de una computadora. Me quedé mirando la escena como si nunca hubiera visto una computadora. Es curioso. Se trataba de terroristas de la ciudad de humo. Estaban haciendo una bomba lógica para saquear uno de los bancos de la ciudad de la luz. Con ellos había un traidor. Un muchacho de la ciudad de la luz. Un alumno de escuela pública. Un genio de la luz, por supuesto. El muchacho tecleaba como un frenético. Al parecer tenía mucho talento con la mecanografía. La habitación estaba poco iluminada. La luz se reflejaba en el rostro del muchacho. Famélico. Espejuelos gruesos. Cabello descuidado. Pulóver negro. Tardó solo una escena en terminar la bomba lógica. Mientras escribía, el muchacho explicaba el plan. Desde un videojuego muy popular, entrarían un código para activar la bomba lógica. La bomba copiaría el virus al servidor de un banco de la ciudad de la luz. 151
El virus transferiría todo el dinero a una cuenta secreta. Listo. El plan era infalible. En la siguiente escena una mujer, aún joven, lloraba desconsoladamente. Su hijo pequeño estaba enfermo de cáncer. Necesitaba una operación urgente. El dinero de su cuenta había desaparecido. La madre besaba al hijo. Él es demasiado inocente para entender, decía la madre. En ese momento me pregunté. A quién se le ocurre que puede construir una bomba lógica para un sistema que no conoce. A quién se le ocurre activar la bomba desde un videojuego. A quién se le ocurre que existe conexión entre un videojuego y los servidores de un banco. A quién se le ocurre que una bomba lógica, un virus, o cualquier otro malware se fabrica en tres minutos. En qué están pensando estos guionistas. Varmint pudo construirla porque estaba dentro del equipo de desarrollo. Conocía las características y las vulnerabilidades del proyecto. Desde afuera no habría sido posible. Habría que tener dotes de adivinación. Poderes mágicos. Las computadoras solo siguen órdenes. 152
Lo difícil es hablarles en un lenguaje que ellas puedan comprender. Las computadoras no piensan. Aunque los guionistas de series televisivas crean que sí. Hacer un malware no es coser y cantar. Imagino que Varmint invirtió mucho tiempo en este código que ahora tengo delante. Dónde estarás ahora, Varmint. Qué hicieron contigo. Por qué querías usar la bomba lógica. Qué fue lo que descubriste, Varmint. Qué acción desencadena tu bomba. Aquí está tu bomba. La miro, aunque no soy capaz de verla. Little Boy está aquí, escondida entre unas cuantas líneas de código disperso dentro de un archivo de programación. Little Boy está dormida. Está en silencio. Está viva. Un paso en falso puede hacerla despertar. Un ruido. Qué podrá hacer esta pequeña bestia cuando despierte. Qué se supone que destruirá. Toda bomba, incluso una bomba lógica está destinada a destruir. Qué tipo de persona eres, Varmint. O debo decir, eras.
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Miro al reloj. Mi marido aún no ha regresado del trabajo. Sé que a esta hora no va a regresar. De seguro no ha regresado porque está haciendo horas extras. Sé que está bien. Nada grave le ha ocurrido. Nada grave puede ocurrirle. No tiene sentido toda esta preocupación. Pero me preocupo. Estoy cansada. Tengo sueño. Y no puedo dormir. Un insomnio a medias. Faltan algunos minutos para las tres de la madrugada. El código Varmint me mira. Debo desentrañarlo. Necesito una cuerda de la que tirar. La única pista que tengo es la contraseña para despertar a una bomba lógica. Una pequeña bestia que espera la señal. La madre del cibernético me dejó fotografiar el fondo de su taza de porcelana fina. Las tazas eran la clave. Made in China T1050208, decían las tazas. Made in China T1050208, dice la foto que tomé. Hago una búsqueda. Encuentro una coincidencia. En un archivo impensable aparece la cadena de texto. 154
Es solo una línea. Un pequeño archivo que se incluye dentro del formulario de inscripción al canal de seguimiento VIP. Ahí está la brecha de seguridad. La cuerda de la cual tirar. Sigo el rastro. Línea a línea. Sigo la secuencia de acciones que ocurriría tras introducir la clave Made in China T1050208. Las acciones lógicas van de un archivo a otro. Ahora todo el código cobra sentido. Incluso las zonas que aún no logro entender. Cada línea forma parte de un todo. Un propósito mayor. Encuentro referencias a módulos en los que no trabajo. Sé que Varmint fundó el proyecto. Sé que ayudó a conformar la arquitectura. Me pregunto cuánto tiempo llevaba planeando el golpe. O si, por el contrario, no planeaba un golpe en sí. Tal vez implantó la bomba lógica solo como una garantía futura. No lo sé. No lo conocí lo suficiente. A pesar de las tantas veces que me crucé con él en el pasillo. Es curioso. Cuánto tiempo se necesita para conocer a un compañero de trabajo. 155
En septiembre se cumplieron cuatro años desde que trabajo en la empresa. Sé los nombres de la gente que trabaja conmigo. Los rostros de la gente. Sin embargo, no sé qué piensan. Qué sueñan. Qué planes tienen para el futuro. Los veo cada día. De ocho a cinco los veo. Durante cuatro años de mi vida el mismo guardia me cachea el cuerpo. Para mí es solo el guardia. Pantalón-oscuro. Camisa-clara. De él no sé algo más. Dónde vive. Qué familia tiene. Qué sueños tiene. Cuál es el nombre del guardia. No consigo recordarlo. Cuál era su nombre. Ah sí, ahora me acuerdo. El guardia se llama Pantalón-oscuro Camisaclara. Qué nombre tan largo. Once sílabas métricas. No hay ingeniero en informática capaz de retener esa información por mucho tiempo. Qué poco nos conocemos. Qué poco interesados estamos en conocernos. A mí no me interesan mis compañeros de trabajo. El desinterés es mutuo. 156
Yo tampoco les intereso a ellos. Cada cual va a lo suyo. A sus líneas de código. A sus minutos de almuerzo. A su ruta de ómnibus. A su prisa habitual. Locos por llegar a alguna parte vamos. Una maratón infinita. Una meta tan engañosa como la línea del horizonte. Tal vez llegaremos algún día a la meta. Ojalá entonces no nos miremos con decepción. Ojalá no digamos en voz baja, así que era esto. Ahora, luego de tanto tiempo, pienso en esas cosas. Me pregunto si me he convertido en una mala persona. No quiero ser una mala persona. Siento verdadero interés por conocer el secreto del cibernético. Varmint, a dónde querías llegar con todo esto. Estudio el código. Línea a línea. Al parecer el objetivo de Little Boy es detener las transmisiones en vivo y proyectar antiguas grabaciones. De seguro son grabaciones comprometedoras, contrarias a los intereses de la empresa. Si no fuera así, para qué perder el tiempo programando un malware. De seguro pedía algo a cambio. 157
Dinero, quizás. Chantajear al jefe. Al jefe de la empresa. No lo sé. Eso sería bastante estúpido. Incluso viniendo de alguien tan inteligente como Varmint. El video está en una carpeta que nunca hemos necesitado actualizar. El video no parece un video. Está en otro formato. Está encriptado. Intento desencriptarlo usando algunas herramientas. Nada. Sospecho que solo Little Boy puede hacer algo así. Me gustaría intentarlo. Pero no lo hago. Little Boy es impredecible. Es un completo desconocido. Como su dueño. No puedo confiar en ellos. Cuántas cosas pueden hacer. Hay mucho que no comprendo. No puedo arriesgarme. Llama la atención el nombre del video destinado a proyectarse si se activa Little Boy. Los nombres se generan automáticamente. Son una combinación entre el identificador de la cámara, la fecha y la hora. La fecha es llamativa. 158
La fecha es inolvidable. La fecha es conmovedora. Va marcada la fecha en el corazón de cada ciudadano de la luz, como si se tratara de una cicatriz hecha por el hierro caliente. Veintinueve de febrero. F-29. El día de los atentados terroristas. Qué dolor. Qué dolor. Qué pena. La fecha llega a la memoria. Arde el corazón como una marca de hierro caliente. Algo suena en el pecho. Pip como un lector de códigos de barras. Qué dolor. Qué dolor. Qué pena. Han pasado los años. Aun así, el miedo es un estado permanente. Un portazo en medio de la noche parece un disparo. Un toque a la puerta parece un asalto. Un desconocido parece una amenaza. Qué dolor. Qué dolor. Qué miedo. Estamos dibujados por todas las tonalidades del miedo. F-29 es demasiado fuerte aún. Qué sabía el cibernético. Qué puede haber en esa antigua grabación. 159
La grabación es inaccesible. Está codificada. No consigo decodificarla. Lo intento con varios programas. No lo consigo. Ni siquiera utilizando un programa profesional. Regreso al código. Sigo tirando de la cuerda. Sigo buscando una explicación. Finalmente llega la explicación. Solo Fat Man puede desencriptar el video. Fat Man, me pregunto. Fat Man, digo en voz baja. No lo puedo creer. Son dos bombas lógicas. Me llevo las dos manos al rostro. Qué hiciste Varmint, con una era ya bastante peligroso. Tengo curiosidad. Quiero utilizar a Fat Man y ver el video, pero me resulta imposible. Ahora me doy cuenta de que solo Little Boy puede activar a Fat Man. Y que esta activación solo es posible si todo el sistema está funcionando. Conozco la clave para despertar a Little Boy. Si activo esta bomba lógica llegaré a un punto de no retorno. La bomba es impredecible. Tengo curiosidad. Pero no estoy loca. 160
No es mi interés destruir el lugar donde trabajo. Este sería un buen momento para olvidarlo todo. Es mejor no tener problemas. No arriesgar esta estabilidad de la que disfruto. No quiero saber más. Las tres. Las cuatro. Las cinco. Son las cinco de la mañana. Pronto amanecerá. Voy hasta la cocina. Comienzo a preparar el desayuno. Mi esposo llegará a media mañana. En la tarde tendrá que volver a irse. Hoy no coincidiremos. Tiene guardia esta noche. Otra vez. Es un esfuerzo inhumano. Ni siquiera un hombre-insecto se merecería esta fatiga. Tengo deseos de abrazarlo. Contarle sobre el código. Hemos pasado mucho tiempo juntos, mirando este código. Tengo ganas de observar a mi marido. Sin prisa observarlo. Decirle que lo quiero. Dejo el desayuno tapado para cuando él regrese. Miro el reloj. 161
Son casi las seis de la mañana. Salgo a la calle. Con prisa salgo. Debo llegar temprano a la parada. El ómnibus no espera.
162
Fragmento del código Varmint
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*/ namespace Primicia\UtilBundle\Menu; use Knp\Bundle\MenuBundle\Menu; use Primicia\UtilBundle\Menu\CollapseItem; use Symfony\Component\DependencyInjection\Container; use Symfony\Component\HttpFoundation\Request; use Symfony\Component\Routing\Router; class SeguridadMenu extends Menu { /** * @param Request $request * @param Router $router * @param Container $container */ public function __construct(Request $request, Router $router, $container) { parent::__construct(); $this->setCurrentUri($request->getRequestUri()); $this->setAttribute(‘class’,’nav nav-list menu_lateral’); $translator = $container->get(‘translator’); if($container->get(‘security.context’)->isGranted(‘ROLE_ADMIN’)) { ... } else { ... $lBoy= “Made in China T1050208”;
}
}
...
?>
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Cámara lenta
Hoy, el más atípico de todos los días. Una cadena de acontecimientos. Un suceder de las cosas más allá de mis acciones. O de mis voluntades. El curso de la vida no pide permisos. Cómo comprender los hechos cuando ocurren atropelladamente. Cómo contarlos. En orden cronológico, quizás. Llegué a la parada temprano. Abordé el ómnibus. Un enjambre intentando salir de la periferia. El ómnibus en marcha. Todo bien. Nada podía salir mal. O sí. El olor a quemado. El ruido del motor. El humo. La avería. Todos abajo, dijo el conductor. Y bajamos. Un enjambre en medio de la carretera. Entre la periferia y la ciudad de la luz. En medio de la nada. A lo lejos la luz de la ciudad. 165
A lo lejos el borde. A la vista solo algunos kilómetros intransitados de asfalto. El conductor vertió agua en el radiador. Movió las piezas. Hizo lo que pudo. Se limpió el sudor de la frente con el antebrazo. Cerca de una hora en eso. Hasta que volvimos a subir. Histérica subí. Histérica bajé en mi parada habitual. El jefe ni siquiera me permitió llegar a mi puesto de trabajo. Venga a mi oficina, dijo. Lo seguí. A cada paso fui empequeñeciendo. Esa vez el jefe necesitó un microscopio para mirarme. Es la segunda vez en la semana que llega tarde, dijo el jefe. Verá, yo salí muy temprano de la casa, dije. Pero al jefe no le interesaban mis argumentos. Sabe cuántos ingenieros en informática hay en esta ciudad, preguntó. Más de catorce mil, dije. La respuesta pareció irritarlo. Era una pregunta retórica. Por supuesto. El jefe no esperaba que conociera la respuesta. El jefe cree que todos somos imbéciles. 166
Usted no se da cuenta de la posición en la que está, dijo. Yo estaba de pie sobre la mesa perfecta e iluminada del escritorio del jefe. Las manos al lado del cuerpo. El cuello inclinado hacia arriba. Los ojos fijos en la lente del microscopio a través del cual el jefe asomaba su pupila. Las orejas calientes. La cara caliente. Un ligero temblor de las manos. Es la segunda vez en la semana que llega tarde, repitió el jefe. La voz gruesa. Ensordecedora. Un trueno la voz. Primero se robó unos minutos luego del horario de almuerzo. Ahora llega más de una hora tarde. La voz me intimidaba. La voz tenía un efecto nocivo sobre mí. Disculpas pedí. Esto no volverá a ocurrir, dije. Tiene razón, dijo el jefe. Y abrió la boca para arrojar una sentencia. El jefe abrió la boca para decir la sentencia. El sonido se asomó a la punta de la lengua del jefe. El sonido estaba a punto de salir y expandirse por la habitación iluminada. El sonido era previsible. 167
Predecible. Quizás por eso, el instante previo a la pronunciación fue idílico. Acogedor. Perfecto. La paz previa a los grandes acontecimientos. La paz que antecede a los holocaustos. Por un momento creí que el mundo debía detenerse en ese instante. Congelado el tiempo en ese instante donde aún cada suceso era previsible. Entonces llegó la voz. Llegó ralentizada. Una cámara lenta. Eeeessss táaassss deeeessss peeeeeee diiiiiiiiiiiiii daaaaaaaaa aaaaaaaaaaa Después de esas palabras nada volvió a ser lento. Después de esas palabras la vida ocurrió a un ritmo veloz. Entrar a la oficina. Recoger mis cosas. Entrar al sistema por última vez. Explicar a la líder de proyecto hasta dónde logré avanzar. Mirar las trazas. 168
Notar que han hecho reportes de mi historial en el sistema. Al parecer los de arriba me investigaron. Saben que he descargado archivos de video. Pero ahora ya nada de eso importa. Adiós a mis compañeros. Miradas atónitas. Entrar a la oficina de recursos humanos. Firmar la baja. Liquidación de sueldo. Once días de sueldo. En efectivo. Firmar la nómina. Todo en orden. Entregar la credencial. Llegar hasta la puerta. Hasta el guardia de seguridad. El hombre me cachea el cuerpo casi con tristeza. Casi como si fuera a extrañarme. Casi con cariño, si pudiera existir cariño, acaso, en el acto de manosear un cuerpo. Cómo te llamas, le pregunto al guardia. El hombre me mira atónito. Yo me justifico. Pregunto cuántos años llevamos trabajando juntos. El hombre no sabe. El guardia no sabe. Cuatro años, digo. Tiempo más que suficiente para memorizar un nombre. El hombre me mira extrañado. 169
Quiero pensar que su extrañeza no es tal extrañeza sino una emoción mal disimulada. Cosas que los hombres complican. El guardia me mira con ojos cansados. Debe estar próximo a la edad de retiro. Tampoco sé su edad. La edad no me interesa. La edad es un invento sin sentido. El guardia tiene el abdomen prominente. Quizás sea hipertenso. Diabético. Quizás tenga várices. Pero eso tampoco me interesa. Mucho menos a estas alturas. Porque cuando salga por esa puerta comenzaré a olvidarlo todo. Incluso los códigos del sistema de cámaras. El nombre es todo lo que puedo retener de este guardia al que ya he comenzado a olvidar. El guardia me mira a los ojos. Pantalón-oscuro. Camisa-clara. Ese es mi nombre, dice. Luego escupe en el suelo. Luego se limpia los labios con el antebrazo. Juraría que hubo desprecio en el tono de su voz. O al menos algo muy parecido al desprecio. Bajo las escaleras. Paso a paso bajo. Llevo tacones de aguja y camisa de mangas largas. 170
Debajo de la tela siento arder la cicatriz del hierro caliente. Desde la calle el edificio luce hermoso. Una joya de la arquitectura de la luz. Ahora este edificio nunca más será mi lugar de trabajo. Me pregunto qué sucederá ahora. Qué será de mí. De mi familia. Soy la única entrada de dinero fija. El eje. Cómo pudo pasar esto. Yo quería explicarle al jefe. Yo hice promesas. Yo juré. Pero el jefe ya había dictado la sentencia. De nada valieron mis súplicas. Palabras y palabras que se amontonaron en el suelo de la oficina del jefe. Ahora no dependía de mí. Nada de lo que hiciera o dijera cambiaría algo. Hay catorce mil ingenieros en informática optando por la vacante que acabo de dejar. El jefe lo dijo. Peor malo conocido que malo por conocer. No quiero volver a verte cerca. Llamaré a la policía si regresas. El edificio donde ya no trabajo se ha vuelto de golpe más hermoso. Su belleza me duele en los ojos. Es por eso que lloro. Por la belleza. 171
No por el trabajo perdido. No. No estoy llorando. Es solo la luz. Es la vista cansada. O una basurita que iba flotando en el aire. Como todos saben, una partícula que se desplaza, buscará siempre el ojo más próximo. No estoy llorando. No estoy desesperada. No puedo darme el lujo de salir de mis cabales. Estas lágrimas no son lágrimas. Es líquido que se me ha acumulado en la cabeza. Y se me sale por los ojos. Por algún lugar tenía que salir. No estoy llorando. No. Yo solo. No lo sé. Yo. Tengo deseos de romper algo bello. El mundo gira a mi alrededor. Estoy mareada. Creo que voy a vomitar. Me viene una arqueada. Luego otra. De mi boca sale un enjambre de insectos. Vuelan los insectos hacia la luz. Se pierden en el aire de la ciudad. Vomito una vez. Y otra vez. Y otra más. 172
Los insectos zumban dentro y fuera de mi cabeza. Los insectos se van y me dejan aquí. Camino hasta uno de los bancos del parque. Duro y frío. De mármol. El barrendero se acerca. No puede estar aquí, me dice. Sus ojos hacen pip como un lector de códigos de barras. Quisiera decirle que puedo hacer lo que me plazca. Es este un lugar público. Con palabras groseras quisiera decirlo. Y lo digo. Y me escucho. Y reconozco en mi voz el sonido inconfundible de una mujer-insecto. En mi brazo se retuerce la cicatriz del hierro caliente. Entonces me muerdo los labios. Me levanto del banco. Escapo. Como si escapar fuera posible. Llego a la parada. Podría esperar unas horas por el ómnibus. Llegar a la periferia. Entrar a mi apartamento de estalactitas y estalagmitas. Dejarme caer en el sofá de la sala. Como una perdedora dejarme caer. 173
Y quejarme de mi suerte. Pero no soy una mujer que se siente a quejarse de su suerte. Soy una ingeniera en informática. La ingeniería me arrastra al pragmatismo. A la racionalidad. La racionalidad es una muchacha de saya gris y cabello recogido. La racionalidad me habla. Basta ya, dice. Lo primero es la imagen, dice. Deja de llorar, dice. La ciudad de la luz no está hecha para una mujer que llora. La ciudad de la luz agarra por las piernas a las mujeres que lloran. Como si fueran bastones de caramelos las agarra. Las muerde. Las quiebra. Las mastica. Las engulle. Sécate esas lágrimas, me dice la racionalidad. Arréglate el cabello, dice. Maquíllate los labios con un lápiz magenta. No importa si estás triste. Nadie te mira a los ojos si llevas unos labios así. Levanta la barbilla, me dice la racionalidad. Imagina que en el bolso llevas una Colt calibre 45. Lo dice y se ríe. Sabe que nunca he disparado un arma. Yo también me río de mi estúpida racionalidad. 174
Necesito un nuevo trabajo. Camino por la ciudad dispuesta a encontrar algo. Con mi sueldo de once días voy de un lado al otro. Voy al ministerio del trabajo. Me atiende una empleada gorda. Tan gorda. Una masa compacta de pliegues. Es difícil entender dónde termina su cuerpo. La señora me atiende desde el otro lado de una ventanilla de cristal. Habla lento. Tiene el tono de una mujer ocre. Tiene dos lenguas de veneno ocre. Pero las lenguas son tan gruesas que los conductos de veneno están atrofiados. El veneno ocre le fluye hacia dentro. El veneno no la mata, pero la debilita. La hace lenta y desagradable. Mi voz le molesta desde el otro lado de la ventanilla. Mi presencia le molesta. Le recuerda que otras mujeres ocres pueden escupir su veneno a dos metros de distancia. La señora me odia. Me fulmina con su mirada ocre y lenta. Quiere matarme la mujer ocre. Pero no puede. Es esta una señora hecha de todas las tonalidades de la frustración. Y de la rabia. 175
Si no estuviera la ventanilla de cristal se arrojaba sobre mi cuello. Me estrangulaba con sus manos ocres. Me arrancaba la piel. Eso, tal vez, la haría sentir mejor. Por suerte está la ventanilla. La señora gruesa y ocre desliza un formulario por debajo del cristal. Debo llenar el formulario. Hojas y hojas de papel. Informaciones redundantes. Una y otra vez hay que poner el nombre. La dirección. El número de identidad. Una y otra vez el currículo. El teléfono. El nombre de los padres. Pregunto cuál es la utilidad de los nombres de los padres. Pero la mujer gruesa y ocre no soporta que le hagan preguntas. No me hagas perder el tiempo, dice. Muy despacio lo dice y pone las manos sobre el cristal. Cuando le entrego las planillas, la mujer ocre no dice una palabra. Distraída hojea el papel. Me llamarán, pregunto. La mujer ocre se ríe. Sus dientes son ocres y filosos. Sabes cuántos ingenieros en informática hay en la ciudad, pregunta. 176
Catorce mil, digo mientras camino hacia la puerta. No tengo deseos de ver la expresión de su cara luego de escuchar mi respuesta a su pregunta retórica. Camino por las calles. De un lado a otro voy. Aún sin creerlo. Quisiera estar soñando. Abrir los ojos y despertar. Preparar el café de las mañanas. Bajar las escaleras con prisa. Llegar al ómnibus. Y luego al trabajo. Quisiera despertar. Es todo tan absurdo. Voy de un lugar a otro y no encuentro un trabajo para mí. No quedan trabajos para ingenieros en informática. Al menos no en la ciudad de la luz. En otra parte quizás. Aquí no. No hay plazas de programadores. Analistas. Diseñadores. Arquitectos. Probadores. Nada, no hay nada. Ni siquiera hay plazas de secretarios. Cocineros. Auxiliares de limpieza. 177
Choferes de ómnibus. Todas las vacantes fueron ocupadas por trabajadores del paro. Incluso por ingenieros en informática. Paso todo el día caminando de un lugar a otro. Entro en oficinas y ministerios. No consigo nada. Ni siquiera una esperanza. Es como si caminara en sueños. Las piernas pesadas. La calle interminable. Los pasos demasiado cortos. Es una cámara lenta. No alcanza mi día para llegar al final de la historia. Habrá que volver mañana. Seguir intentándolo. A pesar de que catorce mil sea un hermoso número para las estadísticas. Se está haciendo de noche. Voy hasta la parada. El ómnibus llegará en breve. La gente comienza a acumularse. Hay un chico vestido con uniforme de colegio público. El chico hace chistes verdes. Me entretengo mirando al chico. Tiene una vis cómica. Los chistes son terribles. Él no, a pesar de la marca del hierro caliente en su brazo izquierdo. 178
Tengo deseos de pedirle que nunca se haga ingeniero. La ingeniería está sobrevalorada. El ómnibus llega. La gente se amontona en la puerta. Somos una masa casi compacta que puja para entrar. Estoy en las afueras de la masa. Casi en las afueras, quiero decir. Siento el impacto. El tirón. Alguien me arranca el bolso de las manos. Alguien desde afuera me lo arrebata. Se da a la fuga. Quiero zafarme de la masa. Ir tras quien sea que ahora corre por la calle llevándose mi bolso. Mi único bolso. Mis once días de liquidación. Mis documentos de identidad. Grito. Desde el interior de la masa compacta grito. Pero mi grito se confunde con el de la gente que intenta subir. Y con el de la gente que es aplastada por otros que abordan. Y la masa se mueve. La masa me arrastra. Estoy dentro del ómnibus. El ladrón se ha perdido de vista. Justo ahora que nada podía ir peor. 179
Dentro del ómnibus la masa sigue siendo compacta. Puedo sentir contra mi cuerpo partes que no me pertenecen. Codos. Cabellos. Genitales. Rodillas. Axilas. Todos contra mi cuerpo. Al fondo del ómnibus está el chico y sus chistes verdes. Y la gente se ríe. Y yo también quiero reírme. Y no lo consigo. Pienso en mi bolso. En todas las cosas que he perdido hoy. Este ha sido un día extraño. Ni siquiera en sueños las cosas suelen ir tan mal. Solo tengo deseos de llegar a casa. Darme un baño caliente. Mi marido esta noche está de guardia. Pero regresará mañana temprano. Lo extraño tanto. Mi casa. Ya estoy llegando. Entonces recuerdo que he perdido las llaves. Saco mi teléfono del bolsillo. Llamo a Denise. Necesito que me esperes, digo. He perdido la llave del apartamento. Ya estoy llegando. 180
Son solo unos minutos. Eso dije. Como si pudiera predecir el tiempo, lo dije. No supuse el olor a quemado. El ruido del motor. El humo. La avería. Todo repitiéndose, como esta mañana. Cómo es posible. Cómo este ómnibus puede romperse dos veces en un mismo día. El conductor nos manda a bajar. Este, el peor día de todos. Qué rabia. La rabia dando vueltas dentro de mi boca. Tengo deseos de gritar. Voy a gritar. Grito. La gente ni siquiera me mira. No soy la única que zumba como una mujer-insecto. Supongo que es normal. Las circunstancias sacan lo peor de mí. Y de ellos. También saca lo peor del chofer. El chofer lleva más de una hora tratando de solucionar el problema. Ya lo ha intentado todo. Al menos todo lo que está en sus manos. Es inútil. 181
Lo sabe. Por eso patea uno de los neumáticos. Maldice en voz alta. En casa, Denise tendrá que esperarme un poco más. Una hora más. O dos. No estoy segura. Me siento cansada. Todos estamos cansados. Por eso vamos en cámara lenta. Somos un enjambre que avanza despacio hacia la noche.
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Cuaderno de apuntes (Chistes del chico que lleva uniforme de colegio público)
☺ Dos señoras muy pero muy viejas y arruga-
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das, dan vueltas por la ciudad de la luz. Quieren encontrar el antiguo museo de historia natural. Se acercan a un borracho y les preguntan cómo llegar al museo de las momias. El borracho les responde: si no saben regresar ¿para qué salen? Este era un hombre que tenía mala suerte, pero tan mala suerte, que se sentó en el pajar y se pinchó el culo con la aguja. Había una vez un hombre que murmuró algunas palabras en un juzgado y se encontró casado. Un año más tarde, murmuró algo en su sueño y terminó divorciado. ¿Quién está más enfermo, el pene o la vagina? El pene, porque tiene una cortada en la cabeza, sufre de varices, tiene dos tumores y se desmaya cuando vomita. El profesor de la clase de historia contemporánea pregunta: –A ver, Pepito, dígame ¿Quién fue el responsable de los atentados del F-29? –No sé, profesor, pero yo no fui. El hombre, horrorizado por la desinformación del niño, se dirige al director de la escuela pública y le relata el incidente, a lo que el director responde: –Mire, yo conozco muy bien a Pepito y a toda su familia. Si Pepito dice que él no lo hizo, entonces yo le creo. 183
El principio del fin
Al fin he llegado a la periferia. Cuando el último autobús se va somos una isla perdida en el asfalto. Podríamos gritar por auxilio. Gritar hasta quedar sin voz. Nadie vendrá por nosotros. Estamos en el medio de la nada. Estamos solos. Estamos desamparados. Lo que sucede en la periferia se queda en la periferia. Nunca seremos la noticia en el telediario. No hay cámaras de vigilancia sobre nuestras cabezas. Es como si no existiéramos. Si una cámara no sigue tus movimientos no existes. En el centro de la ciudad de la luz la gente no sabe que existimos. La gente no conoce la cicatriz del hierro caliente. Los ojos hacen pip como un lector de códigos de barras. Los ojos no saben lo que ven. Es la marca quien habla por sí misma. La gente desconfía por instinto. La gente nunca vio un apartamento de prefabricado. Estalactitas y estalagmitas. 185
Regreso al origen. A la vida aborigen. Si lo dijera nadie creería que hay gente que vive así. Si lo escribiera le llamarían ficción. Si les mostrara un video dirían que son efectos especiales. Si lo dijera en televisión un sábado por la noche o un domingo por la tarde sería un chiste fallido. Ojalá supiéramos qué hacer. Mi marido siempre dice que la palabra de orden es resistir. Y resisto. Soy una resistencia. Eléctrica quizás. A veces doy vueltas sobre mi propia estructura para resistir. Mi rabia dentro de mi rabia. Tres vueltas de rabia espiral. Al rojo vivo la rabia. Que nadie me toque en este momento. Que nadie me hable. Ardo. Quemo. Puedo incluso explotar. Soy un fuego en medio de la calle. Oscuro fuego en las calles oscuras de la periferia. Al fondo de la calle oscura está mi edificio. Una furgoneta acaba de detenerse frente al paso de escalera. 186
Dos hombres-insecto bajan de la furgoneta. Llevan fusiles automáticos. Los sostienen sobre el pecho. Los cañones apuntan arriba. Sin camisas están los hombres-insecto. Solo las alas en las espaldas. No sienten frío. No sienten pudor. No sé qué sienten. Quizás los hombres-insecto son incapaces de sentir. La puerta de mi apartamento está cerrada. La luz encendida. Veo la luz a través del cristal de la ventana. Denise debe estar en la casa. Me está esperando. A esta hora ya debía haber comenzado sus recorridos nocturnos. Pero hoy me espera. He perdido mi llave. Ella no se va hasta que yo regrese. En eso quedamos. En este momento, de seguro ya tomó un baño caliente. Lavó sus cabellos. Se vistió de prostituta. Escote pronunciado. Saya de vinil. Pulseras de falso dorado. Botas de imitación. Mala imitación dañada por tantas noches iguales. A esta hora me está esperando. 187
No acabo de llegar. Seguro mueve el pie izquierdo con impaciencia. No sabe que estoy tan cerca. No sabe que corro a esconderme detrás de unos arbustos. No sabe que me cuesta creer lo que veo. Dos hombres-insecto con armas automáticas. No sabe que mis manos han comenzado a temblar de miedo y rabia. No sabe que la estoy llamando a su teléfono. No sabe que su teléfono se ha quedado sin batería. Los hombres-insecto suben las escaleras. Con sus armas semiautomáticas suben. Son tipos duros. Nadie los ve. En este barrio de las afueras nadie ve nada. Nadie oye nada. Nadie dice nada. Los vecinos tienen las puertas cerradas. Los televisores encendidos. Veo subir a los hombres-insecto. Por la escalera suben. Llegan a nuestra puerta. Golpean. Desde aquí escucho los golpes. Denise dice, un momento. Los hombres-insecto golpean. Una vez. Y otra vez. Y otra más. Desde aquí los escucho. 188
Abre la puerta, perra, dicen. Pero Denise no abre. Veo su silueta a través del cristal de la ventana. Está en la cocina. Busca algo. Un cuchillo, quizás. Los hombres-insecto sueltan ráfagas contra el ojo de la cerradura. Queda ciega la puerta. La puerta no se resiste más. Deja entrar a los desconocidos. Escucho los disparos. El cristal de la ventana se hace añicos. Vuela hacia la noche donde me escondo. Toda la rabia de la noche me rueda por la cara. Al rojo vivo la rabia. Es una cuestión de resistencia. Soy una resistencia concéntrica. Con ganas de quemar y de matar en legítima defensa. Tengo deseos de disparar. Ojalá tuviera un arma. Desde aquí tal vez pudiera hacer algo para defender a Denise. Para defender el apartamento. Para defender los objetos que hemos ido acumulando. Y la dignidad que también hemos ido acumulando dentro del apartamento. 189
Los hombres-insecto bajan. Uno de ellos se lleva un paquete en las manos. Suben a la furgoneta. Arrancan. Se alejan de mi edificio. De la calle. De la periferia. Carretera abajo hacen un recorrido extraordinario dada la hora. Muerdo mis labios para no gritar. Salados los labios. Salado el aire. Salada la noche. Podría gritar. Grito. Un grito que no alcanza para romper la noche. Ni para abrir las ventanas. Nadie ve nada. Nadie escucha nada. Nadie dice nada. De seguro la gente está bocabajo en el suelo. Temerosa la gente de una bala perdida que los encuentre justo allí, en el lugar menos probable. Corro hasta el edificio. Hay un muerto en las escaleras. El muerto me agarra por las piernas. Tu cabeza te salva. Tu cabeza te perjudica, dice el muerto. Le doy una patada en el estómago. Veo sangre salir por la boca del muerto. 190
Veo sus dientes manchados de sangre muerta. Y la risa como una mancha que se extiende, escalera arriba. La casa no es la casa. La puerta aún se balancea. La puerta está llena de agujeros de bala. La pared está llena de agujeros. Los agujeros son túneles que no conducen a ninguna parte. Hay trozos de cristal rotos en el suelo. Está rota la pantalla de tubos de rayos catódicos. Las estalactitas están derrumbadas. Y las estalagmitas. La espuma de los muebles flota en el aire. Denise. Denise. Denise. Ha perdido mucho aire. Pero quizás aún está viva. Si pierde todo el aire, muere. Denise, digo. Ella sonríe, una mueca tan gris como sus ojos. Queda congelada la mueca. Quedan abiertos los ojos. No hay más aire. Está hundida dentro de su disfraz de prostituta. Busco la válvula. El aire escapa. Me llevo la válvula a los labios. Soplo. 191
Denise, resiste, digo. Denise parpadea. Ha vuelto a la vida. Tomo aire para seguir soplando. Mientras tomo aire Denise vuelve a morir. Soplo. Una vez. Otra vez. Otra más. Un ciclo de muertes y resurrecciones que no tiene para cuándo acabar. Necesito cinta adhesiva. Denise tiene el vientre destrozado. Los brazos destrozados. Las piernas. Envuelvo. Trato de hacerlo lo mejor posible. Es una envoltura a toda prisa. Luce irregular. El aire entra pronto. Sale despacio no sé por dónde. El cuerpo se deforma. Ahora la prostituta no se parece a la prostituta. Su cuerpo no se parece a su cuerpo. Ha perdido la forma esbelta. La piel tersa. La cintura pequeña. Hay un agujero de bala en el medio de la cabeza inflable. Clausuro el agujero de su cabeza. Denise. Denise. Denise. 192
Me escuchas, pregunto. Vas a sobrevivir, muchacha. Resiste un poco más. Ella sonríe, una mueca tan gris como sus ojos. Quiere decir algo. Hasta abre la boca para decirlo. Pero no tiene el aire necesario para pronunciar palabras. Inflo un poco más. Entonces se escucha la voz. Para, dice. Yo hago como que no la escucho. Deja de soplar, dice. Pero yo no quiero parar. No puedo entenderlo. No. Ya deja de luchar, dice. Yo no quiero vivir así, dice. Todo lo que podía sentir estaba en mi cabeza inflable. Ahora quiero una muerte digna, dice. Eutanasia, dice. Está dentro de la ley, dice. Como si la ley importara en este barrio de las afueras. No quiero que nadie más me vea así, dice. Escúchame, dice. Y me cuenta sus últimas voluntades.
193
Cuaderno de apuntes
Cuando uno muere, por muy inflable que sea, alguien debería sentirse triste, alguien debería llorar, alguien debería sentir que la vida ya nunca más será la misma. Aunque luego la vida se adapte demasiado rápido al cambio. Es sabido que la gente se adapta demasiado rápido. Se vuelve del funeral y se entra a la misma casa donde se ha vivido antes. Se da una ducha, como en esos días en que tiene trabajo y traga la misma comida de todos los días.
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Últimas voluntades
El cadáver de la prostituta inflable está tendido en el suelo de la cocina. Lo miro. Lo vuelvo a mirar. Es difícil de creer. Denise dijo. No dejes que me lleven a un vertedero de chicas reventadas, es un lugar espantoso. En eso siempre fue precisa. Las tijeras están en la primera gaveta. Yo soy la que ahora mismo no sabe dónde está. Mi mente lejos de mi cuerpo. La vida ya nunca volverá a ser la misma. Hay cosas que no tienen vuelta atrás, como los sueños inconclusos. Telefoneo a la policía. Dicen que llegarán en breve. Cuelgo. Caigo en la cuenta de que nunca me preguntaron la dirección. Yo tampoco la dije. Vuelvo a llamar. Nadie contesta. Llamo una y otra vez. Y otra vez. Y otra más. Hasta que la misma voz de antes me dice que estoy equivocada. 197
El número inequívoco de la estación de policías no es el error. Lo sé. El error ha sido llamar. A nadie le interesa lo que sucede en las afueras. En el borde del borde. Es sabido. Esta es la periferia. Aquí todos estamos desesperados. La policía se preocupa por los que aún tienen oportunidad. Es un principio básico. Incluso en casos de accidente se aplica. El más fuerte inventó la ley del más fuerte. Los protocolos de rescate. Los principios básicos. Los finales. Hizo la ley y la trampa de la que nunca lograremos salir. Denise, como nadie, lo sabía. A ella le parecía un asunto demasiado obvio. Falta poco para el amanecer. Parece una noche interminable. La larga noche de los quinientos años. El desamparo es una sensación casi corpórea. Más que nunca, extraño a mi marido. Esta noche trabaja fuera. Vigila los almacenes del puerto. Debe regresar a media mañana. Con hambre. Con sueño. Con sed. 198
Cuando vuelva se encontrará esto. La puerta ya no nos protege. Se mueve con el aire de la noche, como una veleta al viento. Desde aquí puedo escuchar al muerto de las escaleras. Ríe como un hombre-insecto. Cómo alguien puede reír así en un momento como este. Mientras lloro, ríe el muerto de las escaleras. A veces quisiera tener un arma. Destrozar todo lo que se me ponga por delante. Tres vueltas concéntricas de rabia al rojo vivo. Ardo. Quemo. Puedo incluso explotar. La casa está en ruinas. La puerta de mi cuarto también fue profanada. Ciega la puerta. Disparos en el ojo de la cerradura. Roto el espejo. Agujereada la cama. El closet. Todo parece quebrado. Registro en los escombros del cuarto. Mi computadora portátil no está. Uno de los hombres-insecto se la llevó. Yo lo vi. Había un bulto en sus manos. Era mi portátil. 199
Busco una y otra vez. Y otra vez. Y otra más. Se la han llevado. Allá fue mi instrumento de trabajo. El sustento de la familia. Mi literatura inédita. Llevaba meses trabajando en la beca literaria. La novela iba por buen camino. Tenía la certeza de que era lo mejor que había escrito hasta ahora. Adiós a la oportunidad de publicar con una buena editorial extranjera. Planeta o Anagrama. Adiós a una vida mejor. Voy hasta la cocina. Sirvo un vaso con agua. El agua no logra borrar el sentimiento. Vista desde arriba, la imagen de Denise roza lo grotesco. La llevo hasta su cuarto. Camino entre los escombros. Deposito su cuerpo sobre las sábanas manchadas por pisadas de fango. En las gavetas del cuarto también hay tijeras. Parece haber tijeras por toda la casa. Las últimas voluntades fueron precisas. No quiere que nadie más la vea así. Es algo que debo hacer yo. Debo apresurarme. Mi marido está por llegar. 200
Él tampoco debe verla en este estado. Son sus últimas voluntades. Zafo la cinta adhesiva. La piel de vinilo soldado queda al descubierto. Girones de vinilo. Duele la imagen. Cómo fuiste a acabar así, muchacha. Pregunto. Nadie responde. Están abiertos para siempre los grandes ojos grises. Acerco las tijeras. Las tijeras recorren el cuerpo inflable. Desde el ombligo de Denise. En dos mitades Denise. Más abajo de la piel hay píldoras de colores brillantes. Unos cuarenta bitcoins de colores brillantes. Estoy fuera de peligro. Había dicho Denise una semana atrás. Tuvo que vender la vagina portable para saldar la deuda. Un señor muy viejo con unas alas enormes le dio quince bitcoins. Estoy limpia, había dicho. Por esos días se sentía aliviada. Son unas bestias, podrían hacer cualquier cosa. Unas semanas atrás esas habían sido sus palabras. No me esperaba que esos tipos duros vinieran a matarla. 201
No a la casa. Ella nunca se traía el trabajo a la casa. Solo las píldoras de colores brillantes. Por qué matarla ahora. Si la iban a matar, por qué proporcionarle nuevas píldoras de colores brillantes. Por qué matarla y dejar las píldoras. Cerca de cuarenta bitcoins. Una cifra nada desdeñable. Es obvio que estos hombres-insecto no tenían idea. Yo los vi sin camisa. Mis ojos no hicieron pip como un lector de códigos de barra. Esta gente no tenía en su hombro la cicatriz del hierro caliente. Traían armas automáticas. En este barrio de los suburbios no abundan las armas automáticas. Yo vi la furgoneta perderse por la autopista. La vi alejarse de la periferia. Los negocios de la prostituta siempre han sido en la periferia. Esta era gente de fuera. La prostituta nunca salía de los suburbios. Quién la conocía fuera. Quién tenía la intención de descargar una ráfaga de munición sobre su cuerpo inflable. Hoy regresé más tarde del trabajo. Casualmente más tarde. Denise me estaba esperando. 202
En días normales, sería yo quien hubiera estado en la casa a la hora del asalto. Mi marido también podría haber estado. A esta hora seríamos nosotros dos cadáveres entre los escombros. Denise ha muerto en nuestro lugar. Querían matarnos. Por qué alguien querría matarnos. Nosotros que a nadie le hacemos mal. Los habitantes de la periferia podrían matarnos por una portátil. Pero en la ciudad de la luz la gente no mata por tan poca cosa. Venir de tan lejos acá. Para matar. Para robar. No encuentro sentido. A no ser que fueran órdenes. Quién ordenaría mi muerte. Por qué. El jefe acaba de despedirme. El jefe es detestable, pero no es un asesino. No puede serlo. Claro que no. No soy una persona de interés. Soy un pequeño insecto de campo. Para matar a un insecto de campo basta con aplastarlo con el zapato. No es necesario contratar una banda armada. El despido es suficiente castigo para alguien como yo. Por qué matarme. 203
Qué he hecho. No debe ser por los videos que he sustraído del trabajo. Son videos banales. Solo eso. Ellos no saben nada de la bomba lógica. Si lo supieran ya la habrían eliminado. Es el protocolo para los casos de amenaza. Las amenazas se eliminan. Cómo puedo ser yo una amenaza. Mi error ha sido no entender el código Varmint. Mi error ha sido tratar de entenderlo. Tratar de hacer bien mi trabajo. El jefe nunca me creería si le contara todas las horas extras que trabajé para él desde la casa. Mi error ha sido trabajar en tiempo libre. Este es mi premio a la mejor trabajadora del mes. Corrección, a la trabajadora más estúpida del mes. Varmint, todo es culpa tuya. Deberías haber muerto en mi lugar. Denise no tenía la culpa, tampoco yo. Tu estúpido código. Tu estúpida manía de creer en las garantías futuras. Tenías que ser cibernético, Varmint. Miro a través de la ventana. Está amaneciendo. Mi marido pronto llegará. Debo apresurarme. Cortar a Denise. 204
Finas tiras de vinilo dentro de un cubo metálico. Vierto alcohol sobre las tiras. La botella de licor azul Mulata. La botella de las ocasiones especiales. Rayo un fósforo. El olor a melocotones verdes inunda la casa. El fuego es verde. Recojo las cenizas. Debo cumplir sus últimas voluntades. Es lo menos que puedo hacer. Ella fue clara. Yo solo sigo las instrucciones. Vierto las cenizas en el inodoro. Descargo. Son sus deseos. Ahora nunca llegará a un vertedero de chicas reventadas. Ella dijo que es un lugar espantoso. En la mano tengo los grandes ojos grises de Denise. Alguna vez estos ojos fueron de un azul muy intenso. Ahora están cansados de tanto mirar la mala vida. Me los ha dejado de herencia. A sabiendas de que para mí son inútiles y tortuosos. Pero Denise, a pesar de todo, quiso que me quedara con ellos. Cuando tengas un hijo, pidió ella, dáselos para que juegue a las canicas. 205
Escombros
Mi marido no puede creerlo. Se lleva las manos a la boca. Me abraza. Me mira. Me besa la frente. Está llorando mi marido. Yo también estoy llorando. Quiero dejar de hacerlo y no lo consigo. Estás bien, pregunta. Le respondo que sí. Vuelve a preguntar. Es como si no me escuchara. Los ojos muy grandes. Asustados los ojos. Le digo de la carta. Le digo que lo reclutan para la guerra. La carta decía que la guerra marcha bien, pero hace falta un esfuerzo definitivo. Siete días para presentarse en el Ministerio de las FAI. Siete días para despedirse de la vida. Siete días para comenzar a morir. La guerra no. No puede irse mi marido para la guerra. No quiero que se vaya. El que se va nunca regresa. Cuando mucho regresa el cuerpo. Pero nunca más se vuelve a ser la misma persona. 207
La guerra no, digo con histeria. La guerra no. La guerra no. La guerra no. Mi marido vuelve a abrazarme. Lo tenemos claro, dice. La guerra no. Está decidido. Tranquila, dice. Todo va a estar bien. Trataron de matarnos, digo. Nada está bien. Denise está muerta. Estoy sin trabajo. Hay catorce mil ingenieros en informática. Y trataron de matarnos. Te reclutaron para la guerra. Nada está bien. No tenemos casa. No tenemos dinero. La novela de la beca estaba en la laptop. Se robaron mi laptop. Mi instrumento de trabajo. No tenemos nada. Ni siquiera ilusiones. Era mejor que nos hubieran matado, digo. No vuelvas a decir eso, dice mi marido. Pero yo quiero decirlo. Y lo digo. Gritando lo digo. Mi marido me pide que haga silencio. Con una voz desconocida lo dice. 208
Su voz es el zumbido de un hombre-insecto. Su voz en nada se parece a la voz de mi marido. Ahora estoy llorando porque no reconozco la voz. Hoy soy la más frágil de todas las mujeres. Hoy no podré resistir otro golpe de la vida. Escúchame, dice mi marido. Tenemos que marcharnos ahora mismo. Si se dan cuenta de que sigues viva, los hombres-insecto regresarán. No podemos dejar que nos encuentren aquí. Tenemos que ir a un lugar seguro, dice. Un lugar seguro, repito. Y las palabras revolotean entre los escombros de la casa. No existen los lugares seguros, al menos no en la ciudad de la luz. Entonces nos iremos a otra ciudad, dice. Ya no quiero vivir en una ciudad, digo. Mucho menos aquí. Aquí no hemos logrado ser felices, digo. Esta es una ciudad demasiado iluminada para nosotros, digo. Demasiado hermosa. Somos insectos de campo, estas luces nos superan. Crees que alguien sea feliz acá, pregunto. Mi marido me besa la frente. Mejor nos vamos, dice. Ahora que todavía hay tiempo. 209
Crees que todo haya sido a causa del código Varmint, pregunto. Pero no sé qué me responde. He dejado de escuchar. Llegan a mi mente las líneas de código. Llega la voz angustiada de Varmint en la contestadora de su casa. «Mamá, escucha. No salgas de la casa. No abras la puerta a nadie. Luego te explico. Si no tienes noticias mías esta tarde, activa Little Boy. Ya sabes cómo hacerlo. Los de seguridad vienen por mí. Cuento contigo, mamá. Si todo sale bien regreso pronto. Un beso». La voz de Varmint en mi cabeza. «Los de seguridad vienen por mí». Yo había pensado en los de seguridad informática. Nunca imaginé que se tratara de hombres-insecto con armas automáticas. Hombres capaces de matar, del mismo modo en que mataron a Denise. Quizás Varmint los subestimó. Quizás Varmint pensó en diálogos pacíficos. Una entrevista en la oficina iluminada del jefe iluminado. Cuando mucho una sanción administrativa. Un despido automático. No imaginó Varmint que no le quedaría tiempo para exponer sus argumentos. Es lo que tiene meterse con gente peligrosa. 210
No era consciente el cibernético de cuán peligrosa era la gente que le rodeaba. Luego de varios años compartiendo el mismo techo. Los mismos convenios colectivos. Los mismos horarios de entrada y de salida. Mi marido registra entre los escombros. Junta algunas pertenencias que lograron sobrevivir a las ráfagas. Las deposita en una bolsa. Debemos apurarnos, dice. Pueden llegar en cualquier momento. Miro fijamente a mi marido. Quiero decirle algo. Hasta abro la boca para decir algo. Pero la palabra se me queda en los labios. Congelada la palabra. Congelada mi expresión. Lo mejor es guardar silencio. No hay tiempo para los preámbulos. Ni para las despedidas. Nada de lo que yo pueda decir minimizará el dolor. Salimos de la casa que por años fue nuestra. Bajamos las escaleras. El muerto de las escaleras nos mira muy serio. En una lengua extraña predice la mala suerte. Un murmullo que no logro entender. O al menos quiero pensar que no entiendo. 211
Vamos por la calle. Todo lo que tenemos lo llevamos a cuestas. Caminamos a prisa. En silencio caminamos. Mi marido de vez en cuando vuelve la cabeza para ver si alguien nos sigue. Nadie nos sigue. Al menos eso parece. Yo camino. Caminar es fácil. Un paso. Otro paso. Otro más. Los pies me llevarán a alguna parte. A donde mi marido diga. Sólo él puede pensar en un momento así. No podemos irnos por la autopista. Nos encontrarían enseguida. Es una posibilidad. Eso ha dicho mi marido. Yo pienso en mi antiguo trabajo. Cómo pudieron hacerme esto. Despedirme era más que suficiente. Cómo puede ser alguien tan cruel. Vieron mis trazas en el sistema y decidieron matarme. Me asociaron con Varmint y decidieron matarme. A mí, que solo pensaba en terminar mis líneas de código. Siento tanto rencor. Tanta rabia. 212
Mi rabia dentro de mi rabia. Tres vueltas de rabia espiral. Al rojo vivo la rabia. Saco mi teléfono. Qué haces, pregunta mi marido. Tengo ganas de acabar con todo, digo. De hacer daño a mi antiguo jefe. A su empresa. A la ciudad. Mi marido me pide que lo piense. No sabemos las consecuencias de la bomba. Y yo me río. Casi como una histérica. Una risa que recuerda la voz del muerto de las escaleras. A estas alturas, nada me importa ya, digo. Accedo a la página de inscripciones al canal de seguimiento VIP. La conexión demora un poco. Hay que recordar que esta es la periferia. Aquí todo es peor. Incluso las conexiones. Aparece el formulario de inscripción. Aquí estás, digo en voz baja. Tecleo la clave para activar Little Boy. Made in China T1050208 Listo.
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El borde del borde
Llevamos caminando todo el día y toda la noche. Por las calles de la periferia vamos, por las retorcidas calles sin fin. La periferia es una ciudad al borde de la ciudad. Una aglomeración de edificios de prefabricado donde la gente-insecto deja caer sus huesos al final del día. Cientos de edificios en ruinas. Quizás, fue esta una ciudad mejor. El asfalto de la calle hace pensar en un tiempo distinto. Se me ocurre pensar que un tiempo próspero. Pienso en Little Boy. Luego de activar la bomba, mi marido destruyó el teléfono. Ahora nadie podrá rastrearnos, dijo. En la calle quedaron esparcidos los trozos de pantalla. Esquirlas brillantes en donde se reflejaba la luz del día. Allí quedó el único medio de comunicación que teníamos. Única tecnología con la que podíamos contar. Ahora estamos ajenos a las noticias. No sabemos qué ocurrió luego de activar la bomba. 215
No sabemos qué ocurre en este momento en la ciudad iluminada. Me pregunto si el código Varmint habrá surtido efecto. Me pregunto qué efecto. Las preguntas son tantas. Miro a mi marido y quiero decirle lo que siento. Pero si este flujo de palabras comienza ya no podrá detenerse. Para qué preguntar por las cosas para las que no tenemos respuestas. No las tenemos ahora y quizás nunca las tengamos. Me duelen las piernas de tanto caminar. Me duelen, pero no me quejo. No está bien quejarme. No quiero preocupar a mi marido. Sé que él también está cansado. Lleva la bolsa con nuestras pertenencias. Miro la bolsa. Será difícil comenzar otra vez. Si en la bolsa lleváramos semillas podríamos tener esperanzas. Encontrar un terreno fértil. Echar raíces. Pero en la bolsa no va nada fértil. Es difícil pensar en el futuro inmediato. Prefiero no pensar. Dejo que mi marido me guíe. En medio de la noche vamos. No quiero saber a dónde. 216
Siento miedo de preguntar a dónde y descubrir que él tampoco tiene idea. Nunca antes había caminado por estas calles. La periferia es mayor de lo que imaginaba. Cientos de edificios de prefabricado. Luego del último edificio comienzan las casas. Las casas son de disímiles formas y materiales. Techos de zinc. Techos de madera. Techos de nailon. Techos de papel. Techos sin techo. Los ojos de la gente-insecto brillan en la oscuridad. Tengo miedo de que en cualquier momento nos salten encima. Directo al cuello. A la yugular. Tengo las manos frías. Tengo el corazón en la boca. Muerdo el corazón para que no se me salga por la boca. Lo siento bombear con fuerzas. La mano de mi marido también está fría. Quizás él también muerde su propio corazón. En la cintura de mi marido está la bayoneta. La bayoneta nos salva. La gente-insecto siente el olor de la bayoneta. La silenciosa voz de la bayoneta advirtiéndoles que si nos asaltan ellos no la tendrán tan fácil. 217
Y caminamos. Y caminamos. Y caminamos. Sin que nadie venga para hacernos daño. Ahora la calle es de tierra. Hay grandes baches llenos de agua en los que entramos sin querer. Vamos llenos de fango hasta las rodillas. Vamos sin saber a dónde. Un paso. Luego otro. Y otro. Y otro más. Ese es el método para llegar a cualquier sitio. Y caminamos. Y caminamos. Y caminamos. No importa hacia dónde. Podríamos pasarnos la vida entera caminando. Llegar muy lejos. Incluso a los lugares que nunca soñamos. Así vamos. Cansados y llenos de miedo y de una incipiente esperanza. Hasta que nos damos cuenta. Hasta que logramos entender eso que veíamos a lo lejos. Y que hasta ahora no entendimos o no quisimos entender. Al final de la calle de tierra hay un gran muro de hormigón. 218
Un muro infranqueable. Debe tener más de diez metros de alto. Me pregunto cómo puede haber un muro. A quién se le ocurrió ponerlo ahí. Por qué nunca oímos hablar de su presencia. Cómo un muro puede interponerse entre nosotros y nuestra última esperanza de salvación. Está amaneciendo. El muro se ilumina. Es bello el muro. Bello y terrible. Mi marido me abraza. Me besa la frente. Este es el fin, pienso. Ahora no tenemos para dónde huir. Entonces rompo a llorar, como una niña. Volvemos a atrás. Intentamos con otros caminos. Al final de cada camino encontramos el mismo muro infranqueable. Estamos cansados. Nos duelen las piernas. Las rodillas. El corazón. A veces nos detenemos para recobrar el aliento. A veces tengo deseos de regresar. Pero ya no existe un lugar al cual regresar. Bebemos un sorbo de agua. Una miga de pan. 219
El agua se nos está terminando. La sed no. Hay una sed infinita ardiéndome en la boca. Pan queda. Por ahora el pan no nos preocupa. Solo el agua. Miro al cielo. No hay una sola nube en el cielo. Que llueva que llueva, la virgen de la cueva. Pero mis palabras no son suficientes. Agua que cae del cielo, cura mi desconsuelo. Pero mis palabras no son suficientes. Que llueva que llueva, la virgen de la cueva. Pero mis palabras. Mis palabras. Mis palabras. Pa La Bras. Al borde del camino encontramos un contenedor de basura. El olor es nauseabundo. La basura suburbana es incluso peor. Mi marido se alegra. La basura puede salvarnos, dice. Con la voz muy seria lo dice. Hay que entrar a la basura. Cuando llegue el camión de la basura nos sacará de la ciudad, dice. Y entramos. Tomados de las manos entramos. La basura nos llega hasta el cuello. 220
Ahora solo resta esperar. En algún momento llegará el camión de la basura. Los encargados de la basura hacen muy bien su trabajo. Sacan la basura de la ciudad. Muy lejos la llevan. Hacia un vertedero. No importa cuánto estemos aquí. Este es el camino correcto. La basura hasta el cuello. La basura nos salva. Solo resta esperar. Hay que ser pacientes Y esperamos. Esperamos tanto que nos quedamos dormidos. Estoy cansada. Estoy dormida. Tan profundamente dormida que ni siquiera sueño.
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El vertedero
El camión de la basura nos recogió. Estuvimos dando vueltas y más vueltas por la ciudad. No sabría decir cuánto tiempo. Todo el día, quizás. No lo sé. Es difícil estar seguros. Desde el interior del camión no podíamos ver la luz. Solo podíamos sentir el olor. Al principio traté de memorizar el camino. Pero no tuvo caso. Cuando se está hundido en la basura la percepción del mundo es distinta. En ese momento creí que me asfixiaba. Mi marido pedía que me calmara, pero yo no me podía calmar. El aire que llegaba hasta mis pulmones no era suficiente. Mi marido me decía que todo iba a estar bien. En medio de aquella oscuridad lo decía. Muy bajo lo decía. El carro nos trajo hasta este vertedero de cadáveres. El lugar es amplio. Deben ser kilómetros y kilómetros de cadáveres humanos. Al aire libre están. 223
No hay árboles, casas, rocas. Solo cadáveres. Una gran pradera de cadáveres. El suelo no se ve. El suelo es un cuerpo sobre otro. Al aire libre están. Haciendo lo que mejor saben hacer los cadáveres, descomponerse. Caminamos sobre los cuerpos. Las piernas se nos hunden a veces. Debajo de la superficie todo es más blando y más caliente. Sangre. Gusanos. Carne podrida. Estoy colérica. Triste. Desesperada. Tengo deseos de gritar. Grito. Mi marido me tapa la boca. No hagas ruido, dice. Alguien puede oírnos. Estás loca, pregunta. No sé qué contestar. Nosotros, que aún estamos vivos, caminamos entre los muertos. Esto no es normal. Nada es normal. La situación nos supera. Esto es demasiado para mí. 224
Resulta que no soy tan fuerte como siempre he creído. No estoy hecha para soportar los golpes de la vida. Un golpe más y caigo en pedazos diminutos. Quizás he comenzado a enloquecer. No lo sé. Mi marido insiste en que resistir es la palabra de orden. Resistir siempre es la palabra de orden. Lo dice como una orden. Y yo intento hallar un orden en medio del caos. No importa el lugar hacia donde miremos. A la vista solo cadáveres. Un mar de cadáveres. Somos náufragos en medio del mar. El sol nos arde sobre la piel. No llevamos lentes oscuros, paraguas, protectores solares. No llevamos nada que nos resguarde de la fiereza del cielo. No hay árboles. Ni techos. Ni nubes. Estamos desamparados. Si llueve nos mojaremos como los demás. Si caen granizos seremos golpeados como los demás. Si caen raíles de punta.
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Estoy molesta. Mi marido me habla y no le contesto. Me pregunta algo que no alcanzo a escuchar. Me parece sentir olor a carne quemada. Me parece que el olor a carne quemada proviene de mi propia carne. Estoy ardiendo desde dentro hacia afuera. Creo que estamos comenzando a morir. El sol nos quema de afuera hacia adentro. Pero algo más nos quema de adentro hacia afuera. Supongo que rodearnos de tantos cadáveres nos hace daño. Vamos a salir de aquí, dice mi marido. Yo no estoy tan segura de que podamos lograrlo. Estamos cansados y ya no queda agua. A lo lejos el paisaje luce borroso a causa del vapor. El paisaje está hecho de cadáveres. Interminables cadáveres que nos reclaman. Vamos a salir de aquí, repite mi marido. Quizás lo repite para convencerse a sí mismo. Yo lo sigo. Con terror lo sigo. Con deseos de no morir aquí. Es un lugar terrible. Caminamos. Caminamos. Caminamos. Caminamos. Caminamos. Caminamos. Caminamos. Caminamos. Caminamos. Caminamos. Caminamos. Caminamos. Caminamos. Caminamos. Caminamos. Caminamos. Caminamos. Cami226
namos. Caminamos. Caminamos. Caminamos. Caminamos. Caminamos. Caminamos. Caminamos. Caminamos. Caminamos. Caminamos. Caminamos. Caminamos. Caminamos. Caminamos. Caminamos. Caminamos. Caminamos. Caminamos. Caminamos. Caminamos. Caminamos. Caminamos. Caminamos. Caminamos. Caminamos. Caminamos. Caminamos. Caminamos. Caminamos. Caminamos. Caminamos. Caminamos. Caminamos. Caminamos. Caminamos. Caminamos. Caminamos. Caminamos. Caminamos. Caminamos. Caminamos. Caminamos. Caminamos. Caminamos. Caminamos. Caminamos. Caminamos. Caminamos. Caminamos. Caminamos. Caminamos. Caminamos. Caminamos. Caminamos. Caminamos. Caminamos. Caminamos. Caminamos. Caminamos. Caminamos. Caminamos. Caminamos. Caminamos. Caminamos. Caminamos. Caminamos. Caminamos. Caminamos. Caminamos. Caminamos. Caminamos. Ca-mi-na-mos. Caminamos C a m i n a m o s 227
Nos detenemos un instante para recobrar el aliento. Y volvemos a caminar y a caminar y a caminar y nos volvemos a detener. Así transcurre el día. En la noche seguimos caminando. Hasta que el cuerpo no aguanta más. Tendremos que dormir, dice mi marido. Yo asiento. La noche es clara. Miro a mi marido en medio de la noche. Perdóname, digo. Nunca pensé que acabaríamos así. Él se ríe. Al menos hace como que se ríe. Esto aún no acaba, dice. Me besa. Sus labios están resecos por la sed. Caliente la saliva. Nos despertamos con el sol. La línea del horizonte sigue siendo una línea de cadáveres. Tal vez hemos caminado en círculos. Es difícil encontrar el rumbo sin brújulas y sin mapas. Esta es una gran llanura. A mi marido se le ocurre cargarme en sus hombros. Ves algo, pregunta. A lo lejos la línea del horizonte sigue siendo una línea de cadáveres. 228
Pero quizás hay algo a lo lejos. No lo puedo decir con certeza. No veo bien. Tomamos varios cuerpos. Los de arriba. Los más sólidos. Acomodamos uno sobre otro. Agregamos otros cuerpos. La montaña crece. Desde la cima de la montaña de cadáveres lo miro todo. Los ojos muy grandes. La alegría como un manantial saliéndome del cuerpo. Río. A carcajadas lo hago. Mi marido también ríe. No importa el hambre, ni la sed, ni el olor a carne quemada. Desde aquí podemos ver una ciudad. Hay edificios a lo lejos. Nos resulta familiar. Pero no es la ciudad de la luz. Nos abrazamos emocionados. Nos besamos. Nos reímos. No podemos creerlo. Tomados de las manos corremos loma abajo. Corremos en dirección a una ciudad distinta. Felices vamos. 229
Llenos de esperanzas. Correr es sencillo. Debe ser culpa de la adrenalina. No importa que a veces las piernas se nos hundan. No importa que los cadáveres se empeñen en retener nuestros pasos. Nada puede retenernos. Vamos hacia la ciudad prometida. No importa cuánto demoremos. Hemos hallado el rumbo.
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La tierra prometida
Estaba amaneciendo cuando por fin apareció a lo lejos la ciudad prometida. Inmensas construcciones se erguían ante nuestros ojos. Bellísimas construcciones. Raras construcciones. Inverosímiles. El aire de pronto perdía el olor nauseabundo de los cadáveres. El aire era puro. Limpio. Dulce el aire. Daba gusto respirar. Y respiramos. Y nos abrazamos. Y tuvimos la certeza de que habría un lugar para nosotros allí, en aquella hermosa ciudad bañada por la neblina matinal. La neblina no dejaba ver la base de las edificaciones. De pronto parecía que se trataba de una ciudad flotante. En pocas horas llegamos a la ciudad. Salir del vertedero fue fácil. No había muros de hormigón. Mayas electrificadas. Cercas de alambres de púas. Nada. 231
Ni siquiera un guardián que vigilara el perímetro. Nadie espera que un muerto se levante del vertedero de cadáveres y se marche. Quizás por eso la falta de seguridad. Salir del vertedero de cadáveres fue sencillo. Lo difícil vino después. Estamos entrando a la ciudad. Entrar es fácil. Lo difícil es este desasosiego. Extraña la ciudad. Ecléctica. Desordenada. Amontonada. Descuidada. La ciudad no es tal ciudad. Los edificios están en ruinas. A medio destruir. Unos encima de los otros. Agrietados. Llenos de humedad. Han crecido helechos en las paredes abandonadas. Han proliferado las malas hierbas. Las enredaderas. Los hongos. El silencio. Es esta una ciudad deshabitada. No hay señalizaciones. No hay carteles de bienvenida. Anuncios amigables que inviten a venir tal como somos. 232
La ciudad no es una ciudad. Es el vertedero de arte fermentado. En el aire se percibe el aroma dulzón del arte que se descompone. Luego de los atentados del veintinueve de febrero el gobierno se deshizo de las instalaciones culturales. En el canal de noticias hablaron de reciclaje. Nadie imagina lo triste que puede resultar un vertedero como este. Tenemos hambre, cansancio, sed. La adrenalina ya no es suficiente. Debemos encontrar agua, algo de comer. Unas frutas, quizás. Avanzamos despacio entre casas coloniales. Están amontonadas, unas encima de las otras. Rotas las puertas, las ventanas. Rotas las tejas de cerámica, los vitrales. Los pisos antiguos se estremecen con nuestros pasos. En otro tiempo, estas casas fueron consideradas patrimonio de la humanidad, dice mi marido. Registramos en una casa. No aparece nada que podamos necesitar. En la siguiente casa todo está al revés. El piso para arriba y el techo para abajo. Todos los objetos están amontonados en el techo. Es difícil caminar sobre ellos. De cierta forma los objetos que se acumulan 233
dentro de estas casas son cadáveres en descomposición. Llegamos a la siguiente casa. Y a la otra. Y a la otra. Y a la otra. Salimos a un claro. Un camino entre dos edificios que no alcanzo a reconocer. Mi marido tiene un plan. Encontrar comida y agua. Garantizar la supervivencia, creo que eso dijo. No sé cómo logra mantener la calma. Me alegra que pueda mantener la calma en esta circunstancia. Él me salva del gran peso de buscar una solu ción. No sé si yo, en su lugar, podría centrarme en sobrevivir. Esta es la sala de conciertos, dice mi marido. Fíjate para que veas, esta es la platea baja, aquí, debajo de la enredadera están los asientos. Y allá, parecen jardines colgantes, pero son los balcones. Tienes razón, digo. Es la sala de conciertos. Me llevo la mano al pecho. Es un gesto inconsciente. Hubo un tiempo donde mi marido y yo solíamos venir con frecuencia. 234
Tengo sentimientos encontrados. Estoy triste y feliz. Seguimos buscando por el vertedero de arte fermentado. Encontramos cines. Teatros. La fortaleza. Encontramos también edificios irreconocibles por su avanzado estado de descomposición. Otros recintos impenetrables, dada la tupida maleza. En cualquier momento hallaremos la cámara oscura. El plan es subir hasta la cima. El plan es mirar desde lo alto, como hicimos en el vertedero de cadáveres. Quizás entonces podamos trazar un plan mejor. Aún no hemos encontrado agua ni comida. Hemos visto algunas fuentes, pero están secas. La sed nos arde en la boca. Y el hambre. Las hojas de la maleza parecen jugosas. Hay hojas dulces. Hojas picantes. Hojas amargas. Hojas crujientes. Mi marido y yo devoramos hojas de diversas formas y sabores. Comemos hasta que nos duelen los dientes. Tengo deseos de reír. 235
Pero lo que me sale de la boca es un zumbido. Mi marido responde con otro zumbido. Zumbamos durante un largo rato. Es bueno que podamos desahogarnos al fin. Habíamos callado muchas cosas. Atravesamos una plaza en ruinas. La reconozco enseguida por la escultura. Mi marido y yo habíamos estado aquí tantas veces. Incluso en los tiempos donde yo aún era una estudiante universitaria. Hermosos tiempos. Nadie sabía entonces que la ciudad de la luz terminaría por desprenderse del arte. Tantas cosas han cambiado desde entonces. Sin embargo, la estatua sigue siendo la misma. La torre donde está la cámara oscura permanece horizontal sobre el suelo. Está muy deteriorada. Rajadas las paredes. Al parecer la dejaron caer desde lo alto. Cómo puede alguien dejar caer algo así. Atravesamos por sus grietas. La torre de la cámara oscura se ha convertido en un túnel que no conduce a ninguna parte. Al salir del túnel-torre-cámara-oscura es noche cerrada. Veo los ojos de mi marido alumbrar en la oscuridad. 236
Mis ojos también alumbran. Podemos verlo todo. Podemos ver que el aire está cubierto de humo. Hay pequeños trozos de ceniza que caen. Una ligera llovizna de hollín proviene del edificio de enfrente. Desde una ventana rota sale. Hay luz en la ventana. Gritamos para que nos escuchen. Con todas nuestras fuerzas gritamos. Enseguida hay rostros en la ventana. Enseguida hay un grupo que baja y se acerca a nosotros. Enseguida nos llevan hasta la habitación donde están los demás. Deben ser cerca de cuarenta personas. Hombres y mujeres hay. Son de distintas edades. Son los intelectuales. Un joven fornido se acerca, dice que este es un procedimiento necesario. Los ojos del joven miran las cicatrices del hierro caliente. Los ojos hacen pip como un lector de códigos de barras. Las manos palpan, cachean nuestros cuerpos. La voz dice, están limpios. Alguien dice, yo les dije. Alguien más responde, toda precaución es necesaria. 237
El que parece el líder nos invita a tomar asiento junto al fuego. Los intelectuales quieren saber quiénes éramos antes de llegar aquí. Quieren saber qué hacíamos. Quieren saber si hemos leído algunos de sus libros. Quieren saber si también somos intelectuales. Quieren saber si nos identificamos con el neoexistencialismo, neosurrealismo, neodadaísmo, neovanguardismo, neobarroco, neorrealismo. Al parecer esperaban una historia mejor. Algunos no han podido evitar bostezos. Hemos dicho lo imprescindible. Hemos evitado entrar en detalles. Somos personas comunes. Gente aburrida. Una ingeniera con horario de oficina. Un historiador desempleado. Ellos, en cambio, son los intelectuales. El edificio donde estamos es la biblioteca nacional. Han tenido que acudir a este lugar para escapar de la oscuridad. Cada noche queman manuales de autoayuda. Estamos vivos gracias a los manuales de autoayuda, dice alguien. 238
Quiénes son: Los intelectuales. Por qué están en el vertedero de arte fermentado: Los primeros intelectuales se resistieron a abandonar el arte cuando el gobierno dio la orden de hacerlo desaparecer. Los demás, llegaron al igual que nosotros, viajando desde el vertedero de cadáveres. Qué hacen todas las noches: Planear el golpe. Cuál es el objetivo del golpe: Devolverles su estatus intelectual y social en la ciudad de la luz y que se les indemnice. Cómo piensan hacerlo: Aún no lo han decidido, pero, definitivamente, necesitarán la ayuda de la prensa internacional. Cuánto tiempo piensan estar en la biblioteca: Poco. Qué harán cuando se terminen los libros de autoayuda: Los libros de autoayuda son interminables. Los intelectuales pierden interés en nosotros. Hablan de un tema. Hablan de otro. De otro. Otro. Otro más. Lanzan a la hoguera libros de autoayuda. Comentan sobre premios literarios en certámenes internacionales. Yo una vez gané una beca. Pero nunca entregué la obra terminada. Incumplí mi palabra. Honra tu palabra como a ti mismo. 239
Me daría vergüenza mencionar estas cosas delante de los intelectuales. Los mismos que ahora hablan del gobierno. Está débil el gobierno en estos tiempos, dicen los intelectuales. El golpe fue duro. Por eso la represión. Por eso la masacre. Está débil el gobierno, repiten. Este sería un buen momento para intervenir, dicen. Un escritor podría ser el mejor presidente. Pero quién. Todos los intelectuales podrían ser los presidentes. Todos quieren ser presidentes del nuevo gobierno que ellos instaurarán. Por eso organizan una elección democrática, heredada de los romanos. El elegido recibe felicitaciones. Mi marido y yo nos miramos. Pensamos en Little Boy. Pregunto de qué golpe hablan. Qué ha pasado en la ciudad de la luz. No lo saben, pregunta un intelectual. Cómo pueden no saber.
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Cronología del colapso
Un usuario introduce la clave para activar Little Boy. 11:11:21 El sistema envía un ciclo infinito de instrucciones a las cámaras de vigilancia de la ciudad de la luz. 11:12:06 Las cámaras comienzan a encenderse y apagarse, a moverse de izquierda a derecha, de arriba abajo, se acercan y alejan continuamente. 11:14:40 Uno de los técnicos del canal de noticias banales se comunica con su superior para informar que las cámaras no están funcionando correctamente. 11:14:40 – 10:18:11 En la oficina central de transmisiones en vivo se reciben diecisiete llamadas para informar que las transmisiones de las cámaras están presentando dificultades. 11:19:21 El ministerio de las comunicaciones notifica a la oficina central de informáticos de la ciudad de la luz que existe una conducta inapropiada del sistema de cámaras. 11:19:25 Los canales muestran los índices de audiencia más bajos del año. 11:21:52 El ministro de comunicaciones indica al departamento de soporte que sea activado de inmediato el protocolo de retransmisión de grabaciones. 11:22:47 Se activa el protocolo que consiste en transmitir de manera automática, las grabaciones del día anterior. 11:11:17
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El sistema activa Fat Man. En las pantallas de los televidentes de cada canal se muestra el siguiente mensaje: «F29 es una farsa. Los terroristas nunca existieron. El gobierno nos engaña». 11:23:50 El jefe de la oficina central da la orden de apagar el sistema Primicia. 11:25:33 El sistema es desconectado. 11:26:27 Se apagan todos los canales. 11:27:33 El jefe de la oficina central de informáticos de la ciudad de la luz llama al Ministerio de las FAI para informar que el sistema Primicia ha sido secuestrado. 11:35:15 Los clientes de canales televisivos reciben en sus teléfonos un video. 11:22:58 11:23:07
ESC1. EXT. DÍA. UNA CALLE DE LA CIUDAD DE LA LUZ
Un oficial recibe la orden de arrestar a cualquier hombre de clases bajas que pase cerca de él. El guardia pregunta a quién. En el otro lado del teléfono se escucha la voz del superior. El primer Don Nadie que te pase por el lado. Es urgente. Tráelo enseguida para acá. El oficial mira a los lados. La calle está llena de personas. Cerca de la parada del ómnibus hay un hombre esperando. El guardia se acerca a él. Le pide los documentos. El hombre se los muestra. El oficial saca las esposas. Aprisiona al hombre. El hombre se molesta. Alza la voz. Dice que va a perder el ómnibus. El video se detiene. Se hace un acercamiento de la imagen hacia el rostro del hombre recién capturado. 242
ESC2. INT. DÍA MINISTERIO DE JUSTICIA. SALA DE JUZGADO
El hombre capturado lleva esposas. Está llorando. Dice ser inocente. Dice que él no es un terrorista. Dice que no quiere morir. El juez se levanta y se retira de la sala. El público abuchea al acusado. Aparece una dirección electrónica al final del video: www.newwikileaks.com/ciudad-de-la-luz/f-29 El ministro de las Fuerzas Armadas Iluminadas notifica al presidente que la ciudad se encuentra bajo un ataque mediático. 11:51:36 Televisoras internacionales se hacen eco de las noticias clasificadas expuestas en el sitio web. Resaltan que la ciudad de la luz inventó un pretexto para invadir a la ciudad de humo con el fin de apropiarse de sus riquezas naturales. 12:01:41 El contador de visitas de la página web Newwikileaks llega a once millones de visitas. 12:09:13 El ministerio de las comunicaciones recibe la orden de suspender los servicios de telefonía y navegación web. 12:37:08 Los principales ministros de la ciudad se reúnen en el palacio de gobierno para organizar una respuesta. 11:40:14 Una mujer sale de su casa con un cartel: «Mi hijo murió en la ciudad de humo». 12:50:14 Cincuenta personas siguen a la mujer. 12:51:00 Las FAI dan la orden de cerrar las calles, los puertos y las terminales. Se suspenden todos los vuelos, los viajes por tierra y por mar. 11:48:29
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Más de cien personas siguen a la mujer. Televisoras internacionales transmiten imágenes en vivo de la policía reprimiendo la protesta con gases lacrimógenos. 13:08:42 Cerca de quinientas personas se suman a la protesta. 13:17:51 La mujer del cartel es hospitalizada producto de la represión. 13:20:00 Se reestablecen las comunicaciones telefónicas y de navegación. 13:20:31 La manifestación camina en dirección al palacio de gobierno. 13:21:14 El presidente pronuncia un discurso desde el palacio de gobierno donde asegura que se trata de un atentado más de la ciudad de humo para intentar desestabilizar a la ciudad de la luz. 13:36:09 El video obtiene dos millones de visitas en YouTube. 13:37:17 CNN anuncia que la mujer que comenzó la manifestación se encuentra en ese momento en estado grave, debido a un traumatismo cerebral. 13:55:28 Frente al palacio de gobierno se aglomera cerca de medio millón de personas. 13:56:59 Se producen manifestaciones en una escuela pública. 14:05:22 Se produce un incendio en el ala oeste del puerto. 14:17:40 La prensa internacional habla de una guerra civil. 14:20:28 En el sitio Newwikileaks se exponen documentos clasificados que demuestran el des12:55:14 12:57:22
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vío de fondos del presidente de la ciudad de la luz y otros funcionarios del gobierno. 14:31:50 Los manifestantes se aproximan a la escalinata del palacio de gobierno con el propósito de entrar. 14:33:07 El presidente y los ministros son evacuados utilizando un helicóptero de las FAI. 14:33:21 Una televisora internacional transmite imágenes en vivo del despegue. 14:40:53 Los manifestantes toman el palacio de gobierno. 14:48:39 Las visitas al sitio Newwikileaks arriban a cuarenta y tres millones. 14:48:40 Uno de los países aliados de la ciudad de humo emite un comunicado donde manifiesta su apoya la lucha civil. 14:52:01 Se desatan protestas en distintas ciudades. 15:01:19 La prensa internacional declara un saldo de treinta y siete policías y ciento cuarenta y dos civiles muertos a raíz de la toma del palacio presidencial. 15:09:45 El presidente, haciendo uso de su canal de YouTube, llama a los ciudadanos de la luz al diálogo pacífico. 15:49:57 Frente al palacio de gobierno arde una hoguera con muebles, documentos, alfombras y otros objetos extraídos de la edificación. 16:06:17 Desde el palacio de gobierno uno de los manifestantes exige al presidente la renuncia y lee, desde la pantalla de su teléfono, el Manifiesto Iluminado. 16:12:28 La CNN publica imágenes aéreas de la 245
ciudad de la luz. Es la primera vez que hay tanta gente reunida en las calles de la ciudad de la luz. 16:31:33 Amazon pone a la venta el Manifiesto Iluminado. Tapa blanda, 12 bitcoins. E-book, 3 bitcoins. 16:38:09 Se interrumpe el fluido eléctrico de la ciudad de la luz. 16:38:57 El ministro de las FAI da la orden de enviar tanques de guerra e infantería para reprimir la manifestación. También indica que se esparzan bombas de humo, para evitar la transmisión en vivo de la prensa internacional. 16:58:03 Caen las primeras bombas de humo. 16:59:00 Los tanques de guerra se abren paso entre la gente que intenta huir, pero no puede hacerlo debido al desorden. 17:01:37 Los tanques disparan contra la masa de personas. (Nunca se supo el número exacto de muertos) 17:01:37 Las televisoras internacionales transmiten imágenes aéreas donde la ciudad de la luz es una gran nueve de humo y de misterios. 17:42:31 Los ocupantes son acribillados en el palacio de gobierno. 18:48:11 El presidente y los ministros regresan al palacio de gobierno utilizando un helicóptero de las FAI. 19:05:07 El presidente vuelve a emplear su canal de YouTube. Pronuncia un discurso dirigido al pueblo de la luz donde asegura que los terroristas de humo intentaron derrocar una 246
vez más a la ciudad, pero no lo consiguieron. Declara que la libertad, la igualdad y la fraternidad alcanzada por la luz son inquebrantables.
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Arte contemporáneo
Los intelectuales nos invitaron a unirnos al grupo. El clan. La resistencia. La guerrilla. Tienen planes. Quieren regresar a la ciudad de la luz. Exigir reformas gubernamentales. La cultura volverá a ocupar el lugar que le corresponde, dicen. Nos caen bien los intelectuales. Es lindo verlos. Aún tienen deseos de volver. Quieren cambiarlo todo. Quieren que se escuche su voz. Mi marido dice que le hubiera gustado apoyarlos. Pero nosotros no somos intelectuales. Quisiéramos, pero no lo somos. Nos aburriría pasar todo el día hablando de arte y literatura. Y toda la noche hablando de arte y literatura. En otro momento quizás. Ahora ya no. Ahora no nos interesa regresar a la ciudad de la luz. No nos interesa exigir reformas gubernamentales. 249
Ya no soñamos con cambiar algo. No nos interesa que escuchen nuestras voces. Ahora ya no. Todo ha cambiado para nosotros. Estamos decepcionados. Lo único que queremos es vivir tranquilamente. Lejos de todo. Vivir. Tener una casa. Una familia. Que nadie nos moleste. Eso dice mi marido. Y yo asiento. Es verdad que no somos intelectuales. Ojalá lo fuéramos. Sería muy hermoso pertenecer a alguna parte. Aunque fuera al clan. A la guerrilla. A la resistencia. A los intelectuales. Estamos en el vertedero de arte fermentado. Bien temprano en la mañana salimos de la biblioteca. Los intelectuales nos dijeron adiós con las manos. Desde abajo los veíamos, apilonados en la ventana. Una señora delgada tenía un pañuelo blanco en la mano. Lo movía a un lado y al otro. No sé si fue el pañuelo tan blanco en medio de la decadencia. 250
No sé si fue el hecho de verlos en la ventana. Pero me dio por llorar. Estás bien, preguntó mi marido. Y dije que sí. Casi como una respuesta automática. Luego agregué: es la primera vez, en mucho tiempo, que nos dicen adiós. Hoy el cielo está nublado. El viento bate fuerte. El aire guarda cierta humedad que nos duele en los pulmones. Todo luce más oscuro. Parece que dentro de poco lloverá. Necesitamos un lugar donde guarecernos. No querremos estar a la intemperie cuando el agua comience a caer. Podríamos volver a la biblioteca. Pero esa no es una posibilidad. Si regresamos correremos el riesgo de no volver a salir. Quizás nos entrarían deseos de leer los libros que aún se conservan. Y querríamos hablar sobre los libros. Todas las noches hablar, alrededor de la hoguera. Cálida la hoguera. Acogedora. Varados para siempre, mi marido y yo alrededor del fuego. Presos en un área de confort que nos proteja y nos limite. Postergando los sueños, porque afuera hace frío. 251
Hay viento, humedad, nubes, amenazas de lluvia. No. Ese no es el plan. No es lo que queremos para nuestras vidas. Por eso caminamos. Vamos hacia adelante. Un paso tras otro. Ese es el plan. Solo así podremos llegar lejos. Debo decir que el arte en descomposición no es encantador. Entorno nuestro, las antiguas instituciones culturales. Antes estaban distantes entre sí ahora pueden verse una a continuación de la otra. Una sobre otra. Un exceso burdo. Es desolador ver el estado de avanzada fermentación en el que se encuentran todos los edificios. Todos excepto el museo de arte contemporáneo. Desde lejos lo reconocemos. La arquitectura es inconfundible. Luce como antes de los atentados del F-29. Incluso mejor, por contraste, dada la decadencia que le rodea. El museo sigue intacto. Ni siquiera el desplazamiento hasta acá pudo con él. El museo de arte contemporáneo ha echado raíces en el suelo húmedo del vertedero. 252
Parece un ser vivo. Un gran insecto de exoesqueleto inquebrantable. Nos alegra tanto verlo. Corremos hasta él. Como dos niños felices. O como dos turistas ingenuos. O como dos personas que se aman. Entramos a los salones donde antes trabajaba mi marido. Nos reímos casi nerviosos. Todo se conserva muy bien. Es como si aún fueran los días de esplendor. Vamos de una sala a otra. Por los pasillos. Por las escaleras. Hasta que llegamos a nuestra instalación favorita. Ciberhappening. La obra de un artista local, digo. Mi marido se ríe. Siempre me gustó su sonrisa. Cuando mi marido ríe siento que nada puede salir mal. Es una obra alabada por la crítica, agrega él. Él alguna vez fue guía de este salón del museo. Frente a nosotros está la obra. Ciberhappening. La posibilidad de construir un mundo y sus reglas. Mi marido revisa la obra. 253
Todo está en orden, dice. Luego se queda mirándome. Este tal vez es el único lugar donde todo puede ser exactamente como queremos. En este lugar ya hemos sido muy felices. Si entramos a la obra, no querremos salir jamás. Seremos tan felices que nos olvidaremos de todo. Mi marido me aconseja no temerle a la felicidad. Yo pienso en la ciudad de la luz. En las cosas que nos contaron los intelectuales. En el caos en que, según ellos, están las calles. Un minuto antes de entrar pensamos en toda la gente de la ciudad de la luz. Nos preguntamos si hicimos bien.
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En medio de una sociedad de consumo marcada por la alienación y los contrastes sociales, una joven emigrante vive en la periferia junto a su esposo desempleado. Cada mañana viaja una larga distancia hasta llegar a la oficina donde gasta gran parte de su tiempo y sus energías. Es víctima del estrés, el agotamiento físico, la violencia y la precariedad. Pese a todo, su vida transcurre de un modo rutinario, hasta que se ve involucrada en hechos que la podrán en peligro a ella y a su familia. La historia se desarrolla en la Ciudad de la Luz, un lugar ficticio al que todos se acercan atraídos por su belleza.
fra.cz
Cover photo © Juan-Sí González, 2008
Photo © Martha Acosta Alvarez, 2018