La gran imitadora. Todo lo que aprendí de la Enfermedad de Lyme

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después de hacer una mueca, que me dio mala espina, sacó un sobre con mi expediente y me indicó que fuera a un consultorio aparte, porque tenían que revisar mi caso de manera específica. Camino al consultorio indicado traté de tranquilizarme pensando que tal vez solo querían disculparse por casi desangrarme, aunque en el fondo sentía que debía ser algo muy grave, que habían encontrado algo anómalo, muy serio, en mis exámenes. Casi le atiné. La doctora en el consultorio tomó mi expediente, leyó algunos apuntes y tajantemente me dijo que no podían admitirme en la escuela de medicina, con mi condición. — ¿Cuál condición? — preguntó molesto mi padre. — Tuberculosis — contestó la doctora, sin siquiera mirar a vernos — un futuro médico no puede ser tuberculoso. — ¡Yo no tengo tuberculosis! — Las manchas en sus placas del tórax dicen que si — me dijo mostrándome las marcas oscuras en las radiografías de mis pulmones. — Tengo bronquitis crónica — le dije, tratando de tranquilizarme —tengo casi diez años con ella, pero no tengo tuberculosis. Mi padre le explicó toda la situación, pero no convenció a la doctora de admisiones. Ella ordenó pruebas de laboratorio; una prueba de tinción de esputo para micobacterias. De inmediato, y para salir de dudas, me remitieron al laboratorio del hospital universitario. No es agradable cuando las personas que les entregas la orden de laboratorio, sonríen, ven el documento, se les esfuma la sonrisa y luego se protegen como si tuvieras… pues, como si tuvieras tuberculosis. Eso sucedió, en ese orden, con el personal del laboratorio. No los culpo. Estuve casi una hora en el laboratorio y ahí no pudieron tomarme la muestra de esputo; ¿Por qué? ¡Porque no tenía 39


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