Editorial
MÁS ALLÁ DE LAS URNAS
E
n un país que ha hecho opción por el sistema democrático, las elecciones constituyen un momento de especial importancia. Como lo advierte con claridad Giovanni Sartori, Premio Príncipe de Asturias 2005, “la frontera entre democracia y no democracia se hace nítida con el término autocracia”, que significa “autoinvestidura, proclamarse jefe uno mismo, o bien ser jefe por principio hereditario”. En contraste, en la democracia el jefe es proclamado por el pueblo. Esto ocurre cuando, al final del periodo dedicado a las campañas y los debates, no siempre moderados, los ciudadanos acuden a las urnas y escogen al gobernante, libremente, dentro de las diversas posibilidades que se le ofrecen. De esta forma, la nación toma decisiones que los afectarán a todos: a los sufragantes, independientemente de si su voto hizo parte o no de la mayoría determinante de los resultados, y también a los que por alguna razón no se acercaron a las urnas. Esto ocurrió recientemente en Colombia, luego de llevarse a cabo el proceso electoral que nos permitió escoger la fórmula presidencial que deberá estar al frente del ejecutivo a partir del próximo 7 de agosto. El pueblo, como un todo, habló y la voluntad popular se expresó frente a las personas que aspiraban a ocupar la primera magistratura, ocho en la primera vuelta y dos en la segunda. Nadie puede negar que el país estaba dividido: se hablaba de derecha, de izquierda y de centro, de continuismo y de cambio, se planteaban coaliciones y, sin embargo, la unidad se hizo difícil, incluso dentro de cada partido o movimiento político. Pareciera que las ambiciones personales estaban por encima de los intereses de la nación. En ese contexto, se desarrollaron las jornadas electorales convocadas para el 29 de mayo y el 19 de junio, en las que los colombianos decidieron a quien confiarían el gobierno de su país. Aunque no hubo unanimidad, como es lógico en una nación libre y pluralista, que acoge diversidad de ideas, aspiraciones y proyectos, la decisión fue incontrovertible, quedó sustentada por una mayoría y fue acogida con respeto y serenidad por todos los colombianos. ¡En eso consiste la democracia! ¿Qué sigue ahora? Ciertamente, atrás han quedado la contienda y los contendores, las campañas con sus estrategias -no siempre acertadas- y mecanismos para atraer al electorado; atrás han quedado los vencedores y los derrotados, los abstencionistas, que en toda democracia los hay; con unas cifras que han entrado a formar parte de la historia nacional y que permiten a los expertos hacer análisis y sacar sus conclusiones.
Lo que nos queda ahora, y este es nuestro mayor desafío, es una nación democrática que dentro del marco institucional definido por sus leyes debe seguir adelante en la tarea de construir país, abandonando triunfalismos o resentimientos. Con el nuevo gobierno, todos los colombianos debemos ganar: no puede haber perdedores. Si la acción del Estado está orientada solamente al bien común y al interés general del país, nadie puede sentirse marginado o lesionado. Se trata de una labor colectiva dirigida al progreso de la nación y, de manera especial, a mejorar las condiciones de aquellos que han sido excluidos y, por lo tanto, forzados a vivir en una situación que no se corresponde con la dignidad humana. Si queremos, entonces, que al país le vaya bien, al nuevo gobierno le tiene que ir bien. En consecuencia, todos tenemos la obligación de ayudar a que así sea. De ninguna manera, esto quiere decir que el gobierno puede proceder considerando únicamente su parecer, sin escuchar la voz de los políticos que no forman en sus filas, así como otras opiniones que Lo que nos queda ahora es una se expresan en diferentes instancias, nación democrática como son las de la prensa, los gremios que dentro del y la academia. Todos tenemos el deber marco institucional de participar, con sensatez, en la discudefinido por sus sión de los grandes problemas colomleyes debe seguir bianos y de las propuestas que surjan adelante en la tarea para su solución. de construir país. Ahora bien, vale la pena recordar que las democracias son frágiles, pueden enfermarse e incluso llegar a desaparecer, y que constantemente están amenazadas por amigos inescrupulosos del poder que no dudan en apelar al populismo y la corrupción. Tenemos, en consecuencia, que insistir en fortalecer la democracia, “el instrumento principal para defender nuestros derechos, y, por tanto, nuestra libertad”, según anotación de la periodista italiana Lorenza Foschini. Para alcanzar este cometido, por una parte, es necesario vigorizar las instituciones, de tal forma que el poder no se concentre en pocas manos y las libertades se respeten plenamente; por otra parte, es fundamental continuar impulsando la educación del pueblo colombiano y muy especialmente, el desarrollo social. Estos fines los compartimos como la Universidad que somos, comprometida con la trasformación de la sociedad colombiana y la reconciliación entre sus ciudadanos
hoy en la javeriana | ju n i o 2022
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