Receta para obtener
un niño melancólico Betina González
P
rimero es necesario traer al mundo un niño común y corriente, ni muy sano, ni muy enfermo, ni muy lindo ni muy feo. Un niño, desde todo punto de vista, promedio. La familia debe ser grande, una de esas donde la plata siempre alcanza justo, se come lo que hay, la ropa se hereda del hermano mayor, se comparte una sola bicicleta. Si se lo quiere realmente melancólico, lo ideal es que sea el hijo del medio, digamos el tercero de seis. La casa también es importante: debe ser de gran tamaño. De afuera, impresiona como una mansión, pero por dentro las muchas habitaciones que posee se revelan demasiado chicas. No debe haber en ella ni perros ni libros, porque los animales y la lectura ahuyentan la melancolía. Si es vieja, mejor. Vieja: no antigua (lo antiguo, si bien llama a la tristeza, linda demasiado con la alcurnia, el arte, los apellidos, que son otras formas del dinero y, en esa casa, ya dijimos, eso no sobra). Así que no imaginemos palacios. Ni siquiera en ruinas. Es una casa vieja y punto. En ella han crecido y han muerto muchas generaciones de un nombre de familia Después de meses de meditación común, de esos que nadie recuerda. Este es un requisito inamovible: le advierte al niño del peligro del deseo, de la convenien- frente al estanque, ya está listo cia de aceptar el destino de portero, changarín o empleado, que para la próxima etapa. Para eso se le anuncian sus mayores. Dentro de la casa, predomina el mal necesita una pelota. Algún tío disgusto, los cuadros comprados en ferias, las paneras de plástico, las lámparas de bajo consumo, que emiten una luz blanca, de traído se la ha regalado, sin tener hospital o heladería. Las paredes se descascaran, las arañas haen cuenta la clara ineptitud del niño bitan en los muebles, abundan los corredores y los recovecos. Eso es importante para el niño. Tener rincones y placares en los para los deportes. Así que el jugueque esconderse. Debe haber un estanque, un aljibe o un pozo, te, que podría haber sido motivo de pero nunca de agua clara. A veces alcanza con esas piletas de cemento, algo elevadas, con las que los padres creen distraer el alegría, en realidad lo mortifica. verano de sus hijos. Demasiado tarde se dan cuenta de que es mucho trabajo mantenerlas, el agua se pudre y ahora es un espejo que duplica el cielo, los árboles, las flores. El niño pasa horas mirando ese reflejo en el que el verde es negro, el celeste es gris y las nubes desaparecen como fantasmas. También mira al niño que le devuelve la mirada desde el agua y le parece que es más esbelto, más rubio, mejor construido. Lo mismo le pasa con su sombra. El niño reflexiona mucho sobre esto. Quisiera ser como ellos, como el niño del agua o de la sombra, capaz de resbalar por las cosas, de deslizarse sin ruido. Quisiera ser bidimensional y pasajero. Después de meses de meditación frente al estanque, ya está listo para la próxima etapa. Para eso se necesita una pelota. Algún tío distraído se la ha regalado, sin tener en cuenta la clara ineptitud del niño para los deportes. Así que el juguete, que podría haber sido motivo de alegría, en realidad lo mortifica. Los hermanos, que aman al niño a pesar de su carácter somnoliento y depresivo, que lo aman de modo
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