El odio y sus seguidores Afonso Gómez*
C
uando el presidente López Obrador elabora sus disertaciones y llama adversarios a sus gobernados no nos está recetando uno más de sus dislates. Tampoco es una de sus declaraciones ocurrentes como aquella que tanto elogiaron sus panegíricos cuando dijo que la oposición estaba moralmente derrotada. En México, una de las reglas no escritas de la democracia es que durante la lucha electoral son válidos todos los ataques y los golpes entre candidatos, no importando incluso la legalidad, pero terminan en el momento en que se hace la declaratoria de un ganador. Eso en buen español es perder con todas las de la ley. Pero, ¿qué pasa cuando el ganador, ya instalado en el pináculo vuelve una y otra vez contra el perdedor y sus segui-
dores, tal y como lo hace el presidente López Obrador? Simple y sencillamente lo hace porque ha encontrado en el odio la fuerza de su estrategia. Sin importarle que es el presidente de todos los mexicanos, incluyendo lo que no votaron por él, ha arrastrado al país hacia un ambiente que resta energías y nunca como ahora resulta apropiado decir que estamos en el hoyo y seguimos cavando. El odio es un sentimiento que motoriza lo más deleznable del ser humano y en muchos casos genera violencia. Hacía mucho que no vivíamos escenas con golpes como las que se vivieron en la Cámara de Diputados, la noche del martes 6 de octubre cuando opositores al régimen defendían la no extinción de los fideicomisos. En la refriega de protestas, una diputada de Morena soltó dos