Cuentos de Navidad para León

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Cuentos de Navidad para

LEÓN

Rodolfo Herrera Pérez


Cuentos de Navidad para León

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Cuentos de Navidad para León

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ONTENIDO:

Presentación. Plumas de ángeles. ¡Miren mis monedas! Notas mágicas de sábado. El desconocido. A diez los chupiros. Pañales de salitre. Corazón de durazno. Luces de Navidad. Blancura invernal. Santa entre cables. Pan chiquito. Tejocotes con canela. Plumaje de fuego. La ciudad también es mía.

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RESENTACIÓN

La vida tan acelerada que llevamos dentro de una ciudad industrial provoca que en los comercios se adelante, por cuestiones de mercadotecnia, la venta de productos que se usaran en cada celebración. Es así que a finales de enero ya encontramos regalos para San Valentín; desde abril los que llevarán a las mamás; apenas pasadas las fiestas patrias ya se asoman los muertos entre las banderas, y así también ocurre con la Navidad. Desde mediados de noviembre los comercios se llenan de árboles, adornos, luces y toda una serie de figuras que nos satura y no deja que disfrutemos la emoción del colorido, aromas y sabores en su punto. La Navidad es un momento para reflexión, unión con la familia y disfrutar de pequeños instantes reunidos ante la figura del Niño Dios, y qué mejor regalo que un cuento leído a nuestros niños leoneses donde identifiquen lugares y costumbres de nuestra ciudad. Ese fue mi objetivo, escribir estos catorce

Cuentos de Navidad para León.

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Cuentos de Navidad para León Rodolfo Herrera Pérez León, diciembre de 2021

Plumas de ángeles Lupita cayó enferma y ya no pudo salir de casa. Su cuerpo adelgazó, la cara palideció y las fuerzas le faltaron. Por más que sus padres le daban cuidadosamente las medicinas a sus horas, no servía de nada. Su abuela llegó de visita para acompañarla el día de su santo. Le dijo que la Virgen le tenía un regalo muy grande para Navidad, que tuviera fe y que le pidiera con todo su corazón que llegara su salud. Ella se entristeció y dijo que ya no tenía tiempo, pero que deseaba con todo su corazón que se hiciera realidad lo que le había pedido, porque deseaba comprartirlo con todos los niños de la ciudad. Esa noche hizo un frío tan intenso como no se había sentido antes, la temperatura bajó hasta congelar el agua en las tuberías y convertir en gruesos témpanos de hielo cuanto charco o recipiente contenía agua. El cielo amaneció aborregado y los abrigos apenas calentaban a los que salieron en las primeras horas de la mañana. -¡Está cayendo nieve! ¡Está cayendo nieve! Lupita corrió a la ventana de su habitación apenas escuchó la frase, abrió las cortinas y pudo contemplar como caían pequeñas plumas, como si fueran plumas de ángeles, que caían sobre las casas, las calles, los autos y los jardines. Los árboles se vistieron de blanco. Ese era el regalo pedido. La ciudad se cubrió completamente de blanco y toda la gente, especialmente los niños, salieron a jugar con la fina escarcha, antes de que desapareciera ante el radiante sol del Bajío.

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Cuentos de Navidad para León Una pluma fue llevada por una tenue corriente de aire hasta la ventana de Lupita, ella la atrapó con su mano y la llevó directo a su pecho. En cuanto se disolvió en su ropa sintió que un intenso calor penetró en su corazón y éste comenzó a latir tan fuerte como un tambor. Sintió tantas ganas de salir de su habitación que bajó corriendo las escaleras y llegó hasta el jardín, donde sus padres veían el espectáculo. Ellos la abrazaron impresionados, su cabello estaba completamente blanco pero sus mejillas parecían un par de radiantes manzanas y sus ojos centelleaban nuevamente vida. León. Nevada del 13 de diciembre de 1997.

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¡Miren mis monedas! En una de esas noches previas a la Navidad en que por una descarga se va la luz varias horas, estabamos por cenar y de repente sucedió. El foco se apagó y nos quedamos en penumbra, apenas iluminados por la llama de la estufa. Mi madre calentaba la cena. Mi hermano, que estaba en la edad de mudar, sintió que uno de sus dientes se aflojó y al más leve jaloncito brotó de la encilla. Tomó el pequeño huecesillo y lo mostró a mis padres, su cara apenas contenía el llanto y la poca luz acentuaba su tristeza. En cualquier momento soltaría las lágrimas. Para calmarlo, mi padre lo tomó entre sus brazos y lo sentó en las piernas. -No llores. A todos se nos caen los dientes alguna vez. Bueno en realidad, dos veces. Una cuando somos niños y otra cuando ya somos abuelitos. Pero a ti te volverá a salir uno nuevo y te durará muchos años. Éste debemos echarlo en un agujero de ratón para que te lo cambien por alguna moneda. -¿Por una moneda? -Sí. Cada diente de niño vale una moneda. El ratón lo pesa, lo mide y lo lleva al mercado de dientes para cambiarlo por una moneda y luego traerla al niño que se le cayó su diente. -¿Y si me los quito todos, me traerá muchas monedas? -No. Tienen que caerse solos, porque si uno se los arranca se desaparecerán en el aire y nadie sabrá a donde fueron. Por eso debes ser paciente y no moverlos antes de tiempo. Cada uno sabe el momento en que 7


Cuentos de Navidad para León están maduros, listos para que un ratón los lleve al mercado. -Pero, ¿qué hacen con ellos? -Pues, dependiendo que si son de niño o niña les dan usos diferentes. Los de niño los siembran en los maizales y crecen como granos para que los pequeños chimuelos se alimenten y les vuelvan a salir unos dientes más grandes y resistentes. Por eso debemos cuidarlos toda la vida, porque requieren de muchos cuidados para que vuelvan a florecer en nuestra boca. -¿Y los de niña? -Los de niña, a algunos los pulen para hacer con ellos pequeñas perlas que también ellas podrán lucir en sus aretes y collares, para que se vean más bonitas. A otros los hacen polvo y con ellos les provocan el sueño a los niños. Creo que ya el ratón te dejó caer algunos gramos de polvo. Descansa hijo mío, que mañana el ratón te habrá dejado una moneda por tu diente. Mi hermano se quedo dormido y soñó que su diente era llevado por un ratón motociclista al sur del país, a la región donde los árboles dan granos de cacao y allá fue sembrado. De él nació un árbol muy diferente que dio granos brillantes como perlas y entonces las mujeres los molieron en sus metates e hicieron un chocolate tan blanco y delicioso que los ratones entregaron en todas las dulcerías del mundo. A la mañana siguiente, mi hermano nos despertó con sus gritos: ¡el ratón me trajo muchas monedas! Vimos sorprendidos que eran de diferentes países.

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Notas mágicas de sábado Cuando la noche de cada sábado cubre las plazas céntricas de la ciudad de León y se encienden las luces navideñas, los músicos callejeros ocupan una esquina o un lugar bajo los arcos de cada portal y despiertan las notas mágicas para que los caminantes entren en mundos imaginarios. Se colocan a cierta distancia para no interrumpirse los unos a los otros. La gente que transita por las plazas se detiene para escuchar y ver en pequeños grupos hasta que la colecta hace que muchos sigan su camino. Aún así, los enigmaticos artistas entregan su arte al público por unas cuantas monedas y una partida de aplausos que les sirven de sustento para el resto de la semana. Un grupo, abrigados con jorongos de lana y el gorro sobre sus cabezas, interpreta música andina, con flautas de carrizo y pequeños tamborcitos. Las notas envuelven a los presentes con las lejanas tierras del Perú, se escucha el vuelo del pájaro Cú o el aleteo de las alas del cóndor sobre las ruinas de Machu Pichu o la ciudad de Cuzco. Otro grupo, dejando ver parte de sus piernas por llevar faldas a cuadros imitando a los escoceses, hace sonar las gaitas y entonces la magia de las notas hace brotar las tierras llenas de neblina del norte del Reino Unido, con altos castillos sobre colinas, feroces dragones escupefuego volando por el cielo y valientes caballeros montando briosos corceles. Más adelante, el pecho retumba a la par de los tambores, el corazón reboza de alegría. Unos muchachos con cabello largo peinado en rastas, usando ropa 9


Cuentos de Navidad para León gastada, floja y muy colorida, interpreta ritmos del Caribe golpeando sus palmas sobre el cuero de viejos tambores. La brisa atrae el ambiente de la Bahía del Brasil con la exuberancia del carnaval al ritmo de la zamba, las patadas del inmortal Pelé y el Cristo con los brazos abiertos. Un cuarto grupo, con pantalones de mezclilla rotos y camisetas flojas que dejan ver torso y brazos, portando adornos metálicos, baila brakedance con música tecno en la banqueta de una calle norteamericana, a la sombra de rascacielos. Una grabadora les sirve para animar sus acrobáticos bailes. Con saltos hacia atrás, pasos repetidos, giros sobre una de sus manos o en posición apretada cautivan a los paseantes. Sobre una banca, un chico y una chica, sentados en flor de loto sostienen entre sus piernas unas ánforas metálicas y con unos palillos producen sonidos mágicos que atraen hadas de alas transparentes. Vuelan en círculos siguiendo las suaves notas, como suspiros, y dejan caer sobre los presentes polvo de estrellas para envolverlos en un espeso bosque enigmático donde hacen fiesta con los elfos y los duendes. De uno de los pasajes que dan a la plaza, sale un delgado joven vestido elegantemente con un traje negro. Deja el maletín abierto en el piso, toma su violín e interpreta música clásica. Con el llanto romántico atrae a Cupido, quien dispara flechas sobre las parejas y éstas se muestran su cariño con besos, abrazos y la entrega de una rosa roja o un fragante ramillete de gardenias. Otros dos chavos, con pantalones de mezclilla, playeras ajustadas y tenis gastados, interpretan música norteña. Las piedras transpiran el sabor de Chihuahua. Uno se cubre la cabeza con una máscara de calavera azul y con sus brazos exprime las notas a un viejo acordeón, mientras el otro con la máscara de Blue Demon, golpea rítmicamente la cara transparente de una tarola plateada. La magia de las notas hace que las 10


Cuentos de Navidad para León piernas tiemblen de ganas de darle duro al taconazo y recorrer toda la plaza bailando una atrevida polca. En la siguiente esquina, los sones jarochos interpretados por un solo músico, cargados con la exuberancia del Estado de Veracruz se vuelcan de una singular marimba con teclas de acero que ríe a carcajadas sus mágicas notas metálicas. Los versos de la bamba, que nos invita a poner una escalera y a subir más y más arriba, nos elevan sobre la selva y las notas se pierden en las alturas. Entonces se cruza en el camino una trovadora campirana, rasgando las cuerdas de una vieja guitarra destartalada, que interpreta las canciones de José Alfredo Jiménez con su voz cascada llena de sentimiento y sus ojos inundados de cataratas. La magia de las notas llevan a los escuchantes a apostar la vida en una jugada, en este bonito León, Gto. donde se respeta al que gana, a visitar a Cristo Rey en la cima del Cubilete y seguir caminando por los Caminos de Guanajuato. Finalmente, las notas mágicas de una rockola hacen que un payaso sin piernas, baile al ritmo de la salsa con los éxitos de Celia Cruz, bajo una lluvia de brillantes granos de azúcar, o los atrevidos ritmos colombianos para venerar a la Diosa de la Cumbia. Las notas mágicas también provocan que una bandada de arlequines compitan en maratón sobre zancos o prodigios en las estatuas vivientes, así el faquir hindú levita en oración, los obreros dorados trabajan por horas sin cansarse, el mago con túnica negra suelta ráfagas de chispas y la muerte pela los dientes en señal de respeto a los mortales; los globeros vuelan sobre la plaza elevados por una variedad de coloridas formas infladas; los vendedores de algodones se pelean por atrapar las últimas nubes azules o rosas que cubren el cielo, o que los muchachos lancen a las alturas luminosas estrellas que caen nuevamente en sus manos, mientras los niños siguen fascinados las trayectorias. 11


Cuentos de Navidad para León La magia termina a media noche, cuando los últimos caminantes dejan las plazas y el reloj del Palacio Municipal marca el primer segundo del nuevo día, las notas mágicas se duermen en la copa de los árboles en forma de campana hasta que los músicos callejeros las vuelven a llamar al caer la noche del siguiente sábado de diciembre.

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El desconocido Sucedió que para un retiro de Adviento el padre Juan pidió a sus feligreses alojaran a uno o varios de los que acudirían de otra ciudad a la parroquia. En muchas casas se recibieron a uno o dos matrimonios con gusto, o un par de personas solteras. El padre Juan, acomodó sin problema a las personas que le habían tocado por buscar donde los recibieran. Sin embargo, cuando llegó el grupo le comunicaron que venía uno de más. Así que tuvo que recurrir a la casa más cercana. Su dueño era un hombre rencoroso, lleno de prejuicios y nada abierto a las cosas de Dios, mucho menos a las peticiones del párroco, pero, ese día seguro que el Diablo se había ido de vacaciones y don Severo aceptó recibir en su casa sólo a un visitante y puso un chorro de condiciones. El retiro se desarrolló durante todo el día y los visitantes sólo irían a dormir a las casas que los aceptaron. Así que don Severo tuvo todo el tiempo del mundo para esconder muy bien los tiliches que él creía se pudiera embolsicar aquel desconocido, quitó algunos muebles para que no se los fuera a rallar aquel desconocido, puso en la cama las sábanas más viejas y feas para quemarlas en cuanto se fuera aquel desconocido, total que no dudó en condenar de las peones mañas a aquel desconocido. Llegó la noche, don Severo recibió en su casa a un hombre maduro, que se veía fatigado, con la barba crecida y con una vara como único equipaje. No le ofreció de cenar, ni siquiera un vaso de agua, lo condujo rápido a su cuarto y le echó llave al cerrojo. 13


Cuentos de Navidad para León A la mañana siguiente, don Severo se levantó muy temprano para despedir a su indeseado inquilino, tocó fuertemente a la puerta para despertarlo y no escuchó ningún ruido. Abrió, no vió a nadie, la cama ni siquiera había sido destendida, sólo encontró la vara con largos retoños que terminaban en fragantes azucenas. Se sintió burlado. Buscó por toda la casa, acudió a la parroquia, nadie le dio razón de aquel desconocido y cuando más indignado estaba vió que en el altar se hallaba su visitante cargando al Niño Dios en brazos.

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A diez los chupiros Cada que se acercaba la Navidad, el viejo Simón salía a las calles de la ciudad a vender sus chupiros. Los atrapaba varios días antes para que estuvieran gordos y con mucha batería. Metidos en un viejo odre de vino, remendado con hilos de telaraña, los sacudía de vez en cuando para que no se quedaran dormidos y así poder ofrecerlos. -¡Chupiros para alumbrar al Niño Dios! ¡Compre sus chupiros para que alumbre al Niño Dios! Gritaba orgulloso y lleno de esperanza por acabar su mercancía. Los que acudían, más por la curiosidad, que por comprar eran los chiquillos. Luego sus papás se interesaban por saber que eran los tales chupiros con que se alumbraba al Niño Dios. Los vendía cada uno por una moneda de diez pesos, y los entregaba en un frasquito transparente que antes había contenido medicina. Cerraba muy bien la tapa y luego les amarraba un pedazo de estambre dorado, no sin antes hacerle un pequeño hoyo a la tapa, para que respirara el animalito. -¡Debes dejarlo descansar y en la Noche Buena lo despiertas, lo cuelgas sobre el pesebre y entonces alumbrará como una estrella! En cuanto los padres veían aquella insignificancia de insecto metido en un frasco de vidrio, se llenaban de coraje contra aquel viejo engatusador. No así los niños, que en su alma germinan las ilusiones, que ponían cautelosos aquel frasquito junto a la venerada figura. En cuanto daba el primer minuto de la medía noche, ellos despertaban al pequeño insecto y éste comenzaba a aletear, dejando que su colita se encendiera 15


Cuentos de Navidad para León como una brasa, tan potente que alcanzaba a iluminar toda la casa como si fuera una estrella. Entonces en la calle se escuchaba la voz cascada de aquel viejo, que seguía gritando: --¡Chupiros para alumbrar al Niño Dios! ¡Compre sus chupiros para que alumbre al Niño Dios!

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Pañales de salitre La vieja vecindad en San Juan de Dios, se cobijaba bajo la sombra del añoso laurel de la calle Altamirano, en su angosto cuerpo se apilaban miserables cuartuchos que los vecinos alquilaban por unas cuantas monedas. Sus bolsillos estaban tan rotos que los pocos pesos se les iban apenas en comprar algo de comida para irla pasando. En uno de los cuartos, situado a la mitad de la miserable finca, vivía doña Margarita y su pequeña nieta Esperanza. La niña, que no perdía la ilusión de que al cumplir sus siete años le llegaría un gran regalo en Navidad, todas las tardes se ponía a jugar a las escondidas con los pocos niños de su edad que vivían en la vecindad. Su lugar secreto, en donde con frecuencia se ocultaba, era un rincón solitario rodeado de viejos y salitrosos muros de adobe. Uno de esos días, estando ya cerca la primera posada, se escondió y como sus amigos no la encontraron decidieron dejar de jugar y se olvidaron de ella. Esperanza no quería ser descubierta. Pasó un par de horas esperando y esperando. Mientras alguien se asomaba siquiera o dejara escuchar sus pasos, se puso a picar el muro. Los adobes estaban húmedos por las últimas lluvias y llenos de salitre. La tierra se aflojaba tan fácil con sólo tocarla con el clavo que se le ocurrió formar un borreguito. Salió corriendo al escuchar el grito de su abuela llamándola. Al día siguiente, después de la escuela, apenas comió y salió de prisa. Su abuela le preguntó a dónde iba con tanta rapidez. Ella sólo se limitó a decir que había dejado un borreguito amarrado en un rincón de la vecindad. 17


Cuentos de Navidad para León Cuando llegó, quedó impresionada porque el salitre había cubierto la figura como si de verdad tuviera lana. Más fue su asombro cuando notó que sobre los adobes se delineaba con la humedad la figura de un pastorcito. Buscó el clavo y comenzó a retirar la tierra que rodeaba la silueta. El tiempo se le fue de volada y recordó que tenía que terminar su tarea, antes de ir a la primera posada al templo de San Juan de Dios, acompañada de su abuela. Al siguiente día, encontró al pastorcito vestido con una blanca piel de salitre junto al borreguito. Notó que había una silueta que parecía un buey. Rascó la vieja pared y apenas pudo resaltar la figura cuando la primera campanada llamaba al rosario. Así fueron pasando los nueve días de las jornadas. Esperanza llegaba de la escuela, comía poco, terminaba rápido la tarea y se perdía un rato hasta que las campanas llamaban a los fieles. Su abuela la veía perocupada porque ya no jugaba con sus amigos, andaba pensativa y muy calmada. Su pensamiento estaba fijo en qué iba a encontrar dibujado al día siguiente sobre la pared. Sin darse cuenta, durante los nueve días previos a la Navidad, sobre los viejos adobes se fueron marcando los pastores, los Reyes Magos, el buey y la mula, José y María, y un ángel con las alas desplegadas, como si se tratara de un fino retablo oculto bajo una gruesa capa de polvo que al menor leve contacto con el clavo dejaba al descubierto las figuras en relieve. Pero, lo más asombroso era que sólo las pieles, las alas y los ropajes se cubrían de blanco salitre. La Noche Buena llegó, muchos de los chiquillos del barrio ya no acudieron a la última posada, esperaban ansiosos la abundante cena que se preparaba en sus casas, mientras en la vieja vecindad sus vecinos se acostaron temprano para no tener motivo de pasar hambre. Las Nochebuenas para la gente pobre nunca son tan buenas como para la gente pudiente. 18


Cuentos de Navidad para León Esperanza y su abuela se acostaron. En las calles cercanas se escuchaban, como lejanos ecos festivos, los cantos del arrullamiento, los villancicos y los gritos de la gente que aplaudía al romperse cada piñata. Un fuerte estruendo se escuchó en el interior de la vecindad, tan fuerte que todo mundo corrió a ver qué sucedía. Hasta los inquilinos se levantaron asustados. Parecía que un muro se había derrumbado. La niña salió corriendo, creyó que era el que tenía las figuras. Una multitud llegó. La admiración creció y la fe se fortaleció. Tras el muro caído estaba el otro, con el más hermoso nacimiento en relieve que relucía como el más fino mármol bajo la luna llena, al centro se encontraba el Niño Dios envuelto en pañales de salitre. Muchos cayeron de rodillas, otros empezaron a rezar y no faltaron las beatas que soltaron las lágrimas. Esperanza pidió silencio y entonó el ro ro ró para que se durmiera su pequeño Jesucito de salitre, que empezó a resplandecer como la estrella de Belén.

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Corazón de durazno Don Leonel vivía solo. Su única compañía era un duraznero que tenía frente a su casa. Cada tarde, después del trabajo, le platicaba mientras lo regaba. El árbol le correspondía cada primavera con un millar de flores, que se convertían en otro tanto de jugosos y aterciopelados duraznos. Durante varios años recolectó la fruta en una cubeta y se sentaba en la puerta de su casa para regalarlos a la gente que pasaba. Lo único que les pedía era que le regresaran los huesos. De los que llegaban a sus manos, con una hoja de segueta afilada en forma de bisturí, esculpía pequeñas figuras de niño. Les ponía una armellita plateada y los colgaba de un hilo de estambre. Los llevaba a bendecir el tercer domingo de diciembre para regalarlos en Noche Buena. Salía por las calles, con su brazo izquierdo cargado de hilos, y a cuanto se encontraba le regalaba un huesito de durazno, con la siguiente frase: -¡Que el Niño Dios los acompañe y llene su casa de bendiciones! Ese pequeño detalle le abrió muchas puertas para pasar con alguna familia las fiestas decembrinas. Era recibido con el mayor gusto y él, para agradecer la invitación, repetía su frase al retirarse del lugar. Una Noche Buena, don Leonel se sintió más cansado que de costumbre. Se sentó junto al duraznero y recargó su espalda en el tronco. Se quedó profundamente dormido hasta que lo despertó el primer arrullo de la noche. Al abrir sus ojos vio maravillado que el árbol estaba cargado de brillantes duraznos de oro, mientras lo contemplaba, un niño se le acercó.

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Cuentos de Navidad para León -¿Me haces una alas? –mostrándole en su manita derecha un hueso de durazno del tamaño de un corazón, pero blanco como si fuera de nieve. -¡Yo no sé hacer alas! –le respondió el viejo entristecido-. El pequeño movió sus manitas acariciando aquel hueso de durazno e hizo unas alas blancas que le colgó a don Leonel en la espalda. El niño sonrió, le puso su manita sobre la cabeza y dijo: -¡Con estas alas llegarás conmigo esta noche al Cielo! Don Leonel se quedó dormido para siempre y en sus manos le encontraron la imagen de un Niño Dios envuelto en hojas secas de duraznero.

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Luces de Navidad Eran los días cercanos a la Navidad. Los niños de la calle esperaban a que la ciudad durmiera, cansada de tanto ajetreo por las compras de fin de año, para pasear por las plazas vacías. En su ir y venir, miraban con los ojos rebosantes de necesidad los aparadores iluminados de los negocios, que permanecían con una multitud de luces de colores encendidas para no perder tiempo en ofrecer sus muestras de cariño a los mejores precios. Unos llenos de fina ropa invernal, para toda la familia, puesta en rígidos maniquíes con la sonrisa congelada; otros, con dulces de todos los colores, formas y sabores, para endulzar las últimas horas del año; unos más, con zapatos, botas, carteras, cinturones y otras prendas para deleitar a quienes les gusta lucir la piel; y, entre muchos otros regalos, juguetes, muchos juguetes, para niños y para niñas. Los ojos tristes miraban a través de los vidrios un mundo que para ellos es fantasía, inalcanzable, a menos que rompieran la barrera que los dividía y fueran capaces de conservar a paso veloz su libertad. Dos mundos completamente opuestos, sus reflejos apenas eran separados por unos milímetros de cristal. Los niños de la calle, con la ropa desgarrada y sucia, el cabello crecido y despeinado, los pies apenas calzados con viejas chanclas, y el estómago repleto de hambre, también sueñan con la llegada de la Navidad y una vida mejor en una familia. Mientras tanto, juegan con los juguetes que su fantasía les permite crear. Corren y juegan a las escondidas con la policía, comen los manjares echados al bote de la basura y brincan sobre nubes entre las bolsas de basura. Ríen como todos los niños, se divierten, las 22


Cuentos de Navidad para León horas pasan sin sentir. Muchas bolsas de basura hay frente a los negocios, hay que brincar sobre ellas hasta que el camión las recoja. Unas luces diferentes, las luces de la Navidad, se encienden para uno de ellos. Las voces de sus compañeros se alejan, a él ya no lo escuchan. Esas luces lo dejan blanco, queda quieto en silencio. Otros niños luminosos le tienden la mano y lo invitan a jugar entre las nubes, se levanta admirado, como si hubiera entrado al más grande aparador, donde la emoción se respira por los poros. Un impulso desconocido lo hace voltear, un pequeño cuerpo yace bocabajo, rodeado por los otros niños de la calle, atravesado por filosos vidrios que emergen de una bolsa de basura…

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Blancura invernal Hacía muchos años que el viejo Simón había augurado un prodigio, pero no precisó a ciencia cierta en que consistiría. Sólo que todos iban a quedar maravillados. Así que cada uno de los que escucharon la profecía empezaron a esparcir lo que ellos creían que iba a pasar. Uno dijo que iba a brotar un abundante manantial de aguas prodigiosas; otro, que caería una lluvia de estrellas de plata para sacar a todos de la pobreza; y el más descabellado de todos, que al fin iban a bajar el gas, la leche y las tortillas. Pasaron los años y no sucedía nada. Cada fin de año era lo mismo, aumentos, despilfarros para celebrar, disgustos, más aumentos y más aumentos. Todo se iba hacía arriba y nada bajaba del cielo. Un día, el más frío del inicio del invierno, salió el viejo Simón envuelto en su gastada cobija de lana y se sentó a la puerta de su casa para levantar el ánimo de sus vecinos. -¡Ya viene el prodigio, en esta Navidad sucederá algo grande por encargo del cielo! Debemos estar atentos, ya viene, ya viene… -¡Puras patrañas! –le resongó otro viejo que se la pasaba renegando de todo- ¿Qué va a bajar del cielo? Todo sube, el pan, la leche, los frijoles, todo, todo, todo… ¿Qué prodigio puede suceder que nos levante la fe? -¡Algo blanco, muy blanco, esa será la señal! Los días pasaron, con sus respectivas posadas llenas de travesuras, la noche buena cargada de tamales, buñuelos y teporochos que no sabían ni por qué celebraban. Muchos desvelados dizque velando el sueño del Niño Dios, con los radios a todo volumen, soplándole a unas chacuacas fogatas y escurriendo el 24


Cuentos de Navidad para León último trago de un montón de botellas vacías de cerveza y licor. Sin fe, claro. A eso de las nueve de la mañana del Día de Navidad, salió el viejo Simón de su casa y se dirigió al campo. Alguien le alcanzó a oír que el prodigio estaba cerca y eso fue suficiente para que algunos lo siguieran. El campo estaba completamente seco, la última helada había quemado todo rastro de vida, el rastrojo y la hierba estaban amarillos y los árboles sin hojas. El viejo se paró frente a un gran mezquite y se quedó contemplándolo. ¡Este es el elegido! –dijo entusiasmado- y se puso de rodillas. Al punto, se escuchó un gran cuchicheo de la gente que en multitud acudió más por curiosidad que por fe, esperando ser los primeros en burlarse de aquel iluso a quien muchas veces le habían dicho que ya le patinaba el coco. De pronto, sin saber de dónde, una grulla blanca se paró en la rama más alta del mezquite, luego otra, y otra, y otra, hasta cubrirlo completamente con sus albos plumajes. El mezquite se vistió de blanco, como si estuviera cubierto por la nieve. -¡He ahí el prodigio! –gritó el viejo- y al instante los pájaros agitaron sus alas, reflejando en sus plumas los rayos del sol de la mañana como si fueran de plata. Todos cayeron de rodillas, menos el viejo gruñón, quien después de limpiarse las lágrimas de su rostro dijo enternecido: -¡Bendito sea el Niño Dios, que con algo tan sencillo nos ha devuelto la fe en su natividad!

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Santa entre cables Estábamos a unas horas de amenizar la primera cena de fin de año de una empresa. Yo, como todo buen técnico, desde hacía más de veinte años me encargaba de conectar los micrófonos, los instrumentos, las bocinas y cuidar que cada cable estuviera en el lugar correcto. Nuestro grupo versátil se especializaba en éste tipo de eventos. Durante los preparativos, era la comidilla de mis compañeros, pues me había dejado crecer la barba, el bigote y el cabello y a mis sesenta años, todo era blanco. Así que no me llamaban por mi nombre, sólo Santa para acá y Santa para allá, o no te nos vayas a caer con los cables Santa… Silvia, la cantante del grupo, llegó al ensayo con sus dos niñas, una de cinco, llamada Blanca, y la mayor, de siete, de nombre Sofía. Mientras afinaba, sentó a sus niñas en una de las cajas en que transportábamos las lámparas de la iluminación. La más pequeña, en cuanto me vio, le secreteó a su hermana en la oreja: -¡Es Santa! La mayor, se me quedó viendo sin perder detalle de lo que hacía, y le contestó: -¡Santa sólo viene en Navidad! Seguro que éste no es… Las dos niñas me seguían con la vista. Yo acomodaba los cables, sincronizaba los tonos de los micrófonos y dirigía a cada músico en la afinación de su instrumento. Saqué un rollo de cinta de la caja de herramientas y, estando casi frente a las pequeñas, me arrodillé para pegar un cable en el piso. Entonces la más pequeña, aprovechando el momento, caminó ingenuamente hasta mí, acercó su boquita en mi oído izquierdo 26


Cuentos de Navidad para León y cubrió sus palabras, casi en susurro, con su mano derecha: -¡Santa, me traes un juego de té! Yo solté una carcajada como Santa Claus, le acaricié su mejilla y le dije: -¡Con todo gusto chiquita, pero no le digas a nadie que ando aquí, porque me descubren! Ella corrió emocionada con su hermana y le dijo: -¡Ya ves, te dije que sí era Santa!

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Pan chiquito Había un panadero malhumorado que de todo se quejaba. Los problemas con los años terminaron por amargarlo. -La leña está tan cara y ya no calienta como antes. La harina más parece arena y la leche agua pintada. Los huevos parecen de paloma y el azúcar, qué decir del azúcar, como si en lugar de hacerla de caña la hubieran hecho de rastrojo. Para colmo la levadura, en vez de levantar la masa nomás la emborracha… Así se la pasaba bate que bate la masa salpicada de su coraje. Hacía un pan grandote y malecho, para acabar pronto. Luego salía a venderlo en un carretón maltrecho y terminaba casi regalándolo para que no se le quedara. Pobres los que le compraban, porque el que no se empachaba terminaba con diarrea. Cada día vendía menos hasta que ya nadie le compró ninguno de sus panes y ese día, con el carretón llenó y los bolsillos vacios, se puso a llorar sobre la tahona. Fueron tantas sus lágrimas que alcanzó a lavar su conciencia. Estaba tan metido en su pena que apenas sintió cuando una pequeña mano le acarició su hombro. Volteó sorprendido cuando escuchó una voz infantil desconocida: -¿Me regalas un pan chiquito? -¡Yo sólo hago panes grandes pa que se empachen! -Contestó con brusquedad. -A partir de hoy hazlos chiquitos, del tamaño de mi corazón, amasa la masa con cariño y endúlzalos con buena intención. Desde entonces el panadero malhumorado hornea puros panes chiquitos, como le dijo aquel chiquillo desconocido que le pareció el Niño Dios en persona y para Navidad reparte un buen canasto a todos los que una sonrisa le regalan. 28


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Tejocotes con canela Hacía varios años que el árbol no daba muestras de vida, sus ramas estaban secas y la corteza se le caía a pedazos. No faltó quien dijera que estaba listo para atizar el horno. La única que lo defendió fue la abuela, dijo que le hacía falta una ilusión. Así que fue y le dio un abrazo, luego lo bendijo diciendo: -¡Qué el Santo Niño de Belén haga caer sus bendiciones a través de ti! Unos días después, una pareja de tutubixis hicieron su nido en la última rama que quedaba. Todas las tardes y mañanas revoloteaba el pajarito mostrando su rojo pecho, como si una llama bailarina quisiera incendiar la madera. Cuando nacieron los polluelos, el árbol se sintió tan contento que brotó su primer retoño, luego otro y otro y muchos más hasta llenar de hojas nuevas la vieja rama. Los retoños se hicieron ramas y se llenaron de flores. Al final del otoño, volaron las aves, pero el viejo árbol se quedó cubierto de frutos, unos tejocotes tan grandes y dulces como jamás se hayan visto. Así que tuvo muchos visitantes que se alegraron con la cosecha. La abuela que fue la única que no le perdió la esperanza, puso en Navidad una Sagrada Familia en el viejo tronco y para abrigar al Niño hizo una corona de hojas y frutos. Para todos los que acudieron a ver el prodigio hizo un cocimiento de tejocotes con canela y los repartió con esta frase: -¡Reciban las bendiciones del Santo Niño de Belén! 29


Cuentos de Navidad para León

Plumaje de fuego Leonor era una muchacha llena de ilusiones, pensaba que cuando llegara el amor de su vida sería anunciado por una señal. Así pasaron los años de su juventud y, sintiéndose ya madura, cuando estaba cambiando la ropa al Niño Jesús para colocarlo en el nacimiento lo acurrucó sobre su pecho y le pidió con todo su corazón que no se olvidara de ella. La Noche Buena pasó con su ya acostumbrada celebración por el nacimiento del Hijo de Dios, las visitas que acudieron a cenar los ricos tamales, los buñuelos, el ponche y el champurrado, después del arrullamiento terminaron por cansar a Leonor, que cayó profundamente dormida en un sillón de la sala. En cuanto el sol empezó a iluminar el día, Leonor despertó cuando escuchó que algo se impactó en el vidrio de la ventana. Acudió presurosa y vió que era un pajarito rojo que no podía volar del frio, lo tomó con el mayor cuidado, lo acurrucó entre sus manos y buscó una cajita para improvisarle un nido en que pudiera tomar calor. Paso el día. En la tarde, el pajarito se levantó con intención de salir de la caja, así que Leonor lo metió en una jaula que colgó frente al nacimiento, le puso agua y alpiste para que recuperara fuerzas. Él solo se limitó a pararse en el pequeño columpio, sin probar nada de lo ofrecido. Tantas luces y adornos en las casas terminaron por provocar un corto en la energía eléctrica, así que toda la calle se quedó en completa oscuridad. Leonor buscó una vela, pues no deseaba que la noche de Navidad terminara sin luz. En eso estaba, cuando alguien tocó a la puerta. Preguntó quién era y sólo le contestó una voz varonil 30


Cuentos de Navidad para León que estaba perdido y que pedía ayuda para encontrar un domicilio… Leonor estaba por abrir la puerta cuando toda la sala se iluminó, el pajarito en la jaula se prendió como una hermosa llama roja, su plumaje era de fuego.

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Cuentos de Navidad para León

La ciudad también es mía Un nuevo maestro llegó a la pequeña escuela de Cerro Alto, comunidad ubicada en plena sierra, al norte y en la parte alta del municipio de León, Gto. Su presencia rápidamente se notó entre la población, pues la ropa y la manera de hablar son muy diferentes a los lugareños. Las mujeres bajan a la ciudad para hacer las compras más necesarias, que les permiten sus escasos recursos; los hombres a trabajar en los talleres de calzado o en las construcciones, y los niños, sólo ven la ciudad de lejos, como si no les perteneciera. Los niños corrieron desde las casas dispersas, escondidas entre las cercas de rama o piedra, para llegar a la primera clase del nuevo ciclo escolar. Ya instalados en el salón: -¡Buenos días niños! Me llamo Juan Alonso Torres y soy el maestro que va a atender los grupos de quinto y sexto grado. Espero que todos aprendan y estudien lo que viene en sus libros de texto. -¡¡Buenos días maestro!! Bienvenido –contestó todo el grupo, de pie-. -Para que haya más empeño de su parte, de aquí a diciembre, el niño que saque mejores calificaciones, lo voy a llevar un fin de semana a León para mostrarle la ciudad y que se divierta en la feria. Así que échenle ganas. ¡Abran su libro de matemáticas para empezar las clases de este primer día! De los 13 niños que integran los dos grados, hay uno que especialmente refleja la necesidad en que viven las personas de esta zona, Olegario de la Sierra, mejor conocido por sus amigos como Garito. Es un niño que quedó huérfano cuando sus padres decidieron ir en busca del sueño americano. Una fuerte venida del río Bravo les arrebató la vida y con su muerte 32


Cuentos de Navidad para León empeoró el bienestar de una nueva familia. Garito quedó solo a los pocos años de vida, al cuidado de su única abuela. Carente de muchas cosas, pero rebosante de cariño. Creció con lo mínimo necesario para comer; la ropa y el calzado los recibía de otros niños mayores a quienes ya no les quedaban, así que por más parches y remiendos la tela encogía ante su crecimiento, y los zapatos, que muchas veces tenía que ocultar tras la pantorrilla para que sus compañeros no se dieran cuenta de los dedos de fuera o los hoyos en la suela, no le aguantaban su pasión por correr por la calle pedregosa y polvorienta del pueblo chutando una vieja pelota. En la escuela aprendía muchas cosas nuevas en sus libros de texto, donde encontró lugares, personas y hechos que lo hacían soñar en conocerlos cuando creciera. A la hora del recreo, se escapaba unos minutos de los juegos con sus compañeros para que el maestro le platicará sobre lo que había en la ciudad. Por las tardes, llevaba al agostadero las dos vacas que tenía su abuela. Mientras las cuidaba, volvía a leer las páginas de sus libros de Español e Historia, soñando con acompañar a los personajes que en ellos se encontraban, hasta que una lagartija o pajarito lo distraía y se lanzaba a perseguirlo. Por la noche, mientras su abue preparaba la cena, él se ponía a hacer la tarea, y al compartir los pocos alimentos, le platicaba lo aprendido en clase. Antes de dormir, se asomaba por la ventana del cuarto donde vivían y veía sorprendido como se extendían las luces en el fondo del valle. Había fines de semana que en ciertos lugares salían unos chorros de luz que iluminaban el cielo, principalmente el 15 de septiembre, la noche de fin de año y por los primeros dos meses del año, pero había uno en especial, la noche del 20 de enero en que las luces iluminaban todo el cielo. 33


Cuentos de Navidad para León -¡Mira abuelita, que hermosa se ve la ciudad de noche, cuantas luces! Parece como si todos los días fueran Navidad y el valle estuviera adornado con miles de velitas encendidas. -¡Es la ciudad de León, Garito! Un día te voy a llevar a conocerla. Cuando tu padre era niño, íbamos todos los domingos al mercado para traer el mandado. Vieras como le gustaba ver los aparadores llenos de cosas, los edificios y las calles. ¡Algún día tú también irás, te lo prometo! -¡Sí abuelita, yo también quiero caminar por las calles de la ciudad y conocer la gente que vive en ella! ¡El maestro prometió llevar a quien tenga mejor calificación! -¡Pues échale ganas mi niño! ¡Nunca hay que perder la esperanza de realizar nuestros sueños! Los meses de septiembre, octubre, noviembre y diciembre pasaron rápido, llegaron las vacaciones de fin de año y Garito escribió en su carta a los Magos: Queridos Reyes: Este año ya no quiero la resortera con horqueta roja, ni el trompo de luces, aquí me las arreglo para hacerlos de palo. Tampoco el balón de cuero, mientras mis amigos me inviten a jugar con ellos, no lo necesito. Este año quiero algo menos difícil, me esforcé lo más que pude para sacar puros dieses y quiero que en lugar de regalos, el maestro Juan me lleve a pasear por la ciudad de León. También le traen un rebozo nuevo a mi abue, que aunque ya no es niña, se sigue portando muy bien y le hace mucha falta cuando lleva el nixtamal al molino. Garito. Como es de suponerse, los Reyes Magos tampoco recibieron este año la carta, pues la necesidad borró el código postal de la dirección. Ni siquiera el Rey Güebón, que en su pesado elefante trae los regalos retrasados, recibió correspondencia de la casa más humilde de Cerro Alto. 34


Cuentos de Navidad para León A mediados de enero, reiniciaron las clases. El maestro abrió su lista de asistencia, se puso unos lentes, se acomodó el saco y le puso emoción al asunto. -Estas son las mejores calificaciones de los primeros meses, pero primero vamos revisar la lección 20 de mate. ¿Quién será el que va a ir a León? Dividan 485 entre 13, ¿quién descubrió América? Bueno, bueno, estos son los resultados: Carlos 7.5, Cirilo 8.3, Blanca 9 y Garito… mmm ¡10! -¡¿Diez profe?! ¡Qué emoción, no puedo creerlo, los Reyes Magos me hicieron caso, ese es el regalo que les pedí! -No fueron los Reyes, más bien es el resultado de tu esfuerzo. Los grandes hombres forjan su vida con entrega. Así que el siguiente fin de semana te llevaré a pasear por la ciudad. A la hora del recreo iré a hablar con tu abuelita. Para el siguiente viernes, Garito tenía el permiso y se presentó a clase muy bañadito y con su mejor ropa. Al final de la clase, el maestro Juan lo subió al coche y lo llevó a su casa. La emoción del niño se reflejaba en sus ojos, era la primera vez que bajaba de la sierra. Veía entusiasmado las casas, todas juntas y de muchas fachadas, los altos edificios, los centros comerciales, las calles llenas de autos de todas formas y colores, personas con ropas nuevas, yendo de un lado a otro, como apresurados en alcanzar algo. -¡Mire profe esa será mi casa y compraré un coche blanco como las nubes! ¡No mejor aquella, está más bonita! ¡Aquella es más grande, para traer a mi abue y a mis amigos! ¡Mejor la altota que llega hasta el cielo! -Ese es un edificio, Garito, y en él viven muchas familias. -¡Entonces lo compraré para traer a todas la familias de Cerro Alto y que no pasen frío en la sierra! ¡Y todos llenaremos una calle de carros y trabajaremos en ese mercado grandote que vende muchas cosas! 35


Cuentos de Navidad para León -Sí, Garito –con una leve carcajada-, todo lo que tu fantasía te permita soñar. Llegamos, esta es mi casa, no tan grande como la que tú quieres pero vivo muy a gusto. Guardo el carro y te llevo con mi esposa. Hace poco nos casamos y aún no tenemos hijos, así que eres el primer chico que nos visita. ¡Bienvenido! En el interior de la casa, el maestro le presentó a su esposa: una joven maestra que atendía niños en un colegio particular en la ciudad. -Catalina, éste es Garito. Es mi mejor alumno de Cerro Alto. Por favor, llévalo, como acordamos, para que le compres todo lo necesario. -Muy bien Juan, en un rato volvemos. ¿Me acompañas Garito? -¿A dónde me va a llevar? -No te asustes, iremos a unas tiendas que están aquí cerca. ¡Vamos! Catalina le compró a Garito ropa, zapatos, tenis, crema, shampo y todo lo necesario para hacer de su estancia una experiencia inolvidable. Cada que le medían algo sus ojos se llenaban de alegría, daba las gracias y abrazaba con emoción cada nuevo artículo. -¡Yo sólo pedí a los Reyes Magos venir a conocer la ciudad! -Pues ellos nos pidieron que te entregáramos todos estos regalos también, debes de haberte portado muy bien el año pasado. -¡La verdad no muy bien, pero me saqué puros dieses en la escuela! -Ves, los niños también deben ser buenos estudiantes. Mañana te vamos a llevar a pasear al centro y el domingo iremos a la feria. El sábado, el niño fue llevado a pasear por la Plaza Principal de la ciudad, conoció sus elegantes portales Aldama, Bravo y Guerrero, llenos de locales que ofrecen todo tipo de productos; entró al Palacio Municipal, donde un guía de turistas explicó la historia de León plasmada en los murales que están en las paredes 36


Cuentos de Navidad para León de la escalera principal; luego entró a la Parroquia, en cuyo interior escuchó atento la historia del centurión romano San Sebastián, a quien ejecutaron a flechazos por defender su religión, mientras veía las pinturas sobre su vida; se dio varias vueltas en el jardín, subió al kiosco, escucho el sonido del agua en la fuente de los niños aguadores. Su maestro le compró un globo metálico en forma de estrella, luego lo llevó a probar las cebadinas y le tomó fotos con cada estatua viviente que están en la plaza, sobre todo con un monje que levita sobre su alfombra. De ahí pasaron a la Plaza Fundadores, vio con admiración la imponente fuente Cuarto Centenario, con sus cuatro bravos leones que parece rugen en silencio; leyó el nombre de los fundadores de León en la placa conmemorativa y se impresiono cuando le explicaron que en la Casa de la Cultura había muchos niños preparándose para ser los artistas de la ciudad. Siguieron por la calle Hidalgo para llegar a la plazuela, que está frente a la Catedral, se impresionó con los murales donde las figuras platican la historia de los Mártires del 2 de Enero y como se curtía las pieles y se hacía el zapato en tiempos pasados. Preguntó si el ángel que había allí también era de la guarda. Las torres de la catedral le parecieron que llegaban hasta el cielo y que tenían movimiento cuando pasaban las nubes. En el atrio encontró la escultura del papa Juan Pablo II, que recibe sonriendo a los visitantes. En el interior, sus ojos no alcanzaban a ver tantas coloridas figuras con destellos dorados. En los altares encontró muchos Santos que no conocía y le parecieron muchachos que contenían la respiración, pero las que le impresionaron fueron las de mármol blanco. Le emocionó la historia de como la Madre Santísima de la Luz eligió venir a León y ver los tres mártires romanos que seguían como dormidos en sus urnas de cristal. Luego lo llevaron por la calle Madero, para que conociera el imponente Templo Expiatorio, que se pue37


Cuentos de Navidad para León de ver completo desde su plaza. En el interior, le impresionaron la altura de los arcos ojivales, picudos como una lanza, y los vitrales donde la luz de vuelve de colores, como si cayeran muchas canicas. Con miedo y todo, caminó por los angostos pasillos de las elegantes catacumbas que están bajo el templo y escuchó con atención a la señorita que da toda una clase sobre su significado. Siguieron caminando hasta llegar al Arco con su león en lo alto, recorrieron la Calzada, llena de árboles que escondían las esculturas que representan las estaciones del año; el Jardín de los Niños Héroes, donde la gente acude a probar las guacamayas, los tacos de venada y los caldos de oso que se venden en la ciudad; luego subieron por el Puente del Amor y llegaron caminando hasta el Centro Cultural Guanajuato, donde los recibió un tranquilo jardín que tiene frondosos árboles, esculturas y muchas fuentes. De ahí pasan al Museo Regional, con otro San Sebastián imponente en la entrada, la Biblioteca Central, la Universidad de Guanajuato y el Teatro del Bicentenario. Es como si estuvieran en otra ciudad, sigue siendo el mismo León, pero nuevo. ¡Toda una experiencia! Al final del día preguntó: -Profe, ¿por qué las calles tienen nombre? -A las calles se les pone el nombre de una persona importante, digna de recordarla por lo que hizo en beneficio del país o de nuestra ciudad. El domingo fue todo una celebración, primero presenciaron el desfile de carros alegóricos que recorren el bulevar López Mateos, desde el Parque Hidalgo hasta las instalaciones de la feria, cada uno acompañado de música y grupos de jóvenes con trajes vistosos y bailando muy coordinados. Las familias presentes lanzaban porras y aplaudían a los participantes. Ya en la feria, los maestros llevaron a Garito a recorrer los estands de cada municipio del Estado, para que conociera las artesanías que se hacen en cada ciudad; las 38


Cuentos de Navidad para León exhibiciones de animales, donde encontró hermosos caballos, finas reses, blancos guajolotes, borregos pachones de lana, chivos, puercos y una multitud de conejos, nunca había visto tantos animales juntos y de tan variadas razas; en la zapatería más grande del mundo encontró tantos zapatos como nunca se había imaginado, botas, mocasines, zapatillas, tenis, la mayoría producida orgullosamente en la ciudad, era todo un edificio sólo para los zapatos. Por unos minutos se quedó en silencio. -¿Qué te pasa Garito? ¿Ya te cansaste? ¿Te duele la cabeza? -No, sólo pensaba. Aquí hay muchos zapatos y en Cerro Alto tantos niños que andamos descalzos o con chanclas todas agujeradas… Los maestros se apenaron, pero luego le explicaron que los grandes industriales venden zapatos a bajo precio en lugares apartados y también regalan muchos pares a los niños. Que sólo hay que hacer que esos beneficios lleguen a Cerro Alto. -¿Todos mis amigos pueden tener zapatos nuevos? -¡Claro que sí, las fábricas de León tienen zapatos para tus amigos! Con esa motivación, Garito y los maestros entraron al circo, donde se divirtió con las ocurrencias de los payasos y los arriesgados vuelos de los trapecistas, luego, con las coreografías ejecutadas por los patinadores en la pista de hielo. Los tres se divirtieron como niños en los juegos mecánicos y cerraron este día con los fuegos artificiales. -Y toda esta fiesta Garito es porque celebramos el cumpleaños de nuestra ciudad. -¿Nuestra? ¿También es mía? -¡Claro, y de todos los leoneses! Aunque Cerro Alto esté allá en lo alto de la sierra, también es parte de León. 39


Cuentos de Navidad para León Al llegar el siguiente lunes directamente al salón de clases, el maestro pidió a Garito les platicara a los otros niños lo que había visto el pasado fin de semana. Por casi dos horas, el niño compartió emocionado sus vivencias. Al final, dijo: -¡A partir de ahora le echaré más ganas al estudio para llegar a ser un hombre valioso para mi país y un día le pongan mi nombre a una calle de nuestra ciudad, porque León también es mío y yo soy de León!

¡Feliz Navidad y que la fe, la esperanza y el amor inunden sus hogares cada año!

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