Semana Santa 2018
La Línea de la Concepción
Liturgia del Viernes Santo El Viernes Santo es un día en el que no hay misa. La celebración consiste en la lectura de la Pasión según San Juan y las solemnes oraciones por las grandes necesidades de la Iglesia y del mundo, la adoración de la Cruz y la Comunión. Hoy conmemoramos la muerte de Jesús en la cruz. De forma singular se nos invita al ayuno y la abstinencia, y desde siempre los cristianos han aprovechado este día para intensificar sus prácticas penitenciales. Hoy también, en todo el mundo, son muchos los que practican la devoción del “Vía Crucis” para, de esa forma, acompañar a Jesús en los últimos momentos de su vida terrena. Este día debe estar dominado por estas palabras de San Juan: “Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo Unigénito para que nadie perezca”. Lo más grande del Viernes Santo es el misterio del amor infinito de Dios al hombre, a todo hombre (varón y mujer, se entiende). Cada uno de nosotros puede repetir con San Pablo: “Me amó y se entregó a la muerte por mí “. El Viernes Santo pone frente a frente el tremendo misterio del pecado del hombre y el todavía más grande misterio del amor de Dios, Jesucristo no nos ha amado de broma, sino de verdad. Es un amor que le ha costado la vida, con una muerte terrible en la cruz. Ahí nos ha mostrado el amor que nos tiene, pues “nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos” (Jn. 15,13). Todo eso lo ha hecho por mí. Para librarme de la condenación eterna, para reparar mis extravíos, para vivir como hijo de Dios, para llevarme al cielo. En la cruz, Jesús hace de su vida una ofrenda de amor al Padre. Obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Jesús ama al Padre y quiere reparar todas las ofensas de todos los hombres de todos los tiempos. También las mías “La prueba de que Dios nos ama es que siendo nosotros pecadores, Cristo murió por nosotros “(Rm 5,8). La lección de la Semana Santa, todo lo que Cristo ha querido enseñarnos es esto: que nos quiere y no por nuestros méritos; que nos ha venido a salvar y no a los 24
justos sino a los que somos pecadores; que no le importa morir crucificado para darnos a cambio la vida y que ese amor no lo reserva únicamente para los perfectos sino también para los que no valemos ni siquiera el esfuerzo de ser tenidos en consideración. Miremos al Crucificado, para sentirnos amados y para aprender a amar. Miremos al Crucificado en estos días de pasión para seguirle de cerca, para entender tantas cosas que no entendemos de nuestra vida, para aprender a ser discípulo suyo. Mirar con amor al que desde la Cruz tanto nos ama, nos traerá a todos la salvación. Mirar hoy la cruz es mirar la Vida. Encontrarse con las consecuencias de los pecados propios y de los hombres es encontrarse con Dios que ha superado todo eso en virtud de la entrega de su Hijo. Encontrarse con el pecado de frente es encontrarse con un perdedor, con alguien que ha sido vencido, cuyo veneno es incapaz de hacernos daño si dejamos que nos atraiga la cruz salvadora. Nosotros podríamos haber pensado como signo de salvación una margarita, o una chocolatina. La cruz de Cristo nos muestra la verdadera cara del pecado, su resurrección nos muestra su derrota. No hubiéramos diseñado una “hoja de ruta” mejor. Por eso, aunque te encuentres desanimado, aturdido, desconcertado y abatido. Aunque te parezca que el pecado se ha instalado en tu vida y no puedes salir de él, aunque las consecuencias del pecado-incluso de otros- te haya llevado a la pobreza, a la marginación, a la tristeza… Mira a Cristo en la cruz y repítete por dentro: El pecado ha sido vencido, abrázate a Cristo en la cruz y serás un hombre nuevo. Al pie de la cruz estaba María. En el futuro templo vamos a poner un descendimiento, la Madre está a punto de recibir el cuerpo sin vida de su Hijo en los brazos. Los que creían que entregaban muerte estaban entregando Vida. Si estamos con ella mirando a Jesús oiremos en nuestra alma “Cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí “.