VII. Los toros Un sábado por la mañana, Jerónimo bajó corriendo por la escalera buscando a Manuel, quien se preparaba un café que daba un rico aroma a la casa. –¡Abuelo, abuelo, buenos días! Oye, con todo lo que me has contado, más quisiera yo que fuera uno o varios de mis amigos a la plaza ¿Cómo decirles a los padres de Pablo que lo quiero invitar el domingo a los toros? ¡Ah, también a mi amiga Sofía!, su mamá es pintora y quizá se anime a tomar alguna imagen de la plaza y llevarla a sus cuadros, si es que le gusta la corrida. Pero ya ves, te platiqué que nunca han ido, y dudan que sea bueno asistir a la plaza por ser niños. Repiten lo que sólo escuchan al aire, y algunas personas dicen que no es conveniente. ¡Si supieran que no es así! Yo voy feliz y veo a otros niños también muy contentos en la plaza y tú fuiste desde niño y mi mamá también, bueno, ni se diga, es su gran afición, y papá además vistió el traje de luces, eso es extraordinario. –Sí Jero, México tiene casi quinientos años de tradición taurina, y los aficionados han vivido todas sus épocas, siempre entre diferentes opiniones. Pero la fiesta es tan grande que el toro mismo se debe a ella, si no, su especie se extinguiría sin la grandeza del campo bravo. La fiesta es una tradición profunda en México. Pero entonces: ¿vas a invitar a tu amigo Pablo? –Sí, claro. ¡Y también quisiera que vaya Valeria, y Sofía! –Por supuesto, sería importante que fueran niños y niñas; y tal como decimos en casa, hay que llevar claveles, las flores que siempre han acompañado a la fiesta de 59