X.- ¿A dónde vas Jerónimo? En el camino a casa, Jerónimo y su familia, felices, intercambiaban impresiones. – ¡Mamá, viste como disfrutaron mis amigos! –Sí Jero, Sofía me recordó lo que me platicaba mi mamá, cuando ella tenía su edad e iba con sus padres al Rancho del Charro y a la Monumental de la Ciudad de Morelia, en donde ella nació; era una chiquilla, disfrutaba mucho la plaza y ver a los toreros, se le hacían como reyes, muy guapos y vestidos de oro, realmente la deslumbraban. Fermín Espinosa “Armillita”, al que un día le dio la mano. También recordaba a Silverio Pérez y a uno que le decían “El Chato Mora”. El toreo muestra la verdad de la vida, es decir, no oculta nada, puede haber gloria o fracaso, miedo y satisfacciones, todo puede pasar en el ruedo, al igual que en el otro inmenso ruedo, el de la vida. -Valente agregó: –¿Pero viste a Pablo? No paró de mirar a todos los toros con asombro y jugar contigo a decir las pintas y sorprenderse de su bravura –El abuelo Manuel intervino: –Creo que logramos tu sueño Jerónimo, ir disfrutando poco a poquito con tus amigos la vida del toro, la plaza y la corrida, ya sembraste semillas de afición, es posible que algunos quieran ver otra tarde de toros, o quizá no regresen, pero ya conocieron algo de la grandeza que tiene el toro de lidia y el mundo que encierra. Verte a ti y a ellos juntos, es un hermoso regalo que me das. Una vez que entraron a la casa, Jerónimo le comentó a su abuelo, emocionado: 91