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chos, pero ninguno satisfactorio. Tal vez los cuentos completos no lo eran tanto, pensé. Sin embargo, el final chejoviano con el que Coetzee concluía la historia —la vuelta a casa a través de la nieve, la casa vacía, el fuego apagado y la tristeza eterna— me pareció un sentimiento muy presente en muchos de los relatos, tan presente como la vanidad en gran parte de los actos de nuestra vida. Estando en esas reflexiones la furgoneta se detuvo en un área de descanso con una cafetería para desayunar. Después del café, mientras los otros hablaban de frenos de disco y del tamaño del plato, Alicia Ramírez y yo entablamos una charla sobre Vías Verdes y rutas recomendables. Me habló de la Senda del Oso, una vía verde muy cerca de Oviedo que había recorrido en una bici alquilada a mediados de agosto, un viaje que también aprovechó para hacer una visita por el prerrománico asturiano. Fue entonces cuando empecé a atar cabos: Alicia Ramírez, de Ávila, aficionada a la lectura, gran lectora (también de Luz y Tinta), amante de los finales abiertos y del escritor F.T. (al menos una vez, en Madrigal de las Altas Torres) de quien no se pierde ninguna de sus publicaciones en la revista, ni ponencias en Congresos, si se celebran en Ávila. Jamás había imaginado que letras y pedales, literatura y ciclismo, pudieran estar tan próximos, confluyendo en el mismo instante en esa persona, algo que nunca me pasaba a mí. Mi vida era una disociación de aficiones, espacios estancos en los que me sumergía con exclusividad. Cuando se me encendió la chispa sobre la identidad de Alicia, a punto estuve de exclamar con entusiasmo “enton-