EL JOVEN QUE SE TRANSFORMÓ EN MURCIELAGO Sus padres se lo advirtieron muchas veces, pero él no hacía caso. Seguía trasnochando. Salía de su casa después de cenar, cuando la familia ya se había acostado. Recorría las calles del pueblo y sus alrededores hasta bien entrada la madrugada y al día siguiente no podía levantarse de la cama antes del mediodía. La forma de comportarse de aquel muchacho hizo sospechar a sus padres, quienes seguían insistiéndole: - Hijo, haznos caso. No salgas de noche. Es una falta de respeto, porque la noche es de los queridos difuntos. Si vas caminando irreflexivamente, puedes empujarlos y tocarlos sin darte cuenta, en el querido frío, en el querido aire que ellos pueblan. Los queridos difuntos van a sentirse ofendidos con los empujones, no van a aceptar tu forma de comportarte… Pero el muchacho no les creía, a pesar de que ellos le decían que se los había hecho saber sus abuelos y a ellos sus ancestros, de generación en generación desde las primeras madres y los primeros padres. Una noche cuando el muchacho caminaba en medio de una total oscuridad, una voz lo hizo estremecerse. Se detuvo presa de miedo tratando de entender lo que decía la voz, a la vez que entrecerraba los ojos buscando ver quién le hablaba. Sentía escalofríos en la espalda y los pies entumecidos. Comenzó a temblar sin poder controlarse. La voz seguía hablando cerca de él, pero no entendía lo que le decía. Entonces vio una especie de sombra en cuclillas recostada contra un muro y le pareció que era un tío fallecido hacía algún tiempo. -¡Tío Domingo¡ - llamó el joven-,¿Qué hace usted aquí? -¿Por qué me preguntas que hago aquí? – le respondió el espanto -. Yo estoy en la noche, a donde pertenezco… La pregunta es más bien ¿qué estás haciendo tú aquí? Estás fuera de lugar, ¿Acaso el día no te resulta suficiente? El muchacho no podía articular palabra, ya que el pánico lo sobrepasaba. Entonces su tío Domingo continuó: -Agradece a mis compañeros difuntos. Se han compadecido de ti y me han enviado
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