LA ISLA DEL Dr. MOREAU H.G Wells Durante las primeras semanas de soledad, las bestias
respetaron
las
costumbres
establecidas por la ley y se comportaron con moderación. (…) Fue hacia mayo que empecé a detectar cambios evidentes en su forma de hablar y de moverse, una mayor dificultad de articulación, un creciente desinterés por el lenguaje. El parloteo del hombre mono era más intenso que nunca, pero resultaba cada vez
más
incomprensible
más
simiesco.
Algunos parecían estar perdiendo la facultad del habla, aunque comprendían lo que les decía. (…)Además, empezaban a tener serias dificultades para caminar erguidos. Aunque era evidente que les provocaba mucha vergüenza, de vez en cuando sorprendía a alguno corriendo a cuatro patas, incapaces de recobrar la posición vertical. Sujetaban las cosas con mayor torpeza, bebían directamente con la boca, roían la comida y se mostraban cada día más zafios. Entendí mejor que nunca lo que Moreau me había dicho sobre la “obstinada carne de las bestias”. Estaban regresando rápidamente a su estado primitivo. (…) Era evidente que la ley se debilitaba a nuestra vista. (…). Mi hombre perro se estaba transformando en perro a secas; poco a poco se fue volviendo más estúpido, más cuadrúpedo y más peludo. Apenas advertí la transformación de compañero fiel a perro furtivo. A medida que crecía la negligencia y la desorganización, el camino de las cabañas, ya de por sí desagradable, se me hizo tan repugnante que tuve que abandonarlo y, atravesando otra vez la isla, me construí un cobertizo de ramas entre las negras ruinas del recinto de Moreau. El recuerdo del dolor que allí había padecido hacía de aquel un lugar seguro para esconderse de los monstruos.
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