Economía y Política
LA MUERTE UN ASUNTO DE FAMILIA GABRIELA VILLAR
La muerte es un negocio que para la familia Sanchéz ha sido fructuoso. Tras 27 años de tradición, Sebastián será el siguiente heredero de la funeraria San Sebastián; aunque le tomó 11 años aceptar su destino y prepararse con propiedad.
T
ener una relación con la muerte nunca había significado algo tan bueno para Sebastián hasta que decidió dejar a un lado los comentarios llenos de tabú y decidió disfrutar de esta actividad producto de su herencia familiar: servicios funerarios en Cundinamarca.
“Yo podía comenzar a llorar solo con ver a alguien hacerlo. La muerte efectivamente es un suceso trágico, pero aprendí a mantenerme al margen de todo eso”. 30
Funerarias San Sebastián es un negocio familiar desde hace 27 años. Allí trabaja Sebastián Sánchez desde hace cinco, cuando cumplió 19. Su madre, Francy, heredó este negocio años después de haberse comprometido con su padre, Próspero, quien como segundo nombre también conserva el Sebastián, en cumplimiento a una tradición que se cumple dese hace 3 generaciones. Como familia, planean que el negocio se mantenga administrado de generación en generación de modo que los siguientes herederos serán su hermana Katalina y él. En su infancia y adolescencia, Sebastián tuvó una relación complicada con la funeraria. Al principio se cuestionaba mucho el porqué sus papás no podían dedicarse a un negocio más común como la siembra de flores y fresas en su pueblo natal Guasca, Cundinamarca. Cuando estudió en la institución Mariano Ospina Rodríguez, tuvo que recurrir en varias ocasiones a orientación escolar. Con frecuencia sus compañeros lo excluían con la excusa de que cargaba una mala energía e incluso llegó a escuchar comentarios como “Sanchéz vive rodeado de cadáveres.”
“En una ocasión tuvimos que intervenir directamente, sus compañeros le decían a diario que se bañaba con muertos –cuenta Luz Amparo Contreras, su maestra directora de grado durante toda su educación secundaria–. La carga emocional para él se hizo muy grande, tuvimos que manejarlo dentro y fuera de la institución. Realizamos reflexiones acerca de lo importante que era para el municipio, que la familia de Sebastián se encargara de los servicios funerarios. Sus compañeros crecieron y dejaron a un lado la idea errónea que tenían; para cuando cursaban grado once, todos habían dejado por completo las especulaciones e incluso forjaron grandes amistades.” Desde que Sebastián tiene uso de razón, ha tenido que ver cientos de personas llorar desconsoladamente. Asegura que, con el paso del tiempo, ha perdido la sensibilidad, normalizado la muerte e incluso perdió empatía con las personas a las que su familia presta servicios funerarios y exequiales. Ver el dolor en los demás ya no es tan fuerte como cuando era niño. “Yo podía comenzar a llorar solo con ver a alguien hacerlo. La muer-